En la década de 1970 comenzaron a manifestarse una serie de cambios profundos en la dinámica global de acumulación de capital y en las formas políticas, culturales y estéticas que se habían erigido en dominantes desde la posguerra (Harvey, 1998). Este proceso de cambios se enmarca en la crisis de los proyectos de desarrollo nacionales de posguerra. Tal crisis condujo a una profunda reestructuración de la sociedad capitalista a escala global, un proceso de profunda re-configuración territorial, económica y política que se ha llamado globalización neoliberal y que posee como aspectos más salientes: los elevados niveles de transnacionalización de las empresas capitalistas, la mundialización de las relaciones capitalistas de producción, la reducción de costos de transporte y comunicaciones y el desarrollo y tecnificación del capital ficticio (financiero), entre otros aspectos relevantes (Harvey, 2007).
Así, la resolución de la crisis en los años ´70 se materializó a través de un desplazamiento espacio-temporal de las contradicciones que le son inherentes. Uno de los aspectos salientes de la reestructuración neoliberal es que dio origen a una nueva forma de inserción subordinada –económica, política y culturalmente– de los espacios nacionales de valorización a la dinámica del capital transnacionalizado. Este desplazamiento condujo a una serie de regiones a insertarse de manera novedosa a los fines de elevar los niveles de competitividad de los espacios de valor de escala nacional en los mercados mundiales, lo que originó cambios cuantitativos y cualitativos en las lógicas de la dependencia económico-política y, por lo tanto, condujo a una novedosa (re)construcción de los territorios nacionales (Harvey, 2004).
América Latina no ha sido la excepción a la regla. Los cambios en la escala global desde mediados de los años ´70 implicaron profundas transformaciones en la escala nacional y local del subcontinente (Padilla Cobos, 1995). El proyecto neoliberal se llevó a cabo en toda su dimensión, impulsado por las grandes empresas transnacionales como actores privilegiados, en concordancia con los organismos multilaterales de crédito y comercio –FMI, Banco Mundial, OMC– y los poderes estatales-nacionales. Desde el golpe militar –direccionado por el Departamento de Estado norteamericano– contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile y la dictadura cívico-militar Argentina, siguiendo por toda una serie de gobiernos elegidos democráticamente en los años ´80 y ´90, la emergencia y consolidación de la globalización neoliberal en la región latinoamericana ha reconfigurado de manera sustancial la inserción de nuestros países a los procesos de acumulación de capital a escala planetaria y, por ello, ha limitado sustancialmente las iniciativas de desarrollo capitalista autónomo que los diversos poderes estatales habían impulsado en décadas previas bajo la tutela del desarrollismo (Svampa, 2008).
Sin embargo, el “éxito” de la globalización neoliberal en América Latina –en tanto que proyecto político de las clases dominantes– no resolvió las contradicciones propias del capital, sino que condujo al mismo tiempo a profundizar las preexistentes y a generar nuevas. Es así que hacia fines de la década de 1990, el neoliberalismo –en tanto modalidad de desarrollo capitalista– entró en una fase de profunda crisis en la mayoría de los territorios nacionales de América Latina. Las crisis de México (1994) y Brasil (1998), y luego la crisis Argentina (2001), dieron cuenta del agotamiento del modelo de desarrollo neoliberal con sus respectivas consecuencias en términos políticos, sociales y económicos.
Esta crisis –producto tanto de las lógicas inherentemente contradictorias del capital bajo su forma neoliberal como de las resistencias de nuevos actores sociales colectivos– abrió una nueva etapa en la modalidad de desarrollo de los países de la región que, no sin cierta ambigüedad, podemos llamar posneoliberal (Thwaites Rey y Castillo, 2008). Más allá de diferencias sustanciales entre países, existe un amplio consenso en cuanto que los proyectos de desarrollo han cambiado significativamente en América Latina a principio de los 2000. Sin embargo, como todo proceso histórico, los nuevos proyectos de desarrollo nacionales en Latinoamérica se construyen sobre las bases creadas por el neoliberalismo. Entre ellas, podemos destacar, por un lado, el carácter transnacional del capital que hegemoniza el proceso de acumulación en la mayoría de los países de la región y, por otro lado, la nueva dependencia asociada a la producción de commodities para la exportación (Svampa, 2011a; Féliz y López, 2010).
En este marco histórico del posneoliberalismo, se ubica el presente trabajo que intenta aportar elementos que ayuden a comprender de qué manera se articulan los proyectos de desarrollo a escala nacional de los países de América Latina con las necesidades de la acumulación global del capital transnacional extractivo-rentista. En este sentido, se analizarán las estrategias del capital transnacional que se ubica en la extracción de minerales, hidrocarburos y agro-alimentos y de qué manera dichas estrategias logran consenso y legitimización a través de los estados nacionales como proyectos de desarrollo nacionales viables.
Más que exponer el resultado de una investigación, buscamos abrir aquí algunos caminos para estudiar los impactos territoriales en diferentes escalas de la nueva inserción de América Latina a la lógica del capital global.
La globalización neoliberal como proyecto político y la teoría de los desarrollos geográficos desiguales
Si bien la globalización neoliberal universalizó una variedad de aspectos de la vida entre diferentes ubicaciones geográficas, los efectos de estos cambios no fueron idénticos entre diferentes territorios nacionales y locales. Más aún, podemos afirmar que en su propio desarrollo el capital a escala global unifica y, al mismo tiempo, fragmenta y diferencia los espacios geográficos.
Dada esta complejidad, creemos que es conveniente presentar algunos aspectos teóricos de lo que se ha dado en llamar la “teoría de los desarrollos geográficos desiguales”.
La construcción de espacios del capital en el proceso de globalización
De acuerdo a Harvey (2004), las soluciones espaciales son, en gran medida, inherentes al capitalismo. Esta característica del capital como relación social dominante, es producto de la propia dinámica de valorización que en ocasiones se ve amenazada, a causa de las contradicciones propias del capital, que conducen –sólo como tendencia– a crisis recurrentes de sobre-acumulación (Marx, 2001). Las soluciones espaciales a estos problemas de valorización, han sido destacadas por los autores clásicos de la economía política y la teoría política marxista a principios del siglo XX[1]. Sin embargo, la importancia que han venido adquiriendo estas soluciones geográficas desde mediados de la década de 1970 es crucial, a causa de que la globalización neoliberal se fundamenta en la mundialización de las relaciones capitalistas, la transnacionalización de las empresas de diversos orígenes, la reducción de costos de transporte y el boom de las comunicaciones, un sistema financiero más sofisticado que permite la movilidad instantánea del capital dinero, entre otras cuestiones (Santos, 1996; Harvey, 2007). Estos elementos permiten pensar en una alteración radical de las escalas y las formas concretas que adopta el proceso de ubicación geográfica de la producción material, de las dimensiones de la lucha política y de los aspectos culturales.
Desde la perspectiva que adoptamos, la globalización neoliberal es una producción geográfica capitalista específica o producción de espacios para el capital[2] (Harvey, 2004). En este proceso histórico, el espacio es una construcción que, en el marco de la expansión del proyecto neoliberal, se sustenta en una estrategia de las clases dominantes residentes en los países centrales y en cooperación con el poder imperial de Estados Unidos para resolver el agotamiento de los modelos de desarrollo nacionales de posguerra (Panitch y Gindin, 2005).
Esta perspectiva, permite superar y problematizar las explicaciones más comunes que naturalizan el espacio y no perciben que la globalización conlleva a una profunda reorganización geográfica del capitalismo, que pone en cuestión las unidades geográficas “naturales” –generalmente asociadas a los Estados Nacionales, pero también a las ciudades o zonas metropolitanas– y las hace menos significativas (Harvey, 2004). Al mismo tiempo que genera una universalización en ciertos aspectos, fragmenta las formas de reproducción de la vida, las formas culturales y políticas.
Estos elementos permiten pensar que la noción de unidad de las escalas global, nacional y local es la que puede rendir mayores frutos para el análisis de la (re)construcción espacial que el capital involucra en la etapa actual[3] (Santos, 1996). En este sentido, la globalización neoliberal ha generado un cambio cualitativo limitado[4] que nos plantea la necesidad de reformular la teoría y la política para dar cuenta de la nueva articulación jerárquicamente organizada de la escala global con las escalas nacional y local. Esta articulación de escalas se sustenta, a su vez, en la acción estratégica –que implica una serie de luchas concretas– de los diversos actores presentes en un territorio. Por ello, en la geografía del capitalismo, se da un proceso permanente de territorialización/des-territorialización y re-territorialización (Harvey, 2004). La combinación de estos elementos da lugar a una lectura sobre la globalización en clave de desarrollos geográficos e históricos desiguales.
El concepto de desarrollos geográficos desiguales: construcción de escalas y de diferencias territoriales
El enfoque de desarrollos geográficos desiguales puede resultar útil para explicar el nuevo carácter de la inserción de los países latinoamericanos en general, y de Argentina en particular, en la dinámica del capital a escala global, como resultado de un proceso permanente de (re)territorialización en dos dimensiones: producción de escala espacial y producción de diferencias geográficas (Harvey, 2004). El primer elemento, se refiere a que no es suficiente reconocer que existen diferentes escalas espaciales en las cuales se organiza y comprende el mundo, sino que debe tenerse en cuenta que las escalas no son inmutables ni completamente naturales. De esta manera, la producción de escala es clave y, por lo tanto, también lo son los intereses de clase que están detrás de ella. Es posible así comprender la producción de escala capitalista en la etapa actual como objeto de lucha política (Smith, 2011). Como afirma Swyngedouw:
Las escalas espaciales nunca se mantienen fijas sino que son redefinidas, impugnadas y reestructuradas en lo referente a su extensión, contenido, importancia relativa e interrelaciones. Por ejemplo, la actual discusión sobre si la escala de la regulación social, laboral, ambiental y monetaria dentro de la Unión Europea debería ser local, nacional o europea indica que las escalas geográficas de regulación son perpetuamente refutadas y transformadas. Está claro que las posiciones relativas del poder social variarán considerablemente dependiendo de quién controle qué y en qué escala (Swyngedouw, 1997: 141).
Las organizaciones –tales como la OMC, FMI, Naciones Unidas– que intentan edificar un “Estado mundial” que regule el comercio, las finanzas o las acciones humanitarias, entre otras cuestiones, al igual que las uniones comerciales y aduaneras, son expresión formal de la construcción de escala en el plano transnacional donde priman los intereses de los actores que tienen capacidad de acción a ese nivel –principalmente, empresas transnacionales–. De esta manera, la construcción de escala asociada al proyecto político de la globalización ha trastocado profundamente las jerarquías previamente existentes entre espacios globales y nacionales, a favor de una subordinación de los segundos a los primeros.
De la primacía de los Estados Nacionales en la conducción de los procesos de acumulación/valorización, se pasó a la primacía de los actores transnacionales. Sin embargo, el poder político y la legitimidad de los proyectos de desarrollo que el capital transnacional impulsa son permeados, alterados o avalados por los Estados Nacionales. Como señala Smith,
aquí el argumento no es para nada que la globalización transformó en obsoletos a los Estados Nacionales; semejante conclusión sería absurda. Pero sí sugiere que cualesquiera sean los caprichos del poder a escala nacional, hoy ya no estamos en un período de ascenso completo del poder nacional (Smith, 2011: 6).
Para el autor, es precisamente a través del desarrollo geográfico desigual como se resuelve en la práctica –en lo concreto– la contradicción abstracta entre universalidad y particularidad. El desarrollo geográfico desigual –impulsado por los actores dominantes– logra establecer espacios discretos y diferenciados unos de otros y, al mismo tiempo, presiona hacia la homogeneización. Por lo tanto, bajo el capitalismo presenciamos un andamiaje de escalas geográficas que, en mayor o menor medida, organiza la diferencia territorial esencial a los fines de la acumulación de capital.
Esto nos lleva a la segunda dimensión –la diferenciación geográfica en cada escala–. En este sentido, Harvey (2004) presenta la idea de un “mosaico geográfico” como una creación, profundizada por el tiempo, de las múltiples actividades humanas. Así, además de la construcción de escala, debemos prestar atención a la diferenciación geográfica que se construye en cada una de las escalas –globales, nacionales y locales– a través de las luchas por imponer diferentes proyectos de desarrollo.
Estos elementos que introduce la teoría de los desarrollos geográficos desiguales, nos permiten pensar la articulación contradictoria entre los proyectos nacionales de desarrollo de América Latina y la dinámica del capital global que subordina a la región a cumplir un cierto rol, asociado principalmente a la producción para el mercado mundial de bienes primarios y commodities. Para avanzar en este punto, es necesario hacer más concreto el análisis de desarrollos geográficos desiguales ubicando cuáles son los principales actores, qué acciones llevan a cabo para construir escala y diferenciación geográfica y qué tipo de modelos de desarrollo se configuran a partir de estas acciones.
Los desarrollos geográficos desiguales recientes en América Latina: del neoliberalismo al extractivismo neodesarrollista
En los primeros años de este siglo la geografía latinoamericana aparece marcada por la emergencia y consolidación de al menos tres tipos de proyectos nacionales de desarrollo. El primero de ellos, es aquel que mantiene una continuidad más clara con las políticas propuestas por el ideario neoliberal, entre las cuales se destacan las relaciones comerciales, financieras y políticas con Estados Unidos. En este grupo podemos ubicar a México, Chile, Perú, Colombia y gran parte de los países de América Central. El segundo grupo de países –que incluye principalmente a Argentina, Brasil y Uruguay– es el que ha adoptado una retórica nacional-popular dirigida contra el capital financiero internacional y algunos sectores oligárquicos, diferenciándose en cierta forma del neoliberalismo de los 90’. Estos proyectos nacionales pueden clasificarse como neodesarrollistas. Por último, encontramos los países con proyectos transicionales, tales como Bolivia, Ecuador y Venezuela. En los mismos, la retórica anti-neoliberal y anti-imperialista se profundiza y, al mismo tiempo, se plantea una visión propositiva y potencialmente anti-sistémica.
Sin embargo, los tres proyectos, más allá de sus importantes diferencias, acuerdan con los lineamientos del “nuevo consenso internacional”[5] que asigna a América Latina el rol de exportador de recursos naturales. Esta inserción internacional reedita y actualiza el rol que históricamente ocupó la región en el orden geopolítico mundial (Marini, 2007).
Esta manera que tienen los países de la región de insertarse en el mundo obedece a una nueva división territorial y global del trabajo, basada en la apropiación predatoria de los recursos naturales no renovables, que genera profundas diferencias económicas, políticas y ambientales entre los países del norte y del sur (Svampa, 2011a). La apropiación de estos recursos fue parte de un proceso de reconversión económica iniciado en la década de 1990 que impuso a los países periféricos la necesidad imperiosa de mejorar la posición competitiva del capital global (Ceceña, 1996). Un presupuesto de esta tendencia es la inclusión en la lógica capitalista[6] de aspectos de la vida social que no se encontraban estrictamente bajo su dominio: la mercantilización de los espacios comunes y la penetración del capital en espacios de producción antes controlados por el Estado –petróleo, agua potable, electricidad, gas, etcétera– o enmarcados en relaciones mercantiles no capitalistas –tierras destinadas a la producción agrícola comunitaria–. Esto fue parte del nuevo impulso de la “acumulación originaria” y la nueva “política de cercamientos” de espacios comunales (Galafassi, 2009; De Angelis, 2001). Desde mediados de la década del noventa –y sobre todo en la primera década del siglo XXI– esta tendencia a la “acumulación por desposesión” (Harvey, 2003), se vio fortalecida por el crecimiento acelerado de los precios de alimentos y commodities –de acuerdo al Ministerio de Economía y Finanzas de Argentina, entre noviembre de 2001 y noviembre de 2011 el índice promedio de commodities se incrementó un 248%–. Por su parte, la competitividad exigía también la rearticulación de las relaciones laborales en la periferia a los fines de conformar una nueva fuerza de trabajo adaptada –objetiva y subjetivamente– a los requisitos de las ramas de exportación (Arceo, 2011).
Estos nuevos desarrollos geográficos sitúan a los Estados latinoamericanos ante la necesidad de reconfigurar los modelos de desarrollo, para lograr una articulación exitosa con la nueva dinámica global. En este sentido, los proyectos nacionales de desarrollo que impulsan los poderes estatales en los países de la región contemplan como necesaria la explotación de las ventajas comparativas que nuestras economías poseen. En particular, los gobiernos progresistas de América Latina, en el contexto posneoliberal, reconocen al Estado como promotor del crecimiento económico y el desarrollo social a través de la industrialización sustitutiva de importaciones en sintonía con los postulados del desarrollismo clásico de los ´50 y ´60 (Svampa, 2008). Este ideario desarrollista asume, sin embargo, los cambios que la globalización capitalista provocó en nuestra región. Principalmente, en lo que se refiere a la nueva inserción comercial[7] y al importante papel de las empresas transnacionales en la conducción del proceso productivo.
De tal forma, el proceso de globalización que permitió un nuevo impulso de desarrollos geográficos desiguales nos lleva a preguntarnos sobre cuáles son los actores principales en la construcción de nuevas territorialidades en la región y qué estrategias emplean para ello. Una primera aproximación nos permite identificar a las empresas transnacionales como actor dominante del proceso de producción de escala y de diferenciación geográfica. Según nos muestra Arceo (2009), la caída de la tasa de ganancia en los setenta, condujo a las grandes empresas a des-localizar hacia la periferia sus actividades más trabajo-intensivas y, de esta manera, reducir los costos laborales. Esto significó la constitución de un entramado de empresas transnacionales, que controlan la producción y circulación de bienes a escala global, con capacidad competitiva superior a las que presentaban los capitales previamente instalados en los países periféricos. En los años de auge del neoliberalismo, las empresas de origen estadounidense eran las que conducían este proceso mientras que en el escenario posneoliberal, las empresas asiáticas, brasileñas, rusas, entre otras, comienzan a establecerse con posiciones competitivas en América Latina.
Esta dinámica puede constatarse a través del incremento de la Inversión Extranjera Directa (IED) en los países de la región. Como muestra la figura 1, la IED en la región se incrementó un 172% entre 2002 y 2010 en América Latina, lo cual permite verificar niveles que superaron en la primera década del siglo XXI a los de la década neoliberal en un 66%. Por su parte, la figura expresa que dicha evolución de la IED en América Latina es similar a la que presentaron las economías del Este y Sur de Asia –aunque con diferencias en los montos absolutos–.
Figura 1: Inversión Extranjera Directa para las economías periféricas (1990-2010). Millones de dólares corrientes 1990-2010.
Fuente: elaboración propia en base a datos de CEI.
Al interior de la región, los países con mayores niveles de incidencia del capital transnacional fueron –como muestra el cuadro 1 para el período 2001-2010– Brasil, México, Chile, Perú, Colombia y Argentina. A excepción de Venezuela, Bolivia y México el resto de las economías mostró un incremento significativo de ingresos de capitales –en promedio 217%–.
Cuadro 1: Inversión Extranjera Directa en los países de América Latina (2001 y 2010). Millones de dólares corrientes.
Fuente: elaboración propia en base a datos de CEI.
Esta producción de escala global por parte de las empresas transnacionales se encuentra directamente asociada a las nuevas características de inserción de la región en el comercio mundial. Así, los flujos de capital que ingresan en los países de América Latina en busca de costos de producción reducidos se sitúan, a su vez, en la explotación de recursos naturales. Como muestran los datos de Naciones Unidas, son precisamente estos sectores o ramas de producción en las que la Inversión Extranjera Directa se instala mayoritariamente en América Latina en la última década (UNCTAD, 2011). De acuerdo a la CEPAL:
Los flujos de inversión se han concentrado en recursos naturales y manufacturas, con un 39% y un 37% del total, respectivamente, mientras que los servicios recibieron el 24% de la IED. En los recursos naturales, se destacan los sectores de petróleo y gas (un 22% del total de IED) y la extracción de la minería metálica (14%). En la manufactura, los sectores más dinámicos fueron el de los alimentos (9%), la metalurgia (9%), los productos químicos (7%) y los derivados del petróleo (3%) (CEPAL, 2010: 35).
Al mismo tiempo, la orientación del capital que ingresa a la región para explotación de las actividades primarias, extractivas y de manufacturas agropecuarias, es principalmente exportadora. Esto es, la realización del valor generado en la región se logra a través de los mercados internacionales y no en los espacios de valor nacional. De esta manera, como señala Arceo (2011), la evolución del comercio de materias primas, alimentos, energéticos e hidrocarburos, se ha desplazado desde el centro a la periferia y, en particular, a la región latinoamericana. Así, el flujo de comercio de la periferia hacia el centro se incrementó un 188% entre 1994 y 2004. Este aumento en el flujo comercial se explica –sobre todo– por los incrementos de las exportaciones desde la periferia hacia el centro y hacia la misma periferia, tal como se presenta en el cuadro 2.
Cuadro 2: Variación porcentual de las exportaciones por rubro y origen
Fuente: elaboración propia en base a datos de Arceo (2011).
El cuadro muestra con claridad que los aumentos de exportaciones desde los países periféricos se concentran sobre todo en las ramas extractivas, primarias y agroindustriales –en particular, la exportación de minerales presenta los mayores aumentos–.
Esta tendencia a la exportación de commodities y bienes de escaso valor agregado desde países periféricos, se refleja en los datos de comercio de América Latina (ver cuadro 3):
Cuadro 3: Saldo comercial promedio 2002-2010 países seleccionados de América Latina. Millones de dólares
Fuente: elaboración propia en base a datos de COMTRADE – Naciones Unidas.
NOTA: el componente “Otros commodities” incluye principalmente los datos de comercio de oro en bruto, sin incluir lingotes.
Para los países de la región que presentan un superávit global en la balanza comercial en el período 2002-2010, el mismo es en todos los casos producto del éxito en la exportación de alimentos, bebidas y tabaco, minerales, hidrocarburos y otros commodities, aun cuando poseen un déficit significativo en los rubros manufactureros –con excepción de Brasil, Chile y Perú–.
El ingreso de capital transnacional en las economías de la región –y la consolidación del proceso de transnacionalización de empresas de origen latinoamericano–, y su relación con la exportaciones de materias primas, alimentos y minerales, puede verse como parte de la estrategia global de una variedad de grandes empresas que visualizan en los países de América Latina la posibilidad de ampliar sus márgenes de rentabilidad a través de la explotación de las riquezas naturales existentes.
Lo dicho nos permite afirmar que el proceso de transnacionalización de las economías de América Latina se relaciona de manera directa con la re-primarización de las mismas. Este punto es destacado incluso por la CEPAL, que afirma:
En América del Sur, la composición de las inversiones muestra que los sectores con mayor recepción de IED fueron los recursos naturales y los servicios, con un 43% y un 30% de participación, respectivamente (…). En comparación con el período 2005-2009, en 2010 hay un mayor peso de los recursos naturales, lo que muestra una tendencia a la primarización de la IED (CEPAL, 2010: 41).
El mismo artículo destaca que la principal estrategia mediante la cual las empresas transnacionales se instalan en la región es a través de las fusiones y adquisiciones de empresas que ya operaban en América Latina. Para el año 2010 aproximadamente el 65% del monto total de IED no estaba formado por nuevos emprendimientos, sino que ingresaban con el objetivo de comprar empresas que ya operaban en diferentes países de la región[8].
Además de la estrategia de compras y adquisiciones que adoptó el capital transnacional en el año 2010, se suman una serie de empresas, que vienen operando en América Latina en gran escala y dedicadas, principalmente, a las ramas productivas ya señaladas. Entre ellas, podemos mencionar a las siguientes: Barrick Gold, Yamana Gold y Meridian Gold –entre las grandes empresas que realizan emprendimientos de minería a cielo abierto–; Dreyfus, Cargill, Nidera, Bunge, Pecom-Agra, Vincentín y AGD –entre las exportadores de cereales–; Danone, Kraft, Arcor –entre las productoras de alimentos–; Monsanto, Nidera –entre los que producen paquetes biotecnológicos para la producción de granos y oleaginosas–. Estos son algunos de los ejemplos más salientes de empresas que tienen una estrategia integral para subordinar las lógicas de producción nacionales de Latinoamérica a la necesidad de la acumulación global del capital (Teubal, 2006; Giarracca, 2007).
Dado el marco conceptual planteado en el apartado previo, queda por definir la relación existente entre esta producción de escala global por parte de las empresas transnacionales y aquellos proyectos nacionales de desarrollo que en la etapa posneoliberal recuperan un ideario desarrollista aggiornado a las dinámica globales del nuevo siglo. La respuesta mayoritaria de los gobiernos de América Latina frente a la estrategia de los capitales transnacionales es, como hemos mencionado, el reconocimiento de su actividad en la región. Las diferencias entre los signos políticos de los distintos gobiernos –que señalamos anteriormente–, llevan a que este reconocimiento a la participación del capital transnacional en la explotación de bienes naturales se de con permisos totales para la explotación de estos recursos –principalmente, es la política del eje de países con mayores continuidades neoliberales– o bien mediante la apropiación pequeña y parcial del excedente producido en algunas actividades, pero otorgando buenas y estables condiciones contractuales para la explotación de estos bienes –los casos de Brasil y Argentina son paradigmáticos en este sentido–[9].
A estos últimos proyectos políticos de desarrollo –que sin duda poseen legitimidad en los diferentes países– podemos llamarlos neo extractivismo o extractivismo neodesarrollista (Gudynas, 2009; Svampa, 2011b). Esto es, un patrón de acumulación basado en la sobre-explotación de bienes naturales y de expansión hacia territorios antes improductivos, en el que se incluyen tanto las actividades extractivas clásicas –explotación minera y de hidrocarburos– como las prácticas que representan un extractivismo agrícola, basadas en monocultivos de exportación –agro-negocios y biocombustibles–. En este esquema basado centralmente en la apropiación de la Naturaleza, el entramado productivo de los distintos países permanece escasamente diversificado y sumamente dependiente de la inserción internacional como proveedores de materias primas. Por lo tanto, si bien el poder del Estado Nacional tiene un rol más activo durante esta etapa, por lo que logra una mayor legitimación mediante la redistribución de una parte de los excedentes generados por las actividades extractivas, no resuelve los impactos sociales, ambientales y productivos negativos que éstas generan.
La capacidad hegemónica de estos proyectos se encuentra, sobre todo, en la posibilidad que otorgan estas formas de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2005) en la etapa actual del capitalismo global para unificar a la clase dominante. Esto es resultado de la elevada tasa de ganancias que el extractivismo exportador permite al conjunto del capital que opera en los ámbitos nacionales de Nuestra América y no sólo para las fracciones extractivo-rentistas (Féliz y López, 2010). Al mismo tiempo, el éxito del patrón de reproducción social neodesarrollista requirió de una superación dialéctica –cambio y continuidad a la vez– del esquema de represión y exclusión exacerbada de las clases subalternas, inherentes al modelo neoliberal. En buena medida, los modelos neodesarrollistas extractivistas fueron exitosos –en términos capitalistas– gracias a que las nuevas fuerzas políticas que ocuparon el poder estatal en los distintos países lograron canalizar las demandas y luchas acumuladas por las clases subalternas en los años noventa a través de una retórica anti-neoliberal.
Frente a esta nueva dinámica del capital transnacional y de la inserción de los proyectos nacionales de desarrollo dominantes en la región, una serie de nuevas luchas populares, emergen para enfrentar la lógica extractiva. Como muestran los trabajos de Svampa (2011b) y Seoane, Taddei y Algranati (2006), estas luchas contra la lógica extractivista vienen tomando relevancia en los últimos años en América Latina. Su carácter es aún fragmentario y más centrado en el ámbito local. Sin embargo, se presentan instancias de articulación a escala nacional y continental que, aunque todavía incipientes, permiten pensar en la construcción de alternativas posibles con potencial contra-hegemónico.
El desafío que nos queda para posteriores trabajos es profundizar en el análisis de las luchas a escala local y, al mismo tiempo, pensar en cuáles son las posibilidades de articulación de las mismas con proyectos de desarrollo de escala nacional y continental, que posibiliten la construcción de una alternativa popular al extractivismo neodesarrollista.
Reflexiones finales
En este trabajo, intentamos problematizar los aspectos territoriales que enmarcan y condicionan los proyectos nacionales de desarrollo de los países de América Latina. La lectura en la clave de desarrollos geográficos desiguales, nos ha permitido pensar en la articulación conflictiva de escalas, en la subordinación –parcial– de los estados nacionales a la dinámica del capital transnacional centrado en la producción de commodities para la exportación, entre otros puntos.
Este escenario, que presenta a las empresas transnacionales como actor hegemónico, no está libre de contradicciones. En este sentido, es la misma fragmentación territorial y política que provoca la transnacionalización del capital en América Latina, la que abre espacios para nuevas expresiones de resistencias populares. Esta situación coloca a las clases subalternas ante el desafío de crear instancias sólidas de articulación en los planos nacional y continental, que combinen aspectos materiales y simbólicos de la lucha política, para construir un proyecto alternativo al desarrollismo extractivista.
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UNCTAD, World invesment report 2011. Non-equity of international production and development. United Nations: Nueva York, 2011.
[1] Véase por ejemplo la interpretación de Lenin (2002) sobre el imperialismo como forma político-económica de resolver la sobre-acumulación o la posición de Luxemburgo (1970) acerca de la necesidad del capital de exportar capital hacia regiones “no capitalistas” para valorizarse.
[2] Nuestro marco general de análisis reconoce que la construcción de espacio es inherente a la actividad humana. Por tanto, en el marco de una expansión de la relación capital, la construcción de espacio es eminentemente capitalista. Sin embargo, en diferentes períodos históricos existirán especificidades en la forma que adopte la construcción de espacio capitalista. El pasaje de las ciudades-estado medievales a los modernos estados-nación fue, sin duda, una construcción de espacio capitalista concreta diferente a la que presenciamos desde la década de 1970 (Smith, 2011).
[3] Con “etapa actual” nos estamos refiriendo a un período que comienza a mediados de la década de 1970, pues si bien varias de las lógicas de desarrollo asociadas al proyecto neoliberal han entrado en crisis desde fines del siglo XX, al menos en las periferias del mundo, cuestiones tales como la transnacionalización del capital, el rol central de las finanzas y un nuevo carácter de inserción subordinada de ciertos Estados nacionales y regiones a otros han permanecido invariantes a través de la crisis del neoliberalismo como proyecto de las clases dominantes.
[4] Lo “limitado” del cambio radica en que las re-configuraciones que comenzaron en la década de 1970 no implicaron el abandono de las lógicas propias de la sociedad capitalista ni su conversión en una sociedad poscapitalista, posindustrial, etc., como sugieren los autores posmodernos.
[5] La revista Crisis (2011) ha llamado a este consenso, basado en el actual esquema de negocios, el Consenso de los Commodities, que posee tanto el apoyo de los gobiernos de la región como del resto de la clase política. Pese al enfrentamiento retórico que se libra entre oficialismos y oposiciones a través de los medios de comunicación, ninguno de los actores pone en cuestión los pilares del actual esquema de negocios.
[6] Con lógica capitalista nos referimos a la dinámica por la cual la reproducción social se encuentra orientada por la apropiación de un producto excedente del trabajo ajeno no retribuido. (Marx, 2000).
[7] El cambio sustancial que podemos notar en la inserción comercial de los países de la región es que además de la comercialización de materias primas agropecuarias y otras propias de las economías de enclave –minerales, en ciertos países–, se han convertido en rentables las colocaciones en el mercado internacional de bienes agroindustriales, minerales y combustibles.
[8] Para dar algunos ejemplos, sobre esta estrategia del capital transnacional en ese año, encontramos que en minería Investor Group (Corea del Sur) adquirió el capital accionario de empresas en Perú por 600 millones de dólares, mientras que la empresa SK Networks Co Ltd. (Corea del Sur) invirtió para adquirir capitales brasileños por 698 millones. Por su parte, Sumitomo Corp. (Japón) adquirió capitales mineros por 1.930 millones en Brasil, mientras que Mitsubishi Corp. (Japón) y Barrick Gold Co. (Canadá) invirtieron en Chile 924 millones y 474 millones, respectivamente. En lo que atañe a petróleo y gas, Sinopec Group (China) en Brasil y CNOOC Ltd. (China) en Argentina compraron paquetes accionarios en sendos países por 7.111 millones y 3.100 millones, respectivamente. Por último, en la agroindustria los casos más paradigmáticos del año 2010 son los de Bunge Ltd. (EEUU) –por 2.359 millones– y Shree Renuka Sugars Ltd. (India) –239 millones–, ambos en Brasil.
[9] Una tercera alternativa, sin duda la más avanzada en la región, es aquella que impulsa la apropiación estatal del total de la renta y la producción y, en ocasiones, con posibilidades de fomentar el control popular sobre las empresas estatales. Este parece ser el caso de Bolivia y, sobre todo, del petróleo en Venezuela. Si bien no niegan una cierta lógica extractiva, las posibilidades de redistribución de renta hacia las clases populares y cierta construcción de poder contra-hegemónico impulsado desde el Estado, diferencia estas experiencias de las otras mencionadas.