Introducción
Este trabajo forma parte de una serie de esfuerzos orientados a sistematizar y profundizar algunas reflexiones en torno a los desafíos de los movimientos sociales y populares en el contexto actual, desde una perspectiva feminista.
Las experiencias de construcción de poder popular en Latinoamérica en general, y en Argentina en particular, ubican a la participación real y activa de los sujetxs
[1] populares como requisito indispensable para las aspiraciones de transformación social. Por esto es que entendemos que la radicalización de las prácticas democráticas, la construcción de relaciones sociales no jerárquicas y des-enajenantes, se constituyen en pilares fundamentales de las construcciones de poder popular y sus aspiraciones emancipatorias.
Muchas certezas se fueron a pique con las transformaciones sociales de las últimas décadas; el poder, la representación, las herramientas organizativas, lxs sujetxs sociales y políticos, muchas de estas cuestiones claves para los proyectos emancipatorios fueron puestas en tela de juicio por la historia misma.
Desde nuestro punto de vista, el feminismo, o cierta parte del mismo, sin dudas marginal, aunque creciente, tiene aportes fundamentales que hacer al enriquecimiento práctico y teórico de estos movimientos populares que plantean a la construcción de poder popular desde las bases como clave estratégica de su política.
Una herramienta fundamental de los enfoques teóricos feministas es la que Alicia Puleo denomina “genealogía y deconstrucción de la hermenéutica de la sospecha feminista” (Puleo, 2000: 12).
Desde nuestro punto de vista, dichas tareas forman parte indispensable de un análisis político que intente aportar a la desnaturalización de aquellas desigualdades que las ideologías dominantes nos presentan como verdades ahistóricas.
Por otro lado, la intención de este trabajo no es realizar una mera labor deconstructiva que, aunque puede ser aporte sustancial a la erosión teórica y política de los postulados patriarcales, es insuficiente si no supera la deconstrucción para pasar a la reconstrucción y sistematización de líneas de análisis e intervención política en pos del fortalecimiento de nuevos postulados emancipatorios.
Una aproximación a nuestro feminismo
Cuando hablamos de feminismo, el mensaje puede ser decodificado de múltiples maneras ya que existen diversos mitos en relación al mismo, sostenidos por una serie de prejuicios patriarcales internalizados por el sentido común dominante.
El feminismo (o los feminismos) es un movimiento plural que, a grandes rasgos, tiene como común denominador el hecho de identificarse con las luchas por los derechos de las mujeres.
El alcance de dichas luchas, la concepción de la opresión sufrida, las condiciones necesarias para la modificación de dichas situaciones desfavorables, las tácticas y estrategias a adoptar y las modalidades organizativas son sólo algunos de los ejes a partir de los cuales se configura el diverso espectro político-ideológico-organizativo que podría identificarse bajo el paraguas de feminismo.
Cuando hacemos referencia al feminismo como una ideología, lo hacemos recuperando la dimensión práxica que toda cosmovisión debería llevar consigo. No hablamos de una ideología de biblioteca, dogmática y esclerosada, que arroje luz sobre nuestras prácticas desde algún lugar en las alturas. Hacemos referencia a una ideología como sistema de ideas-fuerza que orienta nuestro hacer y pensar respecto a la política, pero que no por ser un sistema se encuentra cerrado, inanimado, suficientemente probado. Para poder dar cuenta de realidades dinámicas y complejas, dicho sistema de ideas debe tener la capacidad de mantenerse alerta a las constantes transformaciones del mundo que describe, sujeto a múltiples contradicciones producto de los movimientos dialécticos que caracterizan a la historia.
Por empezar, nuestro feminismo no está solamente orientado a la lucha por los derechos de las mujeres. Si bien es indudable que son las condiciones de desigualdad del género femenino las que dan origen a las reflexiones y prácticas feministas, nos identificamos con un feminismo que tiene entre sus principales objetivos la lucha por la igualdad intergenérica y la emancipación de los postulados patriarcales. Esto no implica abandonar las reivindicaciones de género de las mujeres (que no son unas y para siempre, sino que dependen de las concepciones políticas y los momentos históricos), sino concebir que en el marco del sistema patriarcal todxs estamos en condiciones de alienación, sin dejar de tener en cuenta, claro está, que los varones en general, y los varones que responden al modelo de masculinidad hegemónica en particular, se encuentran de algún modo beneficiados por la desigual distribución de poder en el marco del Patriarcado.
Cuando decimos que todxs estamos en condiciones de alienación, nos referimos a que tanto mujeres como varones ‑heterosexuales, bisexuales, gays y lesbianas, travestis, transexuales, transgéneros, intersex y demás‑ nos encontramos bajo los designios de una cultura que nos impone una manera de ser y pensar que atenta contra nuestra autonomía, entendiendo a la misma como la capacidad de autogobierno sobre nuestros cuerpos y nuestras mentes.
La cultura patriarcal tiene mandatos para todxs nosotrxs, no sólo para las mujeres. Claro está, las condiciones de reproducción de las ideologías dominantes dependen de su capacidad de invisibilidad. Así es que algunas formas de subordinación, como la de un hombre heterosexual por ejemplo, son mucho más imperceptibles que la subordinación de las mujeres o las minorías sexuales. Sin embargo, basta con la máxima universal por la cual “los hombres no lloran” para corroborar que la opresión ejercida por el Patriarcado como sistema también supone un modelo de masculinidad basado en la represión de las emociones y en la uniformidad de las expresiones.
Así es que entendemos a nuestro feminismo como una forma de resistencia ante los intentos colonizadores del Patriarcado, como una búsqueda, personal y colectiva, en pos del libre ejercicio de nuestros derechos sobre nuestros deseos, nuestros cuerpos y nuestras mentes, sin más que la persecución del placer, la satisfacción y la realización de cada unx de nosotrxs en comunidad.
Nuestro feminismo forma parte del espectro antiimperialista y anticapitalista del movimiento social. Tanto el Imperialismo, con sus estrategias de dominación cultural y sus objetivos de saqueo y explotación de nuestras riquezas y nuestros pueblos, como el Capitalismo con su mercantilización de la vida y alineación de nuestras existencias, son sistemas de dominación que atentan de raíz contra nuestras búsquedas emancipatorias.
Sin duda, las condiciones de subordinación a los designios del patriarcado son mejorables aún dentro del sistema capitalista (desde la aprobación de una ley de educación sexual en las escuelas hasta la despenalización del aborto hay infinidad de ejemplos).
Ahora bien, menos dudas tenemos aún de que en el marco de un sistema constituido por el individualismo, la opresión y la explotación no existe margen de libertad ni igualdad suficiente para saciar nuestros sueños libertarios. Por ello, más allá de acordar con la necesidad de luchar por reformas tácticas que alivien nuestra existencia aquí y ahora, entendemos que la clave de nuestra búsqueda es el cambio radical del sistema social.
También entendemos que para estos cambios no existen recetas ni biblias que posean el camino a seguir, que las certezas se construyen en la misma práctica, en el balance y síntesis colectiva de las mismas, sin calcar ni copiar acríticamente otras experiencias, sino creando desde abajo y desde la situación histórica concreta el propio camino que lleve a la solución de las injusticias denunciadas.
Reconocer la capacidad del pueblo de encontrar su propio camino a seguir es reconocer su capacidad de ejercer autónomamente el poder del pueblo. Esta es una de las claves a la hora de pensar en un feminismo que aporte a la construcción de poder popular.
Como bien afirman Miguel Mazzeo y Fernando Stratta:
... lo popular es un campo contradictorio y heterogéneo. Está habitado por las predisposiciones que contribuyen con la reproducción del sistema de dominación como también por aquellas que lo cuestionan (…) Toda política que tenga como horizonte la transformación radical de la sociedad debe cabalgar sobre esa contradicción y transitar una región borrosa, remisa a los purismos metodológicos y las rémoras dogmáticas (Mazzeo y Stratta, 2007: 8).
Podríamos afirmar que hablar de poder popular implica hablar de poder hacer; de la propia capacidad creadora y decisoria de los sectores populares organizados.
Que las potencialidades del feminismo como corpus teórico-práxico, tendiente a la construcción de relaciones intergenéricas horizontales y emancipadas, sean vislumbradas por parte de estos sectores populares organizados y que el feminismo decida cabalgar sobre esta región borrosa de lo popular, ubicando a dicha tarea política como parte fundamental de ese horizonte de transformación radical de la sociedad, son parte fundamental de las preocupaciones de este trabajo.
Encontramos importantes similitudes políticas entre eso que caracterizamos como nuestro feminismo y este universo político, social, cultural e ideológico que plantea a la construcción de poder popular como eje estratégico, denominado por Mazzeo como “la izquierda por venir” (Mazzeo, 2007: 15).
Reflexiones sobre el poder
Cuando pensamos en las luchas políticas y sociales en pos de una transformación radical de la sociedad en la que vivimos, pensamos en la construcción de un sujeto social plural y heterogéneo compuesto por los múltiples sectores de nuestra población que se encuentran en una posición de subordinación ante las diversas modalidades de ejercicio asimétrico del poder.
Estas diversas modalidadesdan cuenta del carácter polimorfo del poder; reconocimiento que nos permite esquivar los análisis del mismo como de carácter unidimensional, reduciendo su complejo entramado de relaciones ‑en general, pero no únicamente‑ a las relaciones de carácter económico.
Nuestra visión de las relaciones de poder asimétricas propone que el campo económico no se constituya en el fundamento por excelencia del poder; implica explorar la política, la ideología, la cultura y muchos otros terrenos sin tratar de reducir las formas de poder que allí se presentan a una presunta funcionalidad respecto de la organización económica de la sociedad, aunque se mantenga el interés por entender sus potenciales articulaciones con lo económico (Sojo, 1988: 22).
Como dice Daniel Campione;
la prioridad absoluta otorgada a la opresión económica, de clase, y a la ejercida por un estado al que se veía sólo como brazo represivo de la anterior, obturaba la visión sobre otras formas de opresión y, por consecuencia directa, la posibilidad de articular una verdadera acción contrahegemónica (…) los defensores de las reivindicaciones étnicas, de género, ambientales u otras corrían el riesgo de aparecer como desviando a las fuerzas contrarias al orden existente de sus objetivos principales, en vez de ser éstas aceptadas y promovidas como vehículo para comprender y sentir la sociedad en términos más complejos de lo que se venía haciendo, de esta forma no se sumaban sino que se restaban diversos ángulos de cuestionamiento y diferentes aliados contra una opresión y una alienación multiformes que se prefería visualizar como monocolor, centrándola en la explotación económica (Campione, 2007: 88 y 89).
A nuestro entender, esto da cuenta de la existencia de un sujetx plural, o dicho de otra manera, de una diversidad de sujetxs que se encuentran en una posición subalterna respecto a las diferentes modalidades de dominación existentes. Como dice Ana Sojo, “entender al poder como polimorfo tiene consecuencias, a la hora de definir cuál es el sujeto llamado a resistirlo” (Sojo, 1988: 23).
Expresar que no sólo son lxs trabajadores/as lxs que se encuentran en relación de subordinación respecto a la explotación capitalista, sino que existen múltiples sujetxs oprimidxs, podría parecernos una obviedad. Sin embargo, ha corrido mucha agua bajo el puente para decir que dicha afirmación es un “registro” compartido en el campo de las izquierdas, y hay aún posibilidades de encontrar a quien exprese lo contrario. Otras veces, aún cuando se contempla la relevancia del racismo, el sexismo, y otras modalidades de dominación sociocultural, se subestima su importancia en relación a la explotación de clase, ubicando en consecuencia al proletariado, de forma a priori, como el sujeto privilegiado en la construcción de una salida transformadora. De esto se deriva una suerte de jerarquización de las opresiones, y por tanto de lxs sujetxs en lucha, que no hace más que reproducir las asimetrías existentes, esta vez hacia el interior del campo de las resistencias.
Un sujeto para una etapa
A partir del análisis específico de las relaciones patriarcales sistemáticas, podemos afirmar que, ni la explotación económica es la única modalidad de dominación, ni el proletariado es el sujeto universal predeterminado para realizar la revolución.
Ahora bien, estas afirmaciones no sólo se desprenden de tomar conciencia sobre el sistema patriarcal, sino también de comprender las transformaciones sociales existentes en las últimas décadas, tanto en el modo de producción capitalista como en el patrón de dominación política, que han propiciado la existencia de sujetxs múltiples, fragmentadxs en múltiples pedazos.
La contradicción principal, la disyuntiva binaria esencial en el marco de las relaciones sociales capitalistas sigue estando configurada por el antagonismo entre el capital y el trabajo. Sin embargo, producto de las transformaciones realizadas en el mundo del trabajo luego de la salida del capitalismo de postguerra y su organización fordista de la producción, y el avance del capitalismo en su fase neoliberal, el polo antagónico al capital ha resultado altamente fragmentado.
Según Mazzeo:
... el universo social de los trabajadores es cada vez más heterogéneo, saturado de estratos, serializado. Lo popular remite a los patrones sociales, ideales y valores de las clases subalternas gestadas en el marco de los antagonismos esenciales, y alude a la delimitación de un campo (Mazzeo, 2007: 21).
Las transformaciones operadas en el sistema de producción y el mundo del trabajo significaron la pérdida de centralidad del aparato productivo en la economía y, por ende, del trabajador fabril en la composición de la fuerza laboral.
Con el avance del capital sobre su polo antagónico, que había acumulado fuerzas durante los años del Estado benefactor, se produce una creciente heterogeneidad en el seno de las clases trabajadoras, dándose un crecimiento exponencial de la desocupación y la precarización laboral, fundamentalmente en los países periféricos y dependientes.
La fragmentación de los sectores populares y el consecuente cambio de correlación de fuerzas respecto a los sectores dominantes inauguran una nueva etapa política.
Para comprender bien dicho proceso, es fundamental indagarnos alrededor de los cambios operados en el patrón de dominación política. Mientras que la fuerte institucionalización del conflicto social, vía sindicatos y partidos políticos, fue la modalidad de contención del antagonismo durante los años del Estado benefactor y el capitalismo industrial, en esta nueva fase neoliberal se producirá un fuerte debilitamiento de los canales de mediación entre la sociedad y el Estado, entre el capital y el trabajo, y una creciente crisis de representación, que sumada a la privatización de la política, reemplazará la institucionalización del conflicto por la dispersión, invisibilización, cooptación o anulación del mismo.
La fragmentación de la clase trabajadora tuvo sus consecuencias en el plano de lo corporativo, con la pérdida de vitalidad y peso específico de los sindicatos como agentes de mediación y canalización de demandas sociales y, en el plano de la representación política, con la creciente imposibilidad por parte de los partidos políticos, principalmente izquierdistas, de sostener la representatividad de un sujeto cuyos intereses eran cada vez más heterogéneos.
Uno de los objetivos centrales del neoliberalismo se habría cumplido. Inutilizados los sindicatos, aislados los partidos, estigmatizada la política y sepultadas las ideologías, el mercado aparecía como el único lugar donde lxs cuidadanoxs, ahora convertidxs en meros consumidores/as, podrían satisfacer sus demandas.
Dónde hay poder, hay resistencias…
Luego de años de tibias resistencias a este proceso “aparecieron acciones sociales (movimientos nacionales y regionales, ecológicos, feministas, comunitarios, barriales, vecinales, contraculturales) que despliegan nuevas formas de actividad ciudadana” (Valdés Gutiérrez, 2001: 49).
Esto da cuenta de que, como afirma Foucault, allí donde hay poder, hay resistencia. Y si, como dijimos, el poder se ejerce de forma multiforme, las resistencias también lo harán.
Tomamos de Valdés Gutierrez la categoría de sistema de dominación múltiple, ya que “con ella podremos integrar diversas propuestas emancipatorias que hoy aparecen de cierta manera yuxtapuestas y evitar de esta forma viejos y nuevos reduccionismos ligados a la predeterminación abstracta de actores sociales a los que se les asignan a priori mesiánicas tareas liberadoras” (Valdés Gutiérrez, 2001: 49).
Por viejo reduccionismo (que sea viejo no significa que se haya extinguido) hacemos referencia, principalmente a la ya mencionada tendencia ortodoxa a identificar al sujeto de la revolución con el proletariado (que en los términos tradicionales en los que es entendido por estas corrientes sí se encuentra extinguido, al igual que la fase de producción que le dio nacimiento).
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando nos referimos al nuevo reduccionismo?
María Luisa Femenías dice que:
... actualmente, en la realidad posindustrial, los conflictos sociales surgirían o bien debido a una desigual distribución de la autoridad (…) o bien a la desigual distribución de reconocimiento (…) se generan así reclamos de reconocimiento identitario, fundamentalmente por parte de grupos invisibilizados o discriminados en el orden social y político (…) los más recientes movimientos sociales responderían a esa dinámica (…) el concepto de identidad se convierte así en nucleador de esos movimientos, cuyas actividades se encuadran dentro de lo que se ha denominado la ideología de la identidad o las políticas de la identidad (…) los grupos identitarios se convierten en los nuevos sujetos colectivos movilizadores (…) obran con relativa continuidad, un alto nivel de integración simbólica y roles poco especificados o lábiles, que desembocan en acciones cuyo nivel de organización y cohesión es diverso. Por último, muchas veces, pasada la urgencia del reclamo del interés identitario inmediato, se diluyen en tanto sujetos colectivos (Femenías, 2007: 24 y 25).
Esta inmediatez o cortoplacismo en las luchas es generalmente producto de las limitaciones de los procesos político-organizativos, muchas veces reflejadas en la incapacidad de trascender la propia reivindicación identitaria, o en la falta de madurez para organizar los residuos organizativos de un proceso de movilización ya agotado.
Sin embargo, estas limitaciones se presentan muchas veces como afirmaciones políticas e ideológicas, realizándose el proceso de convertir a la necesidad en virtud.
Eso que nosotrxs denominamos limitaciones, en el sentido de que no alcanzan niveles de consolidación, articulación y síntesis tendientes a aportar a la regeneración de un proyecto de transformación social, es apreciado, desde estos nuevos reduccionismos, como una superación de aquellos reduccionismos de antaño, convirtiendo así, la carencia en un logro.
Así, la proclamación de un sujetx a priori es reemplazada por la negación de la existencia del sujetx, la centralización organizativa en estructuras verticales y burocráticas es evitada mediante la negación de la necesidad de la organización, la concepción cosificada e instrumental del poder es negada a partir del alejamiento purista de cualquier experiencia con vocación de poder alguno, las tendencias totalizantes que negaban o subordinaban las diversidades y particularidades se eludirían resignando las aspiraciones a la totalidad, el universal abstracto y sustitutivo podría ser esquivado a partir de la renuncia al universal en sí, refugiándose, de este modo, en un fetichismo de las particularidades.
Atrapadxs en la falsa dicotomía postmoderna entre lo nuevo y lo viejo, queriendo hacer tábula rasa de las experiencias de lucha precedentes, quiénes subscriben estas ideas gozan de sus pequeños intersticios en la inmanencia incontaminada, absteniéndose de aportar a un cambio trascendente, resignándose a que los sistemas capitalista y patriarcal sigan siendo quienes rijan las formas en que se vive y se goza en este mundo.
Coincidimos con Rubén Dri cuando dice que:
... la dispersión, la falta de articulación con otros espacios que no sean los del propio sector o asunto, el aislamiento e inorganicidad a las que muchos cantan loas en nombre de la diferencia y la elusión de tentaciones autoritarias, no pueden ser un camino sino hacia la conservación de la sociedad existente. La aspiración a mantener la fragmentación actual está marcada con mayor o menor grado de conciencia, por la renuncia a cuestionar el orden existente en su totalidad (Dri, 2007: 97).
Diversidad y articulación
Desde nuestro punto de vista, cualquier intento por regenerar los regímenes emancipatorios debe contemplar la diversidad de sujetxs en lucha y la importancia del reconocimiento a sus identidades singulares. Como ya recuperamos del pensamiento de otrxs autores/as, pero fundamentalmente de la historia misma, la relativa recomposición de las luchas de los sectores subalternos en los tiempos recientes, ha sido marcada por las disputas reivindicativas de movimientos cuya organización surge a partir de un reconocimiento identitario.
Citada por Femenías; Ochy Curiel plantea que: “... es necesario entender las identidades como productos sociales, cambiantes, fluctuantes (…) entender que la construcción y reconstrucción de identidades implica un ir y venir en la lucha contra el racismo, el sexismo, el clasismo y el heterosexismo según los contextos, hegemonías y coyunturas políticas. Esto conlleva elementos de reafirmación y negación”, y agrega algo fundamental; para “lograr una transformación social debemos tener una propuesta política articuladora, es decir una utopía de sociedad que permita concebir sistemas de opresión, exclusión y marginación como sistemas de dominación articulados” (Femenías, 2007: 236).
Según Femenías,
... el desafío consiste en no renunciar a las luchas colectivas convocadas sobre la base de las políticas de la identidad, sino a ejercerlas sabiendo que el constructo identitario en tanto que tal debería ser lo suficientemente lábil como para desalentar después el acecho de la esencialización constitutiva (…) que no se vuelva a cerrar la diferencia sobre sí misma mediante una nueva totalización indentitaria (Femenías, 2007: 114).
La idea de pluralidad ha sido muchas veces relegada por las izquierdas y dejada en manos de los sectores liberales, suponiendo, quizás, que la fuerza y solidez de una propuesta política podría estar dada por la homogeneidad y unicidad de las voces que la expresen. Sin embargo, la complejidad a la que nos enfrentamos en los desafíos de nuestros tiempos nos obliga a volver la atención sobre dicho concepto, tratando de hacer una recuperación crítica del mismo, sin por eso bajar ninguna bandera.
La ausencia de una comunidad natural de intereses y necesidades en la sociedad implica considerar una pluralidad de objetivos y la demanda de su reconocimiento social; de allí la reflexión sobre las formas de convivencia que permitan la articulación de sujetos particulares, con metas incluso contradictorias (…) una vez que rechazamos como meta la amalgama, la uniformidad, abandonamos una visión organicista de la sociedad y pensamos en la política como arte de construcción de lo social.
A su vez, este planteo se presenta coherente con una construcción prefigurativa del poder popular, ya que
El pluralismo y el reconocimiento recíproco en el marco de las diversas correlaciones de fuerza tienen consecuencias, no sólo en la lucha por una alternativa global y estratégica para enfrentar las actuales asimetrías del poder, sino también para construir un orden social alternativo. Ellos son, por lo tanto, constitutivos, tanto en el momento de ruptura como en el de construcción” (Sojo, 1988: 31 y 35).
Es la concepción de la construcción política en sí lo que se está poniendo en juego;
... la política como búsqueda colectiva de satisfacción de valores y necesidades es el campo de formación de identidades sociales. En la lucha contra la asimetría del poder, tales identidades están estrechamente relacionadas con las diversas formas de opresión; para su inserción dentro del enfrentamiento estratégico y para construir una alternativa, tienen vital importancia los mecanismos que garanticen relaciones sociales de reciprocidad (Ídem: 41).
Es en la configuración de un planteo que conjugue diversidad con articulación, dónde este reconocimiento de la pluralidad cobra una dimensión estratégica en nuestras luchas.
... ¿de qué se trata con este reconocimiento de la diversidad del sujeto social popular? Para que la diversidad no implique atomización funcional al sistema, ni prurito posmoderno de relatos inconexos, es preciso pensar y hacer la articulación, o lo que es lo mismo: generar procesos socioculturales desde las diferencias. El pensamiento alternativo es tal únicamente si enlaza diversidad con articulación, lo que supone crear las condiciones de esa articulación, impulsar lo relacional en todas sus dimensiones como antídoto a la ideología de la delegación, fortalecer el tejido asociativo sobre la base de valores fuertes (de reconocimiento, justicia social, equidad, etc). Necesitamos construir una ética de la articulación, no declarativamente, sino como aprendizaje y desarrollo de la capacidad dialógica, profunda de respeto por l@s otr@s, disposición a construir juntos desde saberes y experiencias de acumulación y confrontación distintas, potenciar identidades y subjetividades” (Valdés Gutiérrez, 2001: 53 y 54).
Un nuevo bloque
Creemos que uno de los mayores desafíos al que nos enfrentamos lxs sujetxs de estas resistencias es el de articular nuestras demandas en una estrategia común que nos posibilite ir revirtiendo la actual correlación de fuerzas, e ir haciendo posible el cambio social que consideramos necesario.
Por ello, la lucha anticapitalista y la lucha feminista, aunque no hay en absoluto una armonía preestablecida entre sus estrategias y objetivos inmediatos, deben buscar en cada caso sus formas de articulación. Articulación que quizás no se basaría tanto en un carácter necesario de los vínculos de complicidad y reforzamiento mutuo que unen al Capitalismo y al Patriarcado, como en la necesaria coherencia totalizadora que debe tener todo proyecto emancipatorio convincente (…) Una vez que se ha aceptado que todo antagonismo es necesariamente específico y limitado y que no existe una fuente única de todos los antagonismos sociales, es preciso admitir que el sujeto revolucionario socialista será el resultado de una construcción política que articula todas las luchas contra todas las formas de dominación y que, si en ciertos casos un grupo particular va a desempeñar un papel central en esta construcción, ello es debido a razones derivadas de su capacidad política, de haber logrado crear esta articulación en determinadas condiciones históricas, y no por razones a priori de carácter ontológico (…) El sujeto revolucionario se pulveriza, pues, en una pluralidad de posiciones de sujeto con potencialidades revolucionarias. El problema consiste en saber si estas posiciones de sujeto son una mera yuxtaposición amorfa o si pueden redefinirse, reforzarse y sobredeterminarse las unas a las otras para cobrar la suficiente potencia con capacidad de vertebrar un nuevo bloque…anticapitalista y antipatriarcal (Amorós, 1985: 310).
Bibliografía
Amorós, Celia; Hacia una Crítica de la Razón Patriarcal, Anthropos, Madrid, 1985.
Campione, Daniel; “Gramsci en la América Latina actual: hegemonía, contrahegemonía y poder popular”, en AA. VV., Reflexiones sobre Poder Popular, Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2007.
Dri, Rubén; “El poder popular”, en AA. VV., Reflexiones sobre Poder Popular, Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2007.
Femenías, María Luisa; El Género del Multiculturalismo, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2007.
Mazzeo, Miguel; El sueño de una cosa (introducción al poder popular), Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2007.
Mazzeo, Miguel y Stratta, Fernando, “Introducción”, en AA. VV., Reflexiones sobre Poder Popular, Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2007.
Puleo, Alicia H.; Filosofía, Género y pensamiento crítico, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio editorial, Valladolid, 2000.
Sojo, Ana; Mujer y política. Ensayo sobre el feminismo y el sujeto popular, Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José de Costa Rica, 1988.
Valdés Gutiérrez, Gilberto; “Hacia un nuevo paradigma de articulación (no tramposo) de las demandas emancipatorias”, en Artículos y Ensayos Utopía y praxis latinoamericana, Año 6, N° 14, Universidad de Zulia, Maracaibo, 2001.
Artículo enviado especialmente para este dossier.
[1] Utilizo la letra “x”(lxs) para hacer referencia a las distintas identidades de género existentes. Tanto el @ (l@s), como el uso de las terminaciones en a u o (las/los) pueden servir para hacer referencia a los sexos masculino y femenino, pero no contemplan las identidades transexuales, intersex, travestis u otras ya existentes o por existir. A la vez, para aquellxs que sostienen el lenguaje sexista amparadxs en la economía del lenguaje (según la cual hacer referencia a ambos sexos sería demasiado desgaste) esta alternativa de escribir con “x” podría ahorrarles un problema y, de no ser así, podría al menos servir para relativizar la validez de su argumento.