23/11/2024
“Empecemos pues de nuevo (y) recordando que el respeto no es síntoma de debilidad y la sinceridad debe ser siempre sujeta a verificación. Nunca debemos negociar por miedo. Pero nunca debemos temer a negociar” (1)
Así definía el Presidente John F. Kennedy en 1961 el camino a seguir en la resolución de los conflictos de su época. Un año después evitaba un enfrentamiento nuclear de consecuencias devastadoras para la humanidad al negociar con el Presidente de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, la solución a la crisis detonada por los misiles rusos emplazados en Cuba. Al año siguiente J.F. Kennedy caía asesinado y se iniciaba una nueva era en la historia política y económica de los Estados Unidos. Desde ese entonces, las turbulencias mundiales han arreciado y hoy la guerra nuclear acecha nuevamente a la vuelta de la esquina.
Esta vez, sin embargo, la negociación de los conflictos geopolíticos ha sido sustituida por su escalada sin límites. Esta estrategia implica provocar un aumento de la intensidad, profundidad, amplitud y extensión del enfrentamiento con el objetivo de obtener un salto cualitativo en las relaciones de fuerza tendiente a la eliminación del adversario. Este proceso no sólo anula la búsqueda de conciliación de intereses contradictorios para encaminar al conflicto hacia una resolución negociada, sino que también naturaliza y vuelve invisible la posibilidad de una confrontación nuclear y sus riesgos catastróficos. Así, mientras la guerra ruge en Ucrania y en el Medio Oriente, las elites dirigentes de Occidente ignoran el riesgo nuclear, atropellan constantemente “las líneas rojas” explicitadas por el frente enemigo y banalizan la posibilidad de operaciones de “falsa bandera” con uso de armas tácticas nucleares [2]. En paralelo, la población mundial desconoce los riesgos que corre como consecuencia de conflictos que se desarrollan en lejanas latitudes y se evaporan en las brumas de un mundo ancho y ajeno.
Detrás de estos olvidos, silencios y banalidades existe, sin embargo, un relato oficial que vacía de contenido a los conceptos y homogeneiza el pensamiento imponiendo una visión del mundo binaria y cada vez más sectaria, donde la reflexión y la crítica son sustituidas por la censura, informaciones falsas y una propaganda que busca detonar el miedo y el odio hacia un supuesto enemigo (interno/externo) que acecha constantemente. Este relato tampoco surge de la nada: emerge de las profundidades de una crisis de la estructura de poder global conformada desde fines de la Segunda Guerra Mundial y liderada por los Estados Unidos. En tanto centro hegemónico, este país ha impulsado su poderío global absorbiendo riquezas, ganancias extraordinarias y rentas monopólicas; controlando los recursos no renovables de importancia estratégica para la economía mundial; y multiplicando las guerras y los países inviables en distintas regiones del mundo, especialmente en aquellas con mayores reservas de estos recursos estratégicos. Hoy este país enfrenta la emergencia de un mundo multipolar liderado por otras potencias nucleares que reclaman nuevas condiciones de seguridad colectiva y un crecimiento económico coherente con sus intereses nacionales y regionales.
Estos son pues los tiempos de la crisis sistémica del capitalismo global monopólico, un capitalismo en su fase de espionaje digital asentada en la enorme concentración del poder en manos de un puñado de monopolios tecnológicos que pugnan constantemente por maximizar ganancias y control global en un contexto de profunda crisis de legitimidad de las instituciones democráticas. Son los tiempos del endeudamiento ilimitado, de profunda inestabilidad financiera y de una creciente polarización política y facciosa en contextos socioeconómicos cada vez más pauperizados y conflictivos. Todas estas tensiones se intensifican en vísperas electorales y la conflictividad doméstica pasa rápidamente a impactar sobre la política exterior de los Estados Unidos y de sus principales aliados europeos. El resultado es una intensificación de la escalada sin límites de los conflictos geopolíticos. La negociación con “respeto” y la “verificación de la sinceridad” del enemigo que proponía el Presidente Kennedy son sustituidos por trampas, subterfugios e intensificación de una violencia y un sectarismo que impide negociar una paz duradera tanto en Ucrania como en Gaza. Estos teatros de combate están alejados de nuestro país, tanto geográfica como culturalmente. Sin embargo, nos interpelan y nos llaman a reflexionar sobre las raíces de nuestros propios problemas y sobre el impacto de las armas nucleares y de la inteligencia artificial en nuestro presente y en nuestro futuro inmediato.
La guerra en Ucrania y en Gaza
Hace pocos días Putin dio un largo discurso televisado donde presentó un Acuerdo para la Paz en Ucrania precedido por un documentado análisis de todas las instancias en las que los gobiernos norteamericanos y europeos traicionaron acuerdos previamente negociados con las autoridades rusas desde la implosión de la Unión Soviética hasta el presente. En este minucioso discurso, Putin incluyó primicias sobre el acuerdo inicialado con representantes del gobierno de Ucrania en Estambul en 2022, a pocos meses de la invasión rusa a este país. El mismo fue desarticulado por la intervención inmediata e in situ del Primer Ministro británico Boris Johnson y hoy constituye la esencia de este nuevo acuerdo. El mismo establece que si Ucrania renuncia a integrar la OTAN y reconoce la soberanía rusa sobre Crimea, Sebastópol y territorios de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jerson, anexados “de acuerdo a la legislación internacional vigente y al artículo 51 de la Carta Orgánica de las Naciones Unidas”; y si Ucrania retira sus tropas de estos últimos, Rusia decretará un inmediato cese del fuego con inicio de negociaciones para lograr una paz duradera que será la antítesis de “una paz o cese del fuego temporario como quiere Occidente… para congelar el conflicto… recuperar las pérdidas, rearmar al régimen de Kiev y prepararlo para una nueva ofensiva”. Si esta nueva propuesta no es aceptada, “la realidad en el terreno y en la línea de combate continuará cambiando de un modo desfavorable para Ucrania y las condiciones para iniciar nuevas negociaciones serán bien diferentes”.
Así, Putin dejó en claro que el eje de la actual disputa con Occidente es el mismo de siempre: el rechazo ruso a la expansión de la OTAN hasta sus fronteras con el objetivo de rodearla con armas nucleares y provocar su desmembramiento. Para Putin, los Estados Unidos y la OTAN vulneran constantemente todas las líneas rojas estipuladas por su gobierno y han generado “una situación de no retorno”: Ucrania es abastecida con armas cada vez más sofisticadas que requieren información y manejo por expertos provistos directamente por la OTAN. Esto implica participación directa de esta organización en el combate, a lo que se agregan ahora las reiteradas amenazas de desplegar tropas de combate en Ucrania. Ante esto, Rusia anunció que responderá con toda su fuerza para impedirlo.
Esta propuesta de Putin, considerada por varios expertos [3] como “razonable”, fue descartada inmediatamente por Zelensky y altos funcionarios norteamericanos, europeos y de la OTAN [4]. En paralelo, el gobierno norteamericano dio autorización a Ucrania para atacar nuevas zonas del territorio ruso alejadas de la frontera [5]; el Presidente Biden firmó un nuevo convenio de ayuda militar por diez años, y otorgó a Zelensky un préstamo pagadero con los intereses de los activos rusos incautados en bancos europeos y norteamericanos; y Zelensky sostuvo un conclave por la paz en Suiza para reafirmar que jamás negociará con Putin, y que la total victoria militar de Ucrania es la única solución al conflicto.
En paralelo con estos acontecimientos, el gobierno israelí anunció su inminente invasión del Líbano con el objetivo de destruir a Hezbollah y “pacificar” su frontera norte. El gobierno de Biden ha intentado frenar esta expansión sacando de la galera un supuesto “Acuerdo israelí para el cese del fuego en Gaza”, con restitución de los rehenes capturados por Hamas. Sin embargo, este acuerdo no fue reconocido como propio por un Netanyahu dispuesto a escalar al máximo el conflicto para provocar la participación directa norteamericana en el mismo. Cuestionado por miembros de su gabinete que acaban de renunciar, Netanyahu estrecha sus lazos con la extrema derecha religiosa y apuesta a intensificar el conflicto. Embanderado en el genocidio como única estrategia de “solución al problema palestino”, arrastra consigo a un gobierno norteamericano que intenta congelar el conflicto ante la inminencia de las elecciones pero no es capaz de poner límites a su aliado estratégico, llegando a aclarar por estos días que si el “Acuerdo israelí” fracasa, el gobierno norteamericano apoyara incondicionalmente la invasión al Líbano [6].
(1) Discurso inaugural del Presidente John F Kennedy, 20 enero 1961. El subrayado es mío.
[2] Acciones, operaciones, incidentes planeados de tal manera que su responsabilidad es atribuida a otro. Hoy las armas tácticas nucleares tienen una capacidad destructiva muy superior a las bombas nucleares usadas en 1945 por los Estados Unidos para destruir Hiroshima y Nagasaki.
[3] Entre otros, ver aquí, aquí y aquí.
[4] Ver Lloyd Austin, secretario de Defensa de Estados Unidos, y Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN.
[5] Zerohedge.com20 6 2024; la importancia de la guerra en Ucrania y de su continuación fue expresada claramente por el senador Lydsay Graham aquí.
[6] Zerohedge.com 20 6 2024.