Toda vida se rebasa a si misma, formando su
presente una unidad con el todavía–no del futuro.
G. Simmel
No basta con exponer lo existente, sino que es
necesario pensar en lo deseado y en lo posible.
Gorki
1. Encuentro
En el transcurso de 1908, Ernst Bloch viaja a Berlin. Es por entonces un joven y ansioso profesor de veintidós años, recientemente doctorado mediante la defensa exitosa de una tesis que versa sobre la teoría del conocimiento en la obra del filósofo neokantiano Heinrich Rickert. En la gran urbe que es la capital alemana de principios del siglo XX, busca de inmediato un encuentro con Georg Simmel, con la decidida intención de formar parte del seminario privado que el filósofo y sociólogo berlinés dirigía para un círculo selecto de jóvenes de talento. Es el premio que Bloch quiere otorgarse al esfuerzo realizado por conseguir el título de doctorado.
Simmel, que tiene por entonces casi cincuenta años, veintisiete más que Bloch, lo recibe con templanza germana y lo reprende: “¿Considera usted, señor doctor, tan gran mérito el haber hecho el doctorado, que necesite un premio?”
El privatísimo seminario de Simmel estaba reservado a un grupo sumamente destacado. No más de diez o doce personas en torno a una gran mesa. A él asistieron, entre otros, Martin Buber, Bernhard Groethuysen, la escritora judía Margarete Susman, A. Schweitzer y el joven Georg Lukács, quien por ese entonces aún mantenía el von aristocrático antepuesto a su apellido.
En esos años, a Simmel le quedan apenas poco más de diez años de vida y aún se le niega el cargo de profesor numerario en la comunidad académica, que lo desdeña. Parte importante de su obra ya ha sido escrita y publicada, La filosofía del dinero, Kant y Goethe, y Schopenhauer y Nietzsche, entre otras. En ese mismo año dará a conocer su Sociología.
Ya se dice del filósofo y sociólogo berlinés que encarna el espíritu del tiempo de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. No sin razón Jürgen Habermas, décadas más tarde, lo ha llamado el intérprete de esa época. Los ensayos y las obras simmelianas dejan traslucir los cuestionamientos a la idea de una evolución progresiva de la humanidad, el descubrimiento de la contingencia y fragmentación de la sociedad.
Al paso de los años, la imagen de Simmel aparece lejana en el tiempo y remite al contexto de comienzos del siglo XX y de la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, la longevidad de Ernst Bloch –quien muere en agosto de 1977–, lo acerca hasta prácticamente la actualidad. Es casi un contemporáneo, que ha sido perseguido por el nazismo alemán y también anatematizado por la rígida política estaliniana de la extinta Alemania Oriental. En los años ’60, la emergencia del Muro de Berlin, que corta en tajo la vieja capital de la nación alemana, provoca su último exilio. Y, por último, Bloch no es un extraño cuando se piensa en el Mayo del ’68 francés y su imaginación al poder.
Sin embargo, es en los primeros años de su vida, casi en simultaneidad a su encuentro con Simmel, cuando Ernst Bloch comienza la redacción de su primera gran obra: Espíritu de la utopía. Apenas un año antes, en 1907, había tenido la primera intuición de lo que constituiría luego el origen de su particular concepción filosófica, el lente primigenio en que basará todo su trabajo durante casi setenta años: el descubrimiento de lo todavía–no–consciente como distintiva modalidad de conciencia.
2. Desencuentro
Georg Simmel y Ernst Bloch cruzaron sus caminos, sus pensamientos y sus expectativas durante menos de seis trabajosos años. Hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Bloch asiste con regularidad al seminario privado de Simmel y también a sus íntimas comidas de los días viernes, donde el maestro berlinés prepara cada vez una sopa diferente, a la que había que ponerle también un nombre particular y único. Es uno de los tantos y coquetos intentos simmelianos de atrapar formas de interacción social, espacios de elegante sociabilidad, que la modernidad ha llevado al paredón de las ajenidades extraviadas.
Pero en 1914, en parte a causa de la actitud nacionalista beligerante de Simmel ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, y en parte porque para entonces sus ideas ya lo distanciaban del impresionismo y el relativismo simmelianos, Bloch se alejará para siempre de su maestro. En una carta personal a Simmel y tras afirmar que éstejamás ha buscado una respuesta definitiva a algo, Bloch lo acusa de haber encontrado el absoluto en la trinchera alemana.
Ya no volverían a entrecruzar susmiradas y sus palabras, y tan sólo cuatro años más tarde Simmel moriría a causa de un cáncer de hígado.
Premonitoriamente, el filósofo y sociólogo berlinés preverá su difusa influencia en el futuro, y anticipará que ha de morir sin herederos espirituales, lo que, por otra parte, considera adecuado. Simmel escribirá, en sus horas finales, que el patrimonio que ha legado a sus estudiantes es como dinero repartido entre muchos herederos, cada uno de los cuales coloca su parte en alguna actividad compatible con su naturaleza, pero que ya no puede identificarse como procedente de tal patrimonio. El destino de su nombre ha de ser el de un vago recuerdo impreciso.
Sólo en dos oportunidades –y en una de ellas apenas como al pasar–, es mencionado Simmel en el más importante de los escritos de Ernst Bloch, El principio esperanza, obra de más de mil quinientas páginas. En una disgresión, Bloch se referirá a su maestro berlinés como un impresionista de la filosofía. En otro lugar, quizá con mayor justicia, hará referencia a los años en que estudió con Simmel, quien habría provocado en él una liquidación de su filosofía juvenil y ayudado a la profundización de aquel manantial originario que era el descubrimiento de lo aun–no–consciente, la relación de sus contenidos con lo también latente aún en el mundo.
En el más de medio siglo transcurrido entre las muertes de Simmel y de Bloch, este último sufre una penosa serie de exilios de su tierra natal. Durante la Primera Guerra Mundial se refugia en Suiza, para regresar a Alemania a principios de 1919, esperanzado en la revolución espartaquista que encabeza Rosa Luxemburgo. Pronto sobreviene la frustración y el nazismo lo obliga a un segundo exilio por tierras de Europa y América entre los años 1933 y 1949. Regresa y se instala en Alemania Oriental, donde en 1957 comienza a sufrir ataques por parte del régimen estalinista gobernante que finalmente lo condena al silencio y el ostracismo. En 1961 viaja a Alemania Occidental, se entera con estupefacción de la construcción del Muro en Berlín y decide no regresar.
Así, no pocas veces Ernst Bloch se verá investido del carácter de extranjería que Simmel desarrollara minuciosamente en alguna de sus notables digresiones. No es difícil imaginar cuantas noches, perdido en la impostura de los exilios obligados, Bloch se habrá estremecido con ese profundo sentir que había descrito Simmel, penetrado desaprensivamente por la lejanía de lo cercano.
3. La pregunta por la utopía
Más que buscar la herencia de Simmel en Bloch, la influencia del maestro de Berlín en la obra del señor de la esperanza, lo que resulta de sumo interés es invertir la ecuación: auscultar con los anteojos teóricos del alumno los vestigios de una utopía aún–no–devenida en los trabajos de Simmel. Esto requiere abandonar la búsqueda de las referencias –explícitas o no– a Simmel en los escritos de Bloch, en función de rastrear los trazos todavía–no–devenidos que existen de la concepción utópica blochiana en la obra de Simmel.
La pregunta que queda, entonces, se puede formular como sigue: ¿existen en Georg Simmel pespuntes, vestigios, de una dimensión utópica, tal y como la formulara Ernst Bloch?
Esta pregunta cuestiona el encuadre de las ideas simmelianas como meramente presas del espíritu de la época en que desarrolló la exquisita sutileza de su pensamiento. Es la interrogación por la fuerza de la trascendencia inmanente de la vida, oponiéndose al desencantamiento absoluto –lo que nos llevaría al perro, al mono, al átomo–, convertida en tensión y lucha conducente a la esperanza basada en un desencanto no definitivo.
Dimensión utópica en un sentido preciso, nutrida –como la plantea Bloch– por la esperanza razonable y justificada, no utopía abstracta sino concreta. Que nace del desfase entre la verdad y la realidad, donde ser y verdad no coinciden y lo utópico se manifiesta en imágenes anticipadoras.
Utopía que comporta una tensión con lo dado, con el presente y que proyecta ensoñaciones hacia adelante. Pero ensoñaciones diurnas, en contacto con la vida, y por ende concretas, ya que –dirá Bloch–, sin el contacto con la vida, el sueño no es más que una utopía abstracta y la vida solo una trivialidad. Es el contacto con la vida lo que da lugar a la utopía precisa, entendida como docta esperanza, o sea, la condición de posibilidad de la utopía.
4. Tragedia y esperanza
El rastreo de tales vestigios de utopía –lo que Bloch llamaría huellas (Spuren) de lo por venir, de lo que aún no ha llegado, de lo que no está aquí– en la obra de simmeliana, debe partir de la propia reflexión sobre la modernidad hecha por Simmel.
Hay, para Simmel, una fisura trágica en la cultura moderna, una oposición entre lo que él denomina cultura objetiva y cultura subjetiva. En la modernidad las formas culturales se independizan de sus sujetos creadores. Tal proceso de autonomización de las formas culturales y sus productos en la era moderna –la objetivación de la cultura–, hace que el desarrollo cultural del individuo quede rezagado frente a la cultura objetivada. Este abismo entre cultura objetiva y cultura subjetiva, para Simmel, no es sino una exacerbación del conflicto metafísico entre vida y forma.
Este diagnóstico simmeliano de la tragedia de la cultura moderna en tanto consecuencia de la tergiversación de medios en fines, es generador de una situación objetivadora y enajenante frente a las energías vitales del alma creadora.
Es posible encontrar una primera respuesta a este problema planteado por Simmel en torno a un creciente cultivo de la interioridad, a una estetización de la vida para escapar a los elementos enajenantes de la objetivación de la cultura moderna. Esta sería, hasta 1909, una posición compartida por Lukács, que años después la rechazará abiertamente. Georg Simmel consideraba a la obra de arte como una unidad completa, capaz de expresar con su forma la experiencia más intima y profunda de un alma o sujeto creativo.
El diagóstico simmeliano de la modernidad, con su dilema trágico, puede ser entrevisto también desde otras miradas. Es posible considerar a su pensamiento entrelazado a una idea de pesimismo cultural, constituyendo, de este modo, un derrotero sin salida: un muro sin puerta al exterior, una oclusión a la esperanza.
O, también, retomar la derivación de la tragicidad cultural que da lugar a las dolorosas palabras de Franz Kafka, quien escribió: hay esperanza, muchísima, infinitamente, sólo que no para nosotros. Se encuentra aquí una ventana en el muro, pero –como ha dicho Simmel–, una ventana es sólo es apenas un camino para la vista, no un sendero a ser recorrido por el avance de un par de zapatos caminantes.
Pero no menos que estos tortuosos laberintos, la tragicidad cultural que nos expone Simmel puede acercarnos a otras propuestas del devenir. De esta tensión trágica de la modernidad es posible hallar la puerta a un futuro humanizado. Pero ya no será a través la ampulosa entrada del palacio de las bellezas, sino por la quejumbrosa puerta que da al patio trasero de las miserias. Es el sentido de las frase de Walter Benjamin en su corolario a la lectura de Las afinidades electivas de Goethe: sólo en función de los desesperanzados nos ha sido dada la esperanza.
5. Las formas aun no devenidas de Simmel
La vida no se puede expresar sino en formas que son y significan algo por sí, independientemente de ella, escribe Simmel y encuentra en esta contradicción la auténtica y continua tragedia de la cultura. La vida y la forma se excluyen recíprocamente. La forma es, por su propia naturaleza, estática, fija. Por el contrario, la vida es una corriente dinámica, una fluidez constante. Las formas, dice Simmel, se dan en una pluralidad de posibilidades, son irreductibles e irreconciliables entre sí, y cada aspecto de la realidad puede ser captado y comprendido por una multiplicidad de formas. Pero a pesar de la naturaleza estática de las formas, hay en Simmel la idea de formas que están por venir, que están latentes en el presente, ocultas, espectrales y furtivas, todavía no formuladas. Estas nuevas formas, dice Simmel por ahora sólo se anuncian como sospecha o inexplicada facticidad, como demanda o tosco intento de ir tentando su presente oculto. Son formas aún no devenidas.
Esta anticipación utópica va salpicando aquí y allá las páginas de la obra de Simmel. Aparece cuando el maestro de Berlín habla de la transformación de las formas culturales, en el ensayo del mismo título que se encuentra en El individuo y la libertad; se asoma en Cuestiones fundamentales de sociología, cuando sugiere que tras los dos grandes principios realizados de la modernidad del siglo XIX, la competencia ilimitada y la unilaterización de los individuos por la división del trabajo, quizá exista una forma aun superior, que sería el ideal escondido de nuestra cultura.
Estas palabras de Georg Simmel no expresan una utopía concreta, es verdad, pero abren la posibilidad de experimentación de lo aún no devenido, de nuevas formas aún no desplegadas en el presente. Es aquello que aún no ha sucedido, pero que acaso pueda ocurrir. Y esto que puede suceder está oculto en las formas manifiestas, no es posible saber si esas formas devendrán efectivamente, y tampoco se conoce cómo serán. Pero sin duda es lícito encontrar en ellas un esbozo, el boceto de un trazo de pensamiento de lo aún–no–devenido, de la dimensión utópica sobre la que tan laboriosamente trajinara Ernst Bloch.
6. Tiempo, vida, trascendencia
En los últimos escritos de Simmel –pergeñados cuando ya lo rondaba la conciencia de una muerte presurosa–, se puede recorrer aún más desarrollada la idea de un todavía–no–devenido. ¿Cuánto del pensamiento naciente de Bloch aparece en estas líneas del maestro? Gil Villegas –en referencia al Rembrandt, de 1916– afirma que el desdén por el aparato crítico de notas, citas y referencias propio del estilo ensayístico de Simmel, permite al filósofo berlinés utilizar incluso algunas ideas de sus propios discípulos, como Lukács y Bloch, sin referirse a ellos con su nombre.
En el primer capítulo de Intuición de la vida –libro que fue editado poco después de la muerte de Simmel–, el autor avanza prefiguradamente hacia la espesura de la dimensión utópica, sin hacerla aún plenamente manifiesta.
El hombre es algo que ha de ser superado, afirma Simmel queriendo decir con esto que el hombre se supera a sí mismo: el yo sucumbe, pues, al vencer, y vence al sucumbir. Simmel delinea la imagen del hombre como ser limitado que a su vez no tiene límites, hombre que supera los límites que el momento le fija.
El presente de la vida consiste en trascender el presente. Todo movimiento en que el hombre desarrolle su voluntad en un ahora, revela un umbral entre el ahora y el futuro que ni siquiera es real, pues, en cuanto lo ponemos, estamos a la vez a uno y otro lado de él.
De este modo, el futuro no se halla en las personas como algo desconocido, como una tierra ignota, precisa y categóricamente delimitada del presente. Por el contrario, los seres humanos hacen su vida en un territorio fronterizo que lo mismo pertenece al futuro que al presente.
Esto es lo que Georg Simmel llama rebasar de la vida: el presente vívido forma una unidad con lo todavía–no–devenido, siendo este fluir, este habitar fronterizo entre lo que figurado y lo prefigurado, lo que constituye la tensión entre la vida y la forma, lo que da un carácter de lucha, de irrupción revolucionaria, de la vida contra la fosilización histórica y el enrigidecimiento formal del contenido de cultura de un momento dado, pasando así a ser el móvil más íntimo del cambio de cultura.
La vida busca formas aún–no–devenidas, para trascender la cosificación, la alienación (si se utiliza un término mas afín a Ernst Bloch que a Simmel) a la que la someten las formas objetivadas. Por ello la vida es a la vez más–vida y más–que–vida, como vida que precisamente es más vida que la que cabe en la forma. Así Simmel se encamina a la dimensión de la vida trascendente, como un constante desbordar y desbordarse, rebasarse a sí misma, promoviendo un futuro que todavía–no–es. Hay en este último Simmel, un subrayar de lo que todavía no ha llegado, anticipación de formas aún no manifestadas.
7. Anticipación de las formas y esperanza concreta
Estas formas aún–no–devenidas de Simmel son posibilidades abiertas, que pueden o no ser desplegadas en un futuro que todavía–no–es. En ellas se pueden encontrar los pespuntes de un pensamiento utópico en Simmel, que verá en el arte, por ejemplo, un fuerte incitador de anticipaciones.
Para Ernst Bloch las imágenes anticipadoras contienen a la fantasía como un elemento fundamental. Bloch, que promueve la utopía como principio regulador de lo real, sostiene que el ser humano percibe el todavía–no–ser que la realidad es desde lo todavía–no–consciente, a través de sus sueños diurnos, que no son sino deseos de una vida mejor.
El esbozo de esperanza simmeliano está en la trascendencia de la vida que irrumpe en las formas como algo latente que puede ser el móvil para el cambio cultural. En Bloch, la esperanza es una pasión, es el encuentro del futuro con la vida subjetiva, la esperanza no soporta una vida de perros.
La esperanza es el impulso secreto de la conciencia del todavía–no que hace frente a las contradicciones del presente. Pero es una esperanza abierta –como en Simmel, indeterminadas son las formas anticipadas–, una posibilidad que para Bloch hay que conquistar. No se encuentra en la esperanza blochiana, ni en la anticipación de las formas de Simmel, nada comparable con un mecanicismo infantil: no hay ni puede haber garantía de éxito en la esperanza. El optimismo, diría Bloch, brota de la presencia de la esperanza, no de los resultados. La esperanza es en Bloch, entonces, una estructura fundamental del ser humano, pero la esperanza considerada como dialécticamente concebida: una esperanza a la que se ha llevado filosofía.
Pero ¿que hay de esta esperanza en Simmel? Los vestigios encontrados de su todavía–no, la anticipación de las formas ocultas, el rebasamiento continuo de la vida, la trascendencia, la retirada estética individualista hacia el interior de la vida, el salirse éticamente hacia los otros seres humanos ¿son también una mirada hacia adelante sin garantía consolatoria? ¿expresan un cierto devaneo de la esperanza filosófica ante el despliegue de las fuerzas pesimistas?
Es imaginable que sí. Que hay en Simmel una cierta idea de optimismo trascendente a su propio espíritu de la época. Que su propia encarnación de este Zeitgeist contiene trazos sutiles, pero firmemente dibujados, de una dimensión utópica concreta en su pensamiento.
En este sentido, el camino abierto por la obra de Georg Simmel bien puede ser considerado como una forma de acercamiento amable a la esperanza como principio de ciencia, no totalmente ocluida por la cosificación de la cultura moderna.
Es éste también el puente por el que ha sido posible atisbar el dibujo blochiano delineado sobre el trasfondo del concepto de tragedia de la cultura moderna de Simmel. Desde allí pueden rastrearse las huellas de la dimensión utópica en la obra del sociólogo y filósofo berlinés.
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