Ediciones A Vencer, Buenos Aires, 2009, 126 páginas.
El libro que reseñamos se compone de una serie de textos referidos al MIR chileno. Esta notable organización revolucionaria –que nació, creció y resistió junto al movimiento de masas que emergió en 1967 y se desarrolló hasta ser aplastado por la dictadura pinochetista– aún no ha recibido la atención internacional que merece. Entre los textos incluidos en esta compilación, el de mayor envergadura es una concisa historia del partido escrita por Andrés Pascal Allende, fundador y secretario general de la organización luego de la muerte de Miguel Enríquez, principal dirigente mirista. Debido a su doble rol de historiador y protagonista, el autor puede intercalar en el desarrollo del análisis de la situación económica, social y política del período de gobierno de la Unidad Popular la narración de las acciones y discusiones de los jóvenes dirigentes del MIR en los momentos decisivos de la lucha de clases. Estos tramos no sólo le aportan mayor concreción al relato, también permiten una aproximación a este proceso clave de la historia latinoamericana reciente desde el punto de vista de las opciones que enfrentaban los dirigentes de su partido más revolucionario. Nuestra propuesta de lectura –de este libro, de aquel período, de nuestro presente y de uno de sus futuros posibles– se resume en (1) la actualidad de los problemas políticos planteados en el período de gobierno de la UP en Chile, y (2) la vigencia de la estrategia mirista para la resolución de tales problemas.
Si la posibilidad de realizar una transición al socialismo alguna vez vuelve a actualizarse en nuestros países, es dudoso que esta se abra a partir de situaciones como las que permitieron los triunfos en Rusia, China, Cuba o Vietnam. Teniendo en cuenta las radicales diferencias que se presentan en la situación internacional, las especificidades nacionales y el escaso desarrollo subjetivo de las masas, el estudio del período de gobierno de la Unidad Popular – en la medida en que parece presentar algunas simetrías con los actuales procesos de Bolivia y Venezuela– quizá pueda servir para pensar algunas variables tácticas y estratégicas pertinentes en tales futuros posibles. Las simetrías fundamentales pueden resumirse en que los crecientes conflictos de clase se dirimen políticamente en un régimen democrático-burgués en el cual un ascenso de masas hegemonizado por una dirección reformista o nacionalista burguesa se despliega en una situación de crisis del sistema de dominio. Dado el mayor grado de desarrollo político alcanzado en el período de gobierno de la UP, allí se presentan más nítidamente las tendencias fundamentales de este tipo de proceso.
El MIR no sólo se mantuvo políticamente crítico y organizativamente independiente de la UP, sino que apoyó e intentó profundizar las medidas progresivas del gobierno, a la vez que construyó y desarrolló organizaciones de masas y organismos de doble poder en la perspectiva de la destrucción del estado burgués. Consideramos que el estudio de este período debe enfocarse desde el ángulo de la intervención mirista en la medida en que –sin adaptarse ni sectarizarse– fue la única organización de influencia considerable que consiguió articular una estrategia socialista racional a partir de la caracterización realista de las condiciones sociopolíticas específicas del proceso y sus posibilidades efectivas. Esto diferencia a los miristas de los marxistas dogmáticos que diseñan su política siguiendo un modelo construido a partir de la mala generalización de elementos particulares de un proceso revolucionario determinado que luego es proyectado con escasos controles sobre la propia situación. Pero los miristas estuvieron lejos de ser pragmáticos sin teoría (es testimonio de ello su vínculo con Andre Gunder Frank, Theotonio Dos Santos y, en particular, con Ruy Mauro Marini, quien integró su Comité Central): evitar las extrapolaciones abusivas de otras experiencias no es menos importante que identificar las tendencias fundamentales de los procesos de transformación social para poder orientarse en ellos. Para conseguir tal orientación, se vuelve imprescindible una cuidadosa revisión de las experiencias precedentes.
La crisis interburguesa, expresada políticamente en la presentación de dos candidaturas diferentes para enfrentar a Salvador Allende, permitió a la UP vencer en los comicios presidenciales de 1970; situación que también fue aprovechada durante su primer año de gobierno, en el cual toma una serie de medidas progresivas como la nacionalización de la minería y la estatización de industrias monopólicas. Pero a partir de 1972 se desarrolla la contraofensiva reaccionaria. La estrategia de los partidos de derecha consistió en desgastar al gobierno mediante el bloqueo de sus iniciativas en el parlamento, lo cual se combinaba con una oposición social y política burguesa más amplia que incluía el ataque desde los medios de comunicación reaccionarios, el boicot económico (boicot financiero del imperialismo y el gran capital, paros patronales en el transporte, acaparamiento de mercancías en un contexto de desabastecimiento, etc.) y movilizaciones callejeras de corte fascista. Las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 unificaron a los dos principales partidos burgueses en torno al objetivo de lograr el consenso necesario para destituir a Allende por la vía constitucional. Para conseguirlo necesitaban controlar dos tercios del parlamento. Pero la UP aumentó su porcentaje de votos hasta alcanzar el 44 por ciento. La frustración de la destitución por vía legal significaría la reorientación de los partidos burgueses en pos de la consecución del mismo objetivo por otros medios: comienzan los preparativos para derrocar al gobierno de Salvador Allende a través de un golpe militar. Ante este paso a la ofensiva de la reacción, la estrategia del ala moderada de la UP (que incluía al PC, a los socialistas que respondían a Allende y a un sector del MAPU) consistió en, como había hecho hasta entonces, seguir buscando acuerdos con la Democracia Cristiana (un partido de “centro”, con importante influencia en las capas medias y bajas de la burguesía y un sector no desdeñable del movimiento obrero) con el propósito de aislar al derechista Partido Nacional en su línea decididamente golpista. Pero luego del fracaso electoral, el ala moderada de la DC pierde terreno en favor de su ala dura, con lo cual la estrategia del ala moderada de la UP ve desintegrada una de las condiciones necesarias para su éxito. En efecto, la estrategia conciliadora requiere, para su efectivización en un escenario de polarización entre dos bloques políticos, que ambas de las respectivas alas moderadas consigan imponer su estrategia a sus respectivos bloques. Si, por el contrario, en uno de los dos bloques el ala radicalizada logra imponer su línea, como ocurrió en el de la burguesía, el adversario queda imprudentemente indefenso, como le ocurrió al proletariado chileno por no lograr romper a tiempo con la estrategia reformista de Salvador Allende y el PC.
Como señala Andrés Pascal, hubo un momento anterior al 11 de septiembre en el cual pareció posible modificar favorablemente la correlación de fuerzas y desarrollar una contraofensiva popular que podría haber abierto una situación revolucionaria. Fue la oportunidad perdida para la revolución chilena. Nos referimos a lo sucedido luego del intento fallido de golpe del 29 de junio de 1973, en el cual un regimiento de carros blindados avanzó sobre el centro de Santiago (hecho popularmente conocido como “tancazo”). La presencia del general Prats al frente del Ejército, la resistencia de algunos sectores entre los militares y la mayor fuerza de sustento del gobierno, la resistencia obrera y popular que barrió al fascismo de las calles, impidieron que el gobierno de la UP fuera derrocado. Esta derrota parcial de la derecha sentó las bases políticas para escarmentar a los militares golpistas y los partidos que lo impulsaban, lo cual hubiera desmoralizado y debilitado a ese bloque y fortalecido a los sectores radicalizados en la izquierda (dentro y fuera de la UP) que planteaban una estrategia de confrontación decidida con la burguesía, a la vez que afianzado los organismos de poder popular que constituían su base. Desarrollar la contraofensiva popular: tal era la línea del MIR. La táctica de Allende y el PC, en cambio, fue seguir otorgando concesiones: Prats fue reemplazado, no se castigó la represión a los militares antigolpistas dentro de las fuerzas armadas, se llamó al orden a los sectores populares, se permitió que los militares requisaran fábricas y sindicatos buscando armas, y se siguió buscando el acuerdo con una DC que ya había girado definitivamente a la derecha. Estas concesiones tenían el propósito de frenar a los sectores más agresivos de la reacción. Fue una decisión errónea. Permitió que la derecha se reagrupase con el fin de preparar un nuevo intento de golpe, que esta vez no desperdiciaría.
La investigación del período de la UP desde una perspectiva revolucionaria que la presente compilación propicia también debería servir como correctivo de la miopía nacional que afecta la actual discusión argentina sobre aquellos años. Con variaciones, aún se presenta la tesis según la cual fue la imprudente radicalización armada lo que abrió las puertas del infierno de la dictadura; de lo que se trataría es de adaptarse a las instituciones democráticas burguesas. Lo que se concluye de la tragedia chilena es muy distinto. El infantil vanguardismo que embiste frontalmente contra los gobiernos reformistas apartándose del desarrollo político efectivo de las masas no es más quimérico que el gradualismo supuesto en la línea de transición pacífica al socialismo.