21/11/2024

Marxismo ¿hipótesis o teoría?

Por , ,

 

Bidet, filósofo. Duménil, economista. Ambos, miembros de la redacción de Actuel Marx y presidentes del Congrès Marx Internacional, nos proponen Otro marxismo para otro mundo. [1] Han visitado nuestro país y han sido traducidos aquí. Es conocida la obra de Duménil (con Lévy) Crisis y salida de la crisis. Orden y desorden neoliberales; y de Bidet, Teoría de la Modernidad. Sus enfoques teóricos son sintetizados y sistematizados en este libro al que nos referiremos. Las diferencias entre ellos son asumidas, expresándolas y resueltas acordando una terminología para exponer el discurso común. Un discurso presentado con entidad de teoría. Intentaremos en lo que sigue presentarla sumariamente.

 

A modo de reseña

Los autores presentan cinco grandes áreas: “El marxismo de Marx”, “La revancha de la organización”, “Neo-marxismo”, “Altermarxismo” y “Cambiar el mundo”. Se trata, esencialmente, de dos hipótesis entrelazadas, que obran como claves o modelos de interpretación de la modernidad.

Según la primera, existirían dos polos que funcionan como presupuestos y a la vez como resultados del capitalismo: mercado y organización. Ambos se hallan co-imbricados en relación de contradicción y complementariedad, basculando entre el predominio de uno u otro. Como presupuestos, por cuanto significan dos lógicas sobre las cuales se asienta el capitalismo y sin las cuales no puede funcionar; como resultados en tanto el capitalismo las reproduce generalizándolas.
La otra hipótesis es que estos polos se expresan en relaciones de clase, dando lugar a dos figuras del capitalismo: los capitalistas, propietarios en el mercado y los cuadros y expertos, gestores de las empresas cuya propiedad, como titularidad, corresponde a aquéllos. La figura del capitalista propietario, a la que correspondían originariamente funciones de dirección, administración, etcétera, aparece escindida en la titularidad jurídica y la gestión efectiva del proceso productivo general. El resultado es la existencia de dos relaciones de clase o de dos factores en una misma relación de clase. 
 
Estructura y meta-estructura
Como se aprecia, y como afirman los autores, el trabajo se concibe como una continuación del relato de Marx, del que no pretenden, dicen, anunciar ningún final. No obstante, aquél habría subvalorado el papel de la organización como lógica del funcionamiento del capitalismo, desplazando su función a un tiempo futuro, como asiento de nuevas relaciones sociales: la sociedad socialista. La argumentación se apoya en estructuras lógicas de funcionamiento, procesos históricos y tendencias observables.
El discurso está constituido por un conjunto coherente de hipótesis, sistematizado en forma de teoría. Dos términos campean en él y señalan su intención de continuidad renovada o actualizada de la tradición marxiana: neo-marxismo y alter-marxismo.
El espacio teórico del primero constituye un rescate crítico, particularmente de la obra mayor de Marx, su concepción de la estructura de clases del capitalismo. Vale decir, la forma de la explotación. El espacio del alter-marxismo es el del sistema en su conjunto y se apoya en el concepto de Wallerstein de “sistema-mundo”, siguiendo la huella leniniana del imperialismo.
El texto, presentado como un libro de combate, sostiene que el marxismo es un discurso de clase, significativo de una política de alianza de clases.  
Más, si el capitalismo es abordado como una estructura de clases (una fracción de la población se apropia de una parte del resultado del trabajo de otra fracción), ésta estructura se apoya en un presupuesto: la lógica mercantil. Los elementos de esa lógica, el nivel o plano más abstracto en el que se desarrollará la lógica del capital (la ganancia o la riqueza abstracta) constituyen la meta-estructura de la modernidad. Esos elementos son la igualdad, la libertad y la racionalidad. La metaestructura es, entonces, el presupuesto conceptual de la estructura. Pero este presupuesto conceptual tiene carácter ontológico social. La lógica del capitalismo hace referencia a ese presupuesto de hombres libres e iguales cuando éste ya constituye un prejuicio arraigado, según palabras de Marx (“a partir del momento en que la idea de la igualdad humana poseyese ya la firmeza de un prejuicio popular”).[2]
Sin embargo, en el capitalismo este discurso se halla invertido: en realidad, la estructura de clases señala la desigualdad. Por ello se presenta como anfibológico: “Para los que están ‘abajo’, en efecto, es proclamado como lo que debe ser. Para los que están ‘arriba’, al contrario, consideran que ya ha arribado”.[3] Por eso este discurso es bandera de la lucha entre las clases. Esta es la cara jurídico-política de la metaestructura de la modernidad.
 
Mercado y organización, propietarios y cuadros
En el trabajo se recuerda que Marx subraya que el mercado no es la única forma social racional de producción y reenvía al orden interno de la fábrica (organización de medios y fines para la producción). En la organización Marx identifica una lógica social alternativa al mercado. La organización es así el paradigma teórico del socialismo.
Pero en realidad la organización está presente desde el inicio en la producción capitalista. Se trata de dos lógicas combinadas que caracterizan la forma de producir riqueza a través de la institución salarial. A través de relación mercantil se realiza la apropiación de la plusvalía, a través de la relación organizativa, su producción misma.
El poder capitalista se ejerce con la integración de las dos funciones. Sin embargo la ejecución de esas funciones puede ser delegada, los que nos da como resultado, por un lado el propietario capitalista y por otro los gestores de la empresa. No sólo organizadores de la producción, sino gestores de los suministros, de la mano de obra, del crédito, de la exploración de mercados, de las ventas, etcétera.
Al madurar las instituciones bancarias, el capital de financiamiento se separa de la gestión delegada en asalariados y quedan, de un lado la burguesía detentadora de acciones y títulos y, del otro los cuadros y empleados. Se trata de la gestión en sentido moderno con la que el capital, para sobrevivir, ha digerido la relación de organización en lugar de ceder terreno a otras relaciones de producción: sobrevivió con la organización que, en la predicción de Marx, conduciría al socialismo.
Alrededor del reconocimiento de la organización surgirían nuevas categorías sociales, ni capitalistas ni proletarios, en el funcionamiento de los procesos de delegación de funciones. “La tesis sostenida […] es que existe una relación específica de organización, potencialmente autónoma, que comparte con el capitalismo el hecho de ser portador de una relación de clase”[4]. Esta relación constituye el “cuadrismo” (cadrisme). Para Duménil se trata de una segunda relación de clase, para Bidet de dos factores de una clase, la forma en que los dos polos de la metaestructura se realizan en la estructura. No obstante sostienen que no se trata de una diferencia de fondo, sino que lo fundamental es la convergencia en la presencia diferenciada de ese tipo de relación, distinta de la propiedad, portadora de una autonomía relativa.  
Su manifestación histórica se halla tanto en el “socialismo real” como en “el compromiso social-demócrata”. En el primero se trata de un “cuadrismo puro” (organización, planificación central, el mercado no actúa como control de eficiencia o racionalidad ex post facto), en el otro de un “cuadrismo híbrido” o “capito-cuadrismo” (donde “capito” señala las relaciones de propiedad capitalista de mercado, con fuertes regulaciones o en sistemas de economía mixta).
La presencia de este sector, y su relativa autonomía, implica una ruptura con una concepción binaria del capitalismo como estructura de dos clases: los propietarios de los medios de producción y los asalariados. Esa autonomía de los cuadros de gestión significa un límite práctico para el ejercicio de la propiedad de los capitalistas, es decir la titularidad del derecho se disocia de la disposición efectiva. Los titulares de la propiedad, pese a poder elegir directores y gerentes, no pueden ejecutar sin los cuadros y expertos. La propiedad ha cambiado y aparece como la vieja figura del “propietario ausentista”. Se trata de un capitalismo parasitario. Sin embargo los cuadros no son propietarios ni entran en el reparto de las ganancias, sino que siguen siendo un “costo”, son en realidad asalariados, cualquiera sea la diferencia de magnitud respecto a los asalariados productivos. Es este el presupuesto de una política de alianza de clases, cuya consigna es la limitación de los poderes y de los ingresos de los capitalistas. Se trata de “un juego de tres”. Las probabilidades de esta alianza dependen de la relación de fuerzas: si, particularmente después de la posguerra, con el pacto social-demócrata, el sector de cuadros y expertos estaba próximo a los productores directos, con la arremetida neoliberal se produce un debilitamiento de este sector: la hegemonía corresponde a los propietarios del mercado.
El papel relevante de los cuadros y expertos, y su proximidad a los productores directos, significó también, en los ámbitos espaciales nacionales, una “contención” de los ingresos de los capitalistas, al punto de llegar a ser casi nulos. De este modo los cuadros han ejercido formas de propiedad colectiva.
 
Estado-nación y Estado-mundo
En el plano del sistema-mundo el texto enuncia que se vislumbra un Estado-mundo.
La forma de Estado-nación ha sido la forma necesaria resultante del polo organizativo de la meta-estructura. El capitalismo se ha desarrollado en una multiplicidad de Estados nacionales, sobre la base de las estructuras estatales existentes. Una producción se realiza en condiciones territoriales dadas, y una producción regida por el mercado requiere que se organicen las posibilidades de su funcionamiento. Pero el mercado no posee por sí mismo la racionalidad ni la legitimidad requeridas para constituir el fundamento de una sociedad. Frente a los títulos de propiedad, para organizar legítimamente una sociedad son requeridos títulos de competencia. La forma mercado requiere, particularmente, una instancia de competencia última, sin la cual no hay ningún derecho efectivo, ni legítimamente admisible. El modo de producción capitalista implica el Estado-nación como la instancia organizativa bajo la forma de un “Estado de derecho” presupuesto
Esos estados-naciones no existen sino en un sistema del mundo. Sistema del mundo asimétrico. La modernidad capitalista no es solamente el abismo entre el ciudadano, considerado igual a todos los demás, y el hombre privado, explotado y dominado. Es también la privación colectiva de la ciudadanía misma, la separación entre ciudadanos y no ciudadanos, separados por la esclavitud, la segregación y el apartheid. Es, hoy, la seudo ciudadanía de grandes masas periféricas, encerradas, sometidas, en el seno de seudo naciones, por el imperialismo. Lo que se refleja en la exclusión política de los migrantes indocumentados.
Sin embargo, y aun en esa asimetría, estamos en presencia de una “tendencia observable” hacia la constitución de un Estado-mundo. Un movimiento irregular pero “irreversible”, que es el correlato del desarrollo multiforme de tecnologías que permiten coordinaciones eficaces, en las formas estatales modernas, sobre espacios cada vez más amplios.
El carácter de requerimiento organizacional de esa tendencia se hace explícito en la misma denominación de Organización de las Naciones Unidas. La promesa igualitaria de la modernidad aparece en su constitución: “Nosotros, pueblos de la tierra”. Es la promesa de una comunidad universal de ciudadanos, que anticipa la pretensión de constituirse en sujeto político.
Más, esa constitución del Estado-mundo es también una estructuración de clase a escala mundial. Las relaciones comerciales capitalistas deben darse instituciones privadas capaces de reglar los conflictos entre las partes. Pero, a pesar de su carácter privado, debe entendérselas como las de aparatos estatales, como instrumentos del Estado-mundo capitalista.
 
El pueblo-mundo y su lucha
Frente a este fenómeno, como su correlato, tenemos un pueblo-mundo. El pueblo de ese estado-mundo. Dado el carácter asimétrico del sistema-mundo, los requerimientos de la humanidad en tanto comunidad política, no puede construirse sino a través de una comunidad de luchas sociales, en la interferencia de dos relaciones sociales: clase y pueblo. En la que interfiere una tercera: la relación social entre los sexos. Las luchas del pueblo-mundo comprenden las de la ecología a escala mundial, las de clase y contra la segregación racial, las anti-segregacionistas con las de género.
En este cuadro, los excluidos son aquéllos que se encuentran desprovistos de toda propiedad para hacer valer eficazmente en el mercado. En nuestros días, son los centenares de millones de ex-campesinos, carentes de toda competencia socialmente reconocida para el trabajo organizado y aquellos en que el saber es descalificado o su lenguaje no reconocido.
Su situación se liga a los factores modernos de clase: mercado y organización, es decir definida por las mismas relaciones de clase. Es por ello que puede establecer con los demás, con los incluidos, relaciones de solidaridad
Tal como los pobres de tiempos lejanos se hallan desprovistos de toda propiedad. La razón actual de su situación consiste en su relación con el mercado y la organización. Su situación de exclusión no es sino lo propio de que, mercado y organización, poseen un exterior: lo que no está constituido por ellos.
Las organizaciones de todas estas luchas deben ser los partidos y los movimientos.
Las luchas habrán de organizarse del nivel local al nacional, y de éste al continental.
Formas autogestionarias de organización en los niveles locales, formas representativas controladas (mandatos revocables, etcétera) en los niveles nacionales y continentales.
Con esos lineamientos se esbozan las perspectivas del pueblo-mundo en el juego de la permanencia transformada del mercado y la organización, es decir los dos polos de la meta-estructura. Unidad de las clases fundamentales o populares, alianza con los cuadros y expertos, en el seno de los Estados-nación.
Pero la pregnancia del sistema imperialista y su capacidad exterminadora pone en primer plano la lucha de los pueblos, su capacidad de organizarse en naciones y continentes para dar al mundo un equilibrio razonable.
El desafío que afronta el pueblo-mundo es el de exigir otras reglas que aseguren en primer lugar  la autonomía de los pueblos y su soberanía alimentaria, así como tribunales para juzgar los crímenes económicos.
El pueblo-mundo no es un simple sujeto moral, un ideal, una idea reguladora. El pueblo-mundo defiende su derecho. Recusa la violencia que acarrea la acumulación capitalista de la riqueza abstracta así como la dinámica acumulativa de concentración de poderes ligados a las jerarquías sociales de la organización. Fija su lugar al mercado, limitado. Estipula el estatuto no mercantil de la vida humana (salud, alimentación) de la cultura (educación, ciencia) y de la naturaleza (la biodiversidad). Comprende que los recursos no renovables (petróleo, agua, tierra) deben ser gestionados por las naciones y los pueblos, como bienes comunes de la humanidad.
Que esta lucha se sitúe sobre el terreno del derecho no significa solamente que su resistencia es, hoy y aquí, legítima. Sino que es legítimo y razonable que construya su poder frente a la violencia de “arriba”.
 
Notas de lectura
No obstante lo obligadamente compacto de la presentación, creo que permite apreciar que el trabajo es sugerente de muchas reflexiones. Es un producto cuidadosamente elaborado, meticulosamente meditado durante muchos años, por eso digno del mayor respeto. Respeto que además profeso, en particular por la obra de Bidet (que, confieso, conozco más que la de Duménil)[5]. Por lo demás, debo a la recuperación que hizo Bidet de la forma contrato, mi hipótesis sobre el “estado de contractualidad”. Es por ello que me atrevo a exponer aquí algunas de las reflexiones originadas por la lectura de su nuevo libro. No se trata más que de las notas que apunta el lector dialogando con el texto que tiene frente a sí, de modo trataré que de ser preciso, ya que no sistemático.
 
Metaestructura, forma contractual, ideología
Una primera reflexión es sobre la figura de la meta-estructura o, mejor dicho, sobre la forma, precisamente contractual, en que se expresa ese presupuesto moderno de igualdad, libertad y racionalidad. Ya alguna vez escribí, también en correspondencia a Bidet, que no alcanzo a entender cierta resistencia a concebir esa meta-estructura como ideología expresada en el derecho.
Está claro que son sus polos (mercado y organización) en su complementariedad los que, a lo largo del libro, no sólo dan la clave de los procesos económico-políticos del capitalismo, sino que otorgan la cohesión del sistema. O tal vez sea mejor decir que, porque otorgan la unidad del sistema son la clave de su interpretación. Pero, si esto es así, lo que está dando esa cohesión al sistema (los contratos en que se expresa el mercado y la razonabilidad de la contractualidad central de una competencia última para garantizarlos, el Estado-nación[6]) es el derecho. Pero ese derecho, tal como lo afirman los autores, no es más que una “referencia”, aquél discurso a que el mercado y la organización apelan. Ese discurso anfibológico que para unos es legitimación y para otros promesa.
Pues bien, tal pretendida legitimidad y tal promesa no son, y así lo afirman los autores, más que el discurso que, en la realidad, se halla inverso. Invertido en desigualdad, explotación y dominación. A él se apela (y así funciona eficazmente) como “referencia”, como referencia que encubre su inversión efectiva. Un derecho que oculta el hecho que lo niega.
No otra cosa es, epistemológicamente, la ideología. ¿Qué otra cosa es sino un “prejuicio arraigado como una creencia”? Sostengo que el derecho no es otra cosa que una “ideología orgánica”, en la expresión de Gramsci: precisamente, una ideología que otorga cohesión al sistema. La cuestión no es, me parece, sólo terminológica. El asunto es que evitar el aspecto epistemológico tiene su riesgo.
Es verdad que la cuestión cognitiva de la ideología cayó en cierto descrédito debido al abusivo recurso a la “falsa conciencia”, o por el automatismo otorgado a las “superestructuras ideológicas”. Sin embargo, creo que si no se reducen las ideologías a ese aspecto, es decir, entendiéndolas como un tipo de relación social efectiva, conducente (como lo es la referencia al prejuicio), es posible rescatar su problemática con buen provecho. Por el contrario, no hacerlo, significa un riesgo no sólo teórico, sino fundamentalmente político. Sobre todo si, como lo plantean nuestros autores, el acento de las luchas debe ponerse en la cuestión de la hegemonía (que entienden como asentimiento) y el manifiesto  que enuncian se presenta como un texto de combate, es decir político, inductor de conductas colectivas.
 
Explotación, salario, Estado y su naturalización
El riesgo consiste, en mi opinión, en la naturalización de los aspectos encubridores, ocultadores, que se manifiestan – lo vimos – en esa denunciada anfibología que, por un lado alude a la realidad de la situación de los dominantes (para ellos la igualdad, la libertad y la racionalidad han sido realizadas ya en el mercado) y, por otro, elude la realidad inversa de los explotados.
Precisamente, conforme a los autores, los dos casos de “cuadrismo” (el pretendido socialismo real, como el compromiso social-demócrata) constituyeron, a la postre, la forma de asimilación de la organización para la sobrevivencia del capitalismo. En ambos casos la explotación, independientemente de su grado (supuesta la merma en los ingresos capitalistas o la redistribución del producto por las jerarquías planificadoras), siguió oculta por la forma salario, por un lado y en la forma Estado (la razonabilidad de un último árbitro común o de un planificador común, según el caso) por otro.        
En el caso del compromiso social-demócrata, me parece evidente que esta naturalización del ocultamiento fue expresada en el “constitucionalismo social”, uno de cuyos recursos fueron los convenios colectivos de trabajo. Aquí los productores asumen el rol de verdaderos propietarios colectivos de su fuerza de trabajo en el mercado y aceptan de buen grado la tutela del supuesto árbitro común. El “como si” de la ficción jurídica resta así naturalizado.
Es verdad que el proceso fue resultado de las luchas y resistencias de los dominados, y es verdad que mejoró la situación de las clases populares y que constituye un patrimonio de su memoria histórica. Ello no obsta a que ese ocultamiento derivara en lo que el escritor español Benjamín Prado, en Mala gente que camina, llama “hamburguesamiento” de los obreros españoles[7]. El ideario socialista en Europa no parece cumplir otro papel que el de transformismo, vacío de objetivos de emancipación. Al menos mayoritariamente. Las “afectividades electivas” pueden dirigirse, un poco más o un poco menos a la derecha, conforme su relación con el mercado o con la organización, según hipotizan los autores. Hacia donde no parecen dirigirse es a otra cosa que no sea ubicarse con más expectativas que las individuales de consumo.
Las consecuencias políticas pueden ser más serias si, además, se concibe la permanencia de esa meta-estructura y la forma de lucha en nombre del derecho fijando límites al mercado. No es que esté afirmando que no pueda y, quizá, no deba ser así. Es posible y necesario que se demanden reivindicaciones, lo que significa que se establezcan derechos, que se dicten normas jurídicas. Pero ello no obsta a que, al mismo tiempo, los sectores explotados y los excluidos, generen sus propias normas no mercantiles de intercambios. Pero para concebir ello es pertinente insistir en la denuncia del ocultamiento de la explotación. Me parece que es ésta la verdadera razón por la que los desposeídos de todo (hasta de sus capacidades para asistir al mercado) puedan establecer acciones colectivas, más que solidarias. Emprendimientos organizativos auto-normados. Elidir esta cuestión, obliterarla, me parece que constituye un residuo cultural del despotismo ilustrado, del que hemos sido ingenuos herederos.
Para que no se entienda mal. No se trata del viejo “cuanto peor, mejor”. Se trata de “cuanto mejor, mejor” sin olvidar que lo mejor no deja de ser menos peor.    
    
Propiedad y usos colectivos
Las generalizaciones suelen ser generosas. Como la generosidad, su ejercicio corre el riesgo de convertirse en prodigalidad, desperdiciando bienes.
Es absolutamente aceptable la hipótesis de una meta-estructura presupuesta como condición del capitalismo, si así queremos denominar al presupuesto ideológico de igualdad en los intercambios. Pero si, efectivamente, esa meta-estructura sólo se realiza como resultado del capitalismo ya establecido, entonces “para atrás”, cronológicamente hablando, no podemos ir mucho más allá de la revolución industrial. Pero “para adelante”, tampoco mucho más allá de la revolución científico-técnica, o como se la quiera llamar. Es decir, la preeminencia del conocimiento en todo el circuito productivo. Las innovaciones tecnológicas no son un mero condimento histórico de la modernidad, configuran una revolución porque rearticulan todos los procesos sobre otras bases. De allí que la propiedad, efectivamente haya mutado, porque se trata de la disposición de otra clase de bienes no “materiales”. Bienes tales que se pueden apropiar de otra forma.  No me parece posible que, para dar cuenta de estas transformaciones sea suficiente definir la propiedad como “el uso socialmente reconocido sobre una cosa”, “que comprende obtener de ella sus beneficios o de enajenarla”. Se trata, me parece, de una definición muy generosa, dada su generalidad. Tan generosa que resultaba útil en el derecho romano .Me parece que no basta con desconocer la legitimidad del uso parasitario de la propiedad capitalista, por lo demás ya denunciado por la jurisprudencia y la legislación social a través de las teorías jurídicas del abuso de derecho y la función social de la propiedad. Creo que se trata generar otros usos colectivos, aunque no parezcan, precisamente, legítimos. Apropiación de conocimientos de usos colectivos. Se puede, y se debe, pelear la legitimidad de fábricas recuperadas. Pero si, hoy, los bienes más valiosos (con los que dominan las clases dominantes) son intangibles (conocimientos, información, comunicación), entonces la cuestión de la propiedad no puede referirse al “uso de la cosa” y quizá sea más provechoso socialmente atender a las ideas (y prácticas), precisamente, de un experto como Richard M. Stallman.
Propiedad “intelectual”, patentes, royalties, son “objetos” tan importantes que, precisamente, de ellos dependen las “soberanías alimentarias” y las políticas sanitarias de las poblaciones. Aquí la cosa es clara: es menester “desencriptar” estos “derechos” para que, efectivamente, queden fuera de la lógica mercantil. Exigir su abolición normativa, por cierto, pero intentar su abolición de hecho. No hacen falta barricadas. No se trata, me parece, solamente de legitimar las potencialidades de los pueblos, sino también de hacerlas efectivas.                
Aun aceptando la validez de las hipótesis propuestas (metaestructura, dos factores o relaciones de clase), no resulta muy aceptable hacer una prognosis sobre el presupuesto de permanencia del juego de los polos de mercado y organización. Así, sin quererlo, la tradición marxista vuelve a aparecer como una concepción trascendental.
El mundo de la contractualidad, es decir la forma jurídica del mercado, de los intercambios, en suma del carácter racional y razonable de la modernidad, mantiene su vigencia sectorial, cada vez más temporal y asimétrico. El mundo de las finanzas es hiper-contractual, el de los aun consumidores se contrae en cada crisis. Pero, para casi dos terceras parte de la población mundial los contratos no son más que lábiles lazos de supervivencia y, para una quinta parte significa estar aun al margen de ellos.  
En última instancia si, como se afirma en el texto, en realidad la igualdad, la libertad y la racionalidad, para los dominados, se resuelven en sus contrarios, es que no se trata más que de las formas en que aparecen los intercambios (en los contratos) y la organización de la producción (en las jerarquías). Formas históricamente determinadas.
 
Otros mundos
Estas cuestiones me conducen a otra. ¿Qué significa “otro mundo”?
Parece evidente que los autores han querido expresar con ese sintagma, no tanto otro mundo a venir como a un mundo, el nuestro, para el que es preciso re-fundar el marxismo, para transformarlo: otro marxismo para otro mundo. La expresión indica una referencia temporal.
Pero se me ocurre que la expresión podría soportar también una referencia espacial, o mejor dicho, socio-espacial. Un mundo, un universo en el que, hoy, en el mismo planeta, viven otros hombres. Casi fuera de la condición humana. Un sector desconectado de la meta-estructura de la modernidad. Esto está señalado por los mismo autores, al reconocer que la exclusión es “lo propio de exterior” del mercado y la organización, ya que la “exterioridad” lo es respecto a la relación de clases que conforman la estructura y el sistema. En condiciones de simple supervivencia, fuera de la estructura, de las clases y, por lo tanto “exteriores” a la meta-estructura (al mercado y la organización, a los contratos y las leyes) hay mil trescientos millones. De indigentes. Indigencia que, lo sabemos, no significa sólo una cuestión nutricional.
Ahora bien, si efectivamente se hallan fuera del mercado y la organización, me pregunto entonces, qué relación pueden tener con los cuadros y los expertos. ¿Porqué deberían tener el papel de pupilos de “políticas alimentarias” en un juego de tres? ¿Porqué no concebirlos como jugadores por derecho propio en un juego de cuatro?  
Por supuesto que debemos exigir a los Estados, a la ONU, la UNICEF, la FAO, políticas alimentarias, sanitarias, educativas, etc. Pero el resultado no debe ser la consolidación del papel de tutores de estas organizaciones. No se trata de los “dis-favorecidos” de Rawls, sino de excluidos, en otro mundo. ¿Porqué no reconocer que ese otro mundo tiene sus propias normas y potencialidades, sus propias relaciones organizativas no mercantiles, sus propias potencialidades para constituirse también en sujeto social? ¿Porqué desconocer su propia subjetividad?
No se trata de hacer malabarismos, como Negri, y abarcar todas las diferencias en una palabra y con ella pretender cambiar el significado de otra, para afirmar que multitud es un concepto de clase. Una generalización también, demasiado generosa.
Pero me parece que no vamos mucho más allá con el término pueblo.
En todo caso el concepto marxiano de clase que remite a la propiedad de los medios de producción y de cambio y el lugar en la división del trabajo nos indica un lugar (“la exterioridad”) de no-clase. Un lugar de no-explotación, un lugar donde ésta, que, efectivamente, no es la pobreza de antaño, ni siquiera es un “ejército de reserva”.
Los conceptos de Marx nos son útiles así para distinguir “otro mundo” que no entra en sus categorías.
Con el concepto de clase de Marx podemos legítimamente designar a los cuadros como otra clase social dentro del universo de la producción en general, pero sólo por contraposición lo que está fuera.   
 
División del trabajo e iniciativas “desde abajo”
Por eso el señalamiento de la importancia y autonomía relativa de los cuadros y expertos es más que atendible.
Lo indican las experiencias de las emancipaciones anticoloniales, desde el intento soviético de construcción socialista hasta las penurias iniciales de Cuba, Nicaragua, etcétera, por falta de cuadros. Los cuadros y expertos han sido originados por la necesaria división del trabajo condicionada en nuestra época por el modo de producción cultural de la razón instrumental, en el seno de la organización de la producción de bienes materiales.
Las iniciativas de “abajo”, inducidas no sólo por la pretensión marxiana de dirigir la organización de la producción (vale recordar los soviets y los consejos de fábrica y la idea gramsciana de “nuevo orden” y “sociedad organizada) de la que se hicieron cargo tanto “reformistas” como “revolucionarios”, sino también de quienes sólo aspiraron a la movilidad social que permitió la divulgación (necesaria para la producción en masa por las masas) de ciertos conocimientos culturales en general, pero también técnicos y hasta científicos. Obra de la delegación de funciones capitalistas, también fue obra de un aprovechamiento cuasi-parasitario, que permitía el carácter de estos nuevos bienes inmateriales. La difusión de la educación gratuita que divulgó la alta cultura en el seno de las clases populares, pero también la organización de escuelas de artes y oficios, periódicos culturales y bibliotecas populares, en las que participaron socialistas, comunistas y anarquistas, pero a las que concurrían también quienes no lo eran.
Casi imposible evitar la apropiación de esos bienes, a pesar de sus soportes materiales, ésta apropiación no fue violenta y apenas mercantil. Correspondió sí a la lógica de la organización, desde “abajo”. Autónoma, autogestionada.  
Esta experiencia, sin duda, vale. Quizá pueda valer también para el “otro mundo” socio-espacial.
Porque en nuestro “otro mundo” temporal las transformaciones han sido, son, revolucionarias. Un “revolución pasiva”, por cierto, pero revolución. La contractualidad ha sido organizada, efectivamente, para la acumulación de la riqueza abstracta. Organizada sobre un edificio jurídico, vale decir, ideológico. De hiper-contractualidad, de contratos representativos de bienes virtuales, “a futuro”, donde el futuro no es otra cosa que una especulación sobre un juego de probabilidades. De subas o bajas, en que la razón instrumental juega a perder para ganar. Donde la ganancia se desconecta de la producción. Donde la producción está representada en un trabajo futuro, el virtualmente necesario para, en última instancia, saldar las deudas generadas por el consumo. Que ya no es la finalidad del proceso de la producción en general, sino medio de la producción de deudas, cobrables o incobrables. Pero que en el circuito generan gananciales reales, no sólo virtuales, pues cuando son realizadas pueden ser consumidas realmente.
No se trata solamente de innovaciones tecnológicas que han puesto en crisis la organización fordista de la producción y el welfare state. Las poblaciones sólo juegan el papel de fantasma portador del virtual trabajo futuro como ficción de garantía del edificio contractual de fondos de inversión, fideicomisos, etc. Este me parece que es el resultado de este triunfo del mal llamado neo-liberalismo.
En este juego, efectivamente, el estado-nación no desaparece, pero la función de sus cuadros ya no corresponde a su administración y organización, sino a los de generadores y cobradores de las deudas que se imponen a las poblaciones que aun están vinculadas a la producción y el mercado. Me pregunto si esos cuadros también deben ser considerados en la alianza.
 
De tradición y revoluciones
Creo que es verdad, como dijo alguna vez Enrique Marí, que a veces parece que la modernidad no ha acabado de arribar aun. Pero más me parece, dado que es cierto que no hay un término predestinado, que ha agotado sus fuerzas. Muchas han sido y son dilapidadas, monstruosamente dilapidadas. No creo que pueda creerse que estos monstruos estaban latentes en el arcano, como parece creer Agamben. Más bien los ha engendrado esta misma modernidad, las estructuras que han puesto el presupuesto de la meta-estructura.
Términos tales como post-modernidad o modernidad tardía, tardo-capitalismo o post-capitalismo, puede ser que no resulten precisos, ni cómodos y hasta pueden ser manipulados. De hecho lo son. Pero no se puede eludir pensar que aluden a transformaciones muy fuertes, contundentes.
Si esto es así, entonces no sólo genera dudas la idea de una permanencia de los mentados pilares de la meta-estructura en este otro-mundo y su existencia en el otro-otro de este mundo, sino que además obliga a pensar que significan el neo-marxismo y el alter-marxismo con que se los quiere abordar. Es decir, sin atajos, que la aspiración a re-fundar el marxismo nos obliga a pensar la pertinencia y pertenencia al marxismo.
No me cabe duda de la legitimidad de la aspiración, a condición de que se entienda por tal, dada su pretensión de cientificidad, un conjunto de hipótesis más que una teoría. Problemáticas, objetos y resultados de una práctica teórica, pero no una teoría. La problemática, los objetos y los resultados son los que dan unidad, me parece, a un conjunto de herejías que conforman una tradición.     
Así, la pertinencia del marxismo consiste, fundamentalmente, en el planteo de las problemáticas desde el punto de vista de los dominados para su superación.
La pertenencia, entonces, no puede ser sino a la de la tradición de ese planteo. A una puesta en crítica de la dominación desde el punto de vista de los dominados.         
Esa es la revolución científica, cultural, que realizó Marx. Puede ser que, como dicen los autores, Marx sobreestimó el papel de la organización y sólo la introdujo “de costado” en El Capital para señalar que existía una racionalidad distinta a la del mercado y que esa racionalidad de la organización sólo era posible y necesaria con el socialismo. Que el Marx revolucionario intervino en desmedro del Marx científico. Es una buena hipótesis. De todos modos, su revolución consistió en realizar la crítica del modo de pensar los mecanismos económicos, sociales y jurídico-políticos desde el punto de vista del explotado, reconociendo el secreto de la explotación (la apropiación de la producción por medio de un contrato, el salario).
Creo que un desafío intelectual para quienes nos identificamos sin pre-juicios en la tradición marxista, es pensar qué nuevos contratos -vale decir, qué nuevas ideologías orgánicas- legitiman hoy las formas de apropiación del trabajo ajeno en escala mundial. Pensarlo, digo, desde el punto de vista de los que no contratan.
 
Al finalizar estas reflexiones pienso en una afirmación de la escritora Siri Hustvedt, en Elegía para un americano, “La suya era una enfermedad típica del intelectual: la infatigable voluntad de dominar una materia. Una dolencia crónica incurable que queja a quienes ambicionan dar un sentido lógico al mundo.”[8]A veces me siento tentado a parafrasearla en primera persona del plural.
Quizá construyamos nuestras explicaciones como Menocchio[9]. En todo caso es de esperar que no nos juzgue Clemente VIII.


Artículo escrito para Herramienta.
 
[1] Bidet, Jacques; Duménil, Gérard:  Altermarxisme. Un autre marxisme pour un autre monde, París, PUF, 2007, 289 págs.
[2] Carlos Marx, El Capital, vol. I , pag. 26. México, FCE, 1973.
[3] Bidet-Duménil, ob. cit., pag. 54.
[4] Idem, pag. 105.
[5] En 1991 traduje para El cielo por asalto el capítulo 1º, La forma contrato, de Teoría de la Modernidad, de Bidet; después de la traducción completa de esta obra hice su reseña para Doxa, nº 8, año 1993, y de su Théorie general para Actuel Marx, en español, nº 2, año 2000.
[6] Estado-nación, “contractualidad central”, en anteriores trabajos de Bidet.
[7] Benjamín Prado, Mala gente que camina. Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 2009.
[8] Siri Hustvedt, Elegía para un americano. Barcelona, Ed. Anagrama, 209, pag. 231.
[9] Molinero friulano muerto en la hoguera por orden del Santo Oficio a finales del siglo XVI, en castigo a sus heréticas opiniones sobre la religión y el cosmos. Sabemos de él gracias a Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. Barcelona, Barcelona-México, Ed. Península/Océano, 2008.

 

Encontrá lo que buscás