03/12/2024
1. La suerte de algunas influyentes teorías económicas
Desearía comenzar con dos casos contrastantes, que ilustran la suerte –no muy afortunada– de algunas influyentes teorías económicas.
El primer caso se desprende de una cita tomada de un reciente editorial de The Economist de Londres:
Resulta desalentador considerar precisamente cuánto gira en tomo al asunto de la productividad en los Estados Unidos. Las valoraciones de la bolsa, confusas incluso ahora según criterios históricos; la estabilidad financiera mundial; las perspectivas para el nivel de vida no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo; la probabilidad de éxito a largo plazo de la combinación de baja tasa de inflación y alta tasa de empleo: todas estas cuestiones y otras más dependen de si la productividad en los Estados Unidos realmente tomó un nuevo camino de crecimiento más rápido, como se supuso en general, a finales del decenio de 1990. Durante el año pasado, se puso en evidencia que muchas de las aseveraciones hechas por la nueva economía eran falsas: la noción de que el ciclo económico estaba muerto; que el gasto en tecnología de la información era a prueba de recesión; que los métodos clásicos de valorar las acciones eran en lo sucesivo irrelevantes, etc. Ahora, sin embargo, el pilar más importante de la nueva economía ha sido, si no demolido, por lo menos gravemente golpeado. [2]
Y, como conclusión, el mismo editorial dice a los lectores que, a su debido tiempo, habrá de pagarse un precio por todos esos falsos supuestos. En consecuencia, los “fanáticos de la nueva economía […] pueden tener que lamentar haber apostado tanto no a un avance sólido y plausible, sino a un milagro que ahora resulta no haber ocurrido” [3] . Por ende, en este caso, podemos ver claramente la fragilidad de los supuestos formulados de manera precipitada, que ahora denuncia como indudablemente falsos el mismo The Economist. Sin embargo, el problema es que todos estos supuestos están en pleno apogeo, proclamados con afán como los sólidos pilares de las estructuras teóricas más actualizadas. Como tales alaban las excelencias de nada menos que “la nueva economía”, que, a su vez, se supone que garantiza inversiones en gran escala en nuevas burbujas de los mares del Sur. Como sabemos, las sumas comprometidas en la reciente implosión de “la nueva economía” fueron tan inconcebibles que en un año las pérdidas del NASDAQ representaron dos veces y media la cantidad total de las reducciones fiscales anunciadas por el presidente George W. Bush, para todo el decenio venidero, quedando estas últimas anuladas (y de inmediato recortadas fuertemente por el Congreso). Por consiguiente, las pérdidas del NASDAQ en un año fueron treinta veces superiores a los correspondientes ahorros fiscales anuales previstos. El hecho de que la sabiduría del editorial de The Economist equivalga a “ser sabio después de ocurridos los hechos” no debe preocuparnos demasiado en el contexto actual. Después de todo, el arsenal teórico de la revista es muy parecido a lo que sus redactores principales ahora critican tardíamente, siempre preparado a partir de una perspectiva de muy corto plazo. Ésta es la razón por la cual The Economist puede cambiar fácilmente su posición ‑para tomar como ejemplo algo que de ninguna manera tiene poca importancia‑ de la idealización largo tiempo mantenida de “la economía de escala” a lo diametralmente opuesto, denunciándola como la des-economía de escala cuando fracasa la panacea antes defendida, y defender nuevamente la economía de escala cuando esta última parece ser más conveniente.
El segundo caso que mencioné al comienzo de este trabajo me atañe mucho más de cerca. Se refiere a una concepción de organización del sistema productivo –bajo los principios rectores de la economía planificada– que pretende proporcionar una alternativa viable frente a la característica propensión a los accidentes de la economía de mercado capitalista.
El caso que citaré realmente ocurrió, pese a que hoy pueda parecer bastante increíble. Pero ocurrió. Cuando me enteré del caso, en el verano de 1954 (no por la prensa, donde estos asuntos no podían mencionarse, sino en la sala de un hospital y de boca de un individuo que lo sufrió: mi vecino, involucrado directamente), en la primera oportunidad que tuve expuse públicamente el disparate de lo que denominé una “sátira de la vida real”: en un pequeño condado en el sudoeste de Hungría “algunos burócratas sin sentido común sumaron la fecha, 1952, multiplicada por 100 kilos, a la remesa de carne de cerdo que obligatoriamente debía enviar el condado al Estado” [4] . Lo que fue especialmente absurdo en este caso no es que hubiera pasado, sino más bien el hecho de que resultó completamente imposible corregir la situación –cancelando el astronómico recargo al compromiso de una entidad económica relativamente pequeña– incluso después de que se revelara el error obvio y de que las autoridades competentes tuvieran que reconocer que había sido una terrible equivocación, con graves consecuencias para las ya precarias condiciones económicas de uno de los condados más pobres de Hungría, el condado de Zala. Por el contrario, las autoridades decretaron arbitrariamente que no era admisible ninguna reducción, porque entre tanto el compromiso exagerado se había convertido en una parte legalmente sancionada del “Plan Nacional” y, por consiguiente, debía cumplirse. Por esta razón, dadas las circunstancias, sostuve que:
Es evidente que detrás de estos accidentes se encuentra la inhumanidad de la burocracia. En efecto, éste es el contenido social y la fuerza característica del acontecimiento, incluso si tan sorprendente acción no hubiera sido cometida por un burócrata nato, sino accidentalmente por un simplón subjetivamente bien intencionado. En el fondo, la acción tiene su lógica interna objetiva, que apunta su dedo acusador en contra de la burocracia. [5]
Para cumplir, el condado de Zala tenía que entregar al Estado la cantidad de cerdos insensatamente inflada, comprándolos donde pudiera para cumplir sus obligaciones “nacionalmente planificadas”, puesto que el número total de cerdos que se criaban en Zala no llegaba ni remotamente a la “cifra legal” que se le había impuesto. En consecuencia, para poder cumplir la ley, el condado de Zala, una región montañosa donde se usaban los bueyes como fuerza de tracción agrícola en vez de caballos que eran mucho menos aptos para el trabajo, tuvo que cambiar en los condados vecinos muchos de sus bueyes por cerdos, y además tomar dinero en préstamo, con lo cual enfrentaría más privaciones económicas en el futuro.
No es sorprendente que la arbitrariedad del proceso de planificación económica del cual fueron excluidas las personas que debían sufrir las consecuencias haya generado resentimiento e incluso hostilidad en cada país que se encontraba bajo el sistema socioeconómico del tipo soviético. Para citar sólo un ejemplo: en un libro publicado en 1965, un autor ruso, O.I. Antónov, describió así la actitud prácticamente negativa de los trabajadores que tenían que someterse a las “normas” impuestas arbitrariamente y a la correspondiente disciplina laboral:
Dos trabajadores que habían sido empleados para descargar ladrillos rápidamente de unos camiones, lo hacían lanzándolos al piso y, en consecuencia, rompían por lo general alrededor de 30 por ciento de los mismos. Ellos sabían que sus acciones iban tanto en contra de los intereses del país como en contra del simple sentido común, pero su trabajo era evaluado y pagado sobre la base de un indicador de tiempo. Por ende, se los sancionaría, de hecho no podrían ganarse la vida, si ordenaban los ladrillos cuidadosamente en el piso. Su manera de hacer el trabajo era inadecuada para el país, pero, a primera vista, ¡buena para el plan! Entonces, actuaban en contra de su conciencia e inteligencia, pero con un profundo resentimiento hacia los encargados de la planificación: “No quieren que se haga de la manera que estipularía una buena administración, sino que presionan para que se haga cada vez más rápido. ¡Dale! ¡Dale!” De esta manera, en todo el país, ciudadanos decentes y responsables, seres perfectamente racionales, actuaban de manera desastrosa, casi criminal a veces. [6]
Por ende, la marcada y aparentemente irreconciliable contradicción entre el proceso de planificación y las necesidades de las personas al servicio de quienes debía estar el “Plan Nacional” legalmente ejecutado tenía que terminar, tarde o temprano, con la implosión del sistema socioeconómico del tipo soviético, en lugar de corregir los defectos del capitalismo como se había prometido.
2. ¿El fin de la planificación?
Sin embargo, sería totalmente erróneo concluir, como lo hicieron muchos intelectuales, tanto en el Este como en Occidente, después del derrumbe de la perestroika de Gorbachov, que la planificación como tal no tenía futuro y que, por lo tanto, no podía haber ninguna alternativa frente a la “economía de mercado”. Durante un tiempo, con el nombre de economía de mercado algunas personas, inclusive los ideólogos de Gorbachov [7] trataron de postular un sistema económico que no solamente era compatible con el socialismo, sino incluso idealmente apropiado para él. Prometieron el establecimiento del “socialismo de mercado” y decían que su ventaja excepcional era que coexistía en plena armonía con la democracia; y más que eso, de hecho, desde su punto de vista era una “garantía de socialismo y democracia”. Sin embargo, pronto se hizo evidente que toda la charla sobre las insuperables virtudes de la “sociedad de mercado” era en el mejor de los casos solamente una manera tímida de abogar por la absoluta imposición del capitalismo. [8]
Retomaremos la importancia de la planificación para la humanidad en su conjunto en el futuro, después de examinar algunos asuntos conexos importantes. Pero al llegar a este punto, debemos subrayar que la ciega hostilidad hacia la planificación que nos es familiar a todos hace caso omiso de algunos hechos históricos desconcertantes pero innegables. Es así, por ejemplo, que ignora premeditadamente el carácter ineludible de la planificación en ciertas circunstancias, incluso para los países capitalistas más ricos y poderosos. Citemos el informe de primera mano de Harry Magdoff, quien –como funcionario de planificación gubernamental– tuvo distinguida participación en tal empresa:
La necesidad de la planificación central quedó evidenciada en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las prioridades nacionales eran obvias (por ejemplo, aviones militares vs. autos civiles, tanques vs. heladeras domésticas, cuarteles vs. casas para civiles). La planificación central fue la única manera de lograr un milagro industrial. Rápidamente se proporcionaron los armamentos, los medios de transporte, los alimentos, la vestimenta y el alojamiento para las fuerzas militares que combatían en dos continentes. En efecto, las autoridades en Washington determinaban lo que debía y no debía producirse (no de manera detallada, pero con las instrucciones suficientes para garantizar que se satisficieran las prioridades más urgentes), qué tipo de nueva capacidad productiva debía construirse, y cómo distribuir la producción insuficiente de metales, suministros industriales, maquinaria metalmecánica, etcétera. Una de las ideas equivocadas más lamentables en la actualidad surge de equiparar el método soviético con la planificación nacional. Las fallas de la planificación al estilo soviético se toman entonces para probar que la planificación nacional está destinada al fracaso. Pero no existe una buena razón para suponer que el modelo soviético sea el único posible. Es un sistema que evolucionó en circunstancias históricas determinadas. En todo caso, sus fallas deben estudiarse con profundidad para evitar repetir sus errores. […] En la Unión Soviética, la producción por la producción misma en lugar de la producción para el uso, reemplazó a la producción dirigida a la obtención de beneficios. Aunque la lógica de la acumulación en las sociedades posrevolucionarias difiere notablemente de la del capitalismo, la dirección de su actividad productiva, inclusive el deterioro del ambiente, se asemejó en gran medida a los patrones del desarrollo capitalista. [9]
El tipo de imperativo que indujo a los Estados Unidos a emprender la planificación central no está en modo alguno limitado a las circunstancias bastante extraordinarias de una guerra mundial. Se aplica a todas las grandes emergencias históricas como, por ejemplo, las condiciones ecológicas peligrosas para la supervivencia que se prevén, como algo normal, para nuestro propio futuro.
Esto se explica por la simple razón de que el modo de funcionamiento de un sistema constituido por una multiplicidad de capitales –que resulta por definición característico del sistema capitalista privado, sea subdesarrollado o avanzado– no puede evitar ser centrífugo, empujando los microcosmos que lo constituyen en diferentes direcciones, independientemente de si tal “centrifugacidad” produce consecuencias positivas o negativas. Evidentemente, sin embargo, en las condiciones de una gran emergencia histórica, como la posible devastación ecológica a la que acabamos de hacer referencia, la determinación intrínsecamente centrífuga del sistema, que tiende a la perturbación y a la intensificación de los peligros, debe ser contrarrestada con alguna forma de cohesión‑inducción, de ser necesario impuesta enérgicamente, cuyo poder de intervención dependerá de la naturaleza y la magnitud de los problemas generados por el modo de operación necesariamente centrífugo del sistema capitalista. El tipo de planificación central que se puso en práctica en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial fue sólo un caso específico de la variedad de formas posibles que inevitablemente surgirán de los imperativos y las determinaciones generales de las grandes emergencias en circunstancias históricas muy diferentes. Por consiguiente, es útil tener en cuenta al lo menos estas consideraciones cuando tratamos de considerar el prejuicio ciego en contra de la planificación central en general que se ha puesto muy de moda, especialmente en la última década.
3. Cambiar la estructura de mando jerárquica del capital
Existen algunas excelentes razones para adoptar una posición más crítica vis-à-vis el mensaje autocomplaciente de las teorías económicas neoliberales dominantes en las últimas décadas, a fin de tener una visión más realista del futuro, capaz de imaginar una alternativa viable frente a los acontecimientos en curso. Puesto que, después de todo, incluso las palabras tranquilizadoras habituales de The Economist, ahora parecen puestas en un segundo plano por los principales teóricos del periódico. En cambio, nos invitan a pensar en el hecho nada tranquilizador de que:
La producción industrial de los Estados Unidos se redujo nuevamente en julio, por décimo mes consecutivo, el período de descenso más largo desde 1983. La producción se sitúa ahora más de 4 por ciento por debajo de su nivel máximo. Sin embargo, los Estados Unidos no son lo único. La producción industrial está descendiendo en todo el mundo. [10]
Lo que hace que este giro de los acontecimientos sea peor, según The Economist, es que la tendencia recesiva ya innegable en los países capitalistas avanzados –uniformemente mala en todos ellos, por primera vez desde el decenio de los noventa– no puede aliviarse en la actualidad con una tendencia compensadora en las llamadas “economías emergentes”, a diferencia de 1990 y su período posterior inmediato.
En 1990 el crecimiento fue relativamente activo en las economías emergentes, que mantuvieron a flote las exportaciones provenientes del mundo rico. Esta vez, sin embargo, el mundo emergente también está en problemas: la producción industrial cayó en 10 por ciento o más durante el año pasado en varias economías del Este asiático. [11]
Naturalmente, incluso en estas circunstancias, cuando puede admitirse públicamente la existencia de problemas graves en todo el mundo, la estrategia teórica desde la cual The Economist busca soluciones, sigue presa de la perspectiva desesperadamente cortoplacista del periódico. En consecuencia, la última oración del articulo en el cual se enumeran los problemas económicos que crecen por doquier, finaliza, de modo característico, con estas palabras: “Cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos se reúna el 21 de agosto para fijar las tasas de interés, tendrá otros motivos de preocupación además de la debilidad de la economía de los Estados Unidos” [12] . Ésta no es una línea muy convincente, en vista del pasado reciente. Esperar que los correctivos a los problemas cada vez más profundos de la tendencia recesiva mundial vengan de la séptima intervención de la Reserva Federal de los Estados Unidos (después de su incapacidad dolorosamente obvia para producir mejoras significativas en la economía inactiva a través de las seis intervenciones anteriores sólo en los Estados Unidos), no es mucho mejor que creer en brujería. Después de todo, la estrategia de producir la solución positiva ansiosamente postulada mediante la reducción de la tasa de interés clave no había producido ninguna mejora en la segunda economía más poderosa del mundo, el Japón, donde el Banco Central del país estableció la sorprendente tasa de interés cero mientras dejó que la economía se estancara a la peligrosamente elevada tasa de recesión industrial de 8 por ciento. Los graves problemas que estamos experimentando en la actualidad provienen de un nivel mucho más profundo de determinaciones socioeconómicas y políticas que el que podría manejarse con los instrumentos de los ajustes monetarios y fiscales.
La gran dificultad reside en que para poder concebir una alternativa significativamente diferente y viable frente al convulsionado orden actual debemos adoptar una perspectiva de mucho más largo plazo. No es suficiente pensar en introducir ajustes parciales –en el espíritu del famoso consejo de hacerlo “poco a poco”– a las condiciones socioeconómicas existentes. En efecto, ni siquiera es suficiente pensar en términos de “derrocar el capitalismo” a favor de una sociedad que se ajuste a los parámetros estructurales del ahora difunto orden poscapitalista de tipo soviético. Esto se ha intentado, con gran sacrificio humano, y ha fracasado de manera concluyente, finalizando con una gran implosión no sólo en la ex Unión Soviética, sino también en toda Europa del Este. A fin de producir los cambios requeridos, es necesario pensar en una empresa muchísimo más difícil: la labor histórica de superar la lógica objetiva del capital en sí, mediante un intento sostenido de ir más allá del capital mismo. [13] Puesto que el derrocamiento del Estado capitalista y de las personificaciones capitalistas privadas del capital no puede crear por sí sino otra cosa que no sea un sistema fatídicamente inestable, que tarde o temprano debe volver al orden capitalista si no logra ir más allá del capital.
El capital no es simplemente un conjunto de mecanismos económicos, como a menudo se lo conceptualiza, sino un modo multifacético de reproducción metabólica social, que lo abarca todo y que afecta profundamente cada aspecto de la vida, desde lo directamente material y económico hasta las relaciones culturales más mediadas. En consecuencia, el cambio estructural sólo es factible a través del cuestionamiento del sistema del capital en su totalidad como un modo de control metabólico social, en lugar de introducir ajustes parciales en su estructura.
Como nos indica la experiencia histórica del siglo xx, las dos ramas del movimiento obrero –los reformistas/socialdemócratas y los posrevolucionarios estalinistas– fijaron el objetivo de la transformación socialista adentro de los límites estratégicos globales del orden establecido y, en consecuencia, no lograron desafiar las determinaciones sistémicas del capital y su lógica de auto reproducción. El reformismo socialdemócrata estaba condenado al fracaso, porque deseaba reformar el capitalismo, al tiempo que aceptaba sin reservas sus limitaciones estructurales. Por ende, de manera inherentemente contradictoria, deseaba instituir una transformación reformista del capitalismo –al principio incluso hasta el punto de convertirlo, llegado el momento, en socialismo (bajo el lema bernsteiniano de “socialismo evolutivo”)– sin cambiar su sustancia capitalista. Del mismo modo, el sistema socioeconómico posrevolucionario siguió atrapado por las alienantes limitaciones estructurales del capital en sí, aún cuando estableció un modo poscapitalista de extraer el excedente de trabajo por medios políticos directos a un ritmo impuesto y, de este modo, dio origen a un nuevo tipo de imponer el dominio del tiempo del capital (en lugar del anterior, impuesto por el mercado), como corresponde al sistema del capital en todas sus formas plausibles. Ésta también es la razón por la cual todos los intentos de reforma pos estalinistas debían fracasar, inclusive la “perestroika” programáticamente reestructuradora de Gorbachov. La contradicción inherente de estos intentos de reforma posrevolucionarios no fue menos aguda que la que caracterizó a sus contrapartes socialdemócratas en el Occidente, puesto que ellos trataron de “reestructurar” el orden existente sin cambiar su estructura de mando jerárquica y explotadora de conjunto. [14]
Por ende, si el asunto crucial del poder de control metabólico social del capital no se aborda de manera efectiva, mediante transformaciones estratégicas globales llevadas a cabo de manera sistemática (en lugar de medidas reactivas más o menos aisladas), en ese caso incluso la intervención política más radical en una situación de crisis mayor, incluso tan trascendentales como el derrocamiento del Estado capitalista, ya experimentado históricamente en varios países, está destinada a permanecer unidimensionalmente inestable y en última instancia en peligro. Para poder producir la deseada transformación socialista de la sociedad, es necesario cambiar la estructura de mando jerárquica del capital. Esto es necesario porque, sin hacerlo, no puede haber ninguna reorientación exitosa de la economía en el espíritu de la producción para el uso. Sin embargo, estamos hablando de algo mucho más fundamental que la conquista de las palancas de control de los niveles altos del Estado político, puesto que cada componente, grande o pequeño, del modo de control metabólico social del capital tiene su propia estructura de mando que se encuentra profundamente enraizada y que busca su propia ventaja, tradicionalmente orientada a asegurar la expansión (sin preocupación por el uso ni la necesidad humana real) e impulsada por la acumulación (lo que favorece la adopción de las modalidades más fácilmente alcanzables, incluso si son extremadamente perjudiciales desde el punto de vista ambiental u en otros sentidos). Éste es el círculo vicioso que debe romperse si se aspira de alguna manera al éxito de las metas socialistas proclamadas. Pero para poder hacerlo, la estructura de mando jerárquica heredada e incluso el más pequeño microcosmos metabólico social del capital debe reemplazarse con una alternativa productivamente viable.
4. La producción más allá del capital
Estamos acostumbrados a pensar en expansión y acumulación como inseparables y, con ello aceptamos el paralizante círculo vicioso de nuestras condiciones históricamente creadas e históricamente alterables de existencia socioeconómica como una determinación natural. Sin embargo, de esa manera, es claro que no hay alternativa al sistema del capital. Porque es autoderrotarse renunciar a la idea de combinar la expansión de las necesidades humanas con un potencial de producción correspondiente para su satisfacción y, en definitiva para ayudar al enriquecimiento de las necesidades humanas mediante el desarrollo productivo de la sociedad. Las concepciones utópicas del pasado se condenaron a ser fácilmente descartadas e, incluso ridiculizadas, al caer en la trampa de renunciar a la idea de instituir un sistema productivo con una satisfactoria expansión y en plena armonía con las demandas planteadas por las crecientes y diversificadas necesidades humanas. Desdichadamente, lo hicieron en lugar de poner en tela de juicio el círculo vicioso de la inseparabilidad que recién mencionamos.
En realidad, sin embargo, la supuesta inseparabilidad natural sólo es válida en el sistema del capital, por que bajo el dominio del capital el imperativo de la acumulación se reduce, con arbitrariedad e irrevocabilidad históricas, a la acumulación de capital. Incluso la acumulación a largo plazo del conocimiento humano debe convertirse, de la manera más selectiva y restrictiva, en un atributo del capital, en el sentido de que para apropiarse de él y reconocerlo socialmente, así como utilizarlo productivamente, primero debe adquirir su legitimidad como activo de capital. Y la relación viciosa también funciona en sentido inverso, puesto que bajo el dominio del capital, el único tipo de expansión que puede considerarse expansión genuina, el “crecimiento”, normalmente sin calificativos, es el que lleva consigo la acumulación de activos de capital. Ésta es la razón por la cual la opción que debemos visualizar frente a nuestro turbulento orden socioeconómico significa: romper el círculo vicioso en cuestión yendo más allá del capital mismo, y simultáneamente insistir en la necesaria separación de la expansión (definida adecuadamente) de las inevitables limitaciones y restricciones impuestas por la acumulación del capital.
Naturalmente, la necesaria redefinición de la teoría económica y la política “más allá del capital” supone algunos cambios trascendentales, con respecto a las formas tradicionales, pues que no puede suponerse que persistirá en condiciones tan radicalmente diferentes la base material de las determinaciones cuasi naturales sobre la que se han erigido desde su nacimiento.
La teoría económica moderna se concibió originalmente, bastante correctamente, como un enfoque teórico con sus propios principios rectores. Ya en el siglo xviii algunos economistas clásicos, y más explícitamente Adam Smith, expresaron una preocupación legítima encaminada a resguardar la nueva ciencia de la economía política de la interferencia de los personajes políticos y de entidades políticas, estipulando que “ningún Consejo o Senado” debía tratar de manipular el marco objetivo del desarrollo económico espontáneamente beneficioso. [15] La caótica multiplicidad de interacciones económicas individuales se idealizó en esta concepción, con referencia a la célebre mano invisible como algo misteriosa, pero siempre benevolente guía de las decisiones individuales. [16] Por consiguiente, Adam Smith reconoció, aunque de manera idealizada, que el carácter centrífugo de la sociedad capitalista necesitaba algunos correctivos vitales para que la caótica multiplicidad de las interacciones económicas que establecen los individuos (en su imagen, limitados esencialmente a los individuos que poseen el capital, quienes en palabras de Smith emplean “su capital para sostener la industria doméstica”) no se hiciera pedazos como consecuencia de que sus componentes tiraran en direcciones muy diferentes.
En realidad, las determinaciones centrífugas del proceso de reproducción capitalista no surgen simplemente de las intenciones divergentes de los individuos, sino simultáneamente también de los intereses irreconciliables de las clases antagónicas conformadas por los individuos de la sociedad. Existen dos correctivos vitales a la “centrifugacidad” del sistema capitalista, de otra manera peligrosamente destructiva. El primero es el mercado, cuya importancia es casi universalmente reconocida. Sin embargo, esto no es así en el caso del segundo correctivo esencial: el papel más o menos importante de la intervención aplicada por el Estado capitalista. En este sentido, incluso los más vociferantes ‑y fervorosamente exagerados‑ defensores del “mercado”, como Hayek y sus seguidores, asumen una posición completamente irrealista, al invitar a los partidarios conservadores neoliberales a “hacer retroceder las fronteras del Estado”, cuando en realidad sin su opuesto diametral, es decir, el papel de apoyo cada vez mayor que ejerce el Estado, el sistema capitalista no podría sobrevivir ni un solo día.
Claro está, el reconocimiento del antagonismo básico entre el capital y el trabajo no podía ser parte integral del escenario de Adam Smith. En parte por esta razón, él pudo todavía ignorar más o menos la importante función correctiva del Estado; y pudo hacerlo en parte también porque el Estado capitalista en sus días desempeñaba un papel intervencionista considerablemente menos pronunciado que el que tiene en nuestros días. Sin embargo, de cierta manera, el papel que Smith asignó a la “mano invisible” desempeña ambas funciones correctivas, aun cuando no están claramente delimitadas. En efecto, la caracterización bastante misteriosa de la “mano invisible” fue consecuencia de la necesidad de fusionar en una las dos funciones correctivas percibidas bastante vagamente, al tiempo que también se deseaba proteger los procesos económicos capitalistas espontáneos de los políticos que “presumiesen de bastarse por sí solos” para intervenir. El papel del mercado como generador de cohesión pareció lo suficientemente obvio en la manera como se suponía que la “mano invisible” guiaba las intenciones de los individuos y promovía al mismo tiempo sus intereses particulares. Pero la naturaleza beneficiosa y eficaz de la “mano invisible” no se quedaba allí, puesto que también se decía que los individuos eran guiados para “emplear su capital para sostener la industria doméstica”, que resulta ser una de las funciones correctivas más importantes del Estado capitalista.
En el siglo xx, ya no fue posible dejar vagamente definido el papel correctivo y protector del Estado. Los economistas debían tomar una posición a favor o en contra. El intento de Hayek de idealizar ahistóricamente la “mano invisible” de Adam Smith y, al mismo tiempo, satanizar la intervención del Estado como el camino a la servidumbre –como lo plantea el título de su famoso libro The Road to Serfdom– sirvió a un propósito eminentemente conservador. Pero incluso tal hostilidad no pudo negar el carácter objetivo de la tendencia condenada misma. En contraposición, Keynes asumió una actitud completamente positiva en este sentido. Contrariamente a sus detractores neoliberales, quienes lo acusaron de tener intenciones antiliberales –aunque sólo denunció en efecto la persistencia de las fantasías del laissez faire–, Keynes adoptó un punto de vista positivo en relación con la participación del Estado en la gestión económica, incondicionalmente a favor de la supervivencia del capitalismo privado, aunque algunos de sus seguidores trataran de utilizar su enfoque para fines reformistas con orientación más izquierdista (en general, no más exitosamente que algunos ministros conservadores de la posguerra en Gran Bretaña). Pero resultó claro para Keynes que los cambios en las determinaciones y condiciones objetivas del desarrollo económico y político del siglo xx hicieron necesario ajustar en consecuencia la política económica global, en contraposición a los tiempos pasados del capitalismo del laissez faire. [17] Esta posición fue convincentemente expresada en un pasaje importante de su Teoría general:
Por consiguiente, mientras el ensanchamiento de las funciones de gobierno, que supone la tarea de ajustar la propensión a consumir con el aliciente para invertir, parecería a un publicista del siglo xix o a un financiero norteamericano contemporáneo una limitación espantosa al individualismo, yo las defiendo, por el contrario, tanto porque son el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes, como por ser condición del funcionamiento afortunado de la iniciativa individual. […] Los sistemas de los estados autoritarios de la actualidad parecen resolver el problema de la desocupación a expensas de la eficacia y la libertad. En verdad el mundo no tolerará por mucho tiempo más la desocupación que, aparte de breves intervalos de excitación, va unida ‑y en mi opinión, inevitablemente‑ al capitalismo individualista de estos tiempos; pero puede ser posible que la enfermedad se cure por medio de un análisis adecuado del problema, conservando al mismo tiempo la eficacia y la libertad. [18]
Por consiguiente, los principales teóricos que adoptaron la posición estratégica de la economía capitalista formularon sus concepciones sobre la base de las determinaciones objetivas –de hecho casi naturales– del sistema que favorecían. Si al final se demostró que Keynes era ingenuo en su pronóstico de que “el mundo no tolerará por mucho tiempo más la desocupación que va unida al capitalismo individualista de estos tiempos” (idea que repitieron luego sin mucha convicción Walt Rostow y otros), ésa no fue simplemente su culpa como pensador. La proyección keynesiana esperanzadora estaba dirigida genuinamente a contrarrestar un defecto estructural objetivo del sistema, un defecto que empezó a destacarse con creces –derrotando con extrema brutalidad el tipo de intervenciones correctivas compatibles con la defensa explícita de las “formas económicas existentes” que hiciera el mismo Keynes– en una etapa de desarrollo posterior y que se impuso de manera irreprimible con el principio de la crisis estructural del sistema del capital en general.
Las determinaciones casi naturales que se manifiestan bajo el dominio del capital son casi naturales precisamente porque “trabajan a espaldas de los individuos”, incluidos entre ellos los responsables de tomar decisiones económicas y políticas. Esto se aplica también a la manera como pueden introducirse los correctivos mencionados arriba, independientemente de cuán “conscientes” puedan ser las intenciones de los encargados de tomar decisiones. La ceguera que se deriva de las determinaciones que trabajan a espaldas de los individuos afecta no sólo a los responsables de tomar decisiones directamente involucrados –con sus anticipaciones, a menudo frustradas, en el ámbito del mercado– sino también a los gerentes de las diversas modalidades de intervención estatal. Por supuesto, esta circunstancia no disminuye el carácter objetivo de los procesos en curso. Fundamentalmente, tiende a intensificarlos en el sentido de que confiere a las determinaciones que los individuos deben enfrentar con su conciencia la objetividad más problemática de la reificación. Ésta es la razón por la cual los grandes pensadores que describen el mundo desde el punto de vista del capital, como Hegel, sueñan con la “identidad sujeto/objeto” que en principio superaría los obstáculos que se elevan frente a la conciencia.
Paradójicamente, las teorías económicas concebidas en el marco de tal objetividad, que se impone “a espaldas de los individuos”, son ayudadas en sumo grado por las determinaciones casi naturales del funcionamiento del sistema. Aun si pensamos en esta objetividad relativamente útil solamente como “muletas”, es sin embargo importante para permitir a los pensadores involucrados identificar –aunque a menudo bastante parcialmente– algunas tendencias objetivas importantes y fundamentar en ellas las políticas propugnadas, como base para la toma de decisiones. Sin embargo, una vez que prevemos las condiciones que surgen más allá del capital, desaparecen de vista las muletas que existían antes, para el tipo de teorización económica que conocemos. En consecuencia, algo cualitativamente diferente debe reemplazar a las determinaciones casi naturales como marco orientador de la teoría económica y de los procesos prácticos correspondientes de la formulación autónoma de políticas.
La diferencia se vuelve clara cuando tenemos en cuenta el asunto de la previsibilidad.
En las condiciones del capitalismo, las determinaciones objetivas del desarrollo se manifiestan como tendencias económicas identificables –y en ese sentido específico “leyes económicas” (por esta razón es necesario introducir la precisión resaltando el carácter casi natural de tales determinaciones), a diferencia de las leyes mucho más firmes de las ciencias naturales con su forma incomparablemente más precisa y confiable de previsibilidad– que pueden ser la base de las anticipaciones probabilísticas de consecuencias futuras. Este activo, que es simultáneamente también una limitación, circunscribe para bien o para mal las posibilidades predictivas de las teorías críticas también y no sólo de las producidas por los creyentes incondicionales de las virtudes del sistema establecido. En efecto, las conclusiones y recomendaciones de política de las teorías críticas y de las no críticas pueden ser muy diferentes. Pero ambas deben fundamentar sus evaluaciones en las determinaciones casi naturales de los acontecimientos en curso. Ésta es la manera como pueden preverse las tendencias expansionistas o las recesiones, a fin de adoptar las medidas que se estimen apropiadas para hacerles frente.
Todo esto resulta muy diferente cuando pensamos en las teorías económicas factibles más allá del capital. Una vez que se superan exitosamente las limitaciones que surgen de las determinaciones casi naturales que se imponen “a espaldas de los individuos”, se van con ellas las consecuencias deterministas que se derivan de ellas y constituyen el marco de las anticipaciones probabilísticas anteriores. En consecuencia, en las nuevas teorías las anticipaciones del futuro no pueden considerarse predicciones en el sentido anterior. Se convierten en estipulaciones con respecto al futuro, que se desprenden de las decisiones de política tomadas en un contexto determinado, sobre la base de algunos objetivos conscientemente fijados por los individuos involucrados, en relación con el material y los recursos humanos disponibles. En otras palabras, este tipo de “predicción” es análogo al que ocurre cuando una organización deportiva como, por ejemplo, la asociación de fútbol estipula y anticipa que un juego dado deberá comenzar y comenzará el sábado a las 3 de la tarde, lo que en principio debe estar dentro de las posibilidades de los individuos involucrados.
Por consiguiente, el hecho de que en la sociedad más allá del capital el “determinismo económico” se deje atrás conlleva la necesaria consecuencia de que en las nuevas circunstancias la teoría económica debe encontrar una manera muy diferente de relacionar el futuro con el presente. La conceptualización de la inercia del pasado como la fuerza condicionante del presente y del futuro ya no puede desempeñar más su papel tradicional. En consecuencia, la redefinición práctica de las relaciones temporales de la interacción social significa que la toma de decisiones consciente con respecto al futuro, personificada tangiblemente en los objetivos que se fijan los individuos para ellos mismos, se convierte en la fuerza orientadora controlable del presente, en contraposición con el mismo papel que antes desempeñaba de manera incontrolada la inercia del pasado.
5. La teoría más allá del capital
Naturalmente, sin que se den algunas precondiciones objetivas, no hay manera de articular un nuevo tipo de teoría económica –no determinista–, junto con un marco correspondiente de toma de decisiones políticas consciente.
La raíz del problema está en que la teoría económica no determinista, como guía para la toma de decisiones consciente, es concebible únicamente cuando las condiciones a las que se refiere, como la base de la evaluación de los objetivos que se persiguen, son transparentes. Las teorías que conciben una solución a través de la “mano invisible” tratan de eliminar el problema en sí decretando una imposibilidad de transparencia a priori. Estas teorías pueden adoptar formas extremadamente conservadoras, tratando de hacer una virtud moral de un papel que limita a los individuos a subordinarse incondicionalmente a los imperativos del sistema del capital. El celo de Hayek al promover su cruzada es un ejemplo destacado de esta manera de evaluar los asuntos. En un artículo programáticamente titulado “The Moral Imperative of the Market”, Hayek escribe:
Para permitir a las personas adaptarse a una estructura que no conocen (y cuyos determinantes tampoco conocen), debemos dejar que el mecanismo espontáneo del mercado les diga qué deben hacer. […] Nuestro conocimiento moderno nos indica que los precios son señales que informan a las personas lo que deben hacer para ajustarse al resto del sistema. [19] […] Las personas deben estar dispuestas a someterse a la disciplina que constituye la moralidad comercial. [20]
Por ende, Hayek desea que creamos que al conferir la condición de una “moralidad” ficticia al imperativo capitalista de someter a los individuos a las determinaciones estructurales de un sistema que en sus palabras ellos no conocen y que en principio no pueden conocer, y al usar engañosamente deben hacer (como obligación moral), en lugar de tienen que hacer, su mensaje autoritario (según el cual los individuos reacios [21] deben ajustarse al resto del sistema) se convierte en sinónimo de la defensa de la libertad. Y Hayek continúa con esta línea de razonamiento e impone la imposibilidad de transparencia a priori en nombre del “mecanismo espontáneo del mercado” (que, al favorecer tendencias monopolistas y las correspondientes relaciones de poder más inicuas, no es ni un simple mecanismo ni es espontáneo), aun cuando tiene que admitir que los principios por él defendidos nunca han sido justificados racionalmente [22] . Al mismo tiempo, sin la más mínima preocupación por la ausencia de justificación racional, Hayek nos advierte que la adopción incondicional de su “moralidad comercial” (que bruscamente descarta la idea de la justicia social como un espejismo [23] y convierte por decreto en una obligación moral “aprender la rígida disciplina del mercado”) es un “asunto crucial para la preservación futura de la civilización que debe afrontarse antes de que los argumentos del socialismo nos lleven de vuelta a una moralidad primitiva” [24] .
En realidad, la razón fundamental de la falta de transparencia en nuestra época no es el hecho inalterable de que la sociedad esté formada por individuos, sino la condición radicalmente alterable de que estén subsumidos en fuerzas jerárquicamente estructuradas y antagónicas. Las dificultades básicas que enfrentan la teoría económica y la toma de decisiones políticas no se derivan de las intenciones divergentes de los individuos particulares –por cuya razón deben invocarse los buenos servicios de la “mano invisible”, al tiempo que se calla en relación con, o se distorsiona tendenciosamente, la muy “visible mano” del Estado– sino de la naturaleza antagónica de las relaciones sociales dominantes. El poder de los individuos como individuos particulares –y no como personificaciones de fuerzas sociales que actúan de acuerdo con los imperativos de su “condición social en la vida”– se exagera enormemente, a fin de prejuzgar el asunto a favor de la “mano invisible”. Sin embargo, la razón principal por la que la toma de decisiones está incorregiblemente viciada por la opacidad de las determinaciones sociales puede precisarse exactamente en su carácter antagónico. Por consiguiente, si deseamos reemplazar la opacidad de la objetividad reificada por la transparencia de las relaciones sociales controlables, debemos superar la inercia fatídica del antagonismo.
La viabilidad de la toma consciente de decisiones políticas y económicas “más allá del capital” es factible únicamente sobre esta base. La sumisión a una disciplina externa –ya sea en nombre de la moralidad ficticia que propugna la rígida disciplina del mercado o la extracción del trabajo excedente impuesta políticamente– está condenada al fracaso en este sentido. La única disciplina compatible con la concepción de la que estamos hablando (es decir, un nuevo tipo de teoría económica –no determinista–, concebida junto con un marco correspondiente de toma consciente de decisiones políticas) es la disciplina interna adoptada por los individuos sobre la base de los objetivos compartidos que ellos mismos hayan establecido de manera no antagónica, sin la presión de determinaciones conflictivas irreconciliables. De lo contrario, la conciencia de los individuos se distorsiona incorregiblemente y se transforma en variedades de falsa conciencia, puesto que se ven inducidos a racionalizar y a justificar las decisiones que les han sido impuestas como si fueran sus propias decisiones autónomas, correctas y encomiables.
La teoría económica no determinista presupone una relación cualitativamente diferente entre la economía y la política en dos sentidos. El primero guarda relación con la conexión directa entre los dos dominios, que podría llamarse su relación interna. Esto se desprende del hecho de que en tanto la preponderancia de las determinaciones y los imperativos materiales y económicos se deja atrás, los procesos tradicionales de toma de decisiones políticas pueden redefinirse apreciablemente de manera mucho menos parcial. El segundo sentido, relacionado estrechamente con el primero, se refiere al asunto de superar la alienación, tanto en la economía como en la política. Puesto que la manera como funcionan los dos dominios bajo el gobierno del capital sólo puede caracterizarse como la alienación del poder de los individuos en relación con la toma de decisiones de todos los individuos, que deben adaptarse al papel alienado que se les ha asignado como personificaciones del capital o personificaciones del trabajo. Es por ello que la noción relativa a los “individuos soberanos que imponen sus intenciones y se esfuerzan por lograr sus intereses particulares en la única sociedad que es sostenible, la sociedad de mercado” –en armonía plena con el interés de la sociedad en su conjunto, gracias a la benevolente “mano invisible”– es tan indefectiblemente atípica de la situación real. [25] La toma de decisiones, tanto en política como en el dominio de la economía está en realidad terriblemente limitada y distorsionada, en correspondencia con los imperativos alienantes de la acumulación de capital y de la expansión a los que ambas deben someterse. Al mismo tiempo, a los individuos como tales se les niega el poder de tornar decisiones, en el sentido de que su “decisiones” son predeterminadas por el “poder de las cosas”, en concordancia con la alienación y la reificación. Por consiguiente, el cambio cualitativo en la relación entre la economía y la política en el segundo sentido significa la restitución a los individuos del poder de tomar decisiones como individuos sociales que actúan conscientemente. Ésta es la única manera posible de reconstituir la unidad de la política y la economía, junto con la harmonización del individuo y de la toma de decisiones sociales en un sentido significativo del término.
Todo esto tiene implicaciones de gran alcance para el tiempo productivamente utilizable de la sociedad, no sólo en el sentido mencionado antes de que la redefinición práctica de la interacción social en relación con el futuro se convierta en la fuerza rectora del presente, en contraposición con el papel que una vez desempeñara en este sentido la inercia del pasado. Igualmente importante es el cambio que tiene lugar con respecto al tiempo directamente controlable por los individuos como individuos sociales. Como sabemos, bajo el dominio del capital el tiempo necesario que se requiere para expandir la producción y la acumulación del capital es impuesto a los individuos externamente, a través de la “rígida disciplina del mercado” o mediante las modalidades poscapitalistas de extracción del excedente de trabajo‑ como el imperativo temporal indiscutible del sistema. Sin embargo, mientras más avanzado es el potencial productivo de una sociedad, más dispendioso resulta manejar de esta manera sus relaciones productivas. Puesto que mucho más allá de la extracción y la apropiación del excedente de trabajo estrictamente regulado y externamente controlado (bajo el capitalismo, equivalente de manera restrictiva a la plusvalía), en una sociedad productivamente avanzada también encontramos la vasta y positiva potencialidad del tiempo disponible de los individuos, que no puede ser fácilmente utilizado por el modo de control metabólico social del capital con “eficiencia económica” externamente manejable.
Naturalmente, no puede haber razón alguna por la que los individuos deban sentirse internamente/positivamente motivados ‑condición vital para activar esta dimensión de riqueza‑ a colocar su tiempo disponible en el fondo común de sus prácticas productivas y distributivas, si no se encuentran en pleno control de su actividad de vida como individuos sociales. Es por ello que, en las condiciones de antagonismo y necesaria ausencia de transparencia, la riqueza potencialmente inmensa –aunque debido a su misma naturaleza, y para desagrado del capital, definible sólo cualitativamente– del tiempo disponible de los individuos se desperdicia en nuestras sociedades, cuando la necesidad de utilizarlo de manera creativa está creciendo en sumo grado día tras día. Lamentablemente, cuando consideramos el insostenible derroche de nuestro orden metabólico social, tendemos a concentramos en el asunto de la energía y los recursos materiales primordiales mal utilizados, y a olvidar por completo esta dimensión vital del problema. Por el contrario, la teoría económica no determinista y el marco correspondiente de la toma de decisiones políticas, basados en la participación activa de todos, no son factibles si no se desarrolla la gran potencialidad positiva del tiempo disponible de los individuos.
6. Importancia y dificultad de unza planificación comprehensiva
Retornando al asunto de la planificación para concluir este trabajo, lo que debe resaltarse en primer lugar es la importancia y la gran dificultad de instituir una planificación comprehensiva.
Ya hemos visto que durante la Segunda Guerra Mundial, incluso el gobierno del país más poderoso en términos capitalistas, los Estados Unidos, tuvo que adoptar la planificación central, a fin de garantizar las condiciones materiales necesarias para obtener la victoria sobre Hitler. Claro está, esto ocurrió bajo las condiciones extremas de un estado de emergencia. Sin él, las determinaciones históricas y sociales del sistema capitalista hacen más problemáticos todos los intentos de establecer una comprehensiva planificación. Sin embargo, los promotores de la idolatría del mercado distorsionan este asunto como si la oposición entre la “planificación central” y la “elección individual” fuera una oposición metafísica eterna. Sin embargo, la “elección individual” –y la idea conexa de la “autonomía local”– no significa absolutamente nada si las elecciones “autónomas” que hagan los individuos o los grupos de individuos localmente quedan anuladas por los imperativos materiales del sistema económico y las directrices autoritarias de su estructura de mando general. Sin introducir las correspondientes condiciones históricas apropiadas la tan proclamada oposición entre la “planificación y la elección individual” –así como la oposición entre “crecimiento o no crecimiento”– sólo puede ser una interesada falsa oposición.
Bajo circunstancias normales, en el tipo capitalista de nuestro orden reproductivo social, no puede haber planificación comprehensiva. Esto es así incluso cuando las gigantes corporaciones cuasi-monopólicas adoptan una problemática forma de planificación, necesariamente truncada. Este tipo de planificación debe ser truncada, porque ellos mismos sólo pueden ser cuasi-monopólicas, independientemente de cuán gigantes sean, puesto que nunca pueden acaparar el mercado mundial ni siquiera en su propio ramo relativamente restringido de actividad productiva, y mucho menos su totalidad. Por supuesto, no es sorprendente el hecho de que la planificación corporativa incorregiblemente truncada a veces se idealice como planificación plenamente viable en todo sentido, como lo ha hecho John Kenneth Galbraith. [26] Pero esta evaluación del problema no es más que un pensamiento esperanzador. Mas aún, en el caso de Galbraith, la idea extremadamente exagerada de la planificación de la gran corporación se encontraba asociada con la idea de que, debido al proceso de planificación que supuestamente compartían la economía soviética en su conjunto y las corporaciones gigantes de los Estados Unidos, ambos sistemas estaban de hecho convergiendo hacia algo cualitativamente diferente tanto del capitalismo como del socialismo. Huelga decir que nada pudo alejarse más de la realidad que la perspectiva ilusoria de la “convergencia” de ambas sociedades, como lo ha demostrado claramente la espectacular implosión del sistema soviético y la subsiguiente restauración del capitalismo en toda Europa del Este.
La necesaria frustración de la planificación bajo el capitalismo [27] empezó a destacarse en Gran Bretaña durante el gobierno de Harold Wilson, formado tras la victoria electoral del Partido Laborista en 1964. En esa época, Wilson todavía hablaba de “conquistar las posiciones de poder de la economía” e inventó un nuevo ministerio de Economía para Lord George Brown, el líder adjunto del Partido Laborista. Se suponía que este ministerio introduciría algunos cambios importantes en la gestión de la economía británica, en armonía con el defendido proceso de planificación. Sin embargo, resultó que este intento fue un completo fracaso, y la aventura tuvo un final infeliz. En lugar de que el gobierno “conquistara las posiciones de poder de la economía”, ocurrió lo diametralmente opuesto: las “posiciones de poder” de las grandes empresas conquistaron al gobierno y lo obligaron a abandonar completamente las viejas ideas de la reforma socialdemócrata. Se anunciaba con ello la transformación del Partido Laborista en el “amigo de la empresa”, según dice orgullosamente su líder actual.
En el transcurso del desarrollo histórico del capital, y especialmente en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el significado original de economía como economizar ha sido eliminado completamente por el imperativo del proceso de autor reproducción en expansión incesante del sistema. Como se mencionó antes, la expansión bajo el dominio del capital siempre estuvo subordinada al imperativo de la acumulación de capital que, desde el punto de vista del sistema, no puede admitir límite alguno. La incapacidad de “crecer” en este sentido atrofiado, como “expansión de activos aún más expansibles de capital”, se considera con desolación como una violación de la lógica interna del sistema. La idea de introducir conscientemente regulaciones correctivas a la acumulación de capital en aras del desarrollo sostenible, era –y será siempre– descartada como un absoluto fracaso. Las determinaciones sistémicas casi naturales del capital no lo tolerarían. Por consiguiente, “economía” se convierte en sinónimo de “lo que sea propicio a la expansión o acumulación constante”, independientemente de las consecuencias humanas y ambientales, lo cual descarta el economizar como un concepto inútil e incluso hostil. Ésta es la razón por la que debe rechazarse categóricamente la planificación comprehensiva como un correctivo necesario, aunque este rechazo apriorístico se embellece ideológicamente –desde Ludwig von Mises [28] hasta Frederick von Hayek y sus partidarios– como “sentido común” incontestable.
Claramente, sin embargo, las consecuencias destructivas del proceso de reproducción del capital [29] no pueden corregirse sin redescubrir el significado original de la economía como el necesario economizar de la buena administración en un mundo de recursos finitos, y sin su consciente utilización mediante la planificación comprehensiva. El despilfarro extremo del actual modo de control metabólico social –en relación a la utilización de recursos materiales no renovables y al peligroso impacto en el medio ambiente global de los procesos de producción de capital, así como a la terrible subutilización de sus productos– está empeorando a medida que transcurre el tiempo, sin evidencia alguna de que se corrijan las determinaciones subyacentes en la escala necesaria. Incluso los más limitados intentos de planificar alguna mejora, en un único dominio, como, por ejemplo, la reducción de las emisiones nocivas hacia la atmósfera mediante las “buenas intenciones” del protocolo de Kyoto, son rechazados sin miramientos por el país capitalista más poderoso.
El problema consiste en que hablar sobre la necesidad de la planificación comprehensiva no es simplemente un asunto de escala (su aplicación parcial en ciertas ramos de la industria por algunas corporaciones, por ejemplo, en contraposición a su aplicación a todo el territorio nacional), ni tampoco de duración del proceso (necesariamente temporal bajo el capitalismo, en el sentido de que debe restringirse a los estados de emergencia, o muy grave emergencia). Lo más importante es que comprometerse con la planificación comprehensiva inevitablemente incluye en la agenda el desafío de concebir un modo alternativo de reproducción metabólica social, al menos por implicación. Dadas las condiciones en las cuales puede surgir el asunto en si, incluso parciales medidas positivas de intervención correctiva –que en primer lugar deberán ser predominantemente contramedidas a las determinaciones casi naturales del capital– estarán en permanente peligro, amenazadas por un completo fracaso e incluso por la restauración capitalista a plena escala, a menos que se amplíen satisfactoriamente de manera tal que terminen siendo los ladrillos de una manera radicalmente diferente de manejar el intercambio de los individuos entre sí y con la naturaleza. La implosión del sistema tipo soviético, con su proceso de planificación autoritario, rechazado de manera poco ortodoxa por los productores, ofrece una prueba elocuente de la veracidad de esta afirmación.
Naturalmente, no puede haber economía en el sentido significativo de economizar sin una forma práctica viable de control o contabilidad. Por oposición a la “contabilidad económica” del capital que se fundamenta en una cuantificación minuciosa, y que pretende ser la única “económicamente aceptable”, la contabilidad socialista de la planificación comprehensiva debe operar sobre la base de la restauración en la práctica social de la dialéctica de la cantidad y la calidad, que fue destruida a través del despliegue universal de la mercantilización, la alienación y la reificación. En este sentido, la contabilidad socialista debe estar orientada hacia la calidad, incluso cuando tenga que evaluar las cantidades disponibles para la distribución entre actividades alternas y propósitos legítimamente diferentes.
No disponemos de suficiente tiempo para analizar de manera adecuada la gran variedad de asuntos bastante complicados y a menudo, por razones ideológicas, distorsionados [30] de la necesaria orientación hacia la calidad de la contabilidad socialista. Sin embargo, se impone una muy breve mención de por lo menos algunos de ellos.
El primero guarda relación con el asunto de la producción para cubrir las necesidades, en clara contraposición al actual predominio del sometimiento, a despecho de incluso las necesidades más elementales de la abrumadora mayoría de la humanidad, de los dictados interesados de la producción “económicamente viable”. Por ende, la determinación del proceso de distribución y consumo trabaja en un círculo equivocado. En lugar de partir de la demanda real basada en las necesidades para la determinación de las metas productivas, los objetivos fijados de manera capitalista presionan contra su lecho de Procusto las aspiraciones humanas frustradas. Las personas deben conformarse con lo que puedan obtener, si logran obtener algo. Y para colmo de males, todo esto se hace con la ideología risible de la “soberanía del consumidor”.
Otro aspecto de nuestro problema puede describirse como la producción de valores de uso frente al predominio del intercambio de valores que pueden ser fácilmente cuantificados mecánica para la contabilización de beneficios. También en este caso prevalecen las huellas preestablecidas del sistema de producción, independientemente de cuán despilfarrador sea manejar de esta manera la administración de los recursos humanos y materiales. Asimismo, en las últimas décadas, la situación de hecho esta empeorando en este sentido, con el desarrollo de la crisis estructural del capital. Ésta es la razón por la que hemos venido presenciando una tasa decreciente de utilización de productos, servicios y maquinaria productiva, aunque es bastante innegable la necesidad exactamente opuesta, es decir, tasas crecientes de utilización, para satisfacer la demanda proveniente de innumerables millones que tienen que sobrevivir con menos de un dólar diario.
También es necesario mencionar en este contexto quizás el problema más inmediato y urgente, que amenaza en todas partes con la desestabilización social y posiblemente, incluso, la explosión social: el cáncer del desempleo creciente. El enfoque de cuantificación estricta del capital ni siquiera puede percibir la naturaleza real del problema, y mucho menos resolverlo. En el mejor de los casos puede convertir una parte del desempleo en variedades de subempleo, lo cual es imposible que funcione en el largo plazo. Es por ello que todas las soluciones proyectadas terminaron siendo ilusorias e insostenibles como, por ejemplo, el programa de “Pleno empleo en una sociedad libre” (Full Employment in a Free Society [31] ), propuesto por el “padre del Estado benefactor”, Lord Beveridge y concebido en el espíritu keynesiano. En un mundo en el que el trabajo debe considerarse un “costo de producción” cuantificable, los correctivos sólo pueden ser temporales o coyunturales, sujetos a los imperativos de la acumulación de capital mas o menos relativamente inalterada, como se experimentó durante las dos décadas y media de expansión de la posguerra. El intento reciente de resolver el problema del desempleo mediante la informalidad –que es realmente la precarización más insensible de los seres humanos– sólo puede camuflar un fracaso cuyo impacto está destinado a empeorar en el futuro cercano.
Evidentemente, en todas estas cuestiones no puede lograrse nada acorde a la importancia misma de los asuntos sin reorientar drásticamente la contabilidad social hacia la calidad, en el contexto de la planificación comprehensiva de objetivos convenidos y manejados conscientemente, trabajando en armonía con gente –los “productores libremente asociados”– que participe más activamente en la gestión de sus propios asuntos. En este caso, también debemos considerar el famoso principio marxista de la distribución, que sostiene que en una sociedad socialista avanzada los individuos trabajarán conforme a sus habilidades y recibirán del producto social general de acuerdo con sus necesidades, [32] puesto que este principio a menudo se interpreta con parcialidad burocrática, ignorando el énfasis que puso Marx en la autodeterminación de los individuos, sin la cual “trabajar conforme a su habilidad” significa muy poco, si es que significa algo. Por consiguiente, los dos términos principales de la definición marxista –es decir, la habilidad y la necesidad individuales– sólo pueden adquirir su verdadero significado en un marco de contabilidad cualitativa. Estos son los parámetros de un proceso de planificación comprehensiva viable prácticamente, factible solamente en una perspectiva de largo plazo.
Naturalmente, subrayar la importancia de una perspectiva de largo plazo no significa que podamos ignorar “el aquí y el ahora”. Por el contrario, la razón por la que debemos interesamos en un horizonte mucho más amplio que el habitual es para poder conceptualizar de manera realista una transición [33] hacia un orden social diferente a partir de las determinaciones del presente. La perspectiva de largo plazo es necesaria, porque la meta real de la transformación sólo puede establecerse dentro de tal horizonte. Además, sin identificar la meta adecuada, seguramente sería como viajar sin brújula y, por lo tanto, las personas involucradas podrían desviarse fácilmente de sus objetivos vitales. Por otra parte, la comprensión de las determinaciones objetivas y subjetivas del “aquí y el ahora” es igualmente importante, ya que la tarea de instituir los cambios necesarios se define ya en el presente, en el sentido de que a menos que comience a realizarse en el “justamente aquí y ahora”, aun cuando por el momento sea de manera modesta ‑con plena conciencia de las limitaciones existentes, así como de las dificultades para sustentar el viaje en su horizonte temporal más distante‑ no llegaremos a ninguna parte. Aunque nadie debe alentar una acción irresponsablemente precipitada y prematura, no puede excluirse el riesgo de que sea prematura, al estar dirigida a una empresa tan fundamental y difícil como instituir un cambio estructural trascendental, aun cuando los individuos interesados actúen de la manera más responsable posible. La verdad es que no puede lograrse nada si nos quedamos esperando las condiciones favorables y el momento adecuado.
Las personas que abogan por un cambio estructural trascendental deben estar siempre conscientes de las limitaciones que habrán de enfrentar. Al mismo tiempo, deben estar atentas para evitar que el peso de tales limitaciones se congele y se transforme en la fuerza paralizante de alguna “ley objetiva” ficticia que pueda desviarlas de sus objetivos declarados. El proceso de planificación factible en “el aquí y el ahora” es un excelente ejemplo. Como correctamente lo destacó Harry Magdoff, tanto en relación con las dificultades objetivas ineludibles como con su transfiguración fetichista:
Obviamente, la magnitud y las destrezas de la fuerza laboral, la cantidad y calidad de la tierra cultivable, la oferta potencial de materias primas, las herramientas y demás equipos disponibles, los medios de transporte y comunicación, todos establecen serias limitaciones en cuanto a lo que puede lograrse en un momento dado. Cada paso de la planificación, tanto nacional corno localmente, debe tomar en cuenta las limitaciones prácticas. Una planta de aluminio sin una fuente adecuada de energía eléctrica sería inútil. Una planta química por lo general necesita grandes cantidades de agua. Una planta de acero debe disponer de fuentes accesibles de mineral de hierro y carbón de cocción. En los niveles más altos de la planificación, deben tomarse en consideración constantemente diversos balances y proporciones, como, por ejemplo, entre la industria y la agricultura, los bienes de producción y de consumo, las industrias de extracción y de producción, las necesidades de transporte y distribución, el ingreso de los consumidores y la oferta de bienes de consumo. Pero, ¿qué tienen que ver los límites objetivos con las “leyes económicas objetivas” del socialismo? Aquí llegamos al fondo del asunto. El efecto de confundir los límites y las limitaciones con las leyes oscurece (incluso podríamos decir que oculta) los problemas básicos y los asuntos de política de una transición socialista. [34]
Claro está, las limitaciones y dificultades vinculadas al intento histórico de llevar una sociedad en gran medida subdesarrollada de 1.300 millones de habitantes (es decir, ¡55 veces Venezuela!) a un nivel de producción alcanzado por los países industrialmente más avanzados deben ser bastante pasmosas desde cualquier punto de vista. Por ende, es comprensible que los registros históricos muestren avances interrumpidos por reveses y frustraciones importantes. Deben intentarse muchas cosas, en circunstancias de limitaciones serias y en medio de hostilidad externa, que pueden ser mayores en el futuro. Observando estos acontecimientos de lejos, pueden parecer bastante difíciles de resolver. Merece la pena recordar en este contexto un antiguo adagio, citado con aprobación por el fallecido líder chino Deng Hsiao Ping, según el cual “el color de los gatos no importa” –es decir, que no debemos preocupamos si son capitalistas o socialistas– “siempre que atrapen al ratón”. A primera vista, esto puede considerarse bastante razonable. Sin embargo, podemos sentimos tentados a preguntar: ¿qué pasa si las políticas adoptadas desembocan en una plaga de ratas gigantes, bajo la forma de desempleo estructural masivo, en lugar de la feliz captura del ratón? Llamar a las limitaciones y los peligros innegables en juego “las leyes objetivas del socialismo”, como se hace en el artículo criticado por Magdoff, no ofrece consuelo alguno en este sentido. [35] Se requiere la peculiar lógica de The Economist para admitir, por una parte, que la migración rural hacia las ciudades de China causaría “una crisis de desempleo con consecuencias sociales y políticas de gran alcance” y, por otra parte, propugnar en el mismo párrafo la adopción de tal política potencialmente explosiva, insistiendo en que “China necesita mantener bajos sus costos laborales dejando a su población rural trabajar libremente en las áreas urbanas”. [36]
Para nosotros, mantener una estrategia socialista que requiere de la planificación comprehensiva, como vía para superar los peligros ecológicos y los otros que la humanidad debe enfrentar ‑no en un futuro remoto, sino hoy mismo‑ sigue siendo más válido que nunca antes. Nadie puede negar que los cambios requeridos para la muy necesaria transición hacia una sociedad más allá del capital son casi prohibitivamente difíciles de realizar. La teoría económica, respetuosa del peso de las limitaciones objetivas, pero rechazando someterse a sus determinaciones fetichistas y, por ende, trabajando de la mano con la política de emancipación, puede contribuir de manera vital al éxito de esta empresa.
Disertación presentada en la conferencia sobre “El pensamiento económico y su relevancia en el mundo de hoy”, organizada por el Banco Central de Venezuela y el editor de su revista económica (Revista BCV) Asdrúbal Baptista, celebrada en Caracas entre el 10 y el 12 de septiembre de 2001. Traducción de Gladys Sanz. El artículo fue enviado especialmente por el autor para su publicación en Herramienta. Subtítulos y revisión de la traducción para Herramienta a cargo de Aldo A. Romero.
[2] “American Productivity: Measuring the New Economy”, The Economist, 11 a 17 de agosto de 2001, pág. 12.
[3] Ídem, pág. 13.
[4] Mészáros: Szatira és valóság (Sátira y realidad), Szépirodahyli Könyvkiadó, Budapest, 1955, pág. 53. Terminé de escribir mi libro en el otoño de 1954 y fue publicado en enero de 1955.
[5] Ídem, pág. 55.
[6] O.I. Antónov, citado en Moshe Lewin: Stalinism and the Seeds of Soviet Reform: the Debates of the 1960s. Londres, Pluto Press, 1991, pág. 148.
[7] Vadim Medvédev, presidente del Comité Ideológico del Partido Soviético y miembro del Politburó de Gorbachov, era oficialmente llamado “el jefe ideológico”. Como tal, proclamó que: “Las sociedades anónimas no son en manera alguna contrarias a los principios económicos socialistas. Consideramos que la reorganización profunda de las relaciones de propiedad y la diversidad e igualdad de todas sus formas son una garantía de la renovación del socialismo” (Vadim A. Medvédev, “The Ideology of Perestroika”, en Perestroika Annual, vol. 2, editado por Abel Aganbegyan, Londres, Macdonald & Co. Ltd., 1990, pág. 32.). También proclamó que la nueva dirección que había tomado la economía, con sus relaciones de propiedad capitalísticamente reorganizadas y sus sociedades anónimas, garantizará el progreso democrático social del país (Ibíd., pág. 27). Naturalmente, ninguna de las proyecciones esperanzadas que hicieran los ideólogos de Gorbachov pudo hacerse realidad.
[8] De hecho, las infundadas teorías del “socialismo de mercado” y de “la economía de mercado social” dieron paso muy rápidamente a la defensa de, incluso, la versión más conservadora del capitalismo neoliberal. Como comentó con aprobación The Economist: “Una economía de mercado sin ningún adjetivo”. Eso es lo que Vaclav Klaus insiste que se necesita en Checoslovaquia, donde ha sido ministro de Finanzas desde comienzos de diciembre. No es para él la “economía de mercado social”, frase que se ha difundido en otras partes de Europa del Este. Este economista de 48 años de edad, de voz suave, pero sonrientemente seguro de sí mismo, cree que la mitad de las medidas serán menos que inútiles. Para reactivar el mercado rápidamente, Klaus y su ministerio están preparando un buen número de leyes nuevas para permitir el funcionamiento de mercados financieros al estilo occidental […] Klaus y sus compañeros delegados checoslovacos en Davos estaban ansiosos por distanciarse de las reformas de 1968 [es decir, de la Primavera de Praga, I.M.]. Pero se sentían felices de tratar de trabar amistad con la empresa occidental. No buscan ayuda, sino capital accionario, y parece no preocuparles si este capital llega a través de empresas mixtas, inversiones de tipo totalmente nuevo o compras directas de empresas checas. Como buen friedmanista, Klaus no muestra ningún interés en imponer el resultado de las fuerzas del mercado: su función es mantener los precios estables, al tiempo que el negocio hace su trabajo. “Financial Reform in Czechoslovakia: A Conversation with Vaclav Klaus”, The Economist, 10 de febrero de 1990. No fue ninguna sorpresa que el friedmanista Vaclav Klaus fuera promovido rápidamente al cargo de primer ministro de Checoslovaquia (luego República Checa). Ocupó esa posición clave durante largo tiempo, para deleite de los grandes círculos empresariales de las “sociedades de mercado” occidentales.
[9] Harry Magdoff, “Are there lessons to be learned?” Monthly Review, febrero de 1991, págs. 13 a 17.
[10] “World Economy: Nowhere to Hide. Economies Almost Everywhere are Looking Sick”. The Economist, 18 a 24 de agosto de 2001, pág. 64.
[11] Ibíd. Las cifras más actualizadas de la recesión industrial son: en Malasia 10 por ciento, en Taiwán 12 por ciento, y en Singapur –país que durante mucho tiempo fue considerado ejemplar–, no menos de 17 por ciento.
[12] Ibíd.
[13] Esto no está dicho retrospectivamente, tras el derrumbamiento del sistema soviético. Traté de analizar detalladamente las razones por las cuales debe adoptarse el enfoque mucho más difícil de ir más allá del capital, junto con las condiciones en las cuales puede llevarse a la práctica, en un libro titulado Beyond Capital ‑ Towards a Theory of Transition (Merlin Press, Londres, y Monthly Review Press, Nueva York, 1995. En español, Más allá del capital: hacia una teoría de la transición. Caracas: Vadell Hermanos Editores, 2001). El libro tardó 25 años en ser escrito, y en él se previó, a mediados del decenio de los setenta, el restablecimiento del capitalismo en el sistema de tipo soviético.
[14] Véanse los capítulos 17 y 20 de Más allá del capital.
[15] En términos de Adam Smith: “El magistrado que intentase dirigir a los particulares sobre la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible a su atención, impracticable por sus fuerzas naturales, y se arrogaría una autoridad que no puede fiarse prudentemente ni a una sola persona, ni a un Senado, aunque sea el más sabio del mundo, de manera que en cualquiera que presumiese de bastarse por sí solo para tan inasequible empeño sería muy peligrosa tan indiscreta autoridad”. A. Smith: An Inquiry into The Nature and Causes of The Wealth of Nations, J.R. McCulloch, Adam y Charles Black, Edimburgo, 1863, pág. 200.
[16] “Y como cualquier individuo particularmente procura poner todo el empeño en emplear su capital para sostener la industria doméstica, así como en elegir y dirigir aquel ramo que ha de dejar productos de más valor, cada uno de por sí viene a esforzarse, sin intentarlo directamente, en conseguir el máximo de renta anual de la sociedad en común. Ninguno por lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun conoce cómo la fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, sólo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste y en otros muchos casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca formó parte de sus intenciones. […] porque, siguiendo cada particular por un camino justo y bien dirigido, las miras de su interés propio promueven el del bien común con más eficacia, a veces, que cuando intencionalmente piensa fomentarlo directamente”. Ibíd., págs. 199 y 200.
[17] Véase pág. 320 de The General Theory of Employement, Interest and Money, de John Maynard Keynes, Londres, MacMillan & Co., 1957 (primera edición 1934).
[18] Ibíd., págs. 380 y 381.
[19] Hayek: “The Moral Imperative of the Market”, en Martin J. Anderson ed., The Unfinished Agenda: Essays of The Political Economy of Governement Policy in Honour of Arthur Seldon, Londres, The Institute of Economic Affairs, 1986, pág. 147.
[20] Ibíd., pág. 149.
[21] En el mismo artículo, Hayek se queja en contra de “La imposibilidad de que un gran número de personas acepten los principios morales que forman la base del sistema capitalista […] la gran mayoría de las personas (y no exagero) ya no cree en el mercado”.
[22] Ibíd., pág. 148.
[23] Ibíd., pág. 146.
[24] Ibíd., pág. 148.
[25] “La base esencial del desarrollo de la civilización moderna es permitir a las personas lograr sus propios fines sobre la base de su propio conocimiento y no estar limitadas por las metas de las demás personas”. Hayek: Ibíd., pág. 146. Cualquiera que hable en serio en estos términos únicamente puede demostrar no sólo que no vive en la “civilización moderna” de la “sociedad moderna”, sino que ni siquiera vive en el mismo planeta que el resto de nosotros.
[26] Véase su libro: The New Industrial State, Nueva York, 1971.
[27] Sería factible un cambio importante en este sentido sólo en circunstancias en las que debido a algunas crisis económicas y políticas importantes la presión de las masas populares, junto con la buena disposición de las fuerzas más progresistas del cuerpo legislativo estatal, pudiera contrarrestar con suficiente energía y por suficiente tiempo la obvia hostilidad de los círculos comerciales dominantes hacia la intervención normativa global. Pero, por supuesto, tal situación sería similar al estado de emergencia que se vivió durante la Segunda Guerra Mundial, aunque de menor magnitud.
[28] Véase su libro titulado Socialism. New Haven, Yale University Press, 1951, más accesible en la edición de New York University Press, 1985.
[29] Idealizado por muchos, entre ellos Schumpeter, como “destrucción productiva”, cuando en realidad la “producción destructiva” está volviéndose cada vez más dominante.
[30] El lector interesado puede encontrar un análisis de los mismos en los capítulos 14 al 20 de Más allá del capital (págs. 605 a 1.003).
[31] Titulo de un influyente libro escrito por Lord William Beveridge.
[32] Véase Marx, Crítica del Programa de Gotha.
[33] El subtítulo de mi libro, Más allá del capital, es precisamente Hacia una teoría de 1a transición.
[34] Harry Magdoff: “China: New Theories for Old”. Monthly Review, mayo de 1979, págs. 5 y 6.
[35] El economista chino Han Deqiang, en una conferencia que dictara en el taller del Grupo Verde del Parlamento Europeo sobre la “Admisión de China a la OMC”, celebrado en julio de 2001, presenta una imagen deprimente del impacto negativo del capital occidental en los acontecimientos económicos de China. Véase “The Advantages and Disadvantages of China`s Accesion to the WFO”, disponible en Internet.
[36] “China’s, Economy: Persuading the reluctant spenders”, The Economist, 25 a 31 de agosto de 2001, pág. 54.