23/11/2024

Transformaciones del trabajo en la era de la "modernidad líquida" y el trabajo "inmaterial"

Por , , Hermo Javier P.

El presente trabajo está relacionado con el proyecto de investigación "Transformaciones del trabajo y la subjetividad de los actores en la era de la modernidad líquida y el trabajo inmaterial" que se está desarrollando en la Universidad de Buenos Aires. El mismo se propone abordar dimensiones relativas a la constitución de subjetividad -y, por tanto de sujetos- en relación con el trabajo, asumiendo como punto de partida la centralidad del "nuevo" trabajo "inmaterial" [1] en la era de la "modernidad líquida"[2], post-industrial o como se prefiera denominar. En este artículo se intentará profundizar en los aspectos teórico-conceptuales que suponen esta situación y cuáles son las características del trabajo inmaterial y la tendencia predominante.

El trabajo

Lejos de una aproximación ontológica o ahistórica al concepto, concebimos al trabajo en un contexto determinado que es el del modo de producción capitalista. Aún así, creemos necesario desplegar algunas reflexiones iniciales sobre su desarrollo como actividad humana, para poder plantear qué estamos considerando como trabajo inmaterial y sus características.

Mucho antes del inicio del ciclo capitalista en la historia, y a lo largo de ella, podemos encontrar como característica común, que el trabajo ha sido casi siempre una actividad colectiva, tanto en su planificación como en su ejecución, desde la originaria división del trabajo (aceptando lo de originario como momento "mítico" fundador). También que se ha tratado de una actividad pasible de ser expropiada y apropiada por otros, a través de distintos dispositivos de poder y tecnologías concurrentes para ello. Así se instaló alrededor de este problema un conflicto social básico, que en el capitalismo ha mostrado su variante más "evolucionada", ya que como dijera Weber, se trata del único sistema en la historia que logró la "organización racional del trabajo libre" [3]. Podemos agregar a ello que lo novedoso de este "trabajo libre", en todo caso, es la necesidad de una menor coacción abierta sistemática y su desarrollo hacia un carácter cada vez más abstracto como mercancía en sí misma, al mismo tiempo que se ha mostrado cada vez más necesario, en su carácter concreto, para la reproducción social y subjetiva.

Creemos que se requiere desarrollar un enfoque integral acerca de los procesos de trabajo como procesos históricos y sociales, que son a la vez determinados por la estructura social y estructurantes de lo social [4], en tanto que son desarrollados por actores, que se constituyen como sujetos sociales en relaciones de poder cambiantes. Lo dicho significa que no puede considerarse a los mismos ni como meros portadores de estructuras ni como autodeterminados o construidos aleatoriamente.

Compartimos que la relevancia del trabajo radica en su capacidad de transformación, no sólo del objeto material al que se aplica -cuando es el caso clásico del proceso de trabajo-, sino de las relaciones sociales y de los sujetos mismos, en una relación del tipo estructura-estructurante [5] que se realimenta y reconfigura en el proceso.

Consideramos como apropiada la categoría de trabajo inmaterial planteada por Hardt, Negri y Virno -entre los más destacados que lo han desarrollado-, para describir una nueva realidad en la que la nos encontramos con que el trabajo se presenta cada vez más como una "una fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa [6]". Compartimos, también, que existen "tres aspectos primarios del trabajo inmaterial…: la labor comunicativa de la producción industrial [vinculada por redes informáticas], la labor interactiva de los análisis simbólicos y la resolución de problemas y la labor de la producción y manipulación de los afectos [7]".

Creemos que las razones para centrar la atención en el trabajo inmaterial no son su relativa novedad o su importancia numérica, en el sentido de cantidad de personas (absoluta o relativa), que realizan este tipo de trabajo. Su crucial importancia debe buscarse en la tendencia que este trabajo inmaterial tiene a subsumir todas las otras formas de trabajo anteriores, en el sentido en que es planteado por estos autores con respecto al proceso de posmodernización o informatización:"del mismo modo que durante el proceso de modernización toda la producción tendió a industrializarse, así también durante el proceso de post-modernización toda la producción tiende hacia la producción de servicios, a volverse informatizada", y también; "del mismo modo que los procesos de industrialización transformaron la agricultura y la volvieron más productiva, así también la revolución de la informatización transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación" [8].

Todo esto, en el contexto de un gigantesco cambio cualitativo a nivel global, tanto en la producción como en lo social mismo, que no nos detendremos aquí a analizar. A los fines de nuestro artículo, sólo nos interesará señalar, como característica a tomar en cuenta, que suponen una decisiva transformación de la industria y el modelo fabril clásico, con un crecimiento cada vez mayor del sector de servicios, tanto en términos relativos como absolutos, y que redefinen el carácter de los mismos a partir de este trabajo inmaterial y del ritmo de la informatización de procesos; para luego redefinir también la misma producción industrial clásica.

Sostenemos que todo ello, supone un cambio central en la naturaleza y calidad del trabajo, al incluirse la información, la comunicación y los afectos como funciones esenciales dentro del proceso de trabajo, en el sentido desarrollado por Virno al hablar de los "lugares comunes". Cuando se refiere a ello, remite al concepto de Aristóteles (topoi koinoi), quien señalaba que se trata de "las formas lógicas y lingüística de valor general […] o sea, las genéricas formas lógico-lingüísticas que hilvanan todos los discursos" [9]. De acuerdo a la interpretación propuesta, que compartimos, estos lugares comunes constituyen el sustrato básico de toda actividad humana, pero se han vuelto condición del proceso mismo de trabajo, que es cada vez más cooperativo y reside en la cooperación misma en tanto se trata de la base común que la hace posible. Tenemos así que lo común construye y determina por completo al trabajo.

Por supuesto, subsiste el problema ya señalado por Marx de la apropiación privada de lo producido en común, siendo cada vez más evidente el carácter parasitario del capital en la producción: cada vez es menos necesario para la organización y dirección, cada vez más la fuerza productiva reside en quienes producen y no en quienes son propietarios de los medios de producción.

El capital

Es claro que el conjunto de las transformaciones en curso implican una rearticulación completa de la relación entre capital y trabajo, implicando un paso del capitalismo "pesado" al "liviano", de la modernidad "sólida" a la "líquida", donde el capital se libera de sus ataduras y puede largar "lastre" sin mayores problemas. Lo global y lo local en esta dimensión, representan gráficamente la situación de un capital que se ha vuelto cada vez más globalizado y más fluido, mientras el trabajo queda fijado -en su mayoría- a lo local, aún cuando, tiene cierta posibilidad de ser globalizado también -en su desmedro-.

Todo ello guiado por el afán de "valorizar el valor" a escala global, conformando un mercado que permite transacciones instantáneas, escalas y procesos de producción, distribución y consumo mundiales, así como un creciente predominio del capital financiero, por sólo mencionar algunas de las características más sobresalientes que han descripto ya muchos autores.

Decir lo que precede no significa lamentarse por ello, sino interpretar esta nueva situación en el contexto de lo que ya Marx definiera como la necesidad del modo de producción capitalista de revolucionar de modo constante sus condiciones de existencia, ampliando siempre la inclusión y subsunción de nuevas áreas en el capital. Esto supone un constante avance de las fronteras del capital y de la mercantilización de la vida en su conjunto. Al mismo tiempo, la ampliación del espacio dominado por el capital, implica nuevas expropiaciones de lo común, reeditando ciclos de nuevas "acumulaciones originarias", entendidas como acumulaciones extraordinarias de lo común, que al integrarse como propiedad privada, ingresan a la esfera del capital y le inyectan vigor [10].

Por otra parte, en el contexto de la globalización la inmensa mayoría de los Estados Nacionales ven disminuir su poder a pasos acelerados, en beneficio del gobierno global del capital y, como sostienen Hardt y Negri, minando su propia soberanía nacional al mismo tiempo que contribuyen a crear la nueva soberanía imperial.

Es así que los estados, cada vez menos poderosos, entran en una desenfrenada competencia por "anclar" capital en el territorio, para lo cual se deben cumplir con las condiciones de "gobernabilidad" mínimas. Se trata, entonces, de asegurar al capital los niveles de flexibilidad necesaria, no sólo de la fuerza de trabajo, sino de su propio compromiso jurídico: "...la única esperanza que tienen los gobiernos de que los capitales se queden, radica en lograr convencerlos, más allá de toda duda, de que tienen la libertad de irse cuando quieran y sin previo aviso" [11].

En este contexto, las nociones de "centro" y "periferia" ya no son conceptos ligados de manera unívoca a distribuciones espaciales. La complejidad de los modos de interdependencia, el nuevo mapa de distribución de las formas de dominio y control y la imbricada malla de poderes decisorios vigentes, exceden holgadamente los términos tradicionales sobre los límites nacionales.

Este complejo escenario plantea un desafío a las tradicionales ideas fuerza que guiaban las conceptualizaciones teóricas, exige redefiniciones a la luz de las transformaciones y los problemas mencionados y demanda de manera perentoria otros modos de abordaje y de interpretación de los clásicos roles del estado nacional, como así también del papel del mercado, la empresa privada, los actores y los espacios supranacionales.

Konocimiento = Kapital

Es indisoluble de esta nueva realidad, el surgimiento de lo que muchos pensadores han descripto como la "sociedad del conocimiento" que se construye y despliega ante nuestros ojos, requiriendo cada vez más saberes y capacidades para poder desempeñarse en ella; convirtiendo al conocimiento en un elemento central para el capital y, tendencialmente, volviéndolo parte misma del capital.

De este modo, los procesos de producción y reproducción del conocimiento tienden a coincidir con la producción y reproducción del capital o, al menos, a ser guiados por las mismas lógicas y a coincidir en la acumulación en pocas manos, es decir en su creciente desigualdad.

Parece paradójico, pero creemos que no lo es. Ya Robert Reich [12] había señalado la tendencia a diferenciar la fuerza de trabajo de acuerdo a su rol en este nuevo esquema: mientras que todos deben tener competencias mínimas necesarias para el conocimiento (y lo social y afectivo), sólo los "analistas simbólicos" tendrán capacidad de producir, reproducir y apropiarse del conocimiento -no todos, por otra parte-, y los encargados de la reproducción del trabajo, las personas que se encargan de brindar "servicios personales" y los "trabajadores rutinarios", quedan relegados a manipulación de símbolos y reproducción del conocimiento sin incidir demasiado ni en su producción ni, mucho menos, en su apropiación -para la acumulación-.

De modo general, podemos observar que uno de los principales componentes de esta "sociedad del conocimiento", está dado por la creciente importancia de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC’s) en la producción y reproducción social y, por lo dicho, en el proceso de expansión y acumulación del capital. En el centro de las TIC’s encontramos como motor la velocidad del avance científico-tecnológico y de creación, procesamiento y difusión de la información y el conocimiento. Como resultado de ello, podemos advertir la reformulación de prácticas y procesos en las más diversas áreas, no sólo en los procesos de trabajo.

La conclusión lógica que podemos extraer, entonces, es que en el corazón mismo de esta nueva etapa del capitalismo "líquido", está el conocimiento, con un rol cada vez más central en la economía, que se ha vuelto post-industrial / post-moderna, que cada vez está más informatizada, lo que implica que se sostiene y desarrolla en redes y que tiene como componente central a las TIC’s.

Por otra parte, como sostiene Minc: "surgirán nuevas exigencias. En primer lugar, la igualdad de acceso y de dominio de las nuevas técnicas de la información. Toda revolución tecnológica aumenta las desigualdades entre aquellos que se benefician con ella y los demás: esta verdad de sentido común se impone aún más cuando la transformación se aplica brutalmente al universo del saber" [13].

Cooperación, gestión, calidad

Uno de los rasgos ya destacados por Marx como característica del proceso productivo capitalista es el rol de la cooperación como parte constitutiva de su movimiento de constante "valorización del valor". En esta línea conceptual, pueden reconocerse las distintas tecnologías de "management" y de organización del trabajo como dispositivos para incrementar la productividad y, por tanto, las tasas de ganancia. En dicho proceso, se ha registrado una creciente importancia de la cooperación, en el que destacamos una evolución constante por parte del capital para perfeccionar la extracción de lo social en lo productivo y de lo productivo en lo social. Este proceso necesita, entonces, de un constante incremento de la "implicación" de los trabajadores, del cual han sido parte los dispositivos disciplinarios y las tecnologías de gestión propios del modelo fabril, pero que ahora requiere avanzar más allá.

La producción en red, la cada vez mayor necesidad de intervención del conocimiento en la producción misma, así como la misma naturaleza del trabajo inmaterial demanda ya no sólo de dispositivos de control (aún cuando persistan y perfeccionados), sino de la cooperación "voluntaria" en grado creciente. Si la base de lo productivo resulta ser -de modo prevaleciente- lo social mismo, la disputa que cobrará mayor sentido, serán los conflictos entablados por la capacidad de controlar y apropiarse, de la materialidad de lo social enraizado en los procesos de trabajo definidos de este modo genérico y amplio.

En este marco podemos conceptualizar las diversas tecnologías de gestión implementadas por el capital: la externalización o tercerización productiva (outsourcing), de la mano de la subcontratación, aparece como el rasgo distintivo de la acumulación flexible [14].

Efectivamente, la proliferación de lo que se llamará reengineering [15] empresarial encuentra su punto nodal en la minimización de la estructura burocrática y laboral ("hacer más con menos"), logrando desligar a la empresa de los pesados costes de una estructura caduca en el contexto de mercados fluctuantes. De ahí el boom de la escuela japonesa, descripto en forma cristalizada en el Pensar al revés de Coriat: recordemos que la subcontratación era constitutiva del sistema productivo toyotista [16]. La descentralización productiva, externalizando aquellas fases del proceso que no resultan rentables, es parte constitutiva del proceso de desmontaje de la empresa al estilo fordista: los sistemas de producción flexible implican una dispersión geográfica inusitada (la "cadena de montaje invisible").

Se instala en el centro de la escena el fenómeno de "concentración sin centralización" [17]: contrariando la estructura piramidal propia de la integración vertical u horizontal del capitalismo industrial, los complejos acuerdos de subcontratación actuales configuran una intrincada red de islotes productivos ("desagregación vertical"). Éstos sin embargo lejos están de dar paso a la desconcentración del poder: son absolutamente dependientes de poderosas organizaciones financieras y comercializadoras (Benetton, por ejemplo, no produce directamente, sino que transmite órdenes a todo un universo de productores independientes; otro tanto sucede con las computadoras de marca, ya sean Hewlett-Packard, IBM o Dell).

Por otro lado, la reestructuración productiva y funcional remite a una segmentación creciente del mercado laboral: un núcleo estable y calificado frente a un universo de temporarios, subcontratados, precarizados e informales: ya para 1993, las 500 firmas norteamericanas más importantes no empleaban más que un 10% de asalariados permanentes [18] y la tendencia se sigue profundizando.

Complementariamente, bajo la nueva fase líquida, el rasgo predominante lo constituye la inclusión de los diferentes sistemas de trabajo (domiciliario, a destajo, esclavista, taylorista, fordista, etc.) en la "cadena de valorización" del capital y no ya como apéndices, sino como piezas centrales del nuevo esquema: la "subcontratación organizada", la proliferación del trabajo a destajo en las "ciudades globales" y el crecimiento de la "economía informal" desde fines de los ´70, no ha hecho más que expandirse, sea de la mano de las estrategias de supervivencia de los excluidos por la "desocupación estructural" o de los inmigrantes que intentan ingresar al sistema. Si este esquema se traslada a la reconfiguración de la cadena de valorización del capital a nivel global, vemos cómo procesos productivos de lo más variados son subsumidos bajo el imperio del capital: evidentemente, se alcanzan niveles de precarización inusitados.

Un claro ejemplo son los trabajos precarios en villas de emergencia e inquilinatos en el Área Metropolitana de Buenos Aires, que ingresan, subcontratación mediante, en el esquema de rentabilidad de grandes empresas textiles.

En este marco, se torna fútil la discusión sobre el carácter capitalista de estas formas de trabajo, ya que en la era de la posmodernización de la producción, ingresan plenamente a la esfera del capital, formando parte de su ciclo productivo y reproductivo. Es por esto que Virno [19] denomina a esta etapa como el comunismo del capital: el aumento de la rentabilidad es máximo en tanto el capital adquiere total discrecionalidad para relocalizar la producción: he aquí el punto nodal de la acumulación flexible.

En el mismo sentido, Antunes plantea que la nueva etapa está caracterizada por "[...] la existencia de una combinación de procesos productivos, articulando el fordismo con procesos flexibles, artesanales, tradicionales. [...] En condiciones de acumulación flexible, parece que los sistemas de trabajos alternativos pueden coexistir unos con otros, en el mismo espacio, de manera que le permitan a los empresarios capitalistas escoger con comodidad entre ellos" [20].

En el caso de las TIC´s, el fenómeno se intensifica y los ejemplos sobran: tanto en la producción de software como en el diseño audiovisual en general y en la realización de suplementos de diarios se crea toda una red de trabajadores cuyo vínculo con la empresa está "externalizado", de ahí la contradicción respecto de la creciente "implicación" que requiere el capital de parte del trabajo.

La tendencia, en un primer momento vinculada al aparato productivo, se expande hacia la gestión administrativa, subcontratando los servicios de asesoría jurídica, financiera-contable, formación de recursos humanos, seguridad y procesamiento de datos, entre otros. El outsourcing es el pivote del cambio en la estructura tradicional de la empresa y el paso hacia las tecnologías de gestión propias de la "acumulación flexible". Se eliminan aquellos departamentos funcionales propios de la empresa multiunitaria que no sean rentables "adelgazando" su estructura (la "fábrica mínima" de Ohno en su máxima expresión).

El punto extremo de este nuevo esquema empresarial, donde se diluyen los vínculos tradicionales y cada vez se torna más compleja y opaca la jerarquía de poder (la tradicional pirámide deja paso al esquema en red), lo constituyen las empresas cuya función está vinculada a un servicio sumamente particular: gerenciar otras empresas. El caso paradigmático en la Argentina es el de Crónica TV, donde luego de cada conflicto sindical, la empresa gerenciadora renuncia: encontrar algo parecido a una patronal bordea el imposible si además tenemos en cuenta que los propietarios de las empresas son, cada vez más, grupos de accionistas. En este contexto, efectivamente, la imbricada estructura de redes se potencia y el centro se diluye.

No existen ya los horizontes lejanos de la estabilidad fordista, sino el "vivir al día" del cortoplacismo propio de la inestabilidad (laboral y, en último término, identitaria) actual. Con un capital internacionalizado, cuya "movilidad" se torna un factor de poder frente al "anclaje local" del trabajo, y un patrón de organización industrial profundamente modificado, el cuadro se completa, pintando de cuerpo entero la problemática: las empresas de mayor innovación tecnológica (capital diferenciado tecnológicamente) organizan redes de proveedores cuya producción se terceriza, librando al capital de la pesada carga de la contratación de la mano de obra. Si durante el fordismo los trabajadores de las empresas tercerizadas formaban parte de la empresa concentrada, la realidad posfordista diluye el "conflicto salarial" hacia una negociación entre la empresa principal y las tercerizadas, encargadas de "ajustar" reduciendo salarios o reduciendo personal.

Los actores y las tendencias en la relación capital-trabajo

Los actores laborales, siempre cambiantes en el capitalismo en sus diferentes fases históricas, se constituyen en oposición alrededor del conflicto básico entre capital y trabajo. Éstos evolucionan de manera diferenciada según los distintos contextos nacionales y continentales, pero a lo largo de la historia de los siglos XIX y XX han tendido puentes entre sí, conformando distintos alineamientos políticos y organizacionales.

El análisis del período histórico descripto por algunos autores como el del "círculo virtuoso fordista", caracterizado por la expansión económica mundial y de los estados de bienestar en los países desarrollados, y que luego de la segunda guerra mundial colocaron al sindicalismo como la forma excluyente de la expresión del conflicto entre capital y trabajo, requiere una profundización en algunos conceptos que se llegaron a considerar como clásicos para la sociología del trabajo y que son relevantes para esta ponencia.

Fue en ese marco de relativa estabilidad que el trabajo apareció como un articulador de la propia vida, en múltiples sentidos, aunque ya hacia fines de los años setenta comienzan a percibirse fisuras que luego se mostrarían irreversibles. Aquel "modo de regulación" se consolidó para la segunda posguerra en Europa, cuando el desarrollo económico integraba "el progreso social como finalidad común de los grupos en competencia" [21].

Es indudable que en un nivel objetivo los trabajadores eran vulnerables, ya que jamás lograron controlar los parámetros de dicho progreso. No obstante, en el nivel subjetivo (que es el que aquí queremos profundizar en relación con el trabajo) posibilitaba el desarrollo de una confianza en el "control del presente", que cimentaba la ideología del progreso. Como plantea Sennett, la rutina da sentido, porque "puede denigrar, pero también puede proteger; puede descomponer el trabajo, pero también componer una vida" [22]. De este modo, el trabajo y el salario dignos serán las banderas de los sindicatos, pero también verdades del sentido común de amplia aceptación, no sólo en los países centrales, sino en los periféricos. Y completando ese cuadro, ser obrero, sindicalizado e identificado con un partido con fuerte vinculación con los sindicatos, se constituirá como una pieza común de la construcción subjetiva individual y colectiva [23].

La crisis mundial del capitalismo en los años ´70, inaugura un período de grandes transformaciones en las que el trabajo -flexibilización y tercerización mediante, entre otros procesos-, no es ya un "huso seguro en el cual enrollar y fijar definiciones del yo, identidades y proyectos de vida" [24], perdiendo cada vez más su centralidad y su capacidad de integración social.

La caída del muro y sus consecuencias a nivel internacional así como las prácticas del neoliberalismo global conllevan un debilitamiento de las posibilidades organizativas del sindicalismo en varios aspectos. Como ya se sabe -de Marx en adelante-, las crisis cíclicas y reestructuraciones consecuentes del capitalismo, son constitutivos del mismo, e intentan dar respuesta a la "tendencia decreciente de la tasa de ganancia". Es así que debe interpretarse el proceso de reestructuración que se inicia en la década del ´70, con la progresiva y sostenida estrategia de ruptura de los Estados de Bienestar, en los que los sindicatos habían logrado un importante poder de regulación y control.

A partir de la crisis de la "sociedad salarial" comenzaron a desarrollarse teorías acerca del "fin del trabajo", al menos, tal como lo conocíamos en la era del "círculo virtuoso fordista".

En los noventa se agudiza lo que comenzó en los setenta con un debilitamiento multidireccional de logros históricos de la clase trabajadora: procesos de descolectivización, flexibilización de la fuerza de trabajo, desocupación estructural. Estos componentes dividen y atomizan el campo laboral entre empleo formal, empleo eventual precario y desocupados estructurales, rompiendo definitivamente el mito del "trabajador de cuello azul"; lo que para Argentina y América Latina significa distanciar aún más las históricas brechas en los ingresos salariales, empobreciendo a vastos sectores de trabajadores, incluso bajo el nivel de indigencia e incrementando el grado de desagregación social.

Por otra parte, al producirse a escala mundial una creciente tendencia a la reducción de la demanda de lo que en términos clásicos se denominaba "trabajo productivo", se requiere actualizar las miradas "tradicionales" en el campo, para tratar de dar cuenta de las nuevas realidades.

Comienza el desafío de concebir el trabajo fuera del sistema salarial y el desalojo del empleo "típico" en relación de dependencia. Si bien la cuestión sobre el fin del trabajo no está saldada, muchos autores comienzan a pensar que el desarrollo del sistema capitalista global conduce a colocar a proporciones crecientes de la población trabajadora -la que sólo puede subsistir vendiendo su trabajo-, fuera del mundo laboral "empleable".

Retomando las cuatro categorías de Robert Reich [25] ya planteadas, podemos decir que la gran mayoría de la clase trabajadora tiende a ubicarse en el último escalafón: el de "trabajadores rutinarios". La situación de éstos bajo el régimen de acumulación "flexible" no puede ser más trágica: su capacidad de lucha por el valor de su fuerza de trabajo tiende a cero. Suelen ser piezas intercambiables en el engranaje productivo y los niveles de calificación requeridos tienden a la baja: es absolutamente coherente que esta masa de trabajadores, para evitar frustraciones, eludan cualquier tipo de compromiso con su empleo y eviten delinear sus objetivos de vida en el marco de su situación laboral.

Articulaciones laborales y representación colectiva

Partimos del hecho bastante aceptado de la dificultad creciente de los sindicatos de representar efectivamente a los trabajadores y de que, pese a las esperanzas abrigadas prematuramente por muchos, no se visualizan aún, nuevas formas de organización colectiva que puedan reemplazar la eficacia y efectividad del movimiento obrero.

No debe distraernos de esta realidad, que ha ido avanzando en los últimos treinta años de modo más o menos constante, el que haya habido avances y retrocesos en la tendencia, porque mientras aún existen los sindicatos, cumplen funciones allí donde pueden y existe la oportunidad. Pero lo cierto es que existen dificultades estructurales crecientes, que no son sólo producto del "ataque del neoliberalismo", sino de las profundas transformaciones sociales que se han producido.

De todas maneras, creemos que de un modo más profundo aún, el problema de las articulaciones laborales no es otro que el problema de la imposibilidad de la sociedad, en los términos en que lo plantea Laclau [26].

En la medida en que similares características nos "ubican" en la estructura social en la proximidad de otros "semejantes", con los que compartimos "habitus" e intereses por similares "campos"[27], la posibilidad de representar a "los trabajadores" estará directamente ligada a la contigüidad de los elementos simples que componen el conjunto. A mayor proximidad, mayor posibilidad de representación de los intereses del colectivo, dicho esto de acuerdo a los posibilidades de representar "objetivamente" (si tal cosa fuera posible). Esto es lo que tendencialmente ocurrió desde mediados del siglo XIX hasta entrados los años ’80 del XX, es decir, durante la fase "sólida" del capitalismo.

Con la entrada plena a esta modernidad "líquida" o postmodernidad, se produce un mayor grado de fragmentación y segmentación de la sociedad, lo que podemos pensarlo como si manos invisibles "estiraran" el espacio social, provocando "dilataciones" y "distorsiones" del mismo e introduciendo "curvaturas" sobre un plano. En este caso, lo que se presentaba como contiguo puede dejar de estarlo y, por ende, la posibilidad de representación "objetiva" (con las prevenciones que hemos formulado) se diluye o, al menos, se torna más compleja.

Lo anterior nos introduce de lleno en la pregunta de si es posible, en tal caso, pensar en "articulaciones ciudadanas" que excedan el marco de la problemática laboral específica y de los sujetos directamente involucrados en ella.

Si en aquellos conjuntos que por su proximidad en el espacio social se encontraban en mejores condiciones para constituirse como sujetos colectivos, encontramos dificultades de articulación, es de esperar, que sea mayor la dificultad para articular lo que estaba aún más disperso. Sin embargo, las tensiones que producen las distorsiones y curvaturas, bien pueden, también, volver próximo en alguna dimensión lo que se presentaba más alejado originalmente. Esto nos reintroduce en la cuestión de la posibilidad de las articulaciones ciudadanas, que podrían -al menos potencialmente- ser la expresión de esta nueva situación y convertirse en opción válida.

Pero la cuestión de las articulaciones ciudadanas nos lleva ineludiblemente al problema de cómo agregar sin diluir, de cómo afirmar el nosotros sin negar las partes. En otros términos, nos plantea el problema del pluralismo como condición necesaria para la construcción de sujetos colectivos que puedan convertirse en actores reales de una transformación social. Y desde luego para pensar en cualquier posibilidad de construir un "bloque histórico", si es que tal concepto, cuando el mismo de clase es puesto en cuestión, tuviera sentido en la actualidad.

La pregunta abierta en tal caso, es cuál será la efectividad de este "nosotros" así construido para inscribirse en el cuerpo. Asumiendo que "las formas de identificación del sujeto funcionan como superficies de inscripción"[28], cabe interrogarse respecto de la posibilidad de que tal inscripción se produzca y acerca de la naturaleza del mito que pueda construir tal sujeto colectivo (aceptando que "todo sujeto es un sujeto mítico").

Y, por supuesto, abren una luz de esperanza acerca de la posibilidad planteada por Virno y Hardt y Negri, sobre la absoluta necesidad y mayor posibilidad teórica de comenzar a pensar en una democracia radical de la multitud, donde la unidad de la soberanía haya sido completamente desarticulada (¡finalmente!), para dar pie a la unidad con base en los topoi koinoi, siendo condición al mismo tiempo que proyecto político de construcción de una unidad que no anule la singularidad.

Tendencias

Como hemos adelantado, creemos que existe una segmentación creciente del mercado laboral, que implica la consolidación de un núcleo de trabajadores estables -aún cuando también flexibilizados y con tendencia a la inestabilidad-, rodeado de un sector precarizado -cada vez más informal- en constante aumento.

En nuestro análisis, esto responde fundamentalmente a la reconfiguración de las cadenas de valorización, a partir de la creciente extensión a todos los ámbitos de las prácticas de subcontratación y tercerización. Para el caso argentino, como para la mayoría de América Latina, la oleada privatizadora de empresas públicas en los ’90, supuso también una expansión de estos fenómenos, junto con el desguace de los grandes "elefantes blancos" estatales. Se siguió, así, una línea inaugurada por el thatcherismo y la reaganomics en los ’80, que al impulsar la privatización de empresas de servicios públicos y alentar el "capitalismo social", produjo la primera ola del proceso.

Lo novedoso de estos últimos años, es que este mar ha comenzado a expandirse desde los sectores tradicionales de la producción de bienes hacia los servicios, llegando a instalarse fuertemente en los sectores vinculados a la producción de conocimiento, tal como adelantáramos más arriba. En este sentido, es sabido que Microsoft y la mayor parte de las grandes corporaciones ligadas a las TIC’s, crean cadenas de valorización y subcontratación a lo largo de todo el orbe, lo que incluye a la Argentina. Pero lo que es menos notorio o difundido, es que también grandes firmas de consultoría, publicidad, marketing y otros servicios a la producción que, por sus características, son prototípicos del trabajo inmaterial, también tienden a tercerizarse y funcionar de la misma manera, lo que no contradice el proceso de concentración de servicios a la producción en las ciudades globales, que ya señalara Sassen [29]. Por el contrario, se amplía el número de ciudades globales y se establecen jerarquías entre sus funciones, pero conectadas en tiempo real y formando parte de la misma cadena de valorización a escala global.

Tenemos, por lo tanto, que el mismo proceso que acentuó la lógica de atomización y precarización imperante hoy en el mundo del trabajo, es concurrente con las lógicas de reingeniería empresarial, que conllevan a la tercerización y subcontratación.

Y, de modo también concurrente, encontramos una tendencia global a la reducción de la demanda de lo que en términos clásicos se denominaba "trabajo productivo", al mismo tiempo que el trabajo pasa a abarcar -cada vez más-, el conjunto de actividades productivas necesarias para el proceso de producción de la sociedad misma.

De este modo, el trabajo-empleo se ha venido reduciendo, tal como sostienen los distintos autores que han alertado sobre el "fin del trabajo", si bien es cierto que buena parte de los empleos estables y en la empresa productora original, son reemplazados por empleos precarios en empresas subcontratadas como parte de los procesos de tercerización. Aún así, y haciendo abstracción de procesos particulares de crisis económicas agudas que destruyen puestos de trabajo más aceleradamente en casi todos los sectores, como la que vivió Argentina en 2001-2002, la reducción que se opera por motivos tecnológicos -ya sean tecnologías "duras" o "blandas", de gestión-, no parece ser compensada por estos nuevos empleos precarios surgidos de la externalización de actividades.

Al mismo tiempo, ya sea por los fenómenos de "gentrificación", descriptos por Sassen (1999), con la consecuente expansión de "nuevas" ocupaciones en servicios personales (y afectivos, como lo retrabajan Hardt y Negri), ya sea por la creciente importancia de la cooperación que se nutre tanto del tiempo de labor como del de "ocio", haciendo cada vez más difícil la distinción entre ellos y volviéndolo todo trabajo, éste, lejos de disminuir, aumenta. De este modo, debemos darle razón a quienes han criticado el supuesto "fin del trabajo", pero no por las razones aludidas por estos autores que, generalmente, no pueden sustraerse de las explicaciones marxistas clásicas y de la vinculación directa entre explotación del trabajo productivo y generación del valor.

Efectivamente, todo tiende a ser trabajo porque al interior de la vida misma encontramos hoy el proceso de valorización del valor. Más aún, en esta búsqueda del capital por perfeccionar la succión de lo social, que señaláramos antes, lo notable es que ha conseguido generar plusvalor a partir de actividades que ni siquiera remunera a través del alquiler de fuerza de trabajo, beneficiándose aún más de la cooperación de la multitud, incluso de la que no paga a su valor de venta como fuerza de trabajo.

¡Eso sí que es un auténtico Rey Midas!

Para concluir, creemos que por su importancia y por esta tendencia a que no haya distinción entre el tiempo productivo y el improductivo, el trabajo como actividad humana sigue teniendo un destacado rol en la constitución de subjetividades e identidades.

Nos queda interrogarnos y profundizar la investigación acerca de cómo y en qué medida, acerca de los grados de compromiso que asumen los trabajadores con su labor, del lugar que ocupa el trabajo frente a otro tipo de actividades, y -sobre todo- de qué formas organizativas podrán representar esta nueva situación.

Bibliografía

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* Ponencia presentada en las "IV Jornadas de Sociología". Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Pertenencia institucional: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales, Carrera de Sociología, Cátedra "Procesos sociales de trabajo, actores laborales, movimiento sindical y condiciones de vida" Correo electrónico: jphermo@yahoo.com.ar ; jphermo@fibertel.com.ar. Enviado por los autores para su publicación.

[1] Hardt, y Negri, 2002. Virno, 2003.

[2] Bauman, 2003.

[3] Weber, 1993.

[4] Apelando al concepto de Giddens de "estructura-estructurante". Giddens, 1995.

[5] Ídem.

[6] Hardt, y Negri, 2002. Ídem.

[7] Ibídem.

[8] Hardt, y Negri, op. cit., 2002.

[9] Virno, op. cit., 2003.

[10] En el sentido desarrollado en Multitud por Hardt, Michael y Negri, Toni, 2004.

[11] Bauman, 2003.

[12] Reich, 1993.

[13] Minc, 2001.

[14] Harvey, 1990.

[15] Hammer, y Champy, 1993.

[16] El sistema denominado kairetsu supone, en Japón, una fábrica de montaje (ensambladora) que sólo es la punta de una pirámide asentada sobre 45.000 empresas subcontratistas.

[17] Sennett, 2000.

[18] Gorz, 2003.

[19] Virno, op. cit., 2003.

[20] Antunes, 1999.

[21] Castel, 1997.

[22] Sennett, 2000.

[23] Por ejemplo, ser metalúrgico y peronista en la Argentina de los ’50 a los ’70, era toda una definición de identidad.

[24] Bauman, 2003.

[25] Reich, 1993.

[26] Laclau, 1993.

[27] Bourdieu, 1997.

[28] Laclau, 1993.

[29] Sassen, 1999.

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