1. El proyecto hegemónico: consolidación y radicalización
Han pasado poco más de 10 años del turbulento fin del proyecto neoliberal en Argentina (cf.: Féliz, 2011) y de la constitución de un nuevo proyecto de desarrollo hegemónico de capitalismo posible en la periferia (cf.: Féliz y López, 2012). La trayectoria histórica evidencia que la estrategia neodesarrollista bloquea las posibilidades de encarar un proyecto de acumulación de capital consistente e inclusivo aun en términos capitalistas, sin romper con la herencia neoliberal, que proyecta sus trazos al conjunto del proceso de metabolismo social y cuyas barreras se constituyen en límites cada vez más insostenibles (cf.: Féliz, 2013). Se pone nuevamente sobre el tapete el proyecto inconcluso de transformación social radical que las luchas contra el neoliberalismo habían proyectado pero que la reconfiguración hegemónica de la última década consiguió reconducir productivamente para el capital.
El transformismo del neodesarrollismo, como revolución pasiva (cf.: Sanmartino, 2008), enfrenta hoy grandes desafíos. Algunos de ellos tienen que ver con la necesidad de enfrentar sus contradicciones, límites y vulnerabilidades más urgentes en el marco del propio proceso de desarrollo capitalista. Otros remiten a la imposibilidad de avanzar en un proyecto de sociedad incluyente, genuinamente democrático, políticamente participativo y socialmente emancipador, sin superar los límites del capitalismo periférico dependiente.
Los sectores dominantes han iniciado el proceso para superar dialécticamente los límites al desarrollo capitalista apuntalando una transición de resultado abierto (cf.: Féliz, 2013b). Los sectores populares, por su parte, parecen estar iniciando un proceso de recuperación de cierta iniciativa que les permita eventualmente reclamar para sí la conducción del proceso de producción y reproducción social.
2. Más allá del reformismo, más allá del neodesarrollismo: límites del capitalismo posible en la periferia
Como señalamos, Argentina enfrenta la necesidad de superar los límites macroeconómicos del proyecto de desarrollo hegemónico. Esos límites se expresan en –al menos– tres procesos y tendencias que ya hemos analizado (cf.: Féliz y López, 2012): la tendencia inflacionaria creciente, la tendencia al deterioro fiscal sostenido, y la tendencia a la apreciación sostenida del tipo de cambio real.
Esos procesos articulan dramáticamente la base estructural de una forma particular de capitalismo dependiente con una política económica que –en ese marco– privilegia la promoción de los intereses de los sectores dominantes del capital (cf.: Féliz, 2013, 2013b, 2013c). La base estructural del proyecto dominante remite a (a) la generalización de formas de renta extraordinaria y superexplotación del trabajo y la naturaleza como base de la valorización de capital, (b) la transnacionalización del gran capital, y (c) la integración subordinada al ciclo del capital a escala regional y sur-sur.
En la última década se ha alimentado la financiarización de la economía. La denominada etapa de valorización financiera (cf.: Basualdo, 2006) ha sido superara dialécticamente por una fase superior. La lógica rentista (o “minera” como la llama Chesnais, 2007) impregna la producción de alimentos a través del predominio de los pooles de siembra (cf.: Vértiz, 2012) y los productos derivados en los mercados financieros, la producción del hábitat a través de los fideicomisos inmobiliarios (cf.: Del Río, Lagard y Arturi, 2013), la producción minera con la irrupción de la minería a cielo abierto y la financiarización de los mercados mundiales de commodities, el consumo popular a partir de la generalización de las tarjetas de crédito y el crédito “en la calle” (a través de “financieras”), etcétera. Estas formas de extracción y apropiación capitalista de renta extraordinaria suponen la superexplotación creciente, sostenida y –tendencialmente– general de la fuerza de trabajo y la naturaleza. El rentismo acelera la demanda de valorización urgente del valor y presiona al capital para que acentúe la tendencia al saqueo del valor de la fuerza de trabajo (precarización y superexplotación; cf.: Marini, 1973; Féliz y López, 2012) y de las riquezas naturales (acumulación por desposesión; cf.: Harvey, 2004).
La financiarización del ciclo del capital se superpone en el caso argentino a su transnacionalización extrema. El gran capital de tendencia transnacional pasa a ocupar un sitio de dominio permanente en el conjunto de las ramas de la producción social. De ese modo, el ciclo del capital local se constituye en una fracción subordinada y heterónoma en las cadenas de valor a escala internacional. La reproducción social en su conjunto se garantiza sólo en tanto y en cuanto la producción local de mercancías permita al capital transnacionalizado la apropiación de valores de uso y plusvalor en la forma y magnitud suficiente para el desarrollo de las estrategias de producción globales de las corporaciones.
En tercer lugar, y articulado con lo anterior, el ciclo del capital local se encuentra integrado regional y globalmente de manera subordinada y dependiente. En un proceso violento de cambio, en la última década los intercambios externos se reorientaron hacia Brasil y China, desplazando relativamente la tradicional integración con Europa y Estados Unidos. Se profundiza una relación asimétrica con Brasil (con base en el complejo automotor) como potencia sub-imperial en la región y con China con quien se han fortalecido los lazos del intercambio desigual (commodities por manufacturas).
La redistribución de ingresos a favor de las clases populares se ve estructuralmente bloqueada por la presión de la renta extraordinaria y la prevalencia de la superexplotación del trabajo que limitan –por un lado– la reinversión productiva del plusvalor y –por otro– su re-apropiación por parte de los trabajadores. La incipiente recuperación en la apropiación popular del ingreso de la etapa inicial (2003-2007) se detiene rápidamente frente a bajas tasas de inversión en equipo durable de producción. La poca reinversión del plusvalor es causada tanto por su alto componente de renta extraordinaria como por el carácter transnacionalizado de su apropiación (cf.: Féliz, 2013c). Por otra parte, la modalidad de inserción internacional limita la posibilidad de satisfacer simultáneamente la demanda global y doméstica de valores de uso de consumo popular. La centralidad de la producción para el mercado internacional (“desarrollo desde dentro”, según Sunkel, 1991) concentra la inversión (pública y privada) en acelerar y facilitar la producción y circulación del valor en el marco de las cadenas globales de valor, desplazando opciones de inversión ligadas a la satisfacción de las necesidades populares. Las ramas domésticas que se expanden con solidez son aquellas ligadas a la satisfacción del gasto suntuario (asociado al consumo de la renta extraordinaria). De esa manera, el proceso de industrialización se ve restringido a las ramas vinculadas al procesamiento de commodities de exportación y ciertas ramas ligadas a las estrategias de las transnacionales (en muchos casos, con apoyo oficial por la vía de promociones impositivas).
En la medida en que se consolida este nuevo patrón de acumulación de capital, los límites del proyecto neodesarrollista se agigantan creando focos de creciente debilidad. La producción transnacionalizada consume más divisas que las que puede producir y junto al consumo suntuario en el exterior y la sangría provocada por los pagos de la deuda externa, recrean y multiplican la histórica restricción externa. La presión fiscal de la deuda pública y la necesidad de articular un esquema de subsidios que compensen a las fracciones del capital no rentista, llevan a una situación fiscal de creciente fragilidad. La dinámica inflacionaria deteriora la base de sustentación popular del ciclo de acumulación, pues se estancan los salarios –aun de los trabajadores mejor organizados– y las transferencias de la seguridad social son licuadas.
La combinación y retroalimentación de esas tendencias, procesos y políticas conducen a reproducir de manera ampliada las bases estructurales de la dependencia, a enfrentar crecientes límites al curso del propio proyecto de desarrollo y a construir un proceso de acumulación progresivamente inestable y vulnerable.
3. Un programa popular para la emergencia
Superar al neodesarrollismo como proyecto societal supone, en primera instancia, sobrepasar sus límites. Esos límites articulan las contradicciones sociales en y a través de las bases estructurales existentes y las políticas estatales. De allí que superar esos límites requiere comenzar por alterar radicalmente las políticas económicas a los fines de comenzar a privilegiar los intereses del trabajo e ir conformando una nueva matriz de reproducción.
Esto significa que el programa inmediato debe ya comenzar a modificar los fundamentos de la reproducción social capitalista, impulsando un proceso donde el centro del mismo pase a ser progresivamente la reproducción social del pueblo trabajador en armonía con la naturaleza. Ese camino hacia el buenvivir involucra, en lo inmediato, al menos los siguientes ejes.
Primero, es necesario frenar la sangría de divisas internacionales (a) poniendo en revisión y cesación de pagos la deuda externa pública, (b) encareciendo o limitando los gastos de consumo suntuario en divisas, y (c) limitando los mecanismos de fuga de divisas que realizan las grandes corporaciones transnacionales por la vía de remisión de utilidades, regalías, endeudamiento con casas matrices y sobre todo “precios de transferencia”. En paralelo, deben tomarse medidas para redefinir el patrón de articulación del comercio exterior, tomando como primer paso la nacionalización del mismo y redefiniendo los niveles de apertura; la protección al capital local debe estar atada estrictamente al cumplimiento de objetivos de precios y calidad de la producción, y empleo (en cantidad y calidad).
En segundo lugar, hay que avanzar en la nacionalización del sistema financiero bajo la orientación directa del Banco Central. El crédito debe orientarse a promover la ampliación de la capacidad productiva en valores de uso de consumo popular, incentivar la producción en pequeña y mediana escala (en particular, en modalidades de producción no capitalista) y facilitar el acceso al crédito inmobiliario para las familias trabajadoras.
Tercero, la política fiscal debe avanzar en eliminar las exenciones impositivas a los grandes capitales, ampliando simultáneamente la base tributaria sobre las distintas formas de capital, ingresos y consumos suntuarios y renta extraordinaria. Esto permitirá, por un lado, ampliar la base de sustentación de políticas públicas más amplias y, por otro, garantizar la apropiación social de las rentas extraordinarias –hoy desviadas al consumo suntuario y la fuga de capitales– a los fines de la utilización popular del excedente disponible. En paralelo, debe reducirse sustancialmente la carga impositiva que hoy soportan fracciones importantes de la clase trabajadora a través del IVA y la denominada 4ta categoría del impuesto a las ganancias. Simultáneamente, debe reducirse y reorientarse la masa de subsidios que recibe el conjunto del capital.
En cuarto lugar, la política social y laboral debe integrarse en un continuo que garantice tendencialmente condiciones dignas de vida para el conjunto del pueblo. Por un lado, debe establecerse una política de aumento de los salarios promedio indexados a la inflación más aumentos en términos reales que permitan llevar en un lustro los ingresos mínimos a la canasta familiar. En paralelo, en el marco de la nueva política fiscal, los ingresos de la seguridad social (jubilaciones, pensiones, asignación universal, etc.) deben ajustarse para llevar sus valores mínimos a los valores que aseguren una proporcionalidad con los salarios mínimos y garanticen el derecho universal a la vida más allá de las condiciones de participación económica (ocupado, desocupado, jubilado, etc.).
4. Política económica para la transición al buenvivir
Sobre la base de esa reorientación general de las políticas económicas, una salida popular del neodesarrollismo supone el camino de su superación dialéctica con dirección anti-capitalista. Ese horizonte plantea el buenvivir como objetivo orientador, que permita superar la producción por la producción misma y ponga en el centro de la actividad económica la reproducción ampliada del ser humano y la naturaleza. Eso supondrá que las políticas estatales deberán avanzar en una transformación integral de su articulación, superando el productivismo y economicismo, abriendo el paso a una progresiva desmercantilización y a un creciente control popular, consciente y participativo de la reproducción social.
Uno de los ejes de un proceso de superación transicional del capitalismo requiere encaminar un proceso de recuperación popular de las ramas estratégicas de la producción y la reorientación de la matriz productiva. Las ramas vinculadas a la infraestructura económica y social (energía, petroquímica, minería y siderurgia, comunicaciones y transporte, además del comercio internacional y la banca) deben estar bajo control popular directo. A través de empresas públicas y políticas públicas impositivas, de gasto e inversión pública, de ciencia y técnica (CyT), etcétera, el desarrollo de esas ramas se debe direccionar en función de proyectar un patrón de industrialización alternativo.
En lugar de promover una industrialización enmarcada en las cadenas de valor de las transnacionales (como proponen los planes estratégicos alimentario-agroindustrial e industrial, PEAA 2020 y PEI 2020; cf.: Féliz, 2013c), la nueva política debe orientarse a garantizar la producción de un conjunto particular de valores de uso que permitan superar los principales límites del capitalismo periférico en su etapa neodesarrollista.
Por un lado, debe permitir ampliar la oferta de bienes y servicios de consumo popular que permita dar respuesta a la redistribución del ingreso a favor del pueblo trabajador. Sin mayor capacidad de producción doméstica de “bienes salario”, la redistribución del ingreso a favor de las clases populares enfrenta los límites de la capacidad instalada local creando tensiones inflacionarias y presionando sobre la demanda de importaciones. Esto supone, simultáneamente, comenzar a plantear el desarrollo local de componentes, piezas y equipos. Esta estrategia debe incluir la necesidad de reformular la producción primario-industrial de forma de conducirla a favor de la satisfacción de las demandas locales de alimentos, energía, minerales y otros insumos básicos, desplazado el privilegio que hoy tiene su orientación a la exportación (desde la pulpa de celulosa y el agrocombustible hasta el oro y la soja).
Segundo, la industrialización debe articularse de manera explícita con una política integral de producción de hábitat popular que supere la solución individual a la demanda de vivienda adecuada. En el marco del neodesarrollismo, la producción del hábitat queda dominada a las demandas suntuarias de las clases dominantes (construcción de barrios cerrados con demandas de infraestructura pública) y la valorización especulativa de la renta extraordinaria a través de los fideicomisos inmobiliarios. La construcción del hábitat requiere de la planificación colectiva para el diseño y producción del mismo a través de programas de infraestructura urbana, periurbana y rural y una nueva articulación entre estos espacios.
Tercero, es fundamental promover una nueva matriz de producción y consumo de energía que reconozca la necesidad de reproducir a la naturaleza. La estrategia actual busca combinar las tradicionales bases de hidrocarburos, hidroeléctrica y nuclear como fuentes de energía, sin reflexionar sobre la matriz de consumo que transforma a la demanda energética en explosiva. En ese horizonte, YPF es la punta de lanza para convertir al país en plataforma de exportación de hidrocarburos por la vía del fracking sin considerar el impacto ambiental y macroeconómico de esa estrategia (cf.: Pérez Roig, 2013). Una vía alternativa debería poner a YPF en articulación con el complejo de CyT en el camino de desarrollar fuentes más sostenibles de energía hoy subdesarrolladas por falta de inversiones, y a partir de allí redimensionar el resto de la matriz de producción de energía existente (cf.: Bertinat y Salerno, 2006). Por otro lado, hay que poner en discusión los costos implícitos en el consumo de energía (p.ej., una minera consume el 70% de la energía de una provincia completa) para sostener un proceso de buenvivir que respete la naturaleza.
En cuarto lugar, es fundamental crear una nueva infraestructura de transporte de pasajeros y cargas de base local centrada en el transporte público y el ferrocarril. Las transformaciones operadas a través del neoliberalismo y consolidadas en el neodesarrollismo, conformaron un patrón de transporte sostenido en camiones para las mercancías y automóviles para las personas, sin consideraciones por los costos sociales y ambientales del mismo (contaminación sonora, del aire y el agua, costos de la congestión, etc.). La política de subsidios al combustible y la persistencia de una estrategia mercantilizante y privatista en el sector sólo alimentaron esa tendencia garantizando simultáneamente la destrucción completa de la infraestructura. En sintonía, hoy persiste la protección a una industria automotriz fuertemente deficitaria en términos de divisas, poco integrada nacionalmente y plenamente subordinada a las transnacionales y a la dinámica del capitalismo brasileño. Una política de transporte que articule eficazmente el transporte ferroviario de media y larga distancia, con formas de transporte de pasajeros masivos y menos contaminantes en los espacios urbanos (incluyendo la promoción sistemática del uso de las bicicletas y otros medios de transporte no contaminantes), debería vincularse con un proyecto de reestructuración de la industria automotriz.
Un proyecto societal diverso deberá ser acompañado de un proyecto de integración alternativo. El pasaje de la dependencia de los mercados de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) a favor de una dependencia “sur-sur” con los sub-imperialismos de Brasil y China, sólo reproduce la espiral del saqueo y la superexplotación del trabajo y la naturaleza y prolonga la falta de soberanía popular. En paralelo, la permanencia del país en instituciones imperiales como el CIADI (corte del Banco Mundial conformada para defender los intereses de las transnacionales en nuestros países), el Banco Mundial o el FMI son signos de la falta de voluntad de construir una verdadera autonomía social y política; en este sentido, el propio Brasil no reconoce al CIADI y las naciones hermanas de Ecuador, Bolivia y Venezuela lo han abandonado recientemente marcando el camino a seguir. Es fundamental apuntalar los proyectos de integración de comercio justo en el marco del ALBA, y proyectos de una nueva arquitectura financiera a partir del Banco del Sur, la moneda única Sucre y otros, enfrentando –desde dentro y conflictivamente– los proyectos de integración capitalista del Mercosur y el IIRSA. De la misma forma, deben suspenderse las negociaciones para nuevos acuerdos de libre comercio (como el que está en debate con la UE) que sólo promueven nuevas formas de integración subordinada.
5. Reflexiones finales
El neodesarrollismo en Argentina enfrenta hoy en día el desarrollo abierto de sus contradicciones. El bloqueo generado por sus propios límites al proceso de desarrollo de capitalismo dependiente, plantea al conjunto de las organizaciones populares la necesidad de debatir el camino de la transición y superación dialéctica en una dirección anti/pos-capitalista. Ello supone identificar los rasgos fundamentales del patrón de reproducción social dependiente en Argentina y marcar las articulaciones productivas con las políticas estatales. A partir de allí, es necesario delinear la orientación de un conjunto de políticas alternativas para encaminar la transformación societal y crear las articulaciones social-políticas que sostengan el cambio. A su vez, es clave marcar –como hemos hecho brevemente– el horizonte de las transformaciones estructurales en los fundamentos de las políticas estatales necesarios para construir un cambio radical en la modalidad de producción y reproducción social. En cambio, el buenvivir, supone superar sin dudas los rasgos productivistas y economicistas que suelen impregnar las opciones heterodoxas dentro del campo de la economía política del capital (p.ej., neodesarrollismo/neoestructuralismo), pero fundamentalmente en el espacio de las opciones desde la izquierda radical. Si bien el camino no está escrito, las luchas, debates y prácticas de nuestro pueblo (en el país y en el conjunto de Nuestraamérica) tienen mucho que aportar en su construcción (cf.: Féliz, 2009, 2011b, 2011c).
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