04/12/2024
El 23 de febrero de 1917 (según el calendario Juliano, 8 de marzo en el Gregoriano) comenzó en la ciudad de Petrogrado una insurrección que, en poco más de una semana, puso fin a los tres siglos del reinado autocrático de la dinastía Romanov e inició la gran Revolución Rusa. El hecho es muy conocido, pero su verdadera naturaleza y alcances siguen siendo objeto de investigaciones y polémicas, porque la historia no es algo que fue allá lejos y hace tiempo, la historia siempre es en tanto la pensamos e interpretamos desde el mundo y el tiempo en que vivimos. Como escribiera un gran novelista argentino, “la revolución es un sueño eterno”. Y más cuando se trata del impar proceso revolucionario que trastocó el antiguo orden de todo un Imperio (Rusia, Ucrania, Polonia, Finlandia, Estonia, Lituania, Georgia, Armenia, pueblos del Cáucaso, etcétera) y condujo a la otra insurrección, que ocho meses después, instituyó la República Soviética con el Concejo de Comisarios del Pueblo como órgano ejecutivo. La Revolución Rusa debe ser considerada también desde el punto de vista de la revolución mundial por ser indisociable del ciclo revolucionario que conmovió a Alemania y otros países europeos, para luego extenderse hacia Oriente y otros puntos del mundo, y tuvo expresiones político-organizativas como la Internacional Comunista (o Tercera Internacional), concebida como partido mundial de la revolución socialista.
La Revolución Rusa devino factor activo (ideal y materialmente) de la historia contemporánea durante un período que la agudeza y oficio de algunos historiadores denominó “el corto Siglo XX” (Eric Hobsbawn) o “el siglo soviético” (Moshe Lewin). Denominaciones útiles en tanto no se olvide que las periodizaciones, siempre opinables y relativas, lo son aún más referidas a una revolución que encontró tanto su institucionalización como su negación en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Un proceso en que múltiples movimientos histórico-sociales se superpusieron como capas tectónicas, con dinámicas y orientaciones diversas:
Las consecuencias del periodo 1914-21 y los efectos combinados de la década de 1920 y los primeros años de la siguiente fueron, para usar la afortunada definición de Moshe Lewin “una suerte de cohete de tres etapas, cada una de las cuales brinda una durable fuerza de propulsión, pero que produce también nuevos equilibrios y elementos de crisis que se suman a los heredados del pasado”. La combinación de estos tres elementos es indispensable para una explicación, sea del decenio que sigue a la Revolución de Octubre, sea para el período stalinista, o sea para lo que sucedió tras su desenlace (Agosti, 2017: 2).
Acá se re-examinarán algunos momentos y/o interpretaciones del período que fue de febrero a octubre de 1917, intentando dejar de lado visiones maniqueas, relatos mitológicos, afeites y prejuicios que, deliberada o inadvertidamente, enemigos y amigos de la revolución fueron agregando a lo largo de más de cien años. Repasar “a contrapelo” esa historia puede servir para rescatar voces y puntos de vista de los hombre y mujeres “de a pie” que fueron protagonistas de aquella gesta.
En vísperas del incendio
Ya en 1916, después de tres años de guerra, la situación de Rusia era desesperante. Habían muerto en las trincheras 1.800.000 soldados, otros 2.000.000 eran prisioneros de guerra y de 1.000.000 más no se sabía nada... Pese a lo cual la Stavka (Cuartel General de las Fuerzas Armadas del Imperio Ruso) reiteraba operaciones que terminaban en desastres y nuevas pérdidas.
A la soberbia e incompetencia del zar Nicolás II, se sumaban los escándalos e intrigas en la Corte y un completo desorden gubernamental:
(…) desde septiembre de 1915 a febrero de 1917, Rusia tuvo cuatro primeros ministros, cinco ministros del Interior, tres ministros de Asuntos Exteriores, tres ministros de la Guerra, tres ministros de Transportes y cuatro ministros de Agricultura. Este “juego de la pídola ministerial”, como llegó a ser conocido, no solo apartó a hombres competentes del poder, sino que también desorganizó la labor del gobierno, puesto que nadie permanecía suficiente tiempo en el cargo para familiarizarse con sus responsabilidades. La anarquía burocrática se desarrolló con las cadenas de mando que competían entre sí: algunos ministros eran responsables ante la zarina o Rasputin, mientras que otros seguían siendo leales al zar o al menos a lo que ellos pensaban que era el zar, aunque cuando se llegaba al punto central nunca parecían saber a favor de lo que estaban y, en cualquier caso, nunca se atrevían realmente a oponerse a su esposa (Figes, 2017: 429).
La nobleza, los grandes capitalistas y los gobiernos de Inglaterra y Francia advertían el riesgo de catástrofe, sin que Nicolás II y la zarina prestaran la menor atención. Las intrigas palaciegas y las combinaciones políticas en la Duma eran un laberinto sin salida. Buscando mayor protagonismo, los diputados octubristas (monárquicos) y los del partido Democrático Constitucional o kadetes (liberales) conformaron el llamado Bloque Progresista y también constituyeron los comités de la Industria de Guerra. Nada de eso lograba modificar el curso de los acontecimientos.
Reaparecieron, a pesar de la represión, las huelgas y una creciente agitación en las fábricas y barrios populares, especialmente en Petrogrado. El Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia (menchevique), que conservaba algunos diputados en la Duma,se oponía al zarismo pero apoyaba el esfuerzo de guerra de Rusia y sus aliados1 y era decidido partidario de la alianza con la burguesía. El Grupo Obrero Central liderado por el menchevique Kuzma Guozdev impulsó la elección de delegados fabriles para que eligieran en una segunda votación quienes debían ocupar los lugares asignados a los obreros en esos Comités de la Industria de Guerra. También los bolcheviques y los mencheviques internacionalistas impulsaron la elección de delegados, aunque oponiéndose a la participación en esos Comités.2 La tendencia a organizarse se expresaba también en la promoción de obreros con antigüedad (starost) como representantes ante la patronal y discusiones sobre la posibilidad y/o conveniencia de impulsar formas de coordinación más generales.
Así se llegó a principios de 1917. A la carestía y la inflación se sumaron la falta de harina, pan y carbón en un invierno extraordinariamente riguroso. El 26 de enero fueron detenidos los dirigentes del Grupo Obrero Central cuando intentaban organizar una manifestación por la democratización del país. La Ojrana también metió presos a varios bolcheviques. El 13 y 14 de febrero hubo pequeñas manifestaciones con banderas rojas y cantando La Marsellesa. El 18 de febrero entraron en huelga los obreros de la Putilov, la mayor fábrica metalúrgica de Petrogrado...
La insurrección
En el clima enrarecido antes descripto, las obreras de Petrogrado (constituían el 47% de la fuerza laboral y su sector menos organizado y politizado) decidieron conmemorar el Día Internacional de la Mujer (23 de febrero / 8 de marzo) protestando por la falta de alimentos y la carestía3 . La mañana del 23 comenzó con asambleas y manifestaciones en las zonas fabriles, pero después del mediodía las textiles del populoso y combativo barrio de Viborg arrancaron en manifestación hacia el centro de la ciudad, arrastrando a los metalúrgicos y sacando a la calle a los operarios de otras fábricas.4 “Queremos pan” era el cántico más generalizado.
El 24 por la mañana las obreras en asamblea decidieron continuar con la huelga y las manifestaciones, que se extendieron y masificaron hasta ser ya unos 200.000 provenientes de todos los barrios. Los enfrentamientos con la policía se hicieron más violentos, pero los cosacos evitaban reprimir y la protesta llegó hasta el centro y a las inmediaciones de la Duma.
Al día siguiente comenzó la Huelga General, se sumaron a las marchas la intelligentsia, los empleados y artesanos. La violenta represión policial no logró impedir la ocupación de la Perspectiva Nevsky y hubo casos en los que cosacos y soldados intervinieron para contener la brutalidad policíaca. La proliferación de banderas rojas indicaba ya la participación e influencia de los socialistas y pasaron a primer plano las consignas “Abajo la guerra” y “Abajo el gobierno”. Esa noche el zar dio la orden para que ejército pusiera fin a los disturbios trasladando de ser necesario tropas desde el frente.
El domingo 26, la multitud que ocupaba el espacio público reclamaba con audacia creciente el apoyo de los soldados. Cuando los efectivos de una compañía acataron la orden de disparar provocando muertos y muchos heridos, el pueblo se concentró ante los cuarteles y éstos (incluido el que había ocasionado la masacre) comenzaron a amotinarse. Ocurrió lo mismo en la base naval de Kronstadt y en la Escuadra del Báltico.
El 27 de febrero la masiva participación de los soldados y marineros marcó un giro decisivo en lo que era ya una revolución. Generalizada la sublevación de la guarnición, los insurrectos ocuparon los puntos estratégicos de la ciudad y comenzaron a combatir a la policía y los francotiradores que desde los edificios altos ametrallaban a la multitud. Fueron asaltadas las comisarías, liberados los presos políticos y se distribuyeron armas entre los manifestantes. Hasta aquí, un resumen de lo que narra con mucho detalle y documentadamente un investigador de izquierda (Mandel, 2017: 90-93). No es sustancialmente diferente el panorama que describe un historiador conservador:
(..) el motín de la guarnición de Petrogrado convirtió los disturbios de los cuatro días anteriores en una revolución a gran escala. Las autoridades zaristas se vieron prácticamente privadas de poder militar en la capital. (…) Además, la salida de los soldados a las calles aportó fortaleza militar y organización a las masas revolucionarias. En lugar de la protesta vaga y sin propósito fijo, se centraron en la captura de objetivos estratégicos y la lucha armada contra el régimen. Soldados y trabajadores lucharon juntos para capturar el arsenal, donde se armaron con cuarenta mil fusiles y treinta mil revólveres, seguido de las principales fábricas de armas, donde por lo menos otros cien mil fusiles cayeron en sus manos. Ocuparon el departamento de artillería, la central telefónica y algunas (aunque no todas) las estaciones de ferrocarril. Extendieron el motín a los restantes cuarteles (…) muchos de los soldados también se mantuvieron ocupados con la tarea de atacar, a veces aporreándolos o incluso asesinándolos, a sus comandantes. Era una revolución en las filas. Pero la atención de los insurgentes estaba centrada principalmente en la sangrienta guerra callejera contra la policía (Figes, 2017: 364).
Las mujeres que el 23 de febrero hicieron punta gritando “Paz, Pan y Libertad”, “Abajo la carestía” y luego “Basta de guerra” y “Abajo el zar” seguramente ignoraban que había existido un periódico subversivo llamado Iskra5 (La Chispa) cuya bajada de título anticipaba: “de la chispa nacerá la llama”. Fueron ellas sin embargo esa chispa que encendió la llama de la revolución. Ningún partido las dirigió, los militantes más experimentados les habían recomendado cautela... pero por encima de cálculos tácticos, el hartazgo y la indignación las impulsó a la acción. Lo demás llegó por añadidura, con y en la auto-actividad de las masas: entrando a las fábricas para arengar a los trabajadores remisos, poniendo el pecho a los caballos de los cosacos y a los fusiles de la policía, fusionando espontaneidad y organización, experiencia y audacia, reivindicaciones económicas y exigencias políticas... El ejemplo de dignidad y determinación que dieron las trabajadoras de Petrogrado, maltratadas por partida triple (por la autocracia, la patronal y el patriarcado imperante) fue en sí mismo una revolución. Parafraseando a Marx: no sabían que la hacían, pero la hicieron.
El poder dual (dvoevlastie)
El 27 de febrero, con la Duma –que el zar había declarado en receso– rodeada por manifestantes que exigían el fin de la autocracia, su presidente M. V. Rodzianko facilitó una sala para que los mencheviques Guozdev, Chjeidze y Skobelev se reunieran con otros grupos socialistas (social-demócratas independientes, bolcheviques, grupo interdistrital, socialistas revolucionarios, laboristas, socialistas populares, Bund Judío, socialistas letones, etc.). De allí surgió el llamado a la inmediata conformación del Soviet de diputados obreros y soldados y un Comité Ejecutivo provisional con mayoría de “socialistas moderados”.6 Los diputados comenzaron a ser designados a mano alzada en improvisadas y tumultuosas asambleas en fábricas, barrios obreros y cuarteles y esa misma noche comenzaron a sesionar7 sin protocolo alguno en el salón Catalina del Palacio Táuride.
La cuarta Duma8 no se había atrevido a desacatar el receso ordenado por el zar, pero ante el evidente desmoronamiento de su autoridad el Bloque Progresista formó una “Comisión Provisoria de miembros de la Duma para restaurar el orden y mantener contactos con personas e instituciones” (obsérvese lo extenso y cauteloso del nombre adoptado) que solicitó la abdicación del zar –que ocurrió el 2 de marzo– y desde el ala derecha del Palacio Táurida inició con los dirigentes del Soviet negociaciones apuradas9 para constituir un Gobierno Provisional:
En la noche del 28 febrero al 1de marzo, estos dos grupos, uno en nombre de la “democracia revolucionaria” (las clases populares), el otro en nombre de la Rusia censitaria, acordaron la formación de un gobierno provisorio, constituido exclusivamente por diputados de las clases poseedoras en la Duma. La Comisión de la Duma, por su lado, aceptó el programa del Soviet (...) El 2 marzo, el plenario del Soviet aprobó el acuerdo por amplia mayoría, aunque condicionó el apoyo al gobierno provisorio a la concienzuda ejecución del programa del Soviet. El plenario decidió también formar un “Comité de vigilancia” (kontrolivat’s) para controlar las actividades del gobierno (Mandel, 2017: 94).
Los soviets, producto directo de la revolución, expresaban lo que en Rusia se llamaba democracia revolucionaria y, por añadidura, tenían fuerza militar, al menos en la capital10 y otros centros importantes. Pero la mayoría del Ejecutivo del Soviet no quiso conformar un gobierno revolucionario y dejó en manos del Bloque Progresista la designación de un gobierno provisional (burgués). Los dirigentes del Soviet no quisieron asumir cargos en el mismo11: mencheviques, SR e incluso algunos bolcheviques (antes del regreso a Rusia de Lenin) sostenían que, tratándose de una revolución burguesa para democratizar y modernizar Rusia, debía gobernar la burguesía y los socialistas no debían ser parte de tal gobierno (un mes después cambiaron de posición). También decían que solo la burguesía contaba con los necesarios conocimientos y experiencia de gestión. Pero el argumento decisivo era que los obreros eran una pequeña minoría y en la inmensa Rusia nada podría conseguirse sin el impulso conjunto de “todas las fuerzas vivas de la sociedad”, concediendo el primer lugar a la burguesía y la intelligentsia. Desde un ángulo más pragmático, se dijo también que “desde afuera se puede controlar mejor…”
Pero las exigencias que el gobierno se comprometió a satisfacer eran imprecisas: no se ponía plazo para la Constituyente, ni se establecía nada cierto sobre las cuestiones más importantes e inaplazables: el fin de la guerra que exigían los soldados, la jornada laboral de 8 horas que reclamaban los obreros y la entrega de tierras que demandaba el campesinado. Al frente del Gobierno Provisional estaba el príncipe Georgy Lvov (dirigente de la Asociación Nacional de Zemstvos) y los hombres fuertes del gabinete eran el ministro de Relaciones Exteriores Pavel Milyukov (historiador y líder del partido kadete) y el de Guerra, Aleksander Guchkov, gran industrial octubrista. Sus prioridades eran impedir la desintegración de la disciplina y jerarquía militar, garantizar que la guerra continuara y poner fin a la agitación política y social, pero no podía hacer nada sin la ayuda del Comité Ejecutivo del Soviet,12 que estaba comprometido ante su base a buscar una “paz sin anexiones” y controlar que el gobierno cumpliera con lo acordado. Alguien resumió la situación con la famosa expresión postol’ku poskol’ku, algo así como “Apoyamos al Gobierno Provisional en tanto y en cuanto cumpla con la plataforma planteada por el Soviet”. El gobierno carecía de legitimidad de origen y sobre todo de autoridad, y lo sabía:
El Gobierno Provisional no tiene poder real de ninguna clase, y sus órdenes se aplican solo en la medida en que lo permite el Soviet de diputados de trabajadores y soldados. Este último controla las fuerzas más esenciales del poder, pues las tropas, los ferrocarriles y los servicios postales y telegráficos están en sus manos. Se puede afirmar con franqueza que el Gobierno Provisional existe solo en la medida en que se lo permite el Soviet (Carta del ministro Guchkov al general Alexeev, citada en Figes, 2017: 407).
El Soviet tenía de hecho más poder (vlast) que el gobierno formal. Había avalado la liberación de los presos políticos y el libre accionar de las organizaciones de izquierda y los sindicatos, se había hecho cargo de controlar el transporte y abastecimiento de la ciudad, editaba un diario, había llamado a extender la organización soviética a toda Rusia... Y el 1 de marzo había impartido la famosa Orden 1 (Prikaz I) disponiendo que
(...) se eligieran comités de soldados en todas las unidades militares a partir del nivel de compañía, la subordinación al soviet de todas las unidades militares en cuestiones políticas y finalmente libertades cívicas para todos los soldados. Las órdenes de la comisión militar organizada por el Comité de la Duma para comandar la guarnición, solo debían ser obedecidas cuando no fuesen contradictorias con los decretos y resoluciones del Soviet. Con esto el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado asumió de hecho el poder sobre la guarnición (Anweiler, 1974: 106).
Esta equívoca e inestable arquitectura institucional fue denominada Diarquia o, más popularmente, “doble poder” (dvoevlatie). Se trataba de un acuerdo cojo por ambos lados. El gobierno burgués no podía sostenerse sin el respaldo de los socialistas “moderados” que estaban al frente del órgano nacido de la revolución. Por el otro lado, la dinámica expansiva y radical de los soviets escapaba al control del Comité Ejecutivo (Ispolkom) de Petrogrado y a fortiori del Comité Ejecutivo Central Panruso de los Soviets (Vserossiiski Tsentralni Ispolnitelni Komitet o VTsIK)13 o CEC.
Este artículo es un extracto del libro Rusia 1917 Vertientes y Afluentes - Actualidad de la revolución y el socialismo Vol I de Aldo Casas. Forma parte del capítulo titulado La revolución rusa a "contrapelo". (Pág. 77)