Miércoles 4 de junio de 2014
I. Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos observando desde hace algunos años en la mayoría de países del continente: el espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se trata de un fenómeno sin precedentes desde los años 30 del siglo XX. En varios países, este movimiento obtenía entre el 10 y el 20%; hoy, y en tres países –Francia, Inglaterra, Dinamarca–, ya alcanza entre el 25 y el 30% de los votos. En realidad, su influencia es más vasta que su electorado: contamina con sus ideas la derecha “clásica” e incluso una parte de la izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el avance del Frente Nacional supera todas las previsiones, incluso las más pesimistas. Tal como decía el sitio “Mediapart” en un editorial reciente, “El tiempo se acabó”.
II. Esta extrema derecha es muy diversa; se puede observar toda una gama, desde los partidos abiertamente neonazis, como el griego “Amanecer Dorado”, hasta fuerzas burguesas perfectamente integradas en el juego político institucinal, como la UDC suiza. Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los inmigrantes – sobre todo a los “extraeuropeos”– y a los gitanos (el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se pueden añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el desprecio hacia la democracia, la eurofobia. Respecto a otras cuestiones –por ejemplo, estar a favor o en contra del neoliberalismo o del laicismo– este movimiento está más dividido.
III. Sería un error creer que el fascismo y el antifascismo son fenómenos del pasado. Es cierto que hoy no encontramos partidos de masas fascistas comparables al NSDAP alemán de los años 30, pero ya en esa época el fascismo no se limitaba a un solo modelo: el franquismo español y el salazarismo portugués eran muy diferentes de los modelos italiano o alemán. Una parte importante de la extrema derecha europea de hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso del Amanecer Dorado griego, el Jobbik húngaro, del Svoboda y el Sector de Derechas ucranianos, etcétera; pero también esto es válido, bajo otra forma, para el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores tuvieron estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas colaboracionistas con el Tercer Reich. En otros países –Holanda, Suiza, Inglaterra, Dinamarca– los partidos de extrema derecha no tienen origen fascista, sino que comparten con los primeros el racismo, la xenofobia y la islamofobia.
Uno de los argumentos para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral para llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler llegó a la Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones –una hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar–, ¿qué quedaría de la democracia en Francia?
IV. La crisis económica que hace estragos en Europa desde 2008 favoreció, entonces, de manera ampliamente dominante –con la excepción de Grecia–, más bien a la extrema derecha que a la izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es totalmente desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años 30, que vio, en la mayoría de países, un aumento paralelo del fascismo y de la izquierda antifascista. La extrema derecha actual sin dudas se benefició de la crisis, pero esta no lo explica todo: en el Estado español y en Portugal, dos de los países más castigados por la crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en Grecia, si bien Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, sigue siendo ampliamente superada por Syriza, la Coalición de la Izquierda Radical. En Suiza y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha afectado la crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Habría que evitar, entonces, las explicaciones economicistas a menudo formuladas por la izquierda.
V. Factores históricos juegan sin duda un papel: una larga y antigua tradición antisemita en ciertos países; la persistencia de las corrientes colaboracionistas desde la Segunda Guerra Mundial; la cultura colonial, que impregna las actitudes y los comportamientos mucho después de la descolonización, no solo en los antiguos imperios, sino también en casi todos los países de Europa. Todos estos factores están presentes en Francia y contribuyen a explicar el éxito del lepenismo.
VI. El concepto de “populismo”, empleado por ciertos politólogos, los medios e incluso por una parte de la izquierda, es absolutamente incapaz de dar cuenta del fenómeno en cuestión, y solo sirve para confundir. Si en la América Latina de los años 1930 hasta 1960 el término correspondía a algo relativamente preciso –el varguismo, el peronismo, etc. –, su uso en Europa a partir de los años 90 es cada vez más vago e impreciso. Se define el populismo como “una posición política que toma partido por el pueblo frente las élites”, lo que es válido para casi cualquier movimiento o partido político. Este pseudoconcepto, aplicado a los partidos de extrema derecha, conduce –voluntaria o involuntariamente– a legitimarlos, a hacerlos más aceptables, cuando no simpáticos –¿quién no está por el pueblo y contra las élites? ,– evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo: racismo, xenofobia, fascismo, extrema derecha. “Populismo” es también utilizado de forma deliberadamente mistificadora por ideólogos neoliberales para operar una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda radical, caracterizadas como “populismo de derecha” y “populismo de izquierda”, dado que se oponen a las políticas liberales, a “Europa”, etcétera.
VII. La izquierda, en todas sus tendencias, subestimó cruelmente –con algunas excepciones– el peligro. No vio venir la ola parda; por lo tanto, no vio necesario tomar la iniciativa para una movilización antifascista. Para ciertas corrientes de la izquierda, como la extrema derecha no sería más que un producto de la crisis y del desempleo, hay que atacar sus causas y no el fenómeno fascista en sí. Estos razonamientos típicamente economicistas desarmaron a la izquierda ante la ofensiva ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las ideas de la extrema derecha, y en particular el racismo, no solo contaminaron una gran parte de la pequeña burguesía y de los desempleados, sino también de la clase trabajadora y de la juventud. En el caso francés esto es particularmente impresionante. Estas ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la inmigración: el voto por el Frente Nacional, por ejemplo, es particularmente elevado en algunas regiones rurales que jamás han visto a un solo inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que fueron recientemente el objeto de una ola de histeria racista bastante impresionante –con la complaciente participación del entonces ministro “socialista” de Interior, Manuel Valls– son menos de veinte mil en todo el territorio de Francia.
IX. Otro análisis “clásico” de la izquierda sobre el fascismo es el que lo explica esencialmente como un instrumento del gran capital para aplastar la revolución y al movimiento obrero. Ahora bien, como hoy el movimiento obrero está muy debilitado, y el peligro revolucionario es inexistente, el gran capital no tiene interés en apoyar los movimientos de extrema derecha y, por lo tanto, la amenaza de una ofensiva parda no existe. Se trata, una vez más, de una visión economicista, que no da cuenta de la autonomía propia de los fenómenos políticos –los electores pueden elegir a un partido político que no tenga el favor de la gran burguesía– y que parece ignorar que el gran capital puede acomodarse a toda clase de regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay una receta mágica para combatir la extrema derecha. Hay que inspirarse, con una distancia crítica, de las tradiciones antifascistas del pasado, pero también hay que saber innovar para responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que saber combinar las iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y culturales unitarios, sólidamente organizados y estructurados, a escala nacional y continental. La unidad puede hacerse puntualmente con todo el espectro “republicano”, pero un movimiento antifascista organizado solo será eficaz y creíble si es impulsado por fuerzas que se sitúan fuera del consenso neoliberal dominante. Se trata de una lucha que no puede limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe organizarse a escala de toda Europa. El combate contra el racismo, y la solidaridad con sus víctimas, es uno de los componentes esenciales de esta resistencia.
Artículo escrito en francés para ser publicado en el número de octubre de la revista Lignes y enviado por su autor para Herramienta.
Traducción al castellano para Viento Sur de José Gallego, revisada para Herramienta por Silvia Labado.