22/11/2024

El desarrollo humano sustentable no es posible en el capitalismo. La construcción de (algunas) alternativas desde abajo.

Introducción

El concepto desarrollo sustentable se relaciona directamente con la llamada crisis ambiental, que no es un fenómeno reciente o nuevo pues sus primeras expresiones comienzan a ser analizadas en la década de los años sesenta del siglo pasado (hace casi cincuenta años). Al respecto, diversos autores señalan que es claro que los problemas socio-ambientales generados por el capitalismo, modelo de desarrollo depredador de la naturaleza y de las culturas, comienzan a evidenciarse precisamente en las últimas décadas del siglo XX.[1]

El desarrollo sustentable es un concepto híbrido que ha sido definido como aquel desarrollo económico dirigido al fomento de las capacidades humanas y sociales, fundado en el respeto por el medio ambiente. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2008) señala que “el propósito del desarrollo [sustentable] consiste en crear una atmósfera en que todos puedan aumentar su capacidad y las oportunidades puedan ampliarse para las generaciones presentes y futuras”.

Decimos que es un concepto híbrido porque, por una parte, el término desarrollo proviene de la economía neoclásica y se relaciona con la idea eurocéntrica de progreso, de modernización, ligada a la industrialización y urbanización, al predominio de la técnica y de la expansión tecnológica, en síntesis, a la aceptación plena de que el capitalismo es la única vía civilizatoria para todas las sociedades atrasadas. Esta idea fue impuesta al resto del mundo a través de la racionalidad instrumental de la modernidad, por la vía de la colonización del pensamiento, de la cultura, de la economía (a través de la producción y del comercio), o simplemente por la vía de las armas, la violencia y el sometimiento. Por otra parte, el concepto sustentabilidad, según Moacir Gadotti (2002:52), indica que “el desarrollo podía ser un proceso integral que incluyera dimensiones culturales, éticas, políticas, sociales y ambientales, y no sólo económicas”. Por tanto, dos lógicas no sólo distintas sino contradictorias –la primera excluyente y la segunda incluyente-, se combinan en el concepto desarrollo sustentable.
Fue en el Informe Brundtland (1987) donde se formalizó y se comenzó a generalizar el uso del término desarrollo sostenible o desarrollo sostenido (traducción equívoca del inglés sustainable development –desarrollo sustentable- que no obstante se mantuvo, pues en los últimos años, también erróneamente pero no por casualidad, los términos sostenible y sustentable se han utilizado como sinónimos). En dicho Informe, denominado Nuestro Futuro Común, el concepto de desarrollo sostenible es definido como aquel que “satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones” (ONU, 1987), lo que significa que se deben satisfacer las necesidades presentes sin poner en riesgo la posibilidad de que las futuras generaciones satisfagan sus propias necesidades, de ahí su carácter normativo.
El PNUD plantea que el desarrollo sustentable debe realizar transformaciones en la sociedad que armonicen una adecuada política de medio ambiente con la satisfacción de las necesidades de todos –con políticas redistributivas y con equidad social-, y subraya la necesidad de revisar la vinculación de los modelos vigentes de desarrollo con el medio ambiente. Por lo tanto, desde el PNUD al parecer se trata de superar el economicismo y adoptar los enfoques sistémicos, asumiendo el desafío de la equidad y la democracia como prerrequisitos para la sustentabilidad (Rueda y Sepúlveda, s/f).
Desde esta perspectiva, la protección y la preservación del medio ambiente son fundamentales. Las personas más vulnerables del planeta dependen en gran medida de la tierra para ganarse la vida, lo que significa que el aire fresco, el agua limpia, los ecosistemas sanos y una energía económica accesible y limpia son los componentes esenciales necesarios para crear una vida mejor. Cuando el medio ambiente se degrada como resultado de la sobreexplotación de los recursos naturales, de la generación de vertidos contaminantes que afectan la calidad del aire, el agua y la tierra, de un saneamiento defectuoso, o del propio cambio climático, generado por la acción humana, por ejemplo, son las comunidades más vulnerables las que sufren primero y las que sufren en mayor medida (PNUD, 2008).
Según Gadotti (Idem), existen otras expresiones que parten de una base conceptual similar, como la de desarrollo humano o desarrollo humano sustentable, ambas tienen la ventaja de situar al ser humano en el centro del desarrollo. Los ejes centrales de estos conceptos son la equidad y la participación, pues conciben a la sociedad desarrollada como una sociedad equitativa que solo es posible por la participación de todas las personas. El desarrollo humano ha sido usado por Naciones Unidas como expresión o “indicador de calidad de vida fundado en índices de salud, longevidad, madurez psicológica, educación, ambiente limpio, espíritu comunitario y ocio creativo, que son también rasgos de una sociedad sustentable”.
En el discurso que se ha elaborado sobre el desarrollo humano sustentable, éste es presentado como una alternativa frente a los modelos económicos y sociales basados en el control, sobreexplotación y degradación de la naturaleza. Se presenta también como una salida a la crisis ambiental, la cual es síntoma de los límites de la racionalidad economicista, productivista y cosificadora (Leff:s/f), que ha tenido en el capitalismo una de sus máximas expresiones. En síntesis, se presenta como una posibilidad inédita para construir nuevas formas de apropiación de la naturaleza, basadas en la sustentabilidad ecológica, la diversidad cultural, la transdisciplinariedad, la equidad y participación sociales, que sean democráticas, y sostenibles y duraderas en el tiempo. Pero, ¿cómo hacer compatibles la solidaridad humana, la eficiencia económica, la sustentabilidad ambiental, la democracia política y la justicia social que exige el desarrollo humano sustentable con los principios de lucro y más lucro, de competitividad, de consumismo y exclusión social, de valorización por encima de todo, de uso intensivo y depredador de los recursos, que rigen el funcionamiento del capitalismo?
La perspectiva del desarrollo humano sustentable tácitamente se abre a la posibilidad de compatibilizar esas lógicas contrapuestas, y esta es la contradicción o limitación más importante e insalvable del concepto y, por tanto, la crítica más fuerte que puede y debe hacerse de este concepto.
El presente trabajo busca debatir con esta perspectiva, a partir del análisis crítico de las posibilidades que ofrece la propuesta del desarrollo humano sustentable para convertirse en una alternativa real frente a los modelos tradicionales de desarrollo que responden a la racionalidad rentista y mercantilizante del capitalismo, basada en la depredación del medio ambiente, incluidas las personas, pues la naturaleza no es algo externo ni separado de la sociedad.
La idea central que orienta esta reflexión –realizada a partir de los planteamientos de un conjunto de autores-, es que no es posible alcanzar el desarrollo humano sustentable en el capitalismo, pues sus lógicas y objetivos son completamente contrapuestos. Sin embargo, esto no significa que no existan expresiones importantes de otras formas de sentir, saber, hacer y ser, de otras racionalidades o, más general aún, de saberes no cientificistas ni productivistas ni mercantilistas, ni instrumentales; otras maneras no capitalistas de apropiarse de la naturaleza, que buscan ser más autónomas y autogestivas, y que suponen un mayor respeto hacia ella porque parten de un principio de autoconservación, en esencia diferente del que plantea el conservacionismo.
En esta línea de pensamiento y acción encontramos la urgencia de autores como Leff (2006:13), de distinguir entre ambiente y ecología: “El ambiente no es la ecología, sino la complejidad del mundo; es un saber sobre las formas de apropiación del mundo y de la naturaleza a través de las relaciones de poder que se han inscrito en las formas dominantes de conocimiento”. Y esto es importante porque la cuestión ambiental surge claramente como resultado de la crisis civilizatoria del capitalismo, desde finales de los años sesenta del siglo pasado.
 
Y sigue la discusión conceptual
 
Como señalamos en el apartado anterior, el concepto desarrollo sostenible o desarrollo humano sustentable, como todos los conceptos, está atravesado por fuertes cargas ideológicas y, por tanto, presenta diversas posibilidades de interpretación. En una primera y más general acepción, las dinámicas que relaciona el concepto son, por un lado, la necesidad de detener el despilfarro de los países del Norte, por otro, acabar con la pobreza de los países del Sur y, así, parar de golpe la destrucción de la biosfera, generando al mismo tiempo las condiciones para alcanzar una vida humana plena. Sin embargo, la contradicción intrínseca contenida en el desarrollo sustentable presente en los primeros informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y que se mantiene a lo largo del tiempo, es que para conseguirlo es necesario continuar impulsando el crecimiento económico tanto en el Norte como en el Sur.
Desde esta perspectiva, el desarrollo sostenible es entendido como una especie de “conjuro mágico con el que gobernantes, tecnócratas e industriales esperan poder continuar [con] su productivismo capitalista de siempre tras haber efectuado las correcciones ecológicas del sistema industrial que ellos ya han visto que son imprescindibles, y que esperan poder minimizar” (Riechmann, 1995:2), incluso muchos académicos piensan también que privatizando y valorizando los elementos de la naturaleza es la mejor forma de internalizar en términos de costos las externalidades o impactos negativos que genera sobre el propio medio ambiente su utilización. Es por ello que el término ha sido objeto de muy duras críticas y cuestionamientos, a pesar de aparecer como política, ética y hasta moralmente correcto (Gadotti, 2002), y no obstante seguir siendo reivindicado por los organismos internacionales encargados de la materia, además por académicos, organismos no gubernamentales y, por supuesto, por los políticos de todos los colores.
Desde la perspectiva de la corriente hegemónica de la economía, la teoría económica, autores como Álvarez y Alonso (2006) entienden que los diferenciales de desarrollo entre regiones y países tienen que ver con ciertas ventajas comparativas innegables que poseen unos (como sucede con los países de la Unión Europea –UE) y que a otros esas “ventajas” simplemente les son negadas. Estos autores señalan que incluso en las sociedades más avanzadas el funcionamiento de la economía supone ciertas fallas y desequilibrios, pero que todo proceso de crecimiento y desarrollo genera sus mecanismos correctores; sin embargo, los propios individuos o colectivos se sitúan al margen de la sociedad y se privan de tales mecanismos económicos correctores, generándose entonces situaciones de exclusión social (Ibid. 2).[2]
Álvarez y Alonso también señalan que el concepto de desarrollo es, sin duda, más amplio y suele incluir algunos indicadores de la calidad de vida de los ciudadanos: como educación, sanidad, etc. Para ellos, “el desarrollo se basa en el empleo del capital humano, en la explotación sostenible de los recursos endógenos y en el respeto al medio ambiente, y apuntan que, en todo caso, es necesario destacar:
• Las incidencias que el desarrollo tiene en el medio.
• Las incidencias que las políticas económicas y sociales tienen sobre el desarrollo en la búsqueda de una maximización de ese desarrollo.
• La integración de esas variables en todos los modelos con la finalidad de generar más empleo en las actividades vinculadas con el desarrollo (objetivo básico de creación de empleo).
• La igualdad entre colectivos, evitando la exclusión. Una mayor preocupación por la distribución de la renta y de la riqueza generada. La línea transversal que afecta a cualquier medida adoptada” (Ibíd. 3).
En otro trabajo, Teresa Rueda y Jessica Sepúlveda (s/f) distinguen tres corrientes principales en el manejo y significación del concepto desarrollo sustentable. La Primera: Privilegia el crecimiento económico que debería apoyarse en políticas que busquen asegurarse la base de su propia sustentabilidad ambiental. Para esta corriente el desarrollo sustentable no contradice a la política neoliberal, ni al capitalismo, sino que, aceptando la continuidad del mercado, solo propone medidas que regulen los efectos negativos que se producen en el medio ambiente. La Segunda: Sostiene que el desarrollo sustentable debe realizar transformaciones en la sociedad que armonicen una adecuada política de medio ambiente con la satisfacción de las necesidades de todos –con políticas redistributivas y con equidad social-, y subraya la necesidad de revisar la vinculación del desarrollo (los modelos vigentes) y el medio ambiente. Es necesario superar el economicismo y adoptar los enfoques sistémicos, asumiendo el desafío de la equidad y la democracia como prerrequisitos para la sustentabilidad. La Tercera: Es el planteamiento más radical del ecodesarrollo alternativo, que busca transformaciones sociales más profundas asumiendo una nueva ética ecológica, en la que el cuidado de la naturaleza debe asumir el desafío del respeto a los ecosistemas y a la biodiversidad, incluyendo también a la etnodiversidad humana. Los modelos culturales deben ser transformados, así como el uso de tecnologías más acordes con los ecosistemas; se debe contribuir a la formación de nuevos modelos de consumo y a la búsqueda de nuevas fuentes de energía. Se han de transformar las relaciones sociales para distribuir el poder y los frutos del desarrollo.
Desde nuestra perspectiva, la tercera corriente cuestiona tácitamente la posibilidad de lograr el pleno respeto y equilibrio ambiental en el marco de las actuales relaciones capitalistas, por lo que las formas de impulsarlo dependerían de las transformaciones a nivel no solo económico y cultural, sino también en el plano jurídico y político.
En la misma línea argumentativa, Jorge Riechmann (1995) sostiene que las características fundamentales del ecodesarrollo son las siguientes:
a) En cada ecorregión el esfuerzo se dirige al aprovechamiento de sus recursos específicos para satisfacer las necesidades básicas de la población en materia de alimentación, alojamiento, salud y educación.
b) Siendo el ser humano el recurso más precioso, el ecodesarrollo debe contribuir ante todo a su realización (empleo, seguridad, calidad de las relaciones humanas, respeto a la diversidad de culturas).
c) La identificación, la valoración y la gestión de los recursos naturales se realizan desde una perspectiva de solidaridad con las generaciones futuras.
d) Los impactos negativos de las actividades humanas sobre el medio ambiente se reducen mediante procedimientos y formas de organización de la producción que permite aprovechar todos los elementos complementarios y utilizar los desechos con fines productivos.
 e) En las regiones tropicales y subtropicales particularmente, pero también en cualquier otra parte, el ecodesarrollo se realiza sobre la capacidad natural de la región para la fotosíntesis de todas sus formas, y favoreciendo la minimización del consumo de energía proveniente de fuentes comerciales.
f) El ecodesarrollo implica un estilo tecnológico particular. Las ecotécnicas existen y se pueden poner en marcha para la producción de alimentos, de vivienda, de energía, en una industrialización "blanda" basada en los recursos renovables.
g) El cuadro institucional para el desarrollo no se podría definir de una vez por todas sin tener en cuenta la especificidad de cada caso (superación de las particularidades sectoriales y participación activa y directa de las poblaciones afectadas).
h) Un complemento necesario de las estructuras participativas de planificación y gestión se basa en preparar una educación ambiental y en tener siempre presentes los aspectos ecológicos del desarrollo.
No obstante la aparente radicalidad de los planteamientos anteriores, existen elementos que tienen que ser expresamente mencionados y ampliamente debatidos, y que se desprenden de la necesidad de revisar a profundidad el lugar que ocuparán los saberes tradicionales, junto con las formas comunales de propiedad y de relación con la naturaleza de los grupos originarios, así como la manera en que se pretende construir un verdadero diálogo de saberes entre las diferentes cosmovisiones involucradas. De otra forma, el discurso del ecodesarrollo hace aparecer como posibles todas las acciones que contempla dentro de la propia estructura de relaciones capitalistas, y en realidad esto es inviable pues son incompatibles en la medida en la que su funcionamiento y reproducción se basa en la sobreexplotación y depredación de todo tipo de recursos.
La construcción de un futuro sustentable tendrá que darse a partir del despliegue de las potencialidades sociales, de la creatividad cultural y del diálogo de saberes (Leff, 2006:131), cercenados, disminuidos o contenidos por el fetichismo capitalista.
En la perspectiva de Rueda y Sepúlveda (s/f: 24), lo que ha sucedido con el concepto desarrollo sustentable es que ha transitado por diferentes momentos y, de ser un concepto equívoco, polisémico e incluso hasta vacío, se ha transformado en un discurso hegemónico que ha perdido las posibilidades de su contenido transformador a fuerza de ser utilizado masiva y rutinariamente. Sin embargo, hay tres características importantes que están implicadas en este concepto:
a) La importancia de la necesidad de un cambio en el sistema de creencias; cambio en el que la educación ambiental jugará un papel muy importante.
b) La idea de desarrollo económico que domina está vinculada al sistema de creencias de la ideología del Progreso Ilimitado, que debe ser cuestionada y transformada.
c) El criterio de sustentabilidad cuestiona el concepto de necesidad, ya que la definición de las necesidades tiene que hacerse en relación con las posibilidades reales del medio ambiente de satisfacerlas pero de una manera sustentable.
Finalmente, estas autoras subrayan las cinco dimensiones del concepto de desarrollo humano sustentable:
* Sustentabilidad ecoambiental.
* Sustentabilidad cultural.
* Sustentabilidad política.
* Sustentabilidad económica.
* Sustentabilidad social (Ibid., 27).
Otra perspectiva igualmente interesante, aunque por completo ligada a las visiones institucionales del PNUD, está contenida en La Estrategia Mundial para la Conservación de la Naturaleza, publicada en 1980 por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y sus Recursos Naturales, que propuso los siguientes siete principios del desarrollo sostenible: (a) respetar y cuidar la comunidad de la vida, (b) minimizar las tasas de agotamiento de los recursos no renovables, (c) mantenerse dentro de la capacidad de sustentación de la Tierra, (d) cambiar las prácticas y las actitudes personales, (e) permitir que las comunidades locales se encarguen de su propio medio ambiente, (f) proporcionar un marco nacional para la integración del desarrollo y la conservación, y (g) forjar una alianza mundial (Riechmann, 1995).
Si nos centramos en la potencialidad del concepto, a partir de las características anteriormente expuestas, llevar hasta sus últimas consecuencias al desarrollo sustentable  pondría en cuestionamiento no sólo las posibilidades de un crecimiento económico ilimitado, depredador de la naturaleza, sino al sistema capitalista mismo.
 
Pero, ¿por qué no es posible compatibilizar las perspectivas?
 
El capitalismo es un sistema intrínsecamente expansionista (en la producción, el comercio y el consumo, la explotación de los recursos naturales y del trabajo, en el uso de nuevas tecnologías, en el despojo de tierras, territorios, saberes y recursos de toda índole, etcétera). La necesidad permanente de crecimiento y expansión es una de sus características centrales, pues es la única manera de ampliar el ciclo de acumulación para valorizar el capital y realizar niveles cada vez mayores de ganancia que, al reinvertirse, asegurarán un crecimiento sostenido de la rentabilidad, lo que supone ciertas garantías para sobrevivir frente a la feroz competitividad que se da entre los capitales.
Esta necesidad del sistema económico por crecer y expandirse en forma permanente, y que pareciera imparable, ha venido generando y profundizando cada vez más los problemas de contaminación, erosión, desertización, calentamiento, sobre-explotación, despojo, depredación y extinción de recursos naturales y humanos que, sin embargo y paradójicamente, al admitir soluciones técnicas el sistema puede resolver —al menos parcialmente— sin ser cuestionado en su base. No obstante lo anterior, lo que no puede resolver es la desocupación, la pobreza y desigualdad, la exclusión, la explotación, el desprecio, la subordinación, sin cuestionar esa base, pues no se trata sólo de “consecuencias indeseables”, sino que son condiciones indispensables para el propio establecimiento y reproducción de las relaciones capitalistas.
De ahí que la solución no pasa por corregir, mejorar, agrandar o achicar el mercado, sino por transitar hacia otras formas de organización social del trabajo, de la producción y del consumo, hacia otras maneras de relacionarnos con la naturaleza y de entender nuestra propia vida a partir de otros sentidos que, basados en la propiedad social de los medios de producción naturales y artificiales, los utilice en forma responsable para la satisfacción de las necesidades de la sociedad en su conjunto, y no de una minoría (Pierri, 2001).
Existe la creencia acrítica de que siempre hay una solución técnica para todo. Con eso ignoramos que el sistema técnico inventado por cualquier sociedad lleva dentro de sí mismo a la sociedad que lo generó, con sus contradicciones que se traducen de una manera particular en ese campo específico.
La creencia ingenua del papel redentor de la técnica es un invento muy reciente en la historia de la humanidad —de la Revolución Industrial hasta nuestros días— y forma parte del ideario de la Ilustración. Esos últimos doscientos años culminan hoy con la necesidad de repensar la relación de la humanidad con el planeta (Porto, 2006).
La idea de desarrollo sintetiza mejor que cualquier otra el proyecto civilizatorio que, tanto por la vía liberal y capitalista como por la vía socialdemócrata y socialista, trató de universalizar la Europa Occidental. Desarrollo es el nombre que resume la idea de dominio de la naturaleza. Después de todo, ser desarrollado y ser urbano es ser industrializado, es decir, es ser todo aquello que nos aparta de la naturaleza y que nos coloca frente a las construcciones humanas como las ciudades y la industria. Así, la crítica a la idea de desarrollo exigía que se imaginasen otras perspectivas distintas a las liberales y socialistas o, por lo menos, que se liberaran del desarrollismo que las invadían. Por hacer una crítica a esa idea clave de desarrollo, los ambientalistas son con frecuencia acusados de querer volver al pasado, a un estado natural, es decir, de ir en contra del progreso y del desarrollo. La idea de progreso forma parte de la hegemonía cultural urdida a partir de la Ilustración, que incluso aquellos que se consideran los mayores críticos de la vertiente burguesa de la modernidad —esto es, del capitalismo—, se asumen como progresistas, y basados en esos fundamentos critican a los ambientalistas. De esta forma, progresistas de todos los matices, desde liberales hasta marxistas productivistas, se enfrentan a los ambientalistas (Porto, 2006).
Los problemas ambientales no se pueden resolver separadamente de los problemas sociales, para Leonardo Boff (1993) justicia ecológica y social no pueden existir una sin la otra. Los más amenazados por la destrucción del planeta son los pobres (Gadotti, 2002:53), pero no son los únicos.
 
Construir alternativas desde abajo
 
En México, el testimonio y las reflexiones que realiza Martín González (2009), activista del Sur de Jalisco, ponen de relieve que:
[…] en todo el país se han venido conformando durante varios años “sujetos” defensores del territorio y constructores de formas autogestivas de producción y conservación de tierras, agua, lagos, mar, aire, vegetación, animales y gentes. Se trata de quienes han decidido ya no sólo resistir, sino enfrentar y derrotar al plan capitalista global privatizador y destructor que se les manifiesta con sujetos e instituciones concretos, en su ámbito más inmediato de vida. Se trata de los defensores y constructores de territorios liberados –o en proceso de liberación- del plan capitalista.
[…] estos sujetos (colectivos, pueblos, barrios, colonias, organismos) defensores ante los planes capitalistas que se les manifiesta más inmediatamente, rompen y superan la ideología enajenante del territorio; aquella que los separa de su más amplio ámbito de vida y los recluye en la privacidad, la que les dice que sólo se preocupen por el espacio en el que ponen sus pies, sin que descubran la relación íntima que tiene con el espacio que pisan todos los demás. Y al romper y superar esta enajenación espacial, se reapropian la tierra y el territorio que es su ámbito de vida; reúnen de nuevo al pueblo-comunidad con la naturaleza y el territorio. Dan cuenta de que la naturaleza no es sola, sino que es fruto actual de la cultura (haceres) y saberes amplios ejercitados durante años por el pueblo-comunidad. Y eso restituye derechos y dignidad. Retoman la tierra y el territorio, volviéndolo de nuevo un terruño.
En la perspectiva de González, en México son los indígenas quienes conforman la parte más importante de lo que podría llamarse el movimiento nacional de ambientalistas, pues son ellos quienes se saben herederos de la tierra y, por tanto, “defensores del territorio y constructores del terruño en los distintos ámbitos y niveles de la geografía nacional”. Para derrotar los planes capitalistas y sus estrategias legales, de inversión, despojo y destrucción, es fundamental recomponer los lazos comunitarios hasta alcanzar la autonomía y autogestión territorial y nacional. Se requiere tomar distancia de los modos y formas de hacer y organizar instrumentados por los capitalistas, el Estado (y sus malos gobiernos) y las diversas agencias, tanto estatales como no gubernamentales. Por lo que resulta prioritario reforzar y ampliar las formas y modos anticapitalistas y antiestatales de los colectivos y pueblos, y desenmascarar también los proyectos que aquéllos impulsan al amparo de un supuesto “proteccionismo ambiental”, “desarrollo sustentable”, “ecologismo económico-político” o “ideología verde” (Ibídem).
En este sentido, la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales (AAA), espacio de acción y de demandas en el que confluyen más de 80 organizaciones de diferentes partes de todo México, y que luchan para proteger del despojo y de la depredación sus lugares de vida y de trabajo, refiere un contexto bastante problemático pues señalan que
Hay evidencia clara de lo que los grandes capitales hacen al contaminar nuestro ambiente, con su forma de producción salvaje. Para cualquier parte que miremos la imagen es de destrucción. El territorio, los recursos naturales y el medio ambiente están siendo depredados por el capital (industrial e inmobiliario) con el consentimiento de los gobernantes. No importa si es en la ciudad o el campo. En cualquier territorio que el capital vea algún espacio o algún recurso natural “explotable” de inmediato propone al gobierno correspondiente un “proyecto sustentable”. El gobierno responde favorablemente afirmando que en verdad se trata de proyectos que respetan la naturaleza y enfatizando la importancia de crear empleo y atraer inversiones (AAA, 2009).
La Asamblea de Afectados Ambientales se enfrenta a una lista de agravios y daños ambientales interminables, estableciendo problemas comunes y maneras de enfrentarlos, y según sus organizadores:
En ella informaremos cómo estamos luchando cada quien en su lugar y cómo nos está yendo. Entendiendo que la Asamblea es un espacio abierto para los afectados ambientales, donde se vierte la palabra y que está en función de los compromisos que se generan y de las necesidades en nuestras comunidades, para pensar los modos de enfrentar y resolver colectivamente en la unidad y en las acciones. Discutiremos, cómo entre todos podemos organizarnos como asamblea, redefinirnos en torno a ella, como nos repartimos el trabajo para enfrentar mejor al capital y a los gobiernos que están destruyendo la naturaleza y están despojándonos de nuestros territorios y recursos naturales, haciéndose cada vez mas visible la degradación que producen las inversiones extranjeras, con el pretexto de los megaproyectos (Ídem).
 
Algunas reflexiones finales
 
Me parece importante concluir con un planteamiento de Leonardo Boff (2002a:15): “o cambiamos o morimos, esa es la alternativa. Pero, ¿dónde buscar el principio articulador de una sociabilidad distinta? En la naturaleza que nos enseña que la ley básica del universo no es la competencia que divide y excluye, sino la cooperación que suma e incluye… La salida hacia un nuevo sueño civilizatorio es hacer conscientemente de la cooperación un proyecto personal y colectivo… Para convivir humanamente debemos acabar con la competencia que genera individualismo, acumulación y consumismo e inaugurar una cooperación capaz de generar comunidad y la participación de todos en todo aquello que nos interesa a todos”.
En este mismo sentido, Enrique Leff propone la construcción de una racionalidad contraria a la racionalidad instrumental característica de la modernidad y del capitalismo, una racionalidad que él llama ambiental, en la que las diferentes racionalidades y saberes específicos puedan encontrarse por medio de la cultura y de la autonomía de los pueblos (Porto, 2006).
En este camino de construcción de un futuro sustentable, una de las tareas importantes que hay que continuar realizando es insistir en develar y denunciar todo lo que hay detrás de concepciones y acciones aparentemente inofensivas y que hasta parecen admirables, como lo es el desarrollo humano sustentable y sus implicaciones directas en las actuales formas de reproducción del capitalismo.
 
 
BIBLIOGRAFÍA
 
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Rueda, Teresa y Jessica Sepúlveda (s/f) “Desarrollo Humano Sustentable”, mimeo.


Artículo escrito y enviado para Herramienta.
 
[1] Entre ellos, García y Priotto (2008) e István Mészáros (2009), por mencionar sólo algunos.
[2] El planteamiento de Álvarez y Alonso supone que si existen situaciones de exclusión y marginación es porque los mismos individuos y grupos rechazan utilizar los mecanismos correctores que en apariencia están a su disposición. Entonces, siempre se tratará de situaciones de auto-exclusión y auto-marginación.

 

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