23/11/2024
(Aquí la primera parte del artículo)
Construcción de la burocracia stalinista y consolidación del modo de explotación
Aprovechando la “revolución archivística” en la Rusia postsoviética, Jeffrey Rossman reconstituyó la historia de la gran ola de huelgas, protestas y otras formas de resistencia masiva con la que los obreros –y principalmente las obreras– textiles de la Región industrial de Ivanovo reaccionaron en la primavera de 1932 a las desastrosas condiciones de la industrialización increíblemente forzada. En 1917, la concentración de la clase obrera aquí era la más alta de Rusia y un gran bastión del bolchevismo. “Incluso entre los obreros metalúrgicos calificados del ‘Viborg rojo’ de Petrogrado, los bolcheviques no gozaban de una hegemonía tan inquebrantable” (Mandel, 1992: 157). En esta región, el poder había pasado de hecho a manos de los soviets de delegados obreros mucho antes que en Petrogrado.
Pero, en abril de 1932, la región deviene epicentro a escala de la Unión Soviética de la resistencia obrera a la revolución stalinista “desde arriba”. En las fábricas de Ivanovo trabajaban obreros que tenían su propia experiencia y su propia interpretación de la Revolución de Octubre que reivindicaban. El balance era severo. Esperaban que el partido les ofreciera al menos un mejor nivel de vida, menos cargas dentro y fuera del lugar de trabajo, y algún nivel de democracia en la fábrica. No esperaban penuria crónica de pan, creciente retraso de los salarios, brutal aumento de tareas, (des)organización Taylorista de la producción, persecución de quienes avanzaban reivindicaciones legítimas –no era eso lo que ellos esperaban. Tampoco los entusiasmaba la idea de construir nuevas fábricas –en las que podrían trabajar ellos mismos o sus hijos– si debían ser construidas a un costo tal alto (Rossman, 2005: 232-233).
En ninguna otra región industrial, el nivel de afiliación al partido era tan bajo como aquí, y, al mismo tiempo, probablemente en ninguna otra parte los obreros opusieron tan masiva y vigorosamente la reivindicación del poder de los soviets a la dictadura del partido y la policía. Durante la huelga más importante de la región y la más violenta, que se transformó en insurrección en la ciudad de Vichouga, 17.500 obreros lo demostraron inequívocamente, saqueando las sedes del Partido Comunista, de la milicia y de la GPU (policía política), pero sin tocar la sede del soviet, porque a sus ojos este podría servir de sede al nuevo poder, ahora electo democráticamente (ibíd.: 207-230). Además de la drástica reducción de las raciones alimentarias, la “revolución desde arriba” significaba un fuerte aumento de la explotación absoluta de su fuerza de trabajo y un drástico empobrecimiento.
Rossman ha documentado el hecho de que el término “explotación” era entonces corriente en la conversación de los obreros. A pesar de que los aparatos ideológicos difundían e inculcaban con fuerza en sus espíritus la afirmación, atribuida a Marx y Engels, de que la explotación quedaba inevitablemente abolida con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Y que la “revolución desde arriba” destruía justamente lo que quedaba de esa propiedad. En la región, sin embargo, ese “marxismo transgénico”[1] fue rechazado por los obreros. Todo hace creer que los dirigentes obreros locales, que, en general, ya eran activos en 1917, y ahora denunciaban el aumento de la explotación absoluta, comprendían muy bien lo que esto significaba –la explotación agotaba la mano de obra y por tanto era fundamentalmente diferente de la explotación relativa, basada en el aumento de la productividad del trabajo gracias al mejoramiento del equipamiento técnico.
Rossman concluye que la historia de la lucha sostenida por los obreros de la región industrial de Ivanovo en abril 1932 es tan importante -y debió ser erradicada de la memoria humana tan profundamente por el Estado- debido a que “testimonia de hecho que los obreros percibieron la ´revolución desde arriba’ de Stalin como una traición a la Revolución de Octubre” y que “aunque el partido haya pretendido manejar todos los recursos humanos y materiales de la sociedad, no consiguió monopolizar el lenguaje de clase, para no hablar de los procesos de construcción de identidad. Este fiasco debe agregarse a la lista de causas del hundimiento del comunismo”, a la que también “debe agregarse la paradoja de que la legitimidad del comunismo se debía a una ideología que, apropiada (de nuevo) por los trabajadores mismos, dio vuelta las intención y autoridad del partido gobernante” (Rossman, 2005: 236).
Fue entonces, durante la “revolución desde arriba” stalinista y el Primer Plan Quinquenal, que entre la burocracia de Estado en el poder, y la clase obrera, se establecieron fuertes relaciones de explotación, que se consolidaron durante los dos siguientes planes quinquenales. Al mismo tiempo, el régimen stalinista también introdujo otros dos modos de explotación conexos: el modo de explotación del trabajo del campesinado koljosiano y el modo de explotación del trabajo forzado en el sistema de campos dependientes desde 1934 de la Administración general de campos de trabajo correctivo (GOuLAG). Los dramáticos acontecimientos ocurridos en la Región industrial de Ivanovo mostraron a la burocracia la enorme amenaza que para su poder representaba la clase obrera.
“Aunque las cosas no hubieran llegado tan lejos, la acción industrial, las huelgas y manifestaciones callejeras podían neutralizar la voluntad del régimen de consolidar su poder mediante la industrialización forzada. El régimen debía pues vencer a la clase obrera al tiempo que enmascaraba su ataque con la retórica de construcción del socialismo” escribe Donald Filtzser. “En su política intentaba sobre todo quebrar la clase obrera, socavar su cohesión y solidaridad, cortar de una vez por todas sus tradiciones militantes y destruir su capacidad de acción colectiva como fuerza consciente de sí misma" (Filtzer, 1986: 254-255).
En sus investigaciones, Filtzer identificó los medios a través de los cuales el régimen stalinista lo consiguió. Estos “funcionaban simultáneamente y se reforzaban mutuamente: la represión física; ampliar la expansión de las filas obreras con campesinos que no tenían ninguna tradición de vida industrial y por lo tanto ninguna experiencia de huelga y en general de acción colectiva; el retiro de la producción de muchos obreros de edad; el debilitamiento de la cohesión del proletariado ofreciendo a una minoría no insignificante del mismo posibilidades de ascenso en las filas de la burocracia y la elite”. La llamada emulación socialista y el llamado trabajo de choque servían para fragmentar la unidad obrera. “La pobreza y las condiciones de trabajo más duras hicieron que la lucha por la supervivencia individual le ganaran a las protestas colectivas, incluso las de carácter meramente defensivo”. Por un lado “la fuerte diferenciación en el seno de la clase obrera horadó aún más su cohesión interna, separando los trabajadores modelo –stajanovistas, privilegiados- de los obreros de base. De esta manera, el régimen consiguió finalmente quebrar a la clase obrera en cuanto fuerza colectiva. La otra cara de este proceso fue el reclutamiento efectivo en el seno de la clase obrera de muchos miembros del régimen que, una vez en el aparato, ya no se comportaron como obreros sino como los que ejercían el poder sobre los obreros”. La paradoja es que “divisiones de clase cada vez más marcadas se producían al mismo tiempo que la clase explotadora se hacía más ‘proletaria’ por sus orígenes” (ibíd.: 255).
Sin embargo, todo esto no fue suficiente para asfixiar a la clase obrera. Era necesario transformar radicalmente a la burocracia misma. La dominación de la burocracia termidoriana se desarrolló sobre el terreno, especialmente fértil para eso, de las sucesivas derrotas de las revoluciones en el mundo, a las que ella misma contribuyó, en especial la derrota de la Revolución China en 1927. En su libro sobre la evolución de la Internacional Comunista publicado en 1930, Trotsky la denominaba –en el subrtítulo- “el gran organizador de derrotas” (Trotsky, 1979). A escala internacional, sin embargo, nada consolidó más a la burocracia stalinista que la victoria del nazismo en Alemania en 1933, a la que dio una contribución especial. Con la campaña que asociaba a la corriente socialdemócrata del movimiento obrero con el fascismo (“socialfascismo”), saboteó eficazmente el frente único obrero en Alemania, sin el que no era posible una lucha eficaz contra el movimiento nazi. A su vez, impuso a los comunistas alemanes una rivalidad con los nazis en el terreno del nacionalismo, rivalidad que llevó a abismo. El reverso de la terrible derrota del movimiento obrero alemán -hasta entonces el más poderoso del mundo- fue la solidificación del régimen burocrático en la Unión Soviética, así como, a la vez, el desencadenamiento de la revolución obrera en España en julio de 1936, justo después de la ola masiva de ocupaciones de fábrica por los trabajadores en Francia, se tradujo en el desencadenamiento del Gran Terror en la URSS.
El mismo día que, en Moscú, el Politburo aprobó formalmente la decisión de conceder ayuda militar a la República española, adoptó también una resolución sobre la represión a trotskismo, es decir, sobre el exterminio físico de todas y todos estigmatizados en el Kremlin como trotskistas, aunque en su abrumadora mayoría no lo eran. Esta tarea fue encomendada a Nicolai Iejov, designado tres días antes Comisario del pueblo del interior. De hecho, la resolución también concernía a España, pues el Kremlin estaba muy impresionado por el informe de un funcionario del Komintern. En Europa occidental, informaba, los trotskistas petendían haber previsto la rebelión de los generales fascistas contra la República y aseguraban que, frente al ejército de los fascistas, “España no será salvada por una república burguesa, sino por una revolución proletaria”[2].
Lo que era importante en España, a los ojos de Stalin, no era la influencia política de los trotskistas, que sólo eran un puñado, mientras que entre los obreros revolucionarios los socialistas y los anarco-sindicalistas eran ampliamente mayoritarios. Lo que era importante era que, luego del desencadenamiento de la revolución en España, en el Kremlin “se tuvo la impresión de que España era terreno fértil para la exitosa aplicación de las tesis y previsiones trotskistas. Esto no era algo que pudiera observarse con tranquilidad en Moscú”, constata Angel Viñas. Este precisa que “ningún aspecto significativo de la política comunista y soviética de la época”, incluyendo la intervención de la URSS en España, “puede comprenderse sin relacionarlo con las acciones dirigidas contra el trotskismo” (Viñas, 2006: 96, 99)[3] y, de hecho, contra la amenaza real o potencial de la revolución- en la URSS y otras partes.
En mayo de 1937, la policía republicana dirigida por los stalinistas ataca la Central telefónica de Barcelona, que estaba controlada por anarco-sindicalistas. Esto provocó una huelga general en la ciudad y combates armados entre las fuerzas gubernamentales y las milicias obreras. Estas acciones fueron llevadas adelante por militantes anarquistas radicales opuestos al ministerialismo practicado por la dirección de su propio movimiento (Evans, 2018: 89-148; Informes de I. Stiepanov (Moreno) [S. Minev] del 4-7 y 11 mayo 1937, en Pojarskaya, 2001: 263-265, 276-279). El emisario de Stalin, Stoyan Minev, informó primero que era “un putch anarquista” señalando además que las milicias de Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) se habían unido al levantamiento, como fuerza secundaria o suplementaria. Calificó al POUM como trotskista, cuando Trotsky mismo no consideraba al POUM un partido revolucionario y lo criticaba severamente.
Algunos días más tarde, seguramente por orden de Moscú, Minev corrigió sustancialmente el informe –afirmando ahora que se trataba de un putsch principalmente trotskista, y no anarquista. Escribió: “Los inspiradores, los que lo prepararon, los organizadores y los dirigentes del putch han sido los trotskistas (poumistas), la juventud anarquista libertaria (en la cual se encuentras numerosos elementos trotskistas y la fracción extremista de la FAI (Federación Anarquista Ibérica, actuando con la ayuda de ciertos grupos y dirigentes de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Esta vez Minev calificó al POUM como “destacamento organizado de la quinta columna de Franco”, y elogiaba a los dirigentes de la CNT, incluyendo los ministros anarco-sindicalistas, que “hicieron grandes esfuerzos para impedir la participación de masas obreras en el putsch” (Informes de I. Stiepanov (Moreno) [S. Minev] del 4-7 y 11 mayo 1937, en Pojarskaya, 2001: 263-265, 276-279). En Moscú, después de la recepción de la nueva versión del informe de Minev, incluso en los documentos secretos, era obligatorio describir esos acontecimientos como “una tentativa de putsch contra-revolucionario, emprendida por trotskistas y elementos extremistas de los anarquistas”.[4]
En el Kremlin se necesitaba la versión revisada de Minev sobre los acontecimietos de Barcelona para acusar al mariscal Mikhail Toukhatchevski y gran parte de los cuadros del Ejército rojo de partícipes en la URSS de una “conspiración militar-fascista trotskista antisoviética”. Toukhatchevski fue arrestado 10 días después que el segundo informe corregido de Minev sobre el “putsch en Cataluña” llegara al Kremlin. Stalin, esforzándose en que el “putsch” fuera asociado a una “conspiración” en el seno del ejército soviético, anunció : los conspiradores “querían hacer de la URSS una segunda España”[5]. El “putsch” y la “conspiración” eran imputaciones ligadas por el hecho de que una de las organizaciones que conformaron el POUM anteriormente había pertenecido, solamente por un tiempo, a la Oposición de izquierda internacional dirigida por Trotsky, y que los dirigentes militares soviéticos “conspiradores” habían pertenecido a la dirección del Ejército rojo en la época en que Trotsky lo encabezaba.
El régimen stalinista naciente estaba entonces enfrentado a dos tareas interdependientes. La primera consistía en aplastar la revolución en España, aún al precio de condenar la República a la derrota y abriendo la vía de la victoria a las tropas fascistas. La derrota del levantamiento en Cataluña y la proscripción del POUM permitieron que en Aragón las tropas republicanas comandadas por el stalinista Enrique Lister pudieran utilizar abiertamente el terror contrarrevolucionario para derrocar al poder revolucionario ejercido de hecho en esta región por los anarco-sindicalistas, y liquidar las explotaciones colectivas creadas por iniciativa suya (Kelsey, 1991: 148-180; Alexander, 2007, 802-830). Esto fue realizado “por la fuerza militar de los comunistas, socialistas de derecha y aotros elementos antirrevolucionarios. La caída del Consejo de Aragón fue un gran paso en la vía de la derrota de la revolución española” (Alexander, 2007: 829-830). La represión de la policía secreta republicana, que estaba dirigida por oficiales soviéticos, hizo el resto. Las autoridades soviéticas comenzaron rápidamente a retirase de su compromiso en España. El personal llamado desde allá fue reprimido de manera preventiva al regresar al país, bajo la sospecha de haber sido infectados por la revolución. Únicamente los emisarios de Stalin, como el mencionado Minev, no fueron reprimidos, porque Stalin estaba seguro que ellos no habían sido afectados por la “peste” revolucionaria.
La segunda tareas consistía en desencadenar “el Gran Terrror”. Se trataba de aplastar, con asesinatos masivos y otras represiones, todas las fuerzas sociales reales o potenciales, y sobre todo la clase obrera, que se había agrandado con la industrialización y todas las tendencias colectivas o incluso individuales contestatarias. Pero éste terror tenia también un objetivo muy particular: asesinar, enviar a campos de trabajo forzado y, en general quebrar de diversas maneras la misma burocracia termidoriana. El primer paso en esta dirección fue la liquidación de los cuadros del ejército. Ciertamente, en razón de su carácter termidoriano, la burocracia soviética tenía raíces revolucionarias, pero estaban después de todo resecas desde hace mucho. A los ojos de Stalin y de la dirección stalinista, sin embargo, existía el peligro de que la vida surgiera nuevamente en esas raíces, a partir de chispas de la revolución española o bajo la influencia de otros factores, en diversos puntos y niveles del aparato burocrático. Aquella burocracia no garantizaba el mantenimiento a largo plazo los métodos de explotación introducidos en el curso de la “revolución desde arriba”, que algunos de sus segmentos no se separaran de la dictadura staliniana, aún si no se pronunciaran en su contra. Algunos años antes, Rakovsky había calificado a la Unión Soviética de “Estado burocrático con supervivencias proletarias comunistas”. Ahora, esas supervivencias debían ser implacablemente erradicadas.
Trotsky escribió a propósito de Stalin que en la primera mitad de los años 1920, “antes de que él mismo hubiera entrevisto su camino, la burocracia lo había escogido” (Trotsky, 1963: 503) como dirigente. Ahora era él quien creaba su propia burocracia. A fin de consolidar y salvaguardar el sistema formado en el curso de la “revolución desde arriba”, era necesario reemplazar gran parte de la burocracia termidoriana por una nueva burocracia, ya puramente stalinista, en la que predominaran los nuevos elementos. Su principal ventaja: no cargaría con el hándicap fatal de la burocracia existente –no tendría ya raíces revolucionarias ni sería portadora de “supervivencias proletarias comunistas”. En lugar de eso, estaría enraizada en la “revolución desde arriba” contra-revolucionaria, en los aparatos que colectivizaron la tierra, industrializado la economía y al mismo tiempo asegurado a los nuevos elementos su ascenso social. Es justamente “gracias a ellos que comenzó a reinar la atmósfera de juventud y de progreso, el triunfo de la oven generación stalinista, que se producía en el momento mismo en que las fuerzas de las tinieblas representadas por los viejos bolcheviques se dispersaban” (Conquest, 2008: 93).
Hoy hay serias pruebas de que el “Gran Terror” se preparaba desde hacía varios años. Balaz Szalontay ha establecido que Stalin experimentó anticipadamente en Mongolia, la primer “república popular”, en 1933-1934, al menos las tácticas y las técnicas sino toda la estrategia del “Gran Terror” contra la capa burocrática existente. Es justamente contra la elite del poder mongol que los agentes de la policía secreta soviética aplicaron por primera vez “los métodos característicos del GranTerror soviético (purga y ejecución de altos cuadros del partido, procesos montados, utilización sistemática de la tortura para obtener falsas confesiones y acusaciones de espionaje)”. “Es completamente improbable que hayan inventado métodos tan sofisticados únicamente para utilizarlos con los mongoles sin la intención de utilizarlos en la propia casa” (Szalontai, 2003: 124).[6]
La construcción desde arriba de una nueva burocracia, ésta vez sí puramente stalinista, fue la coronación de la contrarrevolución. La relación de explotación entre la burocracia en el poder y la clase obrera no podía entonces ser consolidada sino como relación de producción. Filtzer escribe: “Los contornos de la estructura de clase emergente frecuentemente fueron frecuentemente mezclados durante este período por una enorme fluidez y movilidad social. Muchos miembros del antiguo aparato perdieron su puesto e incluso su vida, en tanto que al mismo tiempo decenas y finalmente centenares de miles de antiguos obreros –algunos de los cuales recientemente reclutados, originarios del diezmado campesinado- han integrado la elite como funcionarios del partido y burócratas de Estado o como administradores de fábrica. Es importante advertir que bajo la apariencia del caos y la fluidez social, del hundimiento de las estructuras tradicionales y la formación de nuevas sub-estructuras en el seno de la clase obrera, una peculiar relación de clase se formó entre la nueva fuerza de trabajo que creaba el sobre producto social y la nueva elite que lo expropiaba. Independientemente de la cantidad de miembros de la burocracia que murieron durante la campaña contra los “parásitos económicos” en los primeros años de la industrialización o durante las Purgas y el Terror de 1936-1938, y sea cual fuere el número de obreros que integraron la elite, esta relación de clase evolucionó en el curso de los años 1930 hasta que se solidificó en una forma reproducible, aunque históricamente inestable” (Filtzer, 1998: 165).
Con el establecimiento de la dominación de la nueva burocracia stalinista, la nueva clase obrera, fundida en la caldera de las relaciones de explotación, dejó también de ser una fuerza colectiva, vale decir capaz de auto actividad y autoorganización de masas, durante cerca de 60 años. La burocracia dirigente de la URSS logró cumplir algo que los poderes del mundo no consiguen sino muy raramente realizar. Despojó a los obreros de la potencia innata y potencial, pero también muy real, que, a partir de la segunda mitad de los años 1830, primero en Inglaterra, luego con la expansión del capitalismo a escala internacional, ejerció una influencia cada vez mayor en el curso de la historia. En el momento mismo en que el régimen stalinista conseguía sujetar a la clase obrera, que crecía para devenir una muy grande y numerosa fuerza en el vasto territorio del Estado soviético, en Alemania el régimen nazi aplastaba el movimiento obrero con su terror.
El movimiento sindical norteamericano, por su parte, experimentó después de 1934 la mayor expansión de su historia, y nacía el movimiento sindical moderno, de industria. Gracias a las grandes huegas, ese movimiento incluso rompió los muros de los más poderosos bastiones del capital, se instaló e impuso los acuerdos colectivos de trabajo (Bernstein, 1971; Lichtenstein, 1995: 74-247). A continuación, aprovechando la situación de pleno empleo en condiciones de economía de guerra y animado por las lucha huelguísticas persistentes y victoriosas del sindicato de los mineros, los obreros rompieron masivamente las promesas sindicales de no hacer huelgas durante la guerra. Las ganancias explotaron, los precios aumentaron y los salarios debían quedar congelados, pero la fiebre huelguística los descongeló eficazmente (Dubofsky y Van Tine, 1977: 203-440; Glaberman, 1980). En los talleres de muchas grandes fábricas, el control de los trabajadores sobre el proceso de trabajo se desarrolló al punto de crear situaciones de doble poder (Lichtenstein, 1983: 284-311). Todavía en los primeros años de posguerra, C. Wright Mills –muy impresionado por el impulso del control obrero en las empresas y la potencia social del movimiento sindical –parecía pensar que sus dirigentes tendrían la posibilidad de tomar pronto el poder en el Estado. Así lo expresó en su primera obra sociológica (Mills, 1948; cf. tmb. Lichtenstein, 2001: 121-130).
En la Unión Soviética, en los años de posguerra, la clase obrera fue puesta bajo tutela por el régimen stalinista y sus draconianas leyes laborales, mucho más que nunca, previamente o después: “una de las diferencias más importantes entre el proceso de acumulación de los años 1930 y el de posguerra fue la erosión de la distinción entre trabajo forzado y trabajo libre” (Filtzer, 2004: 8).
En el seno de movimiento obrero internacional, existió pues una divergencia, de gran alcance en sus efectos históricos, entre sus tres grandes centros cruciales. Cuando el movimiento obrero irrumpió en América del Norte, fue erradicado en Alemania y en Rusia. La suerte de ninguna lucha social en la historia dependió tanto de sus interacciones y de su convergencia internacional como la suerte de las luchas obreras.
Asimilación estructural stalinista de las periferias del este europeo
Antes de que los partidos comunistas asumieran el poder del Estado en Europa del Este, que, en razón de la división del mundo entre las potentes victoriosas, se encontraba en la “esfera de intereses” soviética, ellos sufrieron la primera de una serie de mutaciones políticas sucesivas, que consistió en la ruptura de su propia continuidad política. Esto era necesario para la transformación de esos partidos obreros en partidos de la burocracia en el poder. En el caso extremo de Polonia, la ruptura se produjo muy tempranamente y de manera radical, e incluso antes de la guerra. Hacia el fin de los años 1930, la dirección de la Internacional Comunista disolvió por orden de Stalin el Partido Comunista Polaco (KPP), y sus muchos cuadros exiliados en la URSS fueron casi completamente exterminados. El nuevo Partido Obrero Polaco (PPR), creado al comienzo del año 1942, tenía una discontinuidad profunda con el antiguo KPP. No ocurría lo mismo con los partidos comunistas de los otros países pertenecientes a la “esfera de intereses” soviética[7]. Los procesos de ruptura de la continuidad fueron escalonados, progresivos y, aunque no era difícil desmontarlos analíticamente, enmascarados con mucho éxito.
En el período de entre-guerras, la stalinisación desigual e incompleta del movimiento comunista más allá de la URSS, combinada con la subordinación creciente a los aparatos del Estado soviético, todavía no había erradicado completamente su internacionalismo. Justo antes de desencadenamiento de la guerra germano-soviética, Stalin dio la orden de un nuevo curso al movimiento. Georgi Dimitrov, Secretario general del Komintern, anotó entonces en su diario el siguiente mensaje de su patrón soviético, transmitido a él y sus colaboradores por Andrei Jdanov: “Se deberá desarrollar la idea de una combinación de un nacionalismo sano y bien entendido con el internacionalismo proletario. En los diferentes países, el internacionalismo proletario debe enraizarse en ese tipo de nacionalismo. (El camarada Stalin ha explicado que no puede haber una contradicción entre el nacionalismo bien entendido y el internacionalismo proletario. Un cosmopolitismo sin raíces que niega el sentimiento nacional y el concepto de patria no tiene nada en común con el internacionalismo proletario. Semejante cosmopolitismo abre camino a reclutamiento de espías, de agentes enemigos)” (Banac, 2003: 163).
Durante la guerra, todos los partidos comunistas que operaban en la futura “esfera de intereses” soviética fueron pues obligados a sufrir una mutación que consistió en “enraizar definitivamente el internacionalismo” –que significaba desde entonces subordinación absoluta a los intereses estatales de la URSS- en un “nacionaliso sano y bien entendido”. El stalinismo, al inculcar en estos partidos un nacionalismo contrario a su naturaleza, los sometió a una “modificación genética”. Después de la guerra, el derrocamiento del capitalismo en los países de Europa central y oriental fue resultado de la necesidad de un ajuste y de una asimilación estructural de los sistemas políticos y socio-económicos de esos países al sistema soviético. Así, el derrocamiento del capitalismo no se produjo por vía de revoluciones –Moscú las había excluido inexorablemente.
Los partidos comunistas no fueron llevados al poder por movimientos de masas. Esos partidos notrataron de hacerlo ni siquiera allí donde el sentimiento popular anticapitalista estaba muy extendido. Si los consejos de fábrica establecían el control obrero en las empresas y aspiraban a dirigirlas, los comunistas stalinistas le ponían fin rápidamente. Por el contrario, buscaron penetrar en los aparatos de Estado, comenzando si era posible por el aparato de seguridad (policía política secreta). Tomaron el poder bajo cobertura o a la sombra del ejército, los servicios especiales y otros aparatos del Estado soviético. En algunos países esto se hizo rápidamente, en otros llevó varios años, lo que dependía de muchos factores: las relaciones de fuerza internas y las combinaciones políticas posibles, las consideraciones internacionales en la política soviética, la importancia estratégica primaria, secundaria o terciaria de un determinado país para el Kremlin, etc. Las nuevas autoridades decretaron la expropiación del capital y las clases poseedoras en general mediante la nacionalización generalizada de la economía y la reforma agraria (Fowkes, 1995: 6-71; Rothschild y Wingfield, 2000: 75-146). Los partidos comunistas “genéticamente modificados” legitimaron con el nacionalismo su monopolio del poder progresivamente establecido. Nacionalismo que se materializó en limpiezas étnicas, en la opresión de minorías nacionales y su asimilación forzada, así como en la reproducción de los modelos políticos, ideológicos y culturales del Estado uninacional elaborados durante la entre-guerra por los regímenes y movimientos radicales de derecha. Antes de la “modificación genética” esos partidos no tenían modelos nacionales propios y entonces se los tomaron a quienes lo tenían[8].
El carácter satélite de estos partidos se debía también al hecho de que eran minoritarios no solamente en las sociedades sino incluso en los movimientos obreros de sus países. Sin embargo, una vez que se integraron en los aparatos de Estado, y sobre todo cuando tomaron el poder, pudieron aumentar de un modo fenomenal la cantidad de adherentes y devenir instantáneamente partidos de masa. En los lugares de trabajo, “se forzaba a los asalariados a ingresar al partido contando para ello con la participación generalizada de los departamentos de personal y otras presiones administrativas” (Chumiński, 2015: 155). Según los datos de la historiografía de la época de la Polonia popular, hasta julio 1944, es decir aún bajo ocupación alemana, la cantidad de miembros del PPR ascendía a 20.000. En enero 1945, las filas de éste partido no contaban oficialmente con más de 30.000 personas, pero en febrero el PPR contaba ya con 176.000, y en abril 302.000. Éste crecimiento real o sólo en el papel provocó en la dirección del partido o ansiedad, o un reflejo de buen sentido, de modo que luego de una “verificación” la cantidad de miembros fue reducido a 189.000 desde julio. Hasta mediados de 1948, según los datos del partido, las filas del PPR aumentaron nuevamente en relación a julio 1944, hasta 50 veces; de todas maneras la gran mayoría de miembros formales no cotizaba (Kołomejczyk y Malinowski, 1986: 51, 225, 262; Szumiło, 2014: 165, 183-184; Kenney, 1997: 219).
Las investigaciones de Jedrzej Chuminski muestran que los obreros miembros del PPR –a diferencia de los obreros del Partido Socialista- constituían en las fábricas el sector de asalariados menos educado y con menos formación profesional (Chumiński, 2015: 163-168). Su adhesión al PPR “era el resultado de una intensificación significativa de actitudes conformistas-oportunistas y presentaban un alto grado de autoritarismo”, y entonces también resultado de una tendencia a la sumisión a “un Estado no democrático en el que todas las esferas de la vida social estaban subrdinadas a la burocracia centralizada del partido”. La falta de cultura política en la masa de los miembros del partido era una de las principales razones de “la influencia relativamente débil del partido en los medios obreros” (ibíd.: 180, 163, 182). Esto fue visible durante las grandes huelgas de los trabajadores textiles de Lodz en 1947 y de Zirardów en 1951. En los dos casos, “si una obrera tenía experiencia (de pre-guerra) de métodos de resistencia y conociendo la tradición huelguística paraba su máquina, el resto la seguía” (Kenney. 1997: 128; Fidelis, 2010: 110), independientemente de su pertenencia partidaria.
En las otras sociedades del bloque emergente, los partidos de masa stalinistas se formaron de manera igualmente milagrosa. Parece que, en proporción a la población del país, el Partido comunista checoeslovaco pasó ha ser en los años de posguerra el partido comunista más grande del mundo. Legal, masivo y parlamentario antes de la guerra, ahora debía su respaldo popular principalmente a dos factores. Por una parte, se trataba de la radicalización anticapitalista del proletariado de las grandes industrias (que no fue alterado por el hecho de que el PCT frenara vigorosamente el movimiento autogestionario de los consejos de fábrica). Por otra parte, se trataba del rol jugado por este partido después de la guerra en la campaña chauvinista de limpieza étnica generalizada contra las minorías alemana y húngara. Las dos minorías fueron expulsadas con la participación dominante de los comunistas (Heinmann, 150: 150-176).
Como en otros países de Europa del Este, en Checoeslovaquia la limpieza étnica ha sido, además de la asimilación estructural, una de las bases de la construcción de un Estado satélite en éste caso no uni- sino bi-nacional. Los comunistas checoeslovacos estaban ya sólidamente instalados en los principales aparatos de Estado, en particular el aparato de seguridad pública, cuando la coalición gubernamental nacionalista a la que pertenecían se hundió en febrero 1948. En estas circunstancias, organizaron un golpe de Estado apoyado por una huelga general muy simbólica –de una hora solamente- y tomaron todo el poder. Ellos mismos jamás calificaron ese golpe como revolución. Jon Bloomfield, retomando el concepto desarrollado por Antonio Gramsci –o al menos el término que él forjó- ha calificado al golpe de Estado en Checoeslovaquia de “revolución pasiva”, señalando que su impulso “vino desde arriba y del extranjero, lo que tuvo enormes implicaciones" (Bloomfield, 1979: 11). Si se trató de una “revolución pasiva”, se ve inmediatamente cual era la principal diferencia entre ella y una “revolución activa” como la yugoeslava: el hecho de que, al contrario que ésta, era estructuralmente asimilable por el régimen stalinista.
En la Europa ocupada por Alemania, los comunistas yugoeslavos eran los únicos que no adoptaron la línea de “resistencia antifascista” impuesta por Moscú, y que condujeron una guerra revolucionaria, y el poderoso Ejército Popular de Liberación que formaron liberó al país con sus propias fuerzas. Ellos rechazaron el reparto de influencias en Yugoeslavia concertado por Winston Churchill y Stalin –se trataba de un reparto “mitad y mitad”.[9] Después de la ruptura con Stalin en 1948, Josip Broz Tito declaró que después del pacto Molotov-Ribbentrop, y sobre todo después de la conferencia de los “tres grandes” en Teherán, la Unión Soviético participaba en “un acuerdo sobre la división en esferas de intereses – un acuerdo imperialista” y “seguía conscientemente la vieja vía zarista del expansionismo imperialista” (Broz Tito, 1980: 158, 161; cf. tmb. Kowalewski, 2013: 30-32).
Los comunistas yugoeslavos comprendían bien porqué el Kremlin les hacía una guerra ideológica increíblemente agresiva, destinada a aplastar su revolución. “Es muy sabido que la Segunda Guerra Mundial ha creado condiciones extremadamente favorables para que todo partido comunista pudiese organizar una lucha revolucionaria”, ha escrito Svetozar Vulmanovik-Tempo, uno de los principales dirigentes comunistas yugoeslavos, para explicar por qué Stalin condujo a la derrota a la revolución en Grecia. Esas condiciones, constataba, se perdieron porque “para llevar adelante su política hegemónica, la dirección soviética era decididamente hostil a los movimientos y luchas revolucionarias en cualquier país sobre el cual no tuviera asegurado el control (ya sea en razón de la distancia geográfica, o de la “falta de confiabilidad” de la dirección local o, en definitiva por cualquier otra razón) o que debía ser objeto de una negociación con los imperialismos (conducidas sobre la base de la división en esferas de interés). Debido a esto, una vez que las hostilidades de la Segunda Mundial terminaron, ella ordenó a los comunistas franceses e italianos desarmar al pueblo, disolver todos los comités populares que se habían formado durante la guerra como órganos potenciales e incluso parcialmente reales de un régimen revolucionario, participar en coaliciones burguesas (lo que significaba en realidad liquidar todas las conquistas revolucionarias y renunciar a continuar la lucha), etc.”. Vukmanovic-Tempo ha explicado que los dirigentes del Kremlin “sólo estaban interesados en el desarrollo del movimiento en los países que estaban en la “esfera de interés” de la URSS y sobre los cuales estaban seguros de poder extender el control del gobierno soviético. En cuanto a los movimientos revolucionarios en otros países, en la práctica, el gobierno soviético ha buscado impedir su victoria” (Vukmanović, 1950: 2-3).
Vsevolod Holubnytchi, por entonces militante de la izquierda radical en la diáspora ucraniana, escribió sobre esto en 1953: “Stalin tiene miedo de una revolución” que pudiera estallar en cualquier parte de Europa o el mundo, “porque una verdadera revolución, no controlada por el ejército ruso y el MGB [ministerio de la Seguridad del Estado], tiene 99 % de posibilidad de seguir un camino distinto al de Stalin y el Estado revolucionario que saldría será independiente de la URSS. En otros términos, Stalin tiene temor del “titismo”, sobre todo tal cual era en 1948” (Holubnychy, 1953: 5). Tenía miedo entonces exactamente de la misma cosa que temía durante la guerra civil española y que llamaba entonces trotskismo.
Los países de Europa del Este que eran parte del bloque soviético fueron denominados “democracia populares” por el Kremlin. Este término engañoso, que no se basa en concepto alguno,[10] ha sido inventado sobre el suelo teóricamente amoblado por el “marxismo trangénico” soviético, sólo para indicar que los Estados periféricos del bloque del Este se encontraban a a un nivel de desarrollo sistémico no especificado, pero inferior al del centro soviético. Éste se presentaba como socialista, justificando así su superioridad y su supremacía.
La pre-condición de la asimilación estructural de las “democracias populares” era la formación de la capa burocrática dirigente de tipo stalinista y la instalación del modo de explotación de la clase obrera inherente a su dominación. En la URSS, el proceso de formación de la burocracia stalinista llevó más de 10 años y tuvo un curso catastrófico: apenas se consolidó después del Gran Terror. Aquí, el proceso debía desarrollarse más rápidamente, en un período de pocos años y de una manera diferente, sobre todo con menos conmociones. El punto de partida era, en el mejor de los casos, la burocracia aún mal separada del movimiento obrero (“unificado” en los primeros años de posguerra) así como los sectores ganados en la intelligentsia y la pequeña burguesía.
La rápida construcción de una nueva capa burocrática sobre esta base no era posible sin transplantar a las “democracias populares” los modelos stalinistas de aparatos, prácticas y doctrinas de dominación elaborados en la URSS. Fueron instalados y puestos en marcha bajo supervisión de la burocracia soviética, y en el terreno mismo, bajo supervisión de las ramas periféricas de esos aparatos –y, hecho significativo, no realmente de aparatos ideológicos de Estado, sino ante todo de aparatos represivos.[11] Esto se produjo necesariamente en el curso de dramáticas –pero no catastróficas- crisis políticas y luchas fraccionales, de intervenciones y represiones amplias por parte de los órganos de seguridad pública y los servicios secretos militares –que, aunque situados por debajo de las direcciones de los partidos, estaban al mismo tiempo bajo fuerte control soviético, cuyo rol en este proceso era enorme –e incluso de tribunales políticos dignos de los de la Sainte-Vehme[12], con procesos políticos espectaculares y ejecuciones.
No solamente trataron de poner bajo tutela a los obreros siguiendo el modelo stalinista, privándolos del derecho a la auto organización, a la huelga y a toda forma de auto actividad, y quebrando la resistencia a la explotación con una legislación del trabajo represiva y la fuerte presión de una "masa de maniobras" conformada por diversas categorías de trabajo no libre[13]. Aprovechando el hecho de que la industrialización suministraba gran cantidad de elementos obreros frescos, desprovistos de raíces de clase, también se utilizó la muy eficaz de experiencia soviética de reclutamiento masivo en las filas de la burocracia. Como en la URSS, esto fue crucial para la introducción de un modo de explotación de los obreros de tipo stalinista.
En ninguna parte fue posible obtener copias fieles de la burocracia y del modo de explotación soviético originales, modelados en condiciones históricas diferentes. La muerte de Stalin, "el affaire Beria" y la "desestalinización" kruschoviana hundieron a la burocracia del conjunto del bloque en una profunda crisis política. Esta crisis desencadenó en segmentos de la burocracia periférica tendencias rebeldes. Una de ellas adoptó la forma tímidamente "revisionista" que en contacto con movimientos sociales generó el reclamo de "socialismo con rostro humano". La otra, paradójicamente, en el terreno creado por el stalinismo adoptó formas radicalmente nacionalistas -fue el caso de Rumanía (y también, en la periferia extremo-oriental, de Corea del Norte).
Pero la muerte de Stalin y la rehabilitación de sus víctimas más recientes -los médicos del Kremlin- bastaron para que las protestas obreras sacudieran las relaciones de explotación. El 1 junio de 1953, explotaron protestas obreras en la gran ciudad industrial de Pilsen, Checoslovaquia. También estallaron huelgas en otros centros industriales del país, al menos en 129 empresas en las que participaron aproximadamente 32.000 trabajadores (Smula, 2006; McDermott, 2010). El 16 de junio, una protesta de obreros de la construcción en la Stalinallee de Berlin desencadenó un movimiento huelguístico en más de mil empresas (en el que participó medio millón de trabajadores) y manifestaciones y reuniones en más de 700 ciudades y pueblos de Alemania del Este. Por la primera vez en la periferia del bloque, se utilizó entonces al ejército contra los trabajadores -en este caso, fueron las fuerzas de ocupación soviética (Sarel, 1958: 54-170; Dale, 2005: 9-56).
Tres años más tarde, el levantamiento obrero de Poznam -también pacificado con el ejército, en este caso nacional - y los acontecimientos del octubre polaco sacudieran de tal modo a la periferia de Europa del este, que la revolución húngara debió ser reprimida por el ejército soviético para evitar el hundimiento del bloque. "Parece que en una furiosa inversión de la historia, las semillas germinan en consejos de estudiantes, de obreros y de soldados -como soviets ‘antisoviéticos’" escribía E. P. Thompson (2014: 37) en octubre de 1956, siendo aún miembro del Partido Comunista, impresionado por lo que ocurría en Budapest. Hoy se sabe que el rol de los destacamentos insurreccionales obreros, los consejos obreros, de sus coordinadoras a nivel de distritos y regiones y las huelgas de masas, fueron enormes en esta revolución (Lomac, 1990; Sharman, 2003: 72-92).
En la Unión Soviética, "las huelgas, e incluso las formas más suaves de acción de los trabajadores, eran extremadamente peligrosas: se las reprimia violentamente y los organizadores corrían serie peligro de ir a parar a un campo de trabajo e incluso ser ejecutados -no solamente con Stalin, sino también con [Nikita] Kruschev y [Leonid] Breznev" (Filtzer, 2004: 202). Desde que la burocracia estalinista consolidó su dominación hasta mediados de 1989, la huelga de masas más grande, en combinación con manifestaciones callejeras, estalló en junio de 1962 en la fábrica de locomotoras de Novotchekasask, incendiando la ciudad obrera. Los trabajadores se manifestaron en las calles llevando banderas rojas y retratos de Lenin. La manifestación fue reprimida por tropas de los Ministerios del interior, de seguridad del Estado y de defensa. Todo se desarrolló bajo la supervisión de 2 miembros del Politburó enviados al teatro de los acontecimientos. Siete participantes fueron condenados a muerte y ejecutados (Baron, 2001; Kozlov, 2015: 224-287). Esto se produjo durante el reinado de Kruschev -el más liberal antes de la perestroika.
Después de un largo período de achatamiento, los obreros soviéticos comenzaron a recuperar su fuerza colectiva recién en julio de 1989, cuando una avalancha repentina de huelgas estalló en las grandes cuencas carboníferas del Kouzbass, Donbass, Vorkuta, Ekibaustoz y Karaganda (Marples, 1991: 175-217; Filtzer, 1994: 94-108; Clarke et. al., 1995: 18-82). Como los movimientos independentistas de las naciones oprimidas, los primeros en utilizar el arma de la huelga de masas durante la perestroika, el resurgente movimiento obrero conmovió de tal modo al Estado soviético que, sin guerra civil, ni intervención militar extranjera, se desmoronó como un castillo de naipes. En otro momento había resistido la prueba histórica de la Segunda Guerra mundial. Pocas décadas después, de un día para el otro, se desmoronó bajo el peso de sus contradicciones internas, evidenciando toda la fragilidad de su naturaleza.
En su libro Marxism and History, S. H. Rigby escribe que en La revolución traicionada Trotsky presenta "un intento clásico de caracterización de la Unión Soviética a partir de posiciones marxistas". Trotsky, explica Rigby, "consideraba la apropiación del poder por la burocracia como una forma más transitoria que duradera de organización social. O la Unión Soviética progresaba hacia el "verdadero" socialismo, o hacia el capitalismo y la propiedad privada de los medios de producción". Pero Rigby tenía sus dudas: "Por el momento parece que ni la toma del poder revolucionario por el proletariado ni la restauración del capitalismo sean opciones muy probables en la Unión Soviética. Por el contrario, aún los disidentes piensan que la sociedad soviética goza de una deprimente estabilidad. La Unión Soviética no es pues una sociedad transitoria sino una nueva forma de sociedad". Rigby tenía razón en que aquello no era socialismo. Concluyó entonces que estaría "mejor conceptualizada como nueva forma de sociedad de clase" (Rigby, 1987: 242, 243-244).
Rigby escribá eso en 1987, cuatro años antes de la caída de la URSS. Aunque en sus trabajos de hisoriador suele ser infalible cuando se trata de distinguir fenómenos y procesos de larga o corta duración, en este caso le faltó perspectiva histórica. Por entonces otros muchos investigadores, estudiosos y teóricos de la izquierda radical cometieron errores similares. Pero pronto se hizo evidente que la supuesta permanencia y estabilidad del régimen soviético, del Estado mismo y del conjunto del bloque soviético eran puras ilusiones. Ninguna "nueva forma de sociedad de clases" surgida en la historia dura sólo algunas décadas. El carácter muy efímero y radicalmente inestable de esta "nueva forma" testimonia de hecho de que en la URSS, y más tarde en el bloque soviético, no apareció un nuevo modo de producción (del tipo del enigmático "colectivismo burocrático"), ni pudo tampoco renacer de algun modo un antiguo modo de producción (como el quimérico "capitalismo de Estado" en sus diversas variantes teóricas). La Unión Soviética, escribió Filtzer, era "una formación social históricamente inestable que no era ni capitalista ni socialista y que, como tal, no disponía de ningún regulador eficaz de la economía o de la reproducción de su estructura social" (Filtzer, 1992: 122). “Funcionaba con tal nivel de contradicciones internas e inestabilidad que jamás podía ser otra cosa que una formación social efímera" (Filtzer, 1996: 24).
Durante algún tiempo después de la revolución de 1917, la sociedad soviética era una sociedad de transición entre el capitalismo y el socialismo. "Entre" –lo que no significa "en pasaje del capitalismo al socialismo" y "construyendo el socialismo" (y menos aún una sociedad que habría "construido el socialismo", contra lo que Stalin había proclamado ya antes de la guerra). Podía evolucionar en uno u otro sentido -sea hacia el socialismo, sea hacia el capitalismo, y podía también quedar bloqueada en algún lugar en esta ruta de doble mano y degenerar. No solamente en razón del subdesarrollo, sino sobre todo porque el socialismo en un país o incluso en un grupo de países es imposible, la suerte de Rusia soviética dependía de las revoluciones en otras regiones del mundo, principalmente más desarrolladas. La degeneración burocrática de la revolución de Octubre, coronada por la contrarrevolución de Stalin, bloqueó finalmente la posibilidad de evolución hacia el socialismo. El regreso a una sociedad de transición entre el capitalismo y socialismo no era posible sin una nueva revolución obrera que derrocara al régimen burocrático y estableciera su poder. Sin ello, la sociedad soviética no podía ser más que una sociedad de transición en el sentido de transitoriamente "desconectada" del sistema capitalista mundial.
El bloque soviético y la problemática de los modos de producción y los modos de explotación
Toda "sociedad concreta" contemporánea, y por tanto de clase, es, desde el punto de vista teórico, una formación social -está formada de tal manera que articula o combina diferentes modos de explotación, que pueden ser y son a veces, pero no necesariamente siempre, modos de producción. Se trata siempre de una articulación o combinación con un dominante: un modo de explotación predomina necesariamente sobre los otros. En casi todas las sociedades contemporáneas predomina el modo de explotación capitalista, que es también por excelencia un modo de producción. Pero hasta hace algunas décadas, en una cantidad de sociedades concretas que cubría gran parte del globo, dominaba un modo de explotación que no era un modo de producción.
Marx ha explicado en El capital que los modos de producción antagónicos difieren entre sí por las formas sociales que asume el plus trabajo en cada uno, vale decir por el modo de explotación. "Sólo la forma en que el plus trabajo es extraído al productor inmediato, al obrero, distingue las formaciones sociales y económicas, por ejemplo la sociedad esclavista de la de trabajo asalariado" (Marx, 1993: 243). En su trabajo antropológico sobre el comunismo primitivo como modo de producción, Alain Testart ha completado la tesis de Marx agregando que en los modos de producción no antagónicos, es decir sin clases, no existe explotación y que en esto se distinguen de los modos antagónicos, es decir de clases. Mientras que, allí donde una clase o una capa de la sociedad vive del trabajo de otra clase, el trabajo se divide necesariamente en indispensable (para la reproducción de la fuerza de trabajo de los productores inmediatos) y en plus trabajo, en las sociedades sin clases el trabajo no se dividide así. El plustrabajo debe ser comprendido -según Testart y de hecho según Marx cuyo concepto de plustrabajo utiliza Testart- exclusivamente en el marco de relaciones de explotación (Testart, 1985: 28-32, 44-48).
"En las sociedades sin explotación, la relación social de producción es una relación de no-explotación: esta proposición fácilmente puede parecer tautológica. Pero no lo es más que aquella que dice que en una sociedad donde existe explotación la relación de producción [fundamental] es una relación de explotación. Estas dos proposiciones, más allá de su aparente superficialidad, expresan dos cosas, a saber: 1) la relación de producción es la relación social fundamental que liga a los hombres entre sí en la producción; 2) lo que es fundamental en una sociedad, es la presencia o ausencia de explotación. Que la relación social de producción fundamental sea una relación de explotación en la sociedad capitalista, es lo que Marx muestra a lo largo de todo el Capital: la relación de producción [fundamental] capitalista no es otra cosa que la extorsión de plusvalor, forma específica que asume el plustrabajo en el modo de producción capitalista. Hacer pasar [en el capitalismo] cualquier otra relación como relación fundamental, es no comprender nada del Capital", explica Testart (ibíd.: 53-54). En un modo de producción antagónico -no solamente en el capitalismo -la relación de explotación es la relación de producción fundamental. Es "vertical" y determina otras dos relaciones de producción, a las que está inseparablemente ligada: "las relaciones horizontales de los explotadores entre sí y las de los productores inmediatos entre sí" (Brenner, 2007: 58).
La tesis según la cual en todo modo de producción (antagónico) la relación de producción fundamental es la de explotación, es inseparable de la tesis de primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas. La tesis contraria, o sea la que enuncia la primacía de las fuerzas productivas, inevitablemente elimina el concepto de relaciones de producción para reemplazarlo por el de formas jurídicas de propiedad, y hace del marxismo "una especie de evolucionismo en su versión materialista teñida de determinismo tecnológico" (Testart, 1985: 26). Louis Althusser exageró al sostener que con excepción de algunas frases desafortunadas (sobre todo en el “Prefacio” a la Contribución a la crítica de la economía política de 1858), que la abrumadora mayoría de los marxistas adoptó como una revelación, "Marx jamás sostuvo la primacía de las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción" (Althusser, 1994: 425). Hay muchas más afirmaciones o sugestiones de ese tipo en Marx, como ha demostrado Rigby, sometiéndolas a una crítica profunda, perspicaz y convincente a la luz de los conocimientos históricos contemporáneos (Rigby, 1987: 5-142).
Sin embargo, progresivamente y de manera cada vez más consecuente, Marx se alejó de esa manera de pensar y por eso Althusser tuvo razón al subrayar que ha "sostenido, al mismo tiempo que la idea de unidad de las relaciones de producción y las fuerzas productivas, [la de] primacía de las relaciones de producción (es decir al mismo tiempo relaciones de explotación) sobre las fuerzas productivas” (Althusser, 1994: 426). Es suficientemente claro que al escribir el Capital, Marx pensaba que las relaciones de producción no están totalmente determinadas por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, sino que, citando a Althusser "en la unidad específica de las Fuerzas de Producción y las Relaciones de Producción que constituye un Modo de Producción, son, sobre la base y en los límites objetivos fijados por las Fuerzas Productivas existentes, las Relaciones de Producción las que juegan el rol determinante" (Althusser, 1995: 244).
Resumiendo. Tenemos tres tesis claves entrelazadas; primero, en todo modo de producción la relación de producción fundamental es la relación de explotación (o de no -explotación); segundo, todo modo de producción es una unidad de las relaciones de producción y las fuerzas productivas; y, tercero, en esta unidad la primacía corresponde a las relaciones de producción: éstas determinan el desarrollo de las fuerzas productivas. Estas tesis requieren sin embargo tres precisiones, desarrollos y complementos muy importantes.
En primer lugar, incluso los historiadores que reconocen explícitamente la primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas, tienden a ignorar la tesis fundamental de Marx, ya mencionada, según la cual los modos de producción antagónicos difieren unos de otros por la forma en que el plus trabajo es extraído, es decir por el modo de explotación, e inscriben forzadamente modos de explotación distintos en un solo y único modo de producción. Es el caso, por ejemplo, de Chris Wickham que, distinguiendo entre la renta extraída a los campesinos por los señores feudales en las sociedades precapitalistas, y el impuesto aplicado a los campesinos por una burocracia estatal tributaria, considera que en ambos casos se está frente a un mismo modo de producción (Wickham, 2008). En otra ocasión Wickham pensó y demostró que eran dos modos de producción diferentes (ibíd.) pero, influenciado por la crítica de Halil Berktay y de John Haldon (Berktay, 1987; Haldon, 1989; Haldon, 1993; Wickham, 2005: 56-61), abandonó tal distinción. Califica desde entonces ese modo de producción precapitalista, supuestamente único, como feudal, mientras que Haldon lo califica como tributario. Wickham subraya de todas maneras que se trata de una diferencia puramente terminológica, y no teórica.
En segundo lugar, en las prácticas de investigación y las prácticas teóricas, se hace comúnmente abstracción (o simplemente se olvida) que el modo de producción es la unidad de las relaciones de producción y las fuerzas productivas. Esa unidad no es problematizada sino simplemente asumida, explícita o implícitamente, como algo que va de suyo. En consecuencia, distintos modos de explotación que no están caracterizados por esa unidad, son percibidos como modos de producción (antagónicos), en tanto que, al mismo tiempo, la existencia de modos de explotación que no son considerados modos de producción o que no lo son efectivamente, pasa inadvertida o negada. Y el hecho es que todos los modos de producción (antagónicos) son modos de explotación, pero no todos los modos de explotación son modos de producción -sólo algunos. Un determinado modo de explotación sólo es también un modo de producción cuando las relaciones de explotación y las correspondientes fuerzas productivas constituyen una unidad. Es decir cuando los procesos de trabajo y, con ellos, las fuerzas productivas (la capacidad productiva del trabajo social) incluídas las fuerzas de trabajo de los productores inmediatos (sus capacidades de trabajo), están formalmente y realmente sometidas [subsumidas] a las relaciones de explotación.[14]
Las nuevas relaciones de explotación, al someter [subsumir] formalmente los procesos de trabajo y las fuerzas productivas existentes (es decir heredadas de los modos de producción precedentes), transforman en profundidad su carácter social, dándole una forma social específica (por ejemplo: de linaje, tributaria o capitalista), pero no las transforman sustancialmente en términos materiales. En este aspecto, las transforman principalmente a nivel cuantitativo y no cualitativo. Si la cantidad de trabajo necesario se mantiene constante, la sumisión formal no permite obtener más plus trabajo sino es al precio de la prolongación de la jornada de trabajo o la intensificación del trabajo, no permitiendo pues más que la explotación absoluta. Por el contrario, al someter [subsumir] realmente los procesos de trabajo y las fuerzas productivas existentes, las relaciones de explotación las transforman sustancialmente también en términos materiales. Lo hacen no solo cuantitativamente, sino sobre todo cualitativamente. Marx mismo escribe que en tal caso, las relaciones de explotación "revolucionan" los procesos de trabajo y las fuerzas productivas, y también generan novedades que se materializan en ambas. Esto permite extraer más plustrabajo aumentando la productividad del trabajo. Esto crea la posibilidad de producir en el mismo tiempo de trabajo mucha mayor cantidad de medios de cosumo indispénsables para la reproducción de la fuerza de trabajo. Para obtenerlos, el producto inmediato trabaja durante menos tiempo, o sea que el tiempo de trabajo necesario para la reproducción de su fuerza de trabajo se reduce, y por lo tanto el tiempo de plus trabajo se alarga y la explotación relativa aumenta. La sumisión formal y la sumisión real son inseparables: no existen la una sin la otra. Ellas existen siempre juntas, con el predominio de una u otra (cf. Murray, 2004: 243-273; Arthur, 2009: 184-162).
A preguntarse sobre la medida en que el feudalismo europeo desarrolló las fuerzas productivas, Wickham llamó la atención sobre un hecho histórico de capital importancia: la "difusión del riego en el sur de Europa, particularmente en las tierras bajo dominación árabe -el sur de España del siglo VIII al XIII y Sicilia del IX al XI". Escribe: "Este debió ser el avance productivo más espectacular de toda la historia agraria de la Edad Media [europea], puesto que las tierras irrigadas tenían un rendimiento al menos dos veces superior que el de las tierras sin riego y no era necesario dejarlas periódicamente en barbecho; podían también soportar nuevos cultivos importados de Oriente, como la caña de azúcar y los cítricos; el riego tuvo también impacto directo en el proceso de trabajo, dado que aldeas enteras debían trabajar conjuntamente para construir y mantener los sistemas de riego. Quiero probar que esto ocurrió en el contexto de establecer de un sistema de cobro de impuestos". Parece -escribe también Wickham, precisando que se trata de algo que no puede ser confirmado por falta de fuentes- que "el nuevo sistema impositivo exigía la producción de un plusproducto suplementario" - "por eso la intensificación de la producción mediante la irrigación" (Wickham, 2008: 15-16).
Se sabe desde mediados de los años 1970 que en España islámica (en Al-Andalus), como en Sicilia islámica, una verdadera revolución agrícola (Watson, 1974) en el desarrollo de las fuerzas productivas ocurrió. Ella acarreó un aumento múltiple de la productividad agrícola y también un aumento múltiple del plus producto relativo apropiado. Existe un lazo estrecho entre esta revolución, que desarrolló mucho y transformó, y el hecho que el plus trabajo de los campesinos no fuera extraído en forma de renta por los señores feudales, sino en forma de impuesto por el poder del Estado (la burocracia). Algunos historiadores, arqueólogos y antropólogos consideran pues a justo título que el modo de producción tributario era fundamentalmente diferente del feudalismo.[15] Difería no solamente por el modo de explotación, sino también por el hecho de la relación de explotación que lo caracterizaba era capaz de someter [subsumir] las fuerzas productivas –de desarrollarlas, de transformarlas, de "revolucionarlas". Por esto puede hablarse y se habla de revolución agrícola.
Se trataba entonces no solamente de un modo de explotación, sino también de un modo de producción -no nominalmente, sino sustancialmente. Parece sin embargo que el feudalismo, con el que coexistió históricamente, era incapaz de subsumir, desarrollar y transformar las fuerzas productivas, y podemos entonces preguntarnos si se trató de un modo de producción o simplemente de un modo de explotación. Reduciendo la renta, arrancada al campesinado por los señores feudales, y el impuesto tomado al campesinado por el Estado, a una sola e idéntica forma de explotación, la diferencia colosal entre ambos se borra completamente. Aparece cuando se distinguen claramente los dos modos de explotación y se examina como cada uno de ellos se relaciona con las fuerzas productivas. De lo contrario, como en el caso de Wickham, la diferencia entre ambos, arrojada por la puerta, reingresa necesariamente por la ventana.
En tercer lugar, por último, en un modo de producción determinado, no es solamente la relación de explotación, o no necesariamente sólo élla la que somete [subsume] realmente las fuerzas productivas, también lo hacen las otras relaciones de producción. En el caso del modo de producción capitalista, el desarrollo continuo de las fuerzas productivas que lo caracterizan no esta impulsado únicamente por la relación "vertical" de explotación (la explotación y la resistencia a la explotación, por la lucha de clases), sino también, e incluso sobre todo, por otra relación de producción: la relación "horizontal" de competencia entre los capitales.[16]
El modo de explotación introducidos por el régimen stalinista primero en la Unión Soviética, luego que los estados periféricos del bloque soviético, no era un modo de producción. No subsumir o las fuerzas productivas, ni formalmente ni realmente. En esos países, la revolución industrial, históricamente atrasada y, con su retardo creciente, cada vez más difícil de realizar en el capitalismo, sólo se produjo a gran escala después de su derrocamiento -ya bajo la dominación de la burocracia. Las fuerzas productivas que se desarrollaron durante y después de esta revolución en los procesos ulteriores de modernización y desarrollo social y económico fueron completamente modelados por el modo de producción capitalista. Fueron parcialmente delegados y luego multiplicado, y parcialmente obtenido por medio de la importación de los países capitalistas, la imitación por préstamos. La transferencia a la URSS, tras la guerra, de los equipos, aparatos y tecnologías industriales más modernas, así como de miles de científicos y especialistas, desde la zona de ocupación soviéticas de Alemania, altamente industrializadas, contribuyó enormemente.[17] En todas estas fuerzas productivas, lo que se materializaba, era capital -lo encarnaban, pero al mismo tiempo, estaban ahora despojado de su forma social capitalista. La burocracia dominante no las transformó materialmente, de tal modo que quedaron duraderamente como eran hasta que fueron cuando fueron tomadas en los capitalistas -la materialización de capital. De modo que la burocracia realmente no los subsumió. Tampoco les dio una nueva forma social ni las subsumió formalmente. "La materialización de capital fue liberada de la forma capital que la controlaba, pero no fue puesta bajo el control de otro sistema orgánico de metabolismo social que estuviera enraizado en la base material de la economía transformando la más o menos rápidamente, más o menos radicalmente". En síntesis, "el socialismo fue proclamado sin superar radicalmente la encarnación material del capital" (Arthur, 2004: 208-209).
En la fábrica se preservó la herencia del capitalismo: "la división jerárquica del trabajo, comenzando por los de abajo, que ejecutan órdenes de otros, hasta los de arriba, implicados en los procesos de los planes quinquenales. Toda la configuración humano/material de la técnica del capital fue replicada" (ibíd.: 208). Pero las fábricas no estaba ya sometida a la ley del valor, así como tampoco comenzaba a hacerlo al principio de planificación. No funcionó una economía planificada, porque solamente los burócratas creían que planificaban y, más todavía, que su planificación no sólo regulaba la economía sino que lo hacía incomparablemente mejor que la ley del valor que regía la economía capitalista. Porque no lo entendiera, o porque no quisiera comprenderlo, que era imposible planificar sin la participación colectiva de los productores inmediatos, tanto más cuanto se estaba en una relación de explotación antagónica con sus. La economía y la sociedad modernas están regidas sea por la ley del valor, sea por el principio de la planificación. No hay otras posibilidades.
En una economía gerenciada por la burocracia, la materialización de capital, que ha perdido la forma social propia de capital sin adquirir otra, queda a la deriva. Era posible explotarlo sin regulador, reemplazándolo con un sustituto: la coerción burocrática extraeconómica. Pero, evidentemente, esto sólo era posible a relativamente corto plazo. "En forma alguna era un modo de producción (y a fortiori no era ni ‘capitalismo de Estado’ ni ‘Colectivismo burocrático’). Las directivas impuestas políticamente no permitían controlar las fábricas de una forma que favoreciera de manera estable y permanente el desarrollo de las fuerzas productivas" (ibíd.: 209).
Las fuerzas productivas creadas por el modo de producción capitalista y transferidas del capitalismo a una economía dirigida, donde fueron despojadas de su forma social, perdieron su dinámica de desarrollo. En el capitalismo, la fuente de esta dinámica es la explotación relativa de la fuerza de trabajo (la producción de plusvalor relativo). Como se sabe, su crecimiento está ligado no solamente a la relación de "vertical" de explotación, la que existe entre capital y el trabajo, sino también a otra relación capitalista de producción -la relación "horizontal" de competencia entre capitales. Cada capital está obligado a acumular, a innovar, a mejorar los equipos técnicos de trabajo y, en consecuencia, a aumentar continuamente la productividad -base de la explotación relativa. En una economía dirigida, con dominación burocrática, la relación de competencia entre capitales desaparece sin que nada la reemplace. Con la coerción extraeconómica a que son sometidos los productores inmediatos, sólo puede extraerse casi exclusivamente plustrabajo absoluto, ya sea aumentando la cantidad y mantiendo la misma tasa de explotación, o no aumentado la cantidad pero aumentando la tasa de explotación, o también, por supuesto, aumenteando ambas .
De allí viene, bajo la dominación burocrática, la tendencia permanente a la explotación absoluta, también llamada explotación excesiva, sobreexplotación -que consume la fuerza de trabajo a punto de impedir su plena reproducción - y una tendencia inherente de resistencia a la sobreexplotación. Por supuesto, también bajo el capitalismo existe una tendencia permanente a la explotación absoluta, pero se produce en relación inseparable con la explotación relativa. Bajo la dominación de la burocracia, ese lazo fue roto y, en razón de las posibilidades limitadas y escasas de explotación relativa, la tendencia en cuestión fue mucho más fuerte, y también la tendencia que se le oponía -la resistencia de los trabajadores - fue más fuerte.
A la burocracia le pareció que esta contradicción sería resuelta por "la organización científica del trabajo" taylorista, que imprudentemente Lenin había elogiado poco después de la revolución de Octubre. Pero la misma "no podría ser aplicada en la URSS" ni en ninguna otra parte del bloque soviético, "porque estaba hecha a medida para que el capitalismo; no es, como Lenin parece haber imaginado, un cuerpo de conocimientos socialmente neutro. Además, Taylor se revolvería en la tumba si alguien se atreviera a asociarlo al vasto sobreempleo característico de la industria soviética. Fiat construyó una fábrica para la URSS: ésta empleaba cuatro veces más trabajadores que la misma fábrica en Italia" (ibíd.: 208). Pese a lo cual, la fábrica italiana extraía más plustrabajo a sus trabajadores que al cuatro veces mayor número de trabajadores de la Fábrica automotriz Volga (VAZ). La razón de ambas cosas -el tamaño mucho mayor del personal soviético y la cantidad mucho menor de plustrabajo que se les podía sacar- es muy simple: la explotación relativa sólo era posible en la URSS en débil medida, suponiendo que lo fuera.
A la luz de todo esto, es claro que la burocracia no era una clase dominante histórica. No era reproducida por algún modo de producción histórico, sino solamente por un modo de explotación transitorio, y dado que era reproducida por un modo de explotación transitorio, debe pues ser considerada una clase dominante transitoria. Esto es tanto más justificado que, en el marco del trabajo teórico que Geoffreyde Ste. Croix hizo para describir su libro The Class Struggle in the Ancient Greek World, ha definido toda clase social tan brevemente, y al mismo tiempo tan rigurosamente, como es posible imaginar: "la clase es una relación de explotación" (G.E.M. de Ste. Croix, 1984: 99; cf. tmb. G.E.M. de Ste. Croix 1981: 31-69). Esta definición se aplica tanto a una clase que era reproducida por un modo de producción como una clase que sólo era reproducida por un modo de explotación que no es un modo de producción.
Existe acuerdo en llamar "clases" a otras capas sociales conocidas en la historia, que han dominado por medio de coerción extraeconómica únicamente y no han impuesto un modo de producción sino solamente modos de explotación. Sin embargo, es preciso reconocer que se distinguen de la burocracia stalinista (y post stalinista) por un aspecto muy importante: dominaban clases que, como ella, no eran históricamente autónomas -eran incapaces de establecer su propio modo de producción. En el bloque soviético, en cambio, la burocracia dominaba una clase históricamente independiente. Esta diferencia cualitativa entre la burocracia y la clase obrera hace que no se pueda tratar a las dos como "clase" sin explicitar precisamente e inmediatamente que una era clase transitoria y la otra clase histórica. En consecuencia, a fin de evitar cualquier confusión, la primera puede ser designada con el término "capa dominante".
Lucha por el plusproducto y el control del proceso laboral
Robert Brenner es un historiador económico que estudió tanto al capitalismo mismo como la transición histórica de feudalismo al capitalismo. Tres décadas después del célebre "debate Dobb-Sweezy”, suscitado a fin de los años 1940 y comienzo de la década de 1950 por los trabajos de Maurice Dobb dedicados a la última cuestión, Brenner, prosiguiendo y desarrollando el pensamiento histórico y económico de Dobb, lanzó un debate aún más vivo entre los historiadores sobre la última cuestión, llamado "debate Brenner" (Aston y Philpin, 1985). El sólido conocimiento de lo que en el capitalismo difiere fundamentalmente de las economías y sociedades no capitalistas antiguas, o relativamente recientes, le permitió hacer importantes contribuciones al estudio de la naturaleza de los regímenes burocráticos del bloque soviético. Como ya dije, el derrocamiento del capitalismo rompió las trabas que frenaban la revolución industrial de las sociedades atrasadas y subdesarrolladas, y permitió que se produjera, pero no creó mecanismos para el ulterior desarrollo sistemático de las fuerzas productivas comparables a los que existen en las sociedades capitalistas industrializadas desde mucho antes. ¿Por qué?
Como explica Ellen Meiksins Wood al dar cuenta de los aportes teóricos de Brenner, "el desarrollo autopropulsor característico del capitalismo necesita no solamente la supresión de los obstáculos que se levantan en su camino, sino también una coacción positiva a transformar las fuerzas productivas, y esto sólo ocurre en condiciones de competencia en las que los actores económicos son libres para actuar en respuesta a esas condiciones, y están al mismo coaccionados a hacerlo. Nadie ha enseñado más sobre la especificidad de estas condiciones que Brenner. Nadie demostró más eficazmente que él, tampoco, que durante la mayor parte de la historia, no fue la necesidad de producir un sobreproducto para las clases o los Estados explotadores lo que transformaba los métodos de producción de esta manera -ni siquiera la producción para el intercambio. Allí donde los explotadores -ya fueran grandes propietarios terratenientes que percibían rentas o Estados sedientos de impuestos- disponían de medios extraeconómicos para extraer más exedentes del campesinado, es decir poderes coercitivos directamente militares, políticos o judiciales, no había coerción sistemática para aumentar la productividad del trabajo. Los medios de extracción de excedente con exigencias "extraeconómicas" no sólo carecían de estímulos para el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que ellos mismos trababan su desarrollo quitando recursos a los productores inmediatos. El desarrollo del capitalismo necesita un modo de apropiación que obligue a extraer el máximo excedente a los productores inmediatos, pero no puede hacerlo si no es alentando u obligando a los productores a aumentar su productividad y favoreciendo el desarrollo de las fuerzas productivas en lugar de obstaculizarlo. Este modo de apropiación es una formación rara y contradictoria, cuyas condiciones de existencias son muy específicas y estrictas" (Meiksins Wood, 2002: 57-58).
La burocracia usurpó el poder proclamando que era ejercido por la clase obrera, sobre cuya explotación fundaba su dominación. No podía establecer ni mantener la explotación sino por medio de la coerción extraeconómica, porque la coerción económica sólo podía funcionar en el capitalismo y este había sido derrocado. Además, sólo la autoorganización y la cooperación de los productores inmediatos puede ser libre de toda coerción económica y extraeconómica. Bajo la coerción extraeconómica, la burocracia también creo una gran base material para su modo de explotación: realizó la acumulación primitiva, la revolución industrial y la modernización social que la acompañó. Sin embargo no estaba en condiciones de establecer un modo de producción que permitiera el desarrollo continuo de las fuerzas productivas y el aumento constante de la productividad del trabajo con un ritmo y magnitud comparables con los del capitalismo.
Brenner lo dice muy claramente: tanto en la Unión Soviética, como en el bloque soviético en general, la burocracia fue capaz de constituirse y reproducirse como clase dominante porque logró crear los medios de coerción extraeconómicos indispensables para extorsiónar plustrabajo en forma de plusproducto de la colectividad de productores inmediatos -de la clase obrera. En primer lugar, organizaba directa y coercitivamente la división del trabajo decidiendo a la vez el reparto de los factores de producción -en particular la fuerza de trabajo, a los diversos sectores, ramas y empresas -y el reparto de los productos de esos sectores, ramas y empresas. En segundo lugar, extraía plustrabajo: los trabajadores sometidos a coerción extraeconómica producían colectivamente un producto cuyo tamaño sobrepasaba el costo salarial de reproducción de la fuerza de trabajo. La dependencia directa de la dominación de la burocracia con respecto a la eficacia de la imposición extraeconómica constituía una característica fundamental del régimen establecído (Brenner, 1991: 27).
Tal imposición se debía al hecho de que, a diferencia de los capitalistas, la burocracia no podía separar a los trabajadores de los medios de producción, obligándolos a ganarse la vida en el mercado de trabajo, vendiendo su fuerza de trabajo como si se tratara de una mercancía. Es la base de la imposición económica a la que están sometidos los trabajadores en el capitalismo. En una sociedad no-capitalista, es imposible. Porque si el objetivo de todo capitalista es la maximización de su ganancia, "el objetivo de la burocracia en su conjunto es, por supuesto, la maximización del conjunto del excedente social", es decir del conjunto de plusproducto. "Tienen pues interés en emplear a todos los trabajadores que pueda tomar, pues cada trabajador empleado aumenta el plusproducto social (con que solamente, más allá de lo que gane, cada uno pueda producir algún plusproducto)" (ibíd.: 27). En consecuencia, la economía dirigida por la burocracia en "se desarrolla de manera más extensiva -aumentando el excedente empleando m´ss trabajadores y equipándolos con máquinas - que intensiva, es decir transformando los medios de producción de los que cada trabajador está dotado. En consecuencia, la clase obrera en su conjunto es, para la burocracia, el mayor recurso productivo, y los trabajadores sin empleo son un desperdicio de recursos" (ibíd.). A esto se debe el pleno empleo en el bloque soviético, y no en razón de algunos principios socialistas.
Las consecuencias históricas de tal estado de cosas fueron considerables. Por una parte, como en el capitalismo, los obreros no ejercían ningún control colectivo sobre los medios de producción y subsistencia. En revancha, y al contrario de lo que ocurre en el marco del capitalismo, tenían el trabajo asegurado, porque no convenía al interés de la burocracia despedirlo. "A diferencia de los managers del capitalismo, los managers del sistema burocrático no disponían del mejor mecanismo de disciplinamiento de los obreros en el proceso laboral que se ha inventado en la sociedad de clases -la amenaza del despido. Su objetivo es el de maximizar la producción potencial de la empresa, incluso entonces retener cualquier obrero que productivas aunque no sea más que el más mínimo excedente con relación al costo de su salario" (ibíd.: 28).
Los obreros y no podía ser despedidos -que no corrían el riesgo de ser puestos en un mercado de trabajo inexistente -no están en efecto desconectado de su medio de producción y de sus medios de subsistencia, y su fuerza de trabajo no es una mercancía. Bremer afirma incluso que en el bloque soviético, "los obreros estaban efectivamente ligados a sus medios de producción y de sustancia". Es precisamente la razón por la cual era imposible allí "hacer lo que el capital hace con éxito -utilizar la dependencia de los obreros con respecto al empleo para hacerlos económicamente dependientes de la burocracia" (ibíd.: 27).
Un equipo de investigación de la Universidad de Grenoble, dirigido por Wladimir Andreff, estudió los proceso de trabajo en el bloque soviético a la luz de los conceptos desarrollados por Marx en el marco del estudio de los procesos capitalista de trabajo y producción.[18] Constató que, paradójicamente, Habiendo una penuria global de mano de obra, había mano de obra en exceso en todas las empresas. Un ejemplo de la magnitud del fenómeno puede verse en el caso de una fábrica química descrita en la prensa soviética, para nada extraordinario. Cuando la terminó, la sociedad capitalista extranjera preveía que se emplea en total 153 personas. El planificador soviético juzgó sin embargo que era necesario emplear 557 personas, y en realidad la fábrica empleó 946. Para los investigadores de Grenoble, la contradicción entre penuria global de mano de obra y sobre empleo en las empresas constituía una de las contradicciones fundamentales de las economías del bloque soviético –sólo podía explicarse a la luz de su funcionamiento general. Lo que se reveló es que las direcciones de las empresas -obligadas a ejecutar planes impuesto desde arriba, sin conocer su real capacidad de producción y sin garantizarles el suministro de insumos en tiempo y forma - utilizaban "diversas prácticas de gestión que se desviaban de la letra del plan, una de las más importantes era en la de constituir diversas reservas o stocks no declarados a la administración". "La mano de obra era así reservada en el interior de las empresas" (URGENSE, 1982: 110-111).
Esto era así, porque el "verdadero talón de Aquiles" de las economías del bloque soviético era "la incapacidad de asegurar suministros sin interrupciones a las empresas en el marco del plan. El fenómeno era tan importante y cotidiano que muchos autores hacen de la carencia de suministros el corazón de la lógica de funcionamiento” de las economías "o bien la principal manifestación concreta de las contradicciones del sistema que requería una ‘regulación” que se realiza en parte fuera del plan de la economía oficial, o contra la letra del plan. Como sea, una rápida observación de la economía de tipo soviético permite ver la realidad del problema de los suministros, cuya consecuencia es, cabe subrayar, la desorganización del proceso de trabajo. ¿Como someter el ritmo de trabajo a la uniformidad de las máquinas, si estas dejaban de ser provistas de los objetos de trabajo (materiales, etc.)?" (ibíd.: 119).
“En enero, la industria estatal produce de 15% a 25% menos que en diciembre, y esto ha ocurrido siempre durante los últimos 20 años" (Laki, 1980: 39). Así escribía un economista húngaro en 1980 a propósito del fenómeno -denominado "Tchoumovchtchina” (literalmente, disposición permanente a lanzarse al asalto)- característico no solamente de Hungría, sino también el conjunto del bloque soviético. En la primera mitad del período de ejecución de cada plan (mensual, trimestral, anual, quinquenal), las empresas trabajaban mucho más despacio y no utilizaban completamente su capacidad de producción, incluyendo mano de obra, mientras que en la segunda mitad sobreutilizaban cada vez más esas capacidades y aumentaban cada vez más el ritmo de trabajo. Debido precisamente a la mayor demanda de mano de obra durante esos períodos las "reservas" de mano de obra se "estoqueaba" en las empresas. La mayor intensificación del trabajo y los horarios de trabajo más prolongados –horas extras, trabajo en días feriados, a veces incluso al precio de renunciar a las vacaciones - se producían "durante cada última décena del mes y del trimestre, durante el último mes del año y durante el último trimestre del quinquenio" (URGENSE, 1982: 121, 124).
La mala calidad de los productos "tiene tiene de rebote una incidencia directa en el proceso de trabajo: cuando los productos defectuosos de una fábrica son instrumentos, piezas separadas, productos semiterminados o equipos, cabe esperar que se produzcan en alguna otra parte del sistema productivo, incidentes técnicos, fallas, ruptura de herramientas, etc., que perturben a su vez el ritmo del proceso de trabajo. Se comprende entonces que las empresas destinen trabajadores a cumplir tareas (en talleres anexos) para "arreglar" piezas o equipos defectuosos recibidos de los proveedores, reparar instrumentos rotos, equipos falados o producir "sustitutos de la casa" de suministros faltantes o inutilizables por mala calidad". Los talleres de utillaje de las fábricas servían para eso. Las consecuencias fueron muy graves. En 1977, cerca del 17% de los trabajadores industriales de Alemania del Este se ocupaban de reparaciones (ibíd.: 124). Hillel Ticktin ironizaba sobre el hecho de que, además del sector I de la economía, que producía los medios de producción, y del sector II, que producía los medios de consumo, los ideólogos soviéticos deberían introducir en su "economía política del socialismo", un sector III, que se ocuparía de la reparación de medios de producción, porque en la URSS son más los obreros ocupados en repararlos (en el caso de maquinas-herramientas, hasta cuatro veces más) que en producirlos (Ticktin, 1973). “Entregas tardías de componentes o entregas de mala calidad", subrayaron los sociólogos de la academia húngara de ciencias, "son una de las razones para que tecnologías avanzadas de países occidentales no puedan ser eficazmente adoptada por las economías planificadas” (Héthy y Mako, 1973: 42). No eran, por supuesto, economías planificadas sino economías dirigidas burocráticamente.
En el bloque soviético, la doctrina de "la organización científica del trabajo" era un componente de la ideología estatal dominante. De hecho, la doctrina tenía raíces en el taylorismo, pero oscilaba sin embargo entre la afirmación justificativa del enraizamiento -"el taylorismo tiene una amplia base científica" y sólo es necesario "rechazar el carácter explotador del uso de la teoría de la organización científica del trabajo en el capitalismo" (Boduch, 1961: 191, 196) - y la negación de ese enraizamiento estigmtizando al taylorismo mismo como “instrumento de explotación contrario a los ideales del Estado socialista" (Dovba, et al., 1979: 91). El equipo de la universidad de Grenoble concluyó que si, a despecho de su ineficacia, los procesos de trabajo y principios de "organización científica del trabajo" oficialmente aplicados en las economías del bloque soviético tenían algún parecido con el taylorismo, se trataba de un "taylorismo arítmico". Andreff y sus colaboradores han explicado que "taylorismo y arítmico, se trata de términos que son contradictorios; los asociamos precisamente porque conceptualizan, en una imagen, los términos reales de las contradicciones que reproduce el proceso de trabajo" en el bloque soviético (URGENSE, 1982: 119).
La arritmia y la porosidad de los procesos de trabajo resultante, el "taylorismo arrítmico" -he aquí el terreno que define las condiciones de posibilidad para la concreción de la tendencia permanente del régimen burocrático a la explotación absoluta de la fuerza de trabajo y la tendencia igualmente permanente de los obreros a resistir la explotación, es decir a minimizar la masa de plus trabajo que se les impone. Recordemos que, admitiendo que el salario debe asegurar al menos la reproducción integral de la fuerza de trabajo y que la masa de la fuerza de trabajo es constante, la explotación absoluta sólo es posible intensificando el trabajo y prolongando la jornada de trabajo, y sin esta hipótesis, es decir en la práctica, también reduciendo el salario real y aumentando la masa de la fuerza de trabajo. En los dos casos, esta explotación tiene límites infranqueables (naturales y sociales). El "taylorismo arrítmico" los reduce aún más, porque "la arritmia del límites son, por supuesto, ampliados durante los períodos de "asalto" y "sobresaltos", pero la amplitud de este fenómeno es limitada (ibíd.: 126, 116-117).
Durante estos periodos, "es la dirección la que tiene ‘necesidad’ de los obreros: si el plan de la empresa no se cumple, el obrero puede perder una prima, pero el director queda expuesto a sanciones desde arriba que pueden costarle hasta el puesto, y en cualquier caso sus perspectivas de carrera (burocrática). Esto conduce a cierto tipo de relaciones de negociación, entre dirección y cuadros por una parte y obreros por la otra, en donde cada esfuerzo consentido por un lado está acompañado por una compesación del otro". Por ejemplo, si durante el período de trabajo ralentizado, la dirección no acepta dos o tres días de faltas no justificadas, si no cierra los ojos ante el hecho de que durante las horas de trabajo se haga cola para hacer compras –algo impuesto por la "economía de penuria" y a que los descansos se alargen más de lo previsto en el reglamento, si controla escrupulosamente las ausencias por enfermedad, etc., correrá el riesgo de que durante el período del "trabajo de asalto" los obreros se atengan a los horarios legales, no quieran transpirar, ni se afanan para qué la empresa cumpla el plan o simule cumplirlo eficazmente (es decir sin riesgo para la dirección) (ibíd.: 113-114).
Aquí se entra en lo importante de la cuestión. En el conjunto de condiciones antes descripto, en las que toma forma el modo de explotación burocrático, orgánicamente incapaz de constituirse en modo de producción, la tendencia permanente a la explotación absoluta de la fuerza de trabajo choca inevitablemente con la tendencia permanente de los obreros a resistir la explotación. Puede incluso decirse que, más allá de cierto nivel de explotación infranqueable, se estrella o se hunde de hecho ante la tendencia contraria. Ninguna imposición burocrática extraeconómica estuvo jamás en condiciones de hacerle frente –ni en la segunda mitad de los años 1930, cuando el terror stalinista asolaba la URSS, ni el segunda mitad de los años 1940, cuando las draconianas leyes laborales de Stalin estban en vigor. Tampoco pudo hacerle frente la reorganización burocrática del proceso de trabajo y su gestión.
“Lo que ocurría en el interior de las empresas industriales era fundamental para el funcionamiento y desarrollo del sistema" (Filtzer, 1992: 201). La burocracia, "manteniendo con la clase obrera una relación de explotación", tenía sin embargo limitadas posibilidades de extraer plustrabajo. Limitadas no solamente por lo que, en aquel sistema, era el flagelo de las empresas y de toda la economía –alto ausentismo y frecuente ociosidad en el trabajo – y la rotación de trabajadores que cambiaban masivamente de lugar de trabajo (en la URSS, en el sector estatal, al final de los años 1970 y comienzo de los años 1980, aproximadamente la quinta parte de todos los empleados cambiaba de lugar cada año, y ese cambio tomaba en promedio un mes). Estaban también "limitadas por la capacidad (…) de la clase obrera de ejercer cierto control sobre el proceso de trabajo". Bob Arnot constata que los trabajadores, a pesar de estar atomizados, "pueden controlar el ritmo con que trabajan, y pueden producir sin preocuparse mucho por la calidad de lo producido" (Arnot, 1981: 41, 36). Esto significa que "están en condiciones de ejercer un control negativo tanto sobre la cualidad como la cantidad del excedente que se les extrae" porque "con sus acciones, controlan tanto el nivel absoluto del tiempo de trabajo gastado como su intensidad" (Arnot, 1988: 32, 79). Ticktin describió este fenómeno como "la contradicción entre la extorsión de plustrabajo" por la élite social en el poder y "la falta de control sobre el proceso de extorsión de trabajo" (Ticktin, 1992: 86). Él inició el reconocimiento de esta contradicción, luego los estudios teóricos e investigaciones históricas en este campo fueron profundizados, continuados y desarrollados por Arnot y Filtzer.
No era una peculiaridad del bloque soviético. Pero "aunque el control negativo de los trabajadores existe en el capitalismo, es sin embargo incompatible con este modo de producción" y es constantemente anulado por el funcionamiento de la ley del valor. "Tomemos una empresa que opera en el mercado a una escala y nivel tecnológico similarserán es al de sus competidoras, pero en donde la mano de obra logra afirmar cierto grado de control negativo", sugiere Arnot. "Se constatará", explica, "que en esta empresa, el tiempo de trabajo necesario para producir determinada mercancía sobrepasa el tiempo de trabajo socialmente necesario. El trabajo gastado no se reflejará en el valor de la mercancía y el tiempo de plustrabajo, la plusvalía así como la ganancia disminuirán. La caída de la rentabilidad con respecto a la de competidoras más agresivas a nivel gerencial acarreará con el tiempo que la empresa salga del mercado, sea por quiebra, sea por adquisición. En consecuencia, la centralización y concentración de capital hará perder a los trabajadores el control que habían impuesto y aprovechado. Esto ocurrirá porque aquellos asalariados pasarán a unirse a las filas del ejército de reserva de desocupados, con todas las consecuencias que esto implica, o bien porque se verían obligados a trabajar en un ambiente más agresivo que ya no permite más el control negativo". Nada de esto ocurría en las economías del bloque soviético. Aquí, constataba Arnot, distintas "forma de control negativo se reproducen constantemente como característica de la economía política del sistema sin que exista ninguna tendencia inherente al mismo para eliminrlas" (Arnot, 1981: 41-42).
En la sección del "marxismo transgénico" llamada "economía política del socialismo", se afirmaba que las economías del bloque soviético producían bienes que sólo tenían valor de uso -a diferencia de las economías capitalistas, que producen mercancías, que son al mismo tiempo valores de uso y valores de cambio. Sin embargo, se trataba de una ficción, en primer lugar porque los procesos de trabajo no estaba sometidos ni formal ni realmente a las relaciones de producción, lo que ocasionaba su enorme arritmia, y además debido a la naturaleza antagónica de las relaciones de producción, al ser éstas relaciones de explotación.
"El resultado", escribe Arnot, "es un producto compuesto de dos elementos: por un lado, una parte utilizable que tiene valor de uso para la sociedad en su conjunto, ya sea como producto intermedio o como producto final destinado al consumo o a la inversión; por otro lado, por una parte no utilizable que es un desecho, un desperdicio, que no tiene valor de uso. La determinación del valor de uso y del desperdicio comporta tanto un componente objetivo como un componente subjetivo. Objetivamente, un interruptor eléctrico que no funciona es un desecho, pero un par de zapatos que nadie quiere debido a la mala calidad de su concepción, aún si objetivamente puede servir de calzado, es tán desechables como un interruptor que no funciona " (ibíd.: 43; cf. tmb. Ticktin, 1992: 27-36).
Ticktin corrige esto en parte y parcialmente lo desarrolla del siguiente modo: mientras que en el capitalismo, la mercancía encarna la contradicción entre valor de uso y valor de cambio, en las economías del bloque soviético, es el mismo valor de uso del producto el que encarna la contradicción "entre valor de uso real y valor de uso potencial. En otros términos, un vestido puede servir de vestido aunque una de sus mangas sea más corta que la otra, pero su valor de uso es inferior al de un vestido con las dos mangas del mismo largo. Una máquina herramienta con una pieza defectuosa puede fabricar productos utilizados en la fabricación de un vehículo, pero el vehículo se parece entonces más de lo debido a un montón de fierros”. En resumen, constata Ticktin, “ y mismo, la unidad en la mercancía con la contradicción inherente entre valor de uso y valor de cambio; en la URSS, la unidad es el producto, y la contradicción inherente se da entre su valor de uso real y su valor de uso potencial" (1992: 12-13).
Había una salida del círculo vicioso
La dominación burocrática era un círculo vicioso. Para ser capaz de mantenerse en el poder, la burocracia no podía hacer más que asistir a que los cimientos económicos de su dominación fuesen socavados cada vez más. La burocracia no pudo hacer frente a la arritmia de los procesos de trabajo. Fue entonces incapaz de superar el inherente control -negativo y atomizado - ejercido por los obreros de los procesos de trabajo, limitando así la cantidad y calidad del plusproducto que se les extraía.
Ese control era "la fuente de innumerables del funcionamiento y distorsiones que afectaban la producción y la distribución: penuria de suministros y piezas, ruptura frecuentes de los equipos, lotes de producción incompletos, entrega de máquinas sin terminar, producción de bienes y servicios defectuosos y de mala calidad" (Filtzer, 1996: 12), que así contribuirían a la reproducción constante de la arritmia de los procesos de trabajo -al "taylorismo arrítmico".
Pudo creerse que el progreso técnico y las exigencias técnicas impondrían por si mismas un carácter cada vez más cooperativo al proceso de trabajo y lo socializarían progresivamente, que el control negativo atomizado sería progresivamente suprimido y se presentarían espontáneamente condiciones para luchar en favor de un control colectivo, ahora positivo, de los trabajadores sobre la producción. Nada confirma semejante tendencia.
La experiencia histórica indica lo contrario. El control negativo atomizado no podía ser reemplazado sino por la resistencia colectiva a la explotación y, sobre todo, por luchas huelguísticas cuando la tasa de explotación aumentaba mucho, es decir cuando los salarios reales caían, a causa de intensificación de normas de trabajo, reducciones salariales o aumento de precios. La acumulación de experiencias de huelgas de masas inscripta y elaborada en la memoria colectiva podía conducir a huelgas con ocupación de empresas. Éstas podían, a su vez, desembocar en autoorganización y coordinación a escala de varias empresas y –extendiéndose a muchos centros industriales- imponer el derecho a tener sindicatos independientes y derecho de huelga, así como llegar a construir un sindicato único y general de los trabajadores.
No sólo podía producirse eso, sino que se produjo en Polonia en 1980. Y cuando esto se produjo, se crearon condiciones favorables para la transición del control negativo de trabajadores individuales o pequeños grupos de trabajadores sobre su propio proceso de trabajo, a la lucha por control colectivo de los trabajadores sobre los procesos de producción, y sobre todos los procesos económicos, sociales y políticos. Se la llamó lucha por autogestión obrera. Del principio al fin, la lógica y la dinámica de esta lucha conducía al derrocamiento del poder de la burocracia y al establecimiento de un poder verdaderamente obrero.
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Artículo enviado para su publicación en la revista Herramienta web 35.
Zbigniew Marcin Kowalewski es un autor polaco con trabajos de investigación sobre historia de los movimientos revolucionarios y del movimiento obrero, sobre la cuestión nacional y los poderes burocráticos. En 1981 fue miembro del presídium de la dirección regional del sindicato Solidarnosc en Lódz, delegado al primer congreso nacional del sindicato y dirigente del movimiento por la autogestión obrera. Exiliado en Francia, impulsó la campaña de solidaridad con Solidarnosc, publicó Rendez-nous les usines! Solidarnosc dans le combat pour l’autogestion ouvriere (La Breche, París 1985) y fue parte de la redacción de Imprekor –revista en polaco de la IV Internacional que fue difundida en Polonia durante los años ochenta–. Actualmente es redactor en jefe adjunto de la edición en Polonia de Monde diplomatique. El texto que publicamos constituye lo esencial de su posfacio al libro de Michał Siermiński, Pęknięta “Solidarność”. Inteligencja opozycyjna a robotnicy 1964-1981 (Solidarnosc dividido. La intelligentsia de oposición y los obreros 1964-1981), Książka i Prasa, Warszawa 2020. La traducción del polaco al francés fue realizada por JM y revisada por el mismo Kowalewski; la traducción del francés al castellano es de Aldo Casas con la corrección y revisión de Gabriel Pascansky). Debido a su extensión, el trabajo será publicado en sucesivas entregas.
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Notas
[1] Claudia Korol ha forjado el términos escribiendo sobre los “manuales soviéticos de un marxismo adulterado, transgénico” (Korol, 2010: 13-14).
[2] Informe de P.A. Choubine (Willenski), en Pojarskaya (2001: 116).
[3] Cf. también Kowalsky (2014: 175).
[4] Cf. el primer estudio de la experiencia de la guerra en España, realizada no después del 5 junio 1937 por la Dirección general de informaciones (GRU) del Ejército rojo, en Efimenko et al. (2019: 484).
[5] El discurso de Stalin en Tarkhova (2008: 133).
[6] Además de la República Popular de Mongolia, el Gran Terror alcanzó también otros dos protectorados soviéticos: la República Popular de Touva (posteriormente incorporada a la URSS) y Xinjiang, provincia de China que en aquella época era también una "république populaire" informal dirigida por el Señor de la guerra disidente del Kuomintang, Sheng Shicai, admitido por Stalin en persona al Partido Comunista soviético.
[7] Algunos historiadores piensan que con el secuestro de Stefan Foris, Secretario general del Partido Comunista Rumano, por la así llamada “fracción de las prisiones” (incluyendo los militantes dirigidos por Gheorghe Gheorghiu-Dej que habían pasado la guerra en las prisiones rumanas, y no en la clandestinidad como Foris, o en la URSS como Anna Pauker) en 1944 y su asesinato dos años después, existió también una ruptura completa en la continuidad histórica del partido. "El comunismo rumano de pre-guerra y el de post guerra son dos mundos completamente diferentes" y la ruptura que se produjo en 1944 "es tan completo como profundo fuera el foso que separaba al socialismo de los discípulos de Constantin Dobrogeanu-Gherei y el comunismo leninista en 1921" (Cioroianu, 2005: 50; cf. tmb. Câmpeanu, 2002: 106-151).
[8] Cf. Verdery, 1991; Savova-Mahon Borden, 2001; Mevius, 2005; Sygkelos, 2011; Behrends, 2013; Bottoni, 2018.
[9] Churchill ha relatado que en octubre de 1944, durante un encuentro con Stalin, “el momento era propicio para los affaires” y él dijo: “Pongámonos de acuerdo sobre nuestros asuntos en los Balcanes. Vuestros ejércitos están en Rumania y en Bulgaria. Nosotros tenemos intereses, misiones y agentes. Pero no nos dejaremos arrastrar a disputas por pequeñeces. En lo que concierne a Gran Bretaña y a Rusia ¿les convendría a ustedes tener el 90% de influencia en Rumania, un 90% para nosotros en Grecia y una repartición mitad y mitad en Yugoeslavia?”. Cuando se le tradujo la pregunta a Stalin, éste la escribió en un papel. Stalin “tomó su lápiz azul, puso una gran firma en el papel y lo empujó en nuestra dirección. Todo quedó arreglado en menos tiempo que el que lleva decirlo” (Churchill, 1953: 198). Cf. también la presentación de la discusión privada de los comunistas yugoeslavos Milovan Ɖjilas, Vladimir Dedijer y Jože Brilej con Churchill en 1951, en Dedijer, 1978: 65).
[10] Un intento serio, pero forzosamente infructuoso, de recuperar y reconstruir el concepto de democracia popular en base a la "teoría soviética" fue emprendido por Skilling (1951).
[11] El rol jugado en este proceso por los aparatos del Comisariado del pueblo de asuntos interiores (NKVD) luego ministerio de la Seguridad del Estado (MGB) de la URSS fue presentado en base a la profunda investigación en los archivos por Petrov (2011).
[12] Sainte-Vehme era una sociedad secreta de inspiración religiosa creada en Westfalia en el siglo XII, activa hasta su disolución en 1811. La Sainte-Vehme hacia justicia de manera expeditiva, se reunía en secreto y sólo pronunciaba dos sentencias: absolución o condena a muerte. Los jueces debían atenerse al status, funcionamiento y deliberaciones del tribunal secreto. La institución pretendía actuar en nombre de la Santa Sede (ndt).
[13] La creación y utilización por el poder burocrático en formación de esta «masa de maniobra» como medio de presión sobre la clase obrera era una de las condiciones básicas para el establecimiento de relaciones de explotación. Cf. Barton y Weil (1956: 204-307).
[14] Los conceptos de sumisión formal y real de las fuerzas productivas a las relaciones de producción fueron desarrolladas en relación al capitalismo (es decir en relación a la sumisión del trabao al capital) y sus ejemplos por Marx (1971: 191-223). En las investigaciones sobre los modos de producción precapitalistas, en particular el modo de producción con linajes descubierto por los antroólogos –que hace pasar a la humanidad de la recolección y la caza a la agricultura- estos conceptos fueron aplicados por Rey (1977). En el estudio de la comunidad primitiva y del modo de producción de linajes lo ha hecho también Testart (1985: 157-187). Parece que en el último –se trató de un modo de producción antagónico (de clase) precoz- existía ya una relación de explotación, pero que no era aún la relación de producción fundamental. Cf. Marie, 1976: 86-116.
[15] Son muy explicitos en esto: Barceló, Kirchner, Navarro (1996), así como Martín Civanos (2011). El debate entre historiadores en torno a la dominación del modo de producción tributario en la España islámica está presentado por García Sanjuán (2006). No es el feudalismo, sino el modo de producción tributario distinto de aquel, el que era el modo de producción antagonico más extendido en el mundo en la época precapitalista. El trabajo teórico que más ha profundizado hasta hoy sobre este modo de producción fue realizado por Pierre Briant, que estudió la historia de los imperios aqueménida y helenístico. Mostró que, bajo su dominación, en estos imperios se produjo un "desarrollo sin precedente de las fuerzas productivas" (Briant, 1982). Lo sorprendente, es que los otros teóricos del modo de producción tributario concebido de otra manera no confronten con la obra de Briant ¡Por qué no la concen! Cf. Haldon, 2009; Banaji, 2010; da Graca, Zingarelli (2015); Rosenswig, (2017).
[16] Es lo que explican Robert Brenner y Ellen Meiksins Wood, aunque utilicen una trminología diferente –no hablan de relaciones de producción, sino de « relaciones sociales de propiedad ». Cf. Brenner y Glick, 1991; Meiksins Wooda, 1999; Brenner, 1999; Meiksins Wood, 1999b y 2002.
[17] Esa transferencia, denominada con eufemismo “remesas de reparación”, es el origen de la enorme modernización de la economía soviética de posguerra. Durante la ejecución del cuarto plan quinquenal (1946- 1950), las "remesas de reparación garantizaron aproximadamente el 50 % de los equipamientos para las construcciones capitales. En muchas ramas industriales, la importancia de las remesas fue aún más grande, y sobre todo gracias a ellas fue posible emprender en el cuarto plan quinquenal producciones de nivelmuchas veces superior al de antes de la guerra (óptica, radiotécnica, producción de motores diesel, material de comunicaciones, productos electrotécnicos, material de forja y presas, fibras artificiales y plásticos, coucho sintético, petroquímica, etc.). Las remesas de reparación permitieron suprimir o reducir considerablemente las carencias de la estructura sectorial de la industria soviética y, en particular, aumentar las capacidades de ingeniería de máquinas pesadas, lo que, al comienzo del quinto quinquenato, permitió asegurar no solamente gigantescas construcciones capitales en el país mismo, sino también satisfacer la necesidad de tales construcciones en los otros países socialistas de Europa y, a partir del sexto quinquenato, en países no socialistas en desarrollo" (Khanin, 1991: 186-187). De Alemania del Este "se sacaron las líneas tecnológicas más modernas e instalaciones industriales completas, ligadas a las ramas en las que el desarrollo de la URSS anterior a la guerra difería del nivel mundial o se encontraba en estado inicial (óptica, radioingenieria, ingeniería eléctrica, etc.). Con los equipos se llevó la documentación técnica. Y con ésta fue posible organizar la producción de muchas ramas industriales en la Unión soviética. Se tomó mucho más de lo que la economía soviética estaba en condiciones de 'digerir'. Faltando instalaciones para estoquear, se estoqueaban equipos a la intemperie, donde se herruumbraban y devenían inutilizables" (Zoubkova, 2000: 478).
[18] A la luz de sus investigaciones, Andreff criticó diversas teorías, entre otras de A. Bordiga, G. Munis, C. Castoriadis, Ch. Bettelheim, B. Chavance, T. Cliff, G. Duchêne, D. Rousset et P.M. Sweezy, según las cuales en el bloque soviético dominaba, sea un "capitalisme d’État" concebido distinta manera, se habrían emergido una "nueva sociedad de clase", desconocida hasta entonces el históricamente estable (Andreff, 1978 y 1983).