23/11/2024
Por Antunes Ricardo
Por un nuevo modo de vida[1]
I.
Estamos viviendo una verdadera era de tinieblas causada por el capitalismo, que viene imponiendo contra la humanidad que depende de la venta de su mayoría de la fuerza de trabajo más precarización, informalidad, desempleo y miseria, especialmente (pero no solo) en los países del sur. El imperativo crucial de nuestro tiempo es, entonces, superar y eliminar efectivamente no únicamente la crisis pandémica, sino luchar con todas las energías para diseñar un sistema de metabolismo verdaderamente humano-social.
Aunque no parezca, estamos en un momento excepcional de la historia, uno de esos raros momentos en que todo lo que parece sólido puede acabar. Urge, entonces, reinventar un modo de vida donde la humanidad sea dotada de sentido en sus actividades más vitales y esenciales.
La imbricación trágica entre el sistema de metabolismo antisocial del capital[2], la crisis estructural del capital y la explosión del coronavirus o, si quisiéramos usar una síntesis fuerte, el capital pandémico, tiene un claro carácter discriminatorio con relación a las clases sociales, pues es mucho más letal para la clase trabajadora, para esa enorme parte de la humanidad que depende de su trabajo para sobrevivir. La clase burguesa tiene fuertes instrumentos de defesa (recursos hospitalarios privilegiados, condiciones de vivienda que le permiten tener las mejores situaciones para realizar sus cuarentenas, etc.), mientras la clase-que-vive-del-trabajo lucha para ver quien consigue sobrevivir intentando desesperadamente escapar de la muerte causada por la pandemia.
Este escenario crítico se agravó por la convergencia entre economía destruida, abismal desigualdad social y profunda crisis política (basta citar los ejemplos de Brasil y Colombia), convirtiéndonos en un fuerte candidato al abismo humano, en tanto vivenciamos una economía en recesión que camina hacia una terrible y profunda depresión. No es difícil entender que esta tendencia ampliará aún más el proceso de empobrecimiento de amplias capas de la clase trabajadora que ya enfrentan formas intensas de explotación del trabajo, precarización, subempleo y desempleo, dado que muchos de estos grupos se encuentran de facto desprovistos de derechos sociales del trabajo.
En este contexto, la pandemia viene ampliando aún más la precarización del trabajo a escala global, de lo que es emblemática la diseminación de las plataformas digitales y las aplicaciones cuya creciente masa de trabajadores y trabajadoras no para de expandirse, caracterizando lo que viene siendo denominado como uberización del trabajo. Sin otra posibilidad de encontrar trabajo inmediato, dado el enorme ejército de reserva de fuerza de trabajo, una de las pocas opciones de obtener “empleo” se encuentra en esas plataformas digitales (Rappi, Uber, Uber Eats, Cabify, Ifood, Amazon, etc.), en busca de huir del flagelo mayor. Migran del desempleo a la uberización, esa nueva modalidad de servidumbre digital[3]. Como el desempleo es expresión del flagelo completo, la uberización procura presentarse como una “nueva” alter- nativa de trabajo.
La tendencia, visible mucho antes de la explosión de la pandemia, era clara: reducción del trabajo vivo a través de la substitución de las actividades tradicionales por herramientas automatizadas y robotizadas bajo el comando informacional-digital, haciendo el trabajo vivo más “residual” en las plantas digitalmente más avanzadas y empujándolo hacia las actividades llamadas “manuales” o ampliando el monumental ejército sobrante de fuerza de trabajo, que no para de expandir- se en esta fase más destructiva del capital. Si bien este proceso no puede llevar a la extinción completa de la actividad humana laboral (en tanto las máquinas no crean valor, aunque lo potencializan), viene desencadenando un nuevo período de ampliación de lo que Marx denominó como trabajo muerto (creado por medio de la introducción de nueva maquinaria informacional-digital, de la que es ejemplo la internet de las cosas) y la consecuente reducción del trabajo vivo a través de la substitución de las actividades humanas por herramientas automatizadas bajo el comando informacional-digital en esta era de dominio “incuestionable” de las corporaciones globales financiarizadas.
Este proceso, sombrío y tenebroso, viene agravándose aún más en el contexto de la pandemia causada por el coronavirus. No obstante, es necesario añadir que la pandemia no es la causa de esta tragedia social. Ella la desnuda, la intensifica y la exaspera, en tanto representa la agrupación del sistema de metabolismo antisocial del capital que es letal con relación al trabajo, a la naturaleza, a la libertad substantiva entre los géneros, razas y etnias, a la plena libertad sexual, entre muchas otras dimensiones del ser en busca de la autoemancipación humana y social.
II.
El actual desespero del capitalismo globalizado reside exactamente en este punto: sin trabajo no hay valorización del capital, no hay ni creación de riqueza ni acumulación privada. Las presiones, mayores o menores (en función de la intensidad predadora y predatoria de las burguesías globales y periféricas), se explican por la desesperación de volver a la producción “normal” en plena pandemia.
Sabemos que el capital aprendió a lidiar y enfrentar este dilema, que le es vital. Como su sistema de reproducción sociometabólico no puede prescindir del trabajo, le resta pauperizar, dilapidar, corroer y destrozar la fuerza humana trabajadora hasta el límite, sin poder, empero, eliminarla completamente. Es aquí donde proliferan las maqui- naciones y embustes de sus altos gestores (hoy denominados CEO, Chief Executive Officer), con sus alquimias, léxicos, burlas, promesas y manipulaciones. La individualización, invisivilización y eliminación completa de los derechos del trabajo reúne el sueño dorado del capital, ahora que el mundo digital, online, robotizado y automatizado puede convivir con el trabajo degradado, desvertebrado, desorganizado, aislado, fragmentado y fracturado.
Fue por eso que sugerí recientemente la hipótesis de que el capitalismo de plataforma, aquel impulsado y comandado por las grandes corporaciones globales, tiene algo que se asemeja a la protoforma del capitalismo. En pleno siglo XXI, con algoritmos, inteligencia artificial, internet de las cosas, big data, industria 4.0, 5G y todo lo demás que tenemos de este arsenal informacional, no faltan evidencias sobre el hecho de que están en curso verdaderos laboratorios de experimentación del trabajo, con alta dosis de explotación, que se agravan aún más con la extensión del trabajo uberizado para las más distintas actividades, además de la ampliación del home office, del teletrabajo y, en el universo educativo, de la Educación a Distancia (EAD), para citar solamente algunos ejemplos[4].
Desde el punto de vista del capital, las ventajas son evidentes: más individualización; menos relación solidaria y colectiva en el espacio de trabajo (donde florece la consciencia de sus reales condiciones); distancia- miento y boicot a la organización sindical; tendencia creciente a la eliminación de los derechos (como el llamado emprendedurismo); fin de la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de vida (ya que las nefastas metas se encuentran interiorizadas en las subjetividades que trabajan), etc. Sin hablar sobre lo que también es de gran importancia: tendremos más duplicación y yuxtaposición entre trabajo productivo y trabajo reproductivo, con clara incidencia en la intensificación del trabajo femenino, pudiendo aumentar aún más la desigual división socio-sexual y racial del trabajo.
Si esta realidad del trabajo se expande como una plaga en períodos de “normalidad”, es evidente que en este período viral y pandémico el capital viene realizando varios experimentos orientados a ampliar, postpandemia, los mecanismos de explotación intensificada y potencializada del trabajo en los más diversos sectores de la economía.
Así, las corporaciones globales presentan el recetario para la salida de la crisis, verdadero obituario para la clase trabajadora: más flexibilización, más informalidad, más intermitencia, más tercerización, más home office, más teletrabajo, más EAD, más algoritmos “comandando” las actividades humanas, con el fin de convertir el trabajo en nuevo apéndice autómata de una nueva máquina digital que, aunque parece neutral, sirve realmente a los designios inconfesables de la autocracia del capital.
Y todo eso ocurre bajo la cerrada hegemonía del capital financiero, esa verdadera fuente misteriosa que impulsa permanentemente, sin ningún descanso y con mucha fatiga, física y psíquica, corpórea y mental, ese molino que solo se mueve para generar más riqueza privadamente apropiada. Así, si fuesen preservados los elementos estructurantes de este sistema de metabolismo antisocial del capital, tendremos aún más desempleo, más informalidad y más desigualdad social. Y quien “tenga la suerte” de permanecer trabajando, vivirá un nefasto binomio: mayor explotación y más expoliación. O eso, o el desempleo.
Por lo tanto, si así ha sido el capitalismo anterior a la pandemia, con el capitalismo pandémico o viral, estamos viendo la realización de “verdaderos experimenta in corpore vili[5], como aquellos que los anatomistas realizan en ranas”, para recordar a Marx[6].
Vale aquí rememorar a Iside Gjergji y su sugestiva conceptualización del cuerpo-clase (al tratar sobre la tortura y el suplicio en la sociedad del capital)[7]. La contaminación en masa por COVID-19 y la mayor letalidad de la pandemia tiene una nítida dimensión de clase, afectando más intensamente el cuerpo de la clase-que-vive-del-trabajo. Aunque tenga una apariencia inicial policlasista, la pandemia del capital es de facto mucho más funesta al alcanzar el cuerpo-clase de las mujeres trabajadoras blancas, y más intensamente el cuerpo-clase de las trabajadoras negras, indígenas, inmigrantes, refugiadas, LGBTIQ+, etc.
Así, si dejamos al capitalismo responder a la crisis, su propuesta es clara: una vez más colocará todo al peso de esta sobre los hombros de la clase trabajadora.
Urge, entonces, inventar un nuevo sistema de reproducción sociometabólico en el cual la humanidad (y no el capital) sea dota- da de sentido en sus actividades más vitales y esenciales.
III.
El desafío más vital, en esta fase de crisis estructural que estamos viviendo, en la cual la destructividad y la letalidad se complementan, es construir una alternativa más allá del capital[8].
En el espacio de este artículo vamos a ofrecer solamente algunos puntos de partida para esta monumental empresa en busca de la emancipación social en nuestro tiempo. Voy a partir de ejemplos extraídos de la propia vida cotidiana, comenzando por el trabajo. Aquí el mayor desafío es desenvolver una nueva modalidad de trabajo humano y social, concibiéndolo como actividad vital, libre, autodeterminada, fundada en el tiempo disponible, contrariamente al trabajo asalariado y alienado, que caracteriza la sociedad capitalista[9].
Sabemos que hay centenas de millones de trabajadores y trabajadoras con empleos precarios y jornadas diarias que alcanzan 10, 12, 14, 16 horas, de lo que es ejemplo el trabajo uberizado en las plataformas digitales y aplicaciones globales, que indicamos anteriormente. Pero sabemos también que hay centenas de millones que no tienen trabajo alguno y viven en los cinturones de indigencia, de los cuales la clase trabajadora inmigrante global es ilustración trágica, deambulando de un rincón a otro del mundo en busca de cualquier labor y sufriendo ataques racistas y xenófobos.
Es indispensable, entonces, tratar la cuestión del trabajo en otra dimensión, lo que significa trabajar solo en lo estrictamente necesario para la producción de bienes socialmente útiles, con menos horas de trabajo diario, eliminando el trabajo orientado a la creación de plusvalía para la acumulación priva- da del capital. Desde luego, se evidencia que tal proposición hiere y confronta directamente el sistema de metabolismo social del capital.
Tan vital como el trabajo es la cuestión ambiental, dada la necesidad inaplazable de preservar y recuperar la naturaleza, evitando de todos los modos la escalada descontrolada de su destrucción por el capital. Calentamiento global, energía fósil, agrotóxicos, transgénicos, minería, incendios, industria destructiva, agronegocio predador, todo necesita ser completamente eliminado, en tanto son expresiones del capital y no pueden continuar su sistema de reproducción sociometabólico sin intensificar la destrucción de la naturaleza en todas sus dimensiones, humana, orgánica e inorgánica.
El capitalismo pandémico está permitiendo, entonces, que millones de trabajadores y trabajadoras puedan percibir que su propia vida cotidiana está -cada vez más- dificultando -e, incluso, impidiendo- su propia supervivencia por cuenta de las quemas y de los niveles absurdos de polución del aire. Estamos presenciando, por ejemplo, que las ciudades que hicieron aislamiento social durante las fases más graves de la pandemia consiguieron reducir significativamente el nivel de polución ambiental, básicamente por dos motivos: los carros pararon de circular y las industrias no esenciales (inclusive la automotriz) paralizaron su producción.
De este modo es posible comprender que, para que ocurra una efectiva recuperación de la naturaleza, se hace vital romper y superar la producción destructiva para el capital, lo que solo es posible a través de la construcción de un nuevo sistema de metabolismo social más allá del capital.
Por cuenta de tantos desafíos, la batalla crucial de este siglo XXI no se puede aplazar más: se trata de inventar un nuevo “modo de vida”[10], contrario a los imperativos expansionistas, incontrolables, destructivos y letales del sistema capitalista. Esto vale también cuando reflexionamos sobre la libertad substantiva en su emancipación efectiva, en relación con el género, el racismo, la homofobia, el sexismo, la xenofobia, el culto a la ignorancia, etc.
Esta nueva empresa social, más allá de las limitaciones del capital, solamente podrá resultar de las luchas de la clase trabajadora, de los movimientos sociales de las periferias, de las comunidades indígenas, del movimiento negro, de la juventud, de la revolución feminista global en curso, articulando las luchas contra la opresión masculina y también contra las múltiples formas de dominación y de explotación del capital. Recuperando el espíritu comunal presente en la autenticidad de las comunidades indígenas de nuestra América Latina, en la vida en busca de la felicidad social presente en la Revolución Social de Haití y también en el Quilombo[11] de los Palmares (Brasil), ambas revueltas de negras y negros esclavizados que lucharon por su emancipación, entre tantos otros ejemplos presentes en nuestra historia.
Será de este modo que podremos avanzar en el diseño de una nueva forma de propiedad social, distinta de la propiedad privada, así como de la propiedad estatal.
Una última nota: La idea de que el socialismo acabó es una ficción que, desafortunadamente, encuentra muchos adeptos. Si el capitalismo necesitó aproximadamente tres siglos para constituirse (si pensamos desde la acumulación originaria hasta la revolución industrial), ¿por qué el socialismo tendría que haberse constituido y acertado, en su plenitud, en un único siglo?
De la magistral Comuna de Paris, de 1871, hasta los días actuales, tuvimos cerca de 150 años de luchas y revoluciones socialistas. Por lo tanto, cuando analizamos los procesos históricos, tenemos por lo menos 150 años más para tomarnos el tiempo que al capitalismo le llevó derrotar el feudalismo.
(Publicado originalmente en Revista Izquierda, de Colombia. Traducción del portugués de Andrea Ávila Serrano)
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[1] En este artículo retomo un análisis presentado en el e-book de R. Antunes. Coronavírus: O Trabalho Sob Fogo Cruzado [Coronavirus: El Trabajo Bajo Fuego Cruzado] (São Paulo: Boitempo, 2020).
[2] Fue Marx, en El Capital, quien creo la metáfora del metabolismo social para mayor comprensión de los engranajes presentes en el capital (Marx, K., El Capital, Volumen 1). Pero fue István Més- záros quien nos ofreció un amplio desarrollo y actualización de esta categoría. Ver I. Mészáros (1995). Beyond capital: towards a theory of transition, London: Merlin Press, (edición en español: Vadell Hermanos, Valencia/Caracas, 2001).
[3] R. Antunes. O privilégio da Servidão (2018). São Pau- lo: Boitempo.
[4] Ver el amplio conjunto de investigaciones presentadas en el libro de R. Antunes (Organizador), Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0. Boitempo, 2020.
[5] Experimentos en un cuerpo sin valor.
[6] K. Marx. O Capital, Livro 1. São Paulo, Boitempo, 2011, p. 528 (Capítulo 13).
[7] I. Gjergji (2019). Sociologia della tortura Immagine e pratica del supplizio postmoderno. Venezia Edizioni Ca’ Foscari - Digital Publishing.
[8] I. Mészáros, Beyond capital…., op. cit.
[9] R. Antunes (2005). Los sentidos del trabajo. Herramienta
[10] K. Marx y F. Engels, Ideologia Alemã, Boitempo, 2007, p. 87.
[11] Equivalente de un palenque (N. del T.).