28/03/2024

1968-2008. Constelación y lucha de clases, las esperanzas del pasado en el presente.

Constelación y renovación de la esperanza.

 
La fecha de 1968 en el 2008 puede ser otra cita del pasado con el presente, un ir más allá del tiempo de los vencedores, una mirada de esperanza del hombre inacabado. En ese pasado se encuentran imágenes dialécticas, una lucha contra los dioses del poder mercantil, mito terrorífico de la barbarie del capitalismo. En este sentido, la mirada melancólica del ángel de la historia de Walter Benjamin (Sobre el concepto de historia, Tesis IX)[1] nos recuerda que la acción revolucionaria puede detener el tiempo del reloj del Capital. Este ángel lucha contra el viento del progreso que, a pesar de todo, canta nuevas promesas para la redención de las historias y muertos del pasado. El ángel anuncia las posibilidades del cambio, una necesidad inscrita en la historia de los vencidos, esos millones de partículas luchando o emigrando en búsqueda de bien-estar.
Su mirada espantada reclama el deseo renovado por el dolor de los muertos, esas heridas del trabajo-concreto, lucha de clases activa en el presente del mundo de las resistencias, delirios en estos tiempos de fantasmagoría totalitaria de la mercancía. Plasma los sueños alejados de las condiciones objetivas de la privatización y dominación. Sus ojos, abiertos sobre el pasado, son las puertas del alma por donde podría irrumpir la revolución, aquella que no culminó y cuyas resistencias y pensamientos rebeldes e insumisos siguen preguntando como caminar para lograr otro mundo. Son reflexiones que se vuelven acciones para el instante del todavía-no-aun (Bloch, 1976) en el presente.
Entonces, la matanza del 2 de octubre de 1968 en México es una de esas profundas llagas que siguen sangrando sin cicatrizar, en tanto parte de las prácticas del poder y pieza fundamental de la maquinaria del capitalismo. A cuarenta años de las revueltas de 1968, los muertos, imágenes dialécticas de ese poder, se revuelcan en sus tumbas. No pueden sino estar inquietos por la presencia de su memoria, ya que las estructuras del poder les quieren echar más tierra para atraparlos en el estático pasado de los expedientesde la Historia oficial. Cientos de muertos y desaparecidos, de los cuales no se sabe nada, salen de sus sepulcros anónimos para recordarnos que el enemigo no ha dejado de vencer y que la justicia es una palabra vaciada de los contenidos de luchas, sin los sujetos que exigen castigo a los responsables institucionales del capital, aquellos protegidos por leyes soplando el viento de la violencia.
No es sorpresa ni azar que el espectro de la lucha de clases inquiete a los guardianes del orden establecido. Existe una guerra por la apropiación de imágenes de la historia, una movilización de la memoria contra el olvido. Así, por ejemplo, en Francia, la gente respetable y posmoderna considera a los movimientos de 1968, junto a sus símbolos, como responsables de frenar el progreso del neoliberalismo. Desde esta perspectiva de enterrar el pasado, Nicolas Sarkozy no dudó en cuestionar este momento histórico. Evocó el espectro de 1968 como la causa de la “caída” de Francia en tanto que potencia económica, y se preguntó si su herencia “debe ser perpetuada o liquidada definitivamente”[2], ya que impide la acumulación para el desarrollo de su civilización neoliberal. Resaltamos que las palabras están ligadas a sujetos concretos de lucha de clases y recomposiciones de los bloques económicos a nivel mundial. Sin embargo, en el centro de estos discursos se expresa el sujeto en el instante de peligro. Sus palabras no solamente significan la insistencia de olvidar las esperanzas del pasado y los muertos, sino también el deseo de liquidar las conquistas de la lucha de clases y todo lo que sobrevive en medio de las reformas estructurales de acumulación de capital, incluyendo la memoria que media las conquistas de 1968: una constelación de derechos sindicales, laborales, ingresos, jubilaciones y múltiples formas de redistribución social del ingreso.
Hay que subrayar que no es el único problema de gobernantes e intelectuales europeos. Estos discurso comparten la ideología del historicismo de los vencedores que anunciaron desde 1989 el fin de la historia organizado con el pensamiento posmoderno: acabar con las ideologías de los macro-discursos. En México también encontramos esa preocupación de enterrar la memoria de la historia de los vencidos en lo más profundo del olvido. Ricardo Martínez Martínez (2004) menciona que varios actores institucionales insisten en las lógicas de la historia del así fue y confinan en el pasado a los hechos sociales vaciados de su sentido de lucha de clases. Insisten que 1968 “ya pasó”, que olvidemos la sangre derramada por las estrategias del poder, que “miremos hacia adelante”, y no atrás. Esto significaba para el expresidente Vicente Fox hacer actuar la supuesta imparcialidad de la justicia que, como hemos visto en los últimos años, organiza la violencia institucional, legal y jurídica con la militarización del presente[3].
Los contenidos sociales y políticos en los discursos quieren asegurarnos de sus verdades, únicos caminos de su civilización, convencernos que en lo que queda de humano en el capitalismo se encuentra la reconciliación necesaria para acabar con tanta violencia. Nos inundan de discursos mediáticos de los hechos de violencia de ese período que abría tantas esperanzas, anuncian e insisten que la injusticia es responsabilidad de algunos hombres malvados (expresidentes y militares sin control ―algunos fallecidos, otros vivos―, paramilitares y policías corruptos, etcétera), que violaron la ley y justicia del “sistema humanista” del capitalismo con sus leyes justas de guerra civilizadora.
Sin embargo, a pesar de la insistencia del olvido, millones de personas y colectivos rememoran sucesos contenidos en nuestra historia. Como chispa prenden la vida, atizan la esperanza violentada por los velos de la ignominia y el perdón. Familiares de sobrevivientes y desaparecidos del Frente Nacional Contra la Represión (FNCR) y otros más son el eco de los muertos reclamando justicia en la actualidad, es la dignidad que no puede ser aplastada. Exigen Comisiones institucionales de la verdad sobre ese año de dolor y enfrentamiento. Denuncian los métodos de la democracia del terrorismo que aniquiló luchadores sociales de ese período. Si recordamos 1968 con la constelación que determina los discursos en el presente, podemos centrar en las autoridades e instituciones la lógica del olvido y perdón llamando a la reconciliación de las contradicciones, una síntesis de la historia que avanzaría linealmente en su modernidad, sin regresar a las significaciones del pasado. En este sentido, la fecha de 1968 con los acontecimientos del instante-vivido-esperanza dan vida a las imágenes dialécticas contenidas en el presente, deseos y aspiraciones de cambio, inscritos entre el olvido del dolor constante de las derrotas y la conmemoración oficial del olvido. Son una guerra contra el olvido, contra la liquidación de la memoria.
 

El angel de la historia en 1968.

 
En la actualidad se perciben otra vez los actos fúnebres de ese año de dolor y remembranza. Silencio, labios murmuran gritos, los de las víctimas. Miradas destellan el fuego mesiánico que sigue ardiendo en los ataúdes del pasado. Estas expresiones iluminadas y profanas se reflejan en nuestro espejo, proyección del rechazo de la oscuridad de las leyes de la modernidad capitalista.
Con la constelación de luchas de los años cincuenta, ferrocarrileros, maestros, médicos y estudiantes, adyacente a la memoria de las víctimas de 1968, escuchamos en México, en los gritos del presente, los ecos cercanos del ayer: “2 de octubre no se olvida”. Son sujetos de la historia, de luchas y esperanzas. En respuesta se oyen discursos, los del horror de la guerra y la pax orquestado por el poder del Capital, quien presenta a sus actrices: democracia, justicia y libertad.
Así, en México, las Comisiones y Fiscalías gubernamentales hablan del 68 como escombro a despejar, ya que no lo pueden refutar. La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), órgano de la Procuraduría General de la República (PGR) inició sus indagatorias para castigar a los responsables del genocidio perpetuado por las autoridades en 1968 y 1971, descartando las responsabilidades del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica y de la Unión Soviética (Cf., Castillo García, 2004). El pasado de 1968 se presenta como parte del mito del progreso, un imperioso progreso de la acumulación de los tiempos homogéneos vaciados de los contenidos sociales que lo hicieron nacer. En los medios de comunicación y expedientes de la Historia se escucha nuevamente que fueron los “malos gobernantes” los que impidieron el triunfo de la democracia, justicia y libertad. A semejanza de los estudiantes extremistas, bien clasificados e identificados por las normas y leyes de la sociedad, estos diabólicos gobernantes fueron los enemigos que frenaban su Modernidad.
Como Hitler y otros dictadores del mundo, fueron presentados como culpables de deslices humanos, errores no calculados en la maquinaria triunfante de la Civilización capitalista. Se trata para ellos de injusticias sistémicas, equivocaciones de la lógica mercantil que hay que corregir. Los muertos son la responsabilidad de algunos desquiciados por el poder y ambición de la corrupción. En suma, como en las competiciones de las olimpiadas de 1968, no es el sistema capitalista el responsable de los muertos del 2 de octubre. Son los errores humanos particularizados los que hay que amonestar. Así, a 36 años de la masacre del 2 de octubre se anunció que había llegado la hora de la justicia y su aplicación. El ex-dirigente del movimiento estudiantil, Jesús Martín del Campo (citado por Saldierna, 2004) afirmó que los responsables deberían ser condenados a la cárcel. Como si el sistema de injusticia en México pudiera ser reformado en su profundidad, Martín del Campo y muchos otros siguen pensando que resulta posible aplicar la justicia en el sistema capitalista, sui generis injusto. ¿A quiénes hay que ajusticiar? ¿A los presidentes? ¿A los militares y policías, empleados criminales del sistema? ¿A los jueces que no han hecho justicia desde decenas o cientos de años? ¿A los abogados y estudiantes, en particular los de sociología, que viven estimando y haciendo valoraciones sistémicas de la injusticia y justicia, que callan, por ignorancia o por miedo, las consecuencias de la comodidad capitalista posmoderna? ¿A los ciudadanos, quienes cómplices del pasado y del presente, guardan silencio ante la ignominia? En todo caso, insistimos, ¿no es el capitalismo con sus sistemas democráticos de justicia el culpable de tanto dolor?
Sin embargo, y a pesar de todos los ungüentos discursivos de la sociedad del espectáculo (Debord, 1992), las llagas históricas de la lucha de clases no sanan para preguntar el por qué tanta miseria, injusticia y sufrimiento. Actúan en los procesos de reconfiguración política para no repetir los errores del pasado y actuar con ellos a fin de impedir que se reproduzca la objetivación del Capital. Las venas abiertas de América Latina (Eduardo Galeano, 1983) no cauterizan, son las huellas del México profundo. Sinónimo de bronco, salvaje, bárbaro, tosco y obstinado. Sigue soñando con otra vida, Otro Mundo en su tiempo de resistencia y rebeldía para rescatar la dignidad todavía viva, a pesar de años de dominación―represión traducida en etnocidios, genocidios. En el presente, lo humano actúa con la memoria del fuego (Galeano, 1991).
Espantado por la naturaleza en ruinas, el ángel de la historia mira el mundo, un mundo de guerras, destrucciones, derrotas y muertes. Contempla las piedras, los muros de la trágica historia de Tlatelolco, de los Cuauhtémocs del presente que actúan su tiempo como parte de la esperanza. Horrorizado sueña con el tiempo de las esperanzas del pasado en el presente de los vencidos. Mira los relámpagos de la historia. Quisiera apostar sobre estos instantes deslumbrantes que se renuevan en las experiencias de los acontecimientos del presente. Así, a la luz de los faros de la historia de la resistencia, los neozapatistas revolucionarios, los campesinos de Atenco y los miembros de la APPO en Oaxaca, herederos del pasado de resistencias y rebeliones de la década de los sesentas y del 1968, persisten desmedidamente en querer destruir la buena política autorizada en sus espacios públicos institucionales. Son los locos que cuestionaban el cocktail estalinista. Son los irredentos jóvenes que envejecieron juvenilmente con el pasado, creyendo que, a pesar de todo, otro mundo es posible. Irracionalmente, rompen las normas y reglas de la política, caminan abajo y a la izquierda. A veces se pierden, se equivocan, pero, con la paciencia de los revolucionarios, esperan en la oscuridad que los rayos de las noches de tormenta del pasado los iluminen. Sus miradas quieren redimir los instantes de lo posible. Rememoran a los muertos para no morir en el olvido, concentran imágenes-relámpagos del pasado y juntan los restos del espejo estrellado de la historia para enfrentar mitos de la democracia capitalista.
 

Los muertos,  un caminar con las esperanzas.
 
En el contexto de la llamada Cuarta Guerra Mundial por el subcomandante Marcos, la humanidad enfrenta el neoliberalismo. Los revolucionarios vuelven a apostar para ganar, pues, como hemos mencionado, saben que si pierden, ni sus muertos ni su memoria conocerán la paz. Así, si miramos el año de 1968 en México, no lo hagamos románticamente en la melancolía y las lágrimas, creyendo que las instituciones no cumplieron su deber con la historia o pensando que traicionan la historia de nuestras conquistas. Nuevamente, la experiencia y el conocimiento de 1968 son los rayos de las tormentas del pasado en la subjetividad del presente. Se trata de una luminosidad de la cual nos debemos apropiar, ya que nos permite actuar contra el totalitarismo que estamos viviendo, noche de errores de los vencidos por los cuales seguimos sufriendo.
Entonces, la mirada fugaz y adolorida del ángel hacia el pasado nos permite cuestionar a aquellos que siguen creyendo en el progreso y la justicia corporativa (ya mediada por el poder), aquella que debería sanar las heridas, la ignominia que se construye con y en las instituciones jurídicas del capitalismo. No hay que seguir mirando al pasado para cerrar las heridas impuestas por la injusticia, sus leyes, que prometen lo inalcanzado de generación en generación. Pues cada vez que se menciona la palabra justicia aparecen los fantasmas luciferinos de las nuevas sanciones, lógicas capitalistas genoci-diarias de la privatización. No se trata de ver los orígenes de la justicia o injusticia, pero de mirar atentamente las cicatrices de la historia, cepillar la historia a contrapelo (Tesis VII). Esto permite resaltar los antagonismos de la historia oficial, estrellar el espejo de las identidades del poder y la dominación, ver que la guerra de baja intensidad, silencio o miedos de los gobernantes, expresa nuestras fuerzas. No actúan sin objetividad de la lucha de clases, su estrategia militar es parte del antagonismo de la crisis del Capital. Mirar al pasado permite evitar traiciones, errores, así como las recuperaciones del sistema.
La metáfora del ángel renueva las esperanzas de los instantes del tiempo de la insurrección revolucionaria. Son las miradas de los insurrectos en el mundo durante los últimos años; son las resistencias acumuladas durante 500 años, se expresan en las rebeldías de los indígenas zapatistas desde 1994; son las redes de resistencias de la Comuna de Oaxaca en 2005-2006. Son las acciones que no esperan que las grandes masas lleguen al escenario para cambiar el mundo. Esas partículas rememoran los instantes de los sueños revolucionarios para no morir en el olvido re-actualizado en las conmemoraciones de los vencedores. Construyen el tiempo de la rebelión cotidiana contra el imperio del fetiche de la mercancía. Saben en sus madrigueras que a cada instante pueden brotar los posibles. Desde la clandestinidad, impuesta por los tratados económicos internacionales y planes de contrainsurgencia (ver la militarización anunciada en los diseños de la Seguridad en el Plan Puebla Panamá, actualizado en el Plan Mérida en México, retomado del Plan Colombia), se abren brechas por donde se filtran esperanzas acumuladas. No se trata solamente de resistencia, de detener el viento de la represión, sino también de socavar la certidumbre del así es y así será para que llegue el Mesías (Tesis, XVIII, apéndice b), redimir el pasado.
Aunque penetrados por la sociedad y sus ideologías de Progreso e Inseguridad, múltiples actores en diversos espacios, editoriales, artistas, poetas, militantes de partidos y sindicatos, comunidades indígenas, amas de casa, homosexuales, etcétera, salen de sus trincheras, de sus selvas controladas en la guerra de baja intensidad. Actúan con el pasado para frenar el tren de la catástrofe humana. Al contrario del tiempo vacío y homogéneo de la historia oficial, existe el tiempo de 1968-2008, una constelación de lucha de clases renovándose en el presente contra la violencia de los designios impuestos por el capitalismo. Esas fechas, años de resistencias y rebeliones, cristalizan los dulces sueños de la resistencia de la utopía inscrita en las pesadillas de la historia oficial: condenas a la guerra en su paz-totalitaria de lo policíaco y militar. Son el terrible recuento de las ideologías y cuentas configurando los cuerpos robotizados de su humanidad. Pero son también recuerdos del pasado en el presente, viven las esperanzas en la soledad del silencio de la comunicación monopolizada por los medios mitificados del totalitarismo de la libertad y democracia institucional y electoral.
El pasado de esperanza y utopía de lo posible de las barricadas comunitarias de la libertad de 1968 en el universo irredento, se renueva. Con Frantz Fanon (2002), tenemos que seguir pensando en nuestra locura, histeria y paranoia, objetivación de los rastros de una verdad y autenticidad del tiempo mesiánico de la aventura, aquel que sigue actuando fuera del tiempo de lo admisible. Las significaciones irrelevantes para la ley del poder, como tantos profetas imaginando otro mundo que el mundo real, siguen siendo bienaventuradas en la renovación de la memoria invisible de las artes de la resistencia, pensar lo pensado para reorganizar el pensamiento del todavía-no existe, creer y concretizar la utopía posible contra la posmodernidad y su libertad totalitaria.
 
Bibliografía:
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Castillo García, Gustavo (2004), “No ha habido ni verdad ni justicia en cuanto al 2 de octubre: Guevara Niebla” en La Jornada, 2 de octubre.
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“Francia, mayo del 68”, recurso de Internet: http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/act_permanentes/historia/html/mov68/francia.htm



[1] Benjamín Walter (2000), “Sur le concept d’histoire”, en Œuvres III, Gallimard, Paris, pp. 427-443. Aclaramos que todas las citas de Benjamin son referenciadas en este texto por el número de tesis.
[2] La respuesta a estas aseveraciones en Francia fue un llamado internacional contra la muerte de la memoria: “Mai 68, ce nest pas quun début…”. El eco que viene de lejos, son las luchas de organizaciones y personalidades en el mundo para actuar con los muertos del pasado en el presente, las rebeldías al neoliberalismo. Con este manifiesto se organizaron diversas iniciativas durante los festejos de mayo del 2008. Era una cita de la historia para rememorar a los muertos, reactualizar las urgencias del peligro cotidiano en cuarenta años de vida contra la muerte de 1968.
[3] Se trata de, entre otras cosas, la Guerra de Baja Intensidad en zonas indígenas de Chiapas con el discurso de Seguridad y Contra el Terrorismo; pacificación de Oaxaca con la violencia militar contra la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO, con 25 muertos, cientos de presos políticos y desaparecidos); en agosto del 2008, condenas a 112, 45 y 31 años de prisión a dirigentes de Atenco en el Estado de México por haber luchado contra la construcción del aeropuerto y centros comerciales en sus tierras; intervención de las fuerzas del orden para evacuar a quinientos mineros en huelga en la empresa siderúrgica Lázaro Cárdenas (Sicartsa) en Las Truchas, donde hubo 2 muertos y 41 heridos, 2 de ellos de gravedad.

 

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