06/10/2024
William Nordhaus, que cumplió 82 años este año, fue el primer economista de nuestro tiempo que intentó cuantificar el coste del cambio climático. Su magia en la modelización del clima, que le valió el Premio Nobel de Economía en 2018, le ha convertido en uno de los pensadores más relevantes del mundo. Sus ideas han sido adoptadas por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, gestores de riesgos globales, la industria de servicios financieros y universidades de todo el mundo que enseñan economía climática. El trabajo de Nordhaus podría afectar literalmente a la vida de miles de millones de personas. Y es que su cuantificación de los costes inmediatos de la acción climática –compensados con los perjuicios económicos a largo plazo de no actuar– es la base de propuestas clave para mitigar las emisiones de carbono. No es exagerado sugerir que el destino de las naciones y de una parte considerable de la humanidad depende de que sus proyecciones sean correctas.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha asumido que Nordhaus es de fiar. Los modelos integrados de evaluación utilizados en el IPCC se basan en visiones nordhausianas de adaptación a un calentamiento que sólo reduce marginalmente el producto interior bruto mundial. Si el PIB futuro apenas se ve afectado por el aumento de las temperaturas, hay menos incentivos para que los gobiernos del mundo actúen ahora para reducir las emisiones.
Los modelos de Nordhaus nos dicen que con un aumento de la temperatura de entre 2,7 y 3,5 grados centígrados, la economía mundial alcanza una adaptación “óptima”. Lo óptimo en este escenario es que los combustibles fósiles puedan seguir quemándose a finales del siglo XXI, impulsando el crecimiento económico, el empleo y la innovación. La humanidad, afirma Nordhaus, puede adaptarse a ese calentamiento con modestas inversiones en infraestructuras, cambios sociales graduales y, en los países desarrollados ricos, pocos sacrificios. Mientras tanto, la economía mundial se expande arrojando más carbono.
Resulta que sus modelos son fatalmente erróneos, y un número creciente de colegas de Nordhaus repudian su trabajo. Joseph Stiglitz, execonomista jefe del Banco Mundial y profesor de economía en la Universidad de Columbia, me dijo recientemente que las proyecciones de Nordhaus son “salvajemente erróneas”. Stiglitz señaló como especialmente extraña la idea de que la optimización de la economía mundial se produciría con un calentamiento de 3,5°C que, según los científicos físicos, produciría un caos global y una especie de genocidio climático en las naciones más pobres y vulnerables.
En un artículo publicado el año pasado, Stiglitz y sus coautores Nicholas Stern y Charlotte Taylor, del Grantham Research Institute on Climate Change and the Environment de la London School of Economics and Political Science, declararon que los modelos nordhausianos de evaluación integrada son “inadecuados para captar la profunda incertidumbre y el riesgo extremo”. No incorporan “la pérdida potencial de vidas y medios de subsistencia a escala inmensa ni la transformación y destrucción fundamentales de nuestro entorno natural”.
El cambio climático es uno de los casos, según me dijeron Stiglitz y Stern en un correo electrónico, en los que “se admite generalmente que existe un riesgo extremo –sabemos que hay algunos acontecimientos realmente extremos que podrían ocurrir– y sabemos que no podemos fingir (es decir, actuar como si) conociéramos las probabilidades”. “El trabajo de Nordhaus no tiene debidamente en cuenta ni el riesgo extremo ni la profunda incertidumbre”.
En otras palabras, el economista al que la institución mundial encargada de guiar a la humanidad a través de la crisis climática ha elegido guía, que ha recibido un Nobel por sus costes climáticos y que es considerado el decano de su campo, no sabe de lo que habla.
Para la mayoría de los científicos, es una locura hablar de la optimización de cualquier cosa en cualquier lugar cuando el planeta alcanza incluso un calentamiento de 2°C. Los investigadores del clima Yangyang Xu y Veerabhadran Ramanathan, en un documento ampliamente citado de 2017, definieron el calentamiento de 1,5°C como “peligroso” y 3°C o más como “catastrófico”, mientras que por encima de 5°C era “más allá de catastrófico”, con consecuencias que incluyen “amenazas existenciales”. El difunto Will Steffen, pensador pionero de los sistemas terrestres advirtió junto a muchos de sus colegas que 2°C era un marcador crítico. Con un calentamiento de 2°C, podríamos “activar otros elementos de inflexión en una cascada tipo dominó que podría llevar al sistema terrestre a temperaturas aún más altas”. Estas “cascadas de inflexión” podrían conducir rápidamente a “condiciones inhóspitas para las sociedades humanas actuales”, un escenario conocido como la Tierra invernadero.
Pero el camino hacia la Tierra invernadero será largo y tortuoso. Cuando le entrevisté en 2021, Steffen, que falleció el pasado enero a los 75 años, estaba preocupado por el “colapso a corto plazo” del sistema alimentario mundial. La sequía y el calor ya han reducido la producción mundial de cereales hasta un 10% en los últimos años, según Steffen. “Es probable que las crisis alimentarias empeoren mucho”, escribió en un artículo de 2019 en coautoría con Aled Jones, director del Instituto de Sostenibilidad Global de la Universidad Anglia Ruskin. “El riesgo de fracaso de múltiples graneros está aumentando, y aumenta mucho más rápido más allá de 1,5°C de calentamiento global […] Tales crisis plantean graves amenazas: precios de los alimentos por las nubes, disturbios civiles, grandes pérdidas financieras, hambruna y muerte”.
En un informe de 2022 titulado Climate Endgame: Exploring Catastrophic Climate Change Scenarios (El fin del juego climático: escenarios catastróficos del cambio climático) destacados científicos de los sistemas terrestres y del clima, Steffen entre ellos, concluían que existen “numerosas pruebas de que el cambio climático podría llegar a ser catastrófico […] incluso con niveles modestos de calentamiento”. Según el informe
El cambio climático podría exacerbar las vulnerabilidades y causar múltiples tensiones indirectas (como daños económicos, pérdida de tierras e inseguridad hídrica y alimentaria) que confluyan en fallos sincrónicos que afecten a todo el sistema […] Es plausible que un cambio repentino en el clima pueda desencadenar fallos sistémicos que desintegren las sociedades de todo el planeta.
Lo que estos científicos están describiendo es un colapso civilizacional global, posiblemente durante la vida de un lector joven o incluso de mediana edad de este artículo.
Según el informe Climate Endgame, la trayectoria actual de las emisiones de carbono sitúa al mundo en la senda de un aumento de la temperatura de entre 2,1°C y 3,9°C para 2100. Es una perspectiva terrible. Los analistas de los sistemas terrestres nos dicen que la tierra habitable y cultivable en un régimen de calentamiento de 3°C a 4°C se vería tan reducida y los servicios de los ecosistemas tan maltratados que podría producirse la muerte de miles de millones de personas en las próximas ocho décadas o menos.
Se lanzan cifras terribles. Pero los científicos hablan en serio. Kevin Anderson, profesor de energía y cambio climático de la Universidad de Manchester (Reino Unido) y de la Universidad de Uppsala (Suecia), afirma que “algo así como el 10% de la población del planeta –alrededor de 500 millones de personas– sobrevivirá si la temperatura global aumenta 4°C”. Señala, con una pizca de esperanza, que “no extinguiremos a todos los seres humanos, ya que unas pocas personas con el tipo adecuado de recursos podrían situarse en las partes adecuadas del mundo y sobrevivir. Pero creo que es extremadamente improbable que no tengamos una muerte masiva a 4°C”.
Johan Rockström, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (Alemania) y uno de los principales investigadores sobre los puntos de inflexión climáticos y los “límites seguros” para la humanidad, proyecta que en un mundo 4°C más cálido, “es difícil ver cómo podríamos acomodar a mil millones de personas o incluso la mitad”. En la actualidad, la población mundial asciende a 7.600 millones de personas, a las que se suman 80 millones cada año.
En cambio, cuando Nordhaus analizó los efectos de un calentamiento de 6°C, no pronosticó el horror. En su lugar, deberíamos esperar “daños” de entre el 8,5% y el 12,5% del PIB mundial a lo largo del siglo XXI. En un artículo publicado en el Economic Journal, Stern puso a Nordhaus en su sitio en los términos más duros: “Podríamos ver muertes a gran escala, la migración de miles de millones de personas y graves conflictos en todo el mundo”, escribió. “Es profundamente inverosímil que cifras en torno al 10% del PIB ofrezcan una descripción sensata del tipo de trastornos y catástrofes que podrían causar 6°C de calentamiento”.
En un correo electrónico enviado a The Intercept, Nordhaus calificó las críticas de sus colegas de “descripción distorsionada e inexacta del trabajo y de mis puntos de vista. Llevo mucho tiempo apoyando la tarificación del carbono y [la investigación y el desarrollo] centrados en el clima, que son fundamentales para frenar el cambio climático. Las propuestas de mis escritos apuntan a objetivos MUCHO más ambiciosos que las políticas actuales”. No quiso dar más detalles sobre distorsiones o inexactitudes.
Para entender la brecha entre los científicos del clima y los economistas del clima, primero hay que comprender que la mayoría de los economistas –los que llamamos economistas convencionales o neoclásicos– tienen poco conocimiento o interés en cómo funcionan realmente las cosas en el planeta Tierra. El problema de su falta de visión ecológica empieza como una cuestión de formación en la universidad, donde un curso típico de economía prepara a los estudiantes para una vida de ignorancia abyecta sobre los complejos fundamentos de la cosa llamada “mercado”. Empiece con el típico libro de texto de la ciencia lúgubre, digamos, el definitivo de Paul Samuelson, coescrito con Nordhaus, titulado Economía. El libro se considera “el abanderado” de los “principios de la economía moderna”. En sus páginas encontrará un diagrama de flujo circular que muestra “hogares” y “empresas” intercambiando dinero y bienes. A esto se le llama mercado. Los hogares son los propietarios de la tierra, el trabajo y el capital, que venden a las empresas para la fabricación de bienes. Los hogares compran los bienes, enriqueciendo a las empresas, lo que permite a las empresas comprar más tierra, trabajo y capital, enriqueciendo a los hogares. La cantidad en el diagrama de flujo, en circunstancias ideales, está en constante expansión: Los beneficios de las empresas aumentan, al igual que la renta de los hogares.
Un sistema cerrado simple e imperturbable que también es ridículo, fantástico, un cuento de hadas. En el diagrama de flujo circular de la economía estándar, nada entra desde el exterior para mantener el flujo, y nada sale como resultado del flujo. No hay entradas de recursos del medio ambiente: ni petróleo, ni carbón, ni gas natural, ni minerales ni metales, ni agua, ni suelo, ni alimentos. No hay salidas a la ecosfera: ni basura, ni contaminación, ni gases de efecto invernadero. Porque en el diagrama de flujo circular no hay ecosfera ni medio ambiente. La economía se ve como un tiovivo de movimiento perpetuo que se renueva a sí mismo en el vacío.
“Durante 30 años enseñé ese absurdo diagrama a los estudiantes universitarios de la Universidad Estatal de Luisiana”, me dijo en una entrevista Herman Daly, uno de los grandes disidentes de la economía tradicional del siglo XX, antes de morir a los 84 años el año pasado. “Me parecía estupendo. Estaba más allá del doctorado cuando me di cuenta de que era un paradigma muy malo”.
En la década de 1970, trabajando en la Universidad de Maryland, Daly fue pionero en el campo de la economía ecológica, que modela la realidad biofísica que delimita todas las economías. “La economía humana”, escribió Daly, “es un subsistema en crecimiento totalmente contenido y dependiente de la ecosfera que no crece”, una observación de sentido común que equivalía a una herejía en la corriente económica dominante. Daly subrayó que la economía depende de recursos no renovables que siempre están sujetos a agotamiento y de una biosfera en funcionamiento cuyos límites hay que respetar. Su aportación más importante a la literatura de esta economía renegada fue su famoso (en algunos círculos, infame) modelo de “estado estacionario” que tiene en cuenta los límites biofísicos del crecimiento. Daly pagó el precio de la heterodoxia. Sus colegas economistas le declararon apóstata.
E.F. Schumacher llegó a conclusiones similares sobre la economía dominante en su libro de 1973 Small Is Beautiful (Lo pequeño es hermoso), que se convirtió en un bestseller. “Es inherente a la metodología de la economía ignorar la dependencia del hombre del mundo natural”, escribió Schumacher. La economía, decía Schumacher, sólo toca la “superficie de la sociedad”. No tiene capacidad para sondear las profundidades de las interacciones sistémicas entre la civilización y el planeta. Frente a los “acuciantes problemas de la época” –los efectos negativos del crecimiento sobre el medio ambiente–, la economía actúa “como una barrera muy eficaz contra la comprensión de estos problemas, debido a su adicción al análisis puramente cuantitativo y a su tímido rechazo a indagar en la verdadera naturaleza de las cosas”.
El análisis puramente cuantitativo es la anfetamina del economista de la corriente dominante. La dosis constante mantiene su lápiz afilado y sus ojos ciegos. No ha pasado desapercibido que las escuelas de posgrado producen una especie de ingeniosa oquedad en los economistas que corren hasta el final en la cadena de montaje de las escuelas. Ya en 1991, un informe de una comisión sobre la “educación de postgrado en economía” advertía de que el sistema universitario de Estados Unidos estaba produciendo “demasiados sabios idiotas [idiot savant]”, economistas “expertos en la técnica, pero ingenuos en cuestiones económicas reales”, es decir, incapaces de analizar la verdadera naturaleza de las cosas.
¿Por qué hechicería matemática ha llegado Nordhaus, célebre miembro de la élite de la Ivy League, a proyecciones tan alejadas de las de los científicos del clima?
La respuesta está en algo llamado DICE, la madre de los modelos de evaluación integrada de los costes climáticos. Son las siglas de Dynamic Integrated Climate-Economy. Nordhaus formuló DICE por primera vez en 1992 y lo actualizó el año pasado.
En DICE, el efecto de un clima más cálido se mide únicamente como pérdida (o ganancia) porcentual del PIB. Se supone que el crecimiento del PIB está “determinado exógenamente”, en el lenguaje de la teoría económica, lo que significa que persistirá a un ritmo fijo a lo largo del tiempo independientemente de las perturbaciones climáticas. Los científicos especializados en sistemas terrestres dirán que suponer un crecimiento determinado exógenamente es el colmo de la arrogancia arrogante. Por el contrario, Nordhaus nos asegura en su modelo DICE que el crecimiento continúa como un Cadillac de crucero en la costa de California con un bache ocasional. Pero la realidad son tormentas de lluvia, deslizamientos de tierra, terremotos y otros conductores en la carretera.
Esta alegre presunción de crecimiento constante en un futuro dañado por el clima es el primero de los errores de Nordhaus, como señalan Stern y Stiglitz. “El modelo de Nordhaus no tiene plenamente en cuenta el hecho de que, si no hacemos más para evitar el cambio climático, éste afectará a las tasas de crecimiento”, me dijeron en un correo electrónico. “Tendremos que gastar cada vez más en reparar los daños, lo que nos dejará cada vez menos para gastar en inversiones que potencien el crecimiento”. Y, añaden, algunos resultados derivados de una acción climática débil podrían alterar profundamente lo que es posible en términos de actividad económica. Calor extremo, sumersión, desertificación, huracanes, etc.: Estos fenómenos meteorológicos y los grandes cambios climáticos podrían hacer que grandes zonas del mundo fueran poco productivas, improductivas o inhabitables.
El segundo error de Nordhaus es el uso de fórmulas matemáticas reduccionistas. Emplea algo llamado cuadrático para calcular la relación entre el aumento de las temperaturas y los resultados económicos. Entre las propiedades de un cuadrático está que no permite discontinuidades; no hay puntos en los que la relación implícita en la función se rompa. Pero las funciones suaves trazan progresiones suaves, y el cambio climático será cualquier cosa menos suave. Esos cálculos no tienen en cuenta las condiciones meteorológicas extremas, las enfermedades transmitidas por vectores, los desplazamientos y migraciones, los conflictos internacionales y locales, la morbilidad y mortalidad masivas, el colapso de la biodiversidad, la fragilidad de los Estados o la escasez de alimentos, combustible y agua. No se miden las retroalimentaciones amplificadoras ni los puntos de inflexión, como la pérdida de hielo marino en el Ártico, el cierre de corrientes oceánicas vitales, el colapso del Amazonas, etcétera.
El tercero de los errores de Nordhaus está relacionado con fórmulas igualmente simplistas. Nordhaus calcula el PIB de un lugar concreto como fundamentalmente relacionado con la temperatura de ese lugar. Así, si en 2023 Londres tiene una temperatura determinada, y el PIB de Londres es tal y tal, es razonable suponer que cuando las latitudes al norte de Londres aumenten de temperatura en el futuro, el PIB aumentará hasta ser el mismo que el de Londres en la actualidad. Hagan de esto lo que quieran, es una tontería a gran escala y, sin embargo, es fundamental para el modelo de Nordhaus.
El cuarto error fatal de Nordhaus es el más absurdo. En un artículo de 1991 que se convirtió en piedra de toque de todos sus trabajos posteriores, asumió que, dado que el 87% del PIB se produce en lo que denominó “entornos cuidadosamente controlados” –también conocidos como “interiores”–, no se verá afectado por el clima. La lista de Nordhaus de las actividades interiores libres de cualquier efecto de la alteración del clima incluye la industria manufacturera, la minería, el transporte, las comunicaciones, las finanzas, los seguros, el sector inmobiliario, el comercio, los servicios del sector privado y los servicios gubernamentales. Nordhaus parece confundir el tiempo con el clima. Uno puede crear problemas para los planes de cenar al aire libre en su yate. El otro hunde el yate.
La ignorancia de los sistemas tiene su forma de avanzar como un gigante. Nordhaus ha opinado que la agricultura es “la parte de la economía sensible al cambio climático”, pero como sólo representa el 3% de la producción nacional, la alteración climática de la producción de alimentos no puede producir un “efecto muy grande en la economía estadounidense”. Es una desgracia para sus cálculos que la agricultura sea la base de la que depende el otro 97% del PIB. Sin alimentos –es extraño que haya que reiterarlo– no hay economía, ni sociedad, ni civilización. Sin embargo, Nordhaus trata la agricultura como algo indiferentemente fungible.
Esta burda chapuza de modelo es lo que le valió el Nobel. Steve Keen, investigador del University College de Londres y autodenominado economista renegado, me dijo: “El hecho de que haya sido nominado para el premio demuestra el escaso control de calidad que se hace para seleccionar a un ganador en economía”. Keen es autor de numerosos libros que cuestionan la ortodoxia de la economía dominante. Fue uno de los primeros críticos de los modelos de evaluación integrados del IPCC, que deben su brillo optimista a la metodología de Nordhaus. Su cáustico ensayo de 2021, The Appallingly Bad Neoclassical Economics of Climate Change, ahondaba en los problemas de los modelos de Nordhaus.
“Cualquier periodista de investigación que superara el miedo a las ecuaciones y se limitara a leer los textos de Nordhaus habría sabido que su trabajo era un disparate”, me dijo Keen. “¿Asumir que el 87 % de la economía se vería ‘insignificantemente afectada por el cambio climático’ porque tiene lugar en ‘entornos cuidadosamente controlados’?”
“Cuando se trata del clima”, dijo Keen, “el tipo es un idiota: un sabio idiota, pero sigue siendo fundamentalmente un idiota”.
Y no es sólo Nordhaus. Los economistas del clima han seguido obedientemente sus pasos y han ideado modelos de costes que parecen no tener ninguna relación con las leyes conocidas de la física, la dinámica del clima o las complejidades de los sistemas terrestres.
Un estudio de 2016 realizado por los economistas David Anthoff, de la Universidad de California en Berkeley; Francisco Estrada, del Instituto de Estudios Ambientales de Ámsterdam; y Richard Tol, de la Universidad de Sussex, ofrece uno de los ejemplos más atroces del sinsentido nordhausiano. (Tol es uno de los protegidos de Nordhaus, y éste figura como revisor del artículo). Los tres académicos se atreven a afirmar que la interrupción de la circulación meridional atlántica, o AMOC, un sistema terrestre de importancia crucial que dirige el agua caliente ecuatorial hacia el Ártico y el agua fría hacia el sur, podría tener efectos beneficiosos para la economía europea.
Durante los últimos miles de años, la AMOC, también conocida como circulación termohalina, ha mantenido a Europa relativamente caliente en invierno gracias al agua caliente que atrae hacia el norte desde el ecuador. La ralentización y eventual parada de este sistema podría sumir a Europa y a amplias zonas del hemisferio norte en un frío extremo. Esta situación es cada vez más probable, ya que el deshielo de los glaciares penetra en el Atlántico Norte y altera el delicado equilibrio entre el agua salada y el agua dulce que impulsa la corriente en bucle.
Para Tol, Anthoff y Estrada, sin embargo, el colapso de uno de los sistemas de la Tierra que sustenta la estabilidad climática del Holoceno podría ser algo bueno. “Si la [AMOC] se ralentiza un poco, el impacto global es un 0,2-0,3% positivo de los ingresos”, concluyeron. “Esto sube hasta el 1,3 % para una desaceleración más pronunciada”. Argumentaron que mientras el calentamiento climático cocina al resto del mundo, los países europeos se beneficiarán de un efecto de enfriamiento del colapso de la corriente.
Esta soleada evaluación sorprende a James Hansen, padre de la ciencia climática, que ha calculado que se produciría un enorme diferencial de temperatura entre los polos y el ecuador con una parada de la AMOC, lo que produciría super tormentas de inmensa furia a través del océano Atlántico. Según Hansen, la última vez que la Tierra experimentó este tipo de diferenciales de temperatura, durante la era interglaciar Eemian, hace unos 120.000 años, furiosas tempestades depositaron rocas del tamaño de casas en las costas de Europa y el Caribe. Se calcula que las olas de las tormentas se elevaron tierra adentro hasta 40 metros por encima del nivel del mar.
En estas condiciones extremas, ¿qué ocurriría con las rutas marítimas, las ciudades y puertos costeros y el tráfico transatlántico de todo tipo? Para los simplones climáticos Tol, Anthoff y Estrada, la pregunta no se plantea. “Será mucho más tormentoso en el Atlántico Norte, sobre todo para los europeos”, me dijo Hansen por correo electrónico. Su equipo de estudio llegó a la conclusión de que el cierre de AMOC “está en las cartas de este siglo, posiblemente a mediados de siglo, con la continuación de las altas emisiones”.
La cosa empeora. Simon Dietz, de la London School of Economics and Political Science, y sus colegas economistas James Rising, Thomas Stoerk y Gernot Wagner han ofrecido algunas de las visiones más ignorantes de nuestro futuro climático, utilizando modelos matemáticos nordhausianos. Examinaron las consecuencias para el PIB de alcanzar ocho puntos de inflexión del sistema terrestre que los científicos del clima han identificado como amenazas existenciales para la civilización industrial. Los puntos de inflexión son tan familiares como una letanía fúnebre para cualquiera que conozca la literatura climática: pérdida del hielo ártico de verano; pérdida de la selva amazónica; pérdida de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida Occidental; liberación de hidratos de metano oceánicos; liberación de carbono en el permafrost; colapso del AMOC; y colapso del monzón indio.
Dietz y sus amigos llegaron a la asombrosa conclusión de que, si se inclinaban los ocho, el coste económico para 2100 ascendería a un 1,4% adicional de pérdida de PIB, además del 8-12% aproximado que preveía Nordhaus.
Piense en esta proyección en términos de sentido común: Un efecto insignificante en los asuntos mundiales cuando el Ártico durante el verano sea azul intenso en lugar de blanco; cuando la selva del Amazonas ya no sea verde sino sabana marrón o desierto; cuando en Groenlandia y la Antártida Occidental, el hielo blanco sea roca estéril. Una transformación de proporciones inmensas en la superficie de la Tierra, en la atmósfera y en las comunidades bióticas terrestres. Los hidratos de metano oceánicos tienen un contenido energético superior al de todos los demás depósitos de combustibles fósiles. El permafrost contiene una cantidad de carbono aproximadamente dos veces superior al contenido actual de carbono de la atmósfera. Con el debilitamiento o el colapso del AMOC, Europa podría verse sumida en unas condiciones similares a las de la Pequeña Edad de Hielo, con una drástica reducción de la superficie de tierra apta para el cultivo de trigo y maíz. El aumento de la variabilidad del monzón indio pondría en peligro la vida de más de mil millones de personas.
“La afirmación de que estos cambios tendrían un impacto nulo en la economía humana es extraordinaria”, escribió Keen. La realidad es que, si se alcanzaran los ocho puntos de inflexión del sistema terrestre, la humanidad estaría en un terrible aprieto”.
Una opinión poco caritativa del trabajo de los economistas del clima de la escuela Nordhaus es que ofrecen una especie de sociopatía como receta política. Nordhaus estima que, a medida que la actividad económica se polariza con el calentamiento, la reducción masiva del PIB en los trópicos se compensará con una adaptación óptima en el Norte Global. “Reducción masiva del PIB”, por supuesto, Nordhaus no lo entiende explícitamente como colapso del sistema alimentario en todo el ecuador, seguido de colapso social, muertes masivas, guerras y éxodos bíblicos que producen efectos no lineales en cascada que arrastran al mundo a un nexo de incógnitas.
Nada de qué preocuparse, asegura Nordhaus: La violenta extinción de las naciones de bajo PIB apenas afectará a las perspectivas de crecimiento económico porque las cosas mejorarán en el frío Norte Global. Se trata de un abrazo a la esperanza de un genocidio climático.
¿Tienen los gobiernos, los responsables políticos y el público alguna idea de que el mensaje de las élites economistas climáticas es desquiciado? Hasta ahora, hemos seguido creyendo que todo iba bien. Uno de los mejores indicadores de esta fidelidad a una narrativa de optimismo ilusorio es el sector financiero.
Keen redactó este año un informe para los inversores en el que señalaba que los fondos de pensiones se han tragado enteras las proyecciones nordhausianas de nuestro futuro soleado a medida que se derrumba el sistema climático. “Siguiendo el consejo de consultores de inversión, los fondos de pensiones han informado a sus miembros de que un calentamiento global de entre 2 y 4,3 ºC sólo tendrá un impacto mínimo en sus carteras”, escribió Keen. “Esto da lugar a una enorme desconexión entre lo que los científicos esperan del calentamiento global, y para lo que los pensionistas/inversores/sistemas financieros están preparados”. Keen no espera que las cosas acaben bien para los inversores.
Cuando le pregunté qué había que hacer para modificar la política del IPCC, Keen respondió: “Necesitamos que todo el mundo esté tan enfadado como yo”. La negligencia de economistas como Nordhaus, dijo, “acabará matando a miles de millones de personas”.
Andrew Glikson, profesor de la Universidad Nacional Australiana de Canberra y asesor del IPCC, ha escrito sobre la próxima era de muerte humana masiva, lo que él llama el Plutoceno, el sucesor natural del Antropoceno. Acusa a los gobiernos de todo el mundo de ser “criminales” por marcar el comienzo del Plutoceno en busca de beneficios políticos y económicos a corto plazo. La primera vez que me puse en contacto con él fue durante el verano negro de incendios forestales que asoló Australia en 2020. El humor de Glikson era pésimo entonces, y no ha mejorado desde entonces.
“Las clases gobernantes han renunciado a la supervivencia de numerosas especies y generaciones futuras”, me dijo, “y su inacción constituye el crimen definitivo contra la vida en la Tierra”. Parte de la razón de la inacción es la falsa alegría que Nordhaus ha difundido con sus modelos de genio matemático y fanático del clima.
Fuente: The Intercept, 29 de octubre de 2023. URL: ingresar aquí