San Pablo: Alameda, 2013, 313 páginas
Durante la década de los noventa, las medidas neoliberales se agudizaron a través del programa conocido como Consenso de Washington que implicó la privatización de las empresas estatales, el recorte de los gastos en materia social, la desregulación de los mercados y la apertura al libre mercado. En ese sentido, el Tratado de Libre Comercio firmado entre México, los Estados Unidos y Canadá, que debía entrar en vigencia a partir del 1 de enero de 1994 consolidaba al modelo neoliberal. Sin embargo, un levantamiento armado protagonizado principalmente por las comunidades indígenas del sureste mexicano vino a mancillar el cuadro que la globalización del dinero quería presentar: el ingreso de México al primer mundo. La tragedia y la farsa de los diversos gobiernos neoliberales fueron denunciadas por las comunidades indígenas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Este levantamiento insurgente marcó un punto de inflexión no sólo en la historia de los movimientos insurgentes en América Latina sino que también influyó en los movimientos que florecieron para oponerse a la mundialización neoliberal, nos referimos al movimiento alter-mundialista. De allí que las huellas del neo-zapatista se pueden rastrear tanto en las movilizaciones contra la Organización Mundial de Comercio en Seattle (1999) como en el movimiento de Los Indignadosen España (2011), por ejemplo: en el uso de las nuevas tecnologías (sobre todo del Internet) hasta en la forma de organización (horizontalidad, asambleas, democracia directa) e, incluso, llegando a la acción directa. Algunas de las frases como “Un mundo donde quepan muchos mundos”, “Ya basta”, “Para todos todo”, no pueden no hacernos pensar en las consignas lanzadas por los indígenas encapuchados del EZLN. Del mismo modo, cabe advertir que ya en el verano de 1996 el EZLN organizó “El encuentro intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo” donde asistieron cerca de cuatro mil personas de 42 países, marcando un antecedente de la posterior reunión de Porto Alegre que daría nacimiento al Foro Social Mundial.
El levantamiento insurgente neo-zapatista no fue un evento espontáneo sino fruto de diversas tradiciones de resistencia de las comunidades indígenas. Para entender la génesis de este movimiento precisamos mencionar algunos fenómenos socio-históricos que contribuyeron a su configuración actual, por ejemplo:
* Memoria y tradición. La derrota de los Imperios azteca (1521) e Inca (1533) implicó la Conquista y la Evangelización (colonización de las almas) por parte del poder hispánico sobre las comunidades indígenas del Continente. No obstante, los pueblos indígenas nunca claudicaron y continuaron practicando diversas formas de resistencia llegando incluso al levantamiento armado. En México, por ejemplo, tan sólo en el siglo XVIII estallaron varios movimientos indígenas entre las poblaciones mayas de los estados de Yucatán y Chiapas destacando la Gran rebelión de Cancuc de 1712 en la zona de los Altos de Chiapas. Posteriormente, en 1761, la rebelión de Jacinto Canek (un indio que había sido educado por los franciscanos) cimbró las bases de la dominación colonial en Yucatán. El siglo XIX no fue la excepción, y la guerra del pueblo Yaqui contra el gobierno mexicano demostró que el indígena había sido marginado también del proyecto nacional. La independencia de América Latina no significó un cambio sustancial en la condición material y simbólica de los pueblos indígenas. En ese sentido, las utopías, el componente milenarista, las leyendas y los mitos de origen contribuyeron para darle sentido a las luchas campesinas. En el caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la figura del líder campesino revolucionario Emiliano Zapata (asesinado en 1919) es recuperada. Aquí la tradición no cumple un papel reaccionario sino emancipador. Huelga decir que la visión de mundo indígena (imaginario maya) rescata valores pre-capitalistas (comunidad, valor de uso, etc.) que diametralmente se oponen al sistema capitalista.
* 500 años de la celebración de la resistencia negra, indígena y popular del continente. No hay duda que la esperada conmemoración sobre el “encuentro entre dos mundos” de 1992 jugó un papel muy importante en la emergencia del movimiento indígena no sólo de México sino en toda América Latina. Mientras que los gobiernos neoliberales, los grupos criollos y las élites organizaban todo tipo de actividades para festejar los cinco siglos del “descubrimiento”; a contra-corriente de los eventos oficiales, los movimientos indígenas (en Bolivia, Ecuador y Perú) y campesinos (MST) decidieron rendir un homenaje a la añeja resistencia negra, indígena y popular. Sabemos que la idea original del EZLN era hacer el levantamiento armado en 1992 pero por cuestiones logísticas (un comando del EZLN ya había sido descubierto por los servicios de Inteligencia mexicana) tuvieron que esperar hasta el 1 de enero de 1994, día que entraría en vigor el Tratado de Libre Comercio.
* Marxismo heterodoxo latinoamericano.En su ya clásica Antología
El Marxismo en América Latina,Michael Löwy sostiene que “el marxismo en América Latina fue amenazado por dos tentaciones opuestas: el excepcionalismo indo-americano y el eurocentrismo”. Por excepcionalimo, entiende la tendencia a absolutizar la especificidad de América Latina, de su cultura, historia y estructura social, como lo hizo el APRA bajo el liderazgo de Haya de la Torre (Alianza Popular Revolucionaria Americana) del Perú; por eurocentrismo, se refiere a las teorías que se limitan a trasplantar mecánicamente hacia América Latina los modelos de desarrollo socio-económicos que explican la evolución histórica de la Europa del siglo XIX. El EZLN es heredero del marxismo guevarista: la importancia de las armas, la conexión orgánica entre los combatientes y el campesinado, el fusil como expresión material de la desconfianza de los explotados frente a los opresores, la disposición de arriesgar la vida por la emancipación de los pobres
[i].
* Cristianismo de liberación. La conquista y su corolario la evangelización fueron ejercidas a través de la espada y la cruz; sin embargo, también hubo figuras significativas como Bartolomé de Las Casas que tomaron partida por la causa indígena. Ya en el siglo XX, la teología de la liberación, a través de las Comunidades Eclesiales de Base, implicó un planteamiento radical de la misión de la Iglesia de los pobre, para los pobres y con los pobres en América Latina. Bajo la influencia del Concilio Vaticano II, el trabajo de las comunidades eclesiales de base de la Iglesia fue muy significativo para la organización de los movimientos obreros, sindicales, campesinos y estudiantiles. Por ejemplo, en México, bajo la dirección del Obispo de Chiapas, Don Samuel Ruíz, una red, compuesta de casi 2600 comunidades de base, se extendió en esta zona del país, contribuyendo así, al proceso de concientización de las comunidades mayas. De hecho, en 1974, se organizó un homenaje para conmemorar el nacimiento de Bartolomé de Las Casas en la ciudad de San Cristóbal de las Casas en el estado de Chiapas y dicho evento será fundamental para la articulación de las comunidades indígenas, algunas de ellas, a la postre, parte del EZLN.
Precisamente, sobre este último aspecto, el libro de Igor Luis Andreo es un gran aporte para entender no sólo la relación entre la Teología Encarnada (momento decolonial en la Teología de la liberación, sea dicho de paso) y las comunidades indígenas mayas, sino además para el estudio del proceso de concientización política iniciado en 1974. Acompañado de un prólogo escrito por Carlos Alberto Sampaio Barbosa, el libro se compone de cuatro capítulos.
En “Samuel Ruiz García ante a Teologia da libertação e os indígenas de Chiapas”, primer capítulo de la obra, el autor aborda parte de la trayectoria de Samuel Ruiz (1924-2011), para mostrar las transformaciones experimentadas tanto en la Iglesia, en general, como en el pensamiento del obispo en particular. Apoyado en el trabajo biográfico que realizó Carlos Fazio, Luis Andreo observa la importancia que tuvo para S. Ruiz el Concilio Vaticano II, pero sobre todo, el Encuentro en Melgar (Colombia) de 1968. En este acápite, somos testigos de la mudanza socio-teológica que vivió S. Ruiz pues de ser un acérrimo anti-comunista se convierte en un promotor de la lucha por la defensa de las comunidades indígenas que sufren la opresión material y cultural (p. 122). Aunque S. Ruiz asumió el episcopado de la diócesis de San Cristóbal de las Casas en el estado de Chiapas en 1960 no será sino hasta 1968 que dicha diócesis comienza sus actividades en los aspectos socio-económicos.
El segundo capítulo, “Descobrir a história salvífica de cada cultura ou aurora da Teologia Indígena Chiapaneca” analiza las transformaciones en la formación de los catequistas indígenas. Contando con el antecedente del Tercer Encuentro promovido por el Departamento de las Misiones del CELAM, el Encuentro en Xicoepec de Juárez en el estado de Puebla realizado en 1970 fue el parteaguas para la puesta en marcha de un diálogo entre la Iglesia Católica y los indígenas. Paralelo a dicho Encuentro, se realizaron dos actividades (Primer Encuentro Pastoral sobre la misión de la Iglesia en las culturas aborígenes y El Primer Consejo Indígena) que fomentaron la preocupación de la cuestión indígena. Incluso, Igor Luis Andreo observa que algunos catequistas que participaron en alguna de estas actividades, a la postre, serían protagonistas en el Congreso Indígena de 1974. Por otra parte, cabe advertir que la diócesis de San Cristóbal realizó un trabajo muy importante con las comunidades tzetzales que habían emigrado a la Selva Lacandona, de hecho, dichas comunidades en los años ochenta establecieron fuertes vínculos con las Fuerzas de Liberación Nacional, organización político-guerrillera fundada en 1969. A través del análisis de dos artículos de S. Ruiz, publicados en la década de los setenta, el autor muestra la línea político-teológica promovida por el obispo de San Cristóbal, es decir, las preocupaciones teológico-sociales y las acciones político-pastorales promovidas a partir de 1968. En ese sentido, Luis Andreo apunta que se puede encontrar un evidente paralelismo entre los objetivos de la evangelización buscada por S. Ruiz y aquellos presentados en Melgar, posteriormente promovidos y profundizados por el Departamento de Misiones del CELAM con las demandas del EZLN (p. 162).
“O primeiro Congresso Indígena de Chiapas”, tercer capítulo, examina la importancia de la Teología de la liberación para la organización y puesta en marcha del Congreso Indígena de 1974. De ahí que el autor reconozca tanto la labor efectuada por la parroquia de Ocosingo (lugar donde nació la Catequesis del Éxodo) como la de S. Ruiz en la conformación en 1973 de un grupo de personas que venían realizando un trabajo serio con las comunidades indígenas dando como resultado la celebración del Primer Congreso Indígena de Chiapas Fray Bartolomé de Las Casas en octubre de 1974. Fruto de este Congreso, nos dice el autor, fue una mayor unión en el enfrentamiento de los problemas y una mutua ayuda entre las cuatro diferentes etnias que participaron en él (p. 197). Huelga decir que otra de las secuelas de dicho Congreso fue la instrumentalización, por parte del Estado, expresada a través del Congreso Nacional Indígena de 1975.
Finalmente, en “Os Maias de Chiapas e o EZLN”, el autor esboza algunas características del imaginario maya y su expresión en una cultura política específica. Aunque Luis Andreo se apoya en los trabajos de F. Navarrete, de G. Bonfil, de J. L. Escalono, entre otros, para entender la identidad étnica de los mayas, es sobre todo del trabajo de C. Lekersdorf que el autor logra captar el imaginario y la intersubjetividad en la estructura lingüística de los tojolobales, es decir, la visión de mundo de estas comunidades. Siguiendo el trabajo de Laura Carlsen, el autor da cuenta de la línea de continuidad entre las demandas del Congreso Indígena de 1974 y las exigencias del EZLN en su irrupción de 1994 (p. 271).
Después de casi dos décadas del levantamiento armado del EZLN, nos damos cuenta que este movimiento indígena no deja de sorprender al mundo pues siempre se encuentra en constante transformación. Sin embargo, para entender su dinámica debemos comprender y entender sus huellas, aquellos pedazos de historia ya andada, ya recorrida. En ese sentido, el trabajo de Igor Luis Andreo resulta de gran valor e interés porque esclarece una parte poco investigada en la configuración del EZLN, esto es, la influencia de la Teología de la liberación y la presencia del Cristianismo de la liberación en uno de los movimientos más importantes de fin del siglo: el neo-zapatismo.
Luis Martínez Andrade
[i] LÖWY, Michael.
El marxismo en América Latina: una Antología, desde 1909 hasta nuestros días. Chile: LOM, 2007, pp. 10-64.