Acerca del libro Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio, de Loic Wacquant, Ediciones Manantial. 204 págs. Buenos Aires 2001.
No es el primer libro que comentamos de Loic Wacquant, sociólogo francés, investigador y docente de varias universidades norteamericanas y europeas, colaborador regular de Le Monde Diplomatique y discípulo de Pierre Bourdieu. En Herramienta Nº 13 comentamos Las cárceles de la miseria, valiosa investigación sobre el irrefrenable proceso de criminalización de la miseria que llevan adelante los gobiernos capitalistas, incluidos aquellos que encabeza la Socialdemocracia, con el fin de mantener a raya a los sectores populares más pauperizados.
En Parias urbanos... , Wacquant se interna en el submundo surgido al interior de las grandes ciudades, habitado por amplios sectores urbanos víctimas del desempleo, de la precarización de las relaciones laborales y del sistemático desmantelamiento del llamado Estado de Bienestar. Es decir, la llamada nueva pobreza o marginalidad urbana que genera este capitalismo de fin de siglo.
El libro está compuesto por cinco ensayos escritos a lo largo de casi una década y que están correctamente articulados. Tratan el confinamiento espacial o territorial al que son sometidos legiones de trabajadores desocupados o subocupados, e incluso muchos que trabajando pertenecen a las capas menos calificadas de la clase obrera. Y por supuesto, junto a ellos, sus familias.
Este trabajo de Wacquant se basa en dos ejemplos urbanos que él considera emblemáticos. Uno, los restos miserables y ultraviolentos de los guetos negros en los Estados Unidos. Su investigación se centró fundamentalmente en el South Side de Chicago, donde el autor realizó un trabajo de campo de varios años, llegando a convertirse en boxeador amateur. El otro ejemplo son las banlieu del llamado “cinturón rojo” cercano a París, donde tradicionalmente se concentraba la clase obrera industrial y eran bastiones del Partido Comunista Francés. Hoy son viejas y deprimentes barriadas, prácticamente desproletarizadas y convertidas en sitios de “mala fama”, inseguros y librados a su suerte.
Desde ya que Wacquant no es el primero en estudiar la nueva miseria urbana, un fenómeno surgido a caballo de la incesante polarización económica desatada al interior de las ciudades. Desarrollado durante las últimas décadas del siglo XX, este proceso dio origen a un paisaje urbano en el que conviven, separadas a veces por pocos metros, la mayor de las opulencias burguesas junto a la miseria más estremecedora. Esto viene siendo investigado por destacados intelectuales, entre ellos Manuel Castells, quienes acuñaron la acertada imagen de las “ciudades duales” para describir estos cambios radicales en la geografía y la ecología urbanas de fin de siglo. Vale aclarar que este fenómeno no es exclusivo de las metrópolis imperialistas, ya que se repite en importantes ciudades como Buenos Aires, capital con zonas de riqueza impúdica linderas con vergonzosas villas miserias.
Villas miserias del Primer Mundo
Es muy interesante el largo ensayo sobre el gueto negro norteamericano. El autor hace allí un recorrido desde la génesis del mismo hasta su decadente realidad, argumentando cómo la miseria y la marginalidad no son inevitable consecuencia de los indicadores macroeconómicos, sino de las políticas conscientes de las elites gobernantes.
Wacquant da mucha importancia al quiebre producido tras el éxodo de las clases medias negras y los trabajadores con empleo permanente, quienes abandonaron el centro ruinoso de las ciudades (des)industrializadas y se refugiaron en suburbios tranquilos y prósperos cerca de las clase media blanca. El gueto quedó así habitado por aquellos que, imposibilitados de irse, intentan sobrevivir (tanto a la miseria como a la violencia endémica de esos barrios) sin ningún tipo de esperanza. Desempleo y subempleo es lo que abunda. Para ganarse la vida hay que aceptar trabajos precarios y flexibles, o caer en la economía informal del propio gueto: palear nieve o cortar el pasto por monedas, vender la sangre o hacerse atropellar por un auto para tratar de cobrar un seguro. Y para quienes se animan queda el más redituable, pero riesgoso, de los trabajos informales: el delito. “Trampear, vender drogas, cualquier cosa”,dice una madre soltera. “Yo misma vendí marihuana, pero no soy un narco, sólo trato de poder vivir. Trato de llevar pan a la mesa, tengo dos hijos.”
Desde luego que en este marco miserable y marginal han sido pulverizadas las relaciones de solidaridad, tanto las de clase como las de raza. La depredación social está a la orden del día y el confinamiento obligado dentro de los límites del gueto exacerban la violencia de negro contra negro. Dice Wacquant: “El hecho más significativo de la vida cotidiana del gueto en nuestros días tal vez sea la extraordinaria preponderancia del peligro físico y la aguda sensación de inseguridad que llena sus calles” (pág. 49). Numerosos testimonios dan cuenta de ello.
Los trabajos siguientes tratan fundamentalmente de la marginalidad urbana en Europa. Están centrados en las barriadas obreras de los suburbios de París, convertidos en áreas de segregación, saturadas de jóvenes, tanto nativos como hijos de inmigrantes, igualados por la falta de presente y de futuro. El autor muestra la realidad cotidiana de estos jóvenes, quienes (al igual que los habitantes del gueto) deben cargar con el estigma social de su lugar de residencia. Wacquant muestra cómo vivir en determinadas zonas es arma de destitución social, y su consecuencia, el aumento de las dificultades para salir adelante e intentar construirse una vida digna. Todo se vuelve más difícil para estas personas: encontrar un trabajo, estudiar y... hasta conseguir novia, ya que es común que los padres adviertan a sus hijas que no salgan con muchachos de esas zonas. Pero la cosa va más allá. También las relaciones se ponen más difíciles con los representantes del Estado. Jueces, policías y burócratas de la asistencia social tienden a condicionar sus conductas y decisiones cuando tienen delante a un habitante de esas urbanizaciones marginales. En el cierre se aborda un aspecto de la problemática de los extranjeros e inmigrantes en Europa, a quienes Wacquant denomina “enemigos convenientes”. Datos y estadísticas demuestran que las cárceles europeas tienen una alarmante proporción de extranjeros tras sus muros.
Lacras mundializadas
Contra lo que muchos podrían suponer, Wacquant no cree que las etapas de expansión económica traigan aparejadas necesariamente mejoras importantes para los habitantes de las zonas de segregación. Los datos estarían indicando que con las crisis su situación empeora, y que en los ciclos ascendentes de la economía, tiende a estancarse .
¿Qué dinámica ve el autor? ¿Hacia dónde marcha este proceso que parece hacer realidad las ciudades del futuro diseñadas por algunos escritores de ciencia-ficción? Como están las cosas, tiene una visión negativa. Los Estados Unidos optaron claramente por criminalizar la miseria. Y queda claro que “en Europa es muy grande la tentación de apoyarse en la policía y las instituciones penitenciarias para restañar los efectos de la inseguridad social generada por la difusión del trabajo precario y la reducción de la cobertura de la seguridad social”. Y agrega: “Es lícito entonces pronosticar que una convergencia ‘descendente’ de Europa en el frente social, que entrañe una mayor desregulación del mercado laboral y prosiga con el desmantelamiento de la red de seguridad colectiva, dará como resultado ineluctable una convergencia ‘ascendente’ en el frente penal y un nuevo estallido de inflación carcelaria en todo el continente”.
Por lo tanto, al igual que en Las cárceles de la miseria, reclama que se tomen claras medidas tendientes a la reconstrucción del llamado Estado de Bienestar, que éste adapte su política y estructura a las condiciones sociales y económicas emergentes. Propone la aplicación de medidas radicales como el salario de ciudadanía que separe la subsistencia del trabajo, asegurando el acceso universal a los bienes públicos esenciales como salud, vivienda, educación y transporte.
El valor de este nuevo aporte de Wacquant es seguir poniendo blanco sobre negro las consecuencias concretas del capitalismo en esta etapa. Sirve para confirmar que la lógica del capitalismo es arrolladora a la hora de mundializar sus lacras. Desmantelar los servicios sociales, precarizar el trabajo, criminalizar la pobreza o confinar territorialmente la marginalidad son fenómenos presentes en la mayoría de los países, sean éstos imperialistas o dependientes.
Cerramos este comentario recordando una cita del sociólogo Pierre Bourdieu: “No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se paga y, por ejemplo, la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en las formas de despidos, pérdida de seguridad, etcétera, es equiparada, más tarde o más temprano, en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana”. Tiene razón y queda claro entonces que, de no mediar una respuesta contundente de los sectores obreros y populares, todo será peor. Está sólo en las manos de las propias víctimas de la violencia “de arriba” poner fin a estos flagelos. La historia del capitalismo viene mostrando que nadie lo hará por ellos. Y aunque Wacquant no lo diga, es lo que queda planteado una vez más, al terminar la lectura de este libro.