19/04/2024

La crisis del trabajo abstracto es la crisis del capitalismo

Ponencia para el coloquio “La crisis del trabajo abstracto”, Buenos Aires, del 5 al 7 de noviembre 2007
de Norbert Trenkle (grupo krisis)
 
1. El trabajo abstracto es el principio central de organización y dominación de la sociedad capitalista. Lo afirmamos no sólo por el hecho de que la realización del capital depende de la aplicación de la fuerza de trabajo vivo en el proceso de producción, sino por una razón más fundamental: el trabajo abstracto constituye la síntesis de la sociedad capitalista. Puesto que ésta, en esencia, es una sociedad productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad en la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la forma de mercancías y dinero. Pero dado que una mercancía, considerada desde su aspecto de valor de cambio, no es otra cosa que portadora de valor - o sea de "trabajo muerto“- la mediación o transmisión social conferida a través de mercancías es idéntica a la mediación o transmisión a través del trabajo abstracto. La expresión más directa y evidente de esto es la obligatoriedad generalizada de tener que vender la propia fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Por lo tanto uno mismo debe convertirse en mercancía para, a través de la compra de los bienes de consumo, tener acceso a la riqueza de la sociedad.
La síntesis o mediación social a través de mercancías y trabajo es, en esencia, mediación cosificada. Es decir: las relaciones sociales (relaciones entre seres humanos) se establecen por medio de las cosas (mercancías) y asumen de esta manera una forma totalmente demencial: En cierta forma, las cosas comunican sobre cómo deben vivir los seres humanos. O dicho de otro modo: en la sociedad capitalista, los productos del trabajo humano adquieren vida propia y se presentan ante las personas como configuración de coacciones aparentemente ajenas. Para este estado de cosas, Marx acuñó la famosa expresión de fetichismo de la mercancía. Optó por esta expresión concientemente para remitir, por analogía, a las sociedades animistas. En estas sociedades, las personas son dominadas por sus concepciones mágicas, producto de sus propios cerebros. Algo muy similar ocurre en la sociedad capitalista, aunque sostenga sobre sí misma haber superado el pensamiento mágico. En ella son los productos materiales los que se han independizado de las personas, dominándolas como un fetiche en forma de trabajo y mercancía.
 
2. La síntesis social a través del trabajo abstracto conforma, en el capitalismo, el marco referencial general de todas las relaciones sociales y, determina en el plano de su dinámica básica, su trayectoria histórica. Lo cual no significa que todo esté determinado por la lógica del trabajo y de las mercancías en sentido estricto. Pero esa mediación cosificada constituye básicamente la forma de las relaciones sociales, acuñando las jerarquías y relaciones de dominación social y definiendo también las demarcaciones del universo capitalista, o sea aportando los criterios de inclusión y exclusión.
Por esa razón, la actual crisis del trabajo abstracto sacude a toda la sociedad capitalista hasta sus cimientos mismos. En esencia, esta crisis es el resultado de una contradicción fundamental: mientras que la terrible dinámica capitalista ha sometido a todo el mundo al dictado de la producción de mercancías y la valorización de capital, simultáneamente, el enorme impulso de productividad basado en la microelectrónica ha conducido también a que, para la realización del capital en los sectores claves altamente tecnificados, haya una demanda decreciente de la fuerza de trabajo. En las décadas de los 70 y 80, este desarrollo indujo a muchos sociólogos de las metrópolis capitalistas a un optimismo tal, que los llevó a predecir una reducción generalizada del tiempo de trabajo y una pérdida de su rol como principio organizativo central de la sociedad. En este sentido en todas partes se hablaba del “fin de la sociedad del trabajo“.
{Sin embargo estos pronósticos no han hecho más que ridiculizar a sus autores. El tiempo de trabajo efectivamente se redujo en las metrópolis hasta entrados los años 80, pero, desde entonces se ha estado extendiendo de manera constante y persistente al mismo tiempo que la sociedad se aferraba, en lo político e ideológico, cada vez más al trabajo. Este desarrollo no desmiente sin embargo el diagnóstico de la crisis del trabajo abstracto, sino al contrario: es una de sus consecuencias principales. Mientras en cuanto al trabajo concreto, el incremento de la productividad significa que en una misma medida de tiempo se pueden producir más productos, visto desde el aspecto del trabajo abstracto, esto se traduce en una disminución del valor de cada mercancía debido al menor tiempo de trabajo abstracto gastado en ella. Y esto, en la lógica de la producción capitalista, significa "un problema“, puesto que su objetivo no es la producción de cosas útiles para cubrir las necesidades de la sociedad, sino la "producción“ de valor o, dicho de otro modo, la producción de plusvalor para la realización del capital. Por esa razón los incrementos de productividad no conducen precisamente a una mejora generalizada de las condiciones de vida ni a una ampliación del tiempo libre disponible, sino a despidos masivos de la fuerza de trabajo, a una intensificación de los ritmos de trabajo y a un incremento de los índices de explotación, para garantizar así una valorización lucrativa del capital pese a la disminución de valor por mercancía y al aumento del capital fijo (maquinaria, equipos técnicos etc.).
Si en el período de auge del capitalismo y, en particular en el período denominado fordismo, los asalariados en las metrópolis obtenían un provecho parcial del crecimiento de la productividad (en forma de aumentos salariales, prestaciones sociales y reducción de la jornada laboral), esto se debía principalmente a un constante crecimiento en la demanda de fuerza de trabajo de los principales sectores industriales. Esto abrió márgenes de maniobra tanto para las luchas del movimiento obrero organizado como para las de otros movimientos sociales, que lograron obtener una relativa mejora en las condiciones de vida e imponer una cierta regulación política en la dinámica desenfrenada del capitalismo aunque sin poder desactivar sus imperativos estructurales, por cierto .
 
3. La revolución en las fuerzas productivas que la microelectrónica trajo consigo y su consiguiente aporte a la globalización han destruido esos márgenes casi por completo. El alto nivel del equipamiento tecnológico-organizativo, en los sectores claves de la producción para el mercado mundial, ha conducido a que una gran parte de la humanidad sea "superflua“ para la valorización capitalista, porque ya no se la necesita como fuerza de trabajo. Una expresión directa de este desarrollo es la enorme expansión del sector de trabajo precarizado. Puesto que bajo las condiciones de producción universalizada de mercancías, la gran mayoría de los seres humanos no tiene otra opción que venderse de alguna manera y se ven obligados a hacerlo en condiciones cada vez peores.
En tanto los precarizados y marginalizados sigan estando ligados al circuito globalizado de la valorización, entran en directa competencia con los sectores de la tecnología de punta del mercado mundial. Los innumerables cartoneros de Buenos Aires, por ejemplo, deben competir con los trabajadores de la industria maderera altamente tecnificada y racionalizada de Suecia y Canadá, países donde esa industria ha logrado reducir a un mínimo la fuerza de trabajo y proveer mejor materia prima para la producción de papel. La inmensa brecha de productividad que existe entre estos sectores, es lo que presiona los ingresos en el sector precarizado y lleva a una sobreexplotación extrema en condiciones de trabajo incluso esclavo. Cabe señalar que esa brecha en la productividad, ya no se achica como en los períodos de ascenso del capitalismo cuando en las metrópolis, los sectores no capitalistas de la economía (en particular la agricultura y el artesanado) fueron transformándose en segmentos de producción fordista. La brecha que actualmente existe entre sectores marginalizados y los concentrados de la economía mundial ya es en sí un producto de la generalización de la lógica capitalista que produce estructuralmente exclusión y marginalización. Por eso continúa ensanchándose.
Este fenómeno ya fue analizado en los años sesenta y setenta en el contexto de la teoría de la dependencia, tomando como eje los países de la periferia capitalista (el “desarrollo del subdesarrollo“). No obstante, este fenómeno ha asumido dimensiones planetarias en las condiciones actuales de globalización y de la revolución de las fuerzas productivas generada por la microelectrónica. Y esto implica que: hoy día todo avance de la productividad no aumenta los márgenes de acción para un incremento general del nivel de vida material en el capitalismo, sino que conduce a que cada vez más personas sean empujadas hacia el sector precarizado y marginalizado. Mientras tanto, sigue creciendo la brecha entre las condiciones de producción y trabajo aquí y los sectores incluídos en las tecnologías de punta. De esta manera se arriba a una progresiva devaluación de la fuerza de trabajo en el sector precarizado, un proceso que se potencia aún más por la creciente "sobre oferta" de la misma a nivel global y la competencia que ésta desencadena. Bajo estas condiciones, el capitalismo ya sólo funciona como una gigantesca máquina de exclusión y marginación que deja a la gran mayoría de la población mundial como única perspectiva: la lucha descarnada por la sobrevivencia en condiciones cada vez más duras.
Por lo tanto la centralidad del trabajo en la sociedad capitalista de ninguna manera retrocede por la crisis del trabajo abstracto. Al contrario: A medida que el proceso avanza, se intensifican las presiones y coacciones que ejerce. Lo que se modifica es el modo de acción: si en la fase de ascenso del capitalismo prevalecía la tendencia a la inclusión, ahora el trabajo abstracto se ha convertido en el momento clave de la dinámica de exclusión masiva
 
4. Pero, de ningún modo es éste el único efecto de la crisis del trabajo abstracto. La depreciación generalizada de la fuerza de trabajo, generada por el impulso de productividad de la microelectrónica, socava al mismo tiempo las bases de la valorización del capital. Puesto que, si en los sectores centrales de la producción de mercancías cada vez se hace más superfluo el trabajo abstracto, esto redunda en una reducción de la masa de valor que allí se produce. El desarrollo en el avance de las fuerzas productivas provoca, por lo tanto, una situación de sobreacumulación estructural, en la cual, grandes volúmenes de capital no encuentran posibilidades de realización en la esfera del capital productivo y por eso están tendencialmente amenazados por la desvalorización. Esta sobreacumulación no puede solucionarse mediante el inmenso incremento del trabajo precarizado, tampoco por la explotación extensiva que se hace de él en países como China. Aunque grandes masas humanas deban sacrificar todo el tiempo de su vida y su salud, el valor que se les extrae representa sólo una cantidad muy pequeña del volumen global de valor extraído debido a que allí la fuerza de trabajo se explota a un nivel de productividad extremadamente bajo. Es decir: una hora de trabajo en ese nivel representa solamente un fracción minima del valor de una hora de trabajo en los sectores de tecnología de punta. Tampoco conquistando nuevos sectores de producción para la realización del capital, hay una salida de la trampa de sobre acumulación. Ya que las fuerzas productivas postfordistas son fuerzas productivas universales sustentadas en el acervo del conocimiento de la sociedad en general (el famoso ”general intellect”) . Por eso, todo nuevo ámbito de producción está siendo organizado y estructurado de antemano según las pautas de una racionalización global de los procesos de trabajo. Un ejemplo de esto son los nuevos complejos biotecnológicos. Pero, la tercera revolución industrial ha transformado también radicalmente los sectores de administración, distribución, transporte y todos los otros que integran el circuito económico (cabe señalar aquí la concomitancia de esto con una racionalización del pensamiento, sentimientos e interrelaciones humanas). En este sentido la actual crisis del trabajo abstracto reviste una nueva calidad: socava definitivamente la sustancia del valor, por lo tanto también los fundamentos de la valorización y, en consecuencia, a la sociedad que sustenta.
Es decir, no estamos simplemente frente a una de las crisis cíclicas del capitalismo, sino ante una crisis fundamental que lleva a la sociedad capitalista indefectiblemente a su límite histórico absoluto y que - como es sabido - conlleva la destrucción de las bases naturales de la existencia, víctima del insaciable apetito de valorización del capital. Lo cual no significa que el capitalismo se “derrumbe“ de un día para el otro. Más bien se trata de un largo proceso que puede prolongarse por varías décadas, de consecuencias catastróficas para la gran mayoría de la población mundial, a menos que se logre romper con la lógica de valorización y su dinámica destructiva.
 
5. Un indicio evidente de la sobreacumulación estructural que está teniendo lugar desde hace más de dos décadas es el colosal crecimiento del sector financiero. Si bien el capital allí invertido (un volumen que como es sabido supera en mucho el capital invertido en la economía real) arroja inmensa rentabilidad, sin embargo ésta no es el resultado del plusvalor obtenido en la producción de mercancías, sino el de la especulación y los créditos que, en gran parte no se asientan en la economía real. Se trata de lo que Marx llamó "capital ficticio” o sea, un capital que se multiplica sólo formalmente sin que se haya explotado fuerza de trabajo como es el caso en la producción de mercancías o servicios.
Sin embargo, este capital ficticio que se forma constantemente en períodos de sobreacumulación, no es únicamente el efecto pasivo de la crisis del trabajo abstracto, sino que constituye en sí mismo un momento activo del proceso de esta crisis y determina de manera fundamental su desarrollo y su dinámica. Por una parte tiene la función de postergar los efectos de la crisis, porque al capital excedente - ése que no puede ser invertido en la economía real - le ofrece posibilidades de inversión en el sector financiero, evitándole una depreciación inmediata. Además, una parte del dinero de la superestructura financiera retorna a la economía real y allí estimula la demanda de mercancías y servicios. Así, en todo el mundo, para una gran parte de los gastos de consumo privados y públicos se toman hoy en día créditos y, muchas inversiones, en particular las del sector inmobiliario, son financiadas con los beneficios del mercado financiero, inversiones que a su vez a menudo son de carácter especulativo puro (un ejemplo actual es la crisis en el mercado inmobiliario de los Estados Unidos).
Por otra parte, la esfera del capital ficticio actúa sobre la economía real agudizando la crisis. La alta rentabilidad en el sector financiero se convierte en la medida de las expectativas para las inversiones reales, incrementando así la presión de racionalizar aún más la producción. El efecto de esto es una reducción aún mayor de la demanda de fuerza de trabajo, una mayor compresión del tiempo de trabajo y una reducción adicional de los salarios, con lo cual simultáneamente se acelera la crisis de sobreacumulación. Por lo demás, la enorme flexibilidad y movilidad del capital ficticio potencia el proceso de la globalización. Y finalmente, devaluaciones periódicas parciales sumergen a muchos estados en crisis profundas, cuyos resultados son una acelerada destrucción de las estructuras económicas y sociales con la consiguiente marginación social. Aquí, en Argentina no necesito extenderme sobre lo que esto significa en concreto para las condiciones de vida.
Sin embargo, estas crisis periódicas, aún considerando en cada caso la gravedad de sus efectos, no son más que “muestras“ de la catástrofe que se avecina cuando el alud del mercado financiero se desprenda a nivel global. Que esto suceda, es en último término inevitable, puesto que la burbuja del capital ficticio no puede inflarse indefinidamente. Cuándo sucederá, es incierto, ya que la flexibilización de los mecanismos del mercado financiero ha generado grandes márgenes de acción para compensar provisoriamente los desequilibrios y postergar las grandes arremetidas devaluatorias. Sin embargo, cada postergación incrementa simultáneamente el potencial de crisis acumulado; así por ejemplo la crisis de la “New Economy“ fue "resuelta” mediante fuertes bajas de intereses, lo que entre otros efectos condujo a la especulación en el mercado inmobiliario en Estados Unidos, cuya crisis a su vez hoy dia amenaza la economía mundial. Queda abierto el interrogante, si esta crisis también podrá ser diferida. Lo cierto es que: una devaluación del capital ficticio a nivel global tendrá consecuencias devastadoras en todo el mundo, puesto que necesariamente afectará tanto a la economía real como también a los sistemas sociales y las finanzas estatales - y no sólo en las regiones de la periferia del mercado mundial sino también en las metrópolis. Pero no debe cometerse el error de buscar las causas de este impulso de la crisis en el desenfreno del sector financiero, como lo hacen muchos críticos de la globalización. Éste es más bien él mismo una consecuencia de la crisis del trabajo abstracto que no puede ser solucionada mediante controles de los mercados financieros u otras medidas políticas, porque es la resultante de una contradicción fundamental de la lógica capitalista misma.
 
6. La dinámica destructiva del proceso de crisis convierte en una cuestión de sobrevivencia, la necesidad de superar el sistema productor de mercancías . Si el capitalismo durante su fase de ascenso, permitía aún conseguir ciertas reivindicaciones sociales, pese a su carácter opresivo, violento y fetichista, ahora ha devenido en pura destrucción. Pero esto también implica la necesidad de una reorientación de las luchas por la emancipación social. Bajo las condiciones imperantes, la posibilidad de “reformar“ el capitalismo, en el sentido de un retorno al estado social y regulado como el de la era fordista, es tan irrealizable como un sistema de producción de mercancías organizado y controlado por el Estado del tipo de lo que se conoció como "socialismo real" (que no fue otra cosa que una dictadura de modernización capitalista bajo un régimen estatal). Tales opciones sólo pudieron darse en una constelación histórica muy específica, cuando la dinámica expansionista estructural se encontraba intacta, cuando había una demanda creciente de fuerza de trabajo por parte de los sectores industriales claves y, en consecuencia existía una base favorable para que las luchas reivindicativas por la redistribución del valor tuviesen éxito. Si se tiene en cuenta que la dinámica capitalista continúa convirtiendo en “superfluos“ a una parte cada vez mayor de la población y, simultáneamente, sigue la destrucción acelerada de los recursos naturales, pensar en una perspectiva reformista o un “socialismo” estatista es, en el mejor de los casos, ingenuo y....., en el peor, sirve a los fines propagandísticos de enmascarar la administración neoliberal de la crisis, como es el caso de los gobiernos llamados de centro-izquierda a lo Kirchner, Lula o – para nombrar un ejemplo europeo – Prodi en Italia.
Un momento central de esta administración neoliberal de la crisis, es el desmantelamiento sucesivo de la infraestructura estatal en el sistema social, de salud y educación. Pero esto no significa para nada que el estado, como aparato de dominación, se haya vuelto obsoleto. Al contrario: Precisamente ahora , la represion y el diciplinamiento social se revela (una vez más) por su condición de conformar la función central del estado, una función que bajo las condiciones del neoliberalismo y de la postpolítica la ejerce por medio de una creciente división del trabajo con los servicios de seguridad privada, sectas religiosas, bandas mafiosas y consorcios mediáticos (esta división de trabajo también forma parte de la privatización neoliberal). A esto pertenece, por un lado, el reaseguro de los centros del poder político y económico, de las industrias claves, como también de los espacios habitacionales y comerciales de los sectores dominantes y ganadores de la globalización y, por el otro, el control y disciplinamiento de la gran mayoría de la población marginalizada y precarizada, control que se ejerce mediante la violencia directa, las estructuras del clientelismo y la hegemonía ideológica. Pero al mismo tiempo, el estado sigue manteniendo su gran importancia como destinatario de reivindicaciones sociales y políticas, debido al hecho de que aún sigue administrando y distribuyendo una parte considerable de la riqueza social. Si los remanentes de la infraestructura y servicios públicos (agua, energía eléctrica, gas, escuelas, hospitales etc) son privatizados o no, qué recursos se destinan al sistema de salud y educación (o a lo que queda de ellos) y cómo se utilizan etc., todo esto depende – y no en último término – de las relaciones de fuerza existentes en la sociedad. Lo mismo ocurre con las luchas por la recuperación de fábricas, tierra, casas etc, las que necesariamente confrontan con los aparatos de justicia y seguridad estatal, por ser el estado el garante por excelencia del principio capitalista de propiedad privada. Por eso, el éxito de estas luchas depende de manera decisiva de la presión que los movimientos sociales ejerzan sobre el estado y la opinión pública.
Por esa razón, es evidente que la constitución de un movimiento social emancipatorio debe ir de la mano de la construcción de un contrapoder, anticapitalista. Pero, el objetivo no puede ser la conquista del poder estatal para desde allí emprender la nueva organización de la sociedad, como lo planteaba la perspectiva leninista. La estrategia debe consistir más bien en vincular las luchas reivindicativas por intereses existenciales (como salarios, condiciones laborales, prestaciones sociales, de salud etc.) y contra la represión estatal y paraestatal, todo esto ligado a la recuperación paulatina de los recursos societales, medios de producción y de vida y, la construcción de sectores auto organizados. A estos sectores les corresponde una doble función: Por una parte constituyen un pilar indispensable para la reproducción material y, por la otra, son espacios en los que pueden desarrollarse y ensayarse nuevas formas de organización social superadoras de la dominación y alienación propias de la producción de mercancías y del constructo político del estado. En esto no se trata simplemente de una modificación estratégica, sino también del efecto recíproco que actúa en las estructuras del movimiento.
Un movimiento que aspira a la conquista del poder estatal, reproducirá necesariamente en su seno las estructuras de dominación del estado y las de una sociedad jerárquica y cosificada (jerarquías partidarias, estructuras de dominación patriarcal y racista, opresión de los pueblos originarios etc.). En contraposición, un movimiento para el cual es central la construcción de sectores auto organizados , está construyendo desde ya, los gérmenes de una sociedad de individuos libremente asociados, sin mercancías, sin estado ni dominación, mientras al mismo tiempo va luchando contra esta sociedad caduca.

 

 

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