03/12/2024
Por Solana Pablo
Para que la experiencia colectiva no se pierda
A modo de prólogo
¿Cómo contamos el 2001? O, mejor dicho, ¿por qué queremos hablar del 2001 veinte años después? Porque aún nos interpela. Porque creemos que aquella rebelión popular todavía tiene mucho por decir. Traemos los relatos y los devenires de la revuelta para recuperar una polifonía de voces inabarcables: las que quedaron en el viento de las rutas con olor a goma quemada, las que transcurren en forma oral o quedan grabadas como un gesto aún latente, las que siguieron construyendo autonomías y solidaridades. Somos esas voces, esas emociones. Y estas páginas, esos ríos subterráneos que corren por debajo de la historia: la toma de una plaza, los brazos que revuelven el guiso de la olla popular, la alegría ante una fábrica recuperada, la mano tímida levantada en una asamblea, un beso bajo una bandera que flamea.
La rebelión que se gestó a fuego sostenido y estalló hacia el fin de 2001 puso en jaque al sistema. Al calor de la revuelta nos permitimos soñar con otras formas de vida, con una sociedad regida por la solidaridad, el amor y la igualdad. “Soñar a condición de creer firmemente en nuestros sueños”, supo decir Lenin poco antes de su revolución. Los del 2001 fueron tiempos en los que pudimos creer en lo que soñábamos, como pocas veces sucede en la historia.
Decimos 2001 y no hablamos solo de una fecha. Es cierto que la referencia al “19 y 20”, los días del estallido, tiene la fuerza de la síntesis, el recuerdo directo de la vez que el pueblo desobedeció el Estado de sitio, enfrentó a los opresores y como pocas veces los puso a ellos a correr (a volar en helicóptero, valga la imagen). Decir “diciembre” dispara recuerdos más amplios: las airadas protestas de ahorristas, los saqueos desesperados por el hambre y los piquetes organizados contra el mal gobierno. Sin embargo, esa panorámica tampoco es suficiente. Por un lado, es necesario ir hacia atrás, revivir los orígenes que permiten entender el estallido. Por otro, diciembre de 2001 dejó su legado: expandió hacia adelante un formidable abanico de iniciativas populares, creativas, radicales, autogestivas, que llegan hasta nuestros días. Si abrimos de ese modo la mirada, podemos comprender mejor la etapa histórica que dio marco a la rebelión.
El eco de todo un país
¿Quiénes fueron protagonistas de esas historias? ¿Quiénes estuvieron detrás de la “gesta” del 2001? En estas páginas recorreremos los pueblos petroleros del norte, en Salta, y del sur del país, en Neuquén y el Alto Valle; oiremos voces con tonadas cordobesas, rosarinas o santiagueñas; no faltarán las menciones a las puebladas en distintos puntos del país. Relatos populares, federales y feministas, porque allí estuvieron, también, mujeres, niñas y travas poniendo el cuerpo y el trabajo cotidiano cuando poco había y todo parecía posible.
Así, en la Primera Parte buscamos comprender el 19 y 20. Narramos el estallido. Les protagonistas nos cuentan el surgimiento de las asambleas barriales y la expansión de los mecanismos horizontales de decisión. A eso sumamos relatos del conurbano insurrecto y la mirada de activistas poco referidas en las memorias de aquella época: el colectivo travesti trans.
En la Segunda Parte damos cuenta de los procesos graduales y a la vez explosivos que prepararon el terreno para la rebelión. Durante los años noventa, las jubiladas y los jubilados marcharon por sus derechos arrebatados y miles de trabajadoras y trabajadores enfrentaron despidos y privatizaciones. Las puebladas y piquetes contra el desempleo preanunciaron lo que después sucedió. Entre las insurrecciones locales de pueblo adentro y el estallido de 2001 en la Ciudad de Buenos Aires hubo de todo. La militancia recobró fuerzas para enfrentar al menemismo primero, y a la continuidad de la barbarie neoliberal después.
Destinamos la Tercera Parte a contar lo que vino, con sus caminos diversos y debates aún abiertos. Tras la rebelión hubo luchas que se desplegaron con más fuerza, como las que protagonizaron los diversos feminismos populares. Supieron compenetrarse con las nuevas formas de organización popular y, con singular destreza, interpelar al conjunto de la sociedad. También las organizaciones de pequeños productores rurales hicieron similar proceso: no es posible dimensionar la resistencia post 2001 a la continuidad neoliberal expresada en el extractivismo y la concentración de la tierra, sin la irreverencia que aportaron las luchas campesinas y medioambientales. Por otro lado, la potencia explosiva del movimiento piquetero devino en el surgimiento de un sector que se delimitó con identidad propia dentro de la clase trabajadora: el de la Economía Popular, y su novedosa forma de sindicalización. En la nueva etapa política que siguió a la rebelión las instituciones se mostraron más permeables. Parte del movimiento popular vio en esa apertura la posibilidad de releer al peronismo en clave de posibilidad y pujar por hacer cambios desde el Estado. Por otro lado, la izquierda también aprendió: más allá del modesto crecimiento electoral hay experiencias emblemáticas que supieron proyectarse políticamente, como la de las obreras y los obreros de Zanon. Las voces que elegimos para dar cuenta del devenir del estallido hasta nuestros días son apenas una parte de las diversas dinámicas surgidas del 2001 que impregnaron al conjunto de la sociedad. Costumbres combativas y antiburocráticas quedaron incorporadas en el pueblo con más fuerza de lo que se percibe a primera vista.
De igual modo que nos remontamos a las puebladas y las resistencias al menemismo para establecer una suerte de inicio de la etapa 2001, también podemos establecer un cierre del ciclo de la rebelión: la llegada del kirchnerismo al gobierno en 2003, con toda su complejidad y ambigüedad, inauguró otra etapa. A partir de ahí, ya es otra historia. El estallido quedó atrás, pero, sin embargo, a la hora de evaluar las demandas y los horizontes que parió la rebelión, el 2001 es un proceso inconcluso, aún abierto.
La vía argentina de la rebelión latinoamericana
2001 fue nuestro turno, de similar modo que lo fueron otros levantamientos para los distintos países de Nuestra América. Todo el continente se vio atravesado por revueltas, insurrecciones campesinas y protestas urbanas en respuesta a los ajustes neoliberales. En Argentina, la caída de Fernando de la Rúa y la suma de cinco presidentes sin poder hacer pie en los diez días posteriores al estallido se entienden mejor en ese contexto. Como parte del mismo ciclo de resistencias, la furia popular volteó a los gobiernos de Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador, y a los de Gonzalo Sánchez de Losada (2003) y Carlos Mesa (2005) en Bolivia. De igual modo el pueblo venezolano, con el Caracazo (1989), jaqueó al régimen bipartidista que lo oprimía y la insurgencia neozapatista se levantó en armas en México (1994) al grito de ¡Ya basta! Más recientemente se dieron la formidable insurrección chilena (2019), un nuevo levantamiento indígena en Ecuador (2019), la resistencia al golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia (2019) y la insubordinación masiva del pueblo colombiano (2021).
Todas rebeliones similares en tanto cumplieron o cumplen, a su modo, la generalidad anti-neoliberal que anunciamos más arriba. Similares y distintas, a la vez. El capitalismo global no repara en localismos, pero las resistencias sí: cada pueblo apela a las armas que su realidad concreta, sus juventudes, sus tradiciones y utopías les brindan. Así, nuestro 2001 expresó la vía argentina de la rebelión latinoamericana. Los estallidos más recientes en diversos países de la región dan cuenta de que lucha por la emancipación de los pueblos sigue siendo la madre de todas las batallas, aún en la actualidad.
Identidades, militancias y sentidos
La movilización a los 20 años del golpe, el 24 de marzo de 1996, preanunció nuevos aires; fue parte del nuevo ciclo. El amplio movimiento de derechos humanos catalizó, en esa convocatoria sorprendente por lo masiva y en los debates que maduraron entonces, sentidos fundamentales que permitieron establecer un nuevo piso de conciencia para la militancia y para sectores amplios de la sociedad. Las Madres de Plaza de Mayo habían sido, desde siempre, el puente del pasado a ese presente; nos habían permitido aproximarnos política y emotivamente a las historias de militancia que habían quedado del otro lado del genocidio. Eso necesitábamos –queríamos–: recuperar el legado revolucionario, porque nada bueno iría a surgir negando o desconociendo las experiencias de quienes nos precedieron. Fue por entonces que los desaparecidos y las desaparecidas comenzaron a reconocerse con sus identidades políticas. A los nombres propios se les sumó la reivindicación de su militancia, hecho que durante los primeros años de la posdictadura solo hacían los grupos más combativos. En aquel contexto afloraron documentales, libros, pancartas en las movilizaciones, que reivindicaban sus filiaciones ideológicas. Las desaparecidas y los desaparecidos habían sido revolucionarias y revolucionarios: de Montoneros, del PRT-ERP, peronistas, guevaristas; habían intentado la lucha armada, pero también el cine de la liberación, la organización de base en villas y fábricas, acciones culturales, el sabotaje y la clandestinidad. Aquellas lejanas historias de los setenta se tornaban más verosímiles, humanas, reales. Por supuesto que eso no habilitó traslaciones ahistóricas: la profundización de la resistencia al menemismo no apeló a fórmulas político-militares ni mucho menos.
La naturalización de la reivindicación de las identidades políticas que se dio en el contexto de los veinte años del golpe fue un hecho destacable de por sí. En esa clave nos formamos.
Por eso, entre la diversidad de voces e historias que elegimos para dar cuenta del 2001 se expresa una reivindicación de la militancia. El tiempo transcurrido ayuda a esa valoración. En aquellos años, con el surgimiento de lo que se denominó “nuevos movimientos sociales” primero y la dinámica espontánea que se identificó con la categoría de “multitud” después, las identidades militantes quedaron desdibujadas. Todo el protagonismo se le reconoció al pueblo enardecido, sin mediaciones. Pero eso, que es característico en toda revuelta y fue una táctica justa en aquel entonces, se vuelve disfuncional a la hora de entender la rebelión con la perspectiva necesaria que brindan los años.
Allí donde hubo vecinas y vecinos autoconvocados, hubo quienes tenían experiencias políticas previas. Donde hubo obreras y trabajadores que tomaron fábricas para ponerlas a producir sin los patrones, en muchos casos hubo dirigencias formadas en el clasismo. Los nuevos movimientos sociales adquirieron nuevas formas, es cierto, pero en esa gestación hubo activistas que habían conocido en la práctica las formas anteriores. La densidad militante de la rebelión fue tal que, a la distancia, es injusto el balance que no la pondere en toda su dimensión.
¿Cómo llega el seminarista Claudio Pocho Lepratti a activar políticamente en la CTA? Diana Sacayán, emblema de las luchas por la identidad trans, ¿no tuvo su militancia ya desde mucho tiempo antes, en las barriadas de La Matanza? ¿Dónde adquirió su sólida formación marxista Raúl Godoy, dirigente sindical que encabezó la ocupación de la fábrica Zanon para ponerla a funcionar bajo control obrero? ¿Por qué las mujeres ya hablaban entre ellas sobre las violencias machistas mientras revolvían ollas al calor del fuego de los piquetes? ¿Cómo fue ese camino de las travas en las asambleas con cada vecino por la anulación de los edictos policiales? Los liderazgos sociales, aun los que se mostraron insistentemente ajenos a la participación política como tal, tuvieron –y en algunos casos, mantienen– el peso político de su propia acción, sea esta social, sindical, ambientalista o comunitaria.
La exacerbación del espontaneísmo conlleva una crítica anti organización muchas veces entendible, aunque riesgosa si se la acepta sin matices. El “que se vayan todos” incluyó, en sus expresiones más enojosas, a la propia izquierda. Fue tan cierta la crisis de representatividad como necesaria la apelación a la democracia directa. Sin embargo, es justo reconocer que hubo interpretaciones de los hechos voluntaristas, idealizadas, y otras que directamente rozaron la antipolítica. Eso no ayudó a consolidar lo nuevo.
La interpretación del 2001 adoleció de otro desvío, también resultante de la subestimación del sentido político de la rebelión. En los años posteriores, desde las esferas del poder nos predicaron que había que dejar atrás el “caos y la anarquía” y volver a ser “un país normal”. El planteo es coherente en boca de quienes gobernaron con la idea de aplacar la movilización popular y relegitimar el viejo orden institucional. Pero resulta preocupante si es la militancia la que adopta esa mirada.
Para alentar las nuevas y necesarias rebeldías, es imprescindible la celebración de la lucha, la reivindicación del heroísmo, la vuelta al mito para verificar que sigue ahí, que aún alumbra.
Balances pendientes
¿Qué nos queda de ese estallido donde creímos que todo sería posible? ¿Qué rescatan les protagonistas de aquellos tiempos de radicalidad, autonomía y solidaridad a flor de piel? A 20 años, todavía no es del todo clara la reivindicación que los sectores populares hacen de la rebelión. Por eso aquí no buscamos uniformidad en los análisis políticos de un campo popular tan diverso como el nuestro. Sin embargo, sería deseable que los balances, aun parciales, vayan más allá y más a fondo de lo que han propuesto tanto quienes idealizaron livianamente el estallido como quienes insistieron con relatos que menospreciaron su politicidad.
Estas páginas, por supuesto, no pretenden ser ese balance. Sabemos que esa tarea se corresponde con dedicaciones y decisiones colectivas, tiempos sociales y políticos que necesitan su propio proceso, que no se aceleran a gusto. Para gran parte del movimiento popular en la actualidad, 2001 aparece lejano. Su rescate parece una tarea secundaria. Su reivindicación, una formalidad de calendario. Hay motivos para que así sea, algunos sólidos y otros de emergencia. Ya reempalmará de mejor modo la memoria latente de aquella potencia insurgente con las posibilidades y necesidades del mañana.
El futuro ya llegó
Gran parte de quienes militan hoy –o se comprometen de mil formas en actividades colectivas para cambiar el estado de las cosas– apenas tienen recuerdos difusos de la rebelión. Hay jóvenes y adolescentes que activan y protagonizan el presente y que, en 2001, no habían nacido. Por eso sigue siendo necesario volver sobre las formas y los sentidos de todo aquello. Valga mencionar una de las luchas populares recientes, la campaña por la legalización del aborto: allí se habló de “la rebelión de las hijas”: hijas/hijes de las mamás feministas con militancias previas, que fueron, también, de algún modo, hijas del 2001. No solo porque muches de quienes protagonizaron las movilizaciones, vigilias y campañas nacieron después, sino porque en la potencia de los movimientos feministas se reflejan los destellos del atrevimiento y la desfachatez que dejó la rebelión.
Porque aquí y allá, en toda Nuestra América, hay nuevas generaciones rebeldes haciendo sus propios caminos, asumiendo sus responsabilidades y desafíos. En esas búsquedas, esas juventudes protagonistas también se hacen preguntas, quieren saber más.
Para que cada rebelión no deba empezar de nuevo separada de las luchas anteriores, para que la experiencia colectiva no se pierda y las lecciones no se olviden, siempre será válido recuperar nuestra historia, tender puentes, cimentar caminos comunes. Para que, como propuso Rodolfo Walsh, la próxima vez sea posible que se quiebre el círculo.
He aquí un libro hecho de olas y semillas. Porque seguimos tirando de ese hilo colectivo y rebelde que nos trajo hasta acá, y que seguimos siendo. Porque veinte años después de la rebelión supimos plantar banderas de derechos que eran apenas un sueño, y hoy son una realidad. Porque nos seguimos atreviendo. Porque ya sabemos todo el poder de nuestro fuego.
2001. No me arrepiento de este amor
Historias y devenires de la rebelión popular
De Nadia Fink, Pablo Solana, Florencia Vespignani y Martín Azcurra
Coedición El Colectivo y Chirimbote, Buenos Aires, 256 pág, 2021
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ÍNDICE
Para que la experiencia colectiva no se pierda
A modo de prólogo
El estallido
Un tiempo en el que todo fue posible
El 19 y 20 de diciembre de 2001
La democracia directa de las asambleas populares
Susy, Marlene y el 2001 en perspectiva travesti
Grillo y Pini, la rebeldía joven del conurbano
Crónica de un militante que puso el cuerpo
Historias
Semillas esparcidas al viento
Norma Pla, la jubilada que sembró la resistencia
Oso Cisneros, la militancia que siempre vuelve
Panario y Christiansen, obreros presos en Neuquén
Los Cutralcazos que encendieron la mecha
La osadía del pueblo en Salta
La Negra Avendaño en Córdoba
Ruth, la Checha y el protagonismo de las mujeres en las puebladas
Neka, Jorge y el “cura” Alberto
Devenires
Ecos de un fuego que no se apaga
Raúl Godoy, obrero de Zanon
Deolinda Carrizo, del territorio a la gestión pública
Ivanna, el Gringo y el sindicato de la economía popular
Nahuel, Rosalía y la organización de quienes trabajan la tierra
Memorias y luchas por justicia
Agradecimientos
Bibliografía y lecturas recomendadas