23/11/2024
MTD Almirante Brown
El presente trabajo se ocupa de la construcción política territorial que llevan adelante los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD), entendida como expresión del desarrollo del poder popular. El trabajo forma parte de una investigación más amplia llevada adelante por el Colectivo “Aníbal Verón”, integrado por profesionales, estudiantes y miembros del MTD Almirante Brown. [1]
¿Qué es el MTD?
El MTD se define como una organización “popular, de hombres y mujeres” [2] , trabajadores y desocupados, que han formado un “movimiento” (y no un partido o un sindicato) para empezar a “resolver entre todos los problemas de todos” [3] .
Esta organización se plantea autónoma “de los partidos políticos, los sindicatos y la Iglesia” [4] , pero tiene como criterio básico la coordinación con los otros sectores del campo popular [5] .
A través de diversas medidas de lucha -cortes de rutas, movilizaciones, bloqueo de los accesos a la ciudad de Buenos Aires-, se han conseguido “planes de empleo con los cuales llevamos adelante emprendimientos productivos (panadería, huerta, carpintería) y comunitarios (roperos, copa de leche, biblioteca popular. Nos organizamos en Asambleas donde todos pueden participar, proponer y resolver: no tenemos jefes ni dirigentes” [6] .
Los MTD de diez distritos del conurbano -Almirante Brown, Lanús, Solano, Florencio Varela, Esteban Echeverría, Quilmes, Presidente Perón, Lugano, J. C. Paz y Berisso-, y las CTD de La Plata, Quilmes y Lanús, integran la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) “Aníbal Verón”, una instancia de articulación que organiza la lucha de los movimientos de desocupados que la constituyen.
“La Coordinadora está conformada por compañeros de cada Movimiento que se reúnen todas las semanas para discutir los problemas de cada distrito y de la Coordinadora en su conjunto. Las propuestas de la Coordinadora se discuten luego en las asambleas barriales, donde todos los compañeros de cada barrio resuelven y elaboran nuevas propuestas” [7] .
El hecho que los diferentes MTD hayan surgido independientemente unos de otros, y no como ramificaciones o seccionales de una central única [8] , les da un carácter heterogéneo: los MTD se caracterizan por su diversidad, y por las particularidades de cada barrio o localidad.
Desde los MTD Brown, Solano y Lanús se sostiene una práctica singular, que da cuenta de una manera peculiar de encarar la dinámica cotidiana, y que se caracteriza por la horizontalidad en la estructura organizativa, la autogestión en las unidades de trabajo, el desarrollo del trabajo en un ámbito territorial y la producción de nuevos valores y nuevas formas de sociabilidad (solidaridad, compañerismo, discusión colectiva), que plantean una alternativa a la ruina social generada por el capitalismo.
Todas estas cuestiones, sin embargo, no tienen un valor meramente teórico: se manifiestan en la práctica de todos los días, y tienen su correlato en la experiencia, la conciencia y las vivencias de la gente de los barrios.
La construcción territorial
En el MTD, el diseño, ejecución y evaluación de las actividades del movimiento no corren por cuenta de una estructura de “militantes políticos” de alguna organización que vengan a ayudar, organizar o dirigir a los vecinos hacia la Revolución, sino por cuenta de los mismos vecinos del barrio, que comparten problemáticas, sueños y una identidad local. De este modo, las transformaciones operadas en y por la organización, se traducen en cambios experimentados por los vecinos y por la propia comunidad.
En A un año del primer piquete [9] , el MTD de Almirante Brown sitúa el criterio de “territorialidad” como eje fundamental de la construcción piquetera. Se trata de “rescatar una cultura del trabajo”, pero teniendo en cuenta que “el lugar de organización no son los lugares tradicionales de trabajo, ya que éste escasea, además de ser temporario. Por eso, el lugar de organización es el territorio: los barrios que habitamos, que demás está decir, son precarios, repletos de carencias”.
Sin embargo, la construcción se expresa también en los cortes de ruta, ya que en éstos se implementa un “control propio del territorio”, a cargo de los piqueteros y las familias que integran el Movimiento. Así, en los piquetes se llevan a cabo ollas populares, se realizan actividades temáticas y de formación popular, se disponen unidades de primeros auxilios, etcétera. En suma, se traslada, por así decir, el barrio a la ruta. Es la construcción diaria, entonces, la que se materializa en el momento del piquete, que expresa un caso particular, y no la totalidad de la lucha.
La coordinación zonal y local del MTD con otros sectores populares afectados por las políticas hambreadoras del gobierno, da cuenta asimismo de esta práctica territorial: marchas y movilizaciones conjuntas en defensa de la educación pública, la salud para todos, y el trabajo genuino, son los ejemplos más notorios de esta articulación. Además debemos tener en cuenta que los médicos, los docentes y los piqueteros comparten un conjunto de problemáticas problemáticas, ligadas a la desigual distribución territorial de los recursos y la gestiones políticas: enfermedades específicas causadas por determinado medio ambiente; una tradición barrial y local de lucha, o la ausencia de ella; beneficios extraordinarios para la comunidad en función del valor de la tierra o la cercanía a determinadas centros, o carencias de todo tipo por tratarse de barriadas olvidadas, etcétera.
Como consecuencia, entonces, de una articulación en la búsqueda de estrategias para resolver colectivamente las dificultades colectivas, se comienza a formar un poder local y popular que, por un lado, plantea una alternativa política concreta para abordar las problemáticas del barrio y, por otro, hace más contundente y eficaz la reasignación de recursos desde la administración gubernamental.
De modo que el concepto de “territorialidad” se sitúa en un complejo conjunto de otros criterios que le dan contexto y significación, y a partir de los cuales puede distinguirse una construcción que, lejos de limitarse a una “inserción territorial” de la organización (vale decir, el desarrollo de actividades a cargo de la organización dentro de la comunidad), toma a ésta como ejecutor a la vez que destinatario de su acción, y la sitúa como protagonista en la definición de los problemas que le atañen, en la búsqueda de soluciones al respecto, y en la evaluación de la estrategias empleadas.
El poder popular
En El Taller de Recreo y Expresión y su articulación con el MTD [10] , M. E. Giménez, citando el trabajo de la revista Acontecimiento ya mencionado, afirma que “el MTD define el poder popular a partir de un conjunto de criterios que comprenden: la construcción territorial” (es decir, la organización se asienta en el territorio, en el barrio, “crece y se desarrolla con un sentido de ‘masas’”); que “en base a esto se estructura un movimiento que asentado en los barrios, busca mejorar las ‘condiciones de vida’, buscando responder por las distintas reivindicaciones (salud, educación, vivienda, servicios, problemas de la mujer, de los jóvenes, de los niños), ya sea generando iniciativas propias, o luchando por la exigencia del cumplimiento por parte del Estado”; que así se genera “la articulación con otros sectores sociales y desde un movimiento con una reivindicación, se plantean objetivos y reivindicaciones que incorporan a todos los sectores populares”; y que es “mediante organizaciones independientes “del Estado y sus instituciones”, “como autoafirmación de los trabajadores, como proyecto propio”; y a través de mecanismos de democracia directa, donde “la instancia máxima de las decisiones son las asambleas”, “y las tareas a realizar no comportan jerarquías internas” que se construye el poder popular: un poder popular que se define como “local, coordinado, autónomo, y horizontal” [11] .
En el mismo trabajo, Giménez reseña además otras experiencias de poder popular, desarrolladas en Nepal, Nicaragua y Colombia [12] , y consigna “que esta reseña no agota la lista de experiencias de poder popular, y que en nuestro país se están implementando iniciativas de este tipo en Salta (por ejemplo, la práctica de la UTD-Unión de Trabajadores Desocupados, su Oficina Técnica, y la Coordinadora Departamental de Mosconi), en Jujuy (Departamento de San Pedro), etcétera”. Todas estas experiencias se caracterizan por el protagonismo de las masas, por la construcción de una alternativa cotidiana a la gestión central de políticos y funcionarios (fracasada estruendosamente, por otro lado). Sin embargo, tanto las experiencias de Nepal, Nicaragua y Colombia, así como otras (Cuba, Argelia, Libia, Angola, El Salvador) se despliegan bajo el signo de la lucha armada, lo que marca una diferencia fundamental con la propuesta de la UTD [13] , y sobre todo del MTD.
El MTD y la construcción del poder popular
Un espíritu nacionalista se sentiría tentado de ver en esta diferencia la marca de una creación “genuinamente argentina” de poder popular: un poder popular desarrollado en tiempos de paz –una suerte de “vía pacífica” al poder popular. Nosotros nos inclinamos por otra hipótesis.
En Acerca de las olas de izquierda en América Latina, dos exégetas de James Petras desarrollan una visión que concibe tres oleadas de la lucha popular, de las cuales “la tercera (desde los ’90 a la actualidad) está compuesta de movimientos sociopolíticos, de los cuales la mayoría de sus militantes son de origen obrero o campesino, su liderazgo se ejerce de manera democrática, mantiene profundos vínculos con su base social, es contrario a los modelos verticales de dirección y se niegan a ser ‘correas de transmisión’ o parte de los engranajes de los partidos parlamentarios”.
Añadamos a este planteo el hecho que estas experiencias no se implementan ya en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, sino bajo su versión corregida y mejorada, la Doctrina del Conflicto de Baja Intensidad (CBI), que “contempla la estrategia de presentar al Estado como ‘ajeno’ de la acción de grupos ‘parapoliciales’, o en el caso de las fuerzas de seguridad, tomando distancia, señalando ‘posibles excesos’” [14] . Por supuesto, esta estrategia no excluye la posibilidad de muertos, aprietes, amenazas, inteligencia, etcétera, como bien lo demuestran los sucesos del 20 de diciembre del año pasado, la masacre de Avellaneda, o las batallas de Tartagal y General Mosconi, entre otros: se trata sin duda de una guerra social, al amparo de los mercados, pero donde las organizaciones guerilleras no cumplen ya un papel central, y tampoco la estrategia de toma del poder del Estado. De modo que la acción de los sectores populares no puede ya insistir en los modos anteriores de intervención para llevar adelante sus objetivos ¡máxime cuando sus objetivos ya no son los mismos!
Lejos de representar, entonces, la “vía argentina al socialismo”, la experiencia del MTD (es nuestra hipótesis) representa un caso particular en un panorama más amplio que incluye un conjunto de luchas e intentos, la mayoría de ellos ocultados y silenciados por los medios de comunicación y la comunidad académica, que tienen en común planteos, prácticas y métodos organizativos.
Y, sobre todo, con una actitud, si se quiere, “foucaultiana” hacia el poder, que puede resumirse en la frase “el poder no se toma: se construye”. Esta construcción se vincula en el MTD “con la idea de cambio social, definido a partir de la referencia a una transformación cualitativa de la organización social, que implica la autogestión de las problemáticas y soluciones por parte de la comunidad misma, a través de mecanismos de democracia directa, participación activa y unidad en la acción por parte de todos los involucrados. Los compañeros del MTD afirman que ese cambio social se va dando paulatinamente y que hay que construirlo, y que en los lugares donde trabaja el MTD y otras organizaciones populares ya se está produciendo, al menos en germen: por así decir, que ‘el futuro ya llegó’, o bien que no hay que esperar a mañana para ver la revolución, que ya se está haciendo ahora, todos los días. Por ejemplo: ‘El MTD de Solano expresa una modalidad de intervención muy potente: produce lazo social en un contexto profundamente deteriorado, allí donde el neoliberalismo logró destruir capas solidarias y entramados comunitarios. Su eficacia consiste en asumir los problemas de barrios sumamente agredidos, desde una perspectiva radicalmente nueva, saliendo de toda posición de víctimas, superando toda actitud de espera y poniendo en el centro las capacidades y las potencias de los vecinos’. ‘El MTD se propone así, en el seno mismo de la comunidad, como una fuente de contrapoder, de producción de nuevos valores, de respuestas a problemas de la existencia y de promoción de prácticas de solidaridad’, ‘modalidades específicas de relación con el Estado, formas horizontales de trabajo y toma de decisiones, vínculos e intercambios de nuevo tipo con otras experiencias, etcétera’. ‘Así, la identidad misma de Trabajador Desocupado deja de designar una carencia para dar lugar a un proceso de autoafirmación’. De modo que ‘el MTD es una propuesta, un proyecto, que toma como eje el tema del trabajo –en este caso la desocupación-, pero que es mucho más amplio. Es una construcción que tiene que ver con la dignidad, con luchar por la salud, la educación’ [15] . El poder popular aparece entonces bajo un aspecto de promoción de mejoras en las condiciones de vida de la comunidad, a través de organizaciones democráticas, que intentan producir nuevas formas de relación y subjetividad, en un contexto territorial específico: ahí reside parte de su singularidad, en relación a otras experiencias de poder popular” [16] .
De modo que, en palabras de los compañeros:
“El cambio social es ahora. Estamos siendo parte del cambio, pero es un proceso muy largo. El agua, el gas y la luz tienen que ser nuestros. Mientras tanto construimos, y repudiamos al FMI y, mostramos una alternativa. Para cambiarlo hay que hacerlo desde abajo. Pero caminamos, no corremos, porque vamos lejos”.
[1] El lector interesado puede encontrar más información sobre la investigación en el sitio web de Indymedia: indymedia.argentina.org
[2] MTD Almirante Brown, “A un año del primer piquete”, en revista Acontecimiento Nº 22, Noviembre de 2001, La Escuela Porteña, Buenos Aires.
[3] Volante de propaganda, MTD Barrio Don Orione, enero de 2000.
[4] Movimiento de Trabajadores Desocupados, En la ruta, Nº 2. Julio de 2001.
[5] Ibíd.
[6] En el camino, Nº 1, Julio de 2002, periódico mural del MTD Almirante Brown.
[7] Ibíd.
[8] Como parece proponer Luis Oviedo en Una historia del movimiento piquetero, Rumbos, Buenos Aires, 2002; y entender Nuevo Proyecto Histórico, en Masa y Poder XV: crónica autónoma del 1º de mayo en Argentina, 2002, Buenos Aires, al hablar de “seccionales” del MTD. Por el contrario, si bien en Varela y en Solano nacen ya como MTD, el resto de los MTD provienen de organizaciones que ya venían funcionando en los barrios, aunque con otras características, y se integran a la coordinación con los MTD después de haber participado con ellos en medidas de lucha reivindicativa y haber logrado alguna pequeña victoria. Así, el MTD de Almirante Brown surge en Claypole de la “Asamblea de Desocupados del Barrio Don Orione”, y en Glew a partir de los “Vecinos Autoconvocados”, dando lugar al MTD Don Orione y el MTD Glew, fusionándose luego ambas estructuras según un criterio político-territorial, e integrando dos nuevos barrios (MTD Cerrito y MTD 2 de Abril).
[9] Op. cit.
[10] Giménez, M. E.; “El Taller de Recreo y Expresión y su articulación con el MTD”, en Primer Congreso Nacional de Políticas Sociales, AAPS-UNQUI, Quilmes, 2002.
[11] En el boletín En la Ruta, Nº 2, se resume: “Una nueva forma de construir: Creemos que para construir el poder del pueblo, éste debe ser organizado y protagonizado por el pueblo mismo (...) (los MTD de Zona Sur) ”venimos compartiendo criterios de construcción en común (...): una actitud clara frente a la cuestión electoral; no participar ni depositar expectativa en una instancia sobre la que no tenemos control (...); reivindicamos la horizontalidad y la participación de todos en las decisiones; la autonomía ante los partidos o cualquier tipo de organización externa; (y) el Cambio Social como única solución”.
[12] “En Nepal, el poder popular surge como consecuencia de la huida de la mayoría de los funcionarios locales de las aldeas a consecuencia de la guerra de guerrillas llevada adelante por el ejército popular (maoísta). En estas zonas, los campesinos formaron “comités de 3-en-1”, integrados por un miembro del ejército popular, un miembro del partido y un miembro de las organizaciones de masas, para coordinar las tareas. Los comités provisionales “hacen trabajo estratégico y táctico, y tienen varios departamentos como construcción, salud, cultural, vigilancia, judicial, económico, etcétera”. Los comités también intentan resolver “las disputas cotidianas en el seno del pueblo”, a través de los tribunales populares: “la mayoría son disputas de tierras, además de préstamos y pagarés falsos (...), y también juzgan a hombres que golpean a la esposa. (...) Los comités de 3-en-1 consultan con distintos sectores del pueblo para resolver las disputas, juzgar a los acusados de delitos y fijar el castigo adecuado. “El poder popular y el frente único ejercen muchas funciones administrativas y económicas en la comunidad, (como un) Fondo Cooperativo administrado por el comité local, (además de organizar) consultas médicas y distribución de medicina a los enfermos; los paramédicos hacen chequeos. Realizamos campañas de higiene y educación sobre los servicios de salud, (y) campañas de educación sexual (...) El poder popular está desarrollando algunas formas de producción colectiva. Se ocupan las tierras tomadas de los usureros para siembras colectivas del ejército popular y el partido, y se distribuyen a los campesinos. Asimismo, hay construcción colectiva de casas para familias necesitadas”.
En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) también llevó a cabo experiencias de poder popular. Francis Pisani, un periodista que cubrió el tramo final de la guerra contra Somoza, relata que organismos como los Comités de Defensa Civil, las Asambleas, las Unidades de Trabajo, etc., se encargaban de la resolución de las problemáticas básicas de la comunidad (alimentos, sanidad, seguridad, etc.) mediante “un esquema de organización que pretende que todos participemos. Es la única manera de evitar el parasitismo social. Agrupando las capacidades de cada uno y haciendo un recuento de todos los materiales, de todos los almacenes y de todas las máquinas que hemos podido encontrar [se llevaron adelante actividades de] construcción de establos y cercados; cría de ganado para la venta, (...) huerta; recuperación de (...) semillas, abonos y aperos, confección de un censo rural; creación de un taller de costura, de una brigada que repare las cañerías, de un taller de reparación de coches; elaboración de la materia prima para fabricar jabón; formación de una brigada sanitaria, de un equipo de planificación y control de las recuperaciones de víveres (...), etc.” Estos organismos constituían “un embrión de poder popular. Sin embargo, el poder popular ha de ser capaz de medir su propio desarrollo”. Es de destacar que fueron las carencias extremas provocadas por la guerra las que hicieron necesaria esta forma de organización: en una situación signada por la escasez de víveres, los saqueos y una represión sangrienta, aparecen el trueque, las Asambleas y otras estrategias colectivas para resolver las problemáticas más acuciantes de la comunidad: “toda la población del barrio y de la ciudad ha de participar en las tareas que se presenten (ya que) lo poco que hemos conseguido se debe a la colaboración de muchos”.
Por último, también en Colombia se han generado experiencias de poder popular. Por iniciativa del Movimiento 19 de Abril (M-19) en el llamado Congreso de Los Robles, a mediados de los ’80 se comenzaron a organizar “Campamentos de La Paz” en diversas ciudades colombianas: “El que se llamaba Salvador dijo: ’Bueno, ahora sí a ser gobierno, y lo que hace un gobierno democrático es trabajar por el bienestar de todos, así que la orden para los milicianos, los viejos y los nuevos, es ir a las casas de abajo, que son las más inundadas’. Se fueron para allá con la nube de curiosos y encontraron a las familias que no daban abasto con cacharros sacando el agua. Hombres y mujeres se arremangaron los pantalones: primero reforzaron una pared que se quería venir abajo y después se pusieron a sacar agua. Al principio la otra gente sólo miraba pero después algunos se animaron y dieron una mano. Se instalaron en el barrio en febrero del ‘85 y la gente se acostumbró a verlos, a visitarlos; al principio por curiosidad luego por necesidad; su campamento se había convertido en el corazón del barrio. Cocinaban en ollas grandes de las que comía todo el que aportara en víveres o en trabajo. Pusieron un botiquín de primeros auxilios. Tenían horas fijas de lectura y podía asistir cualquiera. Montaron una guardería. También hicieron turnos para la vigilancia de las calles. Iban a donde había robo y pelea y ponían orden. Organizaban fiestas, partidos de fútbol, campeonatos de ajedrez. Todo esto sucedía en Villa Gloria de Bogotá, o tal vez era en Jerusalén, Ciudad Bolívar, La Victoria, o quizá fuera en las afueras de Medellín, o en uno de esos para los que no alcanzaron los nombres y sólo se llaman Barrio Popular Uno y Barrio Popular Dos. Más de sesenta campamentos se regaron por el país, juntando algunos miles de milicianos. Buscaron las organizaciones naturales de los barrios. Buscaron a los jefes de las pandillas: ‘Háganse milicianos, muchachos’. También la gaminería fue a parar allá: llegaron en manada, harapientos y mocosos, y tuvieron derechos y obligaciones. El mejor gamín fue el comandante. Comandante gamín, comandante cura, comandante señora, proliferaron de tal manera que el alcalde de Manizales dio la orden de no reconocer el calificativo de comandante a nadie salvo al jefe de la policía, el ejército y los bomberos. La consigna de ser gobierno resultaba clara y hasta obvia para los habitantes de los tugurios. Ser gobierno, en los barrios, significaba poder popular. Nada ilegal, nada contra la Constitución: a quién se le hubiera ocurrido decir que no se podía izar la bandera patria o vivir pobremente, que trotar en un potrero era violar la ley, que Bolívar era subversivo. Y sin embargo, agotándole los nervios al gobierno y a los militares ahí estaban los símbolos, calando en las conciencias, aglutinando masivamente a la gente, generando organización popular, creando focos de poder paralelo por todos lados”.
[13] Es cierto que en la ciudad de General Mosconi, y en Salta en general, se han dado episodios de enfrentamiento entre los piqueteros y las fuerzas de seguridad que han dejado como saldo heridos y muertos. Sin embargo, debemos tener en cuenta su carácter episódico, la ausencia de armas de guerra entre la población, y sobre todo el hecho de que se trató siempre de una represión ejercida desde el gobierno contra los trabajadores, y nunca de una acción bélica o guerrillera llevada adelante por estos.
[14] Balance del viernes 25, cacerolazo nacional. La militarización de los accesos en el sur de la Capital Federal y los métodos represivos que se vienen. Pimienta negra, página web.
[15] Colectivo Situaciones, MTD Solano.
[16] Giménez, M. E. ; op. cit.