02/11/2024

¿Ciencias Sociales críticas? ¿Un nuevo criterio epistemológico de demarcación? Notas en torno a un artículo de Dussel

Por

Este trabajo se publicó en la revista Herramienta Nº 12,
de otoño de 2000, Buenos Aires.[1]

 

En Herramienta 9 Enrique Dussel ha publicado un provocativo y estimulante artículo –“El programa científico de Carlos Marx (ciencia social funcional y crítica)”–, en el que defiende la posibilidad –y la necesidad– de establecer un “tercer criterio epis-temológico de demarcación”; criterio que permitiría diferenciar a las ciencias sociales funcionales de las ciencias sociales críticas. Como es sabido, los criterios de demarcación aceptados por los epistemólogos son dos, a saber: a) aquel que permite distinguir a la ciencia de la pseu-dociencia; b) aquel que deslinda a las ciencias naturales de las ciencias sociales. De entrada nomás expone Dussel sus propósitos: “intentaré mostrar episte-mológicamente que el programa de investigación científica de Carlos Marx responde a las definiciones estándar de ciencia social, si se entiende con claridad la diferencia entre las ciencias sociale ‘funcionales’ –siempre necesarias, en alguna medida– y las ciencias sociales ‘críticas’ [...]”.[2]  Dussel parece creer que el programa de Marx necesita del “tercer criterio de demarcación” para que se le reconozca estatuto científico; aunque la utilización del término estándar cause cierta confusión. Por ejemplo, en el mismo párrafo en el que sostiene que el programa de Marx “responde a las definiciones estándar de ciencia social”, un poco más adelante también reconoce y afirma: “debo aceptar que sólo se habla por el momento de los dos primeros [criterios de demarcación] en la epistemología estándar”.[3]  Hay aquí, evidentemente, algo que no marcha bien: si a) la ciencia estándar no convalida ningún tercer criterio de demarcación, y b) la existencia de tal criterio es necesaria para aceptar la plena cientificidad del programa de Marx; resulta entonces c) que bajo estos presupuestos la obra de Marx no responde a los criterios estándar de ciencia.

Que Dussel considera indispensable establecer un tercer criterio de demarcación para legitimar la validez científica del programa de Marx se ve confirmado en una nota al final de texto (la número 24), donde escribe:

"Por lo general, el psicoanálisis, el marxismo, la pedagogía de la educación de Paulo Freire, y otras ciencias humanas o sociales críticas no son consideradas ciencias por epistemólogos (como Popper), psicólogos o psiquiatras, economistas (neoclásicos) o psicopedagogos (de la tradición de Piaget), etcétera. Quiere decir que de hecho se está usando un cierto ‘criterio de demarcación’ desde el cual puede juzgarse a dichas ‘pretendidas’ ciencias humanas o sociales críticas como pseudociencias.[4] "

Carezco de la formación suficiente en psicoanálisis o pedagogía como para poder juzgar sobre su carácter científico o pseudocientífico; pero conozco lo suficiente de marxismo como para poder afirmar que el programa científico de Marx encaja perfectamente dentro de los parámetros de cualquier epistemología moderna, incluida la de Popper. Para rechazar la tesis popperiana de que el “histo-ricismo marxista” constituye una pseudociencia no es necesario demoler el entero edificio epistemológico de este autor ni, mucho menos, introducir un nuevo criterio de demarcación de base –como veremos– ética: basta con mostrar que Popper no comprende en absoluto los planteos de Marx, y que, en consecuencia, se ensaña con un espantajo de su entera creación. En una obra reciente Ricardo Gómez ha mostrado con minuciosidad los yerros de Popper en este campo, y lo insostenible que resulta (aún aceptando los criterios popperianos) rechazar el carácter científico del programa de Marx[5] . E inclusive un autor como Gregorio Klimovsky, en ocasiones considerado injustamente por algunos compañeros como un simple glosador de la obra de Popper, ha formulado una serie de sólidas objeciones a las críticas de Popper a Marx.[6] 

Dicho esto, conviene aclarar que en modo alguno me considero epistemológicamente popperiano: simplemente creo que las criticas que se le han formulado al marxismo (con justicia o sin ella) en el terreno de la explicación científica y la validación del conocimiento deben ser contestadas en ese mismo terreno, y no, como hace Dussel, desplazando la discusión hacia el campo de lo ético-valorativo. Las criticas de Popper a Marx forman parte de la porción más pobre y oscura de su producción: tienen mucho más que ver con su papel de “cruzado de la guerra fría” que con su calidad de científico. Y las muchas sandeces que escribió respecto a Marx y el marxismo no invalidan necesariamente sus contribuciones en otros terrenos, muy especialmente en el de la epistemología, dentro del cual ha escrito una obra sin dudas importante.[7] 

La propuesta de Dussel intenta, si no lo comprendo mal, realizar una defensa del carácter científico del programa de investigación de Marx. Esta tarea es necesaria, en especial cuando, como en los últimos años, la crítica (muchas veces insulsa –aunque no siempre–) y la denuncia del marxismo se ha convertido en una especie de moda. Sin embargo, resulta imprescindible ser cuidadosos en lo tocante a las bases sobre las que construimos tal defensa. Estoy de acuerdo con la intención de Dussel –reafirmar el carácter científico del programa de Marx–, pero disiento respecto a los presupuestos sobre los que funda tal defensa.

Veamos las cosas un poco más de cerca. Creo que la propuesta de Dussel nos coloca ante dos alternativas: o bien el programa científico de Marx no necesita, para ser reconocido como tal, de ningún tercer criterio de demarcación (y en consecuencia no se entiende bien el objetivo del artículo); o bien el reconocimiento de la cientificidad de obras como El Capital requiere de la clara distinción entre ciencias sociales funcionales y críticas, distinción que necesita de un nuevo criterio de demarcación evidentemente no están-dar. Demás está decir que si aceptamos esta segunda posibilidad, el reconocimiento del estatuto científico de la obra de Marx depende de la aceptación del tercer criterio de demarcación; razón por la cual quienes no lo acepten estarían rechazando ipso facto el carácter científico del programa de Marx.

Cierto es que en los tiempos que corren muchos son los empeños por desterrar de las ciencias sociales todo vestigio de marxismo. Pero no hay motivos para alarmarse en exceso: se trata de una ofensiva de carácter más ideológico que científico. Por otra parte, un número considerable de las producciones más importantes dentro de las ciencias sociales actuales son perfectamente compatibles con los postulados teóricos de Marx (aunque suelen llevarse de patadas con el marxismo vulgar, al que desgraciadamente seguimos padeciendo), incluso cuando muchos de estos autores creen estar refutando al autor de El Capital (por lo general no hacen sino refutar las viejas y simplistas versiones del marxismo dogmático). Por ejemplo, las obras de Anthony Giddens o Michael Mann no son en modo alguno antimarxistas (aunque diversos autores marxistas podrían tener diferencias, incluso serias, con muchas de sus tesis; ¿pero acaso no existen entre quienes se consideran seguidores de Marx profundas diferencias sobre puntos cruciales?). Igualmente, la defensa epistemológica del sistemismo llevada a cabo por Mario Bunge puede ser perfectamente aceptada por epistemólogos marxistas (con matices aquí o allá)[8] . De hecho, las tesis principales de Bunge constituyen una de las más modernas, sólidas, sofisticadas y, pese a ello, increíblemente claras defensas del materialismo, la razón, la permanente movilidad y mutabilidad de las cosas, la legalidad de los cambios, la necesidad de procurar un conocimiento científico, etcétera; todos componentes reconocibles en la obra de Marx.

Del estatuto científico de la obra de Marx da fe la enorme influencia que ha ejercido (y sigue ejerciendo) sobre filósofos, historiadores, economistas, antropólogos, sociólogos, geógrafos y politólogos. Marx es un “clásico” de las ciencias sociales, y este hecho no puede ser discutido seriamente por nadie. Como muestra bastan algunos ejemplos: las opiniones de tres científicos sociales tan serios y destacados como insospechados de “marxismo”. Nos referimos a Schumpeter, Raymond Aron y Max Weber. Para el primero Marx era uno de los “diez grandes economistas”, y Raymond Aron manifestó alguna vez que personalmente estaría de acuerdo “con Schumpeter, quien comentó en alguna de sus obras –él, que no era marxista–, que todos los que escriben acerca de la sociedad desearían tener el mismo coeficiente de previsiones realizadas que Marx, porcentaje excepcionalmente favorable, aun cuando no excluye un número sustancial de errores”. Finalmente, Max Weber, en una conferencia famosa, le reconoció calidad científica ya no a las páginas de El Capital, sino a un breve escrito considerado por muchos como un (eso sí, brillante) panfleto: el Manifiesto del Partido Comunista.

Por lo tanto, estoy convencido que el programa de Marx no necesita de ningún tercer criterio de demarcación para ser aceptado.

Ética y epistemología

Con todo, hay otro aspecto importante desarrollado en el trabajo de Dussel: se trata del esfuerzo por colocar en un lugar central el problema de la ética. En un pasaje importante señala:

La primera Escuela de Frankfurt entendió muy bien que una teoría podía ser crítica si cumplía con dos condiciones: ser negativa y material.[9] 

Hasta aquí no tengo ninguna objeción seria; me limito a formular una aclaración: que una teoría resulte crítica no convalida, mecánicamente, la necesidad de establecer ningún criterio especial de demarcación.

Luego continúa Dussel: “la ‘negatividad’ de la que hablamos, en primer lugar, es el ‘no-poder-vivir’ de los oprimidos, explotados, de las ‘víctimas’”. Mientras que la condición de materialidad no plantea ningún inconveniente, no ocurre lo mismo con la de “negatividad”. La noción de “negatividad” proviene de la filosofía especulativa, y no me resulta claro cómo podría ser convertida en un concepto científico preciso. En principio, el “no-poder-vivir” de los oprimidos no puede ser interpretado en sentido literal: las sociedades de clase han fundado su existencia en que los explotados y oprimidos han podido vivir como tales y, gracias a ello, “mantener” a las clases dominantes. Pese a todo, no es esto lo más importante. Porque en realidad Dussel introduce otro elemento para considerar crítica a una ciencia social. Veamos.

Crítica es una teoría científico-social no sólo por la posición teórica de lo negativo-material, sino –y esto es constitutivo de la crítica (criterio de demarcación, entonces)– por el ‘ponerse de parte’ efectiva y prácticamente ‘junto’ a la víctima [...][10] 

El problema que aquí se plantea es si el “‘ponerse de parte’ efectiva y prácticamente ‘junto’ a la víctima” resulta compatible o incompatible con la objetividad científica y, en segundo término, si aceptar que no existe tal incompatibilidad justifica el establecimiento del famoso tercer criterio de demarcación.

Anotemos, antes de seguir adelante, que Dussel formula dos preguntas que son en realidad muy distintas como si fueran dos formula-ciones del mismo interrogante: primero “¿es posible una ciencia humana o social crítica”, segundo “¿la criticidad se opone a la cientifici-dad?”.[11]  A ambos interrogantes responde de manera afirmativa. ¿Pero cuáles son las diferencias que visualizamos en estos dos interro-gantes que parecen idénticos? Mientras que responder afirmativamente a la primer pregunta supone aceptar la existencia del tercer criterio de demarcación, no ocurre lo mismo con la segunda. Ser crítico no tiene porqué oponerse o ser incompatible con un conocimiento objetivo o científico del mundo. Ser crítico se relaciona con lo valorativo, y la manera en que valoramos un fenómeno no posee una relación mecánica con la forma en que explicamos su ocurrencia. Criticidad y cientificidad no son necesariamente términos opuestos; son más bien, en gran medida, paralelos. Por el contrario, aceptar la existencia de ciencias sociales críticas (en oposición a las funcionales) implica colocar el elemento valora-tivo en el centro de la reflexión científica: la criticidad, en lugar de ser paralela a la cientificidad, pasa a ser constitutiva de la misma. Esto me parece que es confundir valoración con explicación.

Es cierto que un científico crítico estaría más dispuesto que uno funcional a visualizar ciertos aspectos de la vida social (como la explotación). Pero eso es todo. Un científico que desconozca el fenómeno de la explotación en las sociedades contemporáneas en una investigación, por poner un ejemplo, de economía, se está colocando, en los hechos, en el terreno de la pseudociencia. De hecho, buena parte de la economía moderna no es más que discurso ideológico disfrazado de científico.

Por otra parte, Dussel no establece criterios claros que nos permitan determinar el mayor o menor grado de objetividad, la mayor capacidad explicativa, de las distintas teorías pertenecientes a las ciencias sociales funcionales o críticas. Esto es abrir puertas demasiado grandes al relativismo, puesto que no se sabe con qué criterio debemos evaluar la carga explicativa de una teoría, debiendo optar entre una u otra por razones morales o éticas, más que por la capacidad explicativa que detentan.

Aceptar esta postura supone hacer concesiones excesivas e innecesarias al relativismo, puesto que las teorías críticas y funcionales podrían ser las unas tan válidas como las otras. Si bien es cierto que, sobre todo en ciencias sociales, resulta sumamente difícil probar la veracidad de una teoría (y nunca hay un único paradigma teórico), así como separar el grano científico de la paja (valga la expresión) ideológica, la solución a este problema no radica en hacer de la necesidad virtud, diluyendo las fronteras entre ciencia e ideología. En todo caso, no es lo que hizo Marx, en quien se ampara Dussel. Marx no sostenía que las teorías de Ricardo o Smith eran igual de verdaderas, objetivas o correctas que la suya. Estaba convencido de que su teoría explicaba mejor que la de estos autores el funcionamiento del capitalismo y sus tendencias de desarrollo; y que esta superioridad era estrictamente explicativa (aunque también pudiera ser ética). Por otra parte, entendía que Ricardo y Smith eran propiamente científicos, que anteponían la búsqueda de la verdad a la defensa de sus intereses de clase, cosa que los diferenciaba de los economistas vulgares, a quienes únicamente interesaba hacer la apología del capitalismo (sin importarles la objetividad o veracidad de sus afirmaciones).

Dussel pretende establecer como límite, como franja de demarcación entre la ciencia social crítica y la funcional, el reconocimiento de la explotación, de las causas de la miseria de los obreros (“hecho oculto a la observación de los científicos estándar”). Esto me parece muy simplista. Un sociólogo o historiador que se encargue de explicar minuciosamente los mecanismos de extracción de plusvalía y, al mismo tiempo, considere que la explotación es socialmente necesaria para garantizar el progreso económico o que (al menos por el momento) no puede ser eliminada, ¿es crítico o es funcional?

Marx y el tercer criterio de demarcación

Dussel cita un extenso pasaje de Marx en el que –sostiene– “se encuentra definido expresamente el ‘tercer criterio de demarcación’”.[12]  Lo transcribo íntegramente porque no hallo en dicho pasaje ningún elemento que justifique esta afirmación (más bien todo lo contrario):

Era evidente que puesto que el mismo desarrollo real que daba a la economía burguesa esa expresión implacable, a saber: la contradicción entre la creciente riqueza de la nación, en Inglaterra, y la creciente miseria de los trabajadores, y puesto que, además, estas contradicciones presentaban en la teoría de Ricardo, etcétera, una expresión teóricamente palmaria aunque inconsistente era natural, que los espíritus que se ponían de parte del proletariado captasen la contradicción ya teóricamente puesta en claro por ellos.

El trabajo es la única fuente de valor de cambio y el único creador activo del valor de uso. Eso decís. Pero, por otra parte afirmáis que el capital es todo y el trabajador no es nada, o simplemente costo de producción del capital. Os contradecís vosotros mismos. El capital no es otra cosa que una estafa hecha al obrero. El trabajo lo es todo.[13] 

Como primera medida debo declarar que no veo ningún motivo para sostener que en este párrafo “se encuentra definido el tercer criterio de demarcación”. Lo que hace Marx es mostrar cierta inconsistencia, cierta contradicción en las formulaciones de la teoría política clásica (algo que los científicos practican a diario, criticándose unos a otros), e inclusive reconoce que Ricardo (quien no tenía nada de socialista, pero sí, y mucho, de seriedad científica) había dado una expresión teóricamente palmaria, aunque inconsistente, del problema en cuestión. En consecuencia, no fue necesario ningún “ponerse de parte” para captar la contradicción entre la riqueza de la nación y la pobreza de los obreros. Por otra parte, fundar el supuesto tercer criterio de demarcación en este párrafo es cuando menos temerario, puesto que ciertas afirmaciones del mismo se contradicen con otras consideraciones de Marx, quien va a negar expresamente que el capital sea una estafa y que “el trabajo lo es todo”.

Es indiscutible que frases por el estilo poseen una carga moral (o, como prefiere Dussel, ética) y una capacidad de impacto político considerable. Pero Marx siempre prefirió la precisión y la rigurosidad científicas por sobre el efectismo político. En 1875 (es decir, más de una década después de la redacción del párrafo anterior) Marx sometería a crítica una afirmación del Programa de Gotha del Partido Obrero Alemán, la cual rezaba: “El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. A esto respondía Marx:

El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso [...], ni más ni menos que el trabajo [...]. Los burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatural; pues precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo tiene que ser necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su permiso.[14] 

Igualmente, Marx rechazó explícitamente que el capital sea simplemente una estafa hecha al obrero. Escuchemos las críticas que, al respecto, formulara a las concepciones de Adolph Wagner (en 1879-80):

‘Sustracción al obrero’, dice él [Wagner]; no sabemos si se refiere a la sustracción del pellejo o a qué. Ahora bien, yo no presento la ganancia del capitalista solamente como una sustracción o un “robo” cometidos contra el obrero. Por el contrario, considero al capitalista como un funcionario indispensable de la producción capitalista y demuestro bastante minuciosamente que no se limita a ‘sustraer’ o ‘robar’, sino que lo que hace es extorsionar la producción de plusvalor; es decir, que ayuda a crear ante todo aquello que ha de ‘sustraer’; y demuestro también, por extenso que incluso en el cambio de mercancías se cambian solamente equivalentes y que el capitalista –siempre y cuando que pague el valor real de su fuerza de trabajo– tiene pleno derecho –dentro naturalmente, del derecho que corresponde a este modo de producción– a apropiarse el plus-valor. Pero todo esto no convierte la ‘ganancia del capital’ en ‘elementos constitutivos’ del valor, sino que demuestra simplemente que en el valor, no ‘constituido’ por debajo del capitalista, hay una parte que éste puede apropiarse ‘legalmente’, es decir, sin infringir el derecho que corresponde al cambio de mercancías”.[15]

Dussel realiza una lectura ética de la obra de Marx.[16]  Y esto es, debo reconocerlo, una cuestión importante. La moral y la ética han sido una especie de “agujero negro del marxismo”, dentro del cual –con pocas excepciones– siempre se las subestimó o ignoró abiertamente. Hace ya algunos años E. P. Thompson llamó la atención sobre este descuido, y su fraternal reprimenda no estaba exenta de justificación. Si bien los caminos de Thompson y Dussel son muy distintos –e inclusive mantienen entre sí importantes diferencias respecto a la materia que estamos tratando–, encuentro un significativo –y acaso extraño– paralelismo entre ambos. Tanto Thompson como Dussel arremeten contra el lánguido cientificismo que ha imperado en el marxismo por varias décadas (el primero en el terreno de la historio-grafía; el segundo en el campo de la filosofía); pero lo hacen torciendo en exceso la vara en el sentido inverso. Su rechazo al cientificismo objetivamente se realiza a costa de un deslizamiento hacia un moralismo subje-tivista que tiende a descuidar la necesaria rigurosidad científica en favor de las connotaciones éticas de un pensamiento o una teoría.

Desde luego que existe entre ambos autores una diferencia considerable en este terreno. Mientras que para Thompson resulta evidente que ni Marx ni Engels nos legaron una ética, Enrique Dussel sostiene, a la inversa, que “El Capital es una ética”[17]  Dicho en otras palabras: Thompson halló en la obra de Marx un gran ausente, la ética; Dussel, por el contrario, pretende que es posible realizar una lectura ética de El Capital.

El intento de Dussel por dotar al marxismo de una ética me parece elogiable y casi sin precedentes: a excepción de Su moral y la nuestra, de Trotsky, prácticamente no existen antecedentes de un intento semejante. Como ha indicado Perry Anderson, “es importante señalar que tanto Lukács como Sartre planearon escribir grandes obras de ética, pero siempre abandonaron o pospusieron el proyecto [...]”.18 

Ahora bien, si estoy de acuerdo con Dussel en la necesidad de defender el carácter científico del programa de investigación de Marx, y me parece interesante y correcto desarrollar una ética marxista (o cuando menos compatible con el materialismo histórico); no estoy de acuerdo con él cuando pretende que tal defensa y tal desarrollo se realicen a expensas de confundir lo específi-camente científico-explicativo con aquello específicamente ético-político. La grandeza de Marx radica, en buena medida, en que no fue simplemente un científico (brillante) o un político (revolucionario): fue ambas cosas a la vez. El marxismo no es sólo una teoría científica (así sea crítica): es la conjunción de una concepción general del mundo, una serie de tesis científicas y una práctica política revolucionaria. Y si Marx intentó –casi diría desesperadamente– ligar entre sí estos diferentes aspectos; se cuidó muy bien de no confundirlos ni convertirlos en sustancias homogéneas: la unidad de estas “tres partes integrantes” supone su diversidad.

Es importante que se nos muestren las connotaciones éticas que pueden ser descubiertas en El Capital; pero me parece indiscutible que tales connotaciones son más implícitas que explícitas, y que no estuvieron en el centro de las preocupaciones de Marx. De hecho tanto Engels como Marx criticaron –con buenas razones– el “socialismo ético” de los utopistas de su época. Es cierto que en los escritos de Marx (no tanto en los de su amigo) parece haber una especie de fuerza reprimida que pugna por salir a la superficie: aunque fundó sus convicciones socialistas revolucionarias en el conocimiento y en el “descubrimiento científico” de las tendencias sociales en acción; resulta patente la simpatía que sintió siempre (o casi siempre) por los oprimidos y sus luchas, sin importar cuan “históricamente imposible” resultara el triunfo de los mismos. En este sentido el pensamiento de Marx no es, en sentido estricto, ni utópico ni anti-utópico: simplemente estaba convencido que la revolución proletaria habría de realizar la utopía.

Si en el siglo pasado Marx y, especialmente, Engels lanzaron una andanada de punzantes críticas contra el “socialismo ético”, ello se debió no tanto a que quisieran desterrar del socialismo toda dimensión ética y/o utópica (de hecho ambos mostraron los aspectos positivos de sectas moralistas utópicas como la de los anabaptistas), sino a que debían combatir a las concepciones que procuraban alejar al socialismo (y a la clase obrera) de la política y la lucha de clases. Esto dio al pensamiento de Marx un cierto lustre anti-ético y anti-utópico. En el marxismo posterior este lustre se profundizaría con el rechazo de Lenin y Rosa Luxemburgo (entre otros) del socialismo reformista de Bernstein o Hardie, quienes pretendían complementar al marxismo con la ética kantiana. Resulta conveniente, en consecuencia, volver a plantear la existencia de una dimensión ética (y de una dimensión utópica) dentro del marxismo; pero debemos cuidarnos de no convertirla en un nuevo fetiche, y de colocarla donde no corresponde.

Es evidente que existen científicos (y teorías) que resultan en mayor o menor grado críticos o funcionales. Pero esto no convalida el establecimiento de un tercer criterio de demarcación, de la misma manera que la existencia de científicos que adhieren a perspectivas estructura-listas, en un caso, e individualistas, en el otro, no es razón para que distingamos entre ciencias sociales estructural-objetivistas e individual-subjetivistas.

Si observamos bien, los dos primeros criterios (y los únicos hasta ahora aceptados) se fundamentan en el conocimiento y, más precisamente, en la metodología con la cual lo obtenemos. Aunque hay muchas discusiones al respecto, resulta bastante transparente que son ciertas características metodológicas las que permiten diferenciar al conocimiento científico de la pseudociencia. Simplificando, podemos decir que lo que distingue al conocimiento científico son todas o algunas de las siguientes notas: coherencia interna; correspondencia con algunos conocimientos ya “establecidos”; falseabilidad; susten-tación en evidencias comprobables intersubjetivamente; rigurosidad y precisión conceptual; reducción o erradicación de las formulaciones ambiguas; capacidad explicativa y/o predictiva. Así mismo, el criterio que deslinda entre ciencias naturales y sociales tiene que ver con los objetos respectivos de las mismas (el mundo físico-natural, en un caso, histórico-social, en el otro), pero deteniéndose especialmente en las metodologías parcialmente diversas que impone la diversidad de objetos.

Ahora bien, el tercer criterio de demarcación de Dussel carece de connotaciones metodológicas y no resultan del todo claras sus relaciones con el conocimiento18 . Más bien tiene una base ética; y la ética, si bien no es ajena a la ciencia (como nada es ajeno a nada dentro de un mundo conformado como sistema), en modo alguno constituye el centro de las preocupaciones de la misma. La tarea nodal del conocimiento científico es proporcionar explicaciones (y predicciones) rigurosas.

Para que se entienda bien lo que intentamos decir vamos a poner un ejemplo. Un partido revolucionario es una agrupación libre de sujetos que se proponen tomar el poder y transformar radicalmente el orden social. Este es el objetivo principal de una organización revolucionaria, y la preocupación primera de cada uno de sus miembros. Sin embargo, sería ingenuo creer que las personas sólo se incorporan y permanecen dentro de una organización revolucionaria por la única y exclusiva razón de ver realizados sus sueños políticos: habrá quien busque (consciente o inconscientemente) un espacio de contención afectiva; habrá quien se incorpore por aventureris-mo; habrá quien procure reconocimiento personal; habrá quien disfrute de (y quiera mantener) una cuota de poder; habrá quien se incorpore por oportunismo. Inclusive todas y cada una de estas motivaciones pueden combinarse de maneras diferentes y en disímiles proporciones en cada uno de los sujetos. Pero lo que convierte a una persona en un revolucionario, y lo que distingue a un partido revolucionario auténtico, es que el objetivo central (hacer la revolución) se impone sobre los restantes.

De la misma manera, lo que distingue a un científico auténtico, y a la ciencia en general, es la búsqueda apasionada de la verdad; por más que esta búsqueda se vea acompañada por intereses políticos, contaminada por prejuicios o condicionada por el contexto social.

En el artículo de Dussel es posible apreciar un desplazamiento en un sentido por completo diferente: pretende introducir un criterio valora-tivo (ético) en el núcleo de una actividad (la científica) cuyo objetivo es el conocimiento verdadero. Por momentos inclusive Dussel se aproxima a plantear que la capacidad explicativa de una teoría se encuentra en relación directa con la ética. Por ejemplo cuando escribe:

El que ‘se pone de parte’ de la víctima sufre persecución; es hecho objeto de represión. Sólo el que se ‘compromete’ de esta manera libera su razón para poder innovar la ‘explicación’ científico social de las ‘causas’ del dominado como alienado. Sólo el que ‘sufre-con’ (compasión) la víctima tiene la perspectiva adecuada, es lo suficientemente ‘inteligente’ como para conceptualizar ‘la contradicción ya teóricamente puesta en claro por ellos’ (los científicos sociales funcionales [...]), de la ‘expresión implacable’–cínica– expresada ‘sin conciencia’.19 

Personalmente siento la mayor de las estimas por los intelectuales que se ponen de parte de los oprimidos –intento, de hecho, ser uno de ellos–, pero no considero que esta toma de partido sea en principio favorable o desfavorable para el desarrollo de un pensamiento científicamente riguroso. Ha habido casos en los que el compromiso político fungió como un acicate para desarrollar un pensamiento audaz, para descubrir nuevos problemas, o para presentar mejores soluciones a problemas viejos; pero no han faltado los casos, ciertamente, en los que el partidismo político sirvió para abordar el conocimiento de la realidad con respuestas conocidas de antemano, desconocer despreocupadamente los aportes de autores “burgueses”, o subordinar el conocimiento científico a la defensa e ilustración de las líneas políticas de turno.

En la nota 2, al final del trabajo, Dussel, refiriéndose a la ya vetusta distinción entre “ciencia burguesa” y “ciencia proletaria”, comenta: “así planteada la pregunta es incorrecta en su formulación, pero no en su intención, que es lo que ahora subsu-mimos desde otro horizonte episte-mológico más preciso”.

No puedo más que rechazar con energía esta clase de concepciones, sea en su formulación o en su intención. Ambas suponen que el grado de objetividad, la veracidad de una teoría, depende principalmente del punto de vista ético-político que la sustenta (o que parece sustentarla, puesto que las teorías científicas son en principio independientes de lo ético-político).

Pocas cosas hubo tan intelectualmente nocivas como la creencia en que podía existir una “ciencia proletaria”, no solo distinta sino también superior a la “ciencia burguesa”. La ciencia se ocupa del conocimiento verdadero (en un sentido relativo y no absoluto de lo verdadero); y la verdad no tiene dueño. La única manera de juzgar a una teoría o hipótesis científica es por su coherencia interna, su sustentación en evidencias intersubjetivamente compro-bables, y su capacidad explicativa y/o predictiva. Ningún criterio ético puede colocarse por encima de esto, por lo menos en tanto y en cuanto nos atengamos al conocimiento científico; tarea enormemente compleja que constituye, después de todo, nada más que una pequeña porción de las múltiples manifestaciones de la praxis humana.

Colocar a la ética en el núcleo –es decir, como criterio de demarcación– del conocimiento científico me parece absolutamente injustificado (lo cual no es lo mismo que negar que los científicos deberían preocuparse por la ética). Sin embargo, estoy convencido de que el marxismo debe colocar a la reflexión ética en un lugar mucho más importante del que tradicionalmente ha tenido; y esto es algo, creo, a lo que nos conmina Dussel. Pero debemos tener presente que el marxismo no es sólo una ciencia o sólo una política: es la conjunción (no confusión) de una filosofía, una ciencia y una política. Y la unión de estos tres elementos no invalida, sino que más bien presupone, su respectiva especificidad.


[1] El presente trabajo contó con la colaboración de Zoilo Achával y Marcelo Claros, miembros del Consejo de Colaboradores de Herramienta.

[2] Dussel, Enrique, “El programa científico de Carlos Marx (ciencia social funcional y crítica)”, Herramienta Nº 9, Bs. As., otoño de 1999, pág. 99.

[3] Ídem., pág. 99.

[4] Ídem., pág. 115.

[5] Gómez, Ricardo, Neoliberalismo y seudo-ciencia, Bs. As., Lugar Editorial, 1995, cap. IV.

[6] Klimovsky, Gregorio, “Crítica a las objeciones de Popper al materialismo histórico”, en F. Schauster (comp.), Popper y las ciencias sociales, 2 vols., vol. II, Bs. As., Centro Editor de América Latina.

[7] Claros, Marcelo, en una comunicación perso-nal, ha señalado –a mi juicio con toda razón– que Dussel se empeña en una cruzada contra la concepción epistemológica de Popper, concep-ción que en modo alguno es hegemónica y que, por el contrario, ha sido objeto de fuertes críticas en la actualidad, como por ejemplo las prove-nientes de la epistemología de inspiración lakatosiana, a la cual Marcelo Claros considera mucho más compatible con los postulados marxistas (inclusive señala, correctamente, que el concepto de “programa de investigación”, utilizado por Dussel, es típicamente de Lakatos).

[8] Dussel, Enrique, “El programa...”, pág. 103.

[9] Ídem., pág. 104.

[10] Ídem., pág. 100.

[11] Ídem., pág. 103.

[12] Marx, Karl, Manuscritos de 1861-63, Cuaderno XIV, pág. 1390 (citado por Dussel, Ídem., pág. 103).

[13] Marx, Karl, Crítica del programa de Gotha, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1979, pág. 9-10.

[14] Marx, Karl, Notas marginales al «Tratado de economía política» de Adolph Wagner, PyP, México, 1982, págs. 36 y 37.

[15] Lectura desarrollada a lo largo de una serie de obras como Filosofía de la liberación (1973), La producción teórica de Marx. Un comentario a los Grundrisse (1985), Hacia un Marx desconocido. Un comentario a los manuscritos del 61-63 (1988), El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana (1990).

[16] Dussel, Enrique, El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana, Siglo XXI, México, 1990, pág. 429-449.

[17] Anderson, Perry, Teoría, política e historia, un debate con E. P. Thompson, Siglo XXI, Madrid, 1985, pág. 108.

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