22/11/2024
La Revolución de Octubre creó las precondiciones indispensables para la toma del poder por la clase obrera en la Rusia devenida soviética. Sin embargo, antes de que el poder que la clase tomaba pudiera ser consolidado, comenzó a escapársele. El hecho de que la primera revolución obrera victoriosa del mundo ocurriera en un país poco desarrollado y quedara aislada –es decir que, al contrario de las expectativas de dirigentes y participantes, no fuera seguida por revoluciones victoriosas en países altamente desarrollados que hubieran podido “remolcar” a la Rusia soviética– fue un factor determinante. La crisis socio-económica extremadamente grave, provocada por la guerra mundial que condujo a la revolución, fue exacerbada fuertemente por la guerra civil.
En Rusia la clase obrera no era muy numerosa y en su seno el proletariado era minoritario, pero muy concentrado. Sus filas se duplicaron temporalmente durante la Guerra Mundial, luego desde mediados de 1918 se redujeron, recuperando el nivel anterior a la guerra, y se achicaron más aún en los siguientes cuatro años. Durante la guerra civil muchos obreros industriales se incorporaron al Ejército rojo y fueron muertos, muchos fueron a trabajar a los aparatos del partido y del Estado, y no fueron pocos los que se dispersaron buscando desesperadamente modos de supervivencia, principalmente en el campo pero también en el mercado negro.
En ocasión de una discusión entre historiadores, Sheila Fitzpatrick escribió que al terminar la guerra la cantidad de trabajadores se había dividido por tres –llegando sólo a un millón–. “Durante el transcurso de la guerra civil, aproximadamente un millón de obreros se transformaron en campesinos, refutando la noción de madurez de la clase obrera sostenida por los bolcheviques”. A lo que Ronald Suny respondió: “Ese movimiento de la ciudad al campo, de la fábrica a la granja, ¿debe ser comprendido de manera tan categórica como el paso de una clase a otra, sin tener en cuenta la experiencia que esos hombres y mujeres proletarizados llevaban consigo?” (Fitzpatrick, 1988: 600; Suny, 1988: 619). Ambos plantean mal la cuestión. En lo esencial, quienes se fueron al campo sólo habían venido a trabajar en la industria durante la Guerra Mundial.
Youri Larin, uno de los principales administradores de la economía del “comunismo de guerra”, en base a datos de principios de 1920 escribía: la modificación general del proletariado industrial “surge del hecho de que su cantidad se redujo en ¼ con respecto al período de paz, a causa sobre todo de la reducción de la industria textil y de los obreros no calificados en otras ramas, pero con la casi totalidad del núcleo del proletariado calificado manteniéndose en su lugar. En lo referido al elemento esencial de la producción, la fuerza humana viva cualitativamente preparada, estamos ante un organismo que se redujo, pero no fue destruido” (Larine y Kritsman, 1920: 44). Continuó reduciéndose hasta finales del año 1921 y finalmente, en comparación con el período anterior a la guerra –que es el período que corresponde tomar en consideración al hacer comparaciones, no el de la guerra– el número de obreros se redujo a menos de la mitad.
Una fractura irreversible del Estado obrero
Fue entonces cuando una crisis abierta estalló en las relaciones entre el partido bolchevique y el poder soviético, por un lado, y la clase obrera –la que sobrevivió en tanto clase–, por el otro. Sus causas y sobre todo su impulso, su carácter dramático y graves consecuencias, sólo pueden comprenderse plenamente hoy día, a la luz de fuentes que eran inaccesibles antes del hundimiento de la URSS y de los trabajos de historiadores que en ellas se inspiran.
Serguei Pavlioutchenkov constata: “La historia de la guerra civil muestra de hecho que después de haber conocido brevemente la contrarrevolución burguesa-latifundista, los campesinos se inclinaron sin ambigüedad a favor del Estado soviético”. Esto finalmente se produjo hacia fines de 1919. “Millones de campesinos aseguraron la victoria de los bolcheviques en la guerra civil, pero rápidamente se puso de manifiesto que estos sobreestimaron su grado de apoyo. La alianza militar no devino una alianza económica, y no puede culparse por ello a los campesinos” (Pavlioutchenkov, 1996: 105, 109). La alianza económica era imposible si el Estado no abandonaba la dura “dictadura en materia de aprovisionamiento” que ejercía sobre el campesinado, sin reemplazar la requisa de cereales, una de las bases del “comunismo de guerra”[1], por un impuesto en especie mucho más liviano y el restablecimiento del intercambio mercantil. Desde marzo de 1920 León Trotsky propuso ese viraje, pero en aquel momento Lenin reaccionó con hostilidad, acusándolo, nada menos, de preconizar el librecambismo (Trotsky, 1926: 543-544).[2]
La demora en abandonar el “comunismo de guerra” –todo un año– tuvo entonces consecuencias desastrosas, porque extenuadas por las requisas, las masas campesinas se volvieron en contra de su aliado. Además, existía una marcada división entre “los de abajo y los de arriba” en el partido mismo. Desde el verano de 1920, Evgueni Preobrajenski, entonces secretario del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia (PC(b)R), advirtió a Lenin y la dirección del partido sobre la insurrección antibolchevique que había desencadenado en la provincia (gubernia) de Samara una división de caballería del Ejército rojo dirigida por Alexandre Sapojkcov. “La aplastante mayoría de los dirigentes del levantamiento son comunistas”, escribió. “Más allá de consignas kulaks y antisemitas, el levantamiento de Sapojkov promueve las mismas reivindicaciones que unen a las llamadas bases de nuestro partido en la lucha contra los de la cúpula en incontables conferencias y en el seno de casi todas las organizaciones del PC(b)R (‘abajo los seudo-comunistas aburguesados: generales, pillos, burócratas del partido’, ‘abajo la casta privilegiada de la cúpula comunista’). Puede afirmarse que estas consignas cuentan con la simpatía de una gran parte de los miembros de base de nuestro partido y que la división en nuestras filas según estas líneas aumenta cada día. Incluso en Moscú, entre los comunistas que trabajan en el terreno, el término ‘kremlinés’ se pronuncia con hostilidad y desprecio” (Preobrajenski, 2006: 364).
Esta visión era exagerada. El dirigente menchevique Iuli Martov emigró de Rusia en el otoño de 1920. Él escribió a su camarada Pavel Axelrod que el respaldo a los bolcheviques en el proletariado seguía siendo mucho mayor de lo que pensaban los emigrados mencheviques: “Ustedes no pueden imaginarse hasta qué punto, en una época reciente (antes de mi partida), entre la considerable masa de obreros moscovitas que trabaja en fábricas y talleres, había un verdadero fanatismo bolchevique combinado con la adoración de Lenin y de Trotsky y con un odio terrorista contra nosotros. […] En consecuencia, las palabras que se encuentran con frecuencia en las cartas de obreros que publica Pravda no son un cliché: ‘Fue sólo después de la Revolución de Octubre que nosotras las obreras pudimos ver el mundo’. A pesar de las decepciones ulteriores, estas mujeres siguen bajo la muy fuerte impresión de la luna de miel bolchevique. Por la misma razón, la juventud obrera que se inicia está con los bolcheviques” (Martov, Axelrod, Potressov, 2010: 590-591).
En muchas regiones, los campesinos declararon al poder bolchevique una guerra (Alyochkine, Vasiliev, 2010) a la que era imposible hacer frente con medios militares, tanto más cuanto el Ejército rojo estaba constituido sobre todo por campesinos. “Al comienzo de 1921, el estado de ánimo en el ejército se confundía con el de la población rural de Rusia. Por algún tiempo, los bolcheviques habían perdido al ejército” (Pavlioutchenkov, 1997: 140), aún si tenían en el campo un aliado serio, pero muy subestimado: la juventud hostil al patriarcado que se incorporaba al Komsomol (ibíd.: 107-108). Con el cuchillo literalmente en la garganta, se sofocó la guerra campesina con un giro brutal y desesperado, pasando del “comunismo de guerra” a la Nueva política económica (NEP). Pero antes de que esto se produjera, el X Congreso del PC(b)R, que en marzo de 1921 adoptó el pasaje a la NEP, coincidió con el amotinamiento antibolchevique de los marinos de la flota del Báltico en la fortaleza de Kronstadt, muy importante estratégicamente, pues defendía el acceso por mar a la muy próxima Petrogrado.
Esta rebelión está ligada a un acontecimiento poco conocido pero muy importante políticamente, revelado por Pavlioutchenkov después de investigaciones en los archivos post-soviéticos. Durante la agitada discusión sobre los sindicatos que se produjo en la dirección del partido antes del X Congreso, Lenin, que dirigía con Grigori Zinoviev la llamada fracción de “los Diez”, atacó duramente a Trotsky. El prestigio de Trotsky después de la victoria del Ejército rojo en la guerra civil era tan grande que en la sociedad y aún en el partido comenzó a hablarse de “el partido de Lenin y Trotsky”. Constata Pavlioutchenkov que en el curso del conflicto con Lenin sobre el rol y las tareas de los sindicatos, Trotsky comenzó a sostener activamente la idea de la “democracia obrera” (Pavlioutchenkov, 2008: 64).[3] La táctica de lucha fraccional de Lenin contra Trotsky consistía en alejar de los puestos dirigentes del partido y el Estado a los militantes cercanos a él. Y eso fue lo que se hizo en Kronstadt (Pavlioutchenkov, 2008: 37-48 y 166-171).
Gobernando Petrogrado, “los zinovievistas, con total apoyo de las células comunistas de la Flota del Báltico, aplastaron literalmente a la comandancia y los órganos políticos de la Flota” y en especial separaron de los puestos de dirección a Fyodor Raskolnikov y Ernesto Batis, que se habían posicionado “del lado de Trotsky, lo que tuvo el efecto de intensificar los sentimientos de oposición y anarquía entre los marinos y condujo finalmente al célebre amotinamiento. Los partidarios de Trotsky acusaban a los partidarios de ‘los Diez’ de hacer renacer el ‘Comiterismo’ en la Flota”. La comisión investigadora de la Cheka constató que “un rol importante en el desarrollo de los acontecimientos”, es decir en lo que llevó al amotinamiento, “lo tuvo la increíble confusión” que, después de eliminado el anterior comando, prevaleció “entre los dirigentes de la organización (del partido) de Kronstadt, la Flota del Báltico y la fortaleza de Kronstadt”. Según Pavlioutchenkov, “no es exagerado decir que Zinoviev montó ‘Kronstadt’ con sus propias manos” (ibíd.: 65-66).
Paralelamente, “la crisis de los combustibles que se desarrolló con increíble fuerza, pulverizó los programas de reconstrucción de las industrias metalúrgica y textil”. Fue provocada ante todo por la “defectuosa estructura organizativa” del sistema de gestión, que “era un residuo” de la economía del “comunismo de guerra” (Krjijanovski , 1921: 12). En Petrogrado decenas o posiblemente un centenar de empresas fueron cerradas, entre ellas las gigantescas como la Putilov. Y estallaron huelgas obreras, pero éstas no se asociaron a la revuelta de Kronstadt. Las profundas y amplias investigaciones realizadas después de la apertura de los archivos por Serguei Iarov muestran que la revuelta solo tuvo un respaldo minoritario entre los obreros de Petrogrado, donde prevalecían sentimientos que iban dese la indiferencia a la hostilidad, a tal punto que su aplastamiento fue masivamente saludado por los obreros (Iarov, 1999: 114-133).
El poder en la ciudad ya estaba en manos de la burocracia obrera que se formó rápidamente. La mitad de los miembros de la organización del partido bolchevique en la ciudad era de origen obrero, pero menos de la sexta parte seguía trabajando como obreros, y entre los delegados al soviet de Petrogrado eran mayoría los primeros, y los segundos menos de 1/6. Moïssei Kharitonov, miembro del Comité municipal del PC(b)R, decía que los de origen obrero “pasaron a ser malos funcionarios y burócratas soviéticos, abusando frecuentemente de su poder y posición no menos (o no mejor) de lo que lo hacían los viejos funcionarios y burócratas zaristas” (Tcherniayev, 2000: 18). Aunque Lenin haya admitido que “nuestro Estado es un Estado obrero con una deformación burocrática” (Lenin, 1970a: 208)[4], no desarrolló ni precisó esta tesis visiblemente ad hoc en su polémica con Trotsky.
Alexandre Chliapnikov, militante bolchevique con 20 años de experiencia en el seno del partido, líder de los bolcheviques de Petrogrado durante la Revolución de febrero y presidente del sindicato metalúrgico, jugó un rol importante en la Revolución y la creación del Estado soviético, tenía años de experiencia de trabajo en fábricas de Europa Occidental y de actividad en organizaciones sindicales de varios países. Impulsó la reorganización del modelo sindical ruso según el modelo de los metalúrgicos, reemplazando los tradicionales sindicatos de oficio por modernos sindicatos de industria, denominados en Rusia sindicatos de producción. Su pensamiento, muy independiente y al mismo tiempo con fundamentos teóricos, se articulaba entonces, obstinadamente, en torno a cuatro ideas entrelazadas.
En primer lugar, estaba convencido de que, para que el poder fuera obrero, debía ser ejercido por la clase obrera y no por el partido en su lugar; de lo que se trataba entonces era de democracia obrera y no de dictadura de partido. Segundo, que esta clase no ejercería el poder político o no lo conservaría, si no se apoderaba del poder económico en la industria nacionalizada, o si este poder pasaba a “aparatos soviéticos separados de la actividad económica y productiva inmediata y viva, y mixtos, además, desde el punto de vista de su composición social”, y no a “los órganos de clase, ligados directamente a la producción de manera viva, es decir, a los sindicatos” (Kollontay, 2008: 170). Tercero, que los “especialistas burgueses” en la industria –donde los obreros tienen un considerable conocimiento del proceso productivo– eran indispensables, pero no de igual manera que los “especialistas burgueses” en el ejército, donde la masa de soldados conscriptos no tiene ninguna idea del arte de la guerra. Cuarto, que sólo la auto-organización obrera permitiría a los productores inmediatos subsumir los procesos de trabajo y las fuerzas productivas heredadas del capitalismo y, por medio de la auto-actividad y de la auto-iniciativa colectivas, transformarlos y desarrollarlos nuevamente a fin de que devengan la base material de la construcción de una sociedad sin clases”.[5] En marzo de 1919, durante el VIII Congreso del PC(b)R, Lenin aseguró: “hemos pasado del control obrero a la gestión obrera de la industria, o al menos estamos a punto de hacerlo” (1969a: 141). Podía parecer que así era, porque “en el curso de los años del ‘comunismo de guerra’, el poder real en las empresas pertenecía a los sindicatos y los comités de fábrica”, y “las empresas estaban conducidas ya sea por colectivos con mayoría obrera, ya sea por directores obreros designados por los sindicatos y obligatoriamente nombrados en base a esas indicaciones por los consejos regionales de la economía nacional” (Larine, 1924: 39). El VIII Congreso adoptó un programa partidario que afirmaba: “Los sindicatos deben hacer realidad la efectiva concentración en sus manos de la gestión del conjunto de la economía nacional en tanto organismo económico único” (8vo Congreso del PCR(b), 1959 [1919]: 403). La idea provino del mismo Lenin, pero no se sabe de dónde la tomó, porque proviene del sindicalismo revolucionario que le era ajeno.[6] No encontró oposición en el congreso.[7]
Esto vino como caído del cielo a Chliapnikov, que comenzó a difundirla y desarrollarla intensamente. Lo decía así: el partido bolchevique deberá ser “la dirección política de las masas de obreros y de campesinos en la lucha revolucionaria y en la construcción de la nueva sociedad”, los soviets deberán ser “la única forma de poder político”, y los sindicatos “el único organizador a cargo de la economía nacional y una escuela de gestión económica para los obreros” (Décimo Congreso, 1921: 842, 870). Rápidamente, la dirección del partido comenzó a acusarlo de ceder a “tendencias sindicalistas”.
En el siguiente congreso, el IX, en marzo de 1920, Lev Kamenev, miembro del Politburo, hablando de Chliapnikov, dijo sin ningún rodeo que “si el movimiento sindical manifiesta tendencias sindicalistas, entonces los camaradas que se plieguen a las mismas deben ser echados del movimiento sindical” (Noveno congreso del PC(b)R, 1934: 62).[8] Era evidente que lo escrito en el programa el año anterior sobre el rol de los sindicatos en la gestión de la economía ahora incomodaba a los dirigentes del partido. Sin saber cómo zafar, taparon esa incomodidad con ataques contra las “tendencias sindicalistas” y Chliapnikov. Lo acusaban de olvidar que “estamos en la vía de la estatización de los sindicatos”,[9] aunque esa afirmación no estaba en el programa. Chliapnikov no podía defenderse, porque no participaba en el Congreso –había sido enviado a una misión al exterior, cosa que Lenin debió aclarar ante el Congreso (Lenin, 1974: 261-262)–.
Previamente al X Congreso, durante la discusión sobre los sindicatos, Chliapnikov y el metalúrgico Sergei Medvedev, a los que se sumó la feminista Alexandra Kollontay, y con ellos los principales dirigentes de los sindicatos de rama metalúrgicos, textiles y mineros, formaron una fracción llamada Oposición obrera. Ésta ganó gran apoyo entre los obreros bolcheviques, cada vez más convencidos de que las prácticas militaristas que se habían generalizado durante la guerra civil sofocaban la democracia obrera en el partido y el Estado, y que el partido sumergido por elementos pequeño-burgueses se transformaba en un cuerpo ajeno a la clase. En diversos centros industriales de provincia, la Oposición obrera tomó la dirección de las organizaciones partidarias o luchaba por ganarla. Incluso en Moscú, donde tuvo el apoyo de más del 20% de los delegados en la conferencia del partido, se rebelaba con tanta elocuencia que Lenin advirtió una dinámica divisionista (Holmes, 1990; Sandou, 2006; Allen, 2015: 157-179).
Al apartarse del “comunismo de guerra”, escribe Tatiana Sandou, la Oposición obrera pretendía “reforzar la democracia en el seno del partido, debilitar los métodos de trabajo administrativos y autoritarios y organizar la economía sobre la base de la autogestión obrera bajo la dirección de los sindicatos” (Sandou, 2006: 78). Sobre la base de los principios de la economía planificada y del “centralismo obrero”, y actuando en la perspectiva inherente de la industrialización, elaboró un proyecto de sistema de autogestión obrera, a partir del nivel de la fábrica –donde la empresa debía ser gestionada por un comité obrero elegido democráticamente–, pasando por el nivel de ramas, hasta el nivel nacional. Este sistema debía integrarse al sistema de organizaciones sindicales: de ahí su lado sindicalista, de ahí también sus incoherencias y contradicciones internas (Zinoviev, 1929; Milioutine, 1929: 292-296). Es claro que los sindicatos debían jugar un rol clave en la construcción de un sistema de autogestión obrera. Pero pretender que se fusionaran los sindicatos con este sistema era ya otra cosa. De todas maneras, no se trataba de un programa cerrado, inmodificable.
Lenin acusó a Chliapnikov y a la Oposición obrera de “evidente desviación del partido, del comunismo” y proclamó: “La desviación sindicalista debe ser curada, y lo será” (Lenin, 1970a: 304). Si, como sostiene Marx, la dictadura del proletariado no es más que un sinónimo del poder de los trabajadores,[10] sólo desde visiones metafísicas podría ser “curada” de “desviaciones sindicalistas” y de otras tendencias históricas del movimiento obrero. Lenin actuó como si en ningún momento advirtiera que él mismo había instalado semejante “desviación” en el programa de su partido.
Antes y durante el X Congreso, Chliapnikov emprendió una lucha cuya agudeza refleja la profundidad de la crisis socio-política. Escribió que “el partido, como colectivo dirigente y creativo, se ha transformado en una pesada máquina burocrática” y que “el Estado soviético, en lugar de tender hacia una “forma comprehensiva y englobante de organización de los trabajadores”, se transforma en un Estado gestionado por la burocracia y excluye de hecho la participación masiva de las organizaciones obreras en su gestión” (Chliapnikov, 1991: 213-214). No vaciló en entrar en un conflicto cada vez más agudo con Lenin. “La esencia del conflicto”, explicó, “consiste en saber de qué manera nuestro Partido comunista conducirá su política económica en el período de transición en que nos encontramos: por intermedio de las masas obreras organizadas en sindicatos o por encima de sus cabezas, por la vía burocrática, a través de burócratas y de especialistas canonizados” (cit. en Sandou, 2006: 87).
El principal choque se produjo durante el Congreso. El representante de la Oposición obrera, Youri Milonov, criticó la “capa de castas” que estaba a la cabeza del partido con Lenin, profesando “la primacía de los métodos autoritarios de dirección central sobre el método de la auto-actividad de las masas” y sugiriendo que ya no es posible basarse en la clase obrera. A los ojos de Lenin y de esta “capa de castas”, dijo Milonov, “estamos al borde del precipicio: entre la clase obrera, infectada de prejuicios pequeño-burgueses, y el campesinado, que es por naturaleza pequeño-burgués”. Milonov plantea retóricamente la cuestión de saber si los dirigentes que criticaba pensaban que “deberíamos apoyarnos únicamente en la capa de funcionarios soviéticos y del partido” (soviéticos significa aquí estatales). Afirmó: “nuestro partido deja de ser un partido obrero” (Décimo Congreso del PCR(b), 1921: 85, 87). En su vehemente contraataque Lenin asoció a la Oposición obrera con los elementos que se erguían “sobre la ola de la contrarrevolución pequeño-burguesa”, que era más peligrosa que Denikin. De esta manera se refería a los levantamientos de los campesinos y a la rebelión de Kronstadt. “Existe un lazo”, afirmó, “entre las ideas, las consignas de esta contrarrevolución pequeño-burguesa, anarquista, y las consignas de la Oposición obrera”. “Una ‘oposición obrera’ que se abroquela a espaldas del proletariado es un elemento pequeño-burgués anarquista” (Lenin, 1970b: 202, 204, 206) en el seno mismo del partido.
Sugiere por tanto que a través de esta oposición “la contrarrevolución pequeño-burguesa” se infiltraba en el partido bolchevique. Al folleto de Kollontay, presentando el punto de vista de la Oposición obrera, le atribuyó un contenido abiertamente contrarrevolucionario. Su quintaesencia era, según él, el reclamo antes formulado por Chliapnikov y retomado en el folleto, de que “un congreso de los productores de Rusia, agrupados en sindicatos de producción”, elija “un organismo central que dirija el conjunto de la economía nacional de la República” (Kollontay, 2008: 184). Semejante demanda, sostenía, estaba en contradicción radical con un punto del programa partidario adoptado dos años antes: el que afirmaba justamente que los sindicatos debían llegar a concentrar en sus manos al conjunto de la gestión de la economía nacional. La Oposición obrera reclamaba precisamente que ese punto del programa no quedara solo en el papel.
La polémica entre la Oposición obrera y Lenin en el X Congreso fue tan agitada que Chliapnikov dijo, refiriéndose a las resoluciones presentadas por Lenin “Sobre la desviación sindicalista y anarquista” y “Sobre la unidad del partido” (aprobadas ambas por el congreso): “Habiendo estado en el partido durante 20 años, jamás vi ni escuché algo tan demagógico y más calumnioso que esta resolución”. Los delegados de la Oposición obrera formularon una declaración conjunta: “la resolución introduce una escisión en el medio obrero de nuestro partido y excita a los elementos pequeño-burgueses y burocráticos del partido contra su parte obrera” (Décimo Congreso, 1921: 536-537). A pedido de Lenin, el congreso votó prohibir la actividad de las fracciones –algo sin precedentes en la historia del bolchevismo–. Lenin mismo no respetó la prohibición. La fracción de “los Diez” estuvo activa en el congreso siguiente (Tchouiev, 1999: 240).
Trotsky escribió años más tarde (en un artículo que decidió no publicar): “A la luz de los acontecimientos posteriores, una cosa es absolutamente clara: la prohibición de las fracciones marcó el fin de la historia heroica del bolchevismo y abrió la vía de su degeneración burocrática” (Trotsky, 1977: 186).[11] Pero el fin de esta historia también marcó la derrota de la Oposición obrera –la única corriente del partido que alertó sobre el hecho de que la clase obrera estaba en vías de perder el poder–; derrota que fue sellada por la estigmatización de esta corriente con las mencionadas resoluciones del congreso. La coincidencia del calendario de su campaña política en el partido con el hundimiento cuantitativo y cualitativo de la clase obrera y con el levantamiento de Kronstadt le cortó violentamente las alas (Sandou, 2006: 112-127; Allen, 2015: 179-190). La resolución sobre los sindicatos, sostenida por Lenin con toda su autoridad y aprobada en el X congreso, por un lado contra la Oposición obrera y por otro lado contra Trotsky, “sirvió en la práctica para remitir la gestión obrera” de la industria y de la economía nacionalizada “a las calendas griegas” y “a consolidar y dar autonomía al aparato de dirección administrativa de la economía, cuya degeneración burocrática se manifestaría rápidamente. En esto consiste efectivamente la tragedia del X Congreso” (Germain [Mandel], 1955: 58).
La importancia de la cuestión de la Oposición obrera sólo ha comenzado a percibirse en la historiografía recientemente. Se trató de un desafío muy serio, casi sistémico, al poder bolchevique y a la “concepción leninista del partido”, pues la oposición reivindicaba “un sistema alternativo de organización del poder en el país, basado en el rol preponderante de los sindicatos como organización de los productores inmediatos-obreros” (Tsakounov, 1994: 37); vale decir que reivindicaba la primacía del movimiento obrero sobre el partido y los aparatos de Estado. “Lenin tenía sobrados motivos para creer que la realización práctica de la idea de ‘la oposición obrera’ amenazaba crear una alternativa a la dictadura del partido bolchevique” (Apalkov, 2017: 29). Le hizo frente con maniobras para desplazar a los dirigentes y militantes de la oposición, ya vencida, de los puestos de dirección, no sólo en el partido sino también en los sindicatos, que fueron al mismo tiempo totalmente sometidos a las autoridades del partido. También intentó, y fracasó literalmente por un pelo, expulsar a Chliapnikov.[12]
Aparecen entonces dos ideas radicalmente nuevas en Lenin. No expresó públicamente la primera, que formuló en sus notas sobre la NEP de esta manera: “¿‘Termidor’? ¿Fríamente puede ser, sí? ¿Se producirá? Veremos. No presumir antes de ir al combate” [“Materiales para la X conferencia panrusa”] (1970b: 403). Al mismo tiempo, confió a Jacques Sadoul, antiguo oficial de la misión miliar francesa que se unió a los bolcheviques y fue cofundador de la Comintern: “Los jacobinos obreros son más perspicaces, más firmes que los jacobinos burgueses, y han tenido el coraje y la sabiduría de termidorisarse ellos mismos” (Vilenski, 1924: 38). Inmediatamente después de la muerte de Lenin, Sadoul hizo pública esta información en Moscú, pero fue ignorada. Jean-Jacques Marie comenta: “¿Qué quiere decir? ¿Que la NEP es un Termidor económico y por tanto social, pues abre la puerta a la propiedad privada y el comercio libre, pero no político porque el poder sigue en manos de los ‘jacobinos obreros’?” (Marie, 2004: 473). Sin embargo, al menos según el relato de Sadoul –que, aunque plausible, puede no ser exacto–, Lenin no le dijo que ellos habían instaurado un Termidor socio-económico manteniéndose jacobinos, le dijo que ellos mismos devinieron termidorianos.
La segunda idea, que parece estar intrínsecamente ligada a la primera, va aún más lejos. Lenin la formuló así: el proletariado ha desaparecido, pero el Estado se mantiene proletario. Esto podía sugerir que la relación del uno con el otro ya no es necesaria, dado que el poder en el Estado es ejercido por los “jacobinos obreros”, aunque “auto-termidorizados”, sea cual fuere el sentido del término. Lenin dice que en las condiciones de la NEP, “el poder estatal proletario, apoyándose en el campesinado”, por un lado, va a “sujetar a los señores capitalistas de tal modo que oriente al capitalismo en el cauce del Estado y a crear un capitalismo subordinado al Estado y puesto a su servicio”. Por otra parte, “los capitalistas”, decía, “harán nacer al proletariado industrial que, entre nosotros, en razón de la guerra, de la ruina desesperante y de la devastación, es desclasado, es decir, que fue desviado de su camino de clase y dejó de existir como proletariado. Se llama proletariado a la clase ocupada en producir bienes materiales en las empresas de la gran industria capitalista” (Lenin, 1970c: 161).
Esta definición, por un lado, reducía enormemente a la clase: excluía a la mayoría de los trabajadores que estaban empleados en pequeñas empresas, en la esfera de la circulación, etc., y, por otro lado, era completamente ajena a la noción de clase como relación social. “Si el capitalismo se restablece, esto será también, en consecuencia, el restablecimiento de clase del proletariado ocupado en producir bienes materiales útiles a la sociedad en grandes fábricas mecanizadas, en lugar de librarse a la especulación, a la fabricación de encendedores para venderlos” (ibíd.: 151), que es de lo que se ocupan los actuales obreros “desclasados”, entre los que se expande “la ideología de pequeños propietarios”. Lenin consideraba por lo tanto que “la gran producción y las máquinas”, y por lo tanto específicamente las fuerzas productivas antes que las relaciones de producciones, constituyen “la base material y psicológica del proletariado”, sin lo cual hay “desclasamiento” (Lenin, 1970b: 401).
Si el “proletariado ha desaparecido”, como sostenía Lenin, la regresión de Rusia hubiera sido a la época precapitalista. En 1922 esta tendencia se invirtió: la cantidad del proletariado puramente industrial comenzó a crecer un 10% anual y, al terminar el año, estaba por debajo del nivel anterior a la guerra, pero ya no más del 50% como en 1921, sino en un 44% (Kritsman, 1926: 238). El discurso según el cual “el proletariado se desclasó y desapareció” testimonia una crisis muy grave en el pensamiento político y teórico de Lenin. Fitzpatrick lo ve de otra manera. Estima que no fue sino una “crisis de fe efímera” durante cual muchos dirigentes bolcheviques, Lenin entre ellos, no estaban tanto convencidos de la “desaparición del proletariado” sino que ellos estaban “al borde de la decepción con la clase obrera rusa” (Fitzpatrick, 2005: 53).
En marzo de 1922, durante el XI Congreso del PC(b)R, último al que Lenin asistió, declaró que “el Estado somos nosotros, es el proletariado, es la vanguardia de la clase obrera”, pero lo que en realidad quería decir era que “el Estado somos nosotros, la vanguardia”, puesto que, según sostenía, “el proletariado había desaparecido”. “Muy frecuentemente, cuando se dice ‘obreros’, se piensa que esto significa proletariado fabril. De ninguna manera”. Y pregunta retóricamente: “¿Hoy, las condiciones sociales y económicas, entre nosotros, son de tal naturaleza que empujan verdaderos proletarios a fábricas y talleres? No. Es falso. Es justo según Marx. Pero Marx no hablaba de Rusia, hablaba del capitalismo en su conjunto, a partir del siglo XV. Eso fue justo durante seiscientos años, pero es falso para la Rusia de hoy en día. Muy frecuentemente los que vienen a las fábricas no son proletarios sino un elemento aleatorio de cualquier tipo” (Lenin, 1970b: 58, 106-107).
¿Por qué milagro, pese a todo lo que ocurría a su alrededor, sólo aquellos que ejercían el poder no corrían el riesgo de desclasarse y dejar de ser “jacobinos obreros”? Contestando a Lenin, Chliapnikov dio en el blanco: “Permítame felicitarlo por ser la vanguardia de una clase inexistente. Se dice que en nuestro país el proletariado se desclasa, que se ha quedado muy atrás, y cuando se escuchan los discursos melosos del camarada Kamenev, nos enteramos de que incluso el obrero avanzado de Moscú expresa los intereses campesinos, […] que incluso los metalúrgicos avanzados de Moscú hablan entre nosotros el lenguaje de los intereses campesinos”. Otros dirigentes del partido afirman que la NEP “hace nacer instintos de propietario en los trabajadores”. Y además, “lo que el Comité central difunde sobre la clase obrera en sus boletines de información” son calumnias, afirmando que las huelgas son obra de monárquicos, cuando después de investigar se sabe que están causadas por las penurias alimentarias y el no pago de salarios. Según Chliapnikov todo esto se derivaba, con el pasaje a la NEP, de la “búsqueda” por el poder soviético “de una nueva base, de un nuevo apoyo, por fuera del proletariado”, y de estados de ánimo similares a los que causaron estragos en el partido bolchevique tras la derrota de la revolución de 1905. “Nosotros recordamos el estado de ánimo de la intelligentsia y de los elementos no proletarios cercanos a ella, ¡y cuantas cosas nos recuerdan hoy aquella época! El terreno para estos humores está creado por nuestros dirigentes, sobre todo el camarada Lenin, el camarada Kamenev y otros”. “Las reflexiones que escuchamos frecuentemente sobre el hecho de que nuestro proletariado se desclasó” son testimonio “de una fractura incluso ideológica de la relación entre el proletariado y su destacamento principal: nuestro partido”. Su dirección debería, decía Chliapnikov, “acordarse de una vez por todas que no tendremos otra y ‘mejor’ clase obrera y es preciso conformarse con la que tenemos” (Onceavo Congreso del PC(b)R, 1936: 108-110, 197).
Una vez más, el Congreso se desarrolló en la atmósfera de una nueva y fuerte tensión en torno a la cuestión de la ex-Oposición obrera, en este caso alrededor de “la cuestión de los 22”. Veintidós militantes, entre ellos Chliapnikov, Kollontay y Medvedev, habían apelado a la Comintern. “Ahora que las fuerzas de la burguesía nos presionan de todos lados, ahora incluso que infiltran nuestro partido” donde los obreros son minoritarios, afirmaban en su apelación, “nuestros centros dirigentes luchan implacablemente contra todos aquellos, y muy especialmente los proletarios, que se permiten tener opiniones, aplican todo tipo de medidas represivas contra la expresión de esas opiniones en el partido”, suprimen en el movimiento sindical “la iniciativa y la espontaneidad obreras” e “ignoran los mandatos de congreso dirigidos a sentar las bases de la democracia obrera”. “La aspiración a llevar las masas proletarias más cerca del Estado”, escribían, “es calificada de ‘anarcosindicalismo’, y sus partidarios son perseguidos y desacreditados” (en Ovtcharenko, 2011: 426-427).
Según Richard Day, Kollontay y sus camaradas “veían más claramente que la mayor parte de los bolcheviques” (pero valdría la pena examinar si no veían más claramente que todos los bolcheviques) “que sobre el terreno de la NEP el partido podía buscar un compromiso entre clases rivales, sentando así las bases de una nueva política burocrática” (Day, 2013: 16), e incluso, agregaríamos, las bases de la formación de una nueva burocracia, esta vez sí termidoriana por excelencia.
En el marco de la “cuestión de los 22”, se planteó una moción para expulsar del partido a Chliapnikov, Kollontay y Medvedev. Lenin no hizo uso de la palabra en esta discusión, pero informó a los delegados al congreso que ocho meses antes, él mismo había intentado sin éxito expulsar a Chliapnikov. Para gran sorpresa de la dirección del partido, durante la sesión a puertas cerradas, el XI Congreso se dividió ante “la cuestión de los 22” en dos partes casi iguales: una ligera mayoría apoyó la resolución condenando sin apelación y expulsando a los mencionados tres, mientras que la otra votó una resolución conciliadora, criticándolos pero sin expulsarlos. En consecuencia, bajo la fuerte impresión de semejante votación, se hicieron enmiendas a la moción de la mayoría ya aceptada y se suprimió la expulsión de los tres opositores. El hecho de que el congreso se hubiera dividido ante esta cuestión fue disimulado; el acta de la sesión a puertas cerradas del congreso jamás fue publicada (Sandou, 2006: 168-190; Allen, 2015: 244-251).
A los ojos de Jean-Jacques Marie, “la votación ilustra la magnitud del descontento de los delegados ante el conjunto de la dirección, Lenin incluido” (Marie, 2004: 501). A juicio de Oleg Nazarov, ante “la cuestión de los 22”, “el XI Congreso del partido estuvo al borde de la escisión”, lo que parece ser exagerado. Sin embargo, Nazarov avanza una tesis importante en ese contexto, al decir que “existió un lazo muy estrecho entre “la cuestión de los 22” y la elección inmediatamente posterior a esa votación de Josef Stalin al puesto de Secretario general” del Comité central del PC(b)R. Cuando los delegados al congreso eligieron los miembros del Comité central, en los boletines de voto, al lado del nombre de Stalin figuraba, por iniciativa de Lenin o al menos con su consentimiento, su futura función, la de Secretario general, ¡aunque éste sólo podía ser electo por el CC! Era una práctica sin antecedentes entre los bolcheviques. Entonces fue electo para ese puesto por el congreso, lo que le aseguraba una posición aparte, mucho más fuerte que la dada por la elección al CC. Frente a las amenazas, como la negativa de casi la mitad de los delegados al congreso a expulsar del partido a importantes militantes, la cumbre del partido, según Nazarov, necesitaba en ese puesto a un hombre como Stalin, ya dotado de un poder extraordinario (Nazarov, 2002: 48, 50, 181). Menos de nueve meses más tarde, Lenin constataba consternado que “Stalin, deviniendo Secretario general, concentró en sus manos un poder inmenso” (1970d: 607).
La ruptura entre el partido bolchevique y la clase resultó irreversible. Lo ocurrido fue expresado del modo más sucinto y al mismo tiempo más claro por Moshe Lewin. En junio de 1941, los soldados soviéticos que se retiraban de la ciudad de Vilnius llevaron secretamente, contra sus oficiales, a este joven militante del “sionismo proletario”, que huía del ejército alemán. Trabajó en un koljós, en los altos hornos de una acería, y sirvió en el ejército soviético. Entre los investigadores, pocos lo igualan en profundidad de conocimientos sobre el Estado y la sociedad soviética, en particular del régimen stalinista y del “absolutismo burocrático” poststaliniano.[13]
Lewin describió lo ocurrido en los escalones superiores del partido bolchevique tras la guerra civil de este modo:
Ya no es una clase social –ni siquiera el proletariado– la que oficia como encarnación y sostén del socialismo a través del Estado, es más bien el Estado el que, imperceptiblemente para algunos ideólogos, termina por reemplazar a la clase y deviene encarnación y sostén del principio superior, con o sin el concurso del proletariado. Hay aquí, en estado embrionario, una orientación y una ideología enteramente novedosas, que no estaba ciertamente presente en lo que era el “leninismo” anteriormente. Aunque el apoyo social deseado faltó en razón sobre todo de la disolución de la clase obrera, el partido no actuó en el vacío, ni pudo hacerlo: puesto a contar cada vez más con el Estado, y cada vez menos con las masas inconstantes, el aparato de Estado, sea cual fuere el origen social de sus servidores, devino poco a poco el principal instrumento de acción para alcanzar los objetivos deseados. Al hacerlo, el bolchevismo adquirió una base social que no quería y a la que no reconoció inmediatamente: la burocracia. Muy rápidamente ésta iba a afirmarse como factor crucial en la formación del sistema, pero fue necesaria cierta evolución y algunas luchas internas dramáticas para que ese hecho fuera primero plenamente aceptado y después celebrado. En cualquier caso, insuficientemente preparados para comprender al Estado que edificaban, los bolcheviques confundieron el curso que seguían los acontecimientos. La teoría disponible al respecto era muy inadecuada. Lo que importa entonces estudiar ya no es solamente el potencial social del proletariado, o del campesinado, sino también el potencial, los intereses y las aspiraciones de un aparato de Estado soviético cambiante y en pleno auge (Lewin, 1987: 390-391).
De la burocracia obrera a la burocracia termidoriana
En 1928, en el umbral de la “revolución desde arriba” de Stalin, Christian Rakovsky, principal dirigente de la Oposición de izquierda junto a Trotsky (Broué, 1996), fue de los primeros que en la URSS comenzó a estudiar, todavía a ciegas, el fenómeno de la formación del poder burocrático. Castigado, escribió desde el exilio que “Cuando una clase toma el poder, un sector de ella se convierte en el agente de este poder. Así surge la burocracia”, en éste caso la burocracia obrera. “Esta diferenciación comienza por ser funcional y a poco andar se hace social. No digo de clase, sino social”, precisa Rakovsky (1929).[14] Con el paso del tiempo, en el Estado soviético, “la función ha modificado el órgano mismo”, porque tanto la posición social y material, como “la psicología de aquellos que se han encargado de diversas tareas de dirección en la administración y la economía del Estado, han cambiado hasta tal punto que no sólo objetiva, sino también moralmente, han cesado de formar parte de esta misma clase obrera” (ibíd.: 17-19).
En la URSS, se debía hablar entonces de la burocracia como de una “una nueva categoría social”, porque era, como destacaba Rakovsky, “un fenómeno sociológico de la máxima importancia” y jugó un rol decisivo “en la disgregación del Partido y del Estado Soviético”. Refiriéndose a los métodos y consecuencias de la usurpación del poder por esta “nueva categoría”, describía “la terrible desintegración de los aparatos del Partido y los Soviets, la sofocación de todo control de las masas, la opresión horrible, persecuciones y un terror jugando con la vida y la existencia de militantes y obreros”. Al mismo tiempo, observa “la terrible declinación del espíritu de actividad de las masas trabajadoras, y su indiferencia creciente hacia el destino de la dictadura del proletariado y del Estado soviético”. Subrayaba con fuerza que el terreno sobre el que ese proceso se había desarrollado, y representaba el mayor peligro, era “esta pasividad de las masas (pasividad superior aún entre las masas comunistas que entre las sin partido) hacia las manifestaciones de despotismo sin precedentes que se han producido. Los obreros han sido testigos, y las han dejado pasar sin protesta, o bien se han contentado con murmurar un poco, por temor a aquellos que estaban en el poder, o por indiferencia política” (ibíd.: 15-19). Rakovsky omite un aspecto muy importante de la cuestión: la “nueva categoría social” se formó como una amalgama de, entre otras, la burocracia de origen obrero, con el enorme funcionariado heredado del zarismo, así como con la capa mucho más restringida de los llamados especialistas burgueses.
Por cierta analogía con la revolución francesa, puede calificarse a esta burocracia como termidoriana.[15] En la revolución rusa, el Termidor se prolongó en el tiempo, pero no es esa la única razón por la que durante mucho tiempo la Oposición de izquierda no pudo darse cuenta de que ya se había producido y que las discusiones sobre su peligro, que continuaban en sus filas aún a comienzos de los años 1930, eran anacrónicas. Recién en 1935 Trotsky la zanjó: “1924, éste es el año de comienzo del Termidor soviético” (1979) (en otros escritos lo fecha en 1923-1925). Lo hizo tan tardíamente porque hasta entonces entendía Termidor como una victoria de la reacción burguesa, conducente a la restauración del capitalismo. Fue necesario que comprendiera que en la URSS se trataba de una victoria de la reacción burocrática, pero no restaurando el capitalismo, sino consolidándose ideológicamente y políticamente bajo la consigna de tipo nacionalista según la cual es posible construir el socialismo en un solo país desconectado de la economía internacional.
Cuando, después de la crisis del “comunismo de guerra”, llegó una nueva crisis socio-económica y política –la crisis de la NEP, que tuvo lugar a fines de la década de 1920–, la dirección de la burocracia termidoriana quedó completamente en manos del sector stalinista. Rompió la alianza con el ala derecha de la burocracia –construida contra la ya vencida Oposición de izquierda– y advirtió que para mantener el poder político, este debía asegurarse de todo el poder económico. Y era imposible hacerlo de otra manera “que por la apropiación del conjunto del proceso económico”, que –“debido a la debilidad relativa de su base económica”, limitada durante la NEP al sector estatal de la economía, poco desarrollado industrialmente–, no podía realizarse “más que por la expropiación militar de las clases medias”, en particular el campesinado (Rousset, 1973: 178). Militar no significa aquí realizado por el ejército, sino que es realizado con métodos militares.
El sector stalinista de la burocracia termidoriana, ahora dirigente, se lanzó a una brutal industrialización y trató de sustraer los fondos necesarios al campesinado utilizando la violencia del Estado para imponer por la fuerza la colectivización de las tierras. “Se hubiera necesitado, para lograr semejante transformación, nunca intentada en la historia, todo un período de transformaciones revolucionarias, 10 o 15 años según las concepciones de los bolcheviques más audaces. Pero la dirección stalinista, bruscamente, decidió otra cosa”, quiso primero hacerla en tres años, después en uno y finalmente en algunos meses (Lewin, 1966: 423). Aplicada con un terror desenfrenado y deportaciones masivas –que afectaban cada vez más no solamente “a la última clase explotadora”, sino también a los campesinos medios y pequeños–, la “dekulakización” y la colectivización forzada chocaron con una resistencia de las masas campesinas que se desarrolló muy rápidamente y a gran escala.
“Los acontecimientos del invierno de 1930 asumieron el carácter de una explosión de violencias masivas, de dimensiones sin precedente desde los horrores de la guerra civil” (ibíd.: 440). Las informaciones provenientes de diversas regiones “señalan pavorosamente la propagación de una verdadera guerra campesina orientada no solamente contra la colectivización y la dekulakización, sino también contra el poder soviético (Ivnitski, 2000: 20). 45% de los levantamientos se produjeron en Ucrania. Sergo Ordjonikidze, enviado por Stalin para inspeccionar las regiones fronterizas con Polonia, especialmente “sensibles”, informa que “verdaderas insurrecciones” campesinas “han sido aplastadas por las fuerzas armadas, utilizando ametralladoras pesadas y, en algunos lugares, cañones” (Vasiliev, Viola, 1997: 233). Pero el empleo a más grande escala del Ejército rojo, esencialmente campesino, para combatir a los insurgentes campesinos hubiera sido muy arriesgado, porque podía acarrear “una explosión similar a la revuelta de Kronstadt y probablemente incluso más fuerte” (Tarkhova, 2010: 156). Stalin no tenía otra opción que ordenar la disminución del ritmo de la colectivización. Sin embargo, Ordjonikidze y otros hombres de Stalin aseguraban que la colectivización sería cumplida en un 100%, “aunque tal vez lo lograremos no en tres meses sino en tres años” (cit. en Graziosi, 1994: 461).
Expulsado del país, Trotsky explicaba que la colectivización de las tierras no tenía en la URSS ningún fundamento técnico. La misma “no nació de la superioridad de la economía colectiva sobre la economía individual, probada por una amplia experiencia del conjunto del campesinado”. El campesinado no había experimentado esa superioridad y, en el contexto de subdesarrollo de la economía soviética, no podía experimentarla. Además, la colectivización, efectuada bajo la imposición del Estado, amenazaba con “minar a largo plazo la fuerza productiva actual, ya extremadamente débil, de la agricultura” (Trotsky, 1930: 2). En la URSS, Rakovsky y otros militantes de la Oposición de izquierda advertían que la colectivización stalinista “constituía una grosera desviación del socialismo” y no un paso adelante en la vía hacia el mismo. “Somos marxistas y sabemos que una nueva forma de propiedad puede nacer sobre la base de nuevas relaciones de producción. Pero estas nuevas relaciones de producción aún no existen”, y los tractores, para no hablar de otras máquinas, “no pueden cubrir ni el 5% de la superficie cultivada”. Es por esto que la industrialización y la colectivización, conducida brutalmente, de manera irracional, aventurera y caótica, “llevará, bajo dirección burocrática –es decir, cuando la clase es reemplazada por los funcionarios convertidos en un Estado dirigente aparte– no a la construcción del socialismo, sino a su hundimiento”. Sin embargo, la burocracia no lo tuvo en cuenta, porque está movida por intereses y aspiraciones completamente diferentes. “No es difícil adivinar qué tentación presenta para la burocracia la colectivización total y la tasa de industrialización más elevada. Ampliará el ejército de burócratas, aumentará su parte en el ingreso nacional y fortalecerá su poder sobre las masas” (Rakovsky, Kossior, Mouralov, Kasparowa, 1930: 12, 16).
Hasta entonces, Rakovsky consideraba que la diferenciación funcional en el seno de la clase obrera en el poder se estaba transformando en una diferenciación social entre la clase y la burocracia en el poder, sin llegar a ser una diferenciación de clase. Pero ahora presenta la cuestión de un modo diferente, declarando: “De un Estado proletario con deformaciones burocráticas –como Lenin definía la forma política de nuestro Estado– estamos en proceso de pasar a un Estado burocrático con restos proletarios comunistas. Sobre nosotros mismos se ha formado y continúa formándose una gran clase de gobernantes” y, “lo que une a esta clase social original es una forma, también original, de propiedad privada, basada en la posesión del poder del Estado. La burocracia ‘posee el Estado como su propiedad privada’, escribía Marx” (ibíd.: 16)[16].
Sin embargo, las conclusiones políticas que Rakovsky desprendía no tenían ninguna coherencia con el análisis, porque de acuerdo con Trotsky asociaba todavía Termidor con restauración del capitalismo, y no vio que no sólo ya se había producido, sino que estaba en tren de consolidarse. En 1932-1933 los militantes de la Oposición de izquierda presos en el aislador político de Verkhenouralsk hicieron lo mismo. “Desplazando todas las contradicciones de la aldea actual a los koljoses, donde se reproducen sobre una nueva base, negando la diferenciación en los koljoses y declarando que los koljoses son a priori empresas socialistas”, escribían, el régimen stalinista “disimula en los koljoses las tendencias capitalistas de los agricultores y sacrifica a los campesinos pobres y obreros agrícolas sometiéndolos a la explotación de los koljosianos prósperos”.[17] De hecho, los sometía, como al conjunto del campesinado y de la clase obrera, a la explotación de la burocracia de Estado, algo que la oposición de izquierda nunca comprendió.
Más tarde, Stalin denominó “revolución desde arriba” a lo que ocurrió a partir del fin de la década de 1920. Robert Tucker, uno de sus más serios biógrafos antes de la apertura de los archivos en Rusia, ha señalado que no solamente ese concepto, sino también la práctica stalinista de la “revolución desde arriba”, le imprimían “una marcada impronta contrarrevolucionaria”. Esto era además inherente a su promotor, al que caracterizó como “bolchevique de la derecha radical” (Tucker, 1990: xiv-xv). Los dirigentes stalinistas de la burocracia termidoriana, al instigar esta “revolución desde arriba”, “reorientaron al sistema hacia objetivos muy diferentes” de aquellos que los bolcheviques se habían fijado, escribió Lewin.
Ya no se trataba más de construir una sociedad donde las clases y el Estado desaparecerían, pasando por una fase ‘socialista’, en el sentido en que Marx, Engels, Lenin y muchos otros socialistas occidentales entendían el término. Se trataba ahora de estatizar, es decir cubrir al conjunto con un Estado dictatorial todopoderoso a fin de preservar el sistema de clases y los privilegios que se habían implementado durante el período de industrialización forzada. Puede hablarse aquí de una ruptura, no solamente con el período prerrevolucionario del leninismo, sino también con su versión fuertemente modificada posterior a la Revolución (Lewin, 1987: 308).
Los resultados sociales de la “revolución desde arriba” pueden verse a la luz de las investigaciones de Grigori Khanine sobre la dinámica de la economía soviética. En 1928-1941, es decir, durante la implementación, antes de la guerra, de los tres planes quinquenales de desarrollo, la tasa anual de crecimiento económico fue varias veces inferior a lo que pretendían las autoridades del Estado. No fue del 14%, sino solamente de 3,2% (ligeramente inferior al promedio de los años 1928-1987, que de hecho fue, a diferencia de las cifras oficiales, de 3,8%). Para cada período quincenal, la situación resulta ser la siguiente. Durante el primero (1928-1932), el ingreso nacional disminuyó aproximadamente entre 15% o 20%. Esta situación se debió a una gran caída de la producción agrícola, que aportaba en esa época la mayor parte de los ingresos, y a la colectivización forzada de las tierras, que provocó una terrible hambruna. Durante el segundo período (1933-1937), el ingreso nacional aumentó rápidamente debido al desarrollo muy acelerado de todas las ramas de producción material. Sin embargo, en el curso del tercero (1938-1941), que debutó durante el “Gran Terror” de Stalin, la tasa de crecimiento disminuyó mucho. En el interior de las anteriores fronteras de la URSS, el crecimiento fue insignificante y resultó principalmente de la expansión territorial en el marco del pacto Molotov-Ribbentrop (Khanin, 1991: 175).[18] Andrea Graziosi afirma que, justo antes de la guerra, “los signos de estancamiento eran evidentes incluso en los sectores privilegiados por el régimen, a los que alimentaba con los recursos de los que disponía”. La Unión Soviética “se hundió en una crisis moral, política y económica de la que fue salvada, paradójicamente, por la guerra” (2007: 427).
Al acometer el primer plan quinquenal, el régimen prometió que después de su cumplimiento, el salario real medio aumentaría un 70% en relación al período de preguerra. El economista soviético Nikolai Valentinov había roto con el régimen y emigró. Verificó cual era realmente la situación en 1937, vale decir después del aumento espectacular, por cierto, del ingreso nacional durante el segundo quinquenio. Resulta que si en 1925 el salario real medio (medido con tasa fija del rublo) era de 48,25 rublos, y en 1929 de 75 rublos, en 1937 no era más que 28,25 rublos, o sea 66,3% del salario medio de antes de la Primera Guerra Mundial. En una familia obrera de cuatro personas, los gastos en productos alimenticios de primera necesidad pasaron del 51% en 1929 al 87% del salario en 1937. Para adquirir una misma canasta de productos alimenticios, se debía trabajar 112 horas antes de la guerra, 87 horas en 1929 y 151 horas en 1937. En consecuencia, constataba Valentinov, “para adquirir la misma cantidad de bienes materiales que obtenía un obrero que ganaba un poco más (15%) que el salario medio en 1929, ahora sería necesario que trabajaran dos obreros con al menos un salario medio” (Yourievski, 1938: 142-149, 155-157). Fue por esto que el empleo de las mujeres en la industria aumentó claramente en esta época.
30 años más tarde, Alexandre Barsov ha revelado en la prensa científica soviética que, al contrario de una creencia generalizada, los medios de acumulación durante la industrialización sólo provenían en débil medida de la agricultura, y por tanto “no podía sino ser un subproducto de la esfera no agrícola de la economía –industria, construcción, transporte–”. Para que la revelación de que el fardo de la industrialización cayó en gran parte sobre las espaldas de los trabajadores fuera publicada, Barsov estuvo obligado a agregar un comentario hipócrita. Y escribió entonces que “esta fue una de las manifestaciones más claras del rol de vanguardia de la clase obrera soviética” (Barsov, 1968: 82).
Continuando las investigaciones de Barsov, Michael Ellman ha establecido que la fuente principal de la tasa de acumulación excepcionalmente elevada en esta época era la explotación absoluta de los trabajadores: el producto suplementario obtenido por la expansión cuantitativa de su fuerza de trabajo y la reducción colosal de sus salarios reales (Ellman, 1975: 853, 860)[19]. Ardvin Vyas, siguiendo también los trabajos de Barsov, ha calculado que “los salarios reales urbanos han caído de manera drástica durante el primer plan quinquenal, bajaron un 43% entre 1929 y 1937” (1979: 129). Esto ha sido confirmado por R. W. Davies: “entre 1928 y 1940, el ingreso real por asalariado excluida la agricultura pudo caer aproximadamente un 50%” (Davies, 1998: 46).
[Continuará]
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Artículo enviado para su publicación en la revista Herramienta web 34.
Zbigniew Marcin Kowalewski es un autor polaco con trabajos de investigación sobre historia de los movimientos revolucionarios y del movimiento obrero, sobre la cuestión nacional y los poderes burocráticos. En 1981 fue miembro del presídium de la dirección regional del sindicato Solidarnosc en Lódz, delegado al primer congreso nacional del sindicato y dirigente del movimiento por la autogestión obrera. Exiliado en Francia, impulsó la campaña de solidaridad con Solidarnosc, publicó Rendez-nous les usines! Solidarnosc dans le combat pour l’autogestion ouvriere (La Breche, París 1985) y fue parte de la redacción de Imprekor –revista en polaco de la IV Internacional que fue difundida en Polonia durante los años ochenta–. Actualmente es redactor en jefe adjunto de la edición en Polonia de Monde diplomatique. El texto que publicamos constituye lo esencial de su posfacio al libro de Michał Siermiński, Pęknięta “Solidarność”. Inteligencja opozycyjna a robotnicy 1964-1981 (Solidarnosc dividido. La intelligentsia de oposición y los obreros 1964-1981), Książka i Prasa, Warszawa 2020. La traducción del polaco al francés fue realizada por JM y revisada por el mismo Kowalewski; la traducción del francés al castellano es de Aldo Casas con la corrección y revisión de Gabriel Pascansky). Debido a su extensión, el trabajo será publicado en sucesivas entregas.
[1] Lev Kritsman, uno de los dirigentes de la administración económica durante el período del “comunismo de guerra”, describió ese sistema económico como “una economía natural anárquica nacida de la revolución proletaria”, no mercantil y no planificada, “transitoria” (en relación al socialismo), pero al mismo tiempo “deformada” por el subdesarrollo y el aislamiento de Rusia y las condiciones de la guerra civil. Sólo “formalmente, abstractamente” dominaba la economía mercantil, principalmente pequeña y clandestina, “cuyo peso cuantitativo era muy grande desde antes de la revolución y aumentó aún más durante la misma”, debido al reparto por el campesinado de las grandes propiedades de tierra y los establecimientos capitalistas. Ese peso “fue el origen de la contradicción que desgarró la economía de la época y finalmente hizo explotar el sistema de economía natural proletaria” (Kritsman, 1926: 146). El Tiempo heroico de la gran revolución rusa, de Kritsman es hasta hoy el estudio más interesante –y más original desde el punto de vista teórico- de la naturaleza, dinámica y contradicciones del “comunismo de guerra”. Silvana Malle tuvo razón al sostener que esta obra era de hecho una gran polémica contra el balance del “comunismo de guerra” presentado por Lenin después de la instalación de la NEP (Malle, 1985).
[2] Durante el viraje hacia la NEP, Trotsky informó sobre esta actitud de Lenin en el X Congreso del PC(b)R (1933: 349-350). Ver también Pavlioutchenkov (1996: 154-167). Pavlioutchenkov ha descubierto en los archivos que Larin, considerado (erróneamente) como uno de los más radicales partidarios del “comunismo de guerra”, había propuesto una alternativa al mismo (y también a la futura NEP) más de dos meses antes que Trotsky (1996: 137-144).
[3] A. Rosenberg (1934: 153) ya lo había señalado y E. Germain [Mandel] lo demostró claramente (1955: 50-59).
[4] Las referencias a las Obras de Lenin remiten a la última (quinta) edición soviética en 55 volúmenes –la más completa (aunque siempre incompleta: ver los 422 “documentos desconocidos”, en realidad anteriormente censurados y publicados en 1999 en Moscú por las ediciones de la ROSSPEN) es relativamente la más creíble.
[5] Estas ideas fueron presentadas en 1921 por la Oposición obrera, sobre todo en las tesis “Задачи профессиональных союзов (к X съезду партии). (Тезисы “рабочей оппозиции”)” [“Las Tareas de los sindicatos (para el X congreso del partido). (Tesis de “la Oposición Obrera”)] así como “Организация пародного хозяйства и задачи союзов (Предложение Шляпникова)” [“Organización de la economía nacional y las tareas de los sindicatos (Propuesta de Chliapnikov)”], en Décimo Congreso (1921: 685-691, 819- 823). En nombre de esta oposición Kollontay también lo hizo en su folleto (2008, 165-204), así como en su discurso en el III Congreso del Comintern (Riddell, 2015: 679-682).
[6] Según la primera edición de las obras de Lenin, aparecida mientras vivía, él habría declarado en un congreso sindical en enero de 1919 que “tras la revolución política que dio el poder a los sindicatos, en tanto organizaciones más amplias del proletariado, les corresponde jugar un rol especialmente grande y devenir en cierto sentido los principales órganos políticos” (Lenin, 1922: 17). Así es que dirigentes sindicales, como por ejemplo el secretario general de la Internacional sindical roja Solomon Losovski, citan esta frase justificando la idea de “estatización de los sindicatos”. (Losovski, 1924: 16). Años después, se publicó el texto revisado y en vez de “la revolución política que dio el poder a los sindicatos” ahora puede leerse “la revolución política que dio el poder al proletariado” (Lenin, 1926: 300; Lenin, 1969b: 442).
[7] Solo se opuso el principal marxólogo del partido, David Ryazanov. Defendiendo la ortodoxia marxista exigió “la obligatoria supresión de todo derecho de gestión de la producción por los sindicatos” (Octavo Congreso, 1959: 70).
[8] Kamenev aprovechó la ocasión ajustar viejas cuentas con Chliapnikov. En marzo de 1917, después de regresar del exilio a Petrogrado, Kamenev, Matveï Mouranov y Josef Stalin mantenían una política conciliadora ante el Gobierno provisional y adoptaron una posición ambigua con respecto a la guerra imperialista que seguía llevando el gobierno. Chliapnikov era un adversario implacable de ese “bolchevismo de derecha”, al que Lenin, cuando volvió del exilio en abril, puso término en el partido. Chliapnikov describió este asunto, comprometedor para Stalin, en sus memorias (1925: pp. 170-188). En 1932, el Comité central prohibió la difusión de esas memorias sosteniendo que contenían “invenciones calumniosas”.
[9] El informe de Nikolai Bujarin sobre los sindicatos (Noveno Congreso del PC(b)R, 1934: 233). La posición de la dirección del partido sobres la cuestión fue expresada claramente por Bujarin y Preobrajenski en un libro publicado antes de IX congreso, en el que explicaban el programa del partido bolchevique adoptado el año anterior. “Es preciso que los sindicatos”, escribían, “se desarrollen en la via que conduce a su transformación en secciones y órganos económicos del poder del Estado, es decir a su ‘estatización’” (Bujarin, Preobrajenski, 1920: 220).
[10] Esto ha sido demostrado de manera exhaustiva por H. Draper (1986). También documentó la evolución del concepto de dictadura del proletariado en Lenin (Draper, 1987).
[11] “Lejos de preservar la pureza de la dictadura del proletariado, estas medidas lo sometieron a la peor de las influencias del enemigo de clase, transmitidas por intermedio de la burocracia. Lejos de preservar la unidad e integridad del partido de clase, lo precipitaron en una violenta lucha intestina, de la que salió dañado en tanto instrumento de la lucha obrera” (Germain [Mandel], 1955: 58).
[12] A pedido de Lenin, en una resolución secreta el X Congreso decidió que “en última instancia” el Comité central podía expulsar a un miembro de su seno y aún del partido con el voto de una mayoría de 2/3. En agosto de 1921 Chliapnikov fue el primer miembro del Comité central contra el cual se aplicó éste procedimiento a pedido de Lenin. Para expulsarlo faltó un voto (Sandou, 2006: 128-160; Allen, 2015: 191-226).
[13] Ver la entrevista con M. Lewin en MARHO (1983: 281-308), y también R.G. Suny (2012).
[14] La frase: “Yo no digo de clase, sino social”, presente en el original ruso, frecuentemente falta por razones inexplicables en la traducción de esta carta a lenguas extranjeras. También en el caso de esta publicación francesa.
[15] Bailey Stone (2020: 155-203) muestra que es legítimo y posiblemente provechoso heurísticamente analizar las últimas fases de las revoluciones inglesa, francesa y rusa como Termidores comparables.
[16] Marx había escrito: “La burocracia tiene en su posesión la esencia del Estado, la esencia espiritual de la sociedad: es su propiedad privada” (1982: 921).
[17] La cita está sacada de uno de los cuadernos políticos compilados por los militantes de la oposición de izquierda presos encontrados en 2018 en los terrenos de la antigua prisión de Verkhneouralsk. Fue publicado en Fokin (2019: 172).
[18] Ver también R.W. Davies, S.G. Wheatcroft (2009, 2014, 2018); A. Graziosi (2004-2005).
[19] Ellman habla equivocadamente de plusvalor –en vez de plusproducto– pese a que aquel sólo sea producido en el modo de producción capitalista, y equivocadamente asocia una reducción de los salarios reales con aumento de la plusvalía relativa, pese a que semejante reducción aumenta en el capitalismo la plusvalía absoluta y en una sociedad “de tipo soviético” – el plusproducto absoluto.