21/12/2024

Debates Después del Estalinismo.

 

En este artículo nos detendremos en los mecanismos de explotación aplicados en los Estados burocráticos, caracterizando sus particularidades sin perder de vista la unidad de la economía mundial. En próximas entregas, abordaremos la cuestión de las relaciones entre la formación económico-social y el carácter del Estado, reevaluaremos el derrocamiento-desmoronamiento del estalinismo en Europa Oriental y la ex Unión Soviética, así como los alcances y características de la restauración capitalista en la totalidad del ex “campo socialista”.
Podemos introducirnos en el tema, sintéticamente, reiterando que, según nuestra opinión, la contrarrevolución estalinista cambió la naturaleza de la URSS y generó otros Estados de su tipo. Junto con esto que los trotskistas caímos en un error y anacronismo conceptual insistiendo en hablar de ellos como “Estados obreros degenerados o deformados”, cuando lo correcto era considerarlos Estados burocráticos. El centro no está en cambiar un nombre, sino en comprender que los Estados estalinistas no eran bajo ningún concepto dictaduras proletarias, puesto que el proletariado no sólo estaba oprimido por el régimen dictatorial-totalitario, sino también explotado en el terreno económico-social.
También planteamos que las burocracias estalinistas se conformaron como un sector social ajeno y hostil a la clase obrera, una capa dominante parasitaria y explotadora, que sin embargo no llegaba a ser una clase explotadora orgánica y, valorada en una escala más amplia, tendía a convertirse en órgano de la burguesía mundial. Entendemos que el significado de la propiedad estatal -y más en general, el derecho de propiedad- no puede ser considerado desde un punto de vista puramente jurídico, sino atendiendo a las relaciones de control efectivo y de hecho. Para el marxismo, la cuestión del derecho de propiedad aparece relacionada y subordinada al concepto de relaciones de producción, y éstas son relaciones de poder efectivo sobre las personas y las fuerzas productivas, antes que relaciones de propiedad legal. No creemos, por otra parte, que la estatización de la economía implique, como afirmaran Stalin y sus epígonos, que la repartición capitalista de las condiciones de producción entre trabajadores y no trabajadores (y con ello la oposición capital/trabajo asalariado) desaparezca automáticamente, dando paso como por arte de magia a la acumulación sin contradicciones de la riqueza social...
Por eso, aunque resulte sorprendente, al referirnos a países con economías no-capitalistas cabe hablar de plusvalía, y de formas de explotación “emparentadas” con las impuestas históricamente por la burguesía. Las explicaciones alternativas, que postulan algún tipo de explotación basada en mecanismos puramente represivos, no parecen satisfactorias. Sin duda, la coerción totalitaria existió y tuvo considerable importancia en todas las esferas de la vida social, incluyendo la económica. Pero la imposición política no constituyó un mecanismo autosuficiente; si pudo imponerse y mantenerse a través de innumerables crisis y convulsiones políticas, se debió, entre otras cosas, a que se correspondía con determinadas formas de funcionamiento económico y apropiación en provecho de la burocracia. Se trata, pues, de sacar a luz estos mecanismos de explotación desarrollados bajo formas imprevistas, a pesar de que la burguesía hubiera sido expropiada y la propiedad privada de los principales medios de producción no existiera o estuviese seriamente limitada.
 
La explotación en los Estados burocráticos
 
Para prevenir equívocos, puede ser útil llamar la atención en el hecho de que criticar la base económico-social de los Estados que se denominaban “socialistas” o “democracias populares”, así como poner de relieve la existencia de mecanismos de explotación, no implica afirmar que fueran lo mismo que el capitalismo. De igual manera, postular un método que permita analizar la unidad de la economía mundial no significa confundir unidad con homogeneidad, ni suponer identidad entre las partes.
“Es preciso analizar y caracterizar las economías de tipo soviético concretamente, en su funcionamiento y en la interrelación con la economía mundial, para encontrar sus rasgos específicos y también los elementos que representan una continuidad o una recreación de mecanismos y relaciones de tipo capitalista. Hay que establecer las leyes o regularidades de su funcionamiento, pero también y sobre todo las contradicciones y antagonismos económicos -que en definitiva son sociales y de clase-. Estos son los motores de su evolución histórica. Nuestro estudio parte de un hecho económico-social, asimilado teóricamente por el materialismo histórico: la unidad del mercado y la economía mundial (unidad que lejos de ser uniformidad, implica desigualdades, polarizaciones y contradicciones). En relación a esto, pero a otro nivel, la investigación busca establecer raíces comunes en las crisis que han vivido el capitalismo imperialista y las formaciones económico-sociales no-capitalistas, lo que venimos denominando como Estados burocráticos”[1].
Puede producir perplejidad que se analice las economías estalinistas utilizando categorías forjadas en la crítica de la economía política (capitalista). Sin embargo, utilizar esas herramientas conceptuales resulta indispensable, claro está que haciendo las distinciones y precisiones que correspondan. Por ejemplo, cuando escribimos: “En síntesis la propiedad es del Estado, y de un Estado dirigido y puesto al servicio de la casta dominante de burócratas, a lo que hay que agregar otras capas privilegiadas constituidas a su sombra. Por esto, aunque fueron economías donde no había capitalistas, y en las que había sido eliminada la propiedad privada de los medios de producción, la realidad es que la presión de la economía mundial y el chaleco de fuerza del Estado burocratizado, desarrollaron relaciones económico-sociales y formas de explotación emparentadas con el capitalismo”[2]. Y también: “Hemos visto que la estatización no convierte al trabajo en trabajo directamente social y mantiene, por el contrario, el trabajo asalariado, individualizado y alienado, junto con la intermediación hipertrofiada de la burocracia. Y en el otro extremo de esta relación no existe una reapropiación directa de la producción hecha por la sociedad.Asistimos, en cambio, al desarrollo relativamente autónomo de formas de apropiación que alimentaron un vasto parasitismo y el dominio de una burocracia explotadora. Aunque no haya existido la propiedad privada, existió sí, una apropiación social desigual, en provecho de la burocracia. Esta fue facilitada y defendida por el carácter totalitario del régimen político y la forma monstruosa del Estado construido”[3]. Manifiestamente, no se sostiene que la URSS de Stalin haya sido un país capitalista, sino que aún siendo una formación no-capitalista, existían en ella formas de explotación emparentadas con el capitalismo, “una forma imprevista de explotación y alienación”[4].
Lo que distingue nuestro análisis de gran parte de otros trabajos, entonces, no es la sumaria identificación de los Estados de tipo soviético con el capitalismo o el llamado “capitalismo de Estado”. Posiblemente, las discrepancias radiquen en que mucho de lo que se ha escrito a lo largo de años, descansa en una serie de supuestos o postulados que considero equivocados. En efecto, ha sido común negar que en estas sociedades el intercambio de fuerza de trabajo por salario posibilitara la extracción de plusvalía; también rechazar la existencia y acumulación de capital (estatizado), descartar la regulación de los intercambios por la ley del valor debido a la existencia de precios regulados y, en general, no se le dio la debida importancia al estudio de las relaciones de producción y las formas específicas de apropiación desarrolladas en el marco de la propiedad del Estado (burocrático)... Todos estos postulados, ampliamente difundidos, están en definitiva relacionados con una postura teórico-metodológica mayor: no considerar a los Estados y economías burocráticas en el marco de la unidad de la economía y el mercado mundial. De hecho, se ha pretendido analizarlos como si hubieran constituido un mundo aparte, regido por principios radicalmente diferentes, donde categorías como trabajo asalariado, capital, plusvalía, ley del valor, etc., súbitamente dejaron de ser operativas.Nuestro enfoque es completamente diferente: esto es lo que trataremos en primer lugar.
 
La unidad del mundo como principio metodológico
 
Como antes recordamos:“Nuestro estudio parte de un hecho económico-social, asimilado teóricamente por el materialismo histórico: la unidad del mercado y la economía mundial (unidad que lejos de ser uniformidad, implica desigualdades, polarizaciones y contradicciones)”. Vale la pena volver sobre esto, haciendo incluso un poco de historia.
Durante décadas, Manuales de economía editados en Moscú, Beijin o La Habana establecían una diferencia de principios al considerar la economía capitalista y la del “socialismo real”. Stalin “teorizó” que existían dos sistemas económicos mundiales y dos mercados mundiales, con leyes de funcionamiento básicamente inconmensurables[5]. Pero este enfoque -que presidía también la obra de muchos economistas burgueses- marcó profundamente al conjunto de la izquierda, e incluso al movimiento trotskista[6]. De hecho, no se orientó la teoría para captar los desarrollos, diferencias y contradicciones que se produjeron en el capitalismo y en las economías burocráticas, sin perder de vista la unidad que los mismos opuestos implican. Los autores tributarios de semejante enfoque “dualista”, no se cuestionan el significado de la existencia del trabajo asalariado en las economías de tipo soviético, y descartan sin mayor análisis que exista una relación entre el “salario socialista” (Stalin dixit) con el trabajo asalariado en el resto del mundo... De igual manera, se considera inadmisible hablar de acumulación de capital, o del juego de la ley del valor, porque no existe propiedad privada, ni mercado capitalista... El equívoco radical de estos autores es que cuando miraban hacia la URSS o China, dejaban de ver que la propiedad privada, la multiplicidad de capitales y la ley del valor existen y dominan a nivel mundial, así como existen y se agitan las fuerzas del trabajo social mundial, buscando a tientas su emancipación.
 
Sobre la transición
 
Cabe rescatar valiosas reflexiones que el marxismo revolucionario había comenzado a acumular en Rusia a lo largo de los debates alrededor de la N.E.P. (1921-1927) y los planes quinquenales estalinianos. Ya en esas polémicas, había comenzado a señalarse que ni la plusvalía, ni la ley del valor, ni los desequilibrios económicos desaparecerían por decretos de la burocracia o invenciones teóricas de Stalin. Medio siglo después, consumada la trágica experiencia histórica del estalinismo, cuando es imprescindible asimilar semejante desastre, convirtiendo las derrotas pasadas en conquistas teóricas que nos permitan proyectar hacia el futuro la batalla librada por los revolucionarios antiestalinistas en las décadas del 20 y el 30, debemos rechazar enfáticamente la falsa idea de que la eliminación de los grandes propietarios privados mediante la estatización, implica el pasaje a una formación social en la que, “por definición”, no quedaría lugar para la subordinación del trabajo vivo al “trabajo muerto”, la plusvalía, el mercado, la ley del valor... Debemos tener presente que la realidad mostró algo muy distinto. Y esto, imprescindible para comprender el pasado, es más necesario aún para orientar el combate presente y futuro por el socialismo.
La transición es una compleja transformación revolucionaria en la que la expropiación del gran capital -tanto más cuando esto sólo abarca algunos países- representa un capítulo, importante, pero de ninguna manera concluyente y mucho menos irreversible. Como ya dijimos, y tanto sea desde el ángulo nacional o internacional, el desarrollo de la revolución socialista y los problemas de la transición deben abordarse desde el punto de vista de la unidad del mundo y de la revolución mundial, incluso para calibrar la profundidad de los antagonismos, las desigualdades y los cambios parciales. Cabe agregar que, en el terreno de la economía, esto implica comprender que la expropiación del gran capital no inauguró -ni podía hacerlo- un “modo de producción” socialista, ni una “base económica” capaz de asegurar algún automatismo o garantía objetiva de la transición. La transición no debe ser concebida bajo la forma de ningún “modo de producción” o automatismo económico, sino como un proceso de permanente transformación revolucionaria. “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado[7].
Cuando se destruyó toda posibilidad de dirección consciente del proceso por los trabajadores mismos, y se impuso la gestión burocrático-estatal estaliniana, no sólo siguió actuando la presión de las tendencias económicas generales que rigen las relaciones capitalistas a escala mundial -a las que también se somete el comercio exterior de los países no-capitalistas. En el interior de estas formaciones “sin capitalistas”, la subsistencia del valor de como regulador económico se combinó con las imposiciones del Estado burocrático.
Retomando las cuestiones más generales de la transición socialista, es oportuno reiterar que la expropiación del gran capital es imprescindible para reorientar las riquezas acumuladas por los explotadores en favor de los explotados, y que la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción es una herramienta indispensable para que los trabajadores puedan avanzar en la transformación económico-social. Pero es preciso subrayar, al mismo tiempo, que ambas medidas solo representan un comienzo, o más precisamente medios que deben ser puestos al servicio de destruir hasta la raíz las relaciones económico-sociales heredadas del capitalismo, proceso que tiene su cara constructiva en el desarrollo consciente de la socialización: hasta la desaparición de la propiedad de Estado y del Estado mismo, de toda explotación y opresión, etc.
Un aspecto esencial de la socialización consiste en superar la separación (y aún enfrentamiento) entre los trabajadores y los medios de producción, separación que subsiste aún cuando el Estado sea propietario de los medios de producción; y que se expresa en el trabajo asalariado en cuanto relación social que obliga a que cada obrero venda su fuerza de trabajo al Estado empleador -aun si éste actúa en nombre del conjunto de los trabajadores-, mientras “otros” administran los productos (valores) producidos. Dadas estas condiciones iniciales (subsistencia del Estado, de la propiedad y del salario), el progreso de la socialización es imprescindible desde el primer momento, so pena de que lo que se desarrollen sean las tendencias que llevan a la explotación burocrática -y en última instancia a la restauración capitalista-.
 
Explotación, salario y plusvalía
 
El trabajo asalariado está generalizado en las sociedades de tipo soviético como forma dominante y generalizada de remuneración del trabajo. No de tal o cual tipo de trabajo, sino del trabajo en general. Los economistas estalinistas dijeron que en realidad el salario en la URSS no era salario (!), no implicaba compra-venta, ni explotación, sino “el justo prorrateo del ingreso nacional” (!!)... Por nuestra parte decimos: también en la Unión Soviética el salario implicó un intercambio de valor, y esta función mercantil de la fuerza de trabajo es una subsistencia de relaciones capitalistas, aunque aparezca bajo nuevas formas. Esto implica la subsistencia de una relación entre trabajo remunerado y no remunerado, o entre capital variable y plusvalía, que puede también escribirse: plusvalía/capital variable. Y para designar lo que resulta de la plusvalía reinvertida productivamente usamos la palabracapital: en la URSS, capital estatizado.
El asalariado soviético se encontraba ante un mercado laboral instalado y estructurado (aprendizaje, división por ramas y oficios, escalas salariales, seguros y beneficios, jubilaciones, etc.). Allí aceptaba, con más o menos gusto, algún empleo en alguna de las empresas o reparticiones del Estado: vendía su capacidad de trabajo a cambio de un salario que le permitía comprar los bienes necesarios para vivir. Su fuerza de trabajo tiene un valor de cambio, así como también lo tienen los bienes y servicios que adquiere. Si la capacidad de trabajo no tuviera un valor (de cambio), tampoco lo tendrían los productos consumibles de su trabajo...
El trabajo asalariado genera, pues, una plusvalía social estatizada que no va a manos de capitalistas privados -como ocurre en el capitalismo- sino del Estado -propietario jurídico de los medios de producción-, y son los administradores del mismo los que determinan las proporciones en que se redistribuye en la sociedad. Pero ocurre que la conducción del Estado (y por esa vía de la producción) está en poder de “asalariados” que, disimulados tras esa forma, se elevan como una casta burocrática dominante (aunque externamente siguiera siendo tributaria de las imposiciones de la gran burguesía mundial). Es verdad que los burócratas no podían manejar los medios de producción de igual forma que los capitalistas, pero eso no modifica el hecho de que tales medios de producción bajo la gestión burocrática se enfrentaban al trabajador como un poder extraño y hostil: el trabajo muerto siguió aplastando al trabajo vivo.
La plusvalíaes manejada por la burocracia, que destina la parte del león a la acumulación y reinversión -priorizando el sector de medios productivos y armamentos- y a su propia retribución- bajo múltiples fórmulas: altísimos salarios, primas por función, salarios reservados (pakety),descomunales beneficios sociales ligados al cargo, tiendas especiales, etc.- y devuelve una ínfima parte a los productores, empujándolos de paso a competir entre ellos por esas migajas.
Solo cerrando los ojos ante todo esto se puede postular axiomáticamente que, al no existir propiedad privada, no puede existir venta de la fuerza de trabajo, ni existe plusvalía, ni existe capital... No se trata solo de una cuestión teórica sino de apreciación histórica reconocer que, bajo formas específicas, todo eso existió en la URSS. Porque si bien los estalinistas ordenaron que el “capital” pasaba a llamarse acumulación socialista y el “trabajo asalariado” salario socialista (“gato, eres tigre”), el cambio de nombre no modificó la naturaleza de las relaciones sociales y económicas que designaban...
Contra los que pretendan ignorar, con los argumentos que fuesen, la existencia del mercado laboral en la URSS (u otros Estados de su tipo), nada mejor que remitirse a la realidad que traducen los datos sobre la evolución de los asalariados soviéticos, sobre la estructura del salario directo y el salario social, sobre el origen y significado de los fondos de salarios, etc.[8]. Además citaré uno de los más documentados trabajos sobre el tema: “En las relaciones capitalistas puras, teóricamente, el contrato de trabajo surge de un acuerdo entre el empleador y el asalariado, que establece los servicios a prestar y el salario que se recibirá a cambio. Los límites del contrato están dados por las leyes y por las cláusulas de contratos personales o acuerdos colectivos [...] ¿Qué ocurre en el Estado socialista? También hay leyes generales, un Código laboral y, al mismo tiempo que acuerdos particulares, contratos colectivos individuales. Pero, la diferencia entre el contrato individual (y colectivo) y las leyes es mucho menor que en el capitalismo por una razón fundamental: las cláusulas fundamentales del contrato surgen del plan económico. Este fija tanto la escala de salarios individuales y los fondos salariales de la empresa, así como los volúmenes y precios de los productos suministrados a la empresa y los que ésta suministrará, vale decir, la estructura del precio de producción [...] El plan y la elaboración de sus normas, reemplazan la ‘libre discusión’ del contrato en las relaciones capitalistas; pero la discusión interna del plan reproduce, bajo otra forma, las relaciones de fuerza que determinan los salarios en el capitalismo. Por lo tanto, la diferencia del socialismo de Estado y el capitalismo es laforma de determinación del salariomás que su naturaleza”[9]. El mismo autor explicaba -contra la insistente leyenda estaliniana de que los obreros soviéticos no vendían su fuerza de trabajo: “El crecimiento de la clase obrera es sinónimo de la generalización del salario convertido en forma dominante de retribución del trabajo. Y como los salarios siguen siendo repartidos según la ley del valor, la influencia de ésta lejos de disminuir se refuerza. Por eso renacen conflictos de clase alrededor de la repartición de la plusvalía estatizada, originando fluctuaciones de los salarios y modificaciones en sus proporciones relativas. Que las grandes líneas de las fluctuaciones sean planificadas y corregidas en la práctica por el juego de múltiples mecanismos espontáneos de adaptación, no cambia las cosas. Los niveles de los salarios reales no están determinados por la armonía, sino por una competencia controlada. Pero esta conducción, a través del monopolio estatal sobre el trabajo, se hace más difícil a medida en que el área de la economía salarial abarca una fracción de la sociedad cada vez mayor”[10].
 
Mercados, ley del valor y Plan en el Estado burocrático
 
De diversas maneras, durante décadas se aseveró que en los países del Este no existió mercado ni regulación de la producción por la ley del valor, porque precios administrados o congelados por las decisiones de la burocracia son incompatibles con la regulación de la distribución de los tiempos de trabajo a través del juego de los precios.
En primer lugar, la idea de que existe una oposición absoluta entre mercado y Plan, y que los precios regulados excluyen la ley del valor, es metafísica y ahistórica. Varias décadas atrás, Stalin y sus epígonos proclamaron esa incompatibilidad absoluta y decretaron el fin del mercado. Con el tiempo se vio que la planificación central no eliminaba la función del valor de cambio y que el problema de los precios (incluyendo el del salario) se mantenía en el centro de la vida económica. Seguían planteadas alternativas, opciones, alternativas a optimizar. La realización del plan suponía todo tipo de intercambios, que determinaban costos en cascada... Desde los años 60, nuevos epígonos fueron empujados por la realidad del sistema a teorizar sobre el “mercado socialista” -de una u otra forma, esto ocurrió en todos los Estados burocráticos... “Todos los autores giran alrededor del problema de los precios: ¿La planificación permite formar precios naturales o no? Si hay economía de mercado, lo dominante no es la decisión sino el intercambio, y el intercambio está ligado a la existencia del valor. Cambio y valor se implican mutuamente, y esta existencia implica un mercado regido por precios de mercado”[11]
Para estudiar las condiciones de la actual transición al capitalismo de las economías de tipo soviético, también se debe rechazar la diferenciación metafísica entre mercado y plan. “Se habla de economía mercantil desde el momento en que la producción ya no está destinada a la satisfacción del productor inicial, y sólo puede adquirir valor mediante un intercambio no simbólico destinado a contribuir, como consumos intermedios o finales, a la satisfacción de otros agentes” y señalando que “se puede tratar el caso de las economías de tipo soviético como una variante de las economías mercantiles monetizadas y salariales [...] con un conjunto coherente de instituciones, convenciones y modos de organización”[12].
Más en general, puede decirse que cualquier régimen fundado en el intercambio de valores determina que se forme e incremente la plusvalía. El proceso de intercambio (circulación), en sus diversos momentos, es el motor de la valorización(tanto sea del capital como del “fondo de acumulación”). En el capitalismo, esto resulta de la competencia y de la baja tendencial de la tasa de ganancia, fruto a su vez del aumento en la composición orgánica del capital. Un movimiento tendencial contradictorio análogo también pudo observarse en la URSS, aunque llamaran al capital estatal acumulación socialista y presentaran a los medios de producción como objetos socialmente neutros y no como “trabajo muerto” portador de relaciones sociales asimétricas.
Por otro lado, el monopolio ejercido por el Estado sobre el conjunto de las actividades productivas, no justifica considerar erradicada toda competencia. En la práctica, lo que la planificación hizo fue modificar profundamente las formas de la misma. Es verdad que en la URSS los “capitales” se asignaban administrativamente a unidades productivas que tenían rendimientos muy diferentes según las ramas, pero justamente por eso el Plan buscaba afanosamente regular la competencia y distribución entre ellas de conjunto. Está visto que los criterios del Plan resultaban muchas veces más ineficientes e irracionales que la misma “anarquía” capitalista, pero esto no anula el hecho de que en última instancia el valor de cambio de las mercancías siguió regulando la vida económica, a través de mecanismos en los que el precio de producción aparece como la sombra del valor mercantil -que presionaba por ocupar plenamente su lugar-. Finalmente, se debe ver que si los productos se distribuían desigualmente en la sociedad era porque los fondos de inversión asignados a las diversas ramas distribuían desigualmente las remuneraciones entre las distintas categorías de asalariados, alienándolos entre sí, en tanto la alta burocracia los explotaba a todos.
Nada de esto quiere decir que en las sociedades de tipo soviético el intercambio se desarrollara de manera completamente autónoma y espontánea (lo que, en realidad, tampoco ocurre en ningún país capitalista de nuestros días). Sostener que el principio del valor regula los intercambios, no implica creer que fija directamente las modalidades de los mismos y las imposiciones precisas en cada caso. El Estado, los diversos “lobbies” interburocráticos y la presión de distintos grupos sociales, a través y al margen del Plan, podían desviar, contrarrestar o acentuar la acción de la ley del valor, muchas veces por razones socio-políticas más que económicas. Mediante el plan se asignaba la inversión de capitales a las empresas y ramas de la economía -y se lo corregía permanentemente a lo largo de su ejecución- sin tener que preocuparse por opiniones de capitalistas privados; pero los capitales invertidos eran puestos de cierta forma en competencia buscando que rindieran una llamada “tasa de restitución” lo más elevada posible. El Plan y las directivas del Estado trataban de alcanzar determinados niveles de perecuación del beneficio, al punto de que éste era considerado uno de los más importantes indicadores de la marcha general de la economía.
Todo esto se expresó, entre otras cosas, en los ciclos y crisis de las economías de tipo soviético con rasgos distintos de los característicos del capitalismo[13]. Las sucesivas crisis y olas “reformistas” pueden ser explicadas relacionando las contradicciones internas del sistema (o subsistema), la acción del mercado mundial capitalista y las crecientes protestas sociales y políticas, que tuvieron como “telón de fondo más general... la baja tendencial de las tasas de crecimiento del Producto Material Neto y, en estrecha relación con éste, una baja tendencial de la cuota de ganancia global[14].
 
Propiedad y relaciones de producción
 
La gravedad y persistencia de la intoxicación ideológica burocrático-estalinista (que tuvo y tiene elementos comunes con la adoración del “Estado benefactor” por la socialdemocracia, las burocracias sindicales y los nacionalismos tercermundistas) hace necesario insistir en refutar la tesis de que la propiedad nacionalizada era sinónimo de socialismo (como sostuviera Stalin y repitieran los epígonos), e incluso la creencia de que la preeminencia del sector estatal en la economía expresaba la continuidad indefinida de un “Estado obrero degenerado”, como de hecho llegamos a postular la mayoría los trotskystas. Con ese propósito escribí que “para el marxismo, la cuestión del derecho de propiedad aparece relacionada y subordinada al concepto de relaciones de producción, pues ‘la totalidad de estas relaciones de producción constituyen la estructura económica de la sociedad, la base sobre la cual se alza un edificio jurídico y político’ .Y cabe destacar nuevamente que más allá de las palabras que se empleen, las relaciones de producción son relaciones de poder efectivas sobre las personas y las fuerzas productivas antes que relaciones de propiedad legal [...] las relaciones de producción impuestas en la URSS impiden considerarla un Estado obrero. Con la contrarrevolución estalinista, la propiedad del Estado dejó de ser vehículo para que el conjunto de los trabajadores avanzara hacia la apropiación social de los medios de producción, y consagró imprevistas formas de apropiación que, sirviendo a la burocracia, mantuvieron al proletariado soviético en condición de clase oprimida y explotada”[15].
Para evitar equívocos, vale explicitar que esto no significa “minusvalorar” la cuestión de la propiedad, sino valorarla en su relación con otras categorías centrales del materialismo histórico. Recordar que “las relaciones de producción son relaciones de poder efectivas sobre las personas y las fuerzas productivas, antes que relaciones de propiedad legal”, no niega la pertinencia e importancia de las formas legales, sino que supera el enfoque puramente jurídico que se queda en la apariencia de las cosas. Buscamos poner de relieve la conexión esencial entre ambos términos, que está dada por el conjunto de las relaciones sociales, tal como lo apuntara Marx en la célebre crítica a Prohudon: “en el mundo real, la división del trabajo y todas las demás categorías del Sr. Prohudon, son relaciones sociales que constituyen en su conjunto lo que actualmente se conoce como propiedad: fuera de estas relaciones, la propiedad burguesa no es más que una ilusión metafísica o jurídica [...] Al establecer la propiedad como una relación independiente, el señor Prohudon comete algo más que un error de método: muestra claramente que no ha aprehendido el vínculo que mantiene unidas todas las formas de la producción burguesa, que no ha comprendido el carácter histórico y transitorio de las formas de producción en una época determinada”[16]. Evidentemente, esta incomprensión resulta más grave aún cuando lo que se considera no es un modo de producción histórico, sino una formación como la soviética, básicamente inestable.
 
Algo más sobre posesión, propiedad y apropiación
 
Es útil citar la opinión de algunos autores que, más allá de enfoques teóricos muy diversos, coinciden en destacar los alcances y complejidad de la cuestión, y dejan abiertos campos de investigación de sumo interés.
En un libro sobre los Grundrisse que dedica un capítulo a la cuestión de “los modos de apropiación”, se dice: “... es necesario distinguir claramente entre posesión (Besitz), propiedad (Eigentum) y apropiación (Aneigung). La mera ‘posesión’ de un objeto o producto, es la relación efectiva en su uso. Para usar un cuchillo debo poseerlo o retenerlo en la mano. Es la relación efectivo-material con la cosa, de hecho. Mientras que la ‘propiedad’ es el derechoo la capacidad subjetiva (reconocida o no por el derecho positivo, pero al menos por la costumbre: el ‘derecho’ es un momento jurídico, en relación con el ‘poder’ práctico, sea del clan, la tribu, la aldea, la ciudad, el Estado nacional, etc.): ‘trabajo subjetivo’ nos recordaba [Marx] en los Manuscritos del 44. Es decir, la posesión es la relación objetiva (en el uso del objeto mismo: relación material). La propiedad es relación subjetiva (la capacidad reconocida y otorgada del sujeto). En cambio la ‘apropiación’ es la síntesis objetivo-subjetiva, ya que es posesión y propiedad; es uso con derecho. Es la realización de la posesión y la propiedad [...] la ‘apropiación’ dice relación práctica entre dos productores; es entonces una relación social [...] Pero al mismo tiempo incluye una relación productiva, ya que se posee con propiedad ‘parte’ del producto (y el producto es parte de una relación productiva o técnica: persona-naturaleza”. Agregando: “En la descripción de las épocas históricas, más que una descripción del ‘modo de producción’, aquí en los Grundrisse Marx nos habla de los ‘modos de apropiación’ (es decir, le interesa la cuestión de la posesión, la propiedad, la unidad que se tenga entre persona-objeto: apropiación”[17].
Otro autor, destaca “la necesidad de analizar adecuadamente las relaciones y las formas de propiedad en países donde se ha eliminado la propiedad privada de los medios de producción. Según el estalinismo, el problema de la propiedad ha sido realmente resuelto al estatalizar la propiedad de los medios de producción [...] Para poder contestar la pregunta sobre si permanecerá o no el problema de la propiedad en esos países, es necesario introducir el concepto de posesión, que significa el ejercicio de la propiedad y de los derechos de propiedad como distinción con respecto a la propiedad jurídica”, lo que le permite plantear: “dos controversias fundamentales. a) El ejercicio de las posibilidades de posesión por parte de la Administración del Estado contra el ejercicio de los derechos de propiedad por parte de toda la sociedad [...]; b) El ejercicio de las posibilidades de posesión por parte del aparato profesional de las empresas económicas contra el ejercicio de los derechos de propiedad de las empresas colectivas [...] Ambos aspectos están estrechamente relacionados con los movimientos e ideas que critican y cuestionan el predominio de la burocracia”[18].
Y vale finalizar con esta significativa indicación: “Seguir el ‘destino’ de la apropiación, significa describir las formas de sujeción y desposesión de la clase obrera, en primer lugar en el proceso de trabajo, bajo las relaciones sociales capitalistas (aquí, se debe desplegar toda la cadena: explotación, expropiación, plusvalía, propiedad), pero también la posición de la burguesía como clase en el proceso de producción (no hay que confundir las formas jurídicas que reflejan -más o menos adecuadamente- tales prácticas con las prácticas mismas, así como la separación del trabajador inmediato respecto a sus medios de trabajo no se reduce a lo que está escrito en el ‘contrato’ de trabajo; bien señaló Marx que la apropiación de la plusvalía es una operación que se realiza en el interiordel proceso de trabajo. Es un tremendo problema plantearse que sería una teoría (no ‘juridicista’) de la real naturaleza de la apropiación colectiva de las fuerzas productivas por los ‘productores asociados’. Es normal que Marx y Engels no dijeran casi nada, y lo que se encuentra en Lenin esté marcado por las urgencias que siguieron a la Revolución de Octubre. Ir más allá sería, lisa y llanamente, sacar las conclusiones del estudio de lo que no es un modo de producción, del inasible ‘modo de producción socialista’ [...] Siempre se plantea como cuestión central establecer en qué sentido y en que medida los productores inmediatos se apropian efectivamentede la ‘riqueza social’ ”[19].
Insisto en que llamar la atención sobre este punto está justificado por razones políticas -destruir hasta la raíz la mitología estalinista sobre la “propiedad de los trabajadores”-, pero también y sobre todo por los alcances teórico-programáticos del problema. La cuestión de las potencialidades y de los peligros de la propiedad estatal en la transición, solo puede abordarse correctamente en conexión con la evolución de las relaciones de producción, y las desigualdades que ellas representan en términos de posesión y apropiación de las clases y grupos sociales existentes. Si se pierde de vista el alcance de esta cuestión, es muy fácil repetir obviedades, de tipo “la propiedad estatal y las severas limitaciones de la propiedad privada impedían que los miembros de la alta burocracia consolidaran sus privilegios bajo la garantía jurídica de la propiedad, y representaba una valla a sus aspiraciones burguesas”, lo que en sí mismo no es falso, pero constituye una engañosa semi-verdad, resultado de una consideración unilateral y poco dialéctica de la estructura soviética. Una apreciación más concreta permite concluir que el monopolio estatal limitaba los apetitos burgueses de la gran burocracia, pero al mismo tiempo y sobre todo representó el punto de apoyo, la palanca mediante la cual esta minoría explotadora y parasitaria se elevó sobre la tercera parte de la población mundial, y pactó con la burguesía imperialista. La verdad histórica es que las relaciones de producción, de posesión y de apropiación desarrolladas bajo la cobertura jurídica de la propiedad estatal, no sólo posibilitaron el desarrollo de una insoportable explotación burocrática, sino que impulsaron las tendencias restauracionistas y prepararon las condiciones para que la Nomenclatura se reconvirtiera vertiginosamente en el núcleo de la neoburguesía que hoy conduce y aprovecha la restauración capitalista, en Varsovia y Hanoi, en Moscú o Beijing...
Desde este enfoque podemos enfrentar cuestiones extremadamente importantes: cómo se desarrollaron las fuerzas sociales procapitalistas que formularon y aprovecharon ese “cambio jurídico” en Europa Oriental y la URSS; cómo la burocracia China avanzó más que cualquiera en la restauración capitalista sin que hasta el momento considerara necesario sancionar jurídicamente el imperio irrestricto de la propiedad privada; cómo y porqué las feroces peleas entre diversas fracciones burocráticas por parcelas de poder y riqueza, se desarrollan sobre la base de que prácticamente todas ellas son -declarada o apenas veladamente- procapitalistas... En definitiva, de lo que se trata es de enfocar la crítica marxista correctamente. La raíz de los conflictos y antagonismos sociales que maduraron en el “mundo comunista”, no deben buscarse solo en el totalitarismo del régimen político, o la supervivencia de “normas burguesas de distribución” agravadas por la corrupción, sino en las relaciones de producción. Vale decir, un régimen de trabajo asalariado altamente diferenciado, sometido a los imperativos de la división del trabajo, generador de plusvalía y que aliena al trabajador de los demás trabajadores y de sí mismo, al tiempo que permite la elevación por sobre ellos de la casta burocrática y del Estado que la sirve. Para evitar equívocos, no tengo reparos en repetir lo obvio: el Estado burocrático no se funda en una explotación idéntica al capitalismo, la burocracia no logró fundar una forma orgánica de explotación. Pero más importante es decir lo que tanto tiempo quedó oculto, aunque Marx lo vislumbrara y advirtiera en su Crítica del Programa de Gotha. La teoría, tanto como la experiencia histórica, nos advierten que aun después de expropiado el gran capital, persistirán por un tiempo el trabajo asalariado y la producción de valores de cambio, y con ellos subsistirá un germen de “explotación mutua” entre los trabajadores, y condiciones que pueden favorecer la imposición de una burocracia dominante. Teoría y experiencia nos dicen, también, que la degeneración política del Estado se desarrolla en correspondencia con el desarrollo de inestables relaciones de producción y explotación del trabajo asalariado, que potenciadas por la economía mundial originan poderosas tendencias a la restauración de la dominación directa y abierta del gran capital. Semejante peligro debe enfrentarse en diversos planos. Uno de ellos es la extensión de la revolución socialista en la arena internacional, hasta culminar en la victoria mundial con la derrota de los baluartes imperialistas. Paralelamente y en sintonía con ese combate, en aquellos lugares en los que la burguesía fuere derrocada y expropiada, se deberá poner el máximo de empeño y el máximo de dinamismo y energía en el ejercicio de la democracia obrera, dentro y fuera de los órganos del Estado, así como en la continua revolución de las relaciones (técnicas y sociales) de producción, vale decir en la socialización: a riesgo de parecer tautológicos, es preciso decir clara y nítidamente que la revolución obrera no es estatista, sino socialista y comunista.
 

[1] A. Romero, Después del estalinismo, pág. 89.

 
[2] Ídem, pág. 111.
[3] Ídem, págs. 114-115.
[4] Ídem, págs. 101-116. Así se titula, justamente, el subcapítulo 3.2. específicamente destinado a esta cuestión.
[5] Desde antes de la Segunda Guerra, el pastiche ideológico combinó la “construcción del socialismo en un solo país” con el “rol histórico de la gran Rusia” que “ya estaba construyendo un mundo nuevo”. Después, esto fue codificado en el folleto-biblia: Los problemas del socialismo en la URSS y se institucionalizó en el llamado “campo socialista”.
[6] Por ejemplo, Ernest Mandel repetía este error en su muy difundido Tratado de Economía Marxista (Primera edición francesa: 1962. En castellano: Ediciones Era, México, 1969).
[7] Carlos Marx, Crítica del Programa de Gotha, Organización Editorial, Buenos Aires, 1971, pág. 38.
[8] Ver A. Romero, ob. cit. La cuestión del salario se trata en el capítulo 3. En el capítulo 1 se trata la situación obrera durante la industrialización y los primeros planes quinquenales y en el capítulo 3 se analiza la cuestión del salario en relación con el funcionamiento general de la economía. El capítulo final incluye una nota de V. Zaslavsky sobre el manejo burocrático de las diferenciaciones en el seno de la clase (págs. 243-244) y un estudio de S. Crowley sobre los “mercados de trabajo interno” que en las empresas facilitaban el control de los directos y los “sindicatos” sobre los obreros (págs. 252-254).
[9] Pierre Naville, Le salarie socialiste, premier volume, éd. Anthropos. Paris, 1970, págs. 207-208.
[10] Ídem, pág. 231.
[11] Pierre Naville, Les énganches socialistes, éd. Anthropos, Paris, 1974, págs. 235-236.
[12] Jacques Sapir, Régulation et Transition, Critique Communiste, Nº 128-129, febrero 1993, Francia, págs. 49 y 50.
[13] Andrés Romero, ob. cit., págs. 135-165.
[14] Ídem, pág. 155.
[15] Ídem, pág. 131.
[16] Carlos Marx, De Marx a P.V. Annenkov (28.12.1846), Correspondencia Marx-Engels, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1987, pág. 19.
[17] Enrique Dussel, La Producción Teórica de Marx, un comentario a los Grundrisse, Siglo XXI Editores, México, 1985, págs. 227-229.
[18] András Hegedus, “Propiedad”, en Diccionario del pensamiento marxista, Tom Bottomore (director), Tecnos, Madrid, 1984, págs. 621-622.
[19] J.P. Cotten, “Appropriation”, en Dictionnaire Critique du Marxisme, Dir. G. Labica y G. Benussan, Presses Universitaires de France, Paris, 1985, pág. 56.

 

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