26/11/2024

Rusia 1917 – Vertientes y afluentes- De Aldo Casas -Presentación

Por Revista Herramienta

 

 PLAN GENERAL DE LA OBRA

Rusia, 1917. Vertientes y afluentes es el primer volumen de una obra más vasta que lleva como título general Actualidad de la Revolución y Socialismo. Futuras entregas abordarán los primeros años de la República Soviética, el posterior reflujo de la revolución y burocratización del Partido/Estado, el gran giro que desembocó en el régimen de Stalin, las economías planificadas según el modelo de la URSS y la restauración del capitalismo en el antiguo “campo socialista”. Se trata de una reflexión crítica y autocrítica apuntada a re-conocer la renovada actualidad de la revolución y la transición socialista. 

Presentación

El olvido, el desprecio infundado y la ignorancia sobre la Revolución Rusa y sus protagonistas hace parte del intento por generalizar la desmemoria que borra la historia de resistencia y lucha de los obreros, campesinos y pueblos coloniales que es el reverso de la historia oficial.

Aldo Casas.

El compañero Aldo Casas me ha invitado a comentar el primer volumen de su obra Actualidad de la Revolución y Socialismo, que versa sobre la Revolución Rusa de 1917. Este libro se inscribe en el proyecto de largo aliento que el autor ha comenzado a realizar y continuará con un amplio conjunto de reflexiones que conduzcan a analizar la trayectoria de la experiencia soviética, hasta la disolución de la URSS, y su proyección hasta el mundo de hoy. Ese proyecto político intelectual desemboca en el análisis de la crisis civilizatoria en que nos encontramos, la que torna urgente y necesario repensar un proyecto anticapitalista, renovado y nutrido con la comprensión crítica de la fallida experiencia del “socialismo realmente existente”.

Esta invitación me honra y a la misma quiero contribuir con unas breves notas, con el objetivo de recalcar algunos aspectos de este libro que, a mi parecer, representa una importante contribución a la cultura revolucionaria.

Experiencia

Este es un libro escrito por un militante revolucionario anticapitalista de toda la vida, con todas las letras y sin sonrojo. Esto es importante decirlo en estos tiempos, en los cuales la doxa dominante condena cualquier compromiso político contra el sistema hegemónico y sus miserias. Aldo Casas nos recuerda en las primeras páginas de este escrito su trayectoria de militancia permanente desde 1961, hace 60 años, que se proyecta hasta el día de hoy. Él se inscribe en esa perspectiva que dibujaba Eduardo Galeano:

Sí, yo soy de izquierda, y a esta altura de la vida ya no podría cambiar ni aunque quisiera. Si súbitamente descubriera las virtudes de un sistema de poder que me parece enemigo de la gente y de la naturaleza, ya nadie me creería.

Aldo Casas es un luchador convencido del sentido de su acción, cuyas convicciones profundas se mantienen a pesar de las derrotas. Dicha práctica de militante anticapitalista desde diversas trincheras puede catalogarse como una dilatada experiencia que nos remite a uno de los múltiples sentidos de este término: la enseñanza adquirida en la práctica, en concreto el trasegar vital al calor de una constante de lucha. Esta es una veta importante, pero insuficiente, máxime cuando hablamos de la lucha anticapitalista, puesto que se reivindica la labor intelectual en su sentido más profundo, como la necesidad de pensar esa práctica con una reflexión sobre lo vivido o a la luz de lo vivido, que contribuya a clarificar el camino de la lucha, tanto del propio individuo como de aquellos y aquellas que se inscriben en ese horizonte emancipador. Eso se materializa en la producción intelectual de artículos, libros, clases, conferencias en las que Aldo Casas también ha incursionado, para contribuir a pensar el ideario de lucha. Este libro es una continuación de esa lucha en el plano de la teoría y la reflexión histórica y política.

En ese contexto se inscribe el libro que comentamos, un producto de esa doble experiencia, que se ata mediante la urdimbre de lo aprendido en la escuela cotidiana de la lucha con lo pensado, como producto de esa lucha y como aporte para darle una dirección y un sentido. Sobre el segundo tipo, la “experiencia experimentada”, se nutre de una multitud de conocimientos acumulados durante seis décadas referidos a Octubre de 1917, de diversas lecturas y tradiciones interpretativas sobre esa revolución, que se complementan con la producción bibliográfica, también amplia y variada, que a raíz del primer centenario de la Revolución Rusa se produjo en varios idiomas.

El listado bibliográfico que aparece al final del libro es demasiado restringido para captar el verdadero acervo de conocimientos que tiene Aldo Casas sobre la Revolución Rusa, que va más allá de la bibliografía académica y universitaria y tiene, como eje medular, la producción intelectual que han generado revolucionarios de diversas épocas sobre ese trascendental hecho histórico, empezando por los dirigentes bolcheviques y revolucionarios de diversas tendencias que escribieron múltiples obras en las primeras décadas del siglo XX.

Subjetividad

La experiencia condensa el devenir vital de un individuo y se engarza, por lo tanto, con su subjetividad. Desde este punto de vista, la historia que se escribe y se cuenta es subjetiva, término que se usa para indicar que toda interpretación está cargada del sentir experiencial de un individuo. Por eso, este es un libro pleno de subjetividad en el mejor sentido de la palabra, porque los valores, las creencias, las convicciones, las tradiciones revolucionarias lo atraviesan. Eso no quiere decir que, por su carga subjetiva, deje de ser una obra seria, rigurosa, coherente, documentada. Lo es y esto no riñe con su carácter subjetivo, antes, por el contrario, lo refuerza y reafirma el compromiso de su autor, que ha ido decantando a lo largo de 60 años sus apreciaciones sobre la Revolución Rusa y la actualidad de la revolución y el socialismo.

Que sea una obra subjetiva la engarza con la tradición del marxismo cálido, de aquel que resalta el papel de los sujetos como protagonistas de la historia real y de la que se escribe. Por eso a lo largo de estas páginas se recalcan la importancia de la acción subjetiva, la pasión, la fuerza de la voluntad de los miles de hombres y mujeres que hicieron posible la Revolución Rusa, una potencia que se transmitió y realimentó mutuamente entre esos sectores plebeyos y los dirigentes de ese proceso transformador. Esto no significa suponer que la historia es un resultado de las fuerzas mentales o de las ideologías, puesto que estas se encuentran limitadas por ciertas condiciones históricas, como claramente lo dice el autor:

(…) es equivocado e inconducente tratar de interpretar las acciones y los dichos de Lenin y los bolcheviques tomando en consideración solamente sus autodefiniciones ideológicas y posturas políticas, dejando de lado o asignando una mínima importancia al comportamiento de los otros actores y las alternativas históricas determinadas en que debieron intervenir. La historia no es un movimiento auto generado por ideologías y concepciones políticas, a las que deben imputarse incluso las distorsiones que luego se constaten.

En el autor están íntimamente ligados el sentir y el pensar en su dimensión colectiva, debido a lo cual decimos que esta obra ha sido generada por un luchador sentipensante, para utilizar una palabra que se originó en la costa caribe de Colombia y rescató el sociólogo Orlando Fals Borda (otro pensador militante y luchador popular) y luego Eduardo Galeano dio a conocer fuera de las fronteras de Colombia. El autor uruguayo ha dicho que la gente sentipensante “no separa la razón del corazón”, porque “siente y piensa a la vez, sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón”. Ese sentipensar, justamente, es lo que se percibe cuando se lee esta obra, que combina sencillez explicativa con profundidad, y nos transporta a los sucesos de hace un siglo, relatados con pasión, enjundia y una gran dosis de coherencia.

Historia a contrapelo

Aldo Casas nos precisa que no es un historiador, pero podríamos agregar que no es un historiador con título, lo que no es óbice para que su trabajo se haga con el rigor, la seriedad y la exhaustividad de un historiador que merezca ese nombre. Estamos hablando del ejercicio de reconstruir con cuidado y detalle un momento concreto del devenir de los seres humanos, intentando situarse en las condiciones de ese momento y haciendo el esfuerzo de comprender lo que aconteció y develando las razones que explican por qué las cosas sucedieron de la manera en que acontecieron. Al “pasado” se le puede estudiar, para ser esquemáticos, de dos maneras, lo que genera dos tipos de historiadores: de manera superficial y apresurada, lo que implica que ciertos historiadores apenas arañan la epidermis de lo que estudian, sin comprender su fundamento; o de manera profunda, juntando las fichas dispersas de las acciones humanas para presentarnos una reconstrucción coherente que permite acercarse a la complejidad de dichas acciones. Al respecto, es elocuente la imagen que emplea José Saramago en su obra El Viaje del elefante, cuando sostiene:

El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas.

Esta imagen, aplicada a la Revolución Rusa, significa que algunos pasan de largo sobre el acontecimiento con una mirada superficial y plena de prejuicios (exacerbados después de 1989) que en forma olímpica pretenden descalificar ese extraordinario proceso con unos cuantos lugares comunes, que se repiten hasta el cansancio (por ejemplo, que fue un golpe de estado, la acción conspirativa de un pequeño grupo –los bolcheviques– desligada de la acción colectiva, que la concepción leninista de partido conducía necesariamente a la dictadura…). Aldo Casas indaga con atención y cuidado, levanta las piedras del inmenso pedregal de ese país extraño que es el pasado, el gran 1917, y nos presenta el cuadro panorámico que ahora podemos disfrutar y en el que se reconstruyen los múltiples aspectos que hicieron posible la Revolución Rusa.

Otra característica de este libro, digna de destacar, se encuentra en la empatía del autor con el tema que estudia, al que no se ve de lejos como si fuera un espectador desinteresado, “neutral” y distante. Por el contrario, su autor está compenetrado con la problemática de la revolución, de hoy y de ayer, lo que le permite una comprensión de las múltiples fuerzas e intereses en juego, que son examinadas con lujo de detalles. Esa empatía es posible por el vínculo apasionado y comprometido entre pasado, presente y futuro, lo que implica que se mira el pasado como algo vivo, que se proyecta hasta nuestros días, para examinar esa revolución y su desenvolvimiento posterior a la luz de los problemas de nuestro tiempo, en momentos en que se ha impuesto el mantra de que no existen alternativas ni posibilidades de volver a pensar y, mucho menos organizar, una revolución anticapitalista. En la lógica de William Faulkner (“el pasado nunca está muerto, no es ni siquiera pasado”), Aldo Casas nos dice:

(…) porque la historia no es algo que fue allá lejos y hace tiempo, la historia es en tanto la pensamos e interpretamos desde el mundo y el tiempo en que vivimos. Como escribiera un gran novelista argentino, “la revolución es un sueño eterno”.

Es en este sentido que se entiende su esfuerzo de pensar la Revolución Rusa a contrapelo que, en la perspectiva de Walter Benjamin, supondría considerar dos derivaciones: ir a contracorriente de las versiones establecidas que hoy se han hecho dominantes, oponiéndoles la tradición de lucha de los oprimidos; y, como demuestra su reconstrucción, la revolución misma fue un resultado de luchar contra la corriente, de ir en contra del “sentido de la historia”, como lo planteaban antes de la Revolución Rusa los marxistas de la Segunda Internacional.

A contrapelo tendría además otro significado, de extraordinaria actualidad: la catástrofe como un método idóneo para pensar de una manera crítica los nexos entre el pasado y el presente. La Revolución Rusa está inscrita en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial y la carnicería imperialista, constituyéndose en la salida radical, desde abajo y con aire plebeyo, a esa catástrofe, hasta el punto de que cambió al capitalismo y al mundo. En estos momentos, cuando vivimos una catástrofe múltiple (económica, ambiental, climática, alimenticia, sanitaria, educativa…) es perentorio buscar salidas que afronten esa crisis multidimensional, que pone en peligro la propia existencia de la humanidad, un costo cuya responsabilidad corre por obra y gracia del capitalismo realmente existente.

En esta situación de catástrofe, la historia adquiere un sentido para nuestro presente, el mismo que planteaba Walter Benjamin:

Que todo siga ‘así’ es la catástrofe. Esta no es lo inminente cada vez, sino que es lo cada vez ya dado. [… ] el infierno no es nada que nos aceche aún, sino que es esta vida aquí.

Nuestro Octubre de 1917

¿Por qué seguir hablando de la Revolución Rusa, si se concibe hoy en forma dominante como un experimento fallido y derrotado? ¿Será por mera curiosidad histórica? ¿Por qué hablar de esa revolución si nos dicen que de ella no queda nada, solo escombros, y que por eso debemos regresar a 1789 como referente revolucionario y negar el siglo XX? ¿Hablar de la Revolución Rusa sería una labor de nostálgicos, cuando los sucesos de 1989 enterraron definitivamente la posibilidad de cualquier revolución anticapitalista? Estas, entre muchas, son algunas de las preguntas (que en sí mismas contienen las respuestas), cargadas de un claro sentido político que resulta apologético del capitalismo realmente existente, que se hacen cuando se vuelve a mencionar los procesos revolucionarios del siglo XX, empezando por la Revolución Rusa.

Por supuesto, Aldo Casas se ubica en las antípodas de los metarrelatos conservadores y procapitalistas hoy dominantes, e impuestos desde hace 30 años tras el “fin de la historia”, como un nuevo sentido común, claramente negacionista, que nos llama a “pasar la página” y a olvidarnos de la Revolución Rusa y de cualquier otra. Esa misma lógica negacionista de la Revolución se dio primero en la propia Rusia, tras la disolución de la URSS, como lo ha estudiado Moshe Lewin en su obra El siglo soviético. Allí se cita al filósofo político V. P. Mezhuev, quien en 1999 decía:

Pregúntense qué valoran del pasado, qué debemos continuar, qué debemos preservar. La respuesta a estas preguntas les ayudará a enfrentarse al futuro... Si no hay nada positivo en el pasado, no hay futuro y no queda más remedio que “olvidarlo todo y dejarnos llevar por la inercia”.

El destino histórico de Rusia no pasa por un futuro sin pasado. Todo aquel que quiera borrar el siglo XX, un siglo de catástrofes mayúsculas deberá despedirse también para siempre jamás de la gran Rusia.

Esta afirmación puede proyectarse más allá de las fronteras de Rusia y ser considerada en el contexto de lo que representa la Revolución de 1917 para los anticapitalistas del mundo. En esa perspectiva siempre hay que volver a ese acontecimiento, visto desde nuestro presente, para examinar sus alcances, sus logros y, por supuesto, las razones que explican su devenir durante el siglo XX. Tal es, en mi sentir, el espíritu de este libro, en el cual se examinan con detalle las características de Octubre de 1917, que el lector podrá apreciar por sí mismo. De la riqueza de esta obra solamente quiero destacar algunos tópicos, que van contra el sin sentido común que se ha hecho dominante en los últimos 30 años y que gravita sobre gran parte de las izquierdas históricas.

La Revolución Rusa fue una extraordinaria gesta transformadora de tinte plebeyo, en la que participaron obreros, campesinos, soldados, marineros, mujeres pobres, siendo el resultado de la acción combinada de un sujeto diverso y variopinto, que no se redujo de manera exclusiva a los obreros industriales. Esta mirada permite incorporar la diversidad de fuerzas que hicieron posible la revolución y sitúa en una perspectiva histórica el asunto, siempre candente y necesario, sobre el sujeto revolucionario de nuestro tiempo en los países de nuestra América en tiempos de desindustrialización y una brutal transformación del mundo del trabajo, junto con la importancia, dependiendo los países, de campesinos, indígenas, mujeres pobres…

Desde el punto de vista político, en la revolución confluyen una variedad de corrientes, que no se reducen a los bolcheviques, sino que incluyen a los mencheviques, populistas, socialistas revolucionarios, anarquistas… todos los cuales aportaron su granito de arena en la lucha contra el régimen zarista durante décadas, desde finales del siglo XIX. El aporte de todas estas fuerzas confluye en 1917 y hacen posible la revolución, aunque hubieran sido los bolcheviques quienes, entendiendo las circunstancias, se situaran al frente de los acontecimientos que culminaran con la toma del Palacio de Invierno.

No existe un abismo entre la Revolución de Febrero y la de Octubre, como generalmente se plantea, sino que son parte de un proceso continuo, caracterizado por la radicalidad revolucionaria de los sectores plebeyos que con su accionar hicieron posible el fin del zarismo y enfrentaron al gobierno burgués. Al respecto, es notable la manera en que se reconstruyen esas acciones populares después de la Revolución de Febrero contra el régimen zarista, las cuales estaban cargadas de violencia, producto de la rabia e indignación contra el viejo orden, que no se negaba a morir y el nuevo, que se estaba gestando, o sea, que no constituían aspectos exclusivos de una revolución política, sino que eran los gérmenes de una revolución social. Como lo precisa el autor:

Es falsa pues la idea recibida de que Febrero habría sido una mera revolución política que dejó el poder en manos de la burguesía. Por el contrario, y más allá de la maraña de confusión política e infundadas ilusiones que mencheviques y SR alimentaban y/o sembraban, aquellos millones de hombres y mujeres movilizados dieron al proceso el carácter de una revolución social en acto, en el curso de la cual todas las organizaciones que aspiraban a representarlas y/o dirigirlas se vieron obligadas a revalidar y actualizar sus credenciales.

Los múltiples elementos, referidos a la desigualdad, la opresión, la dominación y la injusticia que se pusieron en el tapete de la discusión a nivel mundial, gracias al estallido emancipador que generó la revolución, cuyas características y tensiones, que incidirán en su historia posterior, están referidas a aspectos tales como el poder obrero, la revolución campesina, el internacionalismo y la revolución socialista que se avizoraba (y nunca llegó) en Europa, la revolución de las nacionalidades oprimidas y la lucha anticolonial ante la opresión zarista y el imperialismo. La Revolución Rusa fue la llave que abrió el acceso a un continente emancipador, el de la igualdad, que hoy debe rescatarse en medio de la pavorosa desigualdad que predomina en el mundo, y que suele contraponerse al de la libertad, como si fueran antagónicos. De todo esto nos habla Aldo Casas, con una reivindicación de la importancia de esos acontecimientos para el mundo de hoy.

Para concluir estas notas, resulta significativo decir que Octubre de 1917 forma parte de nuestras tradiciones, que no podemos lanzar al basurero del olvido, sino que debemos recuperar críticamente para nuestro presente y futuro, como bien lo dice Ezequiel Adamovsky,

Muchos aspectos centrales de la Revolución han quedado sepultados y ocultos bajo el peso de las visiones míticas o condenatorias. Muchos de esos aspectos poco conocidos quizás puedan ayudarnos todavía hoy a pensar una política emancipatoria o a analizar los complejos vínculos entre los movimientos sociales radicales y el plano de la política y sus organizaciones.

Debemos agradecer que, con dedicación, esmero y esfuerzo, Aldo Casas recupere la Revolución Rusa como un patrimonio del movimiento revolucionario, con una mirada crítica que señala las limitaciones, errores, actos fallidos y contradicciones de los dirigentes revolucionarios. Porque hay que decir que este no es un libro complaciente ni mítico, sino una historia a contrapelo que se basa en uno de los presupuestos tan caros a Walter Benjamin, y por eso tiene

(…) el don de encender en el pasado la chispa de la esperanza [que] solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.

Bogotá, septiembre 14 de 2020

Renán Vega Cantor (1958) es un destacado marxista, historiador e investigador colombiano, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo), fundada por Orlando Fals Borda, e integra el Consejo Asesor de Herramienta. Revista de debate y crítica marxista. Recibió el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en 2007 por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. De sus muchos libros, optamos por mencionar El Caos Planetario (1999), por haber sido el primer título de Ediciones Herramienta, y, por su candente actualidad, El capitaloceno (2019).

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