“¿Cómo? Acaso no habían nacionalizado?”
Reacción de un representante de una comunidad quechua en Cochabamba ante la explicación que daba el dirigente de la Federación campesina departamental acerca de la intención del gobierno boliviano de aumentar el impuesto al consumidor sobre la gasolina en Navidad del 2010, con el fin de duplicar el monto que se paga a las multinacionales petroleras por cada barril que extraen en el país.
La popularidad internacional de Evo Morales creció con su denuncia al capitalismo mundial, exponiendo la crisis mundial catastrófica a la cual el modelo industrialista nos condena. Siendo uno de los cuatro gobiernos que denunciaron los acuerdos sobre cambio climático de Copenhague, en diciembre de 2010 fue el único que no avaló el último acuerdo en Cancún, impidiendo que se convierta en una resolución de consenso. Después de Copenhague, el gobierno boliviano convocó conjuntamente con las principales organizaciones campesinas a un Encuentro mundial en abril de 2010 para denunciar esos acuerdos y formular una alternativa desde un concepto civilizatorio basado en la conciencia indígena de respeto a la Tierra. De allí salió la Declaración de Tiquipaya que entre otros puntos hace el siguiente señalamiento:
El agro-negocio a través de su modelo social, económico y cultural de producción capitalista globalizada y su lógica de producción de alimentos para el mercado y no para cumplir con el derecho a la alimentación, es una de las causas principales del cambio climático. Sus herramientas tecnológicas, comerciales y políticas no hacen más que profundizar la crisis climática e incrementar el hambre en el planeta… Al mismo tiempo denunciamos como este modelo capitalista impone megaproyectos de infraestructura, invade territorios con proyectos extractivistas, privatiza y mercantiliza el agua y militariza los territorios expulsando a los pueblos indígenas y campesinos de sus territorios, impidiendo la soberanía alimentaria y profundizando la crisis socioambiental.
Al mismo tiempo que impulsaba esta clara declaración dirigida a impactar sobre las negociaciones de Cancún, paradójicamente, el gobierno boliviano se opuso a que en el encuentro de Tiquipaya las organizaciones indígenas discutieran las formas de impedir que ese modelo siguiera haciendo estragos en Bolivia. Pese a esa prohibición y a ciertas amenazas, algunas organizaciones lograron montar la Mesa 18 cerca de la entrada al evento oficial. Esa mesa emitió un comunicado en el que resalta lo siguiente:
La Mesa Nº 18 se constituyó como un espacio necesario de reflexión y denuncia en el marco de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, a fin de profundizar la lectura sobre los efectos locales del capitalismo industrial global. Asumimos la responsabilidad de cuestionar a los regímenes latinoamericanos denominados populares y a la lógica depredadora y consumista, la lógica de la muerte del desarrollismo y del neo extractivismo…para enfrentar el cambio climático la humanidad debe encontrarse con sus raíces culturales colectivas comunitarias; eso significa construir una sociedad basada en la propiedad colectiva y en el manejo comunitario y racional de los recursos naturales, en la cual los pueblos decidan de manera directa el destino de la riqueza natural de acuerdo a sus estructuras organizativas, a su autodeterminación, sus normas y procedimientos propios y su visión de manejo integral de sus territorios.
En este corto ensayo me propongo presentar brevemente las posibles conexiones entre los procesos de globalización, de crisis hegemónica, de la civilización y ecológica, con relación a la construcción –o, al menos el discurso de construcción– de Estado-nación por parte de los gobiernos del “socialismo del siglo XXI”. Cómo se relacionan esas tendencias globales en esta coyuntura con la actuación de los movimientos sociales, en particular los movimientos indígenas, en busca de una alternativa.
Este examen de la fase actual del proceso global da una base para explicar las contradicciones que envuelven al gobierno de Morales tras sus diferentes etiquetas, y las consecuencias paradójicas que han sufrido los movimientos indígenas como consecuencia de su triunfo electoral.
[2]
Mientras Evo hace la denuncia del capitalismo global, a la vez promueve ese mismo modelo depredador, incentivando y protegiendo las inversiones del capital multinacional extractivo en la propia Bolivia, cediendo permanentemente ante las presiones de las multinacionales –especialmente Petrobrás– que mantienen el control de la extracción de gas, petróleo y los principales minerales, a pesar de la declarada “nacionalización”. La presión imperialista de Brasil, ya sea directamente o a través de Petrobrás resulta en la invasión y expoliación de los territorios indígenas, incluso de las áreas protegidas. Los derechos colectivos indígenas reconocidos en la nueva constitución (que declaró la inauguración de un Estado plurinacional) son violados en nombre de la defensa de los intereses de la nación boliviana. La “reconstrucción” y “fortalecimiento” del Estado-nación proclamada por García Linera no resulta ser una alternativa que pueda hacer frente a la presión del capitalismo, en este caso el “emergente” brasilero, sino más bien su facilitador. El resultado no se ha hecho esperar: las masas, incluso sus propias bases cocaleras, ya están haciendo sentir su impaciencia y en el Alto, durante la movilización de Año Nuevo, han cantado: “Anulas el decreto [de aumento de gasolina] o te sacamos Evo”.
Puede parecer esquemático y exagerado decir que estamos aquí ante un proceso acelerado de burocratización y subordinación de las organizaciones sociales, que recuerda ciertas facetas del desarrollo del estalinismo. Sin embargo, no encuentro otra figura que sintetice mejor y en pocas palabras la dinámica actual de la relación entre el gobierno del MAS y las organizaciones que hicieron nacer esa organización política. Esa dinámica de reproducción del Estado burgués-colonial (o colonial-burgués) a la cual responde el MAS no surge simplemente de una lógica impuesta “desde arriba” y desde las fuerzas actuantes del mercado mundial, sino que, llamativamente, responde también a procesos de reproducción que surgen “desde abajo”, desde ciertas lógicas y estrategias populares, todo lo cual permitiría extraer algunas enseñanzas con las cuales quizás entender por dónde pasaría la alternativa. Debo agregar de inmediato que Evo no puede ni soñar con emular el largo reinado estalinista. Los movimientos populares bolivianos no han sido derrotados, sólo han quedado confundidos.
Tengo que ser claro al referirme a la confusión: la nebulosa que envuelve a los intelectuales desde los años 80, por supuesto, también me incluye. Agradezco a
Herramienta y aprovecho este espacio en que se invita a la elaboración y la discusión sobre los acontecimientos de la última década, para poner estos sucesos en un marco global. Preciso que estos acontecimientos no sólo deberían verse desde una perspectiva objetivista, sino tratando de poner en acto lo que Bourdieu (2003) denomina la “objetivación participante”
[3], es decir, el análisis de la posición desde la cual cada uno de nosotros “escribe”. Más allá de mi intención de introducir aquí algunas cuestiones que quizás ya estén suficientemente claras sobre lo que está pasando en Bolivia, e incorporar algún conocimiento logrado en mi experiencia aquí, que contribuya a la discusión sobre “el” proyecto revolucionario, reconocer la nebulosa que altera nuestras conciencias ante las paradojas que aparecen en este momento de crisis generalizada es una condición para poder avanzar. De lo contrario vamos a terminar como García Linera, que se declara “bolchevique” al tiempo que se funcionaliza al Estado-nación colonial.
[4]
Globalización y crisis hegemónica
Desde 2008, son ya pocos los que tienen el atrevimiento de defender la noción de que la globalización refleja el triunfo del capitalismo y el fin de la historia, que sería la expresión de la expansión imperial y que lo que nos gobierna es el “imperio”. Varios autores de la escuela de “sistema-mundo” vienen sosteniendo desde hace años lo contrario: la globalización que se inicia a fines de los setenta estaría expresando la fase declinatoria del poder del centro hegemónico y las fuerzas centrífugas que se generan en ese marco. Como ya se dio en momentos de inflexión de anteriores civilizaciones, poco antes de que desaparezcan, se produce una gran expansión estatal-imperial que al mismo tiempo señaliza una desintegración del sistema (Chase Dunn y Friedman 2005). Los análisis impresionistas, que hablan de un auge en el mismo momento de la inflexión hacia la decadencia, ven la situación por medio del espejo invertido.
Es claro que dentro de la era capitalista se dieron varios momentos de declinación de un centro hegemónico y el paralelo surgimiento de otros. Estas fases tomaron la forma de una dislocación/descentralización de poder, donde las inversiones y recursos del centro se abocaron especialmente al control financiero-militar de las periferias, más que a la potencia y dominación productiva por parte del centro en declinación. Quisiera anotar que la fase actual de declinación que vivimos, en mi opinión, no sólo repite esas características de transiciones anteriores de un centro a otro, sino que incorpora una diferencia clave si la comparamos con los momentos que hubo de transición hegemónica desde un centro político a otro dentro del proceso de desarrollo y expansión del imperialismo (ya sea de Holanda a Inglaterra en el siglo XVIII o de Inglaterra a USA en el XX).
Las anteriores transiciones del poder dominante global del comercio y el capital de un centro a otro siguieron el patrón mencionado arriba, donde el centro de poder declinante entraba en una dinámica por la cual el excedente tendía a derivarse hacia la expansión financiera, mientras el nuevo centro político-económico emergente surgía sobre la base de su poderío productivo. En esos casos no estuvo en cuestión la forma de dominación ideológica expresada en el predominio del principal artefacto cultural del capitalismo –la mercancía– como principal instrumento de su expansión. Estamos hablando del fetichismo de la mercancía, y no sólo de las mercancías baratas que derriban las murallas chinas y que al derribar esas barreras extienden las posibilidades de progreso de la humanidad, como dice el Manifiesto Comunista. Progreso que entonces fue y aún sigue siendo entendido como la unificación de la humanidad en un solo sistema y en un solo destino (y bajo la ficción de un aumento del bienestar humano), lo que permitiría a la humanidad pasar a un estadio superior de organización social. Quisiera llamar la atención en este punto relativo al significado de “progreso”, porque lo retomaré en la última sección del trabajo.
¿Cuál es la diferencia con fases o ciclos anteriores, donde el centro imperial del capital entraba en declinación apareciendo otro en su lugar? Hoy el capitalismo repite el fenómeno antes mencionado por el cual el capital se dirige a la actividad de especulación financiera en un grado descomunal. Lo que aparece como distintivo en esta fase de desarrollo de la civilización occidental, es que al producirse el momento culminante de la expansión homogeneizadora tanto productiva como reproductiva-cultural, da comienzo la declinación no sólo de su aparato industrial productor de mercancías, sino también del fetichismo que lo acompaña y legitima (que, entre otras facetas, se expresa como mercancía = bienestar/progreso).
Esa novedad parece estar señalizando que aparecieron las condiciones de su propia extinción como fase civilizatoria. La creciente homogenización de las relaciones entre hombre y naturaleza (que como ejemplo, no sólo se expresa con Coca Cola y McDonald´s como patrones universales de consumo, sino más aún en el hecho que se advierte cuando en todos los países se siembra y come la misma variedad de papa y la misma soja con los mismos químicos de la misma marca, se elimina el bosque o selva nativa para poner vacas a comer pasto, etcétera). En ese mismo acto de triunfo cultural, el capitalismo civilizatorio se transforma en productor de condiciones de “barbarie”, que toma la forma de crisis ecológica y vulnerabilidad sanitaria de la población y de sus condiciones de reproducción (incluyendo la amenaza probable de desaparición de las ciudades bajo el agua). La producción de mercancías y de mercantilización ahora ya no son parte de una expansión civilizatoria sino de la destrucción de esa misma civilización.
La paradoja de ese proceso de homogenización cultural es que también se transforma en productor de condiciones generalizadas de fragmentación social. Mientras por arriba se consolida una clase dominante única, incluidas sus clases subordinadas que adoptan los patrones culturales de la burguesía. Por abajo, la flexibilización laboral y la desintegración de la clase obrera asociada a la fase declinante del capital produce la fragmentación de las condiciones de existencia, presentándose así la oportunidad para el surgimiento o resurgimiento de formas culturales diversas. Un indicio de esto es el llamado “fracaso del multiculturalismo” en el sentido que los sistemas estatales nacionales no logran asimilar las recientes corrientes migratorias, como en cambio sí ocurrió cuando se produjeron las grandes corrientes migratorias de fin del siglo XIX. Llama entonces la atención que a fines del siglo XIX ocurrió el fenómeno que entonces Lenin denominó la fase imperialista del capitalismo y que correspondía a la expansión financiera del mismo y a la colonización del mundo entero.
Esa fase de expansión financiera del capital coincidió con (y resultó de) una de las grandes crisis cíclicas de larga duración y con la expulsión de población migrante de Europa hacia América en cantidades mayores proporcionalmente a las actuales migraciones de América y África hacia Europa (en proporción al total de población), y no dio lugar a fragmentación cultural como sucede en la actual fase. Todo lo contrario, esa fase de crisis de fines del siglo XIX significó un paso gigantesco hacia la homogenización cultural-civilizacional, facilitada por la introducción del transporte de mercancías y fuerza de trabajo a través del ferrocarril. En cambio, la fase de globalización que hoy vivimos expone una tendencia radicalmente diferente a aquella fase denominada como imperialista (y no es que el imperialismo haya dejado de existir, claro).
El capitalismo naciente debió derrotar primero al mundo árabe y expulsarlo de Europa, al comenzar su expansión mundial, con las Cruzadas como vanguardia. Hoy debería abrirse un debate serio para entender si efectivamente el islamismo renaciente se ha convertido en una traba para el capitalismo, y si las cruzadas fundamentalistas de Bush y Obama hacen crecer a un enemigo “terrorista” como parte de una estrategia contra la propia clase obrera norteamericana o porque efectivamente el islamismo se ha convertido en una amenaza. Es posible argumentar que la evolución de occidente desde el siglo X hasta el final del siglo XX atraviesa mil años de expansión de un ciclo de la civilización que, en diferentes fases, llega a un máximo grado de homogenización y hegemonía global a mediados del siglo XX e inmediatamente entra en una declinación que amenaza convertirse en colapso. El islamismo como ideología hoy resurge como bandera de los pueblos árabes que, infiltrándose fantasmalmente en Europa como trabajadores despojados de derechos, no solo ponen en evidencia la crisis ideológica de occidente basada en el fetichismo de la mercancía sino también el intento fracasado de la clase obrera occidental de darle continuidad al mismo sistema civilizatorio industrial de occidente “dándole la vuelta”. No habiendo logrado romper las fronteras nacionales ni cuestionar el propio Estado-nación, por el contrario, la clase obrera occidental en la actualidad es un baluarte del chauvinismo. La condición global de la declinación hegemónica explica también que en el mismo año -1979- en que se da la revolución iraní, comience con una energía inexplicable el levantamiento indígena en América.
Cuando se suponía que la urbanización, la modernización y la proletarización habían terminado de aplastar las formas de vida (culturas) indígenas, éstas se revitalizan y las comunidades salen de su fragmentación, se aglutinan en formaciones regionales y nacionales y se reinventan como “naciones”, en formas que cuestionan la modernización y la civilización dominante y sus racionalidades modernistas. Claro que ello no obsta para que ciertos intelectuales aymaristas (urbanos) entiendan esa cultura por el contrario en términos de
…una modernidad más orgánica y duradera, fundada en la universalidad de los intercambios mercantiles…[con] formas de mercantilización comunal [que] eran más modernas que los emprendimientos exportadores y rentistas de la oligarquía (Rivera, 2008:214).
¿Qué expresan o señalizan los levantamientos islámicos e indígenas sino la declinación del actual ciclo civilizatorio de la modernidad? ¿Serán estos movimientos los que marquen el próximo futuro de la humanidad? ¿Nos podemos preguntar si esa es una base para una contestación global a la crisis de la civilización? Esas son cuestiones que están abiertas al debate y que parecen aún no tener una respuesta clara. En este terreno de las predicciones, tenemos que movernos con humildad, después del fracaso de la izquierda y de los intelectuales en general para anticipar o siquiera sospechar el hundimiento (pacífico) de la Unión Soviética. Tras la gran derrota sufrida por la clase obrera a nivel mundial en la década de los 80 con el ajuste estructural neoliberal y la reconversión a un capitalismo salvaje de los países de la esfera soviética y china. Es cierto también que, paradójicamente, el capitalismo hace agua y no consigue ningún triunfo. Sale de una crisis para entrar en otra peor. Una paradoja exasperante es que la derrota de la clase obrera plantea también el fracaso del racionalismo y, formando parte misma de la crisis del sistema, pone seriamente en duda la posibilidad de éxito de una propuesta racional de planificación e ingeniería social.
Como Harvey (2009) afirma, es cierto que la burguesía se ha afirmado en el poder globalmente a través de la contrarrevolución neoliberal, pero también es cierto que hace uso de ese poder irracionalmente, sus propios intereses no le permiten ya representar los intereses comunes de la sociedad como la base de su hegemonía. Ahora arrastra la humanidad hacia una catástrofe con sus prácticas depredatorias, con las manipulaciones financieras anticrisis, que no hacen más que generar condiciones para crisis aún mayores, a la vez que hunden a la población en una creciente pauperización, una situación que ya alcanza a las clases medias del centro del capitalismo.
Es insostenible para la reproducción de la vida humana en el planeta el actual uso de 10 hectáreas de tierra productiva por habitante (para satisfacer los requerimientos de producción y reproducción en los Estados Unidos; el nivel productivo y reproductivo en Bolivia en cambio solo requiere 0,2 hectáreas por habitante)
[5]. El cuadro reproducido abajo implica que ya hace 10 años se había sobrepasado la capacidad de carga del planeta en más de un 20%. Actualmente la capacidad de carga se sobrepasó en más de un 50%!
Gráfica tomada del informe Living Planet Report 2002.
¿Algún sector de la humanidad está avanzando o defendiendo una alternativa no-burguesa que, aunque no “supere” este modelo civilizatorio en su caída libre, si establezca hoy las condiciones para la reproducción humana más allá de esa caída? Vemos las dificultades que hay para establecer una alternativa más allá de la fraseología, llámese eco-socialismo, socialismo comunitario o “vivir bien”, analizando lo que nos está ocurriendo en estos años bajo el gobierno de Evo. Tras los triunfos que lograron los movimientos sociales urbanos y rurales contra los regímenes abiertamente neoliberales en 2003 y 2005, la esperanza depositada en el MAS ha sido completamente defraudada por el proceso de burocratización dentro del partido y la cooptación de la mayoría de los cuadros dirigentes de las organizaciones sociales en subordinación al Estado colonial. ¿Qué puede ocurrir ahora con los movimientos indígenas en su reivindicación de autodeterminación, territorios autónomos donde rijan los derechos colectivos y control sobre los recursos naturales sobre la base del derecho a la consulta?, y ¿qué ocurre con los trabajadores de la ciudad, indígenas o no?
La doble república de indígenas y criollos antes y después de Evo
En un artículo anterior (Regalsky 2006) he explicado la noción indígena de la doble república, una noción de evidente origen colonial que tiene tremenda vigencia en la vida de los colectivos indígenas, sea conciente o subconcientemente. Esa noción se ha reflejado de manera inequívoca en la propuesta indígena que tuvo gran influencia en el texto constitucional aprobado por la Asamblea Constituyente en Oruro (diciembre de 2007). Allí se establece el reconocimiento del autogobierno en los territorios indígenas, con elección de autoridades sin la mediación obligatoria de los partidos políticos y al margen de la noción disolvente de “un ciudadano, un voto”, sino por “usos y costumbres”, es decir, reconociendo los usos existentes en cada pueblo, donde generalmente se elige en forma directa en asamblea. La noción de doble república no termina allí, sino que supone el reconocimiento del pluralismo jurídico, es decir, que el autogobierno se establece en aplicación de las normativas propias de la comunidad, normativa que tiene un carácter oral y no escrito. La normativa nacional no es de aplicación a menos que esté expresamente aceptada por la comunidad indígena, y la autoridad jurisdiccional que aplica la ley es la misma autoridad indígena designada y también revocable en asamblea.
La noción de pluralismo jurídico es donde se apoya la no aplicabilidad del código civil en los territorios indígenas, ya que el código napoleónico establece el derecho absoluto a la propiedad privada. En la norma indígena, el derecho a la tierra o a cualquier otro recurso comunal es en usufructo, aunque esté respaldado por algún titulo legal del Estado esto no da derecho a vender. Es decir, no se reconoce a la tierra como mercancía, ni se reconoce el derecho a la propiedad privada, pues lo que se hereda es el derecho al usufructo y no el derecho a la enajenación, que queda en manos de la comunidad como colectivo. Este es el principio fundamental de la jurisdicción indígena y del derecho a la autonomía cuyo reconocimiento se buscó a través de su incorporación a la nueva Constitución. Por supuesto el conjunto de los medios de comunicación y de los órganos del Estado se refieren al pluralismo jurídico simplemente como una normativa para resolución alternativa de conflictos, es decir, como un complemento al código penal y al cual denominan injustamente “justicia indígena”.
El texto aprobado por la Asamblea Constituyente, fue ilegalmente transformado en revisión por el parlamento en octubre de 2008 y este texto fue el aprobado en referéndum de enero de 2009. El gobierno de Evo, contrariamente a lo que afirma su discurso, rechaza los derechos colectivos indígenas, aún en la forma recortada en que fueron reformados por el parlamento, y en reuniones no públicas con los dirigentes campesinos se ha expresado contra las formas de propiedad colectiva y los territorios indígenas. Expresamente, su ministro de minería José Pimentel, en carta dirigida al CONAMAQ
[6] ha señalado que “el Estado Plurinacional no reconoce el autogobierno ni mucho menos la autodeterminación de los pueblos indígenas”, contrariando explícitamente artículos fundamentales de la Constitución. Obviamente que el ministro Pimentel expresa de esa forma el interés de las empresas mineras y petroleras multinacionales que actúan dentro de los territorios indígenas. El derecho a la consulta previa e informada que mandan la Constitución y el Convenio 169 de la OIT, no se ha hecho efectivo desde que Evo asumió el gobierno en 2006 hasta la fecha, en parte gracias a la subordinación de las organizaciones campesinas lograda a través del MAS. Es cierto que los movimientos indígenas y campesinos, pese a esta situación, aún consideran a Evo como su representante en la presidencia del Estado y han asumido una actitud expectante (aunque cada vez menos expectante) ante las repetidas violaciones a sus derechos vigentes como sujetos colectivos. Esta situación de subordinación al Estado por intermedio del MAS ha derivado en que el concepto de doble república, de separación entre la “república de indios” y la “república de criollos” se torne borroso por primera vez desde la existencia de la república, es decir, desde que en 1825 Bolívar emitiera su famoso decreto por el cual abolía la existencia legal de la comunidad indígena.
Para algún ciudadano este concepto de doble república suena no solo extraño, sino arbitrario y opuesto al derecho de ciudadanía que señala que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y que hay una sola ley para todos los ciudadanos. Hemos aprendido desde la más tierna infancia que esa forma de organización social y legal corresponde a una democracia, superando el absolutismo. Pero en realidad no corresponde a la democracia sino a una organización liberal de Estado que se arroga la representación de la soberanía popular, es decir, donde solamente el Estado puede atribuirse la personería colectiva, y donde los habitantes de la nación solo disponen (en el mejor de los casos) de derechos individuales, pero no así de soberanía como parte de sujetos colectivos distintos al Estado burgués. Sucede que las garantías individuales son la cobertura legal para el sistema de acumulación privada garantizada por el Estado. El climax de tal organización social y política del Estado derivó en las recientes reformas neoliberales por las cuales se eliminan los derechos sociales (que no deben confundirse con los derechos colectivos) como es el derecho a la negociación colectiva de los contratos laborales. Cuando históricamente la lucha por los derechos sociales llega al punto de poner en cuestión al Estado, apela a formas de poder dual, y el poder dual consiste en que se contraponen dos poderes cada uno de los cuales establece su propia autoridad y sus normas.
Esta es la lucha que se está librando bajo el gobierno de Evo Morales. No se trata sólo de si la llamada “nacionalización” y si la alegada reconstrucción del Estado-nación es verídica o si se trata solo de un recurso discursivo. La lucha de fondo es por el control del territorio: se trata de una lucha del Estado por imponer el monopolio sobre el territorio y sus recursos, que es una expresión más del monopolio sobre el uso legítimo de la violencia. En este caso, el monopolio del ejercicio de la violencia se traduce en la imposición del control estatal sobre los recursos comunales, expropiándolos y destruyendo las condiciones de existencia y reproducción de la comunidad.
En esto el gobierno de Evo Morales está tratando de cumplir la meta histórica del Estado burgués establecido como república en 1825, una meta que ningún otro gobierno burgués ha logrado desde la misma creación del Estado-nación. Ese es también el tema de fondo que desencadenó la guerra del agua en el año 2000: ¿quién controla los recursos?. Por cierto, la expropiación de los derechos colectivos sobre el territorio y los recursos por parte del Estado, conculcando un derecho consagrado por el uso continuado de un pueblo indígena sobre su territorio, se realiza a nombre del pueblo boliviano pero claro que no en su beneficio, sino en el de empresas multinacionales, entre las cuales se destaca Petrobras. Precisamente a estos derechos colectivos es a lo que se refiere la Declaración de la Mesa 18, de la cual transcribimos parte al comienzo del artículo y que denuncia a los gobiernos denominados populares por ser igualmente agentes del modelo extractivista y depredador que ha causado el cambio climático.
Lo que se juega en el movimiento triunfante contra el alza del precio de la gasolina de diciembre 2010, no es solamente el derecho de la gente a defender su nivel de vida, amenazado por el aumento del precio de los combustibles y la inflación generalizada que eso acarrea. Ese derecho es vital, ya que es lo que permite el frente unido del campo y la ciudad. Sin embargo lo que discurre por debajo de la lucha por el precio de la gasolina es la tensión por el control del territorio y sus recursos. ¿Será el Estado, que mantiene su carácter colonial en alianza con el capital multinacional pese al cambio de discurso, el que gane y se afirme en ese control? O serán los sujetos colectivos, los pueblos indígenas en alianza con los sectores populares urbanos los que logren defender la democracia del autogobierno y el control sobre los recursos que requieren para la defensa de la vida. Por supuesto que la discusión sobre la viabilidad de una propuesta de “etnodesarrollo” basada en el control de los colectivos indígenas sobre sus territorios como alternativa al capitalismo depredador, es un tema demasiado complejo como para tratar en el reducido espacio de este artículo donde simplemente pretendo posicionar los procesos que se dan en Bolivia como la expresión de la crisis global a la que nos ha conducido el capitalismo.
Lo que esta década nos deja como lección, partiendo de la guerra del agua y pasando por los movimientos sociales en Argentina del 2001, es la imposibilidad de resolver la crisis sin contar con la más absoluta claridad sobre la cuestión del Estado-nación burgués como activo agente de reproducción del mercado mundial capitalista y, por lo tanto, como gestor del proceso civilizatorio de occidente que hoy está en crisis. ¿Serán los “incivilizados” los que logren la destrucción del Estado-nación burgués representante de la civilización cuya hegemonía está en cuestión en términos globales? Pareciera que de lo contrario solo queda rogar a la Pachamama que la crisis de occidente no nos lleve a la catástrofe, en la que los trabajadores de las ciudades llevarán la peor parte.
Bibliografía
Bourdieu, Pierre, “Participant Objectivation”. En Journal of the Royal Anthropological Institute 9: (2003) págs. 281-294.(traducción al español s.d.)
Chase Dunn, C. and J. Friedman (eds.), Hegemonic Declines. Present and Past. Political Economy of the World System Annuals. Boulder, Paradigm, 2005.
Harvey, David, “¿Estamos realmente ante el fin del neoliberalismo?” en Herramienta 41 (2009), págs. 153-164.
Regalsky, Pablo, “Bolivia indígena y campesina. El gobierno de Evo Morales” en Herramienta 31(2006), págs. 7-38.
Rivera, Silvia, “Violencia e Interculturalidad. Paradojas de la etnicidad en la Bolivia de hoy” en Willka, 2 (2008), págs. 201-224.
Artículo especialmente escrito para este número de Herramienta.
[2] Por razones de espacio, este artículo tiene un carácter en cierto modo introductorio. Un próximo trabajo a publicar en
Herramienta intentará completar el análisis.
[3] Una versión del espejo invertido de la conciencia al que se refiere Marx en la Ideología Alemana.
[4] Ver el discurso de aceptación de Doctor Honoris Causa otorgado por la UBA, del 9 de abril de 2010 (aniversario de la Revolución Nacionalista de 1952), donde afirma que la victoria política y militar (sic) de Evo ha cerrado el ciclo de crisis estatal en Bolivia (del mismo Estado cuya presidencia asumió).
[5] WWF-GFN-ZSL. 2010.
Living Planet Report 2010. Biodiversity, Biocapacity and Development. Gland-California.
[6] MM0780-DS0502/210, La Paz, Octubre 05, 2010.