1. Un momento de rupturas
La Budapest de fin del siglo XIX se erigía, en vísperas de la Gran Guerra como una civitas dei en declive hacia la decadencia. Esta decadencia adquiría un matiz particular en Hungría: no era el tedioso letargo europeo sino que, más bien, se trataba de una interminable espera (mientras las potencias extranjeras ultimaban detalles. Cientos de pensadores, desde Inglaterra a Rusia, avalaron la guerra, en tanto, veían en ella una posibilidad de terminar con la alienación de la vida burguesa. En relación con esto, la catástrofe de la posguerra lograría unir a los hombres de manera fraternal, en términos de comunidad [Gemeinschaft]. La intelligentsia alemana tenía la opción de aceptar la ideología de sangre y fuego (lema de la política de Bismarck) o afrontar la sensación de malestar de la época, caracterizada por el “individualismo estéril producto de la insoportable soledad del Yo” y luego, “por la completa desorientación de los valores” (Kadarkay, 1998: 301). Para el círculo de Weber, la llegada de la guerra era definida como una hora de despersonalización y también de integración a una comunidad.
En Hungría, muchos intelectuales también celebraron la venida de la guerra por diferentes motivos. El sector antirruso pensaba que la guerra los favorecía, ya que la potencia alemana le ofrecería al pueblo magiar una política proteccionista que permitiría ampliar los horizontes económicos de la nación. Desde otra perspectiva, el escritor Bela Balász (uno de los compañeros de viaje de Lukács) señalaba que la naturaleza de la guerra constituía la más temeraria búsqueda por la hegemonía cultural europea entre Francia y Alemania. La guerra ayudaría a la expansión de la estancada cultura europea. En ese sentido, de la guerra sólo puede quedar un sentimiento de internacionalismo que se oponga y destruya al nacionalismo, producto del Siglo XIX. Balász creía en una monarquía multinacional que gobernaría a Austria y Hungría en los años venideros, esta certeza es la que lo impulsa a enrolarse como voluntario.
Sin embargo, otras figuras magiares como Endre Ady y Oskar Jászi denominaron la venida de la guerra sencillamente como un “desastre”. El joven Lukács se adhería a esta posición y retomó a Fichte cuando señaló: “la guerra no es más que la expresión de la quitaesencia de una era absolutamente pecadora” (Lukács, 1959: 39). En ese sentido, la única posibilidad de superación se hallaba en la recreación de valores espirituales y colectivos: éste es el contexto en que la obra de Fiodor Dostoyevski ingresa a la vida de Lukács. Teoría de la Novela (publicada en 1916) resume la descripción de las formas de la literatura épica en las distintas civilizaciones. Entonces, la problemática consiste en apreciar cómo un mundo regido por la Totalidad, como lo era la Grecia Antigua, se sirve de la épica para dar cuenta de esa comunidad . En la sociedad burguesa, el mundo se ha vuelto problemático, el individuo vive alienado, con lo cual la Totalidad se ha visto fragmentada. Esto explica el proceso por el cual la épica fue transformándose en novela [Roman]. El mundo de la novela, cuyas normas y convenciones sociales aprisionan el alma del individuo, ha deshecho la totalidad. Lukács reconoce a Dostoyevski como un nuevo Homero: es el creador épico de un mundo utópico más allá de las formas sociales. La ética de los tipos humanos que convergen en una Comunidad, como plantean sus obras, permite a Lukács construir un lugar de resistencia moral ante el cataclismo de la guerra.
Pese a que él mismo reconoce no haber tenido más que encuentros ocasionales con el marxismo, sí admite haber leído con simpatía los trabajos preespartaquistas de Rosa Luxemburg. La actitud ética (y aún no política),consistente en adoptar el dilema de Luxemburg –Socialismo o Barbarie– para apreciar la guerra y, por otro lado, el hallazgo de Dostoyevski, permiten a Lukács ver en Rusia los baluartes de humanidad, capaz de nutrir de valores a toda la Europa bárbara. Cabe agregar que también el “Círculo Weber” ejerció una importante influencia sobre el filósofo, al elevar a la condición de mito –no exento de rasgos mesiánicos– la llamada “idea rusa”. La clave reposa sobre su propuesta esbozada en la Estética de Heidelberg: “la esencia de la ética es encontrar lo normativo en el caos contingente” (Kadarkay,1998: 299)
2. El Círculo de los domingos y la Escuela Libre de Humanidades
Durante la guerra, Lukács pasó el tiempo viajando desde Heidelberg a Budapest para la culminación de sus trabajos. En 1915, Balász concibe la idea de organizar, en Budapest, una pequeña reunión de intelectuales cada domingo de la semana, a imitación del “Círculo Weber” de Heidelberg. Esta ocurrencia fue recibida con entusiasmo, no sólo por el mismo Lukács, sino también por toda una generación de jóvenes húngaros que se sentían, en palabras de Hauser “inadecuados para la vida moderna” (Kadarkay, 1998:306). La composición del círculo era ecléctica, pero se apreciaba un gran número de nombres judíos. Este hecho no resulta una cuestión menor, ya que el intelecto judío llenaba el vacío ante la ausencia de una clase media tradicional, como en el resto de Europa. En Hungría, no eran la alta burguesía o la aristocracia las que dominaban la cultura nacional, sino la clase media judía. En materia política, las reuniones del “Círculo de los domingos”, constituían el caldo de cultivo para el fermento de componentes revolucionarios, que irían radicalizándose progresivamente hasta formar parte activa de los sucesos de 1918.
Lukács era reconocido como el líder indiscutido del grupo, ya que con frecuencia, era quien seleccionaba los temas, que incluían la pintura, el folclore y la historia; luego, la política y la literatura. Dostoyevski era el tema central y el fundamento para discutir la problemática de la alienación en la sociedad moderna. Otro lugar común del Círculo, era la filosofía del amor, enmarcada por cierto reflujo neoplatónico procedente de la escuela de Heidelberg. Los encuentros del “Círculo”, continuaron realizándose aun cuando Lukács tuvo que regresar a Alemania. Sin embargo, el nivel de las discusiones fue decayendo durante su ausencia.
Otra cuestión que se iba precipitando aceleradamente era su relación con Max Weber. Las diferentes posiciones ante la guerra no hicieron más que agudizar ciertas diferencias anteriores. Lukács y Weber coincidían a la hora de caracterizar la vida burguesa como antitética a la vida. La última parte de La ética protestante y el espíritu del capitalismo encuentra relación con aquella afirmación de El alma y las formas según la cual la obra ética podía vencer a la soledad egotista. Sin embargo, cuando Lukács regresa a Heidelberg en 1916, Weber reconoce que no ve positivamente esas reuniones en Budapest, por eso “le aconseja que ponga las cartas sobre la mesa y que se olvidase de la Estética y en particular de Dostoyevski, y del alma rusa” (Kadarkay, 1998: 324 ). Max Weber confiaba en que Lukács seguiría su carrera académica en Alemania y, para el contexto de la época, sus acciones no alentaban este deseo. Años más tarde, esa posibilidad se vería abortada definitivamente y la relación maestro-discípulo se rompería definitivamente con la revolución húngara de 1918.
De vuelta en Budapest, Mannheim, Hauser, Balász y Szabó organizan la “Escuela Libre de Humanidades”. Esta propuesta surgió durante las reuniones del “Círculo de los domingos” y como forma de incidir más directamente sobre la vida cultural húngara. Es que justamente, de acuerdo con los contenidos planteados por la Escuela, existía la intención de generar una nueva cultura idealista en Hungría, que permitiría generar una oposición más fuerte al tradicionalismo magiar.
El papel desempeñado por Szabó durante este período, reviste singular importancia. Lukács reconoce que la influencia de Szabó reside en que éste, lo obligó “a retomar el contacto con Marx” (Lukács, 1959: 78), esta vez mediante la lectura de la Crítica del Programa de Gotha. La influencia del anarcosindicalismo (que constituía la ideología de izquierda más trascendente en Hungría) introdujo una resignificación en el plano de su propia ética, la idea de Sorel del “impetuoso acto heroico” fue la que determinó, para el joven Lukács, su futura consideración de Lenin.
En otro sentido, las conferencias de Béla Fogarasi también penetraron la fibra más íntima del pensamiento del filósofo, ya que Fogarasi introdujo el “dilema del socialismo” en pleno auge de la revolución soviética. Fogarasi sostenía que desde una perspectiva sociológica, el socialismo constituía el poder político de los oprimidos contra los opresores. Pero, en un plano ético, el socialismo debería ir “más allá” del mundo amoral del poder político. Siguiendo el imperativo categórico de Kant, se define como antitéticas a todas las instituciones modernas. La revolución política era el medio, pero la revolución moral era el verdadero fin. Lukács estaba de acuerdo con esta apreciación de defender la primacía de la ética en el campo político.
Estas disquisiciones que se apoyan en la ética kantiana, tomaron forma de artículo y fueron publicadas en la revista Huszadik Szazad. Lukács y Fogarasi ya estaban afiliados al Partido Comunista.
3. El comisario del pueblo
La afiliación de Lukács al partido comunista húngaro debe comprenderse a partir de una yuxtaposición de tensiones. Por un lado, Lukács no había resuelto del todo el “dilema del socialismo” y el imperativo categórico de Kant resonaba fuertemente en su pensamiento. En contraposición, percibía la inmediatez de las transformaciones sociales y, por cierto, no deseaba perder el “carro de la historia”. Las posibilidades de transformaciones radicales, entre noviembre de 1918 y marzo de 1919 se iban haciendo reales: la debacle del Imperio Austrohúngaro inauguraba este proceso. La consecuencia de esto significó el comienzo de la revolución democrática burguesa.
El comunista Béla Kun, futura Némesis de Lukács, regresó a Hungría desde Rusia dispuesto a formar un Partido Comunista Húngaro. Mientras tanto, el conde Károlyi, aliado a la Social Democracia, asumió el cargo de presidente de la república. Sin embargo, su política willsoniana tenía los días contados. Károlyi había organizado una coalición de gobierno en la cual los socialdemócratas ejercían la hegemonía. Este hecho fue interpretado como “un giro a la derecha” por el incipiente Partido Comunista Húngaro, y marcó el inicio de una serie de hostilidades (entre ambos partidos) que desembocó en el arresto de Béla Kun y los miembros del Comité Central, durante una manifestación en la vía pública. El Partido Comunista debía designar un comité provisional y Lukács fue elegido como miembro.
El ritmo vertiginoso del desarrollo histórico determinó, para el filósofo, un contacto directo con la praxis política: él llevaba, de hecho, la agenda del día a día del Partido y dirigía las campañas de agitación y propaganda. De esta nueva dimensión, surge la evocación de la Judith de Hebbel. La cuestión ética de la tragedia, sumada a las convicciones éticas planteadas en Teoría de la novela, determinan una nueva consideración del revolucionario. Éste, se equipara al héroe trágico en la medida en que debe afrontar el pecado y aceptar las consecuencias de sus actos. El sacrificio más grande reposa en el sacrificio del yo por un futuro ético.
Como parte de su actividad, también escribe un artículo: “Ley y orden y violencia”, en donde profiere una aguda crítica del arresto de Kun. La socialdemocracia denunciaba a los bolcheviques en nombre de la ley y el orden, pero sus escrúpulos morales no se conmovían a la hora de apoyar la brutalidad policial, siendo cómplices de la represión durante la huelga de 1918. El arresto de los comunistas produjo un efecto adverso para el gobierno húngaro: Károlyi recibió un telegrama de Lenin, quien lo instaba a liberar a los prisioneros, a riesgo de represalias. Desde otra perspectiva, la misión francesa dio a Hungría un ultimátum que resultaba prácticamente inaceptable. Károlyi, seguro de su fracaso, impulsó una coalición entre los socialdemócratas y los comunistas. Aunque esta fusión resultaba una alternativa desesperada, Lukács creía que esto era una evidencia del avance dialéctico de la historia. El panfleto “Partido y clase” (mayo de 1919) justifica la idea en la medida en que, una vez declarada la revolución, no había motivo para el mantenimiento de ambos partidos. El PSD ayudaría al proletariado a conseguir el poder, mientras que el PC configuraría las condiciones para el desarrollo de una conciencia de clase. Continuar como “partidos” implicaría aceptar las “formas de la sociedad burguesa”. En el nuevo gobierno del Partido Húngaro de Trabajadores Social Comunista (así se llamó la coalición), Lukács fue nombrado comisario adjunto de educación pública del pueblo. Si bien, el socialdemócrata Zsibond Kunfi poseía el cargo nominal de comisario, Lukács fue el verdadero mentor de la “nueva cultura”. La educación superior fue el comienzo. Entre otras cosas, ordenó que las reuniones de la Sociedad Literaria Kisfaludy (la misma que premió y permitió la publicación de su Historia de la evolución del drama moderno) se suspendieran hasta una renovación de sus contenidos. La misma suerte tuvo la tradicional Academia Húngara de Ciencias. Las universidades también se reestructuraron en cuanto a sus contenidos. Lukács impulsó una variedad de temas y conferencias que nunca antes habían sido introducidos en las instituciones de Hungría. Las designaciones de figuras como Hauser, Mannheim, Varja y Babits nutrieron a las universidades de renombre, y se incluyeron muchos no comunistas que se sentían atraídos por la política cultural de Lukács. También, en relación con la educación superior, este reformuló el sistema de estudios diseñando un nivel inicial dotado de doce grados, luego del cual seguiría el paso a la universidad o escuela superior. Otra acción importante sería el traslado de los libros de las bibliotecas privadas a la biblioteca pública central, que tenía sucursales en cada distrito de Budapest. La política de expropiación también alcanzaba las obras plásticas de las colecciones privadas, que fueron transportadas hasta el museo de Budapest con entrada “libre y gratuita”. También se dio un impulso permanente a las traducciones, tanto de obras literarias como de políticas: Marx, Goethe, Lenin y Dostoyevski eran la prioridad más urgente.
No obstante, la política de gestión tenía como base dos ejes fundamentales. El primero de ellos, reposaba sobre el drama moderno como arte educacional. Lukács nacionalizó todos los teatros de Budapest para abrir ese espacio de cultura al proletariado. El repertorio de obras incluía tanto a grandes obras de la literatura mundial (los clásicos) como distintas propuestas experimentales de numerosas compañías húngaras. Balász insistía en la idea de que, brindando los teatros al pueblo, la revolución le estaba devolviendo al pueblo lo que en derecho le correspondía. El drama es la manifestación del alma colectiva, la república iba a celebrar esta reunión de almas. En realidad, la pasión de Lukács por el teatro comenzó en la adolescencia. Esa misma pasión es la que determinó la fundación del teatro Thalía, en 1904. Esta experiencia que resultó ser “un éxito artístico y un desastre financiero” se resignificó en potencia revolucionaria, a la hora de luchar por un mundo libre de alineación, en condiciones históricas concretas. Desde la misma perspectiva, la política de los cuentos de hadas constituye la “otra pata” de la cuestión. Lukács fijó su atención en los niños a causa de que ellos serían los “hombres nuevos” de la sociedad sin clases. La función utópica de los cuentos de hadas configura la esencia de la concepción de mundo que contienen. Incluso, los cuentos de Grimm “son más comunistas que nuestro propio comunismo” (Kadarkay, 1998: 375) ya que otorga la fantasía necesaria para borrar los límites de lo posible, de lo que existe y está por venir.
Esta política hacia los niños también consideraba otras cuestiones de corte social, tales como la apertura de baños públicos, los programas de asistencia hospitalaria y la apertura de clases con un desayuno, en lugar de oraciones (con relación a la laicización del sistema educativo). Durante su gestion, Lukács, empero, fue duramente criticado. Desde la Komintern, Kun sostenía que el presupuesto que el comisario Lukács exigía para las reformas resultaba “insólito” para la dura crisis económica de la Hungría roja. Tampoco comprendía Kun cabalmente hasta dónde quería llegar Lukács con su programa de cultura. La política de los cuentos de hadas, por ejemplo, nunca fue tomada seriamente por la mayoría de los comunistas. Por otro lado, “los blancos” calificaban a Lukács como “un snob, censor, extravagante” (Kadarkay, 1998: 390). En realidad, si bien coincidían con algunas medidas del programa de cultura, la expropiación de las obras de arte, así como la supresitradición religiosa húngara de enseñanza religiosa, significaron un feroz golpe al conservadurismo de la sociedad, que la aristocracia no estaba dispuesta a dejar pasar. Otras críticas esgrimían el argumento de que Lukács, en realidad, estaba ocultando “una tendencia oficial” sistemáticamente diseñada. La respuesta a esta crítica no se hizo esperar: “el programa comunista sólo distingue entre mala y buena literatura, pero no toleraría desestimar a Goethe o a Shakespeare porque no fueran escritores socialistas” (Kadarkay, 1998: 370). En el plano político, los socialdemócratas, percibieron que la revolución no encontraba salida a los conflictos económicos, y decidieron alejarse del poder para provocar la desestabilización del gobierno. Tras casi cinco meses de gestión, la República Húngara cayó en 1919.
4. Sobre la responsabilidad social del filosofo
El hilo conductor que relaciona el programa cultural, en sentido estricto, puede aportar materia para la discusión del denominado “problema Lukács”. Este dilema se configura a partir de la polémica en torno a qué factores interactúan en la decisión del filósofo de sumarse a las filas del marxismo. En realidad, valdría hacer una distinción entre su afiliación al Partido Comunista Húngaro y su “real” adscripción al materialismo histórico como concepción de mundo. El período, de constante agitación, que comienza con el estallido de la gran guerra y el “fogueo” de la república húngara constituyen al Lukács revolucionario. Hasta entonces, sólo había contemplado la realidad. La praxis determinará su intervención en los hechos sociales. Sin embargo, la dialéctica de teoría y praxis no podrían ser apreciadas sin la intervención del componente ético que la circunda. Es justamente allí que Lukács comprenderá (unos años más tarde) dónde queda trascendido el dualismo kantiano de “razón pura” y “razón práctica”.
La característica inmediata de la época reciente a su ingreso al Partido está dada por la preeminencia de la decisión ética individual, que se erige como absolutamente independiente del mundo social, de lo fenoménico. Se establecerían, así, “dos mundo autónomos” (el uno del otro) que constituyen el fundamento de la ética: el ser y el deber ser. A medida que la política de gobierno avanza, la Judith de Hebbel adquiere el verdadero sentido del sacrificio del yo. El proceso implica el desarrollo de una ética individual, pero que es capaz de asumir cabalmente una responsabilidad social. La intención pedagógico-social (que aparece en el drama) transformará el egoísmo de la sociedad hacia la generosidad de la comunidad; éste es el fundamento del hombre nuevo. Se trata de llevar a la empiria el mundo de Dostoievski y de dar paso a una realización de los intereses subjetivos hacia una sociabilidad socialista. Las únicas palabras del filósofo de la praxis, Georg Lukács, ante el inminente desmoronamiento de la República, fueron paradójicas: “qué lástima que no tuvimos tiempo de desarrollar una ética marxista”.
Bibliografía
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