25/04/2024

La breve historia del neoliberalismo, de David Harvey.

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Madrid, Akal, 2007, 256 páginas 

La breve historia del neoliberalismo (1ª edición en inglés:2005) de David Harvey constituye uno de los estudios más integrales y reveladores de la expansión capitalista posterior a la crisis de 1973. Conocido por su teoría sobre la “acumulación por desposesión” en tanto forma de alimentación más suculenta del último capitalismo, el geógrafo inglés que enseña en la CUNY de Nueva York analiza cómo logró desarrollarse la contrarreforma más exitosa de la historia: el desmantelamiento del capitalismo keynesiano de posguerra y de las economías comunistas a lo largo y ancho de la esfera planetaria.
Como antes hizo Perry Anderson, Harvey recorre la proeza ideológica del credo en su “Larga Marcha” desde los adversos años de posguerra hasta el dominio universal de fin de siglo. Observa el armado argumental tanto como la escalada corporativa de esta ideología, la mejor financiada de la historia, con suficiente poder de lobby para influir en el comité del Premio Nobel de Economía a través de los banqueros suecos, quienes habrían promovido los premios concedidos a von Hayek y Milton Friedman en 1974 y 1976, respectivamente. Trascendiendo la batalla de las ideas, Harvey analiza una variedad de dispositivos y procesos materiales -planificados o no-deliberados-, que confluyeron en el restablecimiento de un ultra-capitalismo tan desigual como el de 1920.
Sobre los orígenes del proceso, su primer aporte consiste en desenterrar un escalón que había pasado inadvertido para otros estudiosos. Se trata de una aplicación pionera, luego de tres décadas de acumulación teórica por parte de los doctrinarios de Mont Pelerin. Cuando se afirma que la última dictadura argentina instalada en 1976 puso en marcha el segundo ensayo mundial de reformas neoliberales, luego del Chile pinochetista, se deja de lado una experiencia precursora, que en lugar de darse en latitudes periféricas del capitalismo, se produjo en su propia médula: el Municipio de Nueva York. Así describe Harvey al golpe económico que, contra la alcaldía endeudada, promovieron los bancos de inversión y William Simon, el Secretario del Departamento del Tesoro del presidente Gerald Ford en 1975. El ahogo financiero habría sido el instrumento para una remodelación municipal prevista por las corporaciones del crédito en clave neoliberal, un mecanismo más sigiloso pero tan efectivo como el golpe militar en los países australes. La reducción de la infraestructura social y del poder de los sindicatos municipales, fue simultánea al perfilado de una ciudad de negocios e industria financiera, con toques de libertad artística cosmopolita (“La delirante Nueva York”) y el desarrollo del potencial turístico. “I love New York”, cuenta Harvey, resultó el leimotiv de esta mutación del contenido urbano. Y Rudolf Giuliani sería más tarde, entre 1994 y 2001, el Alcalde dispuesto a completar la tarea de barrer los restos sociales que habían dejado el golpe económico y la neoliberalización (que habían incrementado la pobreza y la delincuencia, ya en aumento desde el final de la etapa “keynesiana”).
Ampliando la mirada en tiempo y espacio, Harvey compone un “mapa móvil de la neoliberalización”, donde compendia los rasgos nacionales en busca de una descripción variopinta del proceso planetario. La neoliberalización en EE.UU. y China es atendida con mayor profundidad, en la medida en que constituyen los dos principales propulsores de la economía global unidos por una misma paradoja: ambos países, según Harvey, “han estado actuando como estados keynesianos en un mundo supuestamente gobernado por reglas neoliberales”. A ellos les corresponden los mayores déficits presupuestarios con intención anticíclica de la historia: en militarismo y consumismo al primero y en enormes inversiones de infraestructura y activos fijos al segundo.
La Norteamérica tardía de W. Bush también es ilustrativa de cómo el neoliberalismo, en la más individualista y posmoderna de las sociedades, requiere de correctivos que amortigüen la desintegración, tal como en siglo XIX Alexis de Tocqueville había vislumbrado que ocurriría. Esa función enmendadora le adjudica Harvey al neoconservadorismo imperialista basado en un estilo paranoico de la política exterior, y al cristianismo reactivo a las culturas transgresoras en función de una mayoría moral ligada a la preservación de las costumbres. Los correctivos tienen la función de articular mayorías en la sociedad atomizada por el mercado. Un artificio del que, para Harvey, comienza a valerse el Partido Comunista chino, que requiere un complemento a su fuerza represiva para hacer frente a los conflictos desencadenados por la neoliberalización “con características chinas”.
El distintivo histórico del “neoliberalismo restringido” en Suecia consiste en haber franqueado la coraza del Estado de bienestar anticíclico más arraigado que haya existido en una sociedad capitalista. El neoliberalismo vulneró las resistencias poco tiempo después de que la pulsión igualitaria fracasara en su ofensiva más sustanciosa contra la gran propiedad. El plan Rehn-Meidner, vetado en 1976, contemplaba que un 20% de los beneficios empresariales fueran destinados a fondos de propiedad de los asalariados no transferibles y administrados por los sindicatos, que estarían obligados a componer una reserva de inversión. El reagrupamiento corporativo de los capitalistas suecos ya venía plasmándose en campañas de presión y “cajas de resistencias” con suficiente influencia para atribuir la culpa del estancamiento económico al keynesianismo, instalando acerca de ello la sombra de una duda en la misma socialdemocracia. Como Perry Anderson, Harvey considera que estas vacilaciones de la centroizquierda, desorientada por la estanflación en la década de 1970, constituye el descuido ideológico fatal en los países donde la ascensión neoliberalismo se daría por la vía democrática. Una de las primeras aquiescencias la otorgaría el Partido Laborista inglés, antes incluso del “invierno del descontento” (1978).
El caso argentino constituye para el autor una suerte de exposición internacional de neoliberalismo, en donde las fuerzas, flujos y mecanismos se exhibieron muy abiertamente. Los rastros del “Caballo de Troya” que constituyen la entrada y salida de capitales de cartera, se hicieron más visibles en “la montaña rusa argentina”. Las “inundaciones y sequías” de financiamiento fueron tan notorias como el modo en que la volatilidad alejó a las inversiones productivas, contribuyendo a un sistema donde el acaparamiento de la riqueza se concreta más por la quita de activos preexistentes, que por la creación de nuevos medios de producción y mercancías. El modo dominante de lo que Harvey denomina acumulación por desposesión fue estudiado, en lo que concierne a este país, por Eduardo Basualdo en sus trabajos sobre la valorización financiera. Se trata del paciente despliegue de un mecanismo con unidad de comando a lo largo de una secuencia preconcebida de tres fases: endeudamiento, crisis y privatización de los activos estatales. O, para referirlas con mojones históricos, la llegada masiva de capitales financieros tutelados por Henry Kissinger y David Rockefeller a partir 1976, siguiendo por los planes Baker (1985) y Brady (1989) que reclamaban pagar la deuda con las empresas del Estado, para llegar al momento en que Menem y Cavallo vendieron YPF aceptando como forma de pago los bonos de la deuda argentina al 100% de su valor nominal. He aquí “la trampa del endeudamiento” conducente a la desposesión; una celada que en su libro Harvey ejemplifica a través del caso mexicano.
Para este autor cuatro grandes módulos componen la acumulación por desposesión en tanto patrón capitalista dominante en la era neoliberal. El primero consiste en la privatización y mercantilización de recursos vitales en grados que las utopías negativas de la ciencia ficción no habían previsto. En efecto, así como la imaginación literaria de los siglos XIX y XX no había conseguido imaginar (según nuestro abarcador lector César Aira) un mundo venidero alrededor de Internet -con la información en movimiento y los seres humanos bastante quietos-, tampoco tendió a figurarse un futuro en que el aire fuera comercializado a través de la compra y venta de cuotas de emisión de gases, transformando en negocio a la degradación medioambiental. Menos imaginable aún para la literatura y el sondeo sociológico del mundo venidero habrá sido una privatización del ciclo vegetal como la concretada por Monsanto en Argentina, por medio del patentamiento de semillas modificadas que con el tiempo resultan irremplazables dada la modificación del hábitat.
El segundo módulo es la financiarización iniciada en los años setenta y ampliada en los noventa, pero que recién en 2008 dio lugar a pesadillas sociales propias de la ficción paranoica. Las visiones conspirativas del mundo han ganado mala fama por el simplismo con que el pensamiento reaccionario incurrió en ellas desde que en 1797 el Abad Barruel culpó a los masones por la Revolución Francesa y, más tarde, el antisemitismo moderno imputó ilógicamente a los judíos los males del capitalismo y del comunismo a la vez. Pero el predominio de las corporaciones en la era neoliberal que Harvey ya describía en 2005 nos obliga a independizarnos de aquellas connotaciones, dada la posibilidad real de que un puñado de plutócratas se haya adueñado del mundo.
Los años que siguieron al trabajo de Harvey confirmaron la importancia de la confabulación en el desarrollo del capitalismo neoliberal que el autor entreveía en 2005. Especialmente el 2008 ha sido un año metafóricamente semblanteado por la película El gran salto (1994) de los hermanos Coen. El llamado “esquema de Ponzi” bien podría ser el argumento de un nuevo film de estos creadores en su serie sobre las desproporciones del “sueño americano”. Consiste en un sistema piramidal de captación de inversores bajo la promesa de substanciales beneficios. Cuando en 1919 el emigrado italiano Carlo Ponzi comenzó a vender en Boston sus cupones, con la promesa de un beneficio del 50% en 45 días, no aclaraba a los compradores que el sistema funcionaría sólo en la medida en que creciera exponencialmente la cadena de nuevos ingresantes. Los beneficios sólo existirían mientras se incorporasen nuevos ahorristas a la pirámide, de modo que los últimos en entrar al juego de pasarse un fósforo encendido serían los perdedores. Bernard Madoff quedará en la historia financiera como el mayor organizador piramidal, basado estrictamente en el método de Ponzi, ya que lo que diferencia a este esquema fraudulento de una captación inducida de ahorros para la compra de acciones bursátiles en plena burbuja, es la trama de ocultamiento dirigida a los ahorristas acerca del mecanismo y el destino de los fondos. Pero, dejando de lado qué tanto se muestre o se oculte a los crédulos, cabe la siguiente pregunta: las parábolas de los derivados financieros de las hipotecas subprime en 2007, o del petróleo, la soja y los alimentos en 2008, ¿fueron determinadas por mecanismos en esencia muy distintos al de Ponzi? En lo que refiere a las commodities, la demanda de China y la India no parecen haber sido tan decisivas para un auge y caída tan abruptos, como lo habrían sido la compra de “futuros” que organizan los fondos de inversión a medida que huían de los derivados financieros subprime. Los ahorristas de primera instancia no sabían más de la falta de respaldo de sus inversiones que quienes encomendaron sus ahorros al tal Ponzi.
En La crisis de las hipotecas subprime, un excelente artículo de Robin Blackburn publicado en 2007, se describía el mecanismo de paso de manos de los derivados financieros, con información insuficiente y distorsionada. La trama consistía en “adquirir deuda, titularizarla y venderla”. Y dada la división por tramos de los derivados financieros, nunca se sabría a ciencia cierta quiénes serían los mayores perdedores una vez estallada la burbuja financiera. Sin embargo, en 2009, todo parece indicar que esta vez hubo peces gordos entre los perdedores, comenzando por muchas grandes corporaciones del capitalismo estadounidense.
Precisamente, en torno a la funcionalidad de las turbulencias y derrumbes económicos gira el tercer módulo de Harvey: la gestión y manipulación de la crisis, que en 2005 el autor concebía como una trampa para transferir activos de la periferia hacia el centro del capitalismo. En la medida en que los activos valiosos pierden su valor en las crisis, son adquiridos por migajas a través de ellas. El tiempo revelará si la crisis de 2008 inauguró nuevos flujos geográficos de desposesión, y más específicamente, si el capitalismo norteamericano fue esta vez dañado por la financiarización, al revés de lo ocurrido en las últimas décadas (a lo largo de las cuales Harvey calcula que el equivalente a 50 planes Marshall había sido transferido de la periferia a los acreedores del centro).
Al cuarto módulo Harvey lo denomina redistribuciones estatales y gira en torno a otras prácticas de desposesión fuera las mencionadas privatizaciones, mediante las cuales los Estados nacionales suelen ser agentes indispensables de la restauración plutocrática más contundente de la historia del capitalismo. Estas otras formas incluyen algunas paradojas particularmente visibles en Chile e Iraq, donde la ola privatizadora a través de la cual se concretó la desposesión, abarcó casi todas las áreas, salvo el recurso madre (cobre y petróleo respectivamente) que siguieron en manos de los Estado dadas las necesidades de fortalecer sus funciones de gendarme.
Al “neoliberalismo con características chinas”, Harvey le dedica uno de los capítulos más extensos del libro, considerando que este vigilado giro al capitalismo no sólo constituye una de las grandes ironías de la historia, sino también la transformación económica y social que más atenderán los historiadores del futuro. Pero, ¿cuáles fueron las causas más determinantes de esta metamorfosis? ¿Fueron acaso las transformaciones materiales a través de la presión de los flujos económicos occidentales y el enclave capitalista en el sudeste asiático, dentro del cual la diáspora de empresarios chinos huidos de la revolución había conseguido una posición dominante? ¿O fue más bien el Partido Comunista chino el gran estratega del giro a lo largo de un proceso de tanteos y experimentaciones obligadas por el estancamiento visible de la economía comunista en contraste con los capitalismos asiáticos? Para Harvey, lo que comenzó siendo una exploración a tientas de nuevas ecuaciones sociales y productivas, adquirió una dinámica de desarrollo fabulosamente acelerada a partir de la neoliberalización del resto del mundo. En un comienzo, el Partido había abierto la puerta muy lentamente, a partir de las “cuatro modernizaciones” de Deng Xiaoping en 1978, y el experimento de Guandong que en 1987 volvió exitoso el perfil exportador por el lado de las ventajas comparativas. Pero luego, un desarrollo con dinámica autosostenida en China, cebado por el giro neoliberal del capitalismo avanzado, comenzó a disputar la tutela del proceso a la posibilidad de comando que se esmeraba por conservar el Partido. Para Harvey, este despegue económico con proyección en la económica global no puede explicarse con independencia de la liberalización de flujos capitalistas a partir de la década de 1990, provenientes del centro capitalista en busca de mercados, mano de obra barata y recursos naturales. Tres factores que, disponibles en proporciones chinas y coordinados por el Partido Comunista más fuerte que haya existido jamás, transformaron al país en el “centro de producción deslocalizada a gran escala” más grande del mundo.
Las contradicciones dinámicas que Harvey describe en China, son diversas y conciernen a distintas esferas de la realidad social. La capacidad de exportar parte de esas contradicciones al resto del mundo al modo del imperialismo social, parecen lejanas por el momento, más por el tamaño de la escala china que por falta de disposición a hacer valer la pretensión de fábrica global. Como Inglaterra del siglo XIX, China promueve el dogma de las ventajas comparativas en países como Argentina. Cuenta Harvey que la delegación que acompañó a Hu- Jintao en su gira de 2003 por Brasil, Argentina y Chile, habría aconsejado a las autoridades de nuestro país que dejaran morir a la industria sustitutiva de importaciones si su protección implicaba limitar el intercambio de soja por las manufacturas de su país.
Si bien reconvertido, el Partido Comunista chino es capaz de seguir imponiendo limitaciones a la voracidad capitalista que arrasó a la ex URRS y a Europa centro-oriental con privatizaciones fulminantes. Éstas,  lo mismo que la intermediación financiera y el atropello de los capitales de cartera, sumieron al ex mundo socialista en un desastre social que en China logró ser evitado. La esfera que en mayor medida escapa al control del gran timonel chino es la misma que desbarrancó en el resto del mundo, aquella que el propio Francis Fukuyama acabó por considerar el talón de Aquiles del capitalismo avanzado, atemperando el optimismo que desbordaba en su artículo “El fin de la historia”: la degradación medioambiental. La película Naturaleza muerta de Jia Zhang Ke es un contundente testimonio de los desarreglos ambientales originados por la migración de la población rural a las ciudades. Las consecuencias de esta enorme movilización añaden impacto a una escala china, también aquí avasallante; 16 de las 20 ciudades con peor calidad de aire en el mundo son chinas.

 

 

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