28/03/2024

Estado, reproducción del capital y lucha de clases. La unidad económico/política del capital, de Jaime Osorio

Por ,

 
Gabino Javier Ángeles Calderón
 
México D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Económicas, 2014. 131 p.
 
  
El libro que aquí se reseña, se presentó en octubre de 2014 y lo editó la Universidad Nacional Autónoma de México junto con el Instituto de Investigaciones Económicas. Este texto tuvo su origen en el Seminario de actualización “Reproducción del capital y Estado. La unidad económico/política del capital”, que impartió el Doctor Jaime Osorio en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM entre el 5 de marzo y el 23 de abril de 2013, en el marco del Seminario de Teoría del Desarrollo.
Esta obra está dirigida al público interesado en el análisis del capitalismo actual, principalmente en la región de América Latina. Es un libro que, sin abandonar la rigurosidad académica, cuenta con pocas citas o referencias bibliográficas, ya que en él se refleja el carácter expositivo y oral del que se originó. Asimismo, en este texto se hace presente la escritura que caracteriza a este investigador de la UAM-Xochimilco, por la que paso a paso va tejiendo una argumentación a través de la presentación de problemas, definiciones y ejemplificaciones, lo que brinda una lectura accesible y clara de las problemáticas abordadas. Se trata de un texto breve –126 páginas–, pero que, como todo concreto, guarda mucha riqueza en su contenido.
De igual modo, en este libro, se sintetizan diferentes temas que el autor ha ido trabajando en sus distintas obras: la manera de abordar la realidad por parte del marxismo y la crítica a las versiones positivista, liberal y posmoderna de las ciencias sociales (Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento, FCE, 2001), la noción de patrón de reproducción de capital y el patrón de especialización productiva vigente en América Latina actualmente (Crítica de la economía vulgar. Reproducción del capital y dependencia, Miguel Ángel Porrúa-UAZ, 2004), el Estado y las clases sociales, las contradicciones políticas y sociales que arrastra el patrón de especialización productiva en América Latina y su articulación con legitimidad del Estado y la llamada transición a la democracia en esta región. (El Estado en el centro de la mundialización. La sociedad civil y el asunto del poder, FCE, 2004; Explotación redoblada y actualidad de la revolución, Itaca-UAM Xochimilco, 2009; Estado, biopoder, exclusión. Análisis desde la lógica del capital Anthropos-UAM, 2012). Así, en este libro, se podrán encontrar condensados la postura teórica y los planteamientos centrales que Jaime Osorio ha ido desarrollando en su actividad como investigador.
Desde una posición clara, en una de las primeras páginas de su libro, el autor afirma:
 
La radicalidad del marxismo no reside tan solo en la crítica del capitalismo al develar los procesos y tendencias que lo caracterizan, las contradicciones que lo atraviesan y las razones de las crisis que genera, que ponen de manifiesto su historicidad, en tanto forma de organización de la vida en común […] El marxismo es también un pensamiento radical, porque cuestiona los fundamentos sobre los que se construyen los saberes de la modernidad capitalista, con particular énfasis en las llamadas ciencias sociales y en las ciencias humanas. Junto a ello, estable otros fundamentos, lo que le permite no solo establecer otra mirada sobre la realidad, sino definir una nueva realidad y nuevos sujetos de conocimiento (p. 19).
 
Así, estas palabras develan el hilo conductor de esta obra: no sólo basta hacer la crítica al capitalismo, sino que se requiere superar los saberes del capital, y generar otras formas de conceptualizar la realidad social, pues, las ciencias sociales bajo una lógica de especialización han asumido formas de compartimientos aislados y autónomos, que han dividido y fragmentado a estas distintas disciplinas.
Lo anterior ha terminado, entonces, por limitar la capacidad de estas ciencias para interpretar la vida social, cuestión que se hace patente en su poca capacidad explicativa, por ejemplo, de la economía ante la crisis, de la ciencia política frente al agotamiento de la democracia liberal y de la sociología frente al surgimiento de poderosos movimientos sociales. Así, ante estas cuestiones, es “necesario asumir un punto de partida radicalmente distinto al que subyace en las operaciones actuales: la vida en sociedad constituye una unidad, con dimensiones económicas, políticas y sociales, y es desde ella donde se puede hacer comprensible.” (p. 17) En este sentido, “recuperar la unidad de lo económico y de lo político aparece como un paso fundamental e inevitable” (p.18), si lo que se pretende en realizar una crítica radical al mundo del capital.
Ahora bien, a pesar de estar conformado por seis capítulos, este libro puede ser dividido en tres partes: la primera estaría compuesta por los capítulos 1 y 2, que son el fundamento epistemológico que respalda la propuesta de un análisis que retoma la unidad económico/política del capital. La segunda parte la constituirían los capítulos 3 y 4, que funcionan como un eslabón y en donde se exponen categorías como la de clases sociales, fracciones y sectores de clase, poder político, Estado, aparato de Estado, bloque en el poder, hegemonía, sociedad civil y revolución. La tercera parte estaría conformada por los capítulos 5 y 6, donde se presentan las aportaciones más fuertes del autor: la dimensión de análisis del patrón de reproducción de capital y la relación del patrón exportador de especialización productiva vigente en América Latina con los procesos políticos y luchas de clases en la región. A continuación se expondrán, entonces, algunas de las propuestas más sobresalientes de este sociólogo chileno en esta obra.
Como se ha mencionado anteriormente, Jaime Osorio, hace una crítica a las posturas imperantes actualmente en las ciencias sociales, y ante ellas elabora una propuesta epistemológica en la que recupera nociones como las de negatividad y totalidad para lograr un análisis unitario de la realidad social. Esto, será, pues, el sustento epistemológico, para su propuesta de analizar al capital como una unidad económico/política.
La noción de negatividad, por ejemplo, permite “pensar al ser o la realidad como una entidad en movimiento interno, permanente e incesante”, un proceso, por tanto, en el que “el movimiento y el cambio son consustanciales al ser.” Empero, no se trata de un movimiento homogéneo y simple ni tampoco es una mera oposición, sino el movimiento y el cambio refieren “a la irrupción de lo nuevo”, a un proceso en el que “se establece un guerra en donde alguna de las fuerzas termina imponiéndose y tendencialmente serán las que al negar lo existente logran la superación, sobre las bases de lo existente”. (p. 20) Así, retomando a Marx y en relación al capitalismo, se afirma que los propios procesos y tendencias inmanentes al capital son los que crean su propia negación: las crisis, el proletariado, la barbarie que acompaña a la civilización, la dependencia como contraparte del desarrollo del capitalismo. En este sentido, para este sociólogo, toda “la radicalidad de la teoría marxista está atravesada por la negación” (p.21).
En cuanto a la forma de entender las relaciones sociales, según este autor, la impronta empirista y experimental que han caracterizado al pensamiento moderno hacen que éste sea un pensamiento de cosas. En las ciencias sociales, esto lleva a privilegiar al individuo como punto de partida de sus análisis, pues cumple con los requisitos de la empiria de las cosas y de lo posible para experimentar. En este sentido, para estas disciplinas sociales, el individuo –al hablar, desear, opinar– se convierte en objeto de estudio cuantificable o cualificable; así como también se convierte en objeto de desciframiento, puesto que se busca comprender su comportamiento o las razones de por qué decide esto o aquello –como lo hace la escuela de la “elección racional”–.
En oposición a lo anterior, de acuerdo con el también profesor del posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, para “el marxismo, la reflexión debe dar cuenta de las relaciones sociales existentes en una sociedad y solo desde allí explicar las cosas. Más aun, la sociedad misma es asumida como un entramado de relaciones sociales”. En relación al individuo, se debe considerar que en la sociedad moderna los hombres se aíslan y que consecuentemente, el individuo se constituye en la sociedad; así, el “punto de partida para comprender las acciones sociales no puede ser por tanto el individuo, sino las relaciones sociales, para desde allí alcanzar al individuo y conocer sus opciones y decisiones posibles” (p.24).
De igual modo, el pensamiento moderno puede ser definido como reduccionista.  En primer término, porque a través de diseccionar el objeto de estudio se busca alcanzar la unidad indivisible de éste y desde “allí por agregación, explicar las entidades o cosas mayores”; y en segundo lugar, dentro de esta lógica, porque se erige al individuo “como la célula de la vida social”. El problema consiste, por tanto, en reducir las unidades de análisis a lo parcial, lo que hace imposible captar relaciones. En contra parte a esta postura, para el marxismo, “la sociedad es una unidad diferenciada con dimensiones económicas, políticas, sociológicas, etc., las cuales son sólo eso, dimensiones de una unidad. Esto implica asumir a la sociedad como una entidad real, con vida propia, marcada por el entramado jerarquizado de relaciones sociales que la conforman.” (p.26)
De acuerdo con este doctor en ciencias sociales, desde la totalidad entonces el marxismo busca el conocimiento del ser social. Así, se habla de totalidad “cuando nos preguntamos por la actividad unificante que opera en la vida societal en periodos históricos determinados, que la organizan, jerarquizan y articulan y que provocan que la vida en común tome formas particulares. Preguntar por este tipo de actividad remite así a movimientos y procesos, pero, más aun, preguntar por una actividad unificante remite a “procesos que unen, organizan como unidad la vida de las sociedades en periodos determinados” (pp. 27-28). De esta forma, los supuestos que subyacen ante este tipo de preguntas son: “que la sociedad es una entidad viva, en el sentido que despliega una dinámica que la reproduce bajo formas determinadas en periodos determinados”; “que esa dinámica o actividad construye unidad, por lo que articula y organiza con orientaciones específicas”; y por consiguiente que se puede establecer que la vida social tiene un sentido, pues “hay operaciones y actividades jerárquicamente más relevantes que otras en la articulación y organización de la unidad societal” (p. 28).
De este modo, Jaime Osorio hace una fuerte crítica a la visión predominante en las ciencias sociales, que establece una ruptura tajante entre las distintas esferas de la vida social. Poner énfasis en la separación entre economía y política limita el campo explicativo de las llamadas ciencias sociales, además de que esto tiene consecuencias para el desciframiento del propio orden del capital, de ahí la insistencia en tal separación. Así, para este autor, es necesario entender que en nuestro tiempo histórico “es la lógica del capital la actividad unificante que organiza y articula la vida societal. Es el despliegue de esa lógica la que opera como un tornado que a su paso termina atrapando todo, haciendo que la vida societal gire en torno a su eje: esto es, la valorización del capital” (p. 28).
Ahora bien, en un segundo momento de la obra, se abordan los temas de las clases sociales, el poder político y el Estado. Cabe mencionar que posiblemente esta parte del libro sea la que tiene menor consistencia, pues por momentos es un tanto esquemática. Sin embargo, esto se entiende si, como ya se dijo, se sabe el carácter oral del que se origina el texto. Así, a pesar de sus inconsistencias, esta parte del libro es necesaria para entender la última sección, pues funciona como un eslabón teórico que inserta la importancia de las clases sociales y sus luchas para el análisis –en el marxismo– no sólo de la reproducción de capital sino también para captar los rasgos distintivos del poder político y del Estado en el capitalismo.
En relación a las clases sociales, se menciona que éstas “constituyen la dimensión de la imbricación de las relaciones sociales de producción y de las relaciones de poder y dominio imperantes en la reproducción social” (p.49); es decir, las clases sociales son la articulación entre –por una parte– las formas de propiedad o no propiedad de los medios de producción, la división del trabajo y el control o ausencia de éste sobre el proceso productivo con –por otra parte– las relaciones de poder y de dominio. En las clases sociales se personifican entonces las relaciones sociales de explotación y de dominación política, de ahí la importancia de considerarlas en la unidad económico/política del capital. 
Retomando la definición de Lenin, se sostiene que las clases se definen tanto por el tipo de propiedad –forma de apropiación de la riqueza: plusvalía, renta, interés, salario–, su lugar en el proceso de la producción –circulación, producción, realización de la plusvalía (D-M-D’)– y en la división social del trabajo –productores o no trabajadores–. Se deja en claro también la pertinencia de tener en consideración la heterogeneidad al interior de las clases sociales, pues se deben distinguir las fracciones y los sectores de clase, que afectan tanto a la burguesía, la pequeña burguesía y al proletariado. Asimismo, se pone especial atención en la relación entre las clases sociales y sus luchas, sobre las particularidades de la revolución proletaria y el tiempo social que implica una revolución.
Respecto al poder político, con base en el marxismo, este sociólogo de la UAM Xochimilco lo pone en relación con las clases sociales, por lo que consiste en “la capacidad de ciertas clases sociales de organizar la vida en común de acuerdo con sus interese y proyectos, relegando o rechazando los proyectos e intereses de otras clases” (p. 69). En este sentido, el Estado es una condensación de relaciones de poder y, por tanto, es el centro del poder político, la esfera desde donde se impone y se organiza un proyecto de vida en común. Sin embargo, el autor llama la atención sobre dos rasgos fundamentales que el Estado guarda en la sociedad capitalista: el ocultamiento de las relaciones de explotación y de dominio, las cuales lo hacen ser, y la distinción entre Estado y aparato de Estado, el primero se refiere a toda esa condensación de relaciones de poder de clase y el segundo a la concreción o cosificación  en instituciones de esas relaciones de poder.
Asimismo, en esta parte del texto, se abordan temas como la legitimidad de la dominación política, la sociedad civil y su conformación, así como la construcción de la hegemonía. Por último, se sostiene que el tipo de Estado que predomina en la región de América latina es un Estado dependiente porque reproduce un orden social basado en la dependencia económica y por tanto en la subordinación –económica y política– de las clases dominantes al gran capital trasnacional. El carácter dependiente del Estado en Latinoamérica es, pues, correspondiente con la soberanía de formaciones sociales dependientes.
En la tercera y última parte de esta obra, Jaime Osorio, expone, lo que desde nuestro punto vista, son las cuestiones más originales de su libro y en las que trata de concretar su propuesta sobre la unidad económico/política del capital. Estas son: la categoría de análisis de patrón de reproducción de capital y la concreción de ésta en la región de América Latina con el patrón exportador de especialización productiva y las contradicciones que genera a nivel de la democracia electoral y de la legitimidad del mando político.
La categoría depatrón de reproducción del capital constituiría un nivel de análisis en sí mismo y tendería a dar luz en la unidad económico/política del capital en un tiempo histórico y territorio determinado. Así, no sólo basta con señalar que en el capitalismo se produce plusvalía, ni que es necesario reproducir las relaciones sociales que hacen posible esta producción de plusvalía –principalmente las relaciones de producción–, sino que se debe dar cuenta del patrón que guarda la reproducción del capital en una temporalidad específica y región geográfica determinada.
De este modo, esta categoría hace alusión a las huellas que deja la valorización de capital en su ciclo permanente en un periodo específico y lugar determinado, por lo que se pone énfasis en considerar: cuáles son los proyectos de capital que se imponen para la valorización del valor; qué clase de valores de uso son producidos –bienes salarios, bienes suntuarios, bienes de capital–; qué tipo de mercados y consumidores son a los que se dirigen estos valores de uso; qué papel juegan las clases trabajadoras en la realización de la plusvalía, si son incluidos –plusvalía relativa– o excluidos –plusvalía absoluta y superexplotación–; cuáles son el tipo de inversiones que predominan; qué requerimientos en infraestructura y tecnología son los que se reclaman los procesos productivos; qué tipo de políticas públicas son las que ayudan y se implementan para hacer más fácil la reproducción de capital –neoliberales o keynesianas–; cuál es la posición que se tiene dentro de la división internacional del trabajo –si en el centro o en la periferia–.
Asimismo, el análisis de un patrón de reproducción de capital se vincula con los procesos de poder político, pues da cuenta de qué proyectos del capital son los que logran imponerse –entre las propias clases dominantes como frente a la clases dominadas–; así es posible comenzar a vislumbrar cuáles son los intereses de fracciones o sectores de clase hegemónicos –y bajo qué condiciones lo hacen–: poner en marcha un patrón de reproducción de capital específico no sólo es un proceso económico sino también político, pues implica la imposición de una determinada manera de vida social correspondiente a esa reproducción. Por tal motivo, el análisis del patrón de reproducción de capital rompe con la manera fragmentaria de analizar la realidad social imperante en las ciencias sociales modernas y pretende poner de manifiesto la unidad económico/política del capital.
Respecto al patrón de reproducción predominante en América Latina, Jaime Osorio afirma que es el patrón exportador de especialización productiva. Éste se originó en la región como respuesta a la crisis del capital ocurrida en los setenta, al agotamiento del patrón de industrialización en la región, el cambio en los procesos productivos a nivel mundial y la reconfiguración de la división internacional del trabajo, la ofensiva del capital frente a la clase trabajadora y la profundización de la mundialización capitalista.
De manera general, se menciona que este patrón acentúa el carácter dependiente de las economías latinoamericanas, ya que retoma el carácter exportador que mantuvo la región a finales del siglo XIX, pero bajo las condiciones actuales del sistema capitalista. En este sentido, se debe considerar que dentro del patrón exportador de especialización productiva, existe una heterogeneidad en América Latina, pues no todos los países retomaron un carácter agro-minero exportador parecido al de finales del siglo XIX –Chile por ejemplo–, sino algunos otros mantuvieron cierta producción industrializada –como México o Brasil–, pero ahora articulada a cadenas productivas internacionales, así como subordinada a casas matrices de los centros capitalistas, dirigida no a la fabricación de bienes de capital sino al ensamblaje de diversos artículos –electrónicos o automóviles– y con pocos insumos de los procesos productivos locales.
La acentuación del carácter dependiente de las economías latinoamericanas bajo este patrón exportador también profundiza la superexplotación del trabajo bajo las formas de flexibilización laboral, precarización del trabajo, desempleo, informalidad y subcontratación, pues las burguesías locales tienen que echar mano de esta explotación redoblada con el fin de poder competir frente a otros capitales en el mercado mundial. Asimismo, este patrón exportador, regido en su generalidad por la superexplotación del trabajo, profundiza la tendencia a dar la espalda a las necesidades de las distintas poblaciones de la región, pues los ejes de acumulación producen valores de uso principalmente para el exterior y sólo ciertas capas de consumo regionales son las que pueden adquirir estos productos –por ejemplo un automóvil en un país de la eurozona puede ser un bien salario y en la región latinoamericana se convierte para la mayoría de la población en un bien suntuario–. Por último, este patrón exportador reproduce la subordinación económica de la región a los centros capitalistas, pues el papel que ocupan las economías latinoamericanas en la división internacional del trabajo genera que estos centros monopolicen los procesos de diseño y marketing de los procesos productivos, amén de los conocimientos científicos y tecnológicos.
En su articulación con fenómenos políticos de la región, Jaime Osorio señala que una de las graves consecuencias que deja el patrón exportador de especialización productiva en la región son los agudos procesos de exclusión económica y social que repercuten directamente en la política. De este modo, contrario a lo que sucede en estos desarrollos económicos y sociales, los procesos de democratización en la región han tendido a ser inclusivos. Sin embargo, ante los niveles de exclusión tan altos, se termina por cuestionar la legitimidad del mando político, lo que resulta en un desfase de fondo entre la inclusión generada por los procesos democráticos y la exclusión provocada por la economía. Así, tal pareciera que el juego democrático, a pesar de la insistencia del empoderamiento de los ciudadanos, no es suficiente. Este especialista en estudios latinoamericanos menciona entonces que, a pesar de la libre elección de representantes para la administración del aparato de Estado, no dejan de existir al interior de éste bunkers hegemónicos –por ejemplo puntos concretos como los bancos centrales o instituciones clave para el desarrollo económico como los ministerios fiscales o de hacienda– que responden a intereses específicos de clase e impiden transformaciones radicales en la economía.
En este sentido, para este autor, en medio de una “verdadera neooligarquización del Estado latinoamericano, se han hecho presentes, sin embargo, fracturas estructurales que alimentan la actualidad de la revolución en la región, la que se ha expresado en el campo electoral bajo la emergencia de movimientos sociales poderosos, que al calor de la democratización se han colocado por las fisuras de este proceso, llegando incluso a instalar a algunos de los suyos en la presidencia” (p. 124) por ejemplo Evo Morales en Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela.
Ahora bien, grosso modo, en este libro existen ciertos pasajes en los que se requiere mayor profundización, por ejemplo y como ya se mencionó, los contenidos en la segunda parte de él, referentes a las clases sociales, al poder político y al Estado. No obstante, un tema crucial y que daría más luz a la propuesta de Osorio para entender la unidad económico/política del capital es la articulación del patrón exportador de especialización productiva en América Latina con las contradicciones políticas de la región, en especial con la crisis de legitimidad del mando político. Esto es así, pues se ayudaría a definir por qué no es una crisis de hegemonía o una crisis política de otro tipo, que es lo que posiblemente faltaría indagar. Empero no hay que olvidar que el origen de este texto es de carácter expositivo y que en él se sintetizan y entrelazan diversos temas que Jaime Osorio ha desarrollado en sus distintas obras.
Así, una reflexión general que provoca la lectura de esta obra consiste en que comprender la lógica del capital, implica realizar un esfuerzo teórico por articular los distintos ámbitos de la vida social, especialmente el económico y político –tanto a nivel de la formación social como del sistema capitalista–, pero también lleva a pensar que si lo que se pretende es transcender la vida social del capital, un requisito fundamental es descifrar la lógica de su metabolismo.
En resumen, propuestas importantes por las que es recomendable esta obra son: la crítica a la fragmentación en los análisis que imperan en las ciencias sociales actualmente; la pertinencia del patrón de reproducción de capital como una categoría de estudio para dar cuenta de la unidad económico/política del capital en un periodo histórico dado, un espacio geográfico concreto y en relación con el sistema capitalista; y por último, la definición del patrón exportador de especialización productiva vigente en América Latina, que lejos de llevar a la región al desarrollo profundiza su dependencia. Así, a quien le interesa comprender América Latina y las sociedades que la conforman desde un enfoque crítico e integral puede encontrar en este libro propuestas generales de investigación para esta región o las distintas formaciones sociales que la integran, ya sea con fines de comparación o para su estudio individual.
 

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