28/03/2024

Crisis de rentabilidad.de larga duración y desajuste entre potencia militar y potencia económica. Lo que subyace en la política guerrerista de los Estados Unidos

Por Callinicos Alex , ,

 

La guerra en Irak refleja sin ninguna duda el hecho que el capitalismo mundial atravieza una inestabilidad económica y política a la vez seria y creciente. La misma tiene dos dimensiones esenciales. En primer lugar, la economía capitalista global  no logró salir de la "larga fase descendente" que comenzó con la primer crisis importante de posguerra, en los años 1973-1974. El boom americano de los años 1990 reveló no ser más que un falso despertar. La especulación financiera cada vez más frenética permitió que el crecimiento de las inversiones y de la producción continuase después de que la crisis de ganancias a largo término se confirmase desde 1997.

Ahora se enfrenta con un mercado bursátil deprimido, pero también con una sobreinversión y sobrecapacidades gigantescas.[1] Los tres centros más importantes del capitalismo mundial (los Estados Unidos, Japón y la zona Euro) enfrentan serias dificultades, cuyas raíces deben buscarse en la crisis de la rentabilidad a largo plazo. Los mercados esperan que una victoria anglo-americana rápida en Irak conducirá a una recuperación económica igualmente rápida: como siempre, subestiman los problemas subyacentes, y en particular la serie de desequilibrios financieros gigantescos que sufre el capitalismo norteamericano. En segundo lugar, en el periodo que nos separa del fin de la Guerra Fría se vió que la clase dirigente norteamericana hizo de todo para mantener su hegemonía sobre los otros estados capitalistas occidentales y extenderla al conjunto del mundo. La tendencia guerrerista de la administración Bush apenas es la etapa más reciente de este proceso. La derecha republicana aprovechó la ocasión ofrecida por el 11 de Septiembre de 2001 para utilizar el enorme liderazgo militar norteamericano sobre todos los restantes estados para afirmar un estado global de fuerzas que perpetúe la hegemonía del capitalismo norteamericano (y también para aumentar su control sobre las reservas de petróleo en Oriente Medio). Aunque refleje una gran confianza en el poderío militar norteamericano, esta estrategia conlleva la percepción de una debilidad a más largo plazo frente a potenciales "competidores", entre los cuales China parece ocupar el primer lugar. La guerra en Irak muestra los peligros de esta política: divisiones entre los estados imperialistas, una masiva oposición en sus poblaciones y posiblemente también el renacimiento de luchas antiimperialistas serias en el mismo mundo árabe.[2]

El término parasitario es incorrecto

Pienso que es equivocado describir la relación entre los Estados Unidos y el resto del mundo como "parasitario". Es verdad que al gigantesco déficit de la balanza de pago norteamericana y la dependencia que de ello se deriva con respecto al capital importado, en particular de Asia Oriental, difieren radicalmente de la posición que aprovechó el imperialismo norteamericano entre 1914 y 1960, o incluso de la del imperialismo británico a lo largo de todo el siglo XIX.. Pero describir  su situación actual como "parasitaria" es subestimar los reales elementos de potencia productiva de los que disponen las empresas norteamericanas en sectores como los de las tecnologías de la información. Más en general, en mi opinión, la teoría leninista del imperialismo deja de ser útil si pasa a significar que las ganancias de los países imperialistas vienen esencialmente de la explotación del trabajo colonial o excolonial (o incluso de las clases obreras más débiles), proposición que en el mejor de los casos tiene una validez histórica parcial y no puede, con toda seguridad, explicar la concentración de la inversión multinacional en los países de la OCDE actualmente.[3]

Se comprende mejor al imperialismo recurriendo al esquema formulado por Bujarin: un mundo unificado económicamente por el capital, pero dominado por un puñado de potencias capitalistas que están lanzadas a una competición simultáneamente geopolítica y económica. Desde esta perspectiva, una característica que introduce una diferenciación esencial luego de la Segunda Guerra Mundial es la disociación de la competencia militar y la competencia económica en el bloque capitalista occidental. El combate conducido por los Estados Unidos a nivel geopólitico e ideológico contra los estados estalinistas hizo que las rivalidades económicas crecientes entre los estados capitalistas occidentales dominantes no se tradujesen en el terreno de la competencia militar. La clase dominante norteamericana luchó para preservar este estado de cosas luego de finalizar la Guerra Fría. Se puede apreciar el éxito de su empresa en la disparidad entre su situación económica (que en relación a la parte en la producción global, y a los niveles y tasas de crecimiento de la productividad, es comparable a los de la Unión Europea) y su supremacía actual en el terreno militar. Como ya he dicho, la reacción de la administración Bush frente a esta disparidad es la de explotar al máximo su ventaja comparativa en el terreno militar, pero se debe tener presente esto al plantearse la cuestión de las rivalidades  interimperialistas.

Para apreciar a que escala se plantea el desafío asumido por la administración  Bush, se debe considerar el hecho de que su insistencia en atacar a Irak, así como los métodos ineptos con los que en particular Gran Bretaña intentó sobrepasar el obstáculo del Consejo de Seguridad provocaron lo que inicialmente pueden parecer los esbozos de otra coalición dirigida por Francia, Alemania y Rusia. Es evidente que hay conflictos económicos en juego, lo muestran los conflictos entre Estados Unidos y la Unión Europea en el marco de la Organización Mundial del Comercio, pero las fuerzas motrices de la polarización actual parecen ser más bien políticas, reflejando una compartida resistencia a la tendencia unilateralista de la política norteamericana (proceso que ya se había iniciado bajo Clinton). Las otras potencias capitalistas dominantes no quieren un mundo en el que los Estados Unidos podría dictar las condiciones en las que ellos podrían cooperar o competir.

¿Vuelven las rivalidades interimperialistas clásicas?

Por parte de los gobiernos que rivalizan con los Estados Unidos, se encuentra una mezcla de motivaciones: el oportunismo electoral (que es en particular el caso de la conflictiva coalición Rosa-Verde en Alemania, aunque por supuesto el oportunismo tampoco está muy lejos de los cálculos de Chirac); el viejo proyecto gaullista de construir una Europa dirigida por Francia que podría ser un contrapeso geopolítico a los Estados Unidos; la amargura de Rusia ante la pérdida de su imperio. Es difícil decir si se forma una verdadera coalición anti Estados Unidos. Todo depende de la manera en que se desarrolle la guerra en Irak para Estados Unidos y Gran Bretaña. Un Washington triunfante resolverá más fácilmente y aplacará a quienes lo critican. Pero si las fuerzas anglo-norteamericanas se empantanan en una larga guerrilla, entonces los gobiernos rivales encontraran razones para mantener su distancia.

A largo plazo ¿las rivalidades interimperialistas clásicas se desarrollarán con una lógica militar y económica? Esto es más fácil de predecir con respecto a China (que actualmente está en peligro de ser rodeada por las bases militares norteamericanas, repartidas en toda el Asia Central, y que han vuelto a Filipinas). Rusia está demasiado debilitada económicamente para prever algo más que política oportunista de maniobras para sacar alguna ventaja, como hace Putin hasta ahora (aunque ha sorprendido a los expertos por la dureza de sus críticas con respecto a la guerra en Irak). Para que la Unión Europea se transforme en una potencia militar seria, sería preciso superar divisiones internas que por el contrario se han hecho aún más intensas a causa de la crisis iraquí (la "Vieja Europa" opuesta a la "Nueva Europa"), y adoptar un programa de armamento masivo que chocaría con las restricciones fiscales impuestas por el pacto de crecimiento y estabilidad (Tratado de Ámsterdam), provocando una crisis política y social mayor, porque esto supondría que el estado de providencia se debilitase aún más para financiar los mayores gastos de defensa, lo que provocaría una reacción hostil de los Estados Unidos. Estos obstáculos pueden ser superados, pero son muy importantes como para indicar que el surgimiento de la Unión Europea como rival imperialista de los Estados Unidos implicaría un proceso simultáneamente muy largo y muy complicado. Y por supuesto es muy importante para los marxistas revolucionarios rechazar la idea (que importantes figuras del movimiento anticapitalista han alimentado) según la cual un imperialismo europea podría representar una alternativa humana y democrática frente a los Estados Unidos.

La guerra plantea un desafío al movimiento antimundialización

No existe una relación simple entre el nivel de lucha de clases económica, la amplitud del movimiento antiguerra y la política adoptada por los gobiernos ante la guerra. Si se considera a los grandes países europeos en los que el movimiento antiguerra fue más importante, en Gran Bretaña el nivel de lucha de clase económica sigue siendo todavía muy bajo; pero tanto Italia como España han conocido huelgas muy importantes el año pasado. En estos tres casos, por supuesto, los gobiernos son proguerra. En los dos países antiguerra más importantes, existe evidentemente una lucha de clases económica mucho más importante que en Gran Bretaña, pero el movimiento antiguerra es mucho más potente en Alemania que en Francia. No hay duda que la política de Chirac es muy popular en Francia, pero con toda seguridad no está dictada desde abajo, por la presión de las masas. Muchos elementos juegan para explicar cómo evolucionan la movilización y la política gubernamental en los diferentes países. Es seguro que la existencia de un bloque de gobiernos pro americanos, de derecha (el eje Aznar, Berlusconi, Blair) tuvo un efecto de polarización en los países en cuestión ayudando a estimular la resistencia de las masas luego de Génova (aunque los gobiernos que se posicionaron contra la guerra también siguieron por supuesto políticas neoliberales, como nos lo recuerda la actual lucha en Francia entorno a las jubilaciones).

El movimiento contra la mundialización capitalista jugó un importante rol en la construcción del movimiento antiguerra. Las redes militantes que permitieron el éxito de las manifestaciones en julio de 2001 se abocaron a la organización de las primeras manifestaciones contra la guerra de Afganistán en Italia y en Gran Bretaña, en el otoño del mismo año, antes de jugar un rol importante en la gran manifestación de Barcelona en marzo del 2002. También se aseguraron de que la guerra fuese el tema principal del Forum Social Europeo de Florencia en noviembre del 2002, actuaron para que se lanzase una convocatoria para un día internacional de protestas contra la guerra, el 15 de febrero de 2003 (convocatoria que se hizo mundial luego de ser retomada por el Forum Social Mundial de enero, una vez más gracias a iniciativas provenientes de alguna de las redes europeas implicadas en el proceso del Foro Social Europeo).

Al mismo tiempo, sin embargo, la guerra plantea un desafío al movimiento antimundialización. ATTAC, en Francia, resistió con mucha fuerza la evolución que acabo de señalar: peleó para que los problemas de la mundialización neoliberal y los de la guerra siguiesen separados. Este enfoque economicista puede ayudar a explicar porque el movimiento antiguerra fue básicamente más débil en Francia que en el resto de Europa. Traduce la incapacidad de comprender que tomar la cuestión de la guerra no sólo conduce a la radicalización del movimiento y al creciente reconocimiento de que el capitalismo es también imperialismo y que las multinacionales y la máquina de guerra están ligadas orgánicamente, sino que también permite un crecimiento considerable tanto de la extensión geográfica del movimiento como de su tamaño en cada país.[4] El rol jugado por el movimiento antimundialización en la lucha contra la guerra depende pues de una manera determinante de la orientación de las fuerzas políticas que actúan en su seno. La discusión a propósito de la guerra es parte de un proceso mayor de diferenciación política entre las fuerzas reformistas y las fuerzas más radicales que actúan, lo que es muy visible en las redes anticapitalistas europeas. Puesto que la actual carnicería se inscribe en una serie de guerras imperialistas, es vital que los marxistas revolucionarios combatan para que el movimiento contra la mundialización capitalista continúe desarrollándose también como movimiento contra la guerra y contra el imperialismo.


Publicado en las revistas Carré rouge Nº 25 y  A l’encontre N° 12 mayo de 2003. Traducción de Aldo Romero.

[1] Se encuentra un buen análisis de este proceso, aunque algo débil teóricamente, en R. Brenner, The boom and the bubble, Londres 2002 y en "Towards the precipce", London  Review of books, 6 de Febrero de 2003.

[2] Un análisis más detallado en A. Callinicos "The great strategy of the American Empire", International Socialism, 97, 2002.

[3] A. Callinicos, "Marxism and imperialism today", International Socialism, 50 1991, y C. Hartman, "Where is capitalism going?", ibid, 60 1993.

[4] Ver igualmente A. Callinicos, "War under attack", Socialist Review, Abril 2003.

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