24/11/2024
Por , , Harvey David
La dilatada supervivencia del capitalismo, a pesar de las múltiples crisis y reorganizaciones acompañadas siempre de agoreras predicciones sobre su inminente extinción -tanto por parte de la izquierda como de la derecha-, es un misterio que requiere ser estudiado. Lefebvre creyó haber encontrado la clave cuando pronunció su celebre frase de que el capitalismo sobrevive mediante la creación de espacio, aunque no acertó a explicar de qué forma se llevaría esto a cabo. Tanto Lenin como Luxemburgo, por motivos bastante distintos y utilizando argumentos también diversos, consideraron que el imperialismo -una determinada forma de producción de espacio- era el quid de la cuestión, aunque ambos argumentaron que dicha solución sería finita, dadas sus propias contradicciones.
En los años setenta intenté enfocar este problema a la luz de los "reajustes espaciales" y su papel en las contradicciones internas de la acumulación de capital.[1] Argumentaba que un cuidadoso estudio de las formas en las que el capital produce espacio, nos ayudaría a construir una teoría del desarrollo desigual más sofisticada y a integrar mejor los fenómenos de la expansión geográfica y el desarrollo en las reformulaciones y revisiones de la teoría de acumulación de capital de Marx que por entonces venían apareciendo y, por tanto, a integrar esas teorías con las de imperialismo y dependencia, que también eran objeto de un serio debate en aquel momento. Ahora, cuando de nuevo se está produciendo una redefinición del discurso -tanto en la margen izquierda como en la derecha del espectro político- en lo referente a lo que algunos llaman "el nuevo imperialismo"[2] parece útil reexaminar esas ideas generales a la luz de los acontecimientos actuales.
La tesis de los reajustes espaciales sólo tiene sentido si atribuimos al capitalismo una tendencia expansiva, entendida teóricamente mediante alguna versión de la teoría de Marx según la cual la tasa descendente de ganancia produce crisis de sobreacumulación.[3] Dichas crisis se manifiestan en excedentes simultáneos de capital y mano de obra sin que aparentemente exista ninguna manera de coordinarlos para realizar alguna tarea socialmente productiva. Por tanto, si se quiere evitar que haya devaluaciones (e incluso destrucción) de capital que afecten a todo el sistema, deben encontrarse formas de absorber tales excedentes. La expansión geográfica y la reorganización espacial son dos opciones posibles. Pero esto tampoco puede disociarse de los reajustes temporales, puesto que la expansión geográfica solía ir acompañada de inversiones en infraestructuras físicas y sociales a largo plazo (en redes de transporte y comunicaciones, educación e investigación, por ejemplo) que demorarían muchos años en reintegrar su vlor a la circulación a través de la actividad productiva que apoyaban.
Puesto para continuar esta argumentación será útil referirse a ejemplos reales, propongo aceptar la tesis de Brenner según la cual el capitalismo ha padecido un problema crónico de sobreacumulación desde los años setenta.[4] Interpreto la volatilidad del capitalismo internacional durante estos años como una serie de ajustes espacio-temporales que fracasaron, incluso a mediano plazo, en tratar los problemas de la sobreacumulación. Sin embargo, como argumenta Gowan, era a través de la orquestación de dicha volatilidad que los Estados Unidos pretendían mantener su posición hegemónica dentro del capitalismo mundial.[5] Por tanto, lo que parece un reciente viraje por parte de los Estados Unidos hacia un imperialismo abiertamente respaldado por la fuerza militar puede interpretarse como una señal del debilitamiento de dicha hegemonía ante la seria amenaza de una recesión y amplia devaluación en su propia casa, a diferencia de los diversos ataques devaluatorios anteriormente infligidos a otras zonas (América Latina en los ochenta y principios de los noventa y, aún más seriamente, la crisis que consumió el este y sudeste asiáticos en 1997 antes de arrastrar a Rusia y buena parte de América del Sur). Pero también pretendo argumentar que la imposibilidad de acumular mediante la expansión continuada de la reproducción ha sido compensada con un incremento de los intentos de acumular mediante la desposesión. Estas son, en definitiva, las que considero características principales de las nuevas formas de imperialismo. Puesto que el debate sobre este tema excedería un artículo como este, voy a continuar la exposición de manera simplificada y esquemática, dejando un análisis detallado para una posterior publicación.[6]
El reajuste espacio-temporal y sus contradicciones
La idea principal en que se basa el reajuste espacio-temporal es bastante sencilla. La sobreacumulación en un territorio dado implica un excedente de mano de obra (paro creciente) y excedentes de capital (que se manifiesta en un mercado inundado de bienes de consumo a los que no se puede dar salida sin pérdidas, en una alta improductividad y/o en excedentes de capital líquido carente de posibilidades de inversión productiva). Dichos excedentes pueden ser absorbidos mediante: a) una reorientación temporal hacia proyectos de inversión de capital a largo plazo o gasto social (como la educación o la investigación), que aplazan la vuelta a la circulación del exceso de capital hasta un futuro distante; b) reorientaciones espaciales, mediante la apertura de nuevos mercados, nuevas capacidades de producción y nuevos posibilidades de recursos y mano de obra en otro lugar; o bien c) una combinación de a) y b).
La combinación de a) y b) es especialmente importante cuando hablamos de un capital fijo de naturaleza independiente construido en un determinado entorno. Provee infraestructuras físicas necesarias para que la producción y el consumo se mantengan en el tiempo (todo lo referido a parques industriales, puertos y aeropuertos, sistemas de comunicación y transporte, de aguas y desagüe, de almacenamiento, vivienda, hospitales y escuelas). En suma, no se trata de un sector económico menor sino que es capaz de absorber ingentes cantidades de capital y mano de obra, especialmente bajo condiciones de rápida expansión e intensificación geográficas.
La reubicación de los excedentes de capital y mano de obra hacia tales inversiones necesita de la mediación y apoyo de instituciones financieras o estatales, que tienen la capacidad de generar y otorgar créditos. Se crea, por tanto, una cantidad de valor ficticio equivalente al capital excedente que resulta de, por ejemplo, la producción de camisas y zapatos. Este capital ficticio puede ser apartado de la corriente de consumo y reubicado en proyectos a largo plazo como por ejemplo, la construcción de carreteras o la educación, vigorizando así la economía (por ejemplo, mediante una mayor demanda de camisas y zapatos por parte de profesionales y obreros de la construcción)[7]. Si los gastos en infraestructuras o mejoras sociales se revelan productivos (facilitan la posterior acumulación de capital) entonces los valores ficticios son reembolsados (sea directamente mediante la amortización de la deuda, o indirectamente en la forma de, digamos, mayores devoluciones fiscales para pagar la deuda estatal). Si no es así, la sobreacumulación de valor en infraestructura o educación puede manifestarse en una devaluación de estos activos (vivienda, oficinas, parques industriales, aeropuertos, etcétera) o en dificultades para pagar la deuda estatal sobre infraestructuras físicas y sociales (crisis fiscal del Estado). El papel que han jugado tales inversiones ha sido importante en la estabilización y desestabilización del capitalismo. Señalaré, por ejemplo, que el origen de la crisis de 1973 fue el colapso mundial de los mercados inmobiliarios (empezando con el Hersatt Bank de Alemania que arrastró el Franklin National en los Estados Unidos) seguido por la práctica bancarrota de la ciudad de Nueva York en 1975. A su vez, el decenio de estancamiento japonés de los noventa comenzó con el estallido de la burbuja financiera existente en activos como el valor del suelo y otros bienes, que puso en peligro todo el sistema bancario. También señalaré que el colapso asiático de 1997 tuvo su origen en las burbujas de propiedad en Tailandia, Indonesia, y que el principal soporte a las economías estadounidense y británica, tras el inicio de una recesión general en todos los demás sectores desde mediados del 2001 en adelante, ha sido el continuado vigor especulativo en los mercados inmobiliarios. Desde 1998 China ha continuado creciendo económicamente y ha buscado absorber sus inmensos excedentes de mano de obra (esquivando la amenaza de descontento social) mediante la financiación endeudada de inversiones en mega-proyectos que dejan pequeña la ya inmensa represa de las Tres Gargantas (8500 millas de nuevos ferrocarriles, autopistas y proyectos urbanísticos, trabajos de ingeniería masivos para desviar agua del río Yangtzé al Amarillo, nuevos aeropuertos, etcétera). Me sorprende fuertemente que casi todos los análisis sobre la acumulación de capital (incluyendo el de Brenner), o ignoran totalmente estos asuntos o los tratan como epifenómenos.
El término "reajuste" tiene, en cualquier caso, un doble sentido. Cierta cantidad del capital queda literalmente fijado en alguna forma física por un periodo de tiempo relativamente largo (dependiendo de su tiempo de vida físico y económico). En cierto sentido el gasto social también se territorializa y rinde, permaneciendo geográficamente inmóvil, a través de compromisos estatales. (De cualquier manera, en lo que sigue dejaré de prestar atención explicita a las infraestructuras sociales, pues el tema es complejo y llevaría demasiado exponerlo). Cierto tipo de capital fijo es geográficamente móvil (como la maquinaria que puede ser fácilmente desplazada de un lugar a otro) pero el resto está tan fijado al suelo que no puede moverse sin destruirlo (los aviones son móviles pero los aeropuertos a los que vuelan no lo son.)
El reajuste espacio-temporal por otra parte, es una metáfora de las soluciones a las crisis capitalistas mediante aplazamientos temporales y expansiones geográficas. La creación de espacio, la organización de divisiones territoriales del trabajo totalmente nuevas, la apertura de nuevas y más baratas fuentes de recursos, de nuevos espacios dinámicos para la acumulación de capital, y la penetración en estructuras sociales preexistentes de las relaciones sociales capitalistas y acuerdos institucionales (tales como reglamentos de contratación y acuerdos de propiedad privada) son formas de absorber excedentes de capital y mano de obra. Tales expansiones geográficas, reorganizaciones y reconstrucciones muchas veces amenazan, de hecho, los valores fijados pero aun no explotados. Grandes cantidades de capital fijado actúan como un lastre a la hora de buscar reajustes espaciales en otro lugar. El valor de los activos de la ciudad de Nueva York no era ni es una cantidad trivial y la amenaza de una devaluación masiva en 1975 (y ahora de nuevo en 2003) era (y es) visto por muchos como una amenaza de importancia al futuro del capitalismo. Si el capital finalmente huye, lo hace dejando atrás un rastro de devastación (la desindustrialización experimentada en el corazón mismo del capitalismo -como Pittsburg y Sheffield- así como en otras muchas partes del mundo -como Bombay- en los sesenta y setenta son ejemplos de esto). Por otra parte, si el capital sobreacumulado no puede desplazarse, o sencillamente no lo hace, entonces está abocado a devaluarse directamente. La conclusión de este proceso suelo expresarla de la siguiente forma: el capital, por naturaleza, crea ambientes físicos a su imagen y semejanza únicamente para destruirlos más adelante, cuando busque expansiones geográficas y desubicaciones temporales, tratando de solucionar las crisis de sobreacumulación que lo afectan cíclicamente. Esta es la historia de la destrucción creativa (con toda suerte de negativas consecuencias sociales y económicas) inscrita en la evolución del entorno social y físico del capitalismo.
Hay otra serie de contradicciones que generalmente surgen en el seno de las dinámicas de transformación espacio-temporal. Si los excedentes de capital y mano de obra existentes en un territorio dado (como una nación o Estado) no pueden ser absorbidos internamente (mediante ajustes geográficos o gastos sociales) y no deben verse devaluados, entonces deben ser transferidos a otro lugar, donde encuentren terreno fresco para desarrollar su productividad. Pero los espacios a los que son transferidos deben contar con medios de pago tales como oro, reservas monetarias (ejemplo: dólar) o bienes intercambiables. Los bienes de consumo excedentes son enviados fuera y se reciben otros bienes o dinero liquido. El problema de la sobreacumulación se alivia así de forma tan solo temporal (pues meramente se cambia el excedente de bienes a forma monetaria o por otros bienes, aunque, de darse el último caso y materializarse en productos brutos más baratos, pueden aliviar la presión a la baja en la tasa de ganancias). Si el territorio no cuenta con reservas o mercancías para intercambiar, deberá buscarlas (tal como los británicos obligaron a hacer a la India en el siglo xix, forzándola a abrir su comercio de opio hacia China y así extrayendo el oro chino por medio del comercio indio) o bien aceptar crédito o asistencia. En este caso, se presta o dona dinero a un territorio para que el mismo pueda pagar el excedente de bienes de consumo fabricadas domésticamente. Así lo hicieron los británicos con Argentina durante el siglo xix y el excedente comercial japonés de la década de los noventa fue en buena medida absorbido mediante préstamos a Estados Unidos para así mantener el consumo adquirente de productos japoneses. Sencillamente, las transacciones comerciales y crediticias de este tipo pueden aliviar problemas de sobreacumulación a corto plazo. Funcionan muy bien en las condiciones de un desigual desarrollo geográfico en el que los excedentes de un territorio están compensados por carencia de los mismos en otra parte. Pero recurrir al sistema de créditos hace a los territorios vulnerables ante los flujos de capital especulativo y ficticio, que pueden tanto estimular como minar el desarrollo capitalista e incluso, como ha sucedido recientemente, ser usados para imponer devaluaciones salvajes en territorios vulnerables.
La exportación de capital, particularmente cuando viene acompañado de la exportación de fuerza de trabajo, funciona de forma algo distinta y suele tener efectos a más largo plazo. En este caso, los excedentes de (normalmente dinero) capital y trabajo son enviados a algún nuevo lugar donde recomenzar la acumulación de capital. Los excedentes generados en la Gran Bretaña del siglo xix se enviaron a los Estados Unidos, a las colonias de pobladores como Sudáfrica, Australia y Canadá, creando así nuevos y dinámicos centros de acumulación en estos territorios que demandaban bienes de Inglaterra. Puesto que pueden pasar muchos años hasta que el capitalismo madure en estos territorios (si es que lo hace) hasta el punto en que ello también empiecen a producir sobre acumulaciones de capital, el país de origen puede esperar beneficiarse de este proceso por un periodo muy considerable de tiempo. Este es especialmente el caso cuando los bienes demandados en otra parte son del tipo inmobiliario. Las inversiones de portfolio pueden mantener la construcción del capital fijo (ferrocarril y represas) requerido como base para una sólida acumulación en el futuro. Pero la tasa de devolución de estas inversiones a largo plazo depende de la evolución de una fuerte dinámica de acumulación en el país receptor. Gran Bretaña fue así prestamista de la Argentina en la última parte del siglo xix. Los Estados Unidos por medio del plan Marshall para Europa (Alemania en particular) y el Japón, vieron claramente que su propia seguridad económica (dejando de lado el aspecto militar derivado de la Guerra Fría) dependía de la revitalización de la actividad capitalista en dichas zonas.
Las contradicciones surgen cuando los nuevos espacios de acumulación capitalista acaban generando excedentes que deben ser absorbidos mediante expansiones geográficas. El Japón y Alemania se convirtieron en competidores del capital estadounidense desde finales de los sesenta en adelante, de manera parecida a como los Estados Unidos sobrepasaron el capital británico (y colaboraron al ocaso del imperio británico) en el transcurso del siglo xx. Siempre resulta interesante delimitar el momento en que el sólido desarrollo interno se desborda en necesidad de un ajuste espacio-temporal. Japón lo llevó a cabo en los sesenta, primero a través del comercio, más tarde con la exportación de capital en la forma de inversiones directas, primero en Europa y los Estados Unidos, más recientemente en la forma de inversiones masivas (inmobiliarias y directas) en el este y sudeste asiáticos, y por último mediante empréstitos (especialmente a los Estados Unidos). Corea del Sur de repente se volcó al exterior en los ochenta seguida de cerca por Taiwán en los noventa. En ambos casos, exportando no sólo capital financiero sino también algunas de las prácticas laborales más infames que se puedan imaginar como subcontratas del capital multinacional por todo el mundo (en América Central, en África, así como en el resto del sur y este de Asia). Por tanto, incluso adhesiones recientes al desarrollo capitalista se han encontrado rápidamente en la necesidad de ajustes espacio-temporales para sus excedentes de capital. La rapidez con la que ciertos territorios, como Corea del Sur, Singapur, Taiwán y ahora incluso China, han pasado de ser territorios importadores a ser exportadores ha sido sorprendente, en comparación con los ritmos más lentos característicos de periodos precedentes. Pero, por esa misma razón, estos territorios exitosos tienen que enfrentarse a las contrapartidas de sus propios ajustes espacio-temporales. China, mediante la absorción de capitales excedentes del Japón, Corea y Taiwán, en la forma de inversiones directas, está rápidamente suplantando a dichos países en muchos sectores de producción y exportación (particularmente en aquellos con poco valor añadido y trabajo intensivo, pero está también moviéndose rápidamente hacia los bienes de consumo de gran valor añadido). La sobrecapacidad generalizada que Brenner identifica puede de esta forma descomponerse fácilmente en una cascada de ajustes espacio-temporales, primero en el sur y este de Asia pero con elementos adicionales en América Latina (México, Brasil y Chile principalmente) a los que ahora se sumaría Europa oriental. Y, en un giro de 180º, los Estados Unidos, con su inmenso endeudamiento de los últimos años, han absorbido capitales excedentes, principalmente del este y sudeste asiáticos.
En cualquier caso, el resultado final es una competencia internacional cada vez más intensa, dada la emergencia de múltiples y dinámicos centros de acumulación de capital, que compiten en la escena mundial con la perspectiva de importantes corrientes de sobreacumulación. Puesto que, a largo plazo, no todos pueden ganar, o bien sucumbirán los más débiles, cayendo en serias crisis de devaluación, o bien las confrontaciones geopolíticas estallarán en forma de guerras comerciales, guerras monetarias o incluso confrontaciones militares (así como nos dieron dos guerras mundiales entre potencias capitalistas en el siglo xx). En este caso, lo que se exporta es la devaluación y la destrucción (del tipo que las instituciones financieras americanas indujeron en el este y sudeste asiáticos en 1997-1998) y los ajustes espacio-temporales toman, por tanto, formas mucho más siniestras. Existen, de todos modos, algunos puntos más que señalar para poder comprender este proceso.
Contradicciones internas
En su Filosofía del derecho, Hegel muestra cómo la dialéctica interna de la sociedad burguesa, mediante la producción de una sobreacumulación de riqueza en un extremo y una chusma de pobres en la otra, conduce a la búsqueda de soluciones en el comercio exterior y las prácticas colonial-imperialistas. Hegel rechaza la posibilidad de que puedan existir formas de resolver los problemas de desigualdad social e inestabilidad mediante mecanismos internos de redistribución de la riqueza.[8] Lenin cita a Cecil Rhodes al decir que el colonialismo y el imperialismo eran la única manera de evitar la guerra civil.[9] Las relaciones y luchas de clase en una formación social ligada a un territorio causan impulsos de buscar ajustes espacio-temporales en algún otro lugar.
Un ejemplo de fines del siglo XIX nos resultará ilustrativo al respecto. Joseph Chamberlain ("Joe, el radical", como también se lo conocía) estaba vinculado a los intereses liberal-manufactureros de Birmingham y se oponía, en principio, al imperialismo (durante las guerras afganas de la década de 1850, por ejemplo). Se consagró a la reforma educativa y a las mejoras físicas y sociales en la infraestructura de producción y consumo de su ciudad natal de Birmingham. Esto constituía, creía, una salida productiva para los excedentes, que devolverían su valor a largo plazo. Como figura importante del liberalismo conservador, fue testigo de primera mano del resurgir de la lucha de clases en Gran Bretaña y en 1885 llevó a cabo un discurso en el que instaba a las clases propietarias a asumir sus responsabilidades hacia la sociedad (mejorando las condiciones de vida de los más pobres e invirtiendo en infraestructuras sociales y físicas en beneficio de la nación), en lugar de preocuparse exclusivamente de sus derechos como propietarios. El alboroto que esto originó entre las clases propietarias lo obligó a retractarse y desde entonces se convirtió en el más ardiente defensor del imperialismo (en última instancia como secretario colonial, conduciendo a Gran Bretaña al desastre de la guerra Boer). Esta trayectoria profesional es bastante común en el periodo. Jules Ferry, un ardiente defensor de las reformas en Francia (especialmente la educación) del decenio de 1860, tomó partido por la expansión colonial tras la Comuna de 1871 (conduciendo a Francia a su aventura asiática, que culminó en su derrota en Dien-Bien-Phu en 1954). Crispi buscaba resolver el problema de la tierra en el sur de Italia mediante la expansión imperialista en África. E incluso Theodore Roosvelt en los Estados Unidos prefirió apoyar las prácticas coloniales en lugar de las reformas internas,[10] incluso después de que Frederick Jackson Turner declarara (erróneamente, al menos en lo que a oportunidades de inversión se refiere) que la frontera americana estaba cerrada.
En todos estos casos, el giro hacia una forma liberal de imperialismo (uno que incluyera una ideología de progreso y una misión civilizadora) no fue el resultado de imperativos económicos absolutos, sino de la falta de voluntad política, por parte de la burguesía, de renunciar a ninguno de sus privilegios de clase, bloqueando así cualquier posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante reformas sociales domésticas. La fiera oposición que actualmente existe en Estados Unidos hacia cualquier política de redistribución o mejoras sociales no les deja otra opción que mirar al exterior en busca de soluciones a sus dificultades económicas. Las políticas internas de clase de este tipo obligaron a muchas potencias europeas a mirar al exterior para resolver sus problemas desde 1884 hasta 1945, y esto dio una tonalidad especial a las formas que adoptó el imperialismo europeo. Muchas figuras del liberalismo e incluso del radicalismo se convirtieron en orgullosos imperialistas durante esta época, y buena parte del movimiento obrero fue persuadido para apoyar el proyecto imperial como un factor esencial de su propio bienestar. Esto requería, en cualquier caso, que los intereses de la burguesía se colocaran al frente del Estado, el aparato ideológico y el poder militar. Arendt, por tanto, interpreta correctamente este imperialismo eurocéntrico como "la primera etapa del dominio de la burguesía y no la última fase del capitalismo" [11] como fue descrita por Lenin. Volveré sobre esta idea en la conclusión.
Medidas institucionales de mediación para la proyección de poder sobre espacio
En un artículo reciente, Henderson reconoce la importancia de los ajustes espacio-temporales como soluciones a la sobreacumulación, pero señala que la diferencia entre Taiwán y Singapur (que salieron relativamente ilesos de la crisis con excepción de una devaluación monetaria) y Tailandia e Indonesia (que estuvieron al borde del colapso económico y político), en 1997-1998, estribó en políticas estatales y financieras.[12] Los primeros tenían sus mercados de propiedades protegidos de los flujos especulativos mediante fuertes controles estatales y mercados financieros protegidos, mientras que los últimos no. Este tipo de diferencias son importantes. Las formas que toman las instituciones mediadoras son producto de, a la vez que generadoras de, las dinámicas de acumulación de capital.
Claramente, el conjunto de turbulencias en las relaciones entre Estado, supraestado y poderes financieros por una parte y por otra las dinámicas generales de acumulación de capital (a través de la producción y devaluaciones selectivas) han sido uno de los elementos más característicos y más complejos en la dinámica del desarrollo geográfico desigual y de las políticas imperialistas desde 1973.[13] Creo que Gowan está en lo correcto al analizar la reestructuración radical del capitalismo internacional post 1973 como una serie de apuestas desesperadas por parte de los Estados Unidos para intentar mantener su posición hegemónica en la escena internacional frente a Europa, Japón y finalmente el este y sudeste asiáticos.[14] Todo comenzó en 1973 con la doble estrategia de Nixon consistente en desregulación financiera y un elevado precio del crudo. Entonces se dio a los bancos estadounidenses la exclusiva del reciclaje de la ingente cantidad de petrodólares que eran acumulados en la región del Golfo. Esta actuación volvió a centrar la actividad financiera global en los Estados Unidos y de paso recató a Nueva York de su propia crisis económica local. Se creó un poderoso régimen financiero Wall Street/ Reserva Federal[15], con poderes sobre instituciones financieras globales (como el FMI) y capaz de hacer y deshacer en numerosas economías más débiles, mediante prácticas de manipulación del crédito y gestión de la deuda. Según Gowan, este régimen monetario y financiero fue usado por sucesivas administraciones estadounidenses "como una formidable herramienta de Estado para impulsar tanto el proceso de globalización como las transformaciones neoliberales domésticas asociadas a él". El sistema se desarrolló a través de las crisis: "El FMI cubre los riesgos y asegura que los bancos americanos no pierdan (los países pagan a través de ajustes estructurales, etc.) y la huida de capitales de una crisis localizada acaba reforzando el poder de Wall Street"[16]. La consecuencia fue la proyección exterior del capital estadounidense (en alianza conjunta con otros, cuando esto era posible) para forzar la apertura de mercados, especialmente a los flujos de capital y financieros (un requisito ahora imprescindible para adherirse al FMI), e imponer otras políticas neoliberales (culminando en la OMC) en una gran parte del mundo.
Hay dos puntos a destacar sobre este sistema. En primer lugar, muchas veces se presenta el mercado libre de bienes de consumo como una apertura hacia la libre competencia. Pero este argumento falla, tal y como hace tiempo señalara Lenin, ante los poderes monopolistas y oligopolistas (bien en la producción bien en el consumo). Los Estados Unidos, por ejemplo, han usado repetidamente el arma de denegar el acceso al inmenso mercado americano para forzar a otros países a aceptar sus deseos. El ejemplo más reciente (y craso) de esta línea de actuación nos viene dado por el representante de comercio de los Estados Unidos, Robert Zoellick, al anunciar que si Lula, el recién elegido presidente del Brasil al frente del Partido de los Trabajadores, no sigue los planes de los Estados Unidos de liberalización en las Américas, se encontrará en la situación de "tener que exportar a la Antártida". Taiwán y Singapur fueron forzados a sumarse a la OMC, abriendo así sus mercados financieros al capital especulativo, ante la perspectiva de que los Estados Unidos les denegara acceso al mercado estadounidense. Corea del Sur tuvo, a instancia de la Reserva Federal, que hacer lo mismo como condición para que el FMI le fiara en 1998. EEUU planea ahora incluir una cláusula de libre acceso a los mercados, según el modelo estadounidense, en las "ayudas de desafío" que ofrece a los países pobres. En cuanto a la producción, los oligopolios, establecidos principalmente en las regiones capitalistas del centro, controlan efectivamente la producción de semillas, fertilizantes, electrónica, software informático, productos farmacéuticos, productos petrolíferos y mucho más.
Bajo estas condiciones, la apertura de los mercados no conlleva una apertura a la competencia sino que simplemente ofrece nuevas oportunidades de expansión a los poderes monopolistas con toda suerte de consecuencias sociales, ecológicas, económicas y políticas. El hecho de que aproximadamente dos tercios del comercio exterior se realice entre las corporaciones transnacionales más importantes es indicativo de la situación actual. Incluso algo tan aparentemente benigno como la Revolución Verde ha conllevado, según coinciden la mayoría de los observadores, junto al incremento de la productividad agrícola, una mayor concentración de riqueza en este sector y un mayor nivel de dependencia de los monopolios a través de todo el sur y este de Asia. La penetración en el mercado chino por parte de las tabaqueras compensa sus pérdidas en el mercado estadounidense y de seguro creará una crisis de salud pública durante las décadas venideras. En todos estos aspectos, los acostumbrados argumentos que presentan al neoliberalismo como garante de la competencia y no ávido de monopolio, se revelan fraudulentos, camuflados, como de costumbre, por el fetichismo de la libertad de los mercados. Un mercado libre no es un mercado justo.
Existe también, como reconocen incluso los defensores del mercado libre, una inmensa diferencia entre el librecambio de bienes de consumo y la libertad de movimiento del capital financiero[17]. Esto nos lleva a plantearnos de qué tipo de libremercado se está hablando. Algunos, como Baghwati, son ardientes defensores del librecambio de bienes, al tiempo que se resisten a aceptar que esto mismo sea positivo para los flujos financieros. En este sentido, la dificultad es la siguiente. Por un lado los flujos de capital son vitales para las inversiones productivas y las recolocaciones de capital de una línea de producción o localización a otra. También juegan un papel importante en equilibrar las necesidades de consumo (de vivienda por ejemplo) con las actividades productivas, en un mundo espacialmente desintegrado, con excedentes en un área y déficits en otra. En todos estos aspectos, el sistema financiero (con o sin participación del Estado) es vital para coordinar las dinámicas de acumulación de capital en un contexto de desarrollo geográfico desigual. Pero el capital financiero también engloba una gran cantidad de actividad improductiva, en la que el dinero sólo se usa para hacer más dinero, a través de la especulación con bienes futuros, valores monetarios, deuda y cosas por el estilo. Cuando se destinan enormes cantidades de capital para tales fines, sucede que los mercados de capital abiertos se convierten en vehículos para la actividad especulativa que, tal y como vimos durante los noventa con las "punto.com" y las burbujas de la bolsa, pueden convertirse en profecías autorrealizadas, como los "hedge funds", reforzados con billones de dólares de dinero apalancado, podrían llevar a Indonesia y Corea a la bancarrota, independientemente de la fortaleza real de sus economías. Una gran parte de lo que ocurre en Wall Street no tiene nada que ver con facilitar la inversión en actividades productivas. Es pura especulación (de aquí los calificativos como "de casino", "depredador" o incluso "de rapiña" que se aplican al capitalismo, con la debacle de la gestión de capital a largo plazo, necesitando un globo de oxígeno de 2,3 mil millones de dólares para recordar a los Estados Unidos que la especulación puede, de hecho, torcerse. Esta actividad tiene, en cualquier caso, un profundo impacto sobre le conjunto de las dinámicas de acumulación de capital. Sobre todo, ayudó a recentrar el poder político-económico, principalmente en Estados Unidos, pero también en los mercados financieros de otros países del centro (Londres, Frankfurt y Tokio).
La forma en la que esto se lleve a cabo depende del sistema de alianzas de clase dominante existente en los países del centro, el balance de poder entre ellos a la hora de negociar acuerdos internacionales (como la nueva arquitectura financiera internacional aplicada a partir de 1997-1998 para sustituir el Consenso de Washington de mediados de los noventa) y de las estrategias político-económicas puestas en marcha por los agentes dominantes con respecto al excedente de capital. La aparición en los Estados Unidos de un complejo "Wall Street-Reserva-FMI", capaz de controlar las instituciones globales y de orquestar un vasto poder financiero a lo largo y ancho del mundo a través de otras instituciones estatales y financieras, ha venido jugado un importante y problemático papel en las dinámicas del capitalismo global durante los últimos años. Pero este centro de poder sólo puede operar de dicha manera mientras el resto del mundo esté interconectado y enganchado a un marco estructural de instituciones financieras y gubernamentales (incluyendo las supranacionales). He aquí la importancia de la colaboración entre, por ejemplo, los bancos centrales de los países del G7 y los varios acuerdos internacionales (de forma temporal en el caso de las estrategias monetarias y de forma más permanente con respecto a la OMC) diseñados para lidiar con dificultades específicas[18]. Y si el poder de los mercados no se basta por si solo para cumplir objetivos determinados y poner firmes a los elementos recalcitrantes o a los "estados canallas", entonces el inigualable poder militar de Estados Unidos (abierto o encubierto) está preparado para intervenir y resolver la situación.
Este complejo de acuerdos institucionales debería, en el mejor de los capitalismos posibles, ser usado para mantener y apoyar la expansión reproductiva (crecimiento). Pero, de la misma manera en que la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios, la intervención del capital financiero respaldado por los poderes estatales equivale a la acumulación por otros medios. Una alianza contra natura entre los poderes estatales y los aspectos depredadores del capital financiero forman la punta de lanza del "capitalismo de rapiña", más dedicado a apropiarse activos de otros lugares que a lograr un desarrollo global armonioso. Bajo las condiciones de sobreacumulación, estos "otros medios" pueden ser dirigidos a devaluaciones forzadas y prácticas caníbales, preferentemente practicadas en áreas ajenas y sobre aquellos que tienen menos capacidad de reacción. Pero ¿cómo hemos de interpretar estos "otros medios" de acumulación o devaluación?
Este artículo fue publicado por la revista Viento Sur, del Estado Español, en su página web, con traducción de Enrique Rodríguez, el 13 de diciembre de 2003. Agradecemos a este medio por facilitarnos su difusión. Dada su extensión, en este número publicamos la primera parte, referida a los reajustes espacio-temporales, quedando para el próximo número la parte final referida a la "acumulación por desposesión".
David Harvey es uno de los más conocidos intelectuales de la izquierda norteamericana, geógrafo y urbanista de prestigio mundial. Autor de varios trabajos ya clásicos sobre urbanismo y la dinámica espacial del capitalismo, tiene además contribuciones importantes a la teoría económica y ha escrito una obra de referencia en el campo de la crítica cultural: La condición de la posmodernidad. En Herramienta Nº 26 publicamos una entrevista realizada a principios de 2004.
[1] La mayoría de estos ensayos datan de los años sesenta y setenta y han vuelto a ser publicados en Harvey, Spaces of capital: towards a critical geography, Nueva York, Routledge, 2001. Los argumentos principales pueden encontrarse también en Harvey, The Limits to Capital, Oxford, Basil Blackwell, (versión reimpresa, , Londres, Verso Press, 1999).
[2] El tema del "Nuevo imperialismo" ha sido tratado en la izquierda por L. Panitch,, "The new imperial state", New Left Review, 11, 1 (2000), 5-20; ver también P. Gowan, L. Panitch, y M. Shaw, "The state, globalization and the new imperialism: a round table discussion", Historical Materialism, 9, (2001), 3-38. Otros comentarios de interés son J. Petras, y Veltmeyer, Globalization unmasked: imperialism in the 21st century, , Londres, Zed Books2001; R. Went, "Globalization in the perspective of imperialism", Science and Society, 66, Nº 4 (2002-3), págs.473-97; S. Amin, "Imperialism and globalization", Monthly Review, junio 2001, 1-10; los puntos de vista liberal y conservador se exponen en M. Ignatieff, "The burden", New York Times Magazine, enero 5, 2003, y R. Cooper, "The new liberal imperialism", The Observer, abril 7, 2002.
[3] Mi propia versión puede encontrarse en Harvey, Limits..., op.cit.
[4] R. Brenner, The boom and the bubble: the U.S. in the world economy, Londres, Verso, 2002.
[5] P. Gowan, The global gamble: Washington's bid for world dominance, Londres, Verso, 1999.
[6] D. Harvey, The new imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2003.
[7] Los conceptos de Marx de "capital fijo de tipo independiente" y "capital ficticio" se encuentran desarrollados en Harvey, D., Limits..., op.cit., capítulos 8 y 10 respectivamente, y su importancia geopolítica es considerada en Harvey, Spaces.... op.ci., capítulo 15, "The geopolitics of capitalism".
[8] G. W. Hegel, G.W. The philosophy of right, New York, Oxford University Press, edición 1967 (Principios de la filosofía del derecho, Buenos Aires, Sudamericana, 1975).
[9] V. I. Lenin, "Imperialism: the highest stage of capitalism," en Selected Works, vol. 1, Moscú, Progress Publishers, ("El imperialismo, fase superior del capitalismo", en Obras completas, Moscú, Editorial Progreso, 1984).
[10] Toda esta historia de cambios radicales, de las soluciones internas hacia las externas para los problemas socio-políticos derivados de la lucha de clases en muchos países capitalistas están explicados en una poco conocida pero fascinante colección de C-A Julien,, J. Bruhat, C. Bourgin, M. Crouzet, y P. Renouvin, Les politiques d'expansion imperialiste, París, Presses Universitaires de France, 1949, en los que se tratan en detalle y por comparación los casos de Ferry, Chamberlain, Roosevelt, Crispi y otros.
[11] H. Arendt, Imperialism, Nueva York, Harcourt Brace, 1968, pág.18. Hay muchos inquietantes paralelismos entre el análisis de Arendt del siglo xix y nuestra situación actual. Consideremos, por ejemplo, el siguiente extracto "La expansión imperialista ha sido impulsada por un curioso tipo de crisis económica, la sobreproducción de capital y la creación de dinero ‘superfluo’, producto del sobreahorro que no podía volcarse en inversiones productivas dentro de las propias fronteras. Por primera vez, la inversión del poder no allanaba el camino a la inversión del dinero, sino que la exportación del poder se limitaba a seguir, tímidamente, a la exportación del dinero, puesto que las inversiones incontroladas en países lejanos amenazaban con convertir a amplias capas de la sociedad en jugadores de ruleta, con cambiar el conjunto del sistema capitalista de ser un sistema de producción a uno de especulación financiera e intercambiar el beneficio de la producción por los beneficios de las comisiones. El decenio inmediatamente anterior a la era imperialista, los setenta del siglo xix fue testigo de una escalada sin precedentes de los escándalos financieros y la especulación bursátil" (pág.15).
[12] J. Henderson, "Uneven crises: institutional foundations of East Asian economic turmoil", Economy and Society, 28, 3 (1999), págs. 327-68.
[13] Brenner, op.cit., intenta sintetizar los sucesos generales de esta turbulencia. Se pueden encontrar detalles de la debacle en el este de Asia en R. Wade, y F. Vener[13]oso, "The Asian crisis: the high debt model versus the Wall Street-Treasury-IMF complex", New Left Review, 228, 1998, págs.3-23; Henderson, op.cit.; C. Johnson, Blowback: the costs and consequences of American empire, Nueva York, Henry Holt, 2000, capítulo 9; el número especial de Historical Materialism, Nº 8 (2001) "Focus on East Asia after the Crisis", (especialmente P. Burkett, y Hart-Landsberg, "Crisis and recovery in East Asia: the limits of capitalist development, págs.3-48).
[14] Gowan, op.cit.
[15] Se han propuesto distintas terminologías para esto. Gowan prefiere "el régimen dolarístico de Wall Street" pero yo me inclino por "el complejo Wall Street-Reserva Federal-FMI" que sugieren Wade y Veneroso.
[16] Gowan, op.cit., págs.23 y 35.
[17] J. Bahgwati, "The capital myth: the difference between trade in widgets and dollars", Foreign Affairs, 77.3. 1998. págs. 7-12.
[18] Gowan, op.cit., y Brenner, op.cit., ofrecen un paralelo interesante sin, en cualquier caso, citarse mutuamente.