24/11/2024
Por Serfaty Claude , ,
El ascenso del militarismo norteamericano -del que la invasión a Irak constituye un momento- está estrechamente ligado a las características geopolíticas y económicas de la actual fase del capitalismo. Hay que analizar cuidadosamente la manera en que las fuerzas compulsivas que nutren al militarismo y las guerras[1] se abren camino hasta imponerse con determinadas configuraciones históricas e institucionales, para no conformarse con generalidades.
No se puede hablar de "guerras en general" ni siquiera con respecto a las guerras llevadas adelante en la época del imperialismo analizadas por Hobson y los marxistas de la II Internacional. Las guerras de conquista colonial que consolidaron los países imperialistas, se produjeron en condiciones económicas y políticas e implicaban objetivos que diferían en muchos aspectos de las dos guerras mundiales del siglo XX, que enfrentaron directamente a esas mismas potencias imperialistas. Afirmar que la guerra y el imperialismo siempre fueron un arma de dominación del capital es un punto de partida necesario. Sin embargo, esto lleva demasiado lejos si se saca como lección de la guerra contra Irak (aún preliminar) que no existe gran cosa de nuevo bajo el cielo imperialista y que la economía sigue "como antes" al terminar la guerra.
Tres factores absolutamente complementarios me parecen determinantes para la comprensión de la actual situación. En primer lugar, la guerra contra Irak se inscribe no sólo en la continuidad "histórica" de la política imperialista de los Estados Unidos, sino sobre todo en su reactivación a gran escala, muy evidente ya durante los años 1990. Esta reactivación, así como la imbricación más estrecha de la economía y el militarismo fueron en general subestimados por los marxistas que trabajaban en el terreno de la crítica de la economía del capital. En segundo lugar, la regeneración del sistema militar-industrial, cuyos lazos con el capital financiero (inversores institucionales mercados financieros) se fortalecieron mucho en la década pasada, confirman la inexorabilidad de la guerra. El tercer gran factor resulta de las contradicciones a las que condujo la mundialización del capital. Ésta hundió a la mayor parte del planeta en la crisis y amenaza las condiciones de supervivencia de una parte creciente de la humanidad. Un ciclo de la mundialización del capital se cerró en el año 2000. Los Estados Unidos a su vez se enfrentan con una recesión desde fines del 2000 (antes de los atentados del 11 de septiembre). Ellos son, evidentemente, los principales beneficiarios del dominio creciente ejercido a escala mundial por el capital financiero. Sin embargo, si consideramos a la economía mundial "como una potente realidad interdependiente creada por la división del trabajo y por el mercado mundial, que en nuestra época domina todos los mercados nacionales"[2], es absurdo considerar que el capitalismo norteamericano podría permanecer para siempre "fuera de la crisis". La acumulación de contradicciones, una de cuyas formas principales se manifiesta en un parasitismo financiero de gran magnitud, se expresó en el corazón del estado rentista dominante. Estos tres factores se auto reforzaron y requieren un reexamen -que no podemos hacer aquí- relación de lo económico con lo político (incluyendo lo militar) en el seno del capitalismo como modo de dominación social.
Terrorismo de estado y también fuga hacia adelante
La guerra contra Irak representa una fuga hacia adelante de Bush y su equipo. Su comportamiento por supuesto no se basa en un terrorismo artesanal, sino en un terrorismo de estado sostenido por una formidable potencia de fuerzas destructivas. El peligro para el actual Gobierno no está a nivel de relaciones de fuerzas militares, sino que se refiere a las condiciones en que se lanza la guerra. La administración Bush desencadena mecanismos que no solamente serán catastróficos para los explotados, sino que amenazan revelarse como devastadores a nivel de las relaciones geopolíticas y económicas internacionales. Bush no es Roosevelt, el mandato colonial que va a levantar no es el plan Marshall; Bagdad no es (¿todavía?) Dresde.[3]
La administración Bush se lanza a la guerra contra Irak sacudiendo profundamente el marco institucional de las relaciones económicas y políticas internacionales. La oposición masiva de los pueblos a la guerra es evidentemente un acontecimiento de gran importancia, así como lo es soslayar a las Naciones Unidas. Pero la convulsión alcanza también a la configuración de las relaciones económicas establecidas en los años 1990. La dominación del capital financiero y los procesos de valorización del capital productivo han llevado a un grado muy elevado la interdependencia entre los grandes grupos multinacionales, en primer lugar los de la zona transatlántica. Esta interdependencia combina la cooperación para producir cada vez más valor por parte de los asalariados, y la competencia para conservar las partes del mercado, en un contexto en el que la acumulación del capital a escala mundial se hace a un ritmo muy lento en las últimas décadas.
El impasse al que conduce la dominación del capital rentista, perceptible hoy incluso en los Estados Unidos, refuerza la búsqueda de soluciones donde la preservación de los intereses de las élites políticas y las clases dominantes debe ser directamente asegurada mediante la fuerza. El "clan Bush" fue seriamente depurado de las personalidades "moderadas"que rodeaban a Bush padre. Sus respaldos son los grupos financieros, petroleros y militar-industriales. Representan el grupo de choque de las clases dominantes en Estados Unidos. En el seno de estas, algunas fracciones "ilustradas" pueden estar asustadas por el integrismo religioso y el unilateralismo de la administración, pero en esta etapa tales inquietudes se borran ante la ineluctabilidad de la opción. A despecho de la actual fuga hacia adelante, esta política constituye la única solución de la que disponen las clases dominantes de los Estados Unidos en la actual etapa (lo que vale también para la fracción organizada en Gran Bretaña alrededor de la city, con un elevado grado de interpenetración con los mercados financieros americanos).
Imponer un "mandato" sobre Irak, organizar la depredación de sus recursos petrolíferos y defender mañana el predominio del capital rentista con intervenciones militares aún más poderosas en América Latina y otras partes, indica un cambio radical en el tipo de dominación sobre las clases y los pueblos, pero también en las relaciones con los otros países imperialistas. Esta guerra y las que amenazan con venir mas adelante no anuncian un capitalismo donde reinará la "paz de los mercados". Introduce elementos profundamente perturbadores, incluso de los procesos económicos desarrollados en la última década. El modo de dominación social del capital resultante de la ocupación de Irak tendrá poco que ver con las reglas que se discutieron en el seno de la Organización Mundial del Comercio.
La guerra contra Irak se lanzó en un momento en el que la administración Bush, enfrentada con la recesión y una desocupación que no deja de crecer, quiso adoptar un programa presupuestario del cual incluso los medios de negocios dudan muchísimo que pueda relanzar sustancialmente el crecimiento. Sus rasgos dominantes son una aumentación de los gastos militares y una reducción masiva de los impuestos para la minoría más rica y rentista de la población.[4] De la manera en que termine la guerra contra Irak y del precio del petróleo dependerán la amplitud y duración de la "tranquilidad de los mercados", el volumen de los capitales que afluirán del resto del mundo en busca de seguridad a las plazas financieras americanas y la confianza de los hogares norteamericanos. Sin embargo, el estimulo del que podría beneficiarse la economía americana puede ser de corta duración. La inestabilidad creciente de los ciclos de crecimiento y recesión que caracterizó la economía mundial en el curso de los años 1990 se reforzará más con las guerras e intervenciones militares conducidas por los Estados Unidos en nombre de su seguridad nacional que, recordémoslo una vez más, incluye la defensa de los sistemas financieros, comerciales, de transporte y de energía globales.
Chirac y la ONU
Un punto débil del movimiento contra la guerra imperialista de Bush, perceptible también en análisis hechos por especialistas situados en una problemática "anticapitalista", se refiere al lugar atribuido a los gobiernos de los otros países capitalistas, en particular Francia.
Se asiste desde hace algunos meses a cierto consenso explícito o tácito[5] alrededor de la posición de Francia sobre la cuestión de Irak que merece reflexión. La posición defendida por Chirac y de Villepin era que Irak debía ser desarmado por medios pacíficos y por mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. No hace falta retomar los términos vehementes que utilizaron los dirigentes soviéticos contra la Liga de las Naciones (una "cueva de bandidos") o los que empleara en otras circunstancias De Gaulle refiriéndose a la ONU (ese "artefacto") para cuestionar el balance real de las Naciones Unidas.
La resolución 1441 fue presentada como un resultado (y un éxito) de la diplomacia francesa. Estaba en línea con las numerosas resoluciones cuya ambigüedad semántica permitió en el pasado las interpretaciones que convenían a los países afectados. ¿Quién repasó el pasado reciente? ¿Quién recuerda que incluso la precedente guerra contra Irak (no la primera, pues las agresiones coloniales no faltaron en el curso del siglo XX contra este país) fueron conducidas por G. Bush padre sin autorización explícita de las Naciones Unidas? Más recientemente, la guerra conducida en Serbia por la NATO no tuvo la menor cobertura jurídica, así como tampoco la tuvieron los bombardeos incesantes a Irak desde 1998. Y se puede dejar de lado el bombardeo del reactor nuclear Osirak en 1981, el bombardeo americano sobre Libia en 1986, contra Sudán y Afganistán (por el "multilateralista" Clinton). Dejaremos de lado igualmente los "dos pesos, dos medidas" observados por un investigador y militante norteamericano, Z. Funes, que identificó, sin pretender ser exhaustivo, noventa y una violaciones a las Resoluciones votadas por el Consejo de Seguridad. Los dos aliados estratégicos de los Estados Unidos, Israel y Turquía, están ampliamente a la cabeza (cincuenta y seis sobre las noventa y uno contabilizadas). Comparto en esto el punto de vista de Chaemillier-Gendreau cuando escribe "el sistema [fundado sobre el derecho de veto de los miembros permanentes] ha llegado a producir por sí mismo las violaciones de los derechos del hombre"[6].
Lo esencial de la política de Francia estuvo consagrada a intentar salvar la legitimidad del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y más precisamente del derecho de veto que tienen los cinco miembros permanentes desde el fin de la II Guerra Mundial. El hecho nuevo es que, a pesar de las tentativas hechas por todos los países dominantes, no fue posible obtener una segunda resolución de la ONU. Las divisiones producidas en el Consejo de Seguridad revelan sin duda profundas divergencias. Chirac no adoptó una posición diferente a Estados Unidos por amor a la democracia y a los derechos del hombre. Se jugaba en la ONU una partida decisiva. La misma tiene que ver con la adecuación entre esta institución con un modo de funcionamiento y el grado de relaciones de fuerzas construido tras la II Guerra Mundial, y la nueva realidad de las fuerzas geopolíticas y económicas conformadas durante la década de 1990. Dos "lógicas" se enfrentaron: por una parte, la libertad que se auto conceden los Estados Unidos para desembarazarse de numerosos tratados y reglas de derecho internacional, comenzando con los referidos a la "seguridad internacional" y, por otra parte, la defensa de su status privilegiado en el Consejo de Seguridad por Francia y Rusia para preservar las formas de dominación política encarnadas en el derecho de veto como miembros permanentes.
El gobierno francés, comprometido en peligrosas intervenciones militares y diplomáticas para salvar las posiciones de Francia y sus grupos financieros en África, nunca se salió de este marco onusiano... y de la reafirmación de que Francia es un aliado fiel a los Estados Unidos. La autorización de sobrevuelo dado a los bombarderos americanos cargados de armas de destrucción masiva "porque es una tradición entre países miembros de la NATO" (Chirac) sólo es un signo entre otros de los límites que Chirac no quiere pasar. Desde el comienzo de esta guerra, la diplomacia francesa actuó con un eje: la posguerra y el rol que debe jugar la ONU.[7] No se trata sólo de la tentativa, un poco irrisoria, de transformar a la ONU en una organización humanitaria. Se trata en el fondo de instituir, bajo la égida de la "comunidad internacional", un retorno a los mandatos propuestos en los tiempos de la Sociedad de las Naciones. Es el único marco en el que el gobierno francés podría aspirar a jugar un rol. El compromiso que se busca se refiere a los equilibrios de poder entre los Estados Unidos y los otros países, el lugar de la ONU y de la NATO en la gestión del mandato.
Realidad y límites de las rivalidades ínter imperialistas
Las rivalidades ínter imperialistas no desaparecieron en las décadas de posguerra para dar lugar a un "superimperialismo". Tampoco se disolvieron en la mundialización del capital que habría dado nacimiento a una dominación de los grandes grupos financieros multinacionales que con su comportamiento pondrían fin a las fronteras y los estados.[8] La paz entre los países imperialistas reinó finalmente tras la barbarie de las guerras interimperialistas del siglo XX, en razón de la extraordinaria supremacía militar, pero también de la importancia de los Estados Unidos para las clases dirigentes "occidentales" (que incluyen acá a Japón, Australia, etcétera). Sin embargo, nadie puede creer que de aquí en adelante Estados Unidos esperará pasivamente un amenazante fortalecimiento del capitalismo chino impulsado por los dirigentes del PC. chino.
Los desacuerdos entre Francia y Alemania y los Estados Unidos descansan por un lado importante en las rivalidades económicas. No sólo sobre el acceso al petróleo iraquí (Elf posee el 25% de los derechos de desarrollo de petróleo de este país), sino más en general sobre las reglas de juego de la competencia internacional. La competencia entre los países capitalistas no fue nunca un terreno nivelado donde los jugadores respetan las reglas y los árbitros. O mejor dicho, solamente cuando la partición del mundo es equitativa (para las clases dominantes) y es conveniente para los "jugadores", es decir cuando la acumulación es relativamente estable, una calma provisoria reina.
No es lo que ocurre actualmente. La predación organizada con el despliegue del capital financiero no fue suficiente para que la economía americana pudiese escapar a la crisis. Las clases dominantes de Europa buscan organizarse frente a la voracidad del capital americano adosado a la potencia militar. Esta resistencia tiene que ver tanto con la competencia directa en los mercados americanos y europeos, que representan en su conjunto el corazón de la mundialización del capital (entre 60% y 80% de los intercambios comerciales, de las inversiones de los grupos multinacionales, de las plazas financieras, etcétera), como también a las pretensiones del capital americano de marginalizar a sus competidores mediante los medios "desleales" de la guerra efectiva o de la presión militar-diplomática sobre los países (por ejemplo la tragicomedia del préstamo al gobierno turco como contrapartida de la aceptación para que tropas y aviones norteamericanos pasasen por su territorio).
El problema se juega, una vez más, en Europa. Las clases dominantes de los dos mayores países (las clases dominantes de Gran Bretaña, aunque atravesadas también por divisiones sobre las cuestiones de relaciones con Estados Unidos, tienen un lugar y un comportamiento diferente) sufren más que nunca de la ausencia de un estado europeo, cuya verdadera materialización no sería la moneda única, sino el levantamiento de una defensa común que reivindicaría su autonomía frente a los Estados Unidos.
Dos problemas cruciales
Para el futuro del combate contra la guerra y contra el capitalismo, dos problemas son cruciales. El primero se refiere al apoyo dado por los dirigentes del movimiento obrero y social a la posición de Chirac sobre Irak. El consenso que existe en Francia sobre el rol que debería jugar la ONU frente a esta cuestión parece indicar una debilidad de la reflexión del movimiento político anticapitalista. El debate sobre otro orden político mundial posible y necesario, que no se contente con reclamar a Chirac utilizar el derecho de veto de Francia en la ONU. Cuando Chirac declara que la actitud conciliadora de Saddan Hussein está ligada a la amenaza ejercida por el ejército americano, fija los límites de su concepción del derecho internacional.[9] Lo que se llama "la crisis de la ONU" es la falta de adaptación a las nuevas relaciones de fuerzas. El movimiento anticapitalista debe formular reivindicaciones ofensivas sobre las cuestiones de la constitución de formas políticas de la altermundialización. El segundo problema se refiere a la comprensión de la relación entre guerra y mundialización del capital. La guerra contra Irak no debe ocultar que todo el planeta está desgarrado por las guerras. Las guerras en África son, de manera ejemplar, una parte constitutiva de la dominación del capital financiero y rentista. No pueden ser subestimadas por el movimiento antiimperialista, especialmente en Francia, donde se conoce la responsabilidad de las redes políticas y financieras (la "Franceafrique") en el caos y la destrucción masiva de las poblaciones africanas.
Publicado en las revistas Carré rouge Nº 25 y A l’encontre N°12 mayo de 2003. Traducción de Aldo Romero.
[1] Lo que Shores condensaba en esta fórmulación: "El capitalismo lleva en sí la guerra como la nube lleva la tormenta".
[2] Trotsky, Prefacio a la edición francesa (redactado en 1930) de La revolución permanente.
[3] En febrero de 1945, la aviación aliada bombardea Dresde, arrasándola, y mueren 250.000 personas. El objetivo de la campaña era la destrucción de las fábricas de armamentos, pero la fecha y magnitud de la masacre indican más bien que constituía en realidad un exterminio físico de la resistencia obrera y popular que habría sin duda emergido sobre los escombros del estado nazi.
[4] El semanario Business Week del 20 de enero de 2003 tituló el dossier consagrado al programa presupuestario: "¿Guerra de clases?". Los elementos reunidos en el dossier indican que no existe ninguna duda en que el signo de interrogación sobra.
[5] En la mejor tradición de la V República los parlamentarios franceses no han debido votar nada sobre esta posición con el argumento de que los asuntos exteriores están a cargo del presidente de la república...
[6] Derecho internacional y democracia mundial. Las razones de un fracaso. La discorde textuel, 2002, pág. 27.
[7] Ver las declaraciones de fidelidad de Villepine del 26 de marzo en Londres y, después, el deseo de que los Estados Unidos ganen esta guerra... ilegal.
[8] Ya abordé estas cuestiones en "¿Una burguesía mundial para un capital financiero mundializado?" en la obra colectiva La bourgeoisie: Classe dirigente d’un nouveau capitalismo, Syllepse, 2001.
[9] Lo que J. Nikonoff, presidente de Attac, llama en un reportaje en l’Humanité el 19 de marzo de 2003 "Una posición universalista... ¿Por qúe la misma cosa no funcionaría sobre el plano de la mundialización económica?... Si Chirac quiere verdaderamente entrar en la historia, como algunos dicen, colocaría igualmente su acción a nivel económico y social." ¿Acaso no lo hace?