21/11/2024

Las mujeres, el MST y los desafíos de la acción revolucionaria

Por , ,

Si tuviéramos que estudiar todas las leyes no
tendríamos tiempo para transgredirlas.
Goethe
 
1. Los hechos
 
El 8 de marzo de 2006, el telediario de mayor audiencia en Brasil sorprendía al país con imágenes, reproducidas hasta el cansancio, de mujeres en actos de “vandalismo” y “ensuciando” el día que convencionalmente exalta su inserción en la restringida esfera del derecho formal.[1] El tenor de la noticia era, obviamente, acusatorio contra las 2000 mujeres, militantes de los diversos movimientos[2] de Via Campesina en Brasil, que ocuparan durante algunas horas la Huerta Florestal de la Aracruz Celulose, en Barra do Ribeiro, Rio Grande do Sul.
El episodio era la culminación de una serie de luchas realizadas entre 2000 y 2005 que no sólo expresaban la denuncia de discriminaciones y malos tratos infringidos a las mujeres, sino que también osaban trascender la dimensión específica de su causa, dirigiéndola contra el gran capital.
El acto de enfrentar una transnacional tan poderosa, de violar sus dominios y dañar, dentro de su laboratorio una considerable cantidad de plantines transgénicos listos para ser plantados, fue el modo extremo que encontraron para protestar contra las graves consecuencias socioambientales provocadas por la categórica especialidad de la empresa escogida: el monocultivo de eucalipto para la producción de celulosa en gran escala, una actividad que, por sobre todo, desmonta y desertifica tierras potencialmente destinadas a la reforma agraria y a la producción de alimentos orgánicos. Por su osadía, la acción operó como una divisoria de aguas y transformó la fecha en una jornada internacional de lucha de las mujeres contra toda y cualquier forma de explotación. O sea: esa lucha constituye un vigoroso manifiesto contra el orden del capital, transgrediendo la legalidad burguesa que sólo puede garantizarles una igualdad formal, abstracta.[3]
En 2007 avanza el movimiento, a pesar de la fuerte represión policial, del rechazo de una significativa parte de la opinión pública, de la censura de la prensa mayoritariamente comprometida con el sistema y de los mismos obstáculos domésticos que muchas veces son obligadas a enfrentar para continuar en la lucha. Silenciosamente, las mujeres de Vía Campesina se prepararon para, una vez más en las calles, denunciar, claro y alto, los efectos nocivos en este caso del etanol, biocombustible que se expande peligrosamente en el país.[4]
En 2008, la jornada de lucha de las mujeres de Via Campesina comenzó con la ocupación de la Hacienda Tarumã, propiedad ilegal de otra poderosa transnacional de la celulosa, la sueco-finlandesa Stora Enso, situada en la ciudad gaúcha de Rosário do Sul. Durante la acción, 900 mujeres y 250 chicos despejaron un amplio espacio en el Desierto Verde para plantar y devolver a la tierra miles de mudas de árboles nativos inescrupulosamente extirpadas por el capital.[5] Para comprender verdaderamente la acción, es necesario aclarar que la Stora Enso se fija como “meta formar una base forestada de más de 100.000 hectáreas e instalar fábricas en la región”. A pesar de que la empresa es extranjera y, de acuerdo con la legislación brasileña (Ley 6634 de 1979, y el artículo 20, parágrafo 2, de la Constitución Federal), no puede adquirir tierras en una franja de 150 kilómetros desde la frontera de Brasil, mediante un expediente tramposo, creó la agropecuaria Azenglever, empresa pantalla propiedad de brasileños. Con su nombre, la transnacional posee cerca de 50 haciendas que totalizan más de 45.000 hectáreas, entre las cuales está la Tarumã. Por eso es que las mujeres exigen:
La anulación de las compras hechas ilegalmente en la faja fronteriza y la expropiación de esas áreas para la reforma agraria. Solamente las 45.000 hectáreas que están a nombre de Azenvegler bastarían para asentar 2250 familias, generando 6750 empleos directos. Actualmente 2500 familias están acampadas en Rio Grande do Sul, y el INCRA alega que no hay tierras para asentarlas.[6]
En 2009, las acciones se ampliaron alcanzando la Monsanto, empresa de agroquímicos en Santa Cruz das Palmeiras, estado de Sao Paulo, a la misma Aracruz, Bayer e incluso la Syngenta Seeds que, en Paraná, había asesinado un militante de Vía Campesina en 2007. En igual proporción, evidenciando la preocupación que causa en los agentes del capital, la reacción contra las mujeres y sus hijos fue especialmente brutal.
La represión policial y la criminalización incentivada por los medios se intensifican también contra los mismos movimientos sociales rurales y urbanos en diversos estados brasileños, especialmente Rio Grande do Sul, Sao Paulo, Río de Janeiro y Pará.[7] Pese a lo cual, las mujeres de Vía Campesina en este año 2010 no retrocedieron y masivamente salieron a las calles de todo el país. En RS, por ejemplo, la marcha denunció que la mujer, a través del amamantamiento, se convierte en vector directo de los daños causados por los transgénicos y agrotóxicos.[8] En SP se destacó la marcha de las mujeres hasta la sede de Cutrale, en Araraquara, gigantesca transnacional productora de jugo de naranja, responsable del apoderamiento de tierras, expropiación de miles de pequeños productores, desmonte, monocultivo y polución ambiental. Además de eso, otras 3000 mujeres organizaron una marcha desde Campinas a la capital con el
gran desafío de evidenciar ante la sociedad cómo las mujeres aún viven en esa situación de opresión y explotación, especialmente por cumplir una doble jornada de trabajo: el reproductivo y doméstico, y el mismo trabajo productivo, relacionado con el mercado; con lo que se intensifica, en verdad, tanto la explotación como la opresión de las mujeres.[9]
Incluso frente a todas las adversidades, ellas parecen decididas a desafiar el sistema de producción vigente y desenmascarar la completa falta de respeto del capital por la mujer, sobre todo por la mujer trabajadora. Por sobre todo, parecen incansables en una lucha que continúa sorprendiendo por su praxis atrevida, consignas radicales y aguda conciencia del papel histórico que desempeñan para la emancipación en su más amplio sentido. Porque ese rol, así como tiene un fuerte impacto externo al movimiento, viene provocando una lenta, difícil, pero imperativa transformación en la sociabilidad interna, absolutamente necesaria para la constitución revolucionaria de los movimientos a los que pertenecen.
 
2. Una reflexión
 
Para comprender mejor el sentido histórico que las mujeres de los más diversos movimientos sociales de masas vienen imprimiendo a las luchas anticapitalistas que actualmente se registran en Brasil y también en América Latina, propongo al lector una necesaria reflexión teórica.
En 1848, Marx advertía sobre la necesidad de “encontrar de nuevo el espíritu de la revolución” y de la emancipación universal que, manteniéndose como promesa histórica, debe ser condición esencial del proletariado, única clase social capaz de realizarla concreta y radicalmente.[10] En los 160 años que nos separan de aquellas palabras de Marx, fueron tantas las formas contingentes y las suposiciones teóricas sobre el modo de ser del “verdugo del capital” como las malogradas tentativas de realizar aquella su necesaria tarea histórica.
De hecho, durante el largo período ascendente del capitalismo –que prevaleció hasta los años 1960– el proletariado logró, en el terreno de la lucha de clases, un significativo avance en su situación económica y en su poder de negociación sindical. Aunque ese avance se distribuyó tan desigualmente como desigual fue el ritmo de desarrollo de los países involucrados.
Agotada, al fin, la fase civilizatoria de crecimiento, el sistema sociometabólico del capital entra en una crisis gigantesca e irreversible, con lo cual sólo consigue reproducirse de modo esencialmente destructivo. No es sorprendente que las consecuencias más graves de la situación hayan caído sobre las condiciones de reproducción de la clase trabajadora, con lo que su poder de lucha sufre un acentuado reflujo en todo el mundo. De ahí que, a diferencia de lo que durante mucho tiempo se pensó, en el momento más complejo y pleno de la sociedad de clases controlada por el capital, predominan: la pérdida progresiva de los derechos arduamente conquistados por la clase trabajadora y el desempleo estructural que condena a una inmensa cantidad de hombres, mujeres y niños –nuevamente “libres como un pájaro”, como en la época de la acumulación primitiva– a una temible degradación de las condiciones de vida y de trabajo.
En este marco, la búsqueda de un proletariado ofensivo a partir de las “positividades” del desarrollo objetivado por el sistema de reproducción del capital resulta hoy totalmente anacrónica, y la insistencia en esta expectativa está condenada a una frustración peligrosamente desmovilizadora. Pues aquel proletario originario de las condiciones históricas del siglo XIX sufrió mudanzas tan drásticas que hoy sería difícil encontrar algo más que vestigios de lo que fuera en aquellos tiempos. O sea, la continuidad de ese proceso de desarrollo controlado por el capital ya no puede ser considerado, en modo alguno, como camino para la emancipación de la humanidad, sino de su cautiverio y destrucción.
Durante mucho tiempo, los tradicionales instrumentos de organización obrera ni siquiera consideraron la posibilidad de incluir en sus filas a la masa de individuos lanzados al desempleo por el capital en tiempo de crisis. Hasta entonces se presuponía que la interrupción de las crisis cíclicas y de la inestabilidad que amenazaba al mercado de trabajo generando desempleo masivo representaban un desequilibrio temporal y la lumpenización una excepción a la regla, que alcanzaba un campo social marginalmente despreciable a los efectos de una revolución socialista.
Sin embargo, la actualidad muestra una situación bastante distinta, no sólo porque el desempleo ya no puede ser considerado momentáneo, sino que tal condición no necesariamente convierte al desempleado en lumpen. El hecho también descubre el carácter defensivo y fragmentado de los mecanismos tradicionales de lucha del proletariado –los sindicatos y partidos políticos–, desmitificando la teleológica asociación politicista que muy frecuentemente se hizo entre la conciencia de clase y un supuesto desarrollo pleno del capitalismo con sus instituciones democrático-participativas. Por eso mismo es que, para Mészáros, el reencuentro con la perspectiva revolucionaria, requiere necesariamente
...ponerle fin a la separación trágicamente autodesarmadora del “brazo industrial” del trabajo (los sindicatos) y su “brazo político” (los partidos tradicionales), y lanzarse a la acción directa políticamente consciente, en contra también de la aceptación sumisa de las condiciones cada vez peores que las reglas pseudodemocráticas del juego parlamentario les imponen a los productores (...).[11]
El escenario es explosivamente problemático y plantea un enorme desafío al campo de la crítica marxista que no puede desconocer que esta forma societaria, fundada necesariamente en la insoluble desigualdad social, es el resultado de una concentración tendencialmente vertical y abrupta de la riqueza material producida. Esto quiere decir que la esencia contradictoria de esta sociedad alcanza su madurez de un modo tan bárbaro que su ideología orgánica necesita enterrar de una vez todo y cualquier contenido iluminista, civilizatorio, por más abstracta que haya sido su efectividad. Adopta, entonces, un concepto militarizado de “control democrático” con el fin de seguir garantizando la reproducción de su esencia más profunda, o sea, la subordinación estructural del trabajo al capital.[12]
Pero, como arriba dijimos, la degradación estructural de la clase trabajadora –algo que no causa sorpresa ni constituye novedad histórica en países como Brasil– no sólo no se superó con el desarrollo sino que, muy por el contrario, se viene generalizando y banalizando la utilización, de norte a sur del país, de una nueva modalidad de trabajo análogo al esclavo, en muchos y diversos aspectos más perverso que la esclavitud del período colonial, si eso fuese posible. La tragedia se completa con el recrudecimiento de la relación monopólica que actualmente se establece entre países dominantes y dominados que, por intermedio de los capitales transnacionales dedicados al agronegocio, diseñan un cuadro de sugestiva y generalizada colonialidad para estos últimos.
 
3. Los desafíos
 
El agravamiento de las condiciones sociales vigentes en América Latina es un fenómeno que se produce, paradójicamente, bajo el predominio de la ideología de que no hay alternativa al mundo del capital, que se desarrolló notablemente sobre todo después del fracaso de las principales experiencias de llamado socialismo realmente existente.
Desafiando esa condena al presente, emerge en la región toda una nueva generación de movimientos sociales de masas, con centro en el trabajo, en función justamente de las agudas dificultades enfrentadas. Pensamos en los zapatistas, en México; piqueteros, en Argentina; indígenas cocaleros, en Bolivia, en Ecuador, en Perú; en las fábricas recuperadas, en Venezuela, Argentina y Brasil. Destaco aquí la actuación, que tiene ya 25 años, del Movimiento de los trabajadores rurales Sin Tierra, en Brasil, como una base fundamental para la comprensión de la praxis de estas significativas organizaciones alternativas constituidas en el espacio latinoamericano.
Ante los duros golpes sufridos recientemente por la clase trabajadora y el estrechamiento de sus límites de acción en el terreno de la lucha de clases, esos movimientos sociales de masas surgen muchas veces como única vía para el restablecimiento de la dignidad humana para un número cada vez más significativo de familias trabajadoras arrojadas al desempleo.
Conformados al margen de la tutela del Estado –lo que puede ser muy positivo– y afincados a nivel de las mediaciones de segundo orden del capital [13] –lo que puede conducir a su fracaso–, la explosión del potencial revolucionario de esos movimientos sociales dependerá del curso del proceso histórico constituido y de sus posibilidades de ampliar el abanico de las decisiones necesarias.
Lo que está en juego son las dimensiones realmente anticapitalistas del MST no sólo en relación a la negación del orden, sino y fundamentalmente en relación a su capacidad de construir la positividad de una alternativa societaria. Obviamente, no es para nada fácil responder a semejantes cuestiones, incluso porque se trata de un proceso que aún está por revelarse plenamente. Por ahora, es posible delinear puntos para el debate ya que el MST realiza una praxis con poder de confrontación potencialmente transformador de la realidad existente.
Dicho de otra manera, el éxito del emprendimiento está condicionado a las formas más o menos autónomas en la toma de decisión en relación a los dilemas que enfrenta en su procesualidad y, sobre todo, al principio orientador y operativo de la autocrítica permanente. Semejante proceso obedece a la necesidad que tiene el movimiento social de masas de introducir, mediante su praxis cotidiana, cambios radicales en la división social del trabajo interno y construir, en un todo coherente, una nueva sociabilidad orientada hacia la igualdad sustantiva.
En este sentido, partimos de la premisa de que la cuestión femenina es básica incluso porque
...dadas las condiciones y dominación establecidas de jerarquía, la causa histórica de la emancipación de la mujer no puede ser alcanzada sin sostener el reclamo de la igualdad sustantiva en reto directo a la autoridad del capital, que prevalece no sólo en el omniabarcante “macrocosmos” de la sociedad sino igualmente en los “microcosmos” constitutivos de la familia nuclear.[14]
Para comprenderlo, acompañamos la organización interna de las mujeres que integran el MST, privilegiando las acciones que, desde 2006, realizaron los 8 de marzo, en conjunto con mujeres de otros movimientos de la Vía Campesina. Y, en todos esos momentos, nos parece que una cuestión especialmente problemática es que, pese a que la supresión de la opresión de las mujeres sea vital para la construcción de una alternativa societaria, semejante afirmación está muy lejos de ser unánime en el interior del MST.
Según todo indica, la actuación más efectiva de los hombres del movimiento tiende a volverse hacia la realización objetiva de las cuestiones económicas, enfriándose con la conquista de la tierra y la formación de los asentamientos. La positividad de esta conquista para el movimiento en su conjunto es obviamente indiscutible, y constituye la objetivación exitosa de su lucha por la reforma agraria. Sin embargo, esa misma conquista puede también convertirse en una regresión para todo el movimiento –si se observa el restablecimiento interno de amenazadoras relaciones jerárquicamente estructuradas–.
Son fundamentalmente las mujeres quienes acusan esa regresión, ya que, después de vivir, a veces durante años, bajo la lona preta  de los acampes, desempeñando las mismas funciones que los hombres y siendo partícipes de una significativa ruptura de la división tradicional del trabajo familiar, experimentan en el proceso de asentamiento un regreso no deseado a la antigua dominación patriarcal. En ese momento, muchas de ellas, incluso después de asentadas, toman la decisión de no aceptar el retroceso,[15] manteniéndose en la lucha, ya sea por el reconocimiento de su papel fundamental en todos los momentos de afirmación del movimiento, o en la actuación solidaria que desempeñan junto a las familias que siguen acampadas.
Según las mujeres, la efervescencia revolucionaria del MST se encuentra, verdaderamente, en el proceso de acampe; el asentamiento no constituye un fin, sino una mediación rumbo al socialismo. Por eso mismo son ellas, principalmente, las que vienen imponiendo la mencionada autocrítica permanente al movimiento en su conjunto, tratando de impedir que se congele en torno a las mediaciones de segundo orden.
En este sentido, es importante destacar que las acciones del ocho de marzo constituyen enteramente una iniciativa de las mujeres. Duramente criticadas inicialmente por los liderazgos masculinos del movimiento, con el paso de los años, sus manifestaciones vienen logrando el reconocimiento y la solidaridad efectiva de sus compañeros. Y esto sólo ocurre porque la determinación femenina dentro del movimiento es más fuerte que las críticas que sufren.
Su lucha interna, por lo tanto, no es contra los hombres, sino contra las deformaciones patriarcales heredadas de una sociabilidad que es previa a la formación del movimiento y que todos, hombres y mujeres, cargan y reproducen en el mismo movimiento, lo que sólo puede beneficiar al capital.
 
En conclusión: el cuadro describe una situación que está aún muy lejos de ser concluyente, pero la praxis de esas mujeres evidencia, desde el principio, el elevado grado de su conciencia de clase que, a partir de la dimensión de su propia lucha, potencia lo que en ella puede haber de específico. Pero que va mucho más allá, al poner bajo la luz las marcas irreversibles de las contradicciones que, en general, residen en la relación actual del capital con el mundo del trabajo. En estos términos, tal praxis es suficientemente amplia para poner en jaque las falacias del derecho formal burgués y exponer para que el mundo todo sea testigo la tragedia humana y ambiental que el actual patrón de acumulación impone al Brasil, como país meridional estructuralmente destinado a una situación de colonialidad y de periferia.
En esa medida, el movimiento de mujeres d MST no sólo confirma el radicalismo de la práctica de ocupación que viene caracterizando la lucha histórica del movimiento por la reforma agraria, sino que parece constituir una singularidad aún más estimulante. Se trata, entonces, de un movimiento muy articulado de mujeres trabajadoras, acampadas y asentadas, cuya perspectiva de clase potencia su poder de crítica y autocrítica, para desafiar los avances absolutamente destructivos del capital y para enfrentar con admirable coraje los inmensos desafíos internos y externos al movimiento.
Más aún, esas mujeres están reabriendo la historia y reencontrando el verdadero espíritu de la revolución del que hablaba Marx, al dar un salto ontológico en dirección a la emancipación, no sólo de las mujeres, sino de toda la humanidad.


Artículo especialmente escrito por la autora para este dossier. Traducción al castellano de Aldo Casas.
 
 
[1] Según datos difundidos por la CEPAL vienen ocupando un espacio cada vez mayor en el mundo del trabajo latinoamericano. A nivel de los derechos, sin embargo, quedan limitadas por las tendencias del mercado de trabajo que muestran en la región una expansión gigantesca del empleo informal, caracterizado por la precariedad en términos de inestabilidad temporal y ausencia de cualquier reglamentación de los contratos de trabajo, las remuneraciones, la jornada, los beneficios sociales y las condiciones de higiene. Puesto que son principalmente las mujeres quienes ocupan los lugares disponibles del sector, puede concluirse que el aumento en la participación de ellas en la vida económica de América Latina se da fundamentalmente mediante su incorporación a los sectores más vulnerables de la estratificación ocupacional. Este fenómeno se considera una “feminización de la pobreza” en relación con la reorganización del modelo neoliberal de producción. Semejante conquista consiste, por lo tanto, en el reverso de la liberación de las mujeres. Ver sobre esto O estado da paz e a evoluçao da violencia, Campinas, Editora UNICAMP, 2002, pag. 170. También A feminizaçao do trabalho de Claudia Mazzei Nogueira, Campinas, Autores Associados, 2003.
[2] MST, Movimento de Trabalhadores Sem-Terra; MPA, Movimento de Produtores Agrícolas; MAB, Movimento de Atingidos por Barragens; MMC, Movimiento de Mulheres Camponesas; MTD, Movimento de Trabalhadores Desempregados.
[3] En función de este proceso de lucha, las mujeres del movimiento crearon la Artulaçao Deserto Verde. Ver por You Tube el video Rompendo o silencio 1 y 2.
[4] En un reportaje publicado en el diario Folha de Sao Paulo  el 7 de enero de 2008, investigadores del Instituto Smithsonian de Panamá, advierten sobre el hecho de que de los 26 productos que proveen bio-combustibles o energía “limpias”, 12 de ellos son más dañinos para el ambiente que la gasolina, incluyendo entre estos al etanol proveniente de la caña de azúcar, pues este cultivo agrícola utiliza gran cantidad de agua contamina los ríos cercanos y, con la práctica de las quemas, contribuye al agravamiento del efecto estufa.
[5] Ver por You Tube el video Mulheres ocupam a Stora Enzo.
[6] Ver el diario Brasil de Fato año 6 nº 262, marzo 2008. Conviene destacar también que el gobierno Lula promovió menos asentamientos que el de FHC. Fue electo con la promesa de asentar 400.000 familias, sin embargo, hasta 2006 solamente 80.000 habían recibido tierra. Además, el MST denuncia que entre los asentamientos contabilizados, mucho consiste en tener la regularización de tierras públicas ocupadas hace mucho tiempo por colonos. Por lo cual esas medidas, amén de no estar destinadas al MST, no afectan la estructura agraria.
[7] Según la edición 2009 de la publicación Conflitos no Campo Brasil de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), uno de los aspectos que provoca el enojo de los representantes del agronegocio es que uno de los puntos privilegiados hoy por el MST tiene como centro la lucha por la actualización del índice de productividad con fines de reforma agraria, previsto por la Constitución Federal. Ejemplo de estas reacciones es el hecho de que sólo después de la trampa montada por Cutrale y sus matones en el incidente de Iaras, estado de Sao Paulo, y, obviamente, del papel esencial de la prensa que explotó hasta el cansancio esas imágenes, la bancada ruralista en el ámbito del Congreso logró aprobar otra Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) criminalizado las acciones del MST .
[8] “Este proyecto de agricultura debe ser detenido. O el futuro de las próximas generaciones será la muerte. Y nosotras, mujeres, no queremos ser generadoras y amamantadoras de la muerte”. Declaración de Ana Hanauer, de la coordinación del MST y de Via Campesina. Diario Brasil de Fato 11 a 17 de marzo 2010.
[9] Declaración de Tatiana Berringuer, de Consulta Popular. Diario Brasil de Fato 11 a 17 de marzo 2010.
[10] Ver Carlos Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Editorial Polémica, 1972, pág. 17 y ss.
[11] István Mészáros, El desafío y la carga del tiempo histórico, Caracas-Valencia, Vadell Hermanos Editores, 2009, pág. 71.
[12] No casualmente vemos que aumenta la frecuencia de críticas más o menos anticapitalistas, fruto de las múltiples insatisfacciones con la actualidad. Desde allí surgen las utopías que se multiplican en la misma proporción matemática que los problemas que buscan combatir. Todas expresan la reacción posible de grupos que –en parte o totalmente- fueron privados de los privilegios proporcionados por este mundo. Aún siendo tributarios de causas justas, el problema es que, en el límite y con raras excepciones, este tipo de movimiento basados en causas específicas no consiguen ir más allá de reclamar el derecho de mejorar su posición en el ranking de la sociedad jerárquicamente constituida.
[13] Esto surge de uno de los más geniales análisis de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 realizado por Mészáros en A teoria da alienaçao em Marx (San Pablo, Boitempo, 2006, pág. 208), que formula los conceptos de mediación de primer orden -o “actividad productiva como tal, factor ontológico absoluto de la condición humana”- y mediación de segundo orden o ‘mediación de la mediación’ alienada derivada de la propiedad privada, del intercambio y de la división del trabajo”.
[14] István Mészáros, Más allá del capital, Caracas-Valencia, Vadell Hermanos Editores, 2001, pág. 218.
[15] Contradictoriamente, es común la separación de las parejas en esta fase del proceso de conquista de la tierra, por iniciativa de la mujer.

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