El 17 de septiembre de 2011, en la onda de un llamamiento lanzado a finales de julio en la página Adbusters –una página que indica su voluntad “de cambiar la forma en que se difunde la información, sobre la que ejercen su poder las empresas y la forma en que las ideas se producen en nuestra sociedad”–, los primeros “activistas” daban el pistoletazo de salida al movimiento Occupy Wall Street (OWS) en Nueva York.
La policía de Nueva York no les dejó plantar sus tiendas en medio del centro mundial de las finanzas. Lo hicieron en el Zucotti Park, situado bastante cerca del “Ground Zero”, en Lower Manhattan. La plaza ha sido rebautizada como “Liberty Square”, en referencia a Tahrir Square, en El Cairo.
Desde entonces, el movimiento se ha extendido a un gran número de ciudades a través de los Estados Unidos, a más de setenta y cinco hasta el 6 de octubre. Y en esta progresión de adhesiones, desde el comienzo de este mes, el apoyo de varias secciones de diferentes sindicatos y de diversas organizaciones de barrio (community groups) añadía una dimensión inusitada a este movimiento social.
Reagrupa a diversas fracciones de la sociedad: desde las personas cuya casa ha sido embargada (pues no podían pagar intereses hipotecarios usurarios), pasando por los y las estudiantes endeudados hasta el cuello y que deben renunciar a la prosecución de sus estudios, hasta parados y múltiples marginados de una sociedad golpeada por la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. El movimiento tiende a ampliarse a sectores de asalariados del sector público e incluso del privado. Una tendencia que debe aún confirmarse.
Dos consignas traducen el perfil del movimiento. La primera: “Somos el 99%”, implica que el 1% de la población manda y saca el mayor beneficio de este sistema. Esta relación entre el 99% y el 1% simboliza también la bipolarización fuertemente acentuada del reparto de la riqueza social producida en los Estados Unidos. La segunda: “Los bancos han sido reflotados. Nosotros hemos sido vendidos”. Dicho de otra forma, a su manera, es puesta en cuestión la política del gobierno y de los “dueños de Wall Street” –la fracción del capital financiero– que ejercen sobre las decisiones de la administración Obama una influencia determinante.
The New York Times, del 8 de octubre de 2011, consagraba un artículo suplementario al OWS. Este artículo estaba centrado en el papel de las redes sociales, en su organización, lo que permitía borrar su contenido social. Sin embargo, Jennifer Preston se vio obligada a dar cuenta de los debates en curso que se estaban generando a nivel nacional. La polémica que se comenzó a extender por los Estados Unidos se centra en dos aspectos: el primero, la cuestión del empleo, “de la avaricia de las empresas y de los recortes presupuestarios”; el otro, los problemas “más cercanos” a los que se enfrentan las poblaciones de diferentes ciudades.
Las brutales reacciones de la policía son también subrayadas. La policía de Nueva York no ha dudado en arrestar a 700 manifestantes, el 1 de octubre de 2011, cuando no bloqueaban, efectivamente, el puente de Brooklyn, contrariamente a lo que han afirmado los medios a escala internacional.
OWS no cae del cielo
Este movimiento y su dinámica no caen del cielo, en un país en el que más de 46 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza. Las últimas estadísticas sobre el empleo, la pobreza y una crisis de la que, de hecho, la economía capitalista estadounidense no ha salido jamás desde 2008 lo indican. La tasa de paro –sin contar los tiempos parciales impuestos con los salarios de miseria que les acompañan y las personas “desmoralizadas” que por tanto no buscan ya un empleo y están excluidas de las estadísticas– se sitúa en un 9,1%. En septiembre de 2011, la distribución del paro era la siguiente: 14 millones de parados y paradas registrados; 9,6 millones de “tiempos parciales involuntarios”, dicho de otra forma, los que buscan un empleo a tiempo completo y no lo encuentran; 2,6 millones “que están marginalmente en el mercado de trabajo”, en el sentido de que no buscan activamente (en el momento de la encuesta) un empleo. Es decir, un total de 25,8 millones. En cuanto al número de parados y paradas que lo son desde hace más de seis meses, está casi al nivel pico alcanzado en la primavera de 2010, o sea, el 44,6% en septiembre de 2011 (contra 45,6% en abril de 2010).
Sin embargo, la creación de empleos está a la baja en el curso de los cinco últimos meses de 2011. El paro va por tanto a subir en los meses que vienen, no solo bajo el efecto de la ralentización económica, sino porque el crecimiento de la población activa es superior a la creación de empleos.
A esto se añaden, ya, las reducciones permanentes de empleos en el sector público, particularmente a escala de las municipalidades y de los estados fuertemente endeudados. Unos 34.000 empleos públicos han sido suprimidos tan solo durante el mes de septiembre de 2011. La enseñanza secundaria ha sido el principal objetivo de las reducciones de efectivos: docentes, bibliotecarios, empleados administrativos, etc.
Heidi Shierholz, del Economic Policy Institute, efectúa la suma de la disminución de las y los asalariados de la enseñanza secundaria desde 2008 (es decir, 278.000) y el aumento del número de docentes que habría exigido el aumento del número de jóvenes que deberían ser escolarizados: 48.000. Dicho de otra forma, el foso “contable” entre la necesidad de docentes y el efectivo presente puede estimarse en 326.00 en lo que se refiere al sector público de la educación.
Sin embargo, entre 2008 y 2010, el número de niños que viven en la pobreza ha crecido en, al menos, 2,3 millones. Ellos son precisamente los jóvenes que tendrían la necesidad de un encuadramiento escolar más sólido y con más medios. Uno más de los numerosos compromisos que la Administración de Obama no ha respetado.
Solo estos hechos explican, seguro, el compromiso de los docentes, de sus sindicatos o de la Coalition for Public Education con los diversos movimientos OWS en las ciudades.
Esto, tanto más cuanto que la revuelta social en Madison (Wisconsin) contra la política brutal de austeridad del gobernador Scott Walker, ha marcado las conciencias de un sector de la población, por sus objetivos, sus modalidades de acción y la convergencia social que concretaba. En Madison, la acción y las iniciativas de los docentes han sido determinantes.
Encuentros que cambian
Algunos reportajes sobre las diversas manifestaciones permiten captar una parte del estado de espíritu de sus participantes. Así, el 5 de octubre, en Nueva York, un asalariado de FedEx (la firma transnacional de logística) que se manifestaba con su uniforme de trabajo, confiaba a un periodista: “Intentan siempre echarnos más trabajo a la espalda. Efectuamos 40 entregas, quieren 50. Si hacemos 50, querrán 60”. No hay sindicato en su empresa. Le confía al reportero: “Jamás he participado en una manifestación, es la primera vez para mí”. A su lado se encontraban algunos miles de estudiantes de la New York University, de la Columbia University y de la New School.
Tomando la palabra, en esta ocasión, Bob Master, del Communications Workers of America (uno de los dos sindicatos de asalariados y asalariadas de los medios de comunicación), declaró: “Miren a su alrededor. La democracia se parece a esto. Occupy Wall Street capta el espíritu de nuestro tiempo. Aquí, es Madison. Aquí, es El Cairo. Aquí, es Túnez. Occupy Wall Street ha iniciado un movimiento del que formamos parte en todo el mundo”.
Más allá del énfasis retórico, Master señala un rasgo de este movimiento que algunos querían, a sus comienzos, reducir a una expresión mimética por parte de algunos “indignados” que seguían la moda. En efecto, como movimientos sociales que hunden sus raíces en una sociedad conmocionada, OWS se ha convertido –de forma embrionaria– en el punto de encuentro y de reconocimiento mutuos de personas marcadas por un aislamiento social acentuado en esta fase del capitalismo. En el clima ambiente, ha imantado a organizaciones sociales más tradicionales, más de una vez sorprendidas.
A partir de ahí, para quienes han hecho estos últimos años la experiencia de las enormes dificultades para realizar luchas de resistencia social coronadas de éxito, siquiera parciales; este movimiento tiende a despejar el horizonte o, al menos, a revelar recursos que yacen en la llamada sociedad civil.
Danny Lucia, en la publicación de la ISO (International Socialist Organization), señala que los participantes en la marcha del 5 de octubre en Nueva York –a diferencia de las manifestaciones tradicionales organizadas por los sindicatos– se mezclaban, discutían sobre su propia situación, no desfilaban en “su” cortejo sindical. Y, al acabar la marcha, no se dispersaban inmediatamente para volver a su casa. Debatían entre ellos, escuchaban la intervención del cineasta Michael Moore o examinaban los libros donados a la “biblioteca de la libertad”.
Hay, sin embargo, que subrayar la importante participación, ese día, de las enfermeras y cuidadores, miembros del National Nurses United. En efecto, los ataques contra el sector de la salud pública están a la altura de los que se producen contra la educación. Lo que explica esta participación organizada.
Los rasgos de un programa social perturbador
La diferencia entre el movimiento llamado “Global Justice” de finales de los años 1990 –que se centraba en temas ligados a la puesta en cuestión de las políticas de la OMC (Organización Mundial del Comercio) así como del FMI y del Banco Mundial– y el OWS remite a la diferencia de la situación económica. La desolación social no tiene comparación. Además, el ataque del 11 de septiembre de 2001 había ofrecido, en bandeja, un arma a la administración Bush: forjar una unidad nacional y un alineamiento de los sindicatos que tenía contornos propios de los del período de la guerra fría.
De donde, en el contexto actual, se refuerza la exigencia para OWS a fin de aumentar su audiencia y su capacidad para estimular la emergencia de un nuevo bloque social, de “ocupar conjuntamente”, como sugieren, en sus acciones y en sus propuestas, los sindicalistas activos de combate. El movimiento –si se examinan sus diferentes expresiones en decenas de ciudades– puede tender a hacer converger reivindicaciones sobre la creación de empleos y contra los recortes en el sector público, con los temas que estructuran la declaración inicial que afirma que “la verdadera democracia no puede ser alcanzada cuando el proceso (democrático) está sometido al poder económico”.
En la lista de las constataciones efectuadas el 20 de septiembre de 2011 por la asamblea de Nueva York se encuentran, de hecho, los elementos de un programa social de envergadura: “han tomado nuestras casas por medio de embargos ilegales, aunque sin estar en posesión del préstamo hipotecario inicial” (mecanismos propios de las
subprimes[2]); han reflotado los bancos de forma completamente impune sacando de las rentas arrancadas a los contribuyentes, cuando los dirigentes se conceden bonus exorbitantes”; “han profundizado la desigualdad y la discriminación en los lugares de trabajo, sobre la base de la edad, del color de la piel, del sexo o de la orientación sexual”; “han intentado sin cesar quitar a los y las asalariadas el derecho de negociar por un mejor salario o condiciones de trabajo más seguras”; “han tomado como rehenes a decenas de miles de estudiantes por medio de deudas de decenas de miles de dólares para pagar sus estudios, estudios que constituyen un derecho de la persona humana”; “sistemáticamente han subcontratado el trabajo y utilizado esta subcontratación como palanca para reducir el salario y la cobertura social de la salud”.
La lista continúa, abordando tanto cuestiones referidas a la crisis ecológica como las que se refieren a la política de los medios dominantes, las de las firmas farmacéuticas o a la utilización de la fuerza de trabajo de los emigrantes. En un artículo reproducido por Socialist Project (6 de octubre de 2011), Pham Binh cuenta las declaraciones de un participante en una de las manifestaciones: “Mark Purcell ha viajado desde el centro de Pensilvania para participar en la OWS y afirma que quiere integrarse en toda ocupación que se organice en Filadelfia. Mark cuenta que comprendió que el sistema estaba completamente podrido cuando trabajó en un depósito de mercancías en Allentown (Pensilvania) como obrero eventual. Afirmaba que las empresas se aprovechaban de los emigrantes sin papeles en la medida en que no disponían de ningún derecho en el plano legal o de ninguna protección. En el momento en que se quejó de sus condiciones de trabajo, la empresa para la que trabajaba le indicó que tenía que dirigirse a la agencia de trabajo temporal y ésta lo despidió. Estaba furioso de que esas empresas subcontraten el trabajo a esas agencias y utilicen esto para esquivar sus responsabilidades en lo que concierne a las condiciones de trabajo”.
“Ocupar conjuntamente”
Las informaciones sobre el movimiento OWS se multiplican. Algunos aspectos merecen, sin embargo, ser puestos de relieve en la medida en que podrían indicar los elementos de un proceso social nuevo.
Así, en Nueva York, Jenny Brown y Mischa Gaus informaban en el boletín Labor Notes del 6 de octubre de 2011:
En Nueva York (el 5 de octubre), las banderas, las pancartas, las gorras y las camisetas indicaban la presencia de trabajadores de trenes y autobuses, del metro y de los empleados de la administración universitaria; músicos, empleados y empleadas de los grandes almacenes, docentes y asalariados del sector de la salud. Pero una mayoría de los manifestantes parecían no ser miembros de ningún sindicato.
Sin embargo, fue la ocasión, para los militantes sindicalistas, de recordar que ciertas consignas –muy justas como: “Han reflotado los bancos; nos han vendido”– hacían eco a luchas obreras, como la realizada contra el cierre de la empresa Republic Windows and Doors, en 2008 en Chicago; o también la de los asalariados y asalariadas del sector de la telefonía fija de la imponente firma Verizon.
Estos combates y sus fracasos pueden alimentar numerosas reflexiones e inscribir las acciones –diversas y creativas– del OWS en una historia política y social. Pasado y presente se entrelazan para dibujar, quizá, el futuro.
A partir de ahí, el apoyo del Local 100 del New York Transport Workers es de una gran importancia, a la luz del impacto de la huelga realizada en 2005. Marvin Holland, responsable de la actividad en los barrios de este sindicato, que representa en Nueva York a 38.000 chóferes de autobús y de tren, declara: “Apoyamos Occupy Wall Street porque estamos de acuerdo al 99% con lo que sus participantes dicen. Tienen el 100% de razón en que los bancos están en el origen del problema. Tenemos miembros del TWU (Transport Union Workers), Local 100, presentes aquí desde el primer día”. En el fondo surge una idea de fuerza: “Ocupemos conjuntamente.
El presidente del TWU, Local 100, John Samuelson, en una entrevista dada a una cadena de televisión explica:
Hay un clima de desesperanza, creo, entre los trabajadores y las familias de trabajadores en este país; lo que la gente del gobierno no ha comprendido. Hay muchos millonarios en el Congreso que no tienen ninguna idea de lo que significa alimentar a un niño o pagar una matrícula o los intereses de un préstamo hipotecario. Hay mucha gente en el gobierno que ya no tiene contacto con el mundo real. Estas protestas han puesto a la luz la disparidad de la riqueza en los Estados Unidos tal como se ha desarrollado durante los últimos decenios. Pienso que una de las grandes ventajas ligadas al hecho de que el movimiento obrero organizado entre en este combate puede residir en su capacidad de articular este mensaje… en nombre de las familias de asalariados, estén o no sindicados sus miembros.
Se puede esperar en la medida en que la presencia sindical no busque borrar el aspecto plural del movimiento.
Esta presencia de los activistas, de los militantes sindicales y de la izquierda política organizada se encuentra en las principales ciudades, en grados diversos. Así, en Los Ángeles, donde la ocupación se ha organizado ante el edificio municipal, miembros del SEIU (Service Employees International Union), Local 1021, se han sumado muy rápidamente al OWS. Este sindicato es uno de los pocos que se refuerzan en los Estados Unidos.
Frente a la crisis financiera y a los embargos de casas, la consigna de “Hacer pagar a los bancos” se ha convertido en un punto de convergencia. El 6 de octubre se produjo la unión con la Alliance of Californians for Community Empowerment (ACCE), que expresa una real actividad a nivel barrial para la defensa de la vivienda, de la salud o de la educación. Este tipo de lazos se manifiesta en numerosas ciudades. Lo que suscita discusiones sobre las modalidades de organización del movimiento a fin de asegurar la presencia, en asambleas, de asalariados y asalariadas que tienen un empleo y una organización de su vida cotidiana que difiere de una fracción activa y militante del OWS.
La emergencia de este movimiento puede dejar entrever un desplazamiento, incluso aún muy limitado, de las líneas del plano político. Dicho de otra forma, la bipolarización Tea Party movement
[3] de un lado y, del otro, gobierno Obama –con su cortejo de decepciones– podría verse turbada. Lo que aumentaría las posibilidades para una intervención social y política que se apoyaría en un actor que no estaría preso de este dilema sesgado.
Pero no vayamos demasiado rápido. La capacidad de control y de canalización del Partido Demócrata, en particular a escala local, sigue siendo fuerte. Las declaraciones iniciales de Obama son un signo de ello.
[2] Tipo de crédito del sistema financiero de los EE.UU., por lo general hipotecario, que se concede a personas o entidades poco solventes. Por esta razón, la tasa de interés y de comisiones bancarias es superior a la de las otras modalidades crediticias dirigidas a usuarios solventes. Si bien el Sistema de Reserva Federal pone límites a los bancos para la concesión de este tipo de créditos, estos últimos pueden excederse a través de la intervención de otras entidades intermediarias que adquieren el derecho de cobro de los intereses, a cambio de pagar a las entidades financieras primarias –los bancos– un interés menor.
[3] Movimiento o partido del té es un movimiento político estadounidense bastante heterogéneo, pero de una marcada posición de derecha. El mismo nació a comienzos de 2009 como respuesta a la Ley de Estabilización Económica de Urgencia de 2008 y otro paquete de medidas, como la suba de impuestos, el rescate bancario y el gasto público interno y externo; como así también, reaccionó contra los bonos pagados a los ejecutivos de AIG tras la quiebra del sistema financiero.