20/04/2024

Relaciones sociales de sexo y división del trabajo Contribución a la discusión sobre el concepto trabajo.

Por Hirata Elena , ,

 

Esta contribución a la reflexión sobre la crisis del trabajo se sitúa en el marco de un intento de reconceptualización de la misma noción de trabajo[1] a partir de la introducción, en el centro del análisis, de la dimensión “genero” o “sexo social” y de la dimensión “Norte-Sur” o “división internacional del trabajo”. La relación Norte-Sur, considerada generalmente por los especialistas de la economía o de la sociología del desarrollo en términos de jerarquización, de dominación o de super-explotación del Sur por el Norte, esta aquí repensada no en términos del actual debate actual sobre la globalización financiera, sino en términos del imperialismo masculino presente en conceptos como los de “especialización flexible” o “los nuevos paradigmas productivos”. Esos conceptos aparentemente neutros, ligados a las tesis de emergencia de nuevos sistemas de producción, remiten en realidad esencialmente al trabajador de sexo masculino de los países del Norte.
Este texto que cuestiona la pertinencia de ese marco particular de referencias para la elaboración de herramientas conceptuales de alcance universal, presenta primeramente puntos de método concernientes al interés de la utilización de ciertas categorías transversales en el análisis de la división sexual del trabajo. En segundo término, sintetiza los resultados de una investigación comparativa internacional sobre la división sexual e internacional del trabajo. Finalmente, son propuestas ciertas hipótesis teóricas concernientes a las formas de periodización de la división del trabajo entre los sexos.[2]
 
División sexual del trabajo: puntos de método
 
En los análisis sobre las relaciones sociales de los sexos, comprendidas como relaciones desiguales, jerarquizadas, asimétricas o antagónicas de explotación y de opresión entre dos categorías de sexos socialmente construidas, la preeminencia de uno de los componentes de estas relaciones -sea el componente opresión/dominación de sexo, sea el componente (super)-explotación económica- ha constituido una de las grandes diferencias que dividen el campo de las investigaciones y de los movimientos feministas, tanto en el Norte como en el Sur.
Relaciones de clase o relaciones de sexo, antagonismos de clases o antagonismo de sexo, todo era como si la importancia dada a una de esas relaciones implicaba dejar la otra en un plano secundario. Es Daniel Kergoat quien conceptualizó esas dos relaciones sociales en términos de “co-extensividad” (1978, 1982, 1984), es decir en términos de superposiciones parciales entre uno y otro. Es de hecho una “negativa a jerarquizar esas relaciones sociales (...) Una relación social no puede ser un poco mas viva que otra, o es o no es” (1984-210).
Si partimos de esta idea de co-extensividad, la explotación en el trabajo asalariado y la opresión de sexo son indisociables, las esferas de la explotación económica -o de las relaciones de clases- son simultáneamente aquellas donde se ejerce el poder machista sobre las mujeres.[3]
La preeminencia de lo económico, que hacía de la fuerza del trabajo un concepto clave en el análisis marxista clásico de las relaciones de dominación, cede lugar -con la tesis de la “co-extensividad” de las relaciones de clases y de sexos- al concepto de sujeto sexuado (cf. D. Kergoat,1988) insertado en una red de relaciones inter-subjetivas. Este pasaje de la primacía de lo económico y de las relaciones de explotación a la afirmación de un vínculo indisociable entre opresión sexual (y de clase) y explotación económica (y de sexo), es lo que permite, en mi opinión, re-conceptualizar el trabajo, dinamisarlo a partir de la introducción de una subjetividad activa, al mismo tiempo “sexuada” y “clasista” según la expresión de Daniel Kergoat.
Este pleno reconocimiento del lugar del individuo(a) y de la subjetividad en el trabajo es una precondición que permite captar los movimientos y las relaciones de pasión en las relaciones de trabajo[4]; trabajar sobre los modos del pasaje del hacer al de ser; distinguir, en definitiva, las modalidades sexuadas de relación con el espacio, con el tiempo y con la sociabilidad.
Actualmente, el campo de las investigaciones sobre “género” o sobre las “relaciones sociales de sexos” en las que intervienen las ideas que acabo de presentar está en pleno crecimiento, lo que no significa que gocen de un real derecho de ciudadanía en la comunidad de los científicos. Las categorías de sexo aparecen y desaparecen en las formas de conceptualizar, por ejemplo, trabajo y producción, a pesar del peso creciente de las investigaciones sobre las relaciones sociales de los sexos y la división sexual del trabajo en las ciencias sociales.
Desde un punto de vista metodológico, una doble actitud me parece actualmente fecunda en el avance de la reflexión referida a este campo de investigaciones. La primera consiste en tomar en consideración los enfoques masculinos sobre las relaciones sociales de los sexos y de la división del trabajo entre los hombres y las mujeres; la segunda concierne a la utilización en el análisis del trabajo de ciertas herramientas conceptuales (como por ejemplo: la creatividad o la sublimación) que normalmente no fueron utilizados hasta ahora en las investigaciones en sociología del trabajo y de las relaciones de sexos. Estas dos actitudes pueden estar unidas y constituir una postura única hacia la mixtura (en la investigación y entre las disciplinas). Trato de explicitar a continuación lo que vengo de enunciar.
La cuestión de la igualdad entre los sexos en relación o no con la ética (justicia-injusticia) fue tratada fundamentalmente por las investigadoras feministas (cf. por ejemplo, en filosofía, M. Le Doeuff ,1989, 1994; F. Collin, 1992; G. Fraisse 1989,1993 y 1991; M. L. Boccia,1990).[5]
Si bien esa cuestión y más en general, el enfoque epistemológico que introduce la diferencia hombres/mujeres en la construcción teórica, aún continúan siendo fundamentalmente trabajadas por investigadoras feministas, más recientemente ha interpelado a investigadores hombres en su relación con los modos de construcción teórica o con sus disciplinas respectivas.
En efecto, pienso que cada vez que los investigadores hombres hacen un esfuerzo por integrar las relaciones sociales de sexo en sus reflexiones, a partir del reconocimiento de la pertinencia de un movimiento social -el movimiento feminista- y del interés epistemológico que representa esa “entrada” en la renovación de su marco conceptual, ese enfoque masculino puede ser heuristico para la reflexión sobre la división sexual del trabajo, aportando un “punto de vista” a partir de su lugar en el campo de las prácticas del saber, dando otra iluminación a los conceptos elaborados por las investigadoras mujeres.
Estos investigadores[6] reaccionando a las interpelaciones provenientes del campo de estudios sobre las relaciones sociales de los sexos, a su vez lo interpelan -y nos interpelan-.
Llego ahora a la explicación de la segunda actitud antes mencionada, referida a la apertura de ciertas herramientas conceptuales exógenas al campo tradicional de la sociología del trabajo. Para indicar el interés de este enfoque, tomo como ejemplo tres conceptos que no están habitualmente asociados a la categoría “trabajo” y “división sexual del trabajo”, pero que pueden contribuir a las investigaciones en ese campo.
Un primer ejemplo es el del concepto de creatividad. En un artículo reciente sobre el reparto del tiempo de trabajo, Ph. Zarifian piensa la nueva productividad como directamente asociada a la creatividad: “la fuente esencial de esta (nueva) productividad reside, en último análisis en la organización de la creatividad” (Ph. Zarifian, 1994a). Pero ese tipo de productividad no puede ser sino masculina, pues los puestos ocupados masivamente por las mujeres no son aquellos propicios a la creatividad. De igual forma, la autonomía y la iniciativa, consideradas esenciales para la puesta en marcha de modelos de especialización flexible alternativos al modelo taylor-fordista, no son características de los puestos de trabajo femenino.
La relación así postulada entre creatividad y productividad, puede dar una nueva iluminación a la reflexión sobre la división sexual del trabajo. Podemos decir que la creatividad está, de manera general, asociada al sexo masculino, así como lo doméstico lo está al sexo femenino: el monopolio del poder político y del poder creativo por el mismo sexo podría también estar considerado como el fundamento de la permanencia de la división sexual del trabajo (H. Le Doaré, 1994).[7]
Un segundo ejemplo es el del concepto de sublimación. En efecto, la reflexión sobre el status diferencial de las mujeres y de los hombres frente a la sublimación -o sobre “la desigualdad socialmente construída en lo referente a los beneficios simbólicos de la sublimación” según C. Dejours (1993: pág. 252)- puede también aportar otra luz al análisis de la división sexual del trabajo. La sublimación es sexuada, como el trabajo es sexuado: ahora bien, aunque la sublimación y el trabajo como actividad social suelen ser amalgamados por el psicoanálisis, el abordaje desde la psicodinámica del trabajo

[8] -convergente con ella por las categorías de sexo- indica que no todo trabajo es necesariamente sublimatorio (es el caso del trabajo doméstico). Si la para las mujeres la sublimación es posible, ello depende de la clase social, de la relación con el oficio, del tipo de actividad: en todo caso, la sublimación no se conjuga en femenino como en masculino. Las dos condiciones requeridas para un proceso sublimatorio “el compromiso con una tarea de concepción y la pertenencia a un colectivo, o mejor a una comunidad de pertenencia” (C. Dejours t. 11, 1988: págs. 168 y sgts.) no son fácilmente reunibles en lo que concierne a las mujeres. Queda mucho por hacer en el análisis de la construcción social de las desigualdades frente a la sublimación, y de sus repercusiones sobre la actividad sexual del trabajo y sobre la relación del trabajo.

 

Un último ejemplo concierne al par masculinidad/femineidad. La contribución de la psicodinámica del trabajo (C. Dejours, 1987, 1988, 1993; M P. Guiho-Bailly, 1993) y de la filosofía (por ejemplo, F. Collin, 1992) indican el interés de utilizar esas categorías (virilidad y femineidad, la bisexualidad psíquica) para pensar el trabajo y la gestión sexuada del trabajo. En una investigación sobre los obreros de la industria del vidrio, hemos podido considerar las identidades sexuales y las representaciones sociales de la virilidad y de la femineidad en la gestión de la mano de obra. El estudio de la actividad del trabajo según el sexo y el par masculinidad-virilidad y femineidad muestra el poder de los estereotipos sexuales (la virilidad asociada al trabajo pesado, duro, sucio, insalubre y a veces peligroso, que requiere coraje y determinación; la femineidad asociada al trabajo liviano, fácil, limpio que exige paciencia y minuciosidad) en la organización del trabajo según los sexos. La duda sistemática sobre la virilidad de los hombres que trabajan en el sector llamado “frío” de esta rama, no contribuye a facilitar las experiencias de cambio en la organización del trabajo. Ese tipo de análisis puede revelarse muy rico, como lo atestigua la obra sobre los cambios tecnológicos en la imprenta y la relación con el trabajo que se hizo limpio y liviano, y por tanto “femenino”, de los obreros del Libro (cf. C. Cockburn, 1983) o los estudios de D. Kergoat sobre las prácticas y las representaciones obreras en relación con la “virilidad” y la “femineidad” (cf. H. Hirata y D. Kergoat, 1988, pág. 153 y sgts.). Un gran campo de investigaciones se abre a la pregunta: ¿como son expresadas, interpretadas, propuestas, negadas o explotadas en el trabajo la virilidad/femineidad y la bisexualidad psíquica?

 

Estos tres ejemplos de categorías “éxogenas” muestran que pueden ser utilizadas para pensar el trabajo, a través de la mediación de un concepto transversal por excelencia, el de la igualdad: en efecto, la cuestión de la igualdad o de la diferencia entre los sexos frente a la creación, a la sublimación, a la actividad filosófica, etc., me parece que puede constituir una herramienta que contribuye al avance de la reflexión sobre la división sexual del trabajo.

 

 

División internacional del trabajo: las variaciones en el espacio
 
Las tesis de alcance universal como la de especialización flexible o la de emergencia de un nuevo paradigma productivo alternativo al modelo fordista de producción, son muy cuestionadas a la luz de las investigaciones empíricas que toman en consideración las diferencias Norte-Sur, o las diferencias ligadas al género. El análisis de la división del trabajo entre los sexos en los países muy industrializados (cf. por ejemplo, D. Kergoat, 1992), así como la comparación internacional de la división sexual del trabajo, muestran que esos modelos teóricos parten de cierto arquetipo de trabajador: calificado, polivalente, listo a integrarse a la lógica de “el actuar comunicacional”. El obrero industrial macho de los países industrializados se mantiene pues como figura emblemática de ese nuevo paradigma de producción. Ahora bien, la idea de la “muerte del fordismo” inscripta en la afirmación de la emergencia de tal paradigma es fuertemente cuestionada cuando se hace intervenir la división sexual y la división internacional del trabajo. La especialización flexible o la organización del trabajo en islas o modelos no se realizan de manera indistinta según se trate de ramas de mano de obra masculina o femenina, de países altamente industrializados o de países llamados “subdesarrollados”.
Abordo aquí la cuestión de los cambios en la configuración de la división sexual del trabajo según se trate del Norte o del Sur a partir de las comparaciones efectuadas entre Brasil por un lado y Japón y Francia por otro, y al mismo tiempo las permanencias y las similitudes de la división del trabajo entre los sexos en esos tres países.
Una serie de investigaciones comparativas internacionales sobre la tecnología, la organización del trabajo y las políticas de gestión de la mano de obra en las filiales y en las casas matrices de firmas multinacionales en los tres países (Brasil, Francia y Japón) me ha llevado a constatar una extrema variabilidad en la organización y la gestión de la mano de obra según los sexos y según los países.
En lo que concierne a la organización del trabajo, la primera conclusión que se impone es que en los establecimientos de los tres países, el personal afectado era masculino o femenino según el tipo de máquinas, el tipo de trabajo y la organización del trabajo. El trabajo manual y repetitivo era atribuido a las mujeres, el que requería conocimientos técnicos a los hombres. Otra línea en común: en los establecimientos de los tres países los empleadores reconocen voluntariamente cualidades propias a la mano de obra femenina, pero no hay un reconocimiento de esas cualidades en cuanto a las calificaciones. Más allá de esta división del trabajo y de las calificaciones,siempre presentes entre hombres y mujeres, existen diferencias muy significativas en la organización del trabajo.
Los movimientos de taylorización/no-taylorización no siguen el mismo sentido en los países industrializados y en los países “semi-desarrollados” como Brasil. La parcialización del trabajo es también mucho más pronunciada en este último país, también en el caso de la organización del trabajo de las industrias de proceso.
La primera conclusión, en cuanto a la política de gestión de la mano de obra como para la organización del trabajo, es que se trata de políticas diferenciadas según el sexo. Según se trate de madres o de padres de familia, la contratación, la formación profesional y la remuneración son asimétricas. Una vez hecha la elección del sexo de la mano de obra, el trabajo concreto varía mucho según los países. Una de las diferencias consiste en las prácticas discriminatorias. Por ejemplo, las empresas japonesas practican abiertamente dos sistemas de remuneración, según los sexos. Han tratado a veces de trasladarlos hacia sus filiales, infructuosamente dadas las barreras jurídicas (leyes de igualdad profesional) en vigor en cierta cantidad de países occidentales, y en Japón mismo desde 1987. Otro ejemplo es el de la discriminación en relación con el trabajo de mujeres casadas. Mientras que las firmas de Francia no hacen discriminación con las mujeres casadas, adoptan en sus filiales brasileñas prácticas comunmente admitidas por las empresas locales. Por último, podemos evocar el caso de los dormitorios comunes industriales para las mujeres trabajadoras: mientras que siguen existiendo en Japón para la organización del trabajo y más en general para la gestión de la mano de obra femenina joven y soltera, su implantación no fue posible en Brasil, donde las obreras sienten como una “falta de libertad” intolerable esa modalidad de control fuera de las horas de trabajo.
Finalmente, en cuanto a los sistemas de gestión participativa, el estudio de los círculos de control de calidad mostró que había diferencias en el grado de participación según los países (muy elevado en Japón, relativamente débil en Brasil e intermedio en Francia) y según el sexo: las mujeres están menos asociadas a las actividades en grupo y menos solicitadas para dar sugerencias de mejoramiento al plan técnico y sobre todo frecuentemente excluidasdel proceso de toma de decisiones (por ejemplo la asignación de recursos monetarios para la realización de esas actividades).
Este conjunto de conclusiones a las que he llegado sobre variabilidad en el espacio de las modalidades de división sexual del trabajo, ha podido ser enriquecida recientemente por la comparación con las formas de empleo y de división sexual del trabajo en los establecimientos de Japón y de Francia (H. Hirata y P. Zarifian, 1994). Esta comparación mostró que las desigualdades de sexo son más importantes en Francia que en Japón en lo que concierne a la relación con la técnica. Las obreras francesas tienen una relación de exterioridad frente al movimiento de la técnica mas pronunciada que las obreras japonesas. Por el contrario, desde el punto de vista del status del empleo y del contrato de trabajo, la extrema precariedad de las obreras japonesas part time en oposición al “empleo de por vida” de sus homólogos masculinos contrasta mucho con la situación mas igualitaria en cuanto al status del empleo en Francia de los trabajadores hombres y mujeres.
 
División sexual del trabajo: sincronía y diacronía[9]
 
Podríamos decir que tanto la variabilidad como la persistencia de la división sexual del trabajo pueden ser encontradas en el tiempo y el espacio, pero que la diacronía es la dimensión privilegiada para apreciar la permanencia, así como la sincronía lo es para apreciar la variabilidad. Las investigaciones sobre las relaciones sociales de sexos y la división sexual del trabajo efectuadas a partir de enfoques históricos, sociológicos o antropológicos han podido mostrar tanto los cambios y las permanencias de la división del trabajo entre hombres y mujeres en el curso de distintos momentos de la historia, como la variabilidad y la persistencia en el trabajo de los hombres y de las mujeres, especialmente a partir de comparaciones entre regiones y países situados de modo diverso en la división regional o internacional del trabajo.
Si se toma en cuenta los resultados de investigaciones empíricas, se puede constatar primero que la división sexual del trabajo parece estar sometida a un peso que desemboca en el desplazamiento de las fronteras entre lo masculino y lo femenino, más que en la supresión de la división sexual en sí. Como dice H. Le Doaré,
 
las condiciones de trabajo respectivas de hombres y las mujeres cambian según el contexto histórico, cultural, económico, pero no se transforman, mantienen obstinadamente la misma línea divisoria de los espacios masculinos y femeninos (H. Le Doaré, 1994).
 
Si la división del trabajo profesional entre las tareas pesadas, sucias y penosas atribuidas a los hombres y los trabajos limpios y livianos atribuidos a las mujeres (por lo menos en las representaciones, no siempre en las prácticas sociales) se hizo menos nítidas en países como China o Rusia, la persistencia de la división sexual del trabajo doméstico y familiar es notable.
Una de las constantes en las modalidades de distribución sexual de la actividad profesional concierne a la división que atribuye el trabajo manual y repetitivo principalmente a las mujeres y los que requieren conocimientos técnicos a los hombres. Otra permanencia: los empleadores reconocen sin problemas las cualidades propias de la mano de obra femenina, sin por ello traducir esas cualidades en calificaciones profesionales, a diferencia de lo que pasa con la mano de obra masculina. Esta persistencia de la división sexual se conjuga con una extrema variabilidad en las maneras de hacer trabajar concretadas por las políticas de personal de las empresas. Así, como hemos visto, las formas de utilización de la mano de obra femenina según el estado civil, la edad y la calificación varían considerablemente según los países. Existen también diferencias significativas en las prácticas discriminatorias, que parecen estar directamente relacionadas con la evolución de las relaciones sociales de los sexos en el conjunto de la sociedad en cuestión.
Si constatamos esta diversidad en la puesta en marcha de las políticas de gestión de la mano de obra en las empresas, lo más impactante son las similitudes en la división del trabajo entre hombres y mujeres de regiones y países muy contrastantes por su nivel de desarrollo económico y tecnológico. Se puede constatar oportunidades de desplazamiento, sino de ruptura -por lo menos aparente- en la división sexual: las coyunturas de expansión económica o de crisis, y la introducción de nuevas tecnologías. Sin embargo, la continuidad de las relaciones sociales de sexo parece garantizar la estabilidad de las líneas de distribución más allá de esos cambios coyunturales, permitiendo sobre todo las revisiones o los retrocesos: nada es irreversible cuando se trata de relaciones sociales, de relaciones antagónicas hombre-mujer en las que la división sexual del trabajo es una opción social.[10]
Esa aparente paradoja -lo persistente en la variabilidad- según nuestro parecer, remite a la imbricación en la división sexual del trabajo de relaciones sociales que no se periodizan de la misma forma. Las dimensiones constitutivas del tiempo de las relaciones sociales de sexos (evolución, ruptura y continuidades) no son las mismas que las dimensiones constitutivas del tiempo de las relaciones capital/trabajo. Así, pues, esos dos tiempos no son periodizables de la misma forma. Podemos formular la hipótesis que los cambios en la división sexual del trabajo remiten a las coyunturas económicas y a las relaciones de clase -lo que no quiere decir que las relaciones de fuerza entre los sexos no jueguen un papel- y que las permanencias remiten quizás a las relaciones sociales de sexo, o a una de las dimensiones temporales de esas relaciones.
Permanencia, persistencia, continuidad no quieren decir inmutabilidad: la división sexual del trabajo, como toda construcción social, es histórica y por ello plantea, virtualmente al menos, la cuestión del cambio. Es la idea que evoca la historiadora Michèle Roit-Sarcey cuando afirma que desde la ciudad antigua hasta nuestros días, podemos decir hoy como ayer: la ciudad, son los hombres. Esa similitud entre el pasado y el presente, esa perennidad de la subordinación de las mujeres puede hacer creer en la imposibilidad de su superación (M. Riot-Sarcey, 1993, pág. 73) es decir, puede hacer que se tome la relación de dominación como si fuera un “dato” y una “invarinte”, manera de proceder de los antropólogos criticados por esta autora (cf. también M. Roit-Sarcey, 1994).
A partir de una mirada -especialmente con una perspectiva comparativa- sobre lo que cambia en la división sexual del trabajo, podríamos decir que lo que parece sobre-determinante es el tipo de relaciones de fuerzas entre los hombres y las mujeres en la sociedad, relaciones de fuerzas institucionalizadas o no, pero que son muy a menudo el resultado de amplias luchas sociales, de movimientos sociales, sobre todo de la existencia o no de movimientos feministas y de actividades concientes con vistas a la transformación de las relaciones sociales.
 
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* Este trabajo fue publicado en el libro La Crise du Travail. Coordinación: Jacques Bidet y Jacques Texier. Colección: Actuel Marx Confrontation, PUF (Presses Universitaries de France) 1995, Paris
 * La traducción de este artículo para la revista Herramienta fue realizada por Silvia Vul.
[1] Esta de-construcción-reconstrucción del concepto de trabajo ha sido uno de los ejes problemáticos que se ha fijado desde su creación el Grupo de Estudios sobre la División Social y Sexual del Trabajo (la GEDISST) del Centro Nacional de la Investigación Científica. La ampliación del concepto de trabajo con la inclusión en el mismo del sexo social y del trabajo doméstico, no profesional, no asalariado y no remunerado tuvo como consecuencia, a nivel teórico y epistemológico, hacer estallar una serie clivajes, como los que hay entre producción y reproducción, salarial y familiar, etc. Tuvo también como consecuencia hacer estallar las categorías sociológicas construidas exclusivamente a partir de la consideración de una población masculina supuesta universal (categorías como las de calificación, clases sociales, pleno empleo, etc.). La problemática de la división sexual del trabajo, elaborado en el marco de este equipo bajo el impulso de Danièle Kergoat, pudo aprovechar para su constitución de un movimiento social de mujeres que en los años 1960 y 1970 cuestionó fuértemente “el androcentrismo de las investigaciones en ciencias sociales” (N. C. Mathieu, 1991; C. Delphy, 1992).
[2] Agradezco a Hélène Le Doaré por la lectura critica de la primera versión de este artículo, que también se benefició con los debates en el transcurso del coloquio sobre “La crisis del trabajo” organizado por Actuel Marx en enero 1994.
[3] Estaríamos tentados de ver el acoso sexual en el trabajo como es el caso paradigmático de ese crecimiento de las relaciones jerárquicas de trabajo y de relaciones de opresión de las mujeres por los hombres.
[4] Para un ensayo original de una ciencia de la gestión a partir de las pasiones y sobre todo para un enfoque de la gestión industrial a partir de la categoría de generosidad (cf. P. Zarifian, 1994).
[5] Cf. igualmente las contribuciones de la obra colectiva editada por M. Riot-Sarcey y otros (1993). Dejamos de lado deliberadamente toda la literatura filosófica clásica, que ha tratado el tema de la igualdad en términos de afirmación de la inferioridad del sexo femenino (cf. las criticas de M. Le Doeuff, 1989 y de F. Duroux (comentados por H. Le Doaré, 1994).
[6] Por ejemplo pensamos, en cuatro disciplinas diferentes de las ciencias sociales, en las contribuciones de Ch. Dejours en psicodinámica del trabajo (1987 y 1988), de J. Rancière en filosofía (1987, 1993), de S. Volkoff en estadísticas (cf. S. Volkoff y A. F. Molinié, 1981; S. Volkoff y M. Gollac, 1993; de P. Zarifian en economía, 1993, 1994). Cf. igualmente, a otro nivel, el de una tentativa de integración de la problemática de la dominación masculina en una construcción sociológica sobre las relaciones de dominación, P. Bourdieu, (1990), y una critica de esa tentativa en H. Le Doaré, (1994). Sobre el interés propiamente epistemológico de la variable sexo, cf. J. Jenny, (1991).
[7] Sobre creatividad y trabajo cf. igualmente C. Dejours (1993), págs. 220-221.
[8] Cf. C. Dejours (1987, 1988), tomo 1 págs. 128-129.
[9] Esta parte retoma y desarrolla un texto presentado, en colaboración con Danièle Kergoat, en el marco del proyecto de red MAGE (Mercado de trabajo y género).
[10] Para un desarrollo de esta idea de la división sexual del trabajo como una apuesta fundamental en las relaciones sociales entre los sexos, cf. D. Kergoat (1992a y 1992b).

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