La célebre revista socialista de los Estados Unidos ha cumplido su 65° aniversario con su número de mayo de este año. Fue fundada en 1949, por los intelectuales marxistas Leo Huberman y Paul M. Sweezy, y actualmente la dirige John Bellamy Foster. Desde que comenzó a publicarse nuestra Herramienta, hemos considerado a Monthly Review como un punto de referencia obligado para pensar en cómo debe ser una revista dedicada a la difusión del pensamiento crítico y revolucionario. Por la seriedad en sus análisis, el respeto por otras opiniones, aunque se polemice con ellas, la fidelidad a los principios revolucionarios, ha sido y sigue siendo un ejemplo.
Transcribimos, como un modesto y merecido homenaje a su dilatada trayectoria revolucionaria, las siguientes líneas, pertenecientes a la “Nota de los directores” publicada en el citado número de mayo:
Las causas a las que la revista se ha adherido firmemente a lo largo de su historia: la lucha contra el capitalismo y el imperialismo y la batalla por el socialismo como el único camino alternativo, son hoy más apremiantes que nunca. En rigor, tan grande es la crisis de nuestra época, que abarca a la crisis económica y la ecológica, que nada, salvo una revolución mundial, podrá probablemente salvar a la humanidad (y a innumerables otras especies de la tierra) de una serie de catástrofes cada vez peores.
Esto puede parecer una afirmación chocante; paradójicamente, no tanto porque invoca a la amenaza visible a la existencia de la humanidad, sino porque se refiere a la revolución como la única solución. ¿No sería mejor, se podría preguntar, hacer una concesión al saber convencional y reclamar en cambio un movimiento global de reforma, como algo mucho menos alarmante en sus implicancias que una revolución abierta y categórica? Aquí no podemos hacer nada mejor que citar al gran artista, escritor, y socialista, William Morris:
La palabra Revolución, a la que los socialistas nos vemos forzados a usar tan a menudo, tiene un sonido terrible en los oídos de la mayoría de las personas, aún cuando les hemos explicado que no significa necesariamente un cambio acompañado de disturbios y todo tipo de violencias, y no puede significar un cambio hecho mecánicamente y a pesar de la opinión pública, por parte de un grupo de hombres que de alguna manera han logrado tomar el poder por el momento. Aún cuando explicamos que usamos la palabra revolución en su sentido etimológico; que con ella nos referimos a un cambio en la base de la sociedad, ellos se asustan con la idea de un cambio tan enorme, y nos suplican que hablemos de reforma y no de revolución. Sin embargo, como con nuestra palabra “revolución” los socialistas no nos referimos en absoluto a lo que estas respetables personas quieren decir con su palabra “reforma”, no puedo dejar de pensar que sería un error usar esta última, en cualquier proyecto que podamos encubrir detrás de su inofensiva envoltura. De modo que mantenemos nuestra palabra, que significa un cambio de la base de la sociedad; podrá espantar a las personas, pero al menos les advertirá que hay algo que nos debe espantar, que no por ser ignorado será menos peligroso; y también puede alentar a algunas personas, y al menos no significará para ellas un temor, sino una esperanza (“How We Live and How We Might Live,” Signs of Change [“Cómo vivimos y cómo deberíamos vivir”, en Signos de cambio, 1988]).
Ser partidario de la revolución en el sentido indicado más arriba, no como un temor sino como una esperanza, no significa obviamente rechazar totalmente al proceso de reformas legales, sino más bien abandonar las reformas generalmente limitadas, imposibles, contraproducentes, ofrecidas por el sistema, que están destinadas a obstruir al futuro y defender al orden existente, imposibilitando el verdadero cambio: lo que en la teoría socialista se conoce como reformismo. Todas las acciones iniciadas por las fuerzas populares deberían ser dirigidas hacia “un cambio en la base de la sociedad”. La revolución, como observó Rosa Luxemburg, se distingue de la reforma, no tanto debido a que represente un método diferente de cambio, o porque tenga una duración diferente, sino más bien porque constituye un momento diferenciador de la lucha. (“Reforma Social o Revolución”, en The Rosa Luxemburg Reader [Monthly Review Press, 2004], 155-60). [...] Las verdaderas transformaciones revolucionarias surgirán más fácilmente hoy, como ha sucedido durante más de un siglo, a partir de las luchas en la periferia del sistema capitalista, donde las condiciones materiales que deben enfrentar los pueblos son más severas debido a siglos de explotación imperialista, combinados ahora con el hecho de que el cambio climático está golpeando duramente al Sur Global.
Por el contrario, en los Estados Unidos, en el mismo centro del imperio mundial, los obstáculos para que surja un movimiento poderoso por el cambio revolucionario son formidables de muchas formas. Aquí la clase obrera ha estado históricamente separada de sí misma y del resto del mundo por el legado de siglos de esclavitud, y por un papel imperialista mundial surgido de una anterior historia de expansión colonial, consumada por la hegemonía global y la dominación de las corporaciones multinacionales luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, aquí también el camino para avanzar es claro. Lo que se necesita es la reconstrucción del movimiento obrero sobre una base anticapitalista e internacionalista; el resurgimiento militante de todos los nuevos movimientos sociales de la década de 1960 (particularmente las luchas radicales por la igualdad de razas y géneros y los derechos de los gays); y la transformación del movimiento ecologista en una poderosa resistencia ecosocialista. Nada de esto es concebible, por supuesto, sin una lucha por el control democrático sobre el aparato cultural (las comunicaciones y la educación). Más aún; debido a su estratégica presencia en el interior de la “fortaleza norteamericana”, la izquierda de los EE.UU. tiene el deber especial de hacer de la lucha contra el imperialismo y la guerra la esencia misma del movimiento.
En lo que concierne a MR, estamos orgullosos de afirmar hoy, sesenta y cinco años después de la creación de la revista, que mantenemos las mismas aspiraciones revolucionarias que las que defendimos desde el mismo comienzo. Como afirmó Albert Einstein en el primer número de la revista: “Estoy convencido que sólo hay un camino para eliminar estos graves males [del capitalismo], concretamente, a través del establecimiento de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo que se orientaría hacia objetivos sociales [...] La claridad sobre los objetivos y los problemas del socialismo son de la mayor importancia en nuestra época de transición. Dado que bajo las actuales circunstancias, la discusión libre y sin trabas de estos problemas ha sido puesta bajo un poderoso tabú, considero que la fundación de esta revista es un servicio público importante” (“¿Por qué el socialismo?”, Monthly Review 1, Nro. 1 [mayo 1949]: 14-15).
Francisco T. Sobrino.