23/12/2024
Por Cieza Guillermo
Nuestras imágenes escolares sobre el 9 de Julio nos remiten a la Casita de Tucumán, ubicada en el norte de nuestra Patria y a un grupo de hombres que, con el alma encendida, proclaman la Independencia interpelados por un señor de bigotes que se llamaba Francisco Narciso Laprida.
Tratando de contextualizar aquel hecho, lo primero que habría que decir es que la primera independencia se había declarado un año antes, en tierras de la Liga Federal, que comprendía a la Banda Oriental y a las actuales provincias de Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, que estaban lideradas por José Gervasio Artigas.
Debería aclararse también que, para los ojos de la época, Tucumán y la Intendencia de Salta no eran el norte sino la garganta o paso obligado de los transportes entre el Alto Perú y el puerto de Buenos Aires.Desde la lógica porteña la frontera norte hubiera podido ser Córdoba, pero los altoperuanos se empeñaron en combatir a los realistas y los habitantes de la garganta en no dejarlos ingresar en sus territorios, bloqueando el paso hacia el sur.
La zona de la garganta había sido territorio de resistencia a la invasión española, ejemplo de ello fueron las que protagonizaron los originarios liderados por Juan Chalimini en 1536. Cien años más tarde volvió a explotar la rebelión contra los abusos del orden colonial, como la que encabezó Juan Calchaquí. En esa misma región, se sintieron las influencias de la gran rebelión de Túpac Amaru II y Micaela Bastidas (de 1780) y del alzamiento de Túpac Katari y Bartolina Sisa en el Alto Perú. Con estos antecedentes, en los años previos a 1810 se sucedieron los conflictos entre poseedores de la tierra que eran originarios, gauchos mestizos o afrodescendientes y la clase patricia de terratenientes de Salta, que se ocupaba de la ganadería de mulas. Los explotados y expoliados del sistema colonial, donde también se incluía a los artesanos y a los pobres de las ciudades, casi los mismos que fueron la base social de Artigas, fueron el sostén de la figura de Martín Miguel de Güemes. Güemes,así como Simón Bolívar y Artigas, tenían origen patricio, pero no representaron los intereses de su clase de origen. Sin embargo, ha ocurrido con Güemes que durante casi dos siglos ha sido uno de los grandes secuestrados por la historia oficial, que lo convirtió en representante de las mismas clases que lo aborrecieron y fueron responsables de su asesinato. La mención a Güemes no es antojadiza, porque él era el hombre fuerte en lo político y lo militar de la región donde se convocó al Congreso que declaró la Independencia.
El contexto nacional de la declaración de la independencia estaba determinado por la situación de debilidad de gobiernos que, desde Buenos Aires intentaban alinear a sus intereses los territorios libres del dominio español.Allí, después de la derrota del grupo morenista, que proponía un proyecto nacional que abarcaba los límites del Virreinato del Rio de la Plata, la política orientada por Buenos Aires privilegió la supervivencia del puerto por sobre otros territorios, lo que llevó en primer lugar a no poder contener a Paraguay, que inició su propio camino emancipador y, posteriormente, a la Liga Federal. Esta expresión de debilidad se hizo más manifiesta cuando la fracción pro-británica de la Logia Lautaro encabezada por Carlos María de Alvear, consiguió llegar al cargo de Director Supremo. Alvear no podía contener a Artigas, ni incomodar a Güemes, ni hacer obedecer a San Martín que había empezado a consolidarse en la provincia de Cuyo. Tratando de compensar esa debilidad mandó una Misión Diplomática ofreciendo a Inglaterra incorporar a nuestros territorios a la Corona Británica. El pensamiento de Alvear no era un delirio personal. De la misma forma que la oligarquía montevideana prefería ser colonia portuguesa antes que ser gobernada por Artigas, buena parte de la oligarquía porteña prefería ser colonia británica a estar gobernada por los caudillos del interior. Finalmente Alvear fue desplazado por Álvarez Thomas que tenía el antecedente de haber negociado con Artigas cuando comandaba fuerzas militares con órdenes de enfrentarlo. Resumiendo, el Congreso de Tucumán se organizó en un momento de suma debilidad de poder político de los porteños, en territorio que no controlaban y con el único consuelo de arrebatarle a la Liga Federal la provincia de Córdoba.
Con respecto a la declaración de la independencia hay un dato revelador. Solamente los diputados de Tucumán y Jujuy tenían instrucciones para declararla. Los motivos para que esa decisión se tornara mayoritaria expresaron el peso político y militar que tenían figuras como San Martin y Güemes y el prestigio político de otros, como Belgrano y Martín de Pueyrredón, que empujaron para concertar las alianzas que permitieran concretar esa decisión. En esa alianza se integran los diputados altoperuanos que, enterados de las intenciones porteñas de hacer arreglos con la corte británica y de Portugal, imponen agregar a lo de la Independencia de España lo de “y de toda otra dominación extranjera”. Francisco Narciso Laprida, quien cuando asume la presidencia del Congreso acelera los tiempos para poner en debate el tema de la independencia, es un diputado que respondía a San Martin.
El otro aspecto que debe ponerse en contexto, es la decisión mayoritaria de los diputados por considerar que la forma más apta de gobierno para el nuevo país independizado sería una monarquía constitucional. Este tipo de declaración, más que opiniones ideológicas, parece expresar conveniencias políticas. En tiempos de la invasión napoleónica a España, la resistencia en la península ibérica se organizó mediante la Junta de Sevilla que se autoproclamó como Junta Suprema de España e Indias. No es casualidad, entonces, que en América distintos intentos pro independentistas se organizaran en Juntas de Gobierno. Nuestra independencia se declaró en tiempos de la Santa Alianza, una poderosa liga de Naciones Europeas que proponía como uno de objetivos principales restaurar las monarquías. Es muy probable que quienes declararon la independencia eligieran no abrir un frente más en lo que hace a las formas de gobierno y por eso eligieran la monarquía constitucional. Seguramente hubo algunos monárquicos convencidos, como Belgrano, pero es difícil que esta fuera la posición mayoritaria.
Ha sido poco difundido que, en el congreso de Tucumán, a la hora de elegir monarca se decidiera por un Inca. Algunos autores han calificado a esto como un acto puramente propagandístico, sin ninguna decisión de concretarlo. Pero cada vez parece más fundamentada la posición de que, quienes lo proponían tenían un candidato, que era Juan Bautista Condorcanqui Monjarrás, más conocido como Juan Bautista Túpac Amaru, medio hermano de Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, sobreviviente de la masacre con que los españoles ahogaron la rebelión de 1781. Sobre dónde vivía Juan Bautista en ese momento hay versiones contrapuestas. La mayoría de los autores se basan en un texto de Mitre que dice que estaba preso en Cádiz. Otros afirman que ya estaba en el país y al tanto de los planes de los libertadores. Lo que es seguro es que era un hombre de ideas independentistas que mantuvo correspondencia con San Martin, Belgrano y Simón Bolívar. Felicitando al libertador venezolano por la liberación de la Gran Colombia le escribe: “a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad”.
Es evidente que en la declaración de la independencia estuvo muy presente la voluntad de extender el ejemplo de los ejércitos originarios que acompañaban a los resistentes en Alto Perú, en particular en las tropas comandadas por José Miguel Lanza, Manuel Padilla y su esposa Juana Azurduy. Fue por eso que el acta de la independencia se tradujo al quechua y al aymara. Eran tiempos en que en Nuestro Himno Nacional se cantaba “Se conmueven del Inca las tumbas, y en sus huesos revive el ardor, Lo que ve renovando a sus hijos de la Patria el antiguo esplendor”. Era un tiempo donde se decía que nuestros libertadores eran hijos de los Incas. Este espíritu del congreso de Tucumán, cuando se trasladó a Buenos Aires, entre lo que perdió por el camino y lo que le robaron los porteños, quedó reducido a un recuerdo. Después vino Mitre y nos contó otra historia. Y vino Roca y serruchó esa parte del himno, para poder justificar su invasión y sus matanzas.
Resumiendo estos apuntes históricos: el Congreso de Tucumán y el 9 de julio fue un relámpago de decisión liberadora en un país donde la historia revolucionaria parecía haberse detenido y quedado como exclusivo patrimonio de los que peleaban en las fronteras y más allá de ellas, llevando una luz que se apagaba a sus espaldas.
Resulta necesario reivindicar más de doscientos años después todo lo luminoso que nos dejó el Congreso de Tucumán y el 9 de julio de 2016, porque como decía el genial Alfredo Moffatt: “Un pueblo solo puede rebelarse desde una identidad cultural con raíces en la historia”.
6 de julio de 2020.