23/11/2024
Por Revista Herramienta
La Revolución sandinista representa una de las expresiones sociopolíticas más radicales del trabajo de base realizado por los protagonistas del Cristianismo de la liberación (Löwy, 2019). Efectivamente, militantes (tanto creyentes como no-creyentes) y miembros del clero se unieron para derrocar a una de las dictaduras más vetustas y brutales de Centroamérica: la de la familia Somoza. En este importante trabajo de investigación, el sociólogo estadounidense Jean-Pierre Reed, profesor de la Universidad del Sur de Illinois Carbondale, nos propone, desde una perspectiva marxista, una aproximación socio-histórica a los procesos (políticos y subjetivos) experimentados por algunos de sus actores.
En el primer capítulo, “Culture, Ideology, and Emotions in the Study of Insurgent and Revolutionary Agency”, el autor nos explica su propuesta teórica para el análisis de los factores subjetivos que configuran el albedrío (agency) de los actores. Mientras que, desde la sociología de la revolución, algunos estudios han priorizado en el estudio de la ideología y, por tanto, de una vanguardia específica, la investigación que nos ofrece Reed se concentra en el papel de los modelos culturales tradicionales de las masas de simpatizantes en los procesos de insurgencia/revolución. Para ello, el autor hace una profunda revisión sobre el uso de ciertas nociones (costumbre, tradición, modismos culturales, políticas de la vida, experiencia vivida, etc.) en las diferentes teorías del cambio social. Apoyado en los aportes de diversos pensadores (Theda Skocpol, Jack Goldstone, Raymond Williams, Antonio Gramsci y Edward Palmer Thompson, principalmente), Reed reconoce la importancia del potencial disruptivo de los modelos culturales tradicionales en las luchas contrahegemónicas. Desde una perspectiva gramsciana, el autor asume que la lucha de clases es también una lucha cultural y, por tanto, interpreta la experiencia como un catalizador histórico para la evaluación crítica y moral de las condiciones estructurales. Por otra parte, el autor retoma la noción de evento, en tanto tipo de narración, para comprender la dinámica de la acción colectiva y, de esta manera, ponderar el impacto de los movimientos sociales. Así, siguiendo a las reflexiones de Meyer y de Kimeldor, el autor sostiene que los eventos insurgentes/revolucionarios operan como mecanismos de transformación subjetiva. Por consiguiente, tanto las emociones como la experiencia no son sólo elementos activos en la configuración de los eventos de acción colectiva durante las insurrecciones sino también herramientas heurísticas de gran calado. Nos parece importante subrayar que, a diferencia de algunas perspectivas de la sociología de los movimientos sociales que ingenuamente abordan el papel de las emociones dentro de los marcos ideológicos del modelo liberal-burgués, Reed las coloca como parte de una “estructura de sentimiento” (Williams, 2000), esto es, como elementos dinámicos del entramado de “significados y valores tal como son vividos y sentidos activamente” (Williams, 2000: 154) por los actores.
En “The Role of Religion in the War of Liberation: Christian Insurgents in the Fight for Justice”, segundo capítulo del libro, el autor examina el papel del discurso religioso en la movilización sociopolítica (tanto urbana como rural), concretamente en el proceso de concientización, formación y organización del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Para ello, primero examina la importancia del Concilio Vaticano II (1962-1965), de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano (Medellín-1968 y Puebla-1979) y de las diversas encíclicas papales (Gaudium et Spes, Popolurum Progressio, Evangelii nuntiandi, entre otras) en la elaboración de una nueva doctrina cristiana en diálogo con el mundo moderno y sus problemáticas (pobreza, desigualdad, dependencia). Así, el sociólogo estadounidense estudia minuciosamente los documentos doctrinales de la Iglesia que contribuyeron a legitimar la lucha por el cambio social. Posteriormente, identifica los eventos más significativos (creación en 1966 de la Comunidad Eclesial de Base “San Pablo de Apóstol” y del Seminario en el archipiélago de Solentiname dirigido por el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, organización del Primer Encuentro Pastoral de 1969, ocupación de la Catedral en septiembre de 1970) para la emergencia en Nicaragua del cristianismo de liberación (Löwy, 2019). Además de establecer los puntos medulares de la interpretación comunitaria de la Biblia (temática del Éxodo o la parábola del Buen Samaritano), Reed nos ofrece, a través del análisis de algunos pasajes de El Evangelio de Solentiname (Cardenal, 2006), de la Misa popular y de Los cursillos de Cristiandad, una interpretación sociológica del vínculo entre fe y compromiso político. Finalmente, el autor toma en serio el papel de la violencia legitima, como respuesta a la violencia institucionalizada (materializada en el pecado estructural), en la subjetividad de los actores y, en ese sentido, la historia del padre de origen asturiano Gaspar García Laviana (1941-1978) le permite demostrar el compromiso ético-político de los curas populares[1]. De hecho, ciñéndose a una interpretación gramsciana, Reed considera a los miembros del clero que tomaron parte en la insurrección como “intelectuales orgánicos” de un proceso contrahegemónico.
En el tercer capítulo “Sandinismo: A Nationalist Idiom and Ideology in the War of Liberation”, Reed estudia la importancia del marxismo heterodoxo cultivado por Carlos Fonseca (1936-1976) en la configuración de la narrativa cultural del sandinismo. Asimismo, analiza el peso de la figura de Augusto César Sandino (1895-1934) en el imaginario de los militantes nicaragüenses. Inspirado en la revolución cubana y en la masacre de los estudiantes de León (1959), junto a Tomás Borge y a Silvio Mayorga, Carlos Fonseca fundó en julio de 1961 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Efectivamente, como bien lo observa Reed, en el FSLN se mezclan dos tradiciones de lucha: la de la generación antiimperialista que peleó contra los Estados Unidos al lado de Sandino (Alberto Bayo y el coronel José Santos López) y la nacionalista-popular (Fonseca, Sergio Ramírez[2], Omar Pomares “El Danto”[3] y Humberto Ortega). Para el sociólogo estadounidense, el trabajo de “rescate de memoria” que hizo Fonseca del legado, fue crucial en la denuncia de las estructuras de dominación tanto externa (imperial) como interna (colonial). “Traductor del pasado político” (Reed, 2020: 105), Fonseca liberó la “tradición” de la narrativa hegemónica somocista y la dotó de un potencial revolucionario y, en ese sentido, hizo comparecer “una figura de testimonio”[4] con la finalidad de interpelar a sus contemporáneos. En otras palabras, a partir de la figura de Sandino, Fonseca elaboró una muy particular teoría de la revolución en la que podemos advertir tanto elementos del marxismo, del aprismo y del bolivarismo clásico como algunos planteamientos de José Carlos Mariátegui. De hecho, y siguiendo los planteamientos de Steven Palmer, el autor considera a Fonseca como “un consumado intelectual orgánico” (Reed: 2020: 108). Aunque algunas características del marxismo-leninismo (vanguardismo político, centralismo democrático, partido de vanguardia) fueron retomadas por el sandinismo, Reed reconoce que su horizonte estuvo más cercano al de la revolución cubana que al modelo de la revolución rusa. Huelga decir que, para el autor, el marxismo no fue un vehículo para el sandinismo sino que, al contrario, el sandinismo fue un vehículo para el marxismo (Reed: 2020: 108). De este modo, Reed subraya el aporte de la obra de Fonseca para el desarrollo de un pensamiento marxista propiamente latinoamericano en el que se sintetizan variadas tradiciones de lucha: anticolonialistas, antimperialistas, nacionalistas y, por supuesto, anticapitalistas. Por otra parte, el autor aborda el sandinismo como “una fuerza cultural de resistencia” y, por tanto, sostiene que “en Nicaragua, lo popular (folclor) y lo formal (ideológico) generaron la movilización insurgente” (Reed, 2020: 112). Con la ayuda de testimonios insurgentes (“¡Y se armó la Runga!”, “La Insurrección popular sandinista en Masaya”), Reed devela el papel limitado que tuvo la ideología en el proceso insurreccional y, de esa manera, reconoce la presencia tanto del legado folclórico del Sandinismo como de las “razones emocionales” (Robert Salomon) de los militantes que abrazaron la lucha armada. Además, en este acápite, describe algunas afinidades entre la ideología socialista y el discurso/imaginario religioso, a saber: el igualitarismo y la fraternidad.
Posteriormente, en el capítulo “Emotional Events and the Unfolding of Insurrection”, el autor pondera el peso de las emociones en la lucha de liberación. Para ello, Reed nos propone una tipología muy interesante de los eventos que provocaron un compromiso emocional en el movimiento de insurgencia y que además fueron una especie de aceleradores de la gesta revolucionaria. Al respecto, el autor identifica cuatro tipos de eventos insurgentes que fungieron como aceleradores (accelerators): 1) los eventos conducidos por el Estado (comicios fraudulentos de 1967[5], corrupción exacerbada a raíz de la devastación de Managua provocada por el sismo de 1972, asesinato en 1978 de Pedro Joaquín Chamorro); 2) los eventos de la guerrilla (coalición de las diversas tendencias de los grupos guerrilleros en torno al Frente Único, formación en 1977 del grupo de Los Doce, ofensiva de septiembre de 1978, toma del Palacio Nacional); 3) los eventos espontáneos (insurrección del barrio indígena de Monimbó) y 4) los eventos partisanos organizados (resistencia estudiantil, entrada del grupo de Los Doce a Managua). El impacto emocional de los aceleradores planificados (planned accelerators) fue determinante para la configuración de la insurgencia ya que las emociones (valentía, orgullo, indignación, miedo, solidaridad, entusiasmo) no sólo permitieron una transformación en la subjetividad de los actores sino además crearon una identidad colectiva. “Mientras que los aceleradores conducidos por el gobierno (governing accelerators) provocaron una ‘indignación moral’ en varios sectores de la población, los aceleradores planificados, contingentes y organizados fomentaron la esperanza colectiva de los insurgentes” (Reed, 2020: 178).
En “Rebuilding the Nation and Life-Politics during Sandinista Rule”, penúltimo capítulo de la obra, Reed explora la historia del nuevo régimen sandinista durante la década de los ochenta. Para ello, el autor considera al sandinismo como una ideología de la política vida (life-politics) que otorgó un marco para las orientaciones de las acciones revolucionarias (Reed, 2020: 194). A través del análisis del texto de Fonseca titulado ¿Qué es un Sandinista?, el sociólogo estadounidense identifica algunos elementos (ideal revolucionario, concepción del nuevo hombre) que permitieron la configuración de la ideología del sandinismo no sólo para la movilización de las masas sino también para construir una sociedad en concordancia con los principios de la política de la vida. Además, apoyándose sobre una serie de testimonios (destacan los de las feministas Ana Criquillon y Gioconda Belli) y de entrevistas (con antiguos combatientes tanto sandinistas como de la contra), Reed explora las transformaciones subjetivas y societales experimentadas durante el gobierno revolucionario: el vínculo entre la experiencia personal y el activismo político, la emergencia de una conciencia democrática por medio de las elecciones de 1984, la construcción un nuevo sujeto político, la politización -a través la Cruzada Nacional de Alfabetización- de amplias capas de la sociedad nicaragüense, el fomento del compañerismo como modelo cultural y, por supuesto, el reforzamiento de un sentimiento patriótico en el contexto de la guerra de La Contra[6]. Por otra parte, el autor estudia el caso de la AMNLAE (Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza) en la construcción de las mujeres como sujeto político autónomo. No obstante, Reed reconoce las contradicciones y límites del sandinismo en lo que respecta a la destrucción de las estructuras patriarcales de la sociedad.
Finalmente, en “Sandinista Identity in the Post-Revolution Period”, Reed identifica la permanencia de una identidad sandinista y revolucionaria anclada a una memoria colectiva. Apoyándose en su trabajo de campo (entrevistas realizadas in situ), el autor sostiene que, aunque las derrotas electorales representaron el fin de las políticas revolucionarias e incluso el fin de la revolución, esto no significó la muerte de la identidad sandinista. Efectivamente, las declaraciones de los protagonistas (incluso, de aquellos que se volvieron antisandinistas) reflejan que la década del sandinismo es sinónimo de “poder popular”, “compañerismo”, “entusiasmo”, “fraternidad”, mientras que la época neoliberal es considerada como una “era individualista” y un periodo de “inversión de los valores”. Además, en este acápite, el autor examina el impacto de las políticas de ajuste estructural aplicadas durante la década de los noventa (Violeta Chamorro y Arnoldo Alemán) en la sociedad nicaragüense, que implicaron un aumento de la desigualdad, de la pobreza y de la delincuencia. Sin embargo, la presencia de la identidad sandinista (revolucionaria) se puede observar durante las movilizaciones en contra de dichas medidas antipopulares.
En términos generales, consideramos esta investigación como una obra imprescindible para las ciencias sociales y, por tanto, sostenemos que es una valiosa contribución para la sociología de los movimientos sociales (origen y desarrollo del sandinismo, subjetividad/movilización), la historia de las ideas (marxismo latinoamericano), la socio-antropología de la religión (religión popular, teología de la liberación), la sociología política (construcción de hegemonía, procesos de contestación, poder popular) y, por supuesto, la historia contemporánea. Por último y no menos importante, la construcción teórico-metodológica que propone el autor nos parece de sumo interés para el estudio de la subjetividad (emociones) en los procesos de resistencia sociopolítica y lucha cultural.
(El autor es Investigador postdoctoral Collège d’études mondiales/FMSH)
Referencias:
Bloch, Ernst (2002). Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. Madrid: La balsa de la Medusa.
Cardenal, Ernesto (2003). La Revolución perdida (Memorias. Tomo III). Managua: Anama.
Cardenal, Ernesto (2006). El Evangelio de Solentiname. Madrid: Trotta.
Cherem, Silvia (2004). Una vida por la palabra. Entrevista con Serio Ramírez. México: FCE.
Fonseca, Carlos (1985). Obras. Bajo la bandera del sandinismo. Tomo 1. Managua: Editorial Nueva Nicaragua.
Löwy, Michael (2019). La Lutte des dieux. Christianisme de la libération et politique en Amérique latine. Paris: Van Dieren.
Reed, Jean-Pierre (2020). Sandinista Narratives. Religion, Sandinismo and the Emotions in the Making of the Nicaraguan Insurrection and Revolution. London: Lexington Books.
Roitman Rosenmann, Marcos (2019). Por la razón o la fuerza. Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencias en América Latina. Madrid: Siglo XXI.
Williams, Raymond (2000). Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
[1] Sobre el padre Gaspar García, el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal (2003: 165) cuenta que: “Gaspar recordaba los libros de teología moral que había estudiado en el seminario, en los que se enseñaba la doctrina de la Iglesia de que en casos externos el tiranicidio es lícito (…) Decía que había visto las heridas de su pueblo, especialmente la explotación del campesino, y había tocado con sus manos la vileza, el escarnio, el engaño, el latrocinio de la familia Somoza; había escuchado el gemido del pueblo en la noche cerrada de las bayonetas; y pedía a los hermanos nicaragüenses que por su amor a Cristo apoyaran la lucha del Frente Sandinista, para que el día de la redención del pueblo no se siguiera retrasando”.
[2] Sobre el impacto de la masacre de los estudiantes de León de 1959 en su proceso de radicalización política, de su experiencia en el grupo de Los Doce y de su papel en el seno de la organización del FSLN véase la interesante entrevista que le concedió en 2002 a la periodista Silvia Cherem (2004).
[3] Sobre la relación entre Omar Pomares y Carlos Fonseca véase (Cardenal, 2003).
[4] Este ejercicio nos recuerda el que realizó el filósofo alemán Ernst Bloch (2002) con la figura de Thomas Müntzer.
[5] En su “Mensaje del Frente Sandinista de Liberación Nacional, con motivo del 150 aniversario del rompimiento del yugo colonial español” de 1971, Carlos Fonseca (1985:363) escribe sobre dichos comicios lo siguiente: “La última y sangrienta farsa electoral, en 1967, contó con el respaldo unánime de los Somoza, Ramiro Sacasa, Fernando Agüero y Pedro J. Chamorro, mancomunados todos ellos, como genuinos representantes de un pasado negativo, en el régimen antipopular”. Esta declaración nos permite observar la desconfianza de Fonseca hacia los personajes de la burguesía que solamente buscaban una transformación dentro de los marcos de la democracia demoliberal.
[6] Para el sociólogo y analista político Marcos Roitman (2019: 95) la coyuntura internacional favoreció el triunfo de la Revolución sandinista puesto que, durante la presidencia del gobierno del Partido Demócrata en Estados Unidos, James Carter realizó una crítica de la violación de los derechos humanos cometidos por las dictaduras militares. Sin embargo, con la llegada del neoconservadurismo en 1981, expresada en la victoria de Ronald Reagan, la revolución sandinista vuelve a ser considerada una amenaza para los intereses del Atlántico Norte. De ahí la importancia de financiar a grupos paramilitares en Nicaragua. Por su parte, Sergio Ramírez (Cherem 2004: 128) cuenta que, años más tardes, se enteró de la existencia de una carta con fecha del 23 de junio de 1978 en la que Carter le pide a Somoza que se respete la integridad física de los miembros del grupo de Los Doce cuando éstos entren a Nicaragua.