23/11/2024
El ataque terrorista en Nueva York y Washington el 11 de septiembre ha sido comparado con Pearl Harbour y el hundimiento del Kursk. Michail Gorbachov vio un paralelo con Chernobyl, una comparación más justa si tomamos en cuenta el impacto y la ignominia experimentada por el aparato del gobierno norteamericano. En ambos casos hemos visto primero la incompetencia y la desidia, para luego pasar a los desesperados esfuerzos por salvar el "honor del uniforme".
Sin embargo, hay una comparación que no hemos oído hasta ahora: la del incendio del Reichstag. La histeria antiárabe y antimusulmana que ha barrido al mundo entero desde la catástrofe nos obliga al paralelo con lo ocurrido en los años treinta.
Las autoridades norteamericanas comenzaron a buscar de inmediato culpables entre los árabes. Bin Laden fue mencionado casi enseguida, sin apenas examinar otras posibilidades. En los primeros minutos después de la las explosiones nadie dudó de su origen "árabe" y el autor de estas líneas no es una excepción.
Pero cuanto más evidencia y argumentos se aducían para sustentar la "versión árabe", más dudas encerraba esta versión. Hablando por televisión, inmediatamente después de las explosiones, el conocido politólogo Vyacheslav Nikonov subrayó que los culpables sin ninguna duda alguna serían encontrados y que, si no se los encontraba, se los inventaría. Con total cinismo, agregó que sería beneficioso para Rusia si la gente apuntaba hacia los talibán y Bin Laden.
[...]
El atentado ejecutado el 11 de septiembre fue tan monstruoso precisamente porque nadie lo esperaba. Pero, ¿qué quiere decir esto? La prensa norteamericana, cine y televisión, tuvieron durante mucho tiempo al terrorismo árabe a la orden del día. Pero el golpe estalló no solamente en forma inesperada sino, además, en una dirección que nadie pudo anticipar. Se dice que los ejércitos siempre se preparan para pelear la guerra precedente. Esto no es enteramente cierto. En este caso, no se trataba de otra guerra, sino de otro enemigo.
Parecería que el operativo hubiese sido preparado por personas que no solamente se movieron libremente por los Estados Unidos sino que además estuvieron fuera de toda sospecha. Si eran profesionales, no adquirieron su experiencia como miembros de grupos clandestinos de terroristas. Pero tampoco en las organizaciones estatales de seguridad.
Cuando Bush declaró que los hechos del 11 de septiembre significaban una guerra, él mismo pudo no haber entendido cuán en lo acertado de sus palabras. Lo que encontramos aquí no es una operación de policía secreta, ni un acto de terroristas, sino un bien planeado ataque aéreo. Estas cosas no se piensan ni en las escuelas de inteligencia ni en los campos terroristas. En esos lugares la gente puede aprender a dirigir un avión, pero no a planear un ataque militar. Sin embargo, el ataque fue ejecutado según las mismas reglas de los bombardeos norteamericanos a Bagdad y Belgrado. Comprende la elección meticulosa de los blancos y su precisa destrucción. La elección de los blancos es importante política y simbólicamente. Los terroristas, evidentemente, no tenían intención de destrozar el país, o si no los aviones no se hubiesen estrellado contra el Pentágono y el World Trade Center, sino contra instalaciones nucleares. Si hubiesen hecho esto, los muertos no se contarían en miles sino en millones.
De acuerdo a varios testimonios el ataque aéreo estuvo acompañado, como en recientes guerras, por un ataque electrónico contra el sistema de defensa aérea. Ni la inteligencia iraquí e iraní hubieran sido capaces de esto. A pesar de lo que han escrito los ideólogos chechenios musulmanes, ni los servicios de inteligencia rusos ni aquellos israelíes intentarían hacer estallar a los Estados Unidos. Más aún, sería absurdo pensar que las fuerzas de seguridad norteamericanas hubieran perdido el sentido hasta el punto de hacer explotar su propio país.
Si ni los terroristas ni las fuerzas de seguridad pudieron ser responsables, entonces, ¿quién lo hizo? El peso de la evidencia sugiere que el ataque en Nueva York y Washington fue preparado desde dentro mismo de los Estados Unidos, y fue preparado por ciudadanos norteamericanos sumamente experimentados en materia militar, pero que no levantarían ninguna sospecha. Esta gente pudo ser personal militar retirado y, más aún, con irreprochables fojas de servicio y estrechos lazos con los servicios de seguridad y fuerzas armadas. Si fuese necesario, podrían hacer uso de "chivos" de origen árabe. En última instancia, el paralelo entre los recientes hechos en los Estados Unidos y las explosiones causadas en edificios de apartamentos en Moscú en 1999 es forzoso. Los nazis, debemos recordarlo, también mandaron a comunistas a prender fuego al Reichstag.
En otras palabras, debemos hablar no precisamente de "milicias populares" de ultraderecha sino de una conspiración con el mismo signo ideológico, pero con un alcance muy superior y un potencial completamente diferente. Si éste es el caso, lo ocurrido es apenas el comienzo. El futuro apunta a una ola de persecución contra los musulmanes e inmigrantes, nuevos bombardeos en Medio Oriente y, en última instancia, la restauración de los "valores de la civilización occidental y cristiana", impulsada por liberales de todo tipo.
¿La teoría de una conspiración? Sin duda. Pero los actos de terrorismo son imposibles sin una conspiración. Especialmente, el terrorismo en esta escala. Sea quien sea que esté detrás de las explosiones en Washington y Nueva York, ya han jugado, objetivamente, el rol de los nuevos incendiarios del Reichstag en Rusia e Israel. Los políticos de extrema derecha, campeones de los valores de la "civilización occidental", ya han entonado coros demandando venganza. El mismo mensaje se repite sin fin: los musulmanes son inhumanos y bárbaros, negociar con ellos es imposible. No son iguales a nosotros y, por lo tanto, nuestros criterios de democracia y derechos humanos no son aplicables a ellos. Alguien ha sostenido: "No hay que temer a las medidas impopulares". Algún otro ha agregado: "No debemos estar limitados por las convenciones democráticas".
Detrás de estas palabras generales hay distintos significados. El programa mínimo comprende arrestos arbitrarios, deportaciones en masa, y persecuciones indiscriminadas. El programa máximo es el genocidio. Desde las pantallas de televisión, un individuo con el sugestivo sobrenombre de "Satanovsky", convoca a realizar lo que el presidente Putin ha urgido desde los viejos tiempos, esto es, liquidar. Matar. Está claro que la represión masiva provocará la resistencia masiva, que multiplicará el número de enemigos. ¿Será realmente que quienes hoy nos tratan de asustar con el "peligro islámico" no comprenden esto? Lo comprenden perfectamente, pero creen en la posibilidad de una "solución final". Si no a escala del mundo entero, al menos en un territorio circunscrito.
Cuando la administración norteamericana dice que necesita pruebas de la culpabilidad de Osama Bin Laden, está evidentemente mintiendo. Sólo un tribunal puede determinar la culpabilidad. Para esto sería necesario al menos un año, aun si los terroristas pudiesen ser identificados y capturados. Para probar la culpa de un ciudadano norteamericano que robó una hamburguesa de un McDonalds, debe hacerse una investigación, el culpable tiene que ser atrapado y obtenido el veredicto de un jurado. Las autoridades de los Estados Unidos están listas para pronunciar un veredicto de culpabilidad sobre un país entero, Afganistán, en el plazo de unos pocos días sin ninguna investigación judicial. Al mismo tiempo, llegan informes de ataques a mezquitas y centros islámicos en los Estados Unidos. Es claro que los musulmanes responderán los bombardeos y otros ataques con terror, y las pruebas necesarias surgirán de esta manera. Así fue exactamente en el caso de Milosevic. El líder serbio cometió sin duda crímenes, pero todos los hechos por los cuales se le pidieron cuentas en el tribunal de La Haya se refieren al período posterior al comienzo de los bombardeos a Serbia. En otras palabras, primero el castigo, luego el crimen y entonces, nuevamente, el castigo. Esta es la forma en que nuestra "civilización cristiana" entiende ahora la justicia.
El fascismo del siglo XX llegó al poder como resultado del crack económico de 1929-1932. Éste fue el fascismo en uniforme. Ahora los tiempos son distintos. La gente ya está viendo la crisis actual como repetición de la Gran Depresión, avanzando lenta pero inexorablemente. El fascismo de los días presentes es multifacético. Avanza en varias direcciones, a veces luciendo las ropas de los políticos respetables, a veces la de los racistas de cabeza rapada. No va a esperar para comenzar a actuar a que se instale una crisis de gran escala. Los fascistas aún no están en el poder, pero el Reichstag ya está ardiendo.
Moscú, 19 de septiembre de 2001
Este artículo nos llega por gentileza los compañeros de la revista uruguaya Alfaguara, a quienes se los envío especialmente su autor. La traducción del inglés es de Fernando Moyano, miembro de su Consejo de Redacción y la revisión estuvo a cargo de Mario Perrone. Por razones de espacio nos vemos obligados a publicar una versión reducida.
* Investigador principal asociado al Instituto de Estudios Políticos Comparativos, Academia de Ciencias de Rusia. Es el sociólogo ruso de mayor trascendencia en Occidente. Colaborador de distintas publicaciones de la izquierda internacional.