23/11/2024
Por Said Edward , ,
El horror espectacular que ha golpeado a Nueva York (y en menor grado a Washington) ha sido el preludio de un nuevo mundo de atacantes invisibles, desconocidos, de misiones de terror sin mensaje político, de destrucción sin sentido.
Para los residentes de esta ciudad herida, la consternación, el miedo y la continua sensación de shock e indignación, se mantendrán seguramente durante mucho tiempo, así como también la genuina tristeza y aflicción que semejante carnicería ha impuesto tan cruelmente a tantos.
La información nacional por televisión, desde luego, ha llevado el horror de esos terribles gigantes con alas a cada hogar, sin concesiones, insistentemente, no siempre de manera edificante. La mayor parte de los comentarios ha subrayado y seguramente amplificado, lo que era de esperar y por cierto predecible, lo que siente la mayoría de los estadounidenses: la terrible pérdida, la cólera, el ultraje, un sentido de vulnerabilidad violada, un deseo de venganza y de castigo irrestricto. Más allá de las expresiones formales de pesar y patriotismo, los políticos y expertos acreditados han repetido diligentemente que no seremos derrotados, ni disuadidos, ni detenidos, hasta que el terrorismo sea exterminado. Esta es una guerra contra el terrorismo, dicen todos. ¿Pero dónde, en qué frentes, con qué objetivos concretos? No se ofrecen respuestas, excepto la vaga sugerencia de que el Oriente Medio y el Islam es lo que "nosotros" estamos enfrentando, y que hay que destruir el terrorismo.
Lo que es más deprimente, sin embargo, es el poco tiempo que se gasta tratando de comprender el papel de EE.UU. en el mundo [...]. Parecería que "EE.UU." hubiera sido un gigante durmiente en vez de una superpotencia que está casi constantemente en guerra, o en algún tipo de conflicto, siempre en territorios islámicos. El nombre y la cara de Osama ben Laden se han hecho tan increíblemente familiares a los estadounidenses como para obliterar efectivamente cualquier historia que él y sus misteriosos seguidores puedan haber tenido, antes de convertirse en los símbolos típicos de todo lo que es despreciable y odioso para la imaginación colectiva. Inevitablemente, entonces, las pasiones colectivas están siendo orientadas hacia un ímpetu bélico que se parece sorprendentemente al del Capitán Ahab persiguiendo a Moby Dick, más que a lo que en realidad ocurre: un poder imperial herido por primera vez en su casa, en lucha sistemática por sus intereses, en lo que se ha convertido en una geografía de conflicto repentinamente reconfigurada, sin fronteras claras ni actores visibles. Se agitan símbolos maniqueístas y escenarios apocalípticos, tirando por los aires las consecuencias futuras y la circunspección retórica.
[...] Pero para la mayor parte de la gente en los mundos islámicos y árabes, el EE.UU. oficial es sinónimo de poder arrogante, conocido por su apoyo hipócrita e ilimitado no sólo a Israel, sino también a numerosos regímenes árabes represivos, y por su falta de interés siquiera en la posibilidad de diálogo con los movimientos seculares y la gente que tiene reales motivos de queja. El sentimiento anti-estadounidense en este contexto no se basa en un odio de la modernidad o en la envidia de la tecnología: se basa en una lista de intervenciones concretas y depredaciones específicas, en los casos del pueblo iraquí sufriendo bajo las sanciones impuestas por EE.UU., y del apoyo a la ocupación desde hace 34 años de territorios palestinos por Israel. Israel está ahora explotando cínicamente la catástrofe estadounidense, intensificando su ocupación militar y la opresión de los palestinos.
La retórica política en EE.UU. ha dejado de lado estas cosas lanzando palabras como "terrorismo" y "libertad", siendo que abstracciones de este tipo generalmente han ocultado sórdidos intereses materiales, la influencia de los lobis del petróleo y la producción de armamentos y de Israel, que ahora consolida su dominación sobre todo el Oriente Medio, y una antigua hostilidad religiosa (y la ignorancia de) "el Islam", que toma nuevas formas cada día.
La responsabilidad intelectual, sin embargo, requiere un sentido aún más crítico de la actualidad. Ha habido terror, desde luego, y casi todos los movimientos modernos han recurrido al terror en algún momento durante su lucha. Esto vale tanto para el CNA de Mandela, como para todos los demás, incluyendo el sionismo. Y, además, el bombardeo de civiles indefensos con F-16s y con helicópteros artillados, tiene la misma estructura y efecto que el terror nacionalista más convencional.
Lo peor con todo terror es cuando se ligado con la religión y con abstracciones políticas y mitos reduccionistas que se desvían permanentemente de la historia y del sentido común. Es donde la conciencia secular tiene que tratar de hacerse oír, sea en EE.UU. o en el Oriente Medio. Ninguna causa, ningún Dios, ninguna idea abstracta pueden justificar el asesinato en masa de inocentes, sobre todo cuando sólo un pequeño grupo realiza semejantes acciones y piensa que representa una causa, sin tener un mandato real para que lo haga.
Además, por mucho que se haya discutido sobre el tema de los musulmanes, no hay un solo Islam: hay Islames, como hay Américas. Esa diversidad vale para todas las tradiciones, religiones, o naciones, aunque algunos de sus adherentes hayan tratado en forma fútil de crear fronteras a su alrededor y de atarlas a sus creencias. Y, sin embargo, la historia es demasiado compleja y contradictoria como para que pueda ser representada por demagogos que son mucho menos representativos que lo que pretenden sus seguidores o sus oponentes. El problema con los fundamentalistas religiosos o morales, es que en la actualidad sus ideas primitivas de revolución y resistencia, incluyendo la disposición de matar o morir, parecen todas demasiado fácilmente ligadas a la sofisticación tecnológica y lo que parecen ser actos gratificantes de represalias horripilantes. Los atacantes suicidas de Nueva York y Washington parecen haber sido hombres de clase media, educados, y no pobres refugiados. En lugar de tener un liderazgo con sabiduría, que ponga el acento en la educación, la movilización de masas y la organización paciente al servicio de una causa, los pobres y los desesperados son seducidos a menudo por el pensamiento mágico y las soluciones sangrientas y rápidas que suministran semejantes modelos atroces, envueltos en embusteras paparruchas religiosas.
Por otro lado, el inmenso poderío militar y económico no es garantía de sabiduría o de visión moral. Las voces cautelosas y humanas no han sido mayormente escuchadas en esta crisis, mientras "América" se prepara para una prolongada guerra, que será librada en algún sitio por ahí afuera, con aliados forzados a alistarse sobre bases muy inciertas y con objetivos imprecisos. Necesitamos levantar las fronteras imaginarias que separan a la gente, re-examinar los rótulos, reconsiderar los limitados recursos disponibles, decidir compartir mutuamente nuestros destinos, como lo han hecho en general las culturas, a pesar de los alaridos y los dogmas belicosos.
Sencillamente, el "Islam" y "el Occidente" no sirven como banderas a seguir ciegamente. Algunos correrán tras ellas, pero que se condene a las generaciones futuras a una guerra y sufrimientos prolongados, sin hacer siquiera una pausa crítica, sin tratar de lograr la emancipación común y la tolerancia mutua, resulta una terquedad mucho mayor que la admisible. La demonización del Otro no es una base suficiente para ningún tipo de política decente, y mucho menos no cuando puede atacarse las raíces del terror en la injusticia, y los terroristas aislados, disuadidos o desarticulados. Requiere paciencia y educación, pero más vale invertir en ello que llegar a niveles aún mayores de violencia y sufrimiento en gran escala.
Este trabajo fue publicado en Rebelión Internacional. Traducción de Germán Leyens.