23/11/2024
Por Ayles Tortolini Violeta , ,
Buenos Aires, EUDEBA, 2009 (461 pág.)
Este libro es el resultado del trabajo de un equipo de investigadoras/es de las ciencias sociales dirigido por Izaguirre. Ineludible es la referencia a otros tres libros de publicación previa en los que esta investigación se apoya: Los hechos armados (J. C. Marín); Orígenes y desarrollo de la guerra civil en la Argentina 1966-1976 (P. Bonavena y otros) y Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada (de la misma Izaguirre).
Me es imposible comentar aquí, ni siquiera de modo sucinto, el conjunto de los temas abordados en el libro. Por tal motivo, me detendré sólo en tres capítulos que, a mi entender, hacen importantes aportes en relación a temas muy polémicos en las investigaciones científicas sobre los setenta en Argentina.
Lucha de clases, guerra civil y genocidio… comienza polemizando con la “teoría de los dos demonios”, por ser una interpretación que niega lo político de la disputa desarrollada en nuestro país. Vale decir, no les reconoce a los sectores en pugna representación de intereses, proyectos ni estrategias. Nos presenta la causa del enfrentamiento como una vocación, inexplicable, hacia la violencia. El trasfondo ideológico de aquella teoría es su defensa del orden social establecido como natural y como el único posible. Por eso mismo, es incapaz de reconocerle identidad política a cualquier personificación que pretenda subvertirlo.
Izaguirre hace un recorrido por los principales hechos históricos en los que amplios sectores sociales forjaron una conciencia revolucionaria. Nos plantea que los enfrentamientos que se produjeron desde el derrocamiento de Perón en 1955 (Resistencia Peronista, Laica o Libre, golpe de 1966, entre otros) fueron conformando las condiciones para el desarrollo de la “guerra civil” en Argentina. En esas experiencias los sectores populares fueron radicalizando sus posiciones y tomando conciencia de que su lucha se encaminaba en contra del régimen. El Cordobazo, y los “azos” en general, constituyeron una bisagra: los sectores populares vivenciaron en carne propia que podían enfrentarse a las fuerzas represivas y arrebatarles territorialidades. Los “azos” cimentaron unidades de clase a la vez que acercaron a amplios sectores sociales a las organizaciones revolucionarias.
Izaguirre denomina al período que transcurrió desde la masacre de Ezeiza hasta el golpe del 24 de marzo de 1976 como “guerra civil abierta”. Con esta categoría pretende expresar el enfrentamiento abierto que se produjo en esos años entre la fuerza social revolucionaria y la fuerza social del régimen. Partiendo de que las bases sociales del peronismo se fueron dividiendo entre aquellas dos fuerzas, sobre todo luego de la muerte de Perón.
Otro aporte significativo refiere a la clara participación de Perón en el desarrollo de la Triple A, tirando por la borda la ilusoria “teoría del cerco” desarrollada por Montoneros. El elemento más contundente en este sentido es la referencia al Documento Reservado que el Consejo Superior Peronista presentó a los gobernadores y delegados justicialistas en octubre de 1973. Dicho Documento planteaba que se encontraban ante una situación de guerra frente a la cual debía atacarse al enemigo marxista, terrorista y subversivo con todas las medidas posibles, pero principalmente con la creación de un sistema de inteligencia. La Triple A no es ni más ni menos que los famosos “anticuerpos contra la violencia” que Perón llamó a crear en diciembre de 1973.
El primer atentado reconocido públicamente por las AAA se produjo el 21 de noviembre de 1973 (contra el radical Hipólito Solari Irigoyen, por entonces abogado de Tosco), vale decir seis meses antes de la muerte de Perón. Izaguirre también revela la identidad política de las bajas que provocaba la Triple A, siendo el primer objetivo la izquierda del movimiento peronista, pasando por el sindicalismo de izquierda y continuando con la izquierda marxista. Mientras que luego de la muerte de Perón comenzaron a aumentar las bajas marxistas.
Un elemento al que se le da gran relevancia a lo largo del libro es la implementación sistemática de la política represiva con anterioridad al golpe de 1976. Queda demostrado, una vez más, que el terrorismo de Estado no comenzó el 24 de marzo. Pruebas contundentes para esta afirmación son la conversión del albergue de obreros de Acindar (Villa Constitución) en centro clandestino de detención y tortura en marzo de 1975 y el Operativo Independencia iniciado en febrero del mismo año sobre la provincia de Tucumán. Así como la Triple A no actuó al azar, las fuerzas genocidas durante la dictadura tampoco. Izaguirre señala como principales blancos del aniquilamiento a los obreros de la industria y a los estudiantes universitarios, puesto que ambos constituían parte activa de la fuerza revolucionaria.
El segundo capítulo que quiero destacar es el de Pablo Bonavena sobre la ofensiva contra las gobernaciones “supuestamente montoneras”. El autor interpreta la implementación del Gran Acuerdo Nacional (GAN) como una tregua entre las fracciones del capital para unificar fuerzas contra la lucha popular en ascenso. El principal logro del GAN fue frenar el proceso abierto de ruptura de la clase obrera con su dirección peronista, impidiéndole la posibilidad de construir una política independiente.
Frente a las elecciones de 1973, el acuerdo en el PJ era que para las fórmulas provinciales se combinaran un candidato a gobernador escogido entre los peronistas más reconocidos a nivel local, con un vice propuesto por la CGT. Esto llevó a que en varias provincias los gobernadores tuvieran más permeabilidad hacia las fuerzas progresistas, mientras los vice encarnaban la “ortodoxia” (a excepción del vicegobernador cordobés, Atilio López).
El análisis se centra en las gobernaciones de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y Salta. Bonavena concluye con una serie de cuestiones claves para entender aquel fenómeno: a) ninguno de los gobernadores provenía de las organizaciones guerrilleras peronistas, ni tenía algún nivel de organicidad con ellas, más bien todos compartían orígenes nacionalistas y conservadores y una política siempre subordinada a Perón; b) la posición de estos gobernadores era débil porque no tenían base de sustento propia (como sí tenían los vice), lo cual hizo que tuvieran algún nivel de permeabilidad hacia la izquierda peronista frente al poderío sindical ortodoxo; c) frente a los primeros embates de las distintas fracciones del Movimiento Justicialista pretendieron sostener un equilibrio imposible a esa altura de los acontecimientos (varios de estos gobernadores, así como tuvieron determinadas políticas progresivas, también desarrollaron legislación represiva contra el “accionar subversivo” y cambiaron sus gabinetes cuantas veces les fue reclamado por la derecha peronista); d) los tímidos coqueteos con la izquierda finalmente cedieron paso a una decidida fidelidad a Perón; e) en todos los derrocamientos fue fundamental el papel jugado por los sindicatos ortodoxos peronistas y el impulso otorgado por el propio Perón; f) en ninguno de los casos las masas salieron a defender a los gobernadores, y esto encuentra su explicación en que ellos nunca se apoyaron en los sectores más combativos, prefiriendo los acuerdos superestructurales a la movilización de masas.
Otro tema digno de destacar es la relación entre las organizaciones de izquierda armadas y no armadas y el movimiento obrero. En este sentido, es interesante el aporte de Agustín Santella sobre las luchas en Villa Constitución durante el período 1973-1975. Luego de sintetizar los antecedentes desde 1970, Santella se detiene en el Villazo (marzo de 1974). En éste, a partir de la lucha en defensa de la Comisión Interna (que incluyó ocupación de fábricas, toma de rehenes y la solidaridad de las familias, estudiantes y vecinos de la zona), se logró la elección libre en esa seccional de la UOM y el triunfo de la Lista Marrón, integrada por sectores de izquierda revolucionaria no peronista. Uno de los aspectos que Santella nos transmite es el debate que se desarrollaba a través de las prensas de las organizaciones de izquierda (principalmente PRT, OCPO, JTP y PST que eran parte del Comité de Lucha) en torno a la relación entre la lucha armada y la lucha de los trabajadores.
Para finalizar quiero compartir una reflexión de Izaguirre que transmite de modo simple la densidad ideológica contenida en el concepto “nunca más”. Esa idea remite directamente a la derrota sufrida en los años setenta. En el país de la “paz de los vencedores” nos invita a “nunca más” intentar subvertir el orden social establecido, “nunca más” luchar por el socialismo. Frente a esa imposición del capitalismo triunfante, “de nosotros depende que la memoria de los luchadores no desaparezca”.