23/11/2024
Por Revista Herramienta
El fracaso de la incursión armada en el Capitolio no es necesariamente el punto final de la eventual evolución autoritaria de los EE.UU., sino que refleja el estado inacabado de esta fase del desarrollo del fascismo.
El hecho de que las tentativas desesperadas para subvertir el derecho constitucional liberal probablemente no tengan buenos resultados, refleja en buena medida el estado incipiente que caracteriza esta fase de desarrollo del fascismo.
Lo que estuvimos viendo durante los últimos años son intentos especulativos, incursiones experimentales, que sientan las bases organizativas y culturales para que una derecha violenta y extraparlamentaria se vuelva dominante. Por ejemplo, no hay Modi sin Gujarat, como tampoco hay Gujarat sin Ayodhya. Lleva tiempo desarrollar las coaliciones de fuerzas, tanto adentro como afuera del Estado, hacer que la cultura de la crueldad y de la violencia se vuelvan dominantes, erosionar el compromiso de la burguesía liberal con el liberalismo, desmoralizar a la izquierda e inculcar el terror en las minorías. No estoy sugiriendo que las energías rudimentarias del trumpismo, que demostraron estar expandiéndose significativamente durante las últimas elecciones, son equivalentes al BJP/RSS en su coherencia ideológica, claridad organizativa y profundidad social. No lo son. Simplemente estoy estableciendo esta analogía para indicar que todavía no estamos ni cerca del punto de llegada de este fenómeno.
La toma armada del Capitolio de EE. UU., incitada por Trump, y que complementa las campañas de los senadores republicanos pro-Trump que quieren anular el resultado de las elecciones, no podría haber sucedido sin el consentimiento de la policía de DC, que probablemente actuó con la ayuda del Departamento de Defensa. Si se hubiese tratado de otro movimiento de protesta, hubiesen reprimido (y seguramente de forma brutal, haciendo un uso absolutamente desproporcionado de la violencia). Este es el Estado que bombardeó la sede de MOVE y abrió fuego durante el asedio de Waco. En cambio, la policía de DC abrió las puertas y permitió a la extrema derecha armada ingresar al Capitolio, y se quedó sin hacer nada mientras estas personas entraban y buscaban a los representantes electos para confrontarlos. ¿Y luego qué? Permitieron que la violencia escalara hasta terminar con un tiroteo, en el cual terminaron disparándole a una mujer en el cuello. Pidieron refuerzos de la Guardia Nacional, y el Departamento de Defensa perdió tiempo argumentando que estaban “considerándolo”. Intervinieron solo después de que se había desarrollado una violencia prácticamente letal. El Pentágono, por supuesto, está a cargo de Christopher Miller, luego de que Mark Esper, su predecesor, fue desplazado el 9 de noviembre por oponerse a Trump. Esper se contaba entre los exfuncionarios del Pentágono que advirtieron sobre el peligro de un golpe de Estado. Mi especulación es obviamente que el Pentágono se detuvo, bajo presión de Trump, para permitir que sus muchachos vivieran la experiencia completa.La alianza entre la extrema derecha, la policía y una fracción del ejecutivo se consolidó a través de movilizaciones callejeras violentas bajo la gestión de Trump: las protestas anticuarentena, las manifestaciones contra Black Lives Matter y los incendios forestales de Oregon. La dialéctica entre la violencia callejera y la represión que el Estado descarga sobre los enemigos de la derecha ha sido un elemento visible de la estrategia de Trump. Y esta dialéctica de la radicalización mutua –tan característica del fascismo en su fase de madurez– dignificada por la histeria anticomunista, jugó un rol central a la hora de expandir sus bases durante las elecciones de noviembre. Si el resultado hubiese sido más parejo, estas protestas hubiesen sido mucho más grandes y más peligrosas. Uno de los motivos principales por el que estas protestas movilizan a miles de personas, pero no a cientos de miles, es que el resultado fue lo suficientemente concluyente como para ser desmoralizante. Si este no hubiese sido el caso, los desafíos legales, complementados con algunas llamadas amenazantes de Trump y unas pocas manifestaciones armadas, hubiesen bastado para hacer quedar a los disturbios de Brooks Brothers como un picnic.
Este golpe desesperado será contenido con la misma facilidad con la que se logró frenar los numerosos retos legales y políticos de Trump frente al resultado de las elecciones. La derrota republicana en Georgia, probablemente acelerada por la misma intransigencia ideológica que les hizo perder las elecciones nacionales, se sumará a la desmoralización de la derecha. La desmoralización desmoviliza. Sin embargo, la corriente subterránea de ira, el mito de la traición (“nos robaron nuestros votos”), y la realidad paralela en la que viven Trump y sus votantes republicanos, abastecerán durante los años sucesivos a la habilidosa y elaborada industria de la desinformación de la extrema derecha. Esto fortalecerá principalmente a dos tendencias: francotiradores solitarios y la vigilancia conspirativa. Esta última tendencia, que abarca desde Pizzagate hasta el seguidor de QAnon que disparó contra un manifestante, pasando por el bombardeo contra el 5G de Nashville, el farmacéutico que saboteó deliberadamente las vacunas que luego repartió entre sus clientes, siguiendo las teorías conspirativas antivacunas, el bombardeo a los vigilantes de Oregon causado por la farsa de Infowars y las milicias contra Black Lives Matter, está muy arraigada en la tradición estadounidense.
Este es el fascismo incipiente, el fascismo en su fase especulativa y experimental, en la cual está formando una coalición de fuerzas populares minoritarias con elementos en el ejecutivo y en el ala represiva del Estado. Sería absolutamente estúpido y autocomplaciente esperar que la democracia estadounidense permanezca lo suficientemente estable durante los años venideros como para no darle a este fascismo rudimentario la oportunidad de cuajar y desarrollarse. No me digan que la burguesía estadounidense nunca apoyará el fascismo porque la democracia liberal funciona suficientemente bien. No me digan que el fascismo no ganará nuevamente puntos de apoyo en una sociedad en la cual la izquierda ha sido débil durante décadas, y en la que buena parte del movimiento obrero apenas conserva el pulso. Todo esto no viene al caso. El fascismo nunca crece en un primer momento porque la clase capitalista se alineé detrás de él. Crece porque lograr convocar alrededor de su núcleo a aquellos a quienes Clara Zetkin definía como “los políticamente desahuciados, los socialmente desplazados, los desamparados y los desilusionados”. Y el fascismo incipiente ha demostrado, desde la India hasta las Filipinas, que no necesita tener en frente un comunismo fortalecido para reaccionar: la hipótesis de Ernst Nolte era incorrecta. Estados Unidos necesita con urgencia un movimiento antifascista.
(Artículo traducido por Valentín Huarte, publiado originalmente en revista Jacobin América latina)