29/03/2024

La tragedia doble

La primera tragedia es el ataque contra las torres gemelas del World Trade Center, el uso de aviones con más de cien pasajeros para derribar el World Trade Center y matar a miles de personas más. Fue un ataque contra un símbolo de poder, pero mató a miles de personas que no eran poderosas. Probablemente fue el acto de un grupo fundamentalista islámico, pero esto no es el punto importante. El punto es más bien que mientras más violenta, injusta y corrupta se vuelve la sociedad capitalista, más probables son las reacciones terroristas. De una forma u otra, todos construimos bardas altas alrededor de nuestras casas para defendernos de la violencia y la miseria que nos rodea, pero estas bardas se vuelven más y más vulnerables mientras más obviamente injusta se vuelve la sociedad. La deshumanización genera la deshumanización.

La segunda tragedia, seguramente mucho más grande, es la manera en la cual los Estados han aprovechado el ataque en contra del World Trade Center. Cuando decimos "Estados" no queremos decir simplemente el Estado estadounidense, sino todos los Estados. El Estado estadounidense, en primer lugar, ha usado la oportunidad para manifestar y aumentar su poder en relación con otros Estados y para lanzar un ataque planeado ya desde antes en contra del Afganistán para asegurar sus intereses en el Asia Central, particularmente en relación con el abastecimiento de petróleo. Pero todos los Estados han aprovechado la ocasión, directa o indirectamente, para incrementar los poderes y los presupuestos de la policía y del ejército, para incrementar sus poderes de censura y, sobre todo, para intensificar el control de los extranjeros. No es cuestión simplemente de medidas particulares, sino de un salto cualitativo en el carácter de control ejercido por los Estados en contra de cualquier tipo de subversión o disidencia.

Hay una simetría entre los dos ataques (el ataque contra el World Trade Center y el ataque contra el Afganistán). Obviamente no es una simetría total. Es mucho más fácil entender las acciones de quienes, impulsados por siglos de opresión y explotación, se lanzan contra los poderosos, que entender a los poderosos que masacran a los pobres simplemente para mantener su poder y que pintan su guerra sangrienta con una capa de hipocresía cínica. Pero sí hay una simetría en lo fundamental: los dos lados usan violencia para alcanzar sus metas, los dos niegan la humanidad de los que matan, los dos se oponen totalmente a la idea de cambiar la sociedad a través de la auto-organización de la gente misma. Aunque para la mayoría de nosotros hubo sin duda un placer innegable en ver el ataque espectacular en contra de los símbolos de poder, no se sigue que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Los dos lados están compuestos por niños grandulones actuando sus fantasías falocráticos, destruyendo el mundo en que vivimos.

El horror de lo que está pasando hace más urgente que nunca la pregunta ¿cómo podemos transformar la sociedad? ¿Cómo podemos cambiar la sociedad antes de el capitalismo, los capitalistas y los políticos de los estados capitalistas destruyan la humanidad por completo? ¿Cómo crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad humana? ¿Existe todavía una posibilidad? Seguramente la esperanza parece más débil hoy que hace un mes. Por el momento, al menos, la tragedia doble es un golpe duro en contra del movimiento anticapitalista que surgió (en parte) del levantamiento zapatista y que estaba agarrando fuerza en todo el mundo. En el corto plazo, va a ser más difícil organizar manifestaciones como la de Genova en julio, y la represión policiaca va a ser seguramente más brutal todavía.

Aún así, en la medida en que los horrores de la guerra se vuelven obvios, podemos esperar que el antiestadismo de los últimos años dé fruto, y que más y más gente reaccione no tomando un lado u otro sino manifestando su repudio de esos imbéciles que piensan que todo se puede resolver a través de la violencia y el dinero. Hay algo en las tragedias grandes que revela otro tipo de lazo social, una conexión entre la gente que no pasa por el mercado, que no pasa por la compra y venta de mercancías. Las tragedias muchas veces tienen un efecto radical-democrático que puede tener una fuerza enorme -piensen en el terremoto de 1985, en México-. Obviamente, en este caso el dolor y solidaridad de la gente está mezclado con una rabia, y hasta cierto punto el Estado puede canalizar esta rabia para justificar sus metas belicosas. Pero esta canalización es nada más parcial. Las guerra probablemente no se pueden mantener por mucho tiempo sin que haya una reacción por más y más gente en contra de los horrores que causa la guerra y en contra de la estupidez de quienes la dirigen. Esta reacción puede ser muy potente: los grandes cambios sociales que siguieron a la primera y segunda guerra mundial y a la guerra de Viet Nam fueron probablemente resultado no del combate sino de la reacción popular masiva en contra del horror de la guerra y de la estupidez de quienes juegan al general.

Esperamos que lo mismo pase esta vez. Está claro que los políticos en todo el mundo están haciendo todo lo posible para contrarrestar este repudio a la guerra, justificándola, diciendo que va a ser larga, manipulando la prensa y los medios de comunicación, haciendo todo para convencernos que es normal y aceptable matar y mutilar a la gente para enseñarles la realidad del poder, para enseñarles lo que es la civilización. Pero no: no es normal y no es aceptable. Lo importante es que se genere un movimiento en contra de la guerra, un movimiento que entiende que la guerra es parte integral del capitalismo.

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