26/04/2024

Rosa Luxemburgo el embrión de otro marxismo.

Por , , Renzi Dario

El texto que sigue, es el décimo capítulo de un amplio ensayo crítico sobre Rosa Luxemburgo, titulado La herética y la herencia, que será publicado dentro de poco en Italia por Prospettiva Edizioni. En este libro se estudian las razones de la utilización parcial de Rosa Luxemburgo por parte de los mismos marxistas y, por otro lado, la imposibilidad de reducir la figura y el pensamiento de Rosa Luxemburgo a éste o aquel aspecto. Se plantea, entonces, una lectura y una asunción integral (errores y aporías incluidos), es decir, teórica-crítica de la marxista polaca. Rosa Luxemburgo trasciende su tiempo y es necesario saber reconocer su original trayectoria por los campos de batalla y las experiencias vividas. Por el carácter mismo de su marxismo, remontándose a su elaboración sobre el imperialismo y la manera de encarar la "paradoja de las nacionalidades" como una sola cosa, que posibilita encarar la dialéctica entre capitalismo y subdesarrollo, allí donde Rosa Luxemburgo saca de órbita las posibilidades objetivas como necesidad, mientras intuye con gran capacidad de previsión las perspectivas del mundo bajo la égida del capital. Profundizando la lectura histórico-teórico-crítica, el ensayo en su totalidad se dirige hacia una reapropiación, en clave de actualización, capaz de relanzar el espíritu luxemburguista: la revolución en sentido constructivo, omnipresente pero no dada por asegurada; la prioridad de la internacional; la tensión hacia la totalidad concreta y la concepción del partido, referido sistemáticamente al desarrollo de la revolución y a la victoria del socialismo. Finalmente, la problemática de la subjetividad compleja de las clases subalternas en toda su actualidad, que es filosóficamente decisiva para Rosa y para el futuro del marxismo revolucionario moderno. La traducción al castellano, así como esta presentación fueron hechas por Juan Bolívar y Edda Juárez.

Permanentemente, la ubicación del marxismo de Rosa Luxemburgo ha sido una fuente de diatribas y contradicciones, y más todavía cuando se trata de su naturaleza. Esta ha tendido a ser reducida, parcializada, esquematizada y/o negada, tanto para justificar una utilización limitada e instrumental por parte de los reformistas, como para ser citada (con o sin motivos) por revolucionarios escasos de argumentos; o para presentarla como incierta garante de extremistas y/o apéndice insólita del bolchevismo; o como excepción que confirmaría la regla; o como una marxista irremediablemente aislada.
Todas estas explicaciones y/o soluciones para un problema tan delicado tienen, sin embargo, una base real, objetiva y/o subjetiva: que el pensamiento de Rosa Luxemburgo nos ha llegado incompleto. Vale decir que el suyo es un marxismo global, pero embrionario; que tiene una base teórico-política general y quizá también un enfoque filosófico, pero inacabados. Esto explicaría, por lo menos en parte, la falta de seguidores, la no existencia hasta ahora de una corriente luxemburguista en la acepción más profunda del término. Este hecho, no obstante, no puede desvincularse del desarrollo concreto de la historia del marxismo y el de su corriente revolucionaria. Y, sobre todo, no elimina un interrogante fundamental: si en el marxismo de Rosa Luxemburgo existieron (y en qué medida) los gérmenes de un marxismo revolucionario particular y diferente del que hemos conocido. Al plantearnos tal pregunta y en estos términos, comenzamos por reconocer que solo tiene sentido en la medida en que existe la posibilidad y la voluntad militante de desarrollar una corriente que encarne y lleve a cabo tales ideas. Es decir, la proponemos porque, hasta cierto punto, comienza a existir una corriente luxemburguista. Los autores de este libro son parte de un largo y complicado proceso de redefinición metodológica y teórica, que ha conllevado una revisión y una superación de los cánones del movimiento trotskista (incluida su ala revolucionaria), y que ha encontrado en el marxismo de Rosa Luxemburgo fundamentaciones decisivas. Evidentemente, este no ha sido un proceso formal y tampoco está concluido porque implica y apela a las razones más profundas y las formas de concebir nuestras bases de existencia y, por lo tanto, de concebirnos.
El debate viene de hace años y merece continuar y profundizarse. Esencialmente se trata de lo siguiente: encontrar y poner en acción en los presupuestos teóricos (en el marxismo teórico) nuestra propia fisonomía ante la del sistema, y la de las otras tendencias del movimiento obrero, y diferenciarnos incluso respecto de las otras componentes marxistas revolucionarias. No estamos buscando, por tanto, una codificación estatutaria de nuestro marxismo, ni una sanción patronímica (en este caso, «podría decirse Matrilineal?), sino una auténtica base orgánica, que ya en nuestro programa está expresada con determinación, y sobre la que la misma Rosa Luxemburgo tenía una especial sensibilidad: la autonomía de la teoría respecto a la organización y la política, como adecuadamente resaltó Oscar Negt:
La independencia de las directivas del partido, que establecen lo que es justo y lo que es falso, lo que es históricamente relevante y lo que es casual, y, particularmente, lo que es importante para la formación de la teoría. Ya Engels, en un carta de Mayo de 1891 a Bebel, subrayó, con un lenguaje decidido para desenmascarar a los socialdemócratas pedantes, la autonomía del trabajo teórico respecto al partido, autonomía que para Rosa Luxemburgo es un elemento natural del pensamiento marxista.
Lástima que el autor olvide recordar que el trabajo teórico constituía para Rosa un instrumento formidable de preparación de la revolución socialista, a la que debía estar referido constantemente y, por lo tanto, también a la construcción de un partido diferente, en el que la autonomía de investigación no fuese sinónimo de "libre pensamiento" ochocentista, sino de libertad dirigida a la realización de las tareas y autodisciplina basada en convicciones.
En este sentido, la investigación llevada a cabo por Rosa Luxemburgo fue libre pero rigurosa y absolutamente orientada hacia los objetivos socialistas. En la definición teórica de las principales connotaciones de la época que entonces comenzaba, es posible reconocer el embrión de un marxismo original y diferente de los existentes, aunque no lo fuese desde un punto de vista estrictamente político y organizativo. Y decimos un "embrión teórico" no tanto por este o aquel error (que fueron muchos y a menudo graves), sino precisamente por la limitación que mostró Rosa Luxemburgo al no tratar de encabezar una verdadera corriente teórico-política propia. De haber existido la convicción de hacerlo, hubiera clarificado más (también en cuanto a la profundidad del pensamiento) la urgentísima necesidad de fundarla, cosa que, por otra parte, emergía sin cesar de su acción y de sus escritos.
Asumiendo esta clave de lectura, que distingue netamente a Rosa Luxemburgo de las otras facciones marxistas de la época (bolcheviques incluidos), revisamos explícitamente y cuestionamos algunos de nuestros anteriores juicios, porque evidentemente estaban condicionados por una lectura parcial del marxismo de Rosa y por una inmadurez de experiencia práctica. Entonces nos inclinábamos a situar en el mismo marco, de manera excesivamente forzada, a los distintos componentes del marxismo revolucionario histórico, mientras que hoy nos parece más correcto subrayar sus divergencias, a pesar de que mantuvieran y partieran de sólidas referencias y perspectivas comunes. Subrayando esta revisión de criterio, Rosa Luxemburgo se relaciona orgánicamente a Marx, a su enfoque metodológico fundamental y fundacional, tratando de aplicarlo y desarrollarlo. En primer lugar, con respecto a la crítica de la economía política, que justamente consideraba decisiva, e incluso más en general. Sin embargo, al mismo tiempo que se colocaba en el camino de los pioneros, percibía vivamente los límites históricos de su elaboración y los señaló repetidas veces, aunque veladamente, por respeto a los fundadores o por pudor hacia su propio papel. Ella asumía claramente la necesidad de hacer vivir la dialéctica materialista en relación con el paso de los tiempos y a los cambios en las tareas. Pero deducía también, necesaria y justamente, la necesidad de afinar y completar este instrumento filosófico básico para la emancipación de las clases trabajadoras. En esta dirección, tenderá a introducir elementos relativamente nuevos, o incluso radicalmente nuevos, o los desarrollará más allá de las premisas y de las alusiones ya contenidas en Marx y Engels.
Como habíamos visto, no siempre los frutos de su trabajo serán plenamente satisfactorios, pero lo importante es la corrección de su sentido. Por un cúmulo de razones ya explicadas, Rosa Luxemburgo no tendrá -o no querrá nunca explicitar- plena conciencia de esta inclinación a completar/superar la obra de los maestros, y por el contrario, será algo que la asustará y sobre lo que tratará de disculparse por anticipado. Vale la pena subrayar que esta conciencia disminuida que tiene de sí misma no resta nada a su legado.
La profundidad de su ruptura con el contexto de la II Internacional se verifica no solo en la oportunidad y el radicalismo de sus batallas teóricas y políticas, sino también en su perenne aislamiento del entorno, como mujer y como dirigente. Un aislamiento no sufrido -porque fue plenamente escogido-, pero sí doloroso. Ella fue formulando un juicio moral cada vez más completo de la dirección socialdemócrata, nacional e internacional, considerándola definitivamente ajena a la causa socialista. Contradictoriamente con esto, también es cierto que en algunos casos se adaptará parcialmente, por fatales necesidades político-organizativas. Pero siempre supo ingeniárselas para no estar nunca comprometida con el aparato socialdemócrata. Rosa Luxemburgo no moderará por ningún motivo sus convicciones centrales en aras de la autoridad instituida del movimiento obrero; más bien tardará o vacilará en extraer todas las consecuencias prácticas que se derivaban de sus veredictos. Así, en los tiempos, en los modos y en la claridad de esta ruptura, ligada (insistimos) a cuestiones de concepción, se revelará en Rosa Luxemburgo una marcada diferencia con los rusos y con lo que será la III Internacional de los primeros tiempos. Para ambos existe un mínimo común denominador, a menudo sutil pero no por eso menos activo, que hace al estilo, a la forma de trabajo, al modo mismo en el que se concibe la conexión entre las distintas esferas de actividad. Pero para Rosa existe una rigurosa jerarquía de valores socialistas, empezando por los principios, por el método dialéctico y materialista, por el rigor programático, la disciplina internacional, que no admite ser puesta en discusión por ninguna razón, que no puede ser cuestionada siquiera por el ímpetu del movimiento revolucionario de las masas. Precisada y corregida sí, pero no desbaratada. Mientras que para los bolcheviques, a pesar de su firmeza, no será precisamente así, sobre todo a causa de los acontecimientos de los que fueron protagonistas, y por los que también (en parte necesariamente) fueron superados.
En el original marxismo revolucionario de Rosa es sintomática, por contraste, su relación con los bolcheviques, el otro polo marxista revolucionario de la época. Es indispensable observar la relación de Rosa Luxemburgo (y en parte, de los grupos a los que inspiró) con el bolchevismo, desde un ángulo menos estrecho que el que se ha adoptado tradicionalmente. Su actividad de investigación es, a primera vista, muy semejante a la de Lenin y Trotsky. Pero en realidad, el objeto común de análisis de cada uno de los tres no se traslada a los modos de abordarlo. Grandes y apasionados estudiosos de la revolución, la vivían y la concebían de modo completamente diferente. Lenin fue el que mejor hizo coincidir la comprensión general de la revolución con su preparación pormenorizada. Su amplia visión sabía concentrarse precisamente sobre las fuerzas motrices concretas, los ritmos específicos, sobre los virajes precisos. El logró captar el punto de encuentro entre la totalidad mundial y la peculiaridad rusa, e incidir en ésta gracias a aquélla. Estratega y táctico de extraordinario valor, se preocupó poco por globalizar una teoría de la revolución. Sus generalizaciones están ligadas a menudo a la exégesis; es decir, tanto como lo que hizo (a pesar de las leyendas sobre el «Qué hacer?) con respecto a su teoría de la organización. Inversamente, Trotsky se propuso como el legislador y también el censor del movimiento en sus trazos más generales. A través de un camino original, partiendo de la experiencia rusa, pero retomando y aplicando genialmente la ley del desarrollo desigual y combinado, llegó a elaborar "la revolución permanente" como teoría universal. Esta fue su principal contribución teórica al marxismo revolucionario, detrás de la cual vendría en orden de importancia la crítica al estalinismo y, en el terreno práctico, la construcción de la Oposición de Izquierda y de la Cuarta Internacional. Rosa Luxemburgo parte, en cambio, de un enfoque más clásico para sumergirse en la revolución, concibiéndola como una totalidad en devenir ("in fieri"), como potencia de la liberación que se activa. No se ocupó en extraer leyes precisas, como Trotsky, ni tampoco en prepararla al detalle, como Lenin, sino que trató de entender su naturaleza y sus parámetros históricos, vinculándolos estrecha e inseparablemente con la meta socialista. A partir de estos puntos de vista diferente, se pueden entrever diferencias de orientación teórica y de lectura del marxismo mismo.
El bolchevismo representó objetivamente y, por lo tanto, también para la misma Rosa Luxemburgo, tres cosas distintas: una componente internacionalista radical, muy minoritaria en el ámbito de la II Internacional; una de las tendencias (la consecuentemente revolucionaria y revisionista marxista de izquierda) en las cuales se dividió la socialdemocracia rusa; y la dirección política de la revolución de Octubre, asumida como primer paso de la revolución mundial y, por lo tanto, inspiradora de la reorganización marxista -naciente y parcial- de una porción del movimiento obrero internacional. En relación con estos tres momentos del bolchevismo, Rosa Luxemburgo fue crítica y a veces muy severa. Lo fue, sin embargo, desde una posición total y verdaderamente solidaria, advirtiendo (actitud que fue recíproca por parte de los mejores bolcheviques) la comunión estratégica entre ellos. Un síntoma inequívoco de esto fue la cordialidad y la estima que la ligaban a Lenin, que no estuvo ausente ni siquiera en las discusiones más ásperas. Es compartible, entonces, el juicio de historiadores como Gilbert Badia, que relativizan la importancia de la polémica sobre la organización. Sin embargo, tanto ésta, como aquella sobre las nacionalidades, ambas son sintomáticas del escenario que se estaba dibujando. En ambos casos, Rosa estaba en gran parte equivocada en el fondo, pero proponía cuestiones de método y de programa que trascendían la discusión específica y la colocaban a un nivel distinto, proyectándola (a pesar del error) en una perspectiva mucho más amplia y profunda, más exactamente hacia el horizonte socialista.
Con mayor razón, sus notas críticas sobre la revolución rusa son menos significativas en lo referente a la coyuntura de lo que lo son para el largo plazo. No hay duda de que el desarrollo de la situación soviética (pensemos en 1921) habría exasperado la polémica más allá de todo límite y habría hecho salir a la luz del sol los diferentes modos de interpretar el marxismo revolucionario. No hay ningún aspecto crucial sobre el que no se puedan medir diferencias, claras o incipientes, de gran significado. Nos referimos a los conceptos estratégicos básicos: a la política, al partido, al estado, al imperialismo, al modo de desarrollar la crítica de la economía política, a la internacional, a la revolución y, especialmente, su combinación con la construcción del socialismo, con la libertad, con la democracia, con el terror, con la cuestión nacional y la campesina ... La lista podría continuar, pero no nos interesa aquí hacer un índice de las diferencias, sino entender aquello que está en su base. En relación con la perspectiva global de la era y a las tareas que se desprendían (en consecuencia, respecto a la función del marxismo revolucionario a escala internacional), empezaban a delinearse por lo menos dos proyectos diferentes. Decimos por los menos dos, porque dudamos mucho de la completa sintonía entre Lenin y Trotsky, para limitarnos solamente a las figuras de primer plano. En Rosa Luxemburgo (nos parece) emergía la reflexión más amplia y rica, que más claramente rompía con la estructura ideológica de la Segunda Internacional, remontándose de forma no escolástica al mejor Marx. Sus análisis de los grandes procesos planetarios, la nitidez con la que pone en claro la alternativa socialismo o barbarie, el vigor con el que esboza los objetivos más profundos, no solamente de la vanguardia sino de todo el proletariado, la misma acepción general que aporta al problema de la subjetividad, ofrecen una estructura teórica de un ámbito y actualidad extraordinarias. Es ese soplo metodológico que circula en todo su pensamiento, lo que lo hace fuerte y útil, más allá de numerosos errores y límites. Lo incompleto del edificio estratégico es, obviamente, una limitación importante. Pero no creemos que definitiva, porque el mismo desarrollo del capitalismo y de la revolución nos empujan a... recomenzar la construcción.
No se trata de contraponer, uno contra otro, el esbozo de concepción luxemburgiana al sistema de ideas leninistas o trotskistas. Al contrario, la contaminación es más que nunca indispensable e implica redescubrir o rehabilitar ciertas contribuciones fundamentales de los rusos, que han sido caricaturizadas o, sencillamente, olvidadas. Pero no es del todo indiferente el punto de vista desde el que uno se coloca. El de Rosa Luxemburgo es superior por la visión de la sociedad futura, mientras en Lenin y sobre todo en Trotsky subsistían contradicciones, no despreciables, en relación con las condiciones previas y a los primeros pasos a dar, pero también una definición limitada y hasta ambigua sobre el tipo de sociedad a construir. No dejaremos nunca de repetir, junto a Rosa Luxemburgo, que las condiciones en las que se vieron obligados a actuar los líderes bolcheviques influyeron en gran medida sobre su pensamiento (ªdemasiado, si se considera su nivel!). Pero esto no puede ser óbice para examinar las posiciones que existían, especialmente cuando esto es determinante para relanzar el marxismo revolucionario hacia el futuro y cuando la gran mayoría de la corriente de la que provenimos continúa viviendo una crisis gravísima, también por causa del esquematismo "leninista-trotskista" de los epígonos.
Incluso en las críticas al trabajo de Lenin sobre la organización (que ella erróneamente subvaloró) emerge una exigencia más profunda, más seria, característica de su marxismo: la necesidad urgente de desembarazarse, cueste lo que cueste, de los criterios paternalistas y/o excesivamente "realistas" en la lucha socialista; de evitar, sin excepciones, medios ajenos que puedan comprometer el objetivo final.
Independientemente de cuánto y cómo Rosa Luxemburgo lo explicite, es la conciencia de sí misma, la autoconciencia que posee (aunque parcial), lo que la diferencia profundamente de los marxistas revolucionarios de su época y, con mayor razón, de los que la precedieron y de los que vendrían después. No nos referimos al rol y la función de la autoconciencia en términos generales, sino a la conciencia de sí misma, de su persona, en función de la batalla -y no solamente. «Puede ser considerado éste un elemento secundario? Seguramente no lo fue para ella, pero mirándolo bien tampoco lo puede ser para nosotros si es que el carácter humanista es determinante para los destinos del marxismo revolucionario, que no puede ser propuesto como alternativa de pensamiento con credibilidad al margen de la experiencia de la vida.
Rosa Luxemburgo es una herética personalmente (no por casualidad es mujer, como las brujas) antes de serlo en su cometido. Lo es por la forma en que se relaciona a la realidad, al movimiento, al patrimonio, a sus mismos compañeros. Una herética a la que no le gusta provocar escándalos, pero herética en lo sustancial: precisamente y por eso mismo marxista. Su espíritu de independencia (que nada tiene que ver con la búsqueda de originalidad) la lleva siempre a buscar su propia vía. Pensemos en su disputada oscilación entre mencheviques y bolcheviques. Rosa empieza a incorporar calladamente pero con amplitud, la introspección en el marxismo revolucionario. Parte de los aspectos subjetivos originarios de las clases trabajadoras, atribuyéndoles una importancia extraordinaria. Es un fina conocedora de la mentalidad y de la psicología proletarias, que con el tiempo (pero sin disolver las características de clase) considerará más en general popular. Considera los aspectos más insignificantes del modo de pensar y de comportarse en la vida cotidiana, los usos y costumbres de la gente común; sus tradiciones y creencias, sus reacciones típicas y sus reflejos condicionados. Ella tenía, en este sentido, un conocimiento profundo, casi natural, gracias a su capacidad de escuchar. No es casual, entonces, que la base de la organización socialdemócrata, los trabajadores comunes, la estimasen y la admiraran, y que, más allá de sus posiciones, la tuviesen en mente como punto de referencia global. Como tampoco lo es que sus alumnos de la escuela del partido, aún eligiendo caminos diferentes, fuesen marcados por la relación con esta profesora tan especial.
En ella éste era un elemento implícito -siempre presente y fértil, como el amor por la vida en todas sus formas- que caracterizaba su extraordinaria energía de mente y alma. Por esta razón es mucho más significativo que personajes provenientes del hampa estalinista o intelectuales de otras extracciones burguesas, no hayan podido contener su odio de clase (y a la vida), sosteniendo que el de Rosa era un intimismo romántico, en el sentido despreciativo del término. Naturalmente, estos señores saben poco de marxismo (y de la vida), pero siempre están listos a arruinarlo. El humanismo y el naturalismo (sea dicho con orgullo), pero también su espíritu romántico, son características connotantes de un marxismo explosivo y exuberante que no renuncia a nada, a diferencia de sus falsificaciones. La comprensión de la vida y de sus gentes, no asumirán nunca en Rosa Luxemburgo acentos obreristas o populistas. No se encontrarán en ella alusiones tontas o, peor aún, exaltaciones aberrantes de la vida de la fábrica, ni sublimaciones de la incultura proletaria o condenas similares de la cultura burguesa. Estas formas de fetichismo fabril, típicas de los reformistas hipócritas, de los revolucionarios frustrados y de los imbéciles en general, siempre estuvieron alejadas del pensamiento de la culta y refinada revolucionaria. El conocimiento profundo de las condiciones de existencia proletarias, producían en ella dolor y solidaridad (especialmente los sufrimientos y las tragedias de las mujeres y los niños), pero sin caer nunca en un sentimiento de piedad vacua, sino reforzando una aguda y convencida conciencia de la bestialidad a la que llevan la explotación y la opresión capitalistas.
Sin sentimientos de culpa ni rémoras de ningún tipo, Rosa nunca dejó de cultivar su amor por la literatura (en particular, la poesía), por la botánica o por los animales, hacia los que demostraba una atención particular. Ninguna de sus características humanas fue ajena a la capacidad de entender a las mujeres y a los hombres de las clases subalternas. Tanto su drama como sus posibilidades de liberación; en la miseria de cada día como en la rebelión repentina. Su sensibilidad y amor por la vida no pueden separarse de su ser como agitadora y constructora infatigable, y de la capacidad que tiene de extraer de esta acción tan intensa nueva savia para el marxismo. Ella sabe que no existen esquematizaciones fáciles ni exaltaciones acríticas de los mecanismos mentales y de los comportamientos proletarios. Y así, será la primera en fustigar sin piedad a las masas cuando se disponen a participar en la masacre imperialista, de la que sin ninguna duda son culpables las direcciones mayoritarias, pero con la que, en cierto sentido, también son cómplices. Siempre estará dispuesta a ver las limitaciones de las luchas y a estigmatizarlas con dureza, a señalar sin diplomacia el atraso de los trabajadores, pero los criticará tratando de entenderlos para ayudarlos a superarse.
A través de estas experiencias complejas, Rosa Luxemburgo llega a plantear el problema de la conciencia de clase sin banalizarlo, sin encerrarlo en esquemas áridos (cosa que muchos de sus ácidos críticos le han reprochado), ni mucho menos desarrollarlo en la clave ontológica que le han atribuido algunos de sus defensores -a la larga dañinos- como Lukács. Al contrario, ella tiene una visión antropológica y social sobre la conciencia, fuertemente impregnada de sentido histórico, poniendo sobre la mesa en todo su significado explosivo y actual, una de las cuestiones claves no encaradas -o encaradas muy parcialmente- por el marxismo hasta entonces y aún hoy. Descompone el concepto en su perspectiva y no como un a priori metafísico o analíticamente metatemporal, ni como un absoluto o una meta previsible. Para Rosa Luxemburgo la subjetividad proletaria difusa es algo mucho más palpitante, complejo, diferenciado y cambiante que las definiciones de manual intentadas por el marxismo. La mentalidad ordinaria y la psicología elemental son puntos de partida obligados para entenderla; lo mismo que el predominio de los lugares comunes y de las ideologías son momentos para la crítica de la existencia real y material de las masas proletarias, fomentando así su crecimiento espiritual. Este vive en la experiencia directa, en la acción, en la lucha, en la huelga, en la revolución, su punto culminante precisamente porque no se trata de momentos aislados sino de los puntos altos de un flujo continuo, que no concluye, y que vuelve a reabrirlo de forma y de manera inesperada:
Lo más precioso, porque es permanente, de este rápido y revolucionario ir y venir de la ola es su precipitado espiritual: el crecimiento intelectual y cultural hecho a saltos por el proletariado, que ofrece una garantía segura de su irresistible avance ulterior en la lucha económica y política.
En este sentido, Rosa Luxemburgo se interroga retóricamente:
«No es la dialéctica el instrumento que debe ayudar al proletariado a salir de las tinieblas en las que se encuentra su porvenir histórico, el arma intelectual que le permite, incluso bajo el yugo material de la burguesía, triunfar sobre ésta, convencerla que está condenada a perecer, mostrándole la inevitabilidad de su propia victoria? «Este arma no ha colocado ya a la revolución en el campo de la razón?.
A este nivel tan alto consideraba Rosa la misión de las clases trabajadoras, y es alrededor de este concepto, en torno a las capacidades humanas integrales, a la fuerza espiritual del proletariado, que se desarrolla la idea de la subjetividad compleja. Pensar en las luchas, entender los movimientos, entregarse en alma y cuerpo, son hechos proporcionales tanto a la desesperación de la condición humana como al objetivo de su liberación total, moral y material. Fuera de esto lo que existe es la nada de una ciencia (?) pesada y triste, materialista de Estado, que no por casualidad ha producido los horrendos resultados que todavía podemos contemplar en Pekín y en La Habana. La razón dialéctica y pasional de Rosa Luxemburgo viaja hacia otros cielos y planetas existentes, verdaderos y alcanzables, porque ningún barón "rojo" al servicio de los aparatos puede impedir a los trabajadores pensar y confiar alcanzarlos de alguna manera, en cuanto que explotados y seres humanos; porque ningún burócrata podrá obstaculizar la búsqueda y el sueño de la autoemancipación. Rosa Luxemburgo extrae una fuerza viva de la dura piedra de la realidad con su escalpelo dialéctico: la sustancia y la forma de la revolución socialista. Esta se configura como la meta de un esfuerzo consciente, gigantesco y multitudinario, un esfuerzo sin precedentes en la historia de la humanidad, pero que proviene de sus propias entrañas. Despedazar la máquina estatal burguesa, derrotar a los monopolios imperialistas, conquistar el poder político, desencadenar luchas económicas más profundas, iniciar la socialización por todas partes, conquistar la democracia integral y para la inmensa mayoría, avivar la libertad a todos los niveles, sobre todo "para quien la piensa diferente", son aspectos inseparables de una misma totalidad. Es la dialéctica de la vida que rompe los límites y deviene en una oleada incontenible de transformaciones revolucionarias de la realidad universal. Esto implica ya, como elemento característico y esencial, la transformación de los individuos (en primer lugar los de las clases subalternas), capaces finalmente de pensar gracias a la lucha, de construir en las huelgas, de diseñar el futuro en la revolución.
Pero sin ningún tipo de ilusiones:
"El progreso histórico del proletariado hasta la victoria no es efectivamente una cosa tan simple. La originalidad de este movimiento consiste en el hecho de que, por primera vez en la historia, las masas populares deciden realizar por sí mismas su propia voluntad oponiéndose a todas las clases dominantes; por otro lado, la realización de esta voluntad las coloca más allá de la sociedad actual mediante una superación de la misma. La formación de esta voluntad solo puede formarse en la lucha permanente contra el orden existente y en el interior de este orden. Unir a la gran masa del pueblo en torno a los objetivos que están más allá del orden existente, vincular la lucha cotidiana con el grandioso proyecto de una reforma del mundo, este es el gran problema que se plantea para el movimiento socialista. Lo que debe guiar su evolución y su desarrollo es la preocupación de evitar dos obstáculos: no debe sacrificar ni su carácter masivo ni el objetivo final; debe evitar tanto ser una secta como transformarse en una movimiento reformista burgués; es necesario desconfiar del anarquismo y del oportunismo.
El luxemburguismo se basa en una confianza ilimitada en las potencialidades proletarias, es decir, humanas:
Porque la íntima conexión del movimiento socialista con el empuje intelectual no se realiza gracias a los tránsfugas que nos vienen de la burguesía, sino al ascenso revolucionario de la masa proletaria. Esta conexión no se basa en cualquier afinidad de nuestro movimiento con la sociedad burguesa, sino en su oposición a esta sociedad. Su razón de ser es el objetivo final del socialismo, la restitución de todos los valores de la civilización a la totalidad del género humano.
El marxismo de Rosa Luxemburgo se prueba frente al mundo y se encuentra frente a un mundo en grande y profunda transformación. Prevé con lucidez no solo la guerra que viene sino el significado que irán asumiendo todas las guerras, íntimamente insertadas en este sistema, y sus terribles consecuencias, imperecederas para la causa proletaria. Sus previsiones han sido confirmadas completamente por la historia: algunas guerras han fomentado revueltas y revoluciones, pero otras guerras también han provocado el atraso de la lucha por la liberación. Ella pronosticó con gran claridad que "la actual guerra forjaría todas las condiciones necesarias para otras guerras" y que, en este gigantesco círculo vicioso de la destrucción, la clase obrera podría ser capaz de marchar hacia el suicidio bajo los estandartes imperialistas, paralelamente al derrumbe del movimiento obrero organizado. Sin embargo, la incipiente tragedia define la era mundial con rasgos de polarización histórica muy marcados, que dependen es cierto de la base socio-económica del capitalismo, de sus características genéticas, pero que de ningún modo son idénticos a éstos. El choque es de clases, pero también de civilización, de cultura, de conciencia. La alternativa socialismo o barbarie no es solo un grito de batalla, sino que empieza a tornarse concreta en la contemporaneidad, que hace impostergable el empeño global: una larga lucha a vida o muerte de la humanidad, sin atajos y sin soluciones predefinidas.
Su posición es diferente a la de otros marxistas revolucionarios, no solo por el análisis que hace del desarrollo capitalista y de su ser íntimamente militarista y belicista, sino por la naturaleza de su actividad sobre la disyuntiva histórica y, sobre todo, por la lectura que hace del desarrollo de la revolución. Rosa Luxemburgo confía intensamente en las fuerzas sociales elementales, sabe y prevé su explosión irrefrenable, pero también advierte los límites internos y los peligros que amenazan la maduración socialista. Está convencida de que estos no se desprenden exclusivamente de las condiciones objetivas, generales y/o particulares, y que tampoco dependen solamente de la capacidad y de la inserción de la vanguardia, sino del posible retraso histórico de la conciencia, que se acentúa por la impresionante energía destructiva del imperialismo. «Cómo no darle la razón después de la Segunda Guerra Mundial? Se mantiene firme en sus convicciones de fondo, pero estas preocupaciones ensombrecen su pensamiento y no las esconde. Sin hacerla ceder, la polilla dialéctica la corroe, distinguiéndola de la terquedad bolchevique.
Es a partir de esta visión del planeta desde la que rechaza la política vulgar y la que ella llamaba una caricatura de la política, escribiendo a Leo Jogiches:
Ayer estaba dispuesta a abandonar de una vez por todas toda esta maldita política, o más bien, esta sanguinaria parodia de la vida "política" que hacemos, y mandar al diablo a todo el mundo.
Una especie de culto a Baal idiota, en el que se sacrifican existencias humanas enteras a la agitación y confusión mentales. Si creyera en Dios estoy convencida que nos castigaría severamente por estos tormentos.
Citas incómodas éstas, pero iluminadoras de la reacción humana de la militante -ªde cualquier militante!-, en un momento de desconsuelo causado por el prevalecer de los mecanismos sobre las opciones que se toman. Esta cita revela profundamente cuanto de sacrosanto furor emergía de ella contra la política burguesa y sus fatídicos engranajes, que continuamente se filtran en el movimiento obrero. Rosa advierte el anhelo, nítido y recurrente, a romper con la rutina y trata de revelarlo con su fantasía y sensibilidad, pero no traspasa el límite de lo personal, no radicaliza ni generaliza suficientemente lo que vive y sufre en carne propia. Va más allá del modo común de concebir la política, incluso por los marxistas, sin ser consecuente. También en esto empieza a florecer otro marxismo revolucionario, más allá de la política a menudo errada y en contra de ella. «Cómo no ver, entonces, la irrumpiente transgresividad y contemporaneidad de su marxismo?
Un marxismo revolucionario que se da cuenta intensamente del sentido histórico concreto que lleva en sí misma la lucha de clases. Que no es solo una visión histórica de las tareas que unen a los marxistas revolucionarios de su tiempo, sino una idea del hacerse históricamente de la revolución. Una idea épica y también trágica, junto a la capacidad de colocar el momento histórico en el flujo más universal de los hechos. Las masas tienen en sus manos la civilización, su herencia y su posibilidad, y el desarrollo histórico, en un cierto sentido, empuja en esa dirección. Ellas pueden, partiendo de sus necesidades y en el calor de las luchas, emprender en primera persona la obra socialista mediante la revolución y cambiar el curso de la historia. En esto está el pathos de la emancipación subjetiva que, naturalmente, apela a la individualidad, y que invade completamente el pensamiento de Rosa Luxemburgo, que caracteriza el marxismo revolucionario como la teoría, la praxis y la pasión de un giro histórico global posible y necesario, pero que está por conquistar.
Rosa estaba permanentemente preocupada y concentrada por los límites del marxismo revolucionario realmente existente, que empezaban a tomar forma en medio de la tempestad "epocal" en la que vivía. Ve sus problemas y contradicciones, los vacíos y los errores a la luz de las lecciones del movimiento y del socialismo, meta tangible para las masas pero que puede verse comprometida o perjudicada por la acción de las vanguardias. Este temor no se manifiesta explícitamente, sino presupuesto con vaguedad, como si su carácter y su resolución tuvieran que aclararse.
El marxismo revolucionario de Rosa Luxemburgo se define por el hecho decisivo de no postular la objetividad como factor supremo. A pesar de la reiteración en algunos de sus escritos de acentos deterministas, esta vena fundamental sobresale en la correspondencia y en los discursos más importantes. Son las posibilidades/necesidades del socialismo como empresa de las masas, como vía de liberación global por acometer inmediatamente, pero cuya realización es una meta histórica; es justamente esta percepción de globalidad existente y persistente como necesidad humana, lo que hace que Rosa reasuma, repiense y profundice el marxismo revolucionario. No es algo externo, vinculado solo a los grandes hechos históricos y a los gigantescos procesos sociales, sino que nace de la historia individual de cada uno/a, que empieza a reencontrarse y rescatarse en la lucha. Es cierto que la dirigente no revelará nunca a fondo esta "doble naturaleza" posible del marxismo revolucionario -nos toca a nosotros hacerlo, si queremos-, pero esta late, actúa en toda su obra. En ella y a través de ella el marxismo brotaba desde el interior, desde cada ser explotado, con no menos fuerza que desde el exterior, desde la historia.
Por esto son tan significativas las contradicciones, la rabia, las dificultades. Por esto la búsqueda del futuro no se puede dar sin sufrimiento y sin aprender a estar en minoría. Y, seguramente, en lo que le concierne, la concentración y la constante autoeducación de carácter mental, moral y sentimental, son absolutamente intrínsecos a su marxismo revolucionario. Para ella no existen, para bien o para mal, doble contabilidad ni ninguna especie de maquiavelismo. Es y se muestra clara, transparente, indefensa e invencible, como ningún otro.
Rosa va, entonces, más allá de la política. La pone en discusión constantemente. Sin juzgarla definitivamente, tiende a superarla. Está segura de que la política no basta para revalidar a la humanidad desvalorizada por el capital. Ella se opone orgullosamente al concepto y a las lecciones mecánicas de las revoluciones burguesas; refuta el carácter insurreccionalista y terrorista, desprecia el politicismo y rechaza cualquier caricatura proletaria de revolución burguesa. En su concepción nos muestra una simetría pura y sólida entre la estructura democrática de las revoluciones proletarias y la estructura democrática del poder a fundar, entre la estructura de los partidos y la de la internacional. Pero todo esto reconduce, aún más, es la estructura abierta y rigurosa, libre y orgánica de su marxismo revolucionario.

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