18/04/2024

TIEMPOS VIOLENTOS. Barbarie y decadencia civilizatoria

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  TIEMPOS VIOLENTOS

Barbarie y decadencia civilizatoria

 

Escriben:

Loïc Wacquant; Renán Vega Cantor; Peter McLaren, Lilia D. Monzó, Arturo Rodriguez; María del Carmen Verdú; Edgardo Logiudice; Esteban Rodríguez Alzueta; Silvio Schachter; Ruth Zurbriggen, Graciela Alonso; Mariano Ciafardini; Ronaldo Rosas Reis; Jose Luis Solís Gonzalez; Antonio Fuentes Díaz; Oscar Martínez, Julia Campos, Julia Soul; Colectivo Atrapamuros.

Presentación de Claudia Korol. 

 

 

 

 

Índice del libro

 

Presentación

Claudia Korol

 

La violenta regulación del territorio en el capitalismo criminal

Esteban Rodríguez Alzueta

 

Violencia, estado de clase y represión

María del Carmen Verdú

 

Violencias heteropatriarcales e interseccionalizadas. Agencias feministas situadas

Ruth Zurbriggen y Graciela Alonso

 

Violencia urbana y urbanización de la violencia

Silvio Schachter

 

Acerca de la violencia laboral

Julia Campos, Oscar Martínez y Julia Soul

 

Violencia institucional en cárceles bonaerenses. Una mirada desde la práctica

Colectivo Atrapamuros

 

La izquierda y el problema del delito

Mariano Ciafardini

 

Violencia. Alienación y desposesión

Edgardo Logiudice

 

Marginalidad, etnicidad y penalidad en la ciudad neoliberal: una cartografía analítica

Loïc Wacquant

 

Distribución de armas a comunidades prescindibles

Peter McLaren, Lilia D. Monzó y Arturo Rodríguez

 

Violencia y despojo territorial en Colombia

Renán Vega Cantor

 

La violencia como mercancía

Ronaldo Rosas Reis

 

Violencia de la sociedad civil vs. violencia estatal y violencia del crimen organizado en México:

El caso de las autodefensas comunitarias de Michoacán

Jose Luis Solís González

 

Necropolítica, violencia y disputa desde los márgenes del estado en México

Antonio Fuentes Díaz

 

 

Presentación de Claudia Korol

 

El dedo en la llaga: un análisis profundo y descarnado de la violencia

 

La locomotora mediática nos arrastra a la carrera suicida de vivir sin comprender, de morir sin saber, de sobrevivir sin aprender. Corremos para llegar a cualquier lugar. Corremos porque todos y todas corren. Corremos para no perder. Corremos por miedo, por necesidad, por competencia, porque sí.

Mientras corremos, perdemos… Y en esa misma vuelta, nutriéndose de nuestras pérdidas y derrotas, el capital multiplica sus ganancias, el patriarcado refuerza sus privilegios, el colonialismo delimita sus territorios recuperados mediante guerras, amenazas, chantajes, invasiones imperialistas. Todas las dominaciones se imponen con violencia sobre nuestros cuerpos y van tatuando nuestra piel.

La locomotora mediática cumple su papel naturalizando todas las opresiones hasta volverlas invisibles. Nos hace masticarlas, digerirlas, comprarlas, sin posibilidad de elegir, decidir. Nos impiden ejercer soberanía y poder sobre nuestras vidas, individuales y comunitarias, porque es la manera de anular nuestra autonomía como sujetos.

El “mal vivir” es esta carrera que nos enajena, nos arrastra, nos estresa, nos aliena, desde el comienzo hasta el final: en el acto de nacer en un mundo que se suicida o, mejor dicho, al que destruyen, quienes tienen el poder para hacerlo; en el acto de crecer entre experiencias que se creen sin pasado y sin futuro –el eternizado presente–; en el acto de estudiar los programas escolares y académicos que nos enseñan a obedecer, o en el acto de ser empujados fuera de la escuela, aprendiendo lo que la cultura hegemónica nos “regala” como mendrugos de saberes descartables, que nos vuelven más vulnerables a su control; en el acto de trabajar para reproducir al sistema que nos oprime, reprime y exprime; en el acto de desoír lo que nuestros cuerpos de mujeres y/o disidentes de la heteronormatividad desean y necesitan; en el acto de desconfiar del vecino y lincharlo “por las dudas”, en el acto de odiar a lxs diferentes y levantar muros que nos impiden verlos o que nos vean; en el acto de morir por enfermedades que podrían ser evitadas, por la represión, por la destrucción ambiental, por la depresión general, o en la epidemia de suicidios adolescentes provocados por la pérdida de sentidos…

Pensar y crear las condiciones para el “buen vivir”, para reinventar la vida en relaciones sociales solidarias, para imaginar y hacer un socialismo desde abajo, descolonizado, feminista, exige detener la locomotora.

Se vuelve urgente pensar, sentir, analizar colectivamente y compartir las vivencias, interpelar las creencias; no sólo las que nos impone la dominación, sino también las que se “naturalizan” en nuestras militancias que intentan ser transformadoras, revolucionarias y que, sin embargo, en muchas ocasiones reafirman sentidos conservadores.

Este libro es un necesario aporte a esta reflexión. Es un libro para este tiempo. Indaga en las lógicas de la violencia estructural y de la materialidad subyacente en las violencias simbólicas, observa cómo atraviesan las diferentes dimensiones objetivas y subjetivas de nuestras vidas. Lo hace a partir de distintas y variadas perspectivas sociopolíticas. Relaciona las lógicas de la acumulación capitalista mundial en esta época de transnacionalización salvaje con las políticas represivas locales y sus impactos en la vida cotidiana. Realiza una interpelación a la racionalidad subyacente en el mundo en que vivimos, especialmente a aquellos costados que se presentan a primera vista como más irracionales y que, sin embargo, –como aquí se va develando– expresan cabalmente las lógicas depredatorias del capital.

En diferentes artículos se indaga sobre las modalidades de reproducción y expansión del capitalismo. Se evidencia la violencia que ha acompañado y continúa acompañando y asegurando la acumulación por desposesión (concepto de David Harvey) en las tierras nuestroamericanas, y cómo la misma se vale de las marcas impresas por la herencia colonial y patriarcal en la cultura y en la subjetividad de estas sociedades.

Para hacer posible este tiempo de dominación, el poder refuerza la alienación como un mecanismo potente de modelación de las maneras de percibir al mundo y de vivir en un territorio ajeno (enajenado) para sus habitantes. Subjetivamente, ésta resulta y a su vez consolida y empaña la acción de un capital que –como dijo Marx en El capital– “viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies”.

La violencia y el capital son dos caras de un mismo sistema. El mundo de la creación de mercancías es el mismo que inventa guerras para sostener esa fábrica mundial de superganancias del capitalismo transnacional y criminal. En esta perspectiva, se denuncia a “la industria armamentista como parte del complejo militar industrial del capitalismo, con la función específica de promover y proteger los intereses del capital, del imperialismo estadounidense y el racismo, operando así, simultáneamente, en apoyo de la acumulación de capital por la clase capitalista transnacional” (cfr. el artículo de Lilia D. Monzó, Peter McLaren y Arturo Rodríguez).

En una trama compleja se nombra y se analiza como “violencia” a la relación capital-trabajo y a las maneras en que se expresan la coerción y coacción en las políticas de empleo en el contexto de la ofensiva del capital. Lo que en algún momento se ha vivido como problemas individuales o como enfermedades sociales, como nuevos traumas o como relaciones laborales “de este tiempo”, vuelve a ser entendido en la lógica de la lucha de clases, de la precarización laboral, de la superexplotación capitalista.

El lugar de las ciudades entendidas no sólo como escenarios en los que transcurren una parte sustancial de estas relaciones sino como dispositivos productores de violencia es un núcleo para interpretar algunas claves de los procesos de fragmentación social, de modificación de las conductas y percepciones de la población, de ruptura de vínculos sociales. Es interesante en el artículo de Silvio Schachter el planteo sobre la necesidad de una propuesta metodológica de reinterpretación de estos fenómenos sociales. “Si bien la violencia en nuestras ciudades es omnipresente –señala–, su análisis sigue siendo parcial y segmentado, abordado como respuesta insuficiente y defensiva, frente al permanente tratamiento mediático, que sostiene políticas de intolerancia, de corte represivo y de justicia por mano propia. Menos aun se ha investigado la relación que existe entre violencia y ciudad. La debilidad en su tratamiento conceptual impide que la sociedad pueda responder con praxis alternativas a la actividad que, tanto desde el Estado como desde el sector privado, implementan medidas y políticas que impulsan y agravan el cuadro. La realidad impone un replanteo metodológico, pues pensar que la ciudad en sí misma es la causal de la violencia hace inviable cualquier hipótesis. La base está en la forma de apropiación y producción del espacio del capitalismo tardío, que genera una urbanización cada vez más caótica y agresiva, una disociación entre los flujos globalizados y el asentamiento en los lugares, una urbanización sin ciudad, cuya consecuencia es el crecimiento exponencial de la conflictividad y las contradicciones que se potencian ante la densidad de la urbe y la creciente degradación y hostilidad de la vida citadina”.

En otros artículos se vuelve a estudiar el tema de las ciudades y a repensar el tema del Estado. Se devela “el nexo entre la fragmentación de clase, la división étnica y el arte de gobernar en la ciudad polarizada del cambio de siglo, para explicar la producción política, la distribución socio-espacial y el manejo punitivo de la marginalidad a través de la unión de políticas sociales disciplinarias y de la naturalización de la justicia penal”. Se establece “el profundo parentesco entre la raza y la sanción judicial como formas familiares de deshonra oficial que converge en la constitución de parias públicos” (cfr. el artículo de Loic Wacquant).

La discusión sobre el lugar de los cuerpos –especialmente los de mujeres, travestis, trans, niñas y niños y disidencias sexuales en los que se manifiesta el impacto del sistema moderno/colonial de género y sus muchas violencias sexistas y heterosexistas– permite descubrir un aspecto de la vida cotidiana, habitualmente invisibilizado por la maquinaria mediática de distribución y naturalización de la violencia.

Por otra parte, el papel de los medios de comunicación, de los aparatos ideológicos del estado y de los aparatos privados de hegemonía, el lugar de la publicidad, los modos de entretenimiento, que operan todos como instrumentos de creación de una nueva subjetividad, se amplifican con la operación mediática que convierte a la violencia en mercancía. El interesante análisis realizado en el Brasil por Ronaldo Rosas Reis explica que, como “protagonista del noticiero, la mercancía violencia fue alienada por los medios de comunicación, con los mismos efectos técnicos producidos para el consumo de entretenimiento como el cine, la novela, lo juego de video”.

Los dispositivos articulados de la violencia institucional son analizados desde la experiencia de militancia acompañando a las personas privadas de libertad. Allí se indaga sobre la violencia simbólica que acompaña y presupone la violencia física y se entrelaza con los dispositivos represivos, mal nombrados “de seguridad” en los barrios marginados. La criminalización de lxs jóvenes pobres se lee en el cuerpo de un joven, que puede ser el de todxs, con diferentes historias y dolores comunes.

Es interesantísimo, y una urgencia para dar mayores perspectivas a las luchas emancipatorias, el estudio sobre el impacto de la presencia de los narcos en los territorios y sus consecuencias en la actividad y organización de los movimientos sociales. Este hecho está reconfigurando las prácticas emancipatorias en los movimientos populares en una dialéctica que parte de sus emergencias y urgencias. En el artículo de Esteban Rodríguez Alzueta, se subraya que no se trata de “violencias episódicas, sino sistemáticas, regulares, cada vez más cotidianas. Violencias que agregan violencias a otros conflictos”. Son territorios en disputa que tienen a los y las jóvenes que los habitan como rehenes, como objetos de un doble proceso de reclutamiento: el de los policías y el de los narcos. “El hilo se corta por lo más delgado, y el eslabón más débil de cualquier cadena seguirán siendo estos mismos jóvenes”. Las propias prácticas de reclutamiento son violentas, y la vida de estos jóvenes se vuelve el escenario de múltiples formas de ejercicio de esas violencias superpuestas en un mismo cuerpo. Pensar las reconfiguraciones del territorio y las maneras en que los movimientos populares inscriben sus proyectos en esta nueva espacialidad abre un lugar de reflexión profunda y desafiante, que problematiza la burocratización por repetición de prácticas estereotipadas. Del mismo modo, es fundamental el desafío que se realiza desde otro artículo a la necesidad de que las izquierdas y sus organizaciones reflexionen y realicen propuestas que aborden los temas del crimen y el delito, más allá de los históricos posicionamientos sobre políticas de derechos humanos. Los vacíos en estos análisis generan conflictos a la hora de dar respuestas a situaciones que paralizan e inmovilizan la participación social.

Es interesantísima la oportunidad que encontramos en estos textos de pensar sobre estos fenómenos sociales desde países como EE.UU., México, Colombia o Brasil. Además de establecer las conexiones existentes entre los mismos y poder vislumbrar las tendencias, nos permite comprender que, para desentrañar el mundo en el que vivimos, se requiere una mirada abarcativa de los modos en los que el capital trabaja en todos los espacios y, en particular, cómo lo hace en los territorios a los que busca subordinar por cualquier medio y en aquellos lugares en los que se ejercen resistencias comunitarias y colectivas que nos ayudan a no rendirnos frente a la impotencia o la fuerza brutal con que se imponen estas dominaciones.

En este libro se reúnen miradas construidas a partir de investigaciones serias y de una militancia sostenida en el tiempo. De esa militancia ejemplar, valiosa, pedagógica y política, varias y varios de quienes aquí escriben son protagonistas. Como ejemplos tenemos los casos de los que han acompañado a víctimas y familiares del gatillo fácil y de la represión institucional, como es el caso de los militantes de CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional); o el de quienes han compartido las resistencias de lxs presos de los dispositivos de control de la pobreza, como lxs compañerxs de Atrapamuros (Colectivo de Educación Popular en Cárceles); también, el quienes que realizan el apoyo a mujeres víctimas de la violencia patriarcal, como las compañeras de la Colectiva Feminista La Revuelta. Los que consignamos son tan sólo algunos ejemplos, pero nos referimos a todxs lxs autorxs a quienes reconocemos y queremos porque han abierto caminos con su teoría práctica y con sus prácticas teorizantes. Las ideas que aquí circulan son sostenidas por cuerpos y vidas comprometidas y jugadas en las duras condiciones de ejercicio de las resistencias anticapitalistas, anticoloniales, antipatriarcales. Nos dan por eso la posibilidad de un diálogo único, que puede contrastarse con otras tantas prácticas teóricas solidarias. Los textos incluidos en este volumen son estudios sistemáticos que articulan lo individual del proceso de conocimiento con lo colectivo. Por ello, tanto por lo que dicen como por el lugar desde donde lo enuncian, tienen un fuerte sentido emancipatorio.

En todos estos estudios están planteadas respuestas posibles, pistas para pensar la pregunta fundamental de ¿qué hacer? Aquí se comparten quehaceres y se abren caminos. Se indaga en las maneras en que los colectivos buscan denunciar y actuar, organizar y resistir, incluso crear sus propias formas de autodefensa. Rearticular lo social es fundamental frente a acciones que tienden a disgregarnos y a fragmentarnos, a aislarnos y a sobrevivir al amparo de una violencia mayor. Desalienar nuestras prácticas es parte de estos desafíos.

Las investigaciones que transitan esta publicación colectiva dan vuelta y vuelta a los análisis impuestos desde el poder, que tienden a resolver el tema de la violencia proponiendo ejercer una violencia mayor monopolizada por el Estado –y por los agentes paraestatales que le resultan funcionales–, lo que significa un horizonte prácticamente de guerra interna contra el pueblo devenido en amenaza.

Este libro es necesario para pensar un gran debate de ideas, un diálogo de experiencias que nos permitan salir de la superficie del problema, de sus contornos más epidérmicos, banalizados por el mundo del espectáculo y de la mercancía, y poder de una vez meter el dedo en la llaga. Seguramente, de la lectura saldremos más problematizados que antes de empezar. Será la hora de caminar las preguntas, de echar a andar la palabra, de decir ¡ya basta! a las violencias y a las obediencias, al disciplinamiento compulsivo y a la acción estereotipada, y proponernos atravesar con nuestras reflexiones y nuestros cuerpos otras maneras de enfrentar los proyectos de muerte. Será la hora de pensar nuevos recorridos posibles para detener la lógica deshumanizadora de las relaciones sociales y para transformar la vida con sentidos solidarios, colectivos, comunitarios. Dejar de correr. Pensarnos. Transformarnos. Mirarnos. Reinventarnos en clave de autonomía y de poder popular.

 

Claudia Korol es educadora, secretaria de redacción de la revista América Libre y coordinadora del Equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía.

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