26/04/2024

Hardt, Holloway, Gutiérrez Aguilar, Löwy... Desbordar los dilemas para construir estrategias integradoras y transformadoras

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Leer en El Viejo Topo las correspondencias críticas de Hardt y Holloway[1] sobre Commonwealth[2]y Agrietar el capitalismo,[3] me ha llevado a otra correspondencia de Holloway con Michael Löwy, a propósito del libro Cambiar el mundo sin tomar el poder,[4]y a la presentación de este libro de Raquel Gutiérrez Aguilar.[5] O sea, trato de abrir un camino para criticar la manía por los dilemas y las disyuntivas en que nos quieren encerrar algunos teóricos de origen anglosajón, más o menos “antagonistas”. El intento de repasar-criticar sus acuerdos y desacuerdos es una forma de no quedarse atrapados en las abstracciones y peligros que señalan sus miedos y sus preguntas. Entre estos autores hay acuerdos y desacuerdos, más o menos velados o manifiestos, pero pocas veces se aprecian superaciones, desbordes o construcciones que permitan avanzar más allá de tenía razón o no la tenía este o aquel.
 
Acuerdo 1
 
Entre Hardt y Holloway se construye un acuerdo básico, cuando este acepta la provocación de los “soviets de haceres” que lanza el primero. Es interesante la idea de colectivos que se muevan por actividades con valor de uso, que vayan más allá de la protesta por lo laboral, que se autoorganicen. Es decir, algo así como “consejos de trabajo vivo”, desmarcándose del “trabajo muerto” y de la explotación capitalista. En el libro Agrietar... aparecen algunos ejemplos de prácticas en esa dirección, aunque no se ve tan claro cómo se puede avanzar de forma cooperativa y creativa más allá de las iniciativas particu­lares. Se parte de la distinción del “flujo del hacer” (las actividades no asalariadas) frente al “trabajo” (labour) asalariado que secuestra este flujo de la creatividad humana, a favor del capital. La negativa a seguir construyendo el capital, parece una buena idea para tratar de salirse del “fetichismo” de la mercancía y del poder que conlleva. Aquí hay avances intere­santes, más allá de los primeros libros de los autores. Los “haceres” a pequeña escala son una buena escuela de cómo podría ser un mundo alternativo donde quepan muchos mun­dos. Pero también hay que señalar que no es tan sencillo este tipo de transiciones, tal como se ilustra con la gran cantidad de experiencias locales que no pasamos de ahí.
Empezar por señalar las buenas aportaciones y acuerdos es una forma de tratar de ser inclusivos con estas posiciones, aun­que también hay que decir que en la práctica resulta bastante difícil poder sobrevivir al margen del trabajo y del capital. Aunque a todos nos gustaría, pero solo en algunos ambientes del “norte” o similares parece posible resistir de ese modo. Y estas posiciones de transformación radical se supone que van dirigidas a una amplia mayoría más allá de los “concienciados antagonistas”, los que estamos en el “gritar”, los “pueblos en transición” o los “decrecimientos” más o menos parciales. Se viene a reconocer en el debate que aún queda mucho para saber cómo se organizan los “haceres”. Es decir, cómo “comunizar” y no solo proclamar los “comunes”, porque una cosa es proclamar lo “procomún” y teorizar sobre ello y sus derechos, y otra cosa muy distinta es poner en práctica los procesos de transición hacia ello. Hay que investigar y eso requiere metodologías transformadoras como apuntaremos, para ver “cómo pueden juntarse todas las grietas”. Porque en cada grieta, los “haceres” son de su padre y de su madre, y cada cual se quiere juntar con los demás a su estilo, desde su ideología, desde los prejuicios que todos tenemos. Para empezar, el que acordemos “colectivos de haceres creativos” sintoniza bien con movimientos como los indignados y parece positivo.
 
Acuerdo 2
 
Concuerdan también, los autores de esta correspondencia, en la consigna “institucionalizar y subvertir”. Aunque aquí aparecen más matices, como la referencia de Holloway contra Negri (por descalificar a E. Bloch) y un trasfondo de referencias que hacen que este acuerdo esté tomado con alfileres. En el fondo, dan un peso muy diferente al concepto de “institucionalizar”, que son solo “hábitos” antropológicos para Hardt o que lleva a “la burocracia” para Holloway. ¿No pueden ser las dos cosas a la vez? Parece que sí, pero donde uno ve peligros el otro ve oportunidades, y se enredan en ese debate, que tal como está planteado no tiene fondo, porque ambos tienen razones de sobra. Y de ahí, la necesidad de “subvertir a la vez nuestras pro­pias instituciones”. O sea, una lucha continua contra nuestras propias construcciones colectivas, lo que parece un tanto agotador y no siempre con buenos resultados, como la historia parece recordarnos. Pero, por lo menos, se llega a superar las viejas discusiones acerca de ser reformistas o revolucionarios, de institucionalizar o no institucionalizar, y un largo etc. de posiciones ideológicas muy poco inclusivas y que han paralizado muchos procesos.
Lo de “subvertir” también convendría matizarlo, aunque esta correspondencia no llega a profundizar en ello. Desde Jesús Ibáñez (1994) y otros referentes semejantes, sabemos que no es lo mismo “subvertir” que “revertir”. Desde un izquierdismo autoproclamado queda bien hablar de subversión, pero a veces esto no es más que “dar vueltas por debajo” para llegar al mismo sitio. En otras palabras, una oposición frontal al poder vigente pero para volver a construir un nuevo poder, con muchas de las mismas características del derrocado, pero en otras manos. Todos tenemos muchas experiencias de esto dentro de asociaciones y de los propios movimientos, y en los Estados revolucionarios también hay donde aprender cómo no se deben repetir muchos de estos errores. Revertir es distinto, pues parte de las contradicciones internas de cada poder contextualizado, lo trata de desbordar desde dentro y desde fuera, por eso nos parece más concreto y profundo que el contra-poder o el anti-poder. No se trata de una posición de principios, abstracta, pues siempre parte de un análisis de cada proceso y situación compleja, pero eso lo veremos más adelante en las propuestas superadoras que tratamos de presentar.
 
Desacuerdo A
 
En el debate hay un desacuerdo de fondo a partir de las posiciones desde las que razona cada autor. El caso de Holloway es experimental e inductivo, desde una dialéctica negativa, la posición crítica-crítica –la que llamamos “ni esto ni aquello”–, la que encuentra siempre ejemplos para tirar por tierra con distinciones y disyuntivas las otras posiciones. Alguien que razona así siempre tiene razón, porque en un proceso de tipo práctico siempre hay muchos aspectos que se escapan y que son criticables. Tiene razón cuando dice por ejemplo: “ser experimentales, un proceso de avance mediante la prueba y el error, la reflexión” lo que parece aconsejable. Pero al final parece que no puede quedarse en esta reflexión metodológica, y dice: “me gustaría terminar con una disyuntiva. Quizás se trate de un dilema...” ¿Por qué reducir a un dilema la complejidad de los procesos? ¿Por qué tenemos que elegir dentro de una disyuntiva, si puede haber varias salidas? ¿No es muy elitista pensar que hay que discernir solo desde un dilema, que es el que yo pienso? ¿Podemos incorporar varios dilemas y disyuntivas? ¿Por qué esta manía de pelarse por tener una razón, ya que puede haber varias? Si juntamos la experimentación y varios dilemas parece interesante, pero si se superan esos dilemas en la praxis seguro que avanzamos un poco más. Nos quedamos con la parte experimental pero abriéndola a una complejidad de contradicciones no solo a un dilema o disyuntiva.
Hardt (y Negri) no son experimentales, sino deductivos, teorizan desde las grandes contradicciones que analizan. Cuando presenté en mi Facultad a Negri, aproveché para preguntarle qué les quedaba de la “investigación obrera” en que habíamos empezado todos en los años sesenta. Realmente no contestó, se fue a otros temas. Y es que todo ese trabajo menudo y cotidiano en los lugares de trabajo, en los barrios, en la vida normal del común de las gentes, es un tanto tedioso, y se queda para colectivos feministas, o de barrio, ecologistas, laborales, estudiantiles... Es mejor inventar conceptos que suenen bien en un debate entre colectivos radicales, y que atrapen todo lo que se mueve, aunque cuando haya que concretarlos no sea tan fácil saber cómo se aplican. Tampoco son muy adictos a “la dialéctica” (ni positiva, ni negativa) pues la reducen a la de Hegel, como si no hubiera otras dialécticas (orientales por ejemplo, u otras marxistas) más complejas y, desde luego, más operativas. Sus posiciones teóricas son muy abstractas, tanto como sus conceptos (“imperio”, “multitud”, etc.), que sobre todo han servido para poder renovar el lenguaje anquilosado de muchos marxismos, pero que no nos permiten aterrizar y ser operativos en la práctica real.
 
Desacuerdo B
 
El acuerdo de “subvertir e institucionalizar” lo presentan lleno de “peligros”. Naturalmente que todo es peligroso, y esta dualidad no lo es menos. Pero desde cualquier posición hay peligros, eso no debería ser un argumento; en todo caso, sería bueno señalar cuáles pueden ser los peligros y estar vigilantes. El que los “hábitos” se conviertan en “burocracias” no es nada nuevo, o el que por no caer en burocracias se aísle con los suyos, tampoco parece una novedad histórica. El asunto, más bien, es cómo podemos mantener en cada caso la vigilancia y rectificación desde los distintos puntos de vista ideológicos, más proclives a ver unos u otros aspectos, y al tiempo, no acabar peleándonos y poder mantener la unidad de acción que haga operativas algunas trasformaciones posibles. Las metodologías democráticas desde abajo hay que hacerlas más eficaces y que sean los verdaderos hábitos, pero desde la vida cotidiana de las personas y pequeños grupos, desde los movimientos, no solo proclamar que se adopten por el Estado o las empresas. Unas democracias capaces de recoger las iniciativas de base, sean de quienes sean, y luego, articularlas para no despilfarrar el conocimiento popular.
Una metodología democrático-participativa debería sobreponerse a las críticas de tipo ideológico, que aun siendo justas, pueden paralizarnos en dilemas y disyuntivas de tipo teórico. Cada cual puede y debe vigilar desde su ideología y desde sus gritos, pero ha de ser la praxis experimental y reflexiva, en el proceso concreto donde podamos construir la “confluencia de todas las grietas”. Las ideologías y las metodologías no son lo mismo y conviene aprender a articularlas creativamente. Un sano pragmatismo transformador nos vendría muy bien a la autoproclamada izquierda de todo tipo. El pragmatismo no tiene porqué ser reformista tan solo y plegarse a las posiciones más centradas. Algunos venimos haciendo en muchos barrios metodologías participativas donde las iniciativas minoritarias son tenidas tanto en cuenta como las que parten de un mayor consenso. Las prácticas de las democracias de iniciativas desde abajo nos pueden enseñar bastante, como nos ha ocurrido con los sucesos de los indignados en las plazas y las comisiones. No hay que renunciar a lo que cada cual piensa o cree, pero sí con­viene guardarse de ir proclamándolo si no se antepone construir con el conjunto de la población propuestas operativas que se puedan realizar entre toda la gente.
 
Desacuerdo C
 
Holloway no ve la “gobernanza alternativa”, “con sindicatos”, los “gobiernos latinoamericanos no antagónicos”, pues “no quiero abrirme paso dentro del capitalismo para salir por el otro lado”, como propone Hardt. Plantea mejor “salgamos ahora” del capitalismo, dejemos de hacerlo. La verdad es que parece difícil aceptar la “gobernanza solidaria” que proponía el gobierno de Porto Alegre como sustituto de los Presupuestos Participativos que había desarrollado el PT y los movimientos sociales de esa ciudad. La gobernanza (habitualmente es consultiva) suele ser bastante diferente de democracias de iniciativas de base (más vinculantes). Los gobiernos latinoamericanos y muchos sindicatos se han ido distanciando de los movimientos indígenas, campesinos, ecologistas, y aunque se proclamen de izquierdas, también nos hacen dudar de que sean un cami­no muy transformador. Pero “salir ahora”, ¿es aislarse en las montañas? Incluso, en el caso de los zapatistas, tienen dificultades para salir al resto de México y conseguir  más apoyo, salvo en alguna campaña concreta.
¿Qué es “salir ahora”? ¿Hacerlo cada cual por su lado, los que puedan con “soviets de haceres”, y los demás en la medida de sus posibilidades? ¿Hay que despreocuparse de lo que pase con los gobiernos estatales, pues da lo mismo unos gobernantes que otros? ¿Hay que optar solo por una de las dos partes del dilema? ¿Es una trampa de enfoque tener que quedarse con una de las dos opciones que nos presentan estos teóricos? ¿Hay que optar entre “salir por el otro lado” o “salir ahora”? ¿Se puede salir ahora (en alguna medida) y al tiempo apoyar el salir por el otro lado (dependiendo de la correlación de las fuerzas en presencia)? ¿Es posible una norma universal o cada cual habrá de obrar desde su situación concreta y en la medida de sus fuerzas? ¿Tenemos todos que hacer lo mismo, o mejor podemos coordinar esfuerzos en lo que cada cual pueda hacer, sin que nadie pretenda tener “la línea correcta”? El debate de Michael Löwy con Holloway[6] acerca de su Cambiar el mundo sin tomar el poder, y la presentación de este libro por Raquel Gutiérrez Aguilar, así como también mis propias reflexiones en un libro de hace años (Villasante, 2006) me inducen a pensar que hay salidas más creativas y eficientes para los procesos de transformación social. Es lo que entendemos por la reversión y los desbordes creativos.
 
Desborde 1
 
La crítica radical de Holloway es positiva para el debate teórico en sí mismo, y parece más profunda que la de Negri-Hardt, sobre todo en lo que afecta a lo que suele llamarse “el fetichismo de la mercancía” tanto en el capital como en nosotros mismos, y también en la crítica del trabajo asalariado (y su defensa de las fuerzas más tradicionales de la izquierda). Recuperar las aportaciones de E. Bloch, Mario Tronti, etc. es una buena línea, pero insuficiente, pues no basta la crítica teórica, ni quedarse en las disyuntivas, o clamar por una experimentación de la que poco se aprende. Las críticas que Bensaid (2003) o Fernández Buey (2003) han hecho de sus textos son acertadas. Cómo “juntar las grietas” es algo que el propio Holloway reconoce que no tiene claro incluso en su libro de Agrietar el capitalismo y en el debate que nos ocupa. Por eso, ahora debemos pasar a aceptar el reto sobre ¿cómo hacerlo? ¿Cuáles son los caminos, las metodologías, para no ir dando palos de ciego por la experimentación? ¿Cómo hacer el “caminar preguntando” de los zapatistas, o para saberse mover en la “multiplicidad de relaciones de fuerzas” (Foucault)? El “socialismo desde abajo” necesita de experimentación o de teorías, pero no solo, sino más bien de lo que las puede reunir en unas metodologías participativas y pragmáticas.
Si aceptamos que el poder no es tanto bipolar, sino más bien un campo de fuerzas, y que la complejidad es más que las disyuntivas a que nos quieren reducir algunos teóricos con dimas de esto o aquello, entonces, deberíamos desbordar algunos de estos dilemas, a veces, muy paralizantes. Hay metodologías para desbordar esos bloqueos y para desbordar nuestros propios esquemas cerrados. La “transducción” (Ibañez, 1994) va más allá del debate entre deducción e inducción, pues es la puesta en práctica que las incluye y supera. Rosi Braidotti (2006) la llama transposición. Se trata del “hacer sobre el ser”, como dice Raquel Gutiérrez Aguilar, aceptando este desborde teórico-metodológico. Un enfoque que ve en “el mundo cómo los distintos elementos están en relación y que diagraman la forma del fluir del hacer, o de la capacidad humana del hacer”. O sea, diagramar la forma es aterrizar, en cada caso concreto, la complejidad de estos poderes. Hay que salir de los dilemas abstractos, porque lo que necesitamos son esos “principios negativos que delimitan campos de acción con posibilidades de inter-unificación”. Lo que se plantea es hacer diagramas o mapeos de los cam­pos de acción concretos en cada caso. Por ejemplo, con los colectivos, hacer cartografías de “conjuntos de acción” que es lo que venimos experimentando con las metodologías participativas.[7] Es concretar el “caminar preguntando” no solo con los amigos, sino con la gente del común; abrir, de esta manera, la posibilidad de construir participativamente estrategias transformadoras.
 
Desborde 2
 
Para unos, los poderes son como una tela de araña centralizada por el poder de este animal, y por lo tanto, hay que tratar de sustituir a ese depredador, y que la tela de araña funcione de otra manera. Aunque no se sabe cómo es la manera alternativa, si se rompe la tela, ni si debe seguir siendo centralizada la trama de relaciones, o si hay formas descentralizadas. Parece que el animal sustituto, por ser “animal”, según Atilio Boron (2003), tiende a reproducir el poder de unos sobre otros, el poder-sobre, o sea, la dominación. Pero, para otros, se trata de que el poder ya es una red difusa sin centros, y desde este tipo de cartografías del poder todas las combinaciones son posibles, sin que ninguna específica sea referente concreto. Son los poderes como potencias, los “poder-hacer”, hay que dejarlos fluir y ya se verá qué va pasando. Incluso, algunos proponen una “dualidad de poderes” entre una posición y otra, la lucha es del poder-hacer contra el poder-dominación. Pero todo esto nos sigue pareciendo un debate demasiado abstracto, que en lo concreto puede paralizarnos en discusiones sin cuento.
Discutir en el ecosistema natural si el poder esta centralizado en la latitud, el clima o algún río, o más bien difuminado en los microorganismos, los flujos de relaciones entre seres vivos, o en los grandes árboles o los humanos, no parece que tenga mucho sentido. Se pueden concretar en cada lugar y para ciertas etapas algunas características de flujos relacionales, y desde ahí tratar de ver las estrategias de supervivencia de cada elemento. Todos los seres vivos e inertes tienen su papel y sus poderes, sus potencialidades para la supervivencia colectiva, sus dominaciones relativas, algunos pueden declinar y pueden desaparecer, otros mutar o emerger desde posiciones marginales. Son los tipos de flujos de energía e información que circulan lo que construye la autoorganización o bloquea cada uno de los procesos. Son paradójicos en sí mismos porque igual que destruyen así construyen en el desarrollo de sus potencialidades. ¿Los seres humanos podemos hacer también lo que sería nuestra estrategia de supervivencia, analizar bloqueos y potenciar aspectos más creativos de los demás seres y los nuestros?
En El poder de las redes,David de Ugarte (2007) toma de Paul Baran tres tipos de redes telemáticas posibles: la red centralizada (un centro, tipo araña), la red descentralizada (varios centros, varias arañas en una habitación) y la red distribuida (ningún centro, todos los elementos se comunican entre sí). Pero a lo largo del libro, él mismo muestra que en realidad hay una cuarta red, mucho más real que la red distribuida. La que se agrupa en conjuntos de confianzas a partir de las teóricas distribuciones donde todos se podrían comunicar con todos. Lo que llamamos las “redes conjuntadas”, que no solo aparecen en la comunicación telemática, sino que ya nos aparecían en los “conjuntos de acción” de la comunicación tanto en los barrios como en las regiones donde hemos estudiado las relaciones cara a cara tradicionales.
Las cartografías de los poderes en presencia que hacemos de modo participativo en estos trabajos en barrios, comarcas, ciudades, países, nos indican que el “análisis concre­to de la situación concreta” es lo único que sigue siendo necesario hacer para salir de esas dualidades abstractas. Los mapeos o socio-gramas (construidos participativamente con la gente) para que los “conjuntos de acción” puedan ser analizados y también desbordados, nos indican las complejidades de las relaciones de clase, de culturas e ideologías, de los poderes simbólicos, y de las emociones en las relaciones.
Responden de forma concreta a lo que Raquel Gutiérrez Aguilar plantea que hay que conocer, o sea, cuál es la “red de relaciones en los que quedan colocados al mismo tiempo que la producen” sus actores. Son radiografías en un momento de los “flujos del hacer social”, de sus “fracturas”, o de sus “estancamientos”, o “rupturas”, y por lo mismo permiten poder construir las estrategias de desborde y superación caso a caso.
 
Desborde 3
 
Las nociones de poder, contra-poder y anti-poder que se vienen usando por muchos de estos autores a partir de conjugar poder-hacer y poder-sobre, o potencia y dominación, siguen quedándose en dilemas interesantes pero insuficientes. A par­tir de las cartografías de “conjuntos de acción” y de poderes que hemos experimentado en las estrategias puestas en marcha en diversos conflictos (también en los movimientos de los indignados) es posible desbordar estos debates muchas veces paralizantes. Por ejemplo, Michael Löwy tiene razón al indicar que “la democracia requiere poder-sobre”, que no puede ser solo poder-hacer (salvo en un mundo sin opuestos), y que pueden ser complementarios ambos aspectos. Pueden ser dos caras de un mismo proceso, no tiene porqué haber un antagonismo insuperable entre estos dos aspectos, poder-hacer/sobre en unos conjuntos de acción en relación a otros. Lo reconocen en algún momento nuestros polemistas: “lo destructivo es constructivo”, la nueva sociedad que nace en el cas­carón de la otra, en sus grietas...
En el debate de hace años, de M. Löwy y J. Holloway, sobre el primer libro de éste, se referían a que hay ejemplos históricos para todos los gustos, y que, a veces, en vez de pensar, es mejor pelearse por si tenían razón en la revolución rusa o en la española los anarquistas o los marxistas, vistos los hechos consumados. La conclusión que parece más lógica es que ambos no han podido demostrar que tuvieran razón, pues a la corta o a la larga, los fracasos están ahí. Tener una razón solo teórica no garantiza nada. Por eso se puede superar de varias maneras el debate entre poder y contra-poder, y sacarlo de la abstracción y la disyuntiva. La manera que propone Holloway es el anti-poder, es decir, una nueva disyuntiva en que el anti-poder desborda la tensión entre poder-contrapoder. Es la crítica de todo poder-sobre, tanto el tradicional como el revolucionario. Si “lo destructivo es creativo” y avanzamos entendiendo que el poder-hacer y la potencia tienen momentos o aspectos en que se deben imponer a las tendencias reaccionarias, o sea, ejercer poder-sobre, entonces, desbordamos estas disyuntivas, y podemos hacer más inclusivas nuestras visiones y nuestras prácticas. Si superamos los dilemas de dos posiciones antagónicas e introducimos un nuevo eje emergente, donde aparecen otras posiciones que responden a preguntas más complejas, podemos formar un plano de discusión más que unos ejes lineales polarizados. Caben muchas más posiciones y las estrategias no tienen porqué separarnos necesariamente en buenos y malos, reformistas y revolucionarios, basistas y vanguardistas. Seguramente, cada posición concreta es una mezcla de posiciones en la que se puede acordar, dependiendo de cómo sea el mapeo, ecosistema, cartografía de poderes, conjuntos de acción, etc.
 
Anti-poderes
 
Para contraponerse a los poderes-sobre, claramente de dominación, aparecen los contra-poderes, en movimientos de diversos tipos, con la posibilidad intermedia de la “dualidad de poderes” más o menos inestable. Pero en este eje de luchas nadie garantiza que con la transformación no se sigan dando poderes-sobre otros colectivos, de forma que los poderes-sobre sigan dominando y los poder-hacer sigan dominados. Por eso, se plantea “ni unos ni otros” sino los anti-poderes, como crítica radical a ambos. Pero entra la duda si es posible tal perfección de vivir sin ningún tipo de poder-sobre, y solo con los poder-hacer que se articulan en una sociedad ideal. Así que planteamos una nueva posición que abre un plano con más posibilidades. Los “poderíos sociales” se desbordan entre sí, incluyendo aspectos positivos de las otras posiciones. Algo de contra-poder y de poder-sobre pues no se trata de negar estas tendencias que existen, sino de regularlas dentro de metodologías que tiendan a los anti-poderes, a controlar desde los poderíos sociales de base esas tendencias históricas. Estos desbordes actúan como lo han hecho históricamente, pero ahora con el reconocimiento y legitimidad social en que puede estar educándose la sociedad a sí misma.
 
Desborde 4
 
Puestos a debatir posiciones aparecidas en El Viejo Topo,8 y con ciertas aplicaciones actuales, se ha propuesto al 15 M seguir la vía de la Primera Internacional. No es que acabase muy bien la Primera Internacional, por lo que el dato empírico de partida no parece muy animoso. Una cosa son las declaraciones formales y otra las realidades de las peleas surgidas en su seno, y las derrotas que se sumaron en la Comuna de París, los Cantones de nuestra Iª Republica, etc. Una reflexión autocrítica puede ser lo mejor a sacar de estas experiencias y no caer en los mismos errores. Mejor parece que sea la vía de los frentes descolonizadores que al menos consiguieron en el siglo XX determinados avances para sus países. Seguramente no son unos referentes perfectos, y en no pocos casos ha habido vueltas atrás que no los pondrían de ejemplo de ninguna manera, pero también es verdad que tras este tipo de procesos, se puede afirmar “descoloniza, que algo queda”. Además de quedar ejemplos históricos muy importantes en cada continente, hay una orientación teórica descolonizadora muy actual sobre la construcción de unas “epistemologías desde el sur”, por ejemplo la que plantea Boaventura de Sousa Santos (2010). De aquella experiencia obrera del XIX se puede rescatar, citado por D. Hernández Castro (2012), que el “sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas” (Marx). Viene a cuento esta forma de articulación del poder, porque se acerca bastante y sobre todo lo concreta más, a lo que se debatía al principio de este texto. Es decir, lo de “intitucionalizar y subvertir” y lo de “soviets de haceres”. Si existen algunas formas de comunas, asambleas de base, consejos, etc. que signifiquen la movilización popular de las energías y la creatividad desde abajo, entonces el sufragio o las instituciones siempre pueden ser desbordadas por el propio proceso. Pero si no existe este tipo de democracias de base, de organización de las iniciativas desde abajo, entonces, tanto los sindicatos como los partidos o el partido han demostrado no ser capaces de desbordar prácticamente nada. La dialéctica no es tanto partido y movimientos –con tendencias a institucionalizarse–, sino organizaciones políticas de base tipo comunas, concejos, asambleas 15 M, y, dentro de ellas, los grupos motores que las animan: comisiones, grupos de trabajo, etc.
No sobra nadie en este ecosistema. También, los partidos y los sindicatos, las iglesias y los colectivos de todo tipo pueden contribuir, como de hecho lo vienen haciendo en los casos citados (internacionales, descolonizaciones, antidictaduras, alter-globalizaciones, foros sociales, indignados, etc.) Pero las formas metodológicas de servir al proceso y de no aprovecharse han de ser cada vez más claras. Porque cuando la gente de base ve las maniobras de unos u otras abandona rápido el proceso. Hemos llamado “democracias de iniciativas” desde el “poderío social” a estas formas que siguen surgiendo, y que vamos aprendiendo generación tras generación. A ver si esta generación de 25 a 40 años, que ha sido la gran protagonista de los movimientos indignados, es capaz (pues es la más numerosa y la mejor formada) de no caer en los errores que cometimos las anteriores generaciones. Esta es una gran oportunidad para todos nosotros que, como personas, pretendemos ser creativos y transformadores.
 
Bibliografía
 
Bensaid, Daniel, “¿La revolución sin el poder?”, 2003. En: < http://www.herramienta.com.ar/debate-sobre-cambiar-el-mundo/la-revolucion-sin-el-poder>
Boron, Atilio, “Poder, ‘contra-poder’ y ‘antipoder’”, 2003. En:
Braidotti, Rosi, Transposiciones. Barcelona: Gedisa, 2006.
De Sousa Santos, Boaventura, Para descolonizar occidente. Buenos Aires: CLACSO-Prometeo, 2010.
De Ugarte, David, El poder de las redes. Barcelona: Planeta, 2007.
Fernández  Buey, Francisco, “¿Cambiar el mundo sin tomar el poder?”. En: Herramienta 22 (marzo de 2003).
Ibañez, Jesús, Por una sociología de la vida cotidiana. Madrid: Siglo XXI, 1994.
Villasante, Tomás R., Desbordes creativos. Madrid: La catarata, 2006.

 


Artículo publicado en El viejo topo 51 (junio 2012), con cuya autorización se publica en Herramienta.
 
 
[1] Editadas en El viejo topo 290 y en Herramienta 49 (ambas en marzo de 2012).
[2] Libro de Michael Hardt y Antonio Negri de 2009.
[3] Libro de John Holloway, Ediciones Herramienta, 2011.
[4] Libro de Holloway de 2002, que va por su cuarta Ediciónes Herramienta.
[5] Para un mayor conocimiento sobre este intercambio, cf. Herramienta 22 y 23, marzo y julio de 2003 respectivamente.
[6] Cf. nota anterior.
[7] Ver Red CIMAS: www.redcimas.org; y artículos al respecto de T. R. Villasante en El Viejo Topo nº de febrero, marzo, abril y mayo de 2011.

 

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