24/11/2024
Por Louçã Antonio
El 7 de noviembre de 1918, la monarquía alemana fue derribada por una revolución. El proceso entoncesabierto, en los meses y años que siguieron frecuentemente fue considerado como un remake de la revolución rusa, en casi todo salvo en el desenlace. Pero la apariencia engaña.
Tal como en Rusia, la revolución alemana también nacía de la derrota militar y la disgregación del ejército.Y, tal como en Rusia, de la revolución nacían órganos del tipo soviético -en este caso, los consejos de obreros y soldados. Y, además de estas analogías, parecían imponerse otras sobre momentos cruciales de los dos procesos.
Analogías de calendario
El derrocamiento de la dinastía Hohenzollern, en Noviembre de 1918, necesariamente llevaba a pensar en el derrocamiento de la dinastía Romanov, que diera inicio a la revolución rusa. El Noviembre alemán, con predominio de la espontaneidad popular y la irrupción de sus consejos, evocaba casi automáticamente el Febrero ruso del año anterior.
El segundo paralelismo inevitable es entre la sublevación berlinesa de Enero de 1919 y las jornadas de Julio de 1917 en Rusia: la impaciencia del movimiento popular y una momentánea superioridad en la relación de fuerzas local llevaron a una parte del movimiento a salir a la calle con la ilusión de tomar el poder en la capital.
En el caso de Rusia, se puso de manifiesto la sangre fría del Partido Bolchevique, pues supo decir no a la vanguardia más decidida, pero sin escapar a las consecuencias del error y compartiendo sus consecuencias en la cárcel, en el exilio, en la clandestinidad. Y también se vio que ese retroceso momentáneo permitió al Partido Bolchevique relanzar casi de inmediato la lucha por el poder de los soviets.
En el caso de Alemania, sólo las voces de Rosa Luxemburgo, Radek y pocos más supieron alertar contra la aventura de Enero. Clamaban en el desierto, no fueron escuchados y no pudieron limitar los daños. Rosa -así como Liebknecht y otros cientos- lo pagaron con la vida, Radek con la cárcel.
Decapitado el movimiento, privado del alma agitadora (Liebknecht), de su mejor cabeza (Rosa) y poco después también de su organizador más tenaz (Jogiches), siguió asistiendo, impotente, alcrescendo de la arrogancia contrarrevolucionaria. Y, como era de temer, fue recayendo una y otra vez en espasmos de impaciencia: el caso más emblemático fue el de la república soviética de Baviera, en el verano deese mismo año, cuando perdió la vida uno de los más grandes dirigentes luxemburguistas, Eugen Leviné.
Un tercer paralelismo existe, entre las iniciativas armadas de la contrarrevolución alemana y el putsch de Kornilov en Rusia, en Septiembre de 1917. En vísperas de la Navidad de 1918, hubo un ataque en toda la regla contra el acuartelamiento de la Volksmarinedivision, la unidad militar más comprometida con la revolución. Fue derrotado por la respuesta de las masas, pero no dejó de constituir un serio aviso de los extremos a los que estaba dispuesta a llegar la oficialidad prusiana.
En meses siguientes y durante más de un año, esa oficialidad no pudo volver a sublevarse, porque el ejército estaba en gran parte fracturado. En contrapartida, creó los Freikorps (“cuerpos francos”), una organización terrorista a gran escala, que llegaría a ser globalmente responsable de miles de asesinatos y atentados mortales.
Y como, a pesar de todo, la situación no terminaba de estabilizarse, en Marzo de 1920 el general Lüttwitz se sublevó para llevar al poder a un alto funcionario, Kapp. Consiguió controlar la capital durante algunas horas, pero fue finalmente barrido por la mayor huelga general del movimiento obrero hasta entonces. El proletariado quedó dueño de la situación en varias regiones del país. En la cuenca del Ruhr, se creó un ejército rojo con decenas de miles de obreros.
La derrota de la “korniloviada” alemana de 1920 quedó tan grabada en la memoria de todos los actores políticos que en Noviembre de 1923, cundo el general Ludendorff y el jefe nazi Adolf Hitler intentaron en Munich el “putsch de la cervecería”, la misma burguesía bávara los metió en la cárcel, para evitar que provocasen una guerra civil de desenlace incierto.
La analogía que faltó
Después de las tres grandes analogías -con la revolución de Febrero, con las jornadas de Julio, con el golpe de Kornilov-, a la revolución alemanaparecía faltarle solamente la analogía con la revolución de Octubre. Trotsky alimentó una intensa expectativa en que esa analogía tendría la oportunidad de concretarse en 1923 (antes incluso del putsch hitleriano). Llegó al punto de proponer que se pusiera fecha a la revolución alemana, en coincidencia con el sexto aniversario de la revolución rusa de Octubre -7 de Noviembre, en el calendario gregoriano.
Pero, en definitiva, no pasó nada. Bien vistas la cosas, era preciso tener en cuenta que en todos los momentos decisivos y análogos de la revolución alemana,el KPD había adoptado un comportamiento situado en las antípodas del bolchevismo.
En efecto, el KPD no supo refrenar el equivalente alemán de las jornadas de julio. Por el contrario, en 1919 osciló entre tolerar o alentar la insurrección de Enero y sufrió por eso una pesada derrota. Y luego, en 1920, no supo participar activamente en la resistencia a la “korniloviada” alemana, se puso a un costado, rumiando viejos agravios contra los social-demócratas, y perdió por eso una oportunidad preciosa. Se había metido cuando no debía, y se quedó afuera del proceso en que debía meterse. Era de esperar que en 1923 no tuviese suficiente confianza en sí mismo como para tomar las decisiones necesarias.
Vale decir: lainterpretación analógica de la revolución alemana ve en cada uno de sus momentos cruciales una réplica de su equivalente ruso; y en cada uno de esos momentos ve también un marcado contraste entre el comportamiento de las direcciones revolucionarias de ambos países, lo que explicaría desenlaces diferentes en situaciones objetivas comparables. El comportamiento del KPD explica por un lado las derrotas parciales sufridas a lo largo del proceso y, por otro, su fracaso en la hora de la verdad, cuando se jugaba el todo o nada del “Octubre alemán”.
El equívoco en torno a Octubre
Ciertamente, la visión de Octubre como el climax posible de todas las revoluciones, como el alfa yomega de todas las estrategias, impregna globalmente esta visión. Cada uno de los otros momentos -Febrero, Julio y Septiembre- pasa a ser un peldaño de la escalera que debe conducir a la toma revolucionaria del poder. Y se supone que la toma del poder sería una especie de coagulación del proceso revolucionario. De allí en adelante podrán cometerse diveersos errores, pero el carácter proletario del nuevo poder está garantizado por ese “corte epistemológico”, sólo reversible por medio de una contrarrevolución violenta.
Es problemática desde luego, en esta visión, la idea de irreversibilidad de la toma del poder, tal como hoy podemos evaluar a la luz de la historia soviética posterior. Pero incluso suponiendo que Octubre hubiese sido ese corte absoluto, seguirían quedando sin respuesta una serie de cuestiones planteadas por la revolución alemana, imposibles de responder con simples metáforas historicistas.
¿Cómo explicar, en efecto, que la revolución alemana, en su movimiento objetivo, en lugar de seguir una línea que la aproximase a un momento decisivo de lucha por el poder, siguiese una línea que acabaría en la derrota y, finalmente, en el surgimiento y consolidación de la dictadura nazi?
Visto con la perspectiva de casi un siglo, ese momento decisivo que Trotsky situó en el Otoño de 1923 parece haber sido un Wunschdenken, o sea, voluntarismo del dirigente revolucionario que tomó sus deseos como realidad. En el congreso de los consejos obreros de Chemnitz la montaña parió un ratón, no tanto por incompetencia del KPD, sino porque no tenia mucho más para dar. En el momento en que se suponía debía comenzar la lucha por el poder, los putativos protagonistas se fueron plácidamente a casa.
Con la misma perspectiva histórica, podemos ahora constatar que la revolución del 9 de Noviembre de 1918 fue el momento en que más cerca se estuvo de un “Octubre alemán”. Veamos si fue así o no. A Rusia llegó la revolución de Febrero con la mayoría de sus dirigentes revolucionarios en el destierro siberiano o en algún exilio occidental. Lenin demoró más de un mes en llegar a Petrogrado, Trotsky más de dos meses. El proletariado organizado, como honestamente reconoce Kaiurov en sus memorias, comenzó estando a la retaguardia de un movimiento que fue desencadenado, en primer lugar, por obreras muy poco ligadas al bolchevismo.
Cuando el pueblo ganó las calles, la guarnición de Petrogrado demoró un tiempo en adherir a la revolución. Durante ese tiempo, hizo numerosas víctimas. La policía siguió haciéndolas en los días siguientes. Incluso después de la revuelta de la guarnición, las tropas en el frente siguieron en gran parte controladas por la oficialidad. En Febrero, la revolución se pagó con más de un millar de muertos.
Los soviets surgieron rápidamente como resultado de acuerdos de cúpula entre los partidos socialistas y sólo posteriormente ganaron raíces en ciudades que recordaban aún los soviets de 1905. Pero a pesar de su popularidad, los soviets toleraban al gobierno del príncipe Lvov y se veían a sí mismos como mero contrapoder. Fue necesaria una prolongada “guerra de posiciones” de los bolcheviques, a lo largo de ocho meses, para que los soviets se dispusieran a constituir su propio gobierno.
En Alemania, todo ocurrió de un modo muy distinto. Con la derrota militar a la vista, la oficialidad alemana tuvo la astucia de admitir lo que siempre había rechazado: el gobierno liberal del príncipe Max von Baden, con el ingreso de dos secretarios de Estado social-demócratas y la parlamentarización del régimen.[1] Los dirigentes revolucionarios alemanes habían permanecido en libertad, estaban siendo liberados o en vías de serlo; Müller no llegó a ser encarcelado, Liebknecht salió de la prisión tres semanas antes de la revolución, Rosa Luxemburgo fue liberada el 9 de Noviembre y llegó a Berlín dos días después.
Por otro lado, la revolución comenzó casi en el frente de combate, entre los marineros de Kiel que estaban por ser enviados en una misión suicida. Desde allí se extendió a los puertos de Báltico, y poco después a Berlín. Al contrario de lo que ocurriera en Rusia, su movimiento fue, en cierto modo, desde el frente hacia la retaguardia. Y cuando se sublevó la capital, el poderoso proletariado alemán venía de dos años de huelgas económicas y políticas y teníaa la cabeza una organización proto-soviética, el movimiento de los Obleute encabezado por Richard Müller[2]. La guarnición de Berlín adhirió a la revolución sin vacilar: a diferencia de la revolución rusa de Febrero, pero a semejanza de la revolución rusa de Octubre, casi no se derramó una gota de sangre el 9 de Febrero.
Como en París en 1871, como en Barcelona en 1936, el proletariado quedó momentáneamente dueño de la situación. Los consejos obreros de Berlín no eran meramente, como los soviets rusos de Febrero, un contrapoder importante, sino el verdadero centro del poder. Crearon entonces un comité ejecutivo (Vollzugsausschuss) que era el verdadero depositario de la soberanía y tenía a Richard Müller como principal autoridad. Si en Rusia el gobierno de los soviets solo se constituiría ocho meses después de Febrero, en Alemania se constituyó inmediatamente después de la fuga del Kaiser. Cuando Karl Liebknecht proclamó la “república libre y socialista de Alemania” estaba indudablemente dejándose llevar por una ilusión, pero era una ilusión anclada en la realidad de un imponente poder obrero.
Desde allí en adelante, la revolución alemana no se aproximó a su Octubre: se alejó de él. Se alejó, desde luego, porque revolucionarios como Müller y Liebknecht no disponían de la misma clarividencia estratégica ni de la misma acumulación militante de la que dispuso Lenin en Octubre de 1917, para que consolidaran su momento de poder. Pero también se alejó porque la burguesía alemana era un hueso más duro de roer: Ebert, su máximo exponente, sabía simultáneamente conceder son la mano izquierda lo que en Rusia sólo se conquistó en Octubre (jornada de ocho horas, derecho de voto para las mujeres, elecciones constituyentes) y organizar con la mano derecha el terrorismo blanco, intrigando y acordando tras las bambalinas con el general Groener.
Cuando, en los años posteriores, Paul Levi intentó de manera algo errática basar su estrategia en la defensa de las conquistas de la revolución de Noviembre[3], partía de la misma realidad imponente que había inspirado a Liebknecht y esbozaba una apuesta acertada en lo esencial: recuperar el momento culminante del poder obrero a través de batallas defensivas que reabrieran el camino a la lucha por el socialismo.
* Este artículo fue escrito a principios de noviembre de 2018. Traducido del portugués para Herramienta por Aldo Casas.
[1]Cambio de régimen prerevolucionario que después serviría a Ebert para oponerse, en vano, a la abolición de la monarquía.
[2] Recientemente redescubierto en una notable biografía por Ralph Hoffrogge.
[3] Tenía razón Lenin al comentar, cuando avaló resignadamente la expulsión de Levi de la Kominern, en 1921, que éste había perdido la cabeza, pero que era “el único que tenia una cabeza que perder”.E