23/11/2024
Por Revista Herramienta
Publicado originalmente por LAFTEM el 11 de octubre de 2020
El sábado 10 de octubre falleció una de las feministas pioneras de la Argentina, Mirta Henault, con más de cinco décadas de activismo, reflexión política y construcción colectiva. Las mujeres dicen basta, de 1972, es uno de los primeros libros del feminismo socialista no solo en la Argentina sino también en América Latina. Mabel Bellucci reconstruye su trayectoria y saca su voz del archivo, para reponerla a nuestra memoria feminista.
El diálogo con Mirta fue hace algunos años, en 2006, y duró varias horas en su departamento de la calle Belgrano. Hablamos sobre su pasado como obrera, delegada en el gremio metalúrgico y en el textil. A partir de 1958, Mirta -Mir como le decíamos- colaboró en el periódico Palabra Obrera, dirigido por Ángel Amado Bengochea. Tiempo después, se volcó a la militancia feminista e integró las filas de la Unión Feminista Argentina (UFA) desde aquellos años hasta ese presente. Con Regina Rosen armaron la editorial Nueva Mujer y editaron el folleto La mitología de la femineidad, de Jorge Gissi.
Para sorpresa de muches lectores y habitués de la avenida Corrientes, en una mañana tormentosa de frío polar, el 4 de agosto de 1972, se lanzó en las librerías de Buenos Aries la obra Las mujeres dicen basta, compilada por Mirta Henault y Regina Rosen. Tiene tres capítulos: “La mujer y los cambios sociales. La mujer como producto de la historia”, escrito por Mirta Henault; “El trabajo de la mujer nunca se termina”, de la canadiense Peggy Morton y “La mujer”, de la argentina-cubana Isabel Larguía. Posiblemente Las mujeres dicen basta sea uno de los primeros libros de la corriente del feminismo socialista no solo en la Argentina sino también en América Latina, hasta iniciados los años ochenta.
Si bien Henault aún no había cruzado continentes, se sabe que se topó con un texto pionero de la psicoanalista y feminista marxista británica Juliet Mitchell, un escrito clave del movimiento de la Segunda Ola, Women: The Longest Revolution (Las mujeres: la revolución más larga), de 1963. Este escrito le dio la posibilidad de pensar la lucha de las mujeres por fuera del marxismo. Le cambió su mirada ideológica, su pensamiento político. De acuerdo a sus palabras, ella tenía muchas cuentas pendientes con las ideas revolucionarias y esta psicoanalista ponía el dedo en la llaga con sus duras críticas a la misoginia de las izquierdas. En verdad, eso era lo que estaba buscando.
En esos años la habían invitado a integrar un grupo de estudio sobre imperialismo y países dependientes en el que estaba el economista Jorge Schvarzer. Él fue quien le acercó la obra de Mitchell. Le dijo de manera profética: “Esto te puede interesar”. Así fue. Se hizo feminista de la noche a la mañana. En la Argentina se recibían materiales, no demasiados; los y las militantes trotskistas se vinculaban con la producción de los teóricos marxistas críticos del exterior. Lo cierto fue que Henault se despidió de todos sus compañeros del grupo y se volcó de lleno al nuevo activismo con su entrada a la agrupación la UFA, fundada en Buenos Aries, en 1970.
En efecto, ese recorrido lo hicieron muchas mujeres de izquierdas europeas y estadounidenses. “Hablan primero de la revolución y luego de nuestros problemas. La mayor revolución que se está produciendo hoy no es en absoluto la del proletariado: es la de las mujeres”, sostenía Simone de Beauvoir dentro de su entorno. En nuestro país, Henault fue una cabal muestra de ello. En 1973, con la científica Otilia Vainstok escribieron La mujer en la revolución en fascículos para el Centro Editor de América Latina (CEAL).
Trabajó en la Federación Gráfica Bonaerense hasta jubilarse. En 1979 participó con artículos sobre feminismo en la famosa revista mexicana FEM, invitada por su amiga Tununa Mercado, quien integraba el comité de redacción. Además, intervino en numerosos espacios de mujeres a lo largo de los últimos años. Formó parte de la Comisión de la Mujer y sus Derechos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y también fue vicepresidenta de la Asociación de Amigos del Museo Argentino de Artistas Plásticas (MAAP). En 1983, escribió el libro Alicia Moreau de Justo, publicado por el CEAL. También formó parte de la comisión promotora del Primer Encuentro Nacional de Mujeres, realizado el 23, 24 y 25 de mayo de 1986, en el Centro Cultural General San Martín.
En 1994, en la edición de Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, compilado por Lea Fletcher, escribió el ensayo “Un esbozo de la actividad productiva de las mujeres” (Feminaria Editora). Más tarde, salió el libro de cuentos Pesadilla de realidad (Editorial Vinciguerra). El 25 de febrero de 2012, la revista Brujas, de la agrupación ATEM- 25 de noviembre, editó su artículo “Vientos de Cambio”, en el que Henault habló sobre el largo recorrido del feminismo socialista en la Argentina. Solía ser convocada a participar de charlas y conferencias, como el Seminario «Encuentros y desencuentros entre feminismos e izquierdas”, organizado en 2016 por la Cátedra Libre Virginia Bolten, en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Murió en su departamento, el 10 de octubre de 2020, a los 93 años.
Conversación entre Mirta Henault, Diana Maffía y Mabel Bellucci
https://www.youtube.com/watch?v=jEAUpsmJsfA&feature=youtu.be
Las mujeres dicen basta
por MIRTA HENAULT
“Las Mujeres dicen basta tuvo una repercusión insólita porque si bien eran momentos de importantes compromisos políticos también eran épocas sumamente vertiginosas. Recordemos que estábamos cerca del Mayo Francés, del Cordobazo, del triunfo de Allende en Chile, del peronismo en la Argentina. Pienso a la distancia que en esos momentos la sociedad estaba preparada para abrirse al pensamiento feminista. Ya circulaba, en 1960, el Segundo Sexo de Simone de Beauvoir y la verdad es que leerlo no me produjo ni frío ni calor. No me acuerdo cómo llegó a mis manos. Yo me identificaba más con Virginia Woolf. Lo discutimos entre mis compañeras trotskistas. Cuando el historiador Milcíades Peña se suicidó, su oficina quedó vacía. Su viuda, Regina Rosen, decidió ocuparla y me invitó a que la acompañase. Allí, juntas empezamos a leer la correspondencia que Peña recibía. Llegaban revistas, libros, publicaciones de todas partes del mundo, y muchas de ellas reproducían textos de teóricas feministas.
Históricamente, el trotskismo internacional -en especial, el estadounidense y el francés- pensó la cuestión del compromiso revolucionario combinado con una articulación progresiva de temáticas, lecturas y referentes del movimiento feminista. Ambas decidimos hacer algo rotundo: tradujimos aquellos materiales que nos interesaban.
Con Regina Rosen trabajábamos juntas y nos consultábamos todo, y así íbamos armando cosas realmente interesantes. Lo primero que se me ocurrió fue proponer fundar una editorial. En aquellos años, todo se llamaba Hombre Nuevo o Nuevo Hombre. Así, surgió la idea del nombre Nueva Mujer. Si era una editorial, había qué hacer un libro, ¿no es cierto? Éramos poquitas, seríamos seis como mucho. Y así surgió la idea de publicar todo tipo de textos feministas. A partir de la difusión de boca en boca sobre nuestro proyecto, nos cayeron propuestas de distintos lugares, algunas eran muy graciosas. Nos llamaban para ofrecernos lavarropas, electrodomésticos. No podían entender cuáles eran nuestros objetivos.
A algunas jóvenes les seducía la existencia de una editorial feminista. Por supuesto que no fue una idea nuestra, la experiencia la importamos de otros lugares, como en Francia con Femme. Nosotras queríamos que nuestro proyecto fuese para todas las edades. “La mujer y los cambios sociales. La mujer como producto de la historia”, ese ensayo lo escribí yo. Después encontramos en la revista estadounidense Leviathan el artículo de Peggy Morton ‘El trabajo de la mujer nunca se termina’. Nos gustó mucho, pero como la autora vivía en San Francisco, no hubo oportunidad de consultarle si aceptaba aparecer en un libro compilado por dos argentinas aún no conocidas. Entonces, decidimos editarlo en forma de extracto.
Regina fue quien tradujo a Morton al castellano. Con el otro ensayo ‘La Mujer’ nos comunicamos por carta con Larguía, instalada en Cuba. La que se inspiró para el título –Las mujeres dicen basta– fui yo. Ahora lo escucho en los noticieros de televisión que lo repiten como un lema cuando pasan información sobre las muertes de las mujeres a manos de hombres, maridos o amantes. Con respecto a su tapa, la copiamos de un periódico canadiense. Fue impactante ver la figura de una mujer encendida en llamas. Nos encantó apenas la vimos.
En la librería de Pedro Sirera, en la calle Corrientes, lo encontrabas y creo que vendía bien. Yo nunca cobré derechos de autor, el capital lo puso él y fue el mismo Sirera quien se encargó de publicarlo, con todos los riesgos que implicaba editar algo tan nuevo. En realidad, las únicas personas que lo difundieron fueron nuestras amigas que trabajaban en La Opinión, a diferencia del resto de los periódicos y de las revistas literarias más significativas de la época que no le dieron trascendencia. La nota que me hicieron en ese diario y la reseña de nuestro libro se las debemos a la escritora Tununa Mercado y a la diseñadora de modas Felisa Pinto. Ambas lograron un espacio disponible para reflejar todas las luchas feministas locales e internacionales. Hermenegildo Sábat hizo una caricatura mía. La entrevista tuvo una repercusión total. Hubo gente que venía a ofrecerse para armar cosas con nosotras.
En ese momento, mi planteo era el siguiente: ¿Dónde está realmente la opresión de las mujeres? La respuesta resultaba fácil: en la vida cotidiana. Las mujeres están en ese escenario, es decir, en el trabajo doméstico, en la maternidad, en la sexualidad. Ya estaba tomando fuerza una corriente marxista crítica y de revisión que analizaba la vida cotidiana. Entonces yo me hice feminista, feminista, así a secas; pero sin olvidar las luchas contra la explotación social. Podría decir que me encontraba entre lo viejo y lo nuevo.
Durante mi militancia trotskista yo tenía una columna de política internacional en el periódico Política Obrera. Eso me había fogueado con la pluma, no cabe duda. Además, había estudiado periodismo. Con Milcíades armamos un proyecto interesante. Lamentablemente, no lo pudimos plasmar: abrir una librería café, a la usanza parisina. Vale decir, siempre estuve vinculada al mundo del pensamiento alternativo y a la producción intelectual. Leía en torno al marxismo crítico y por eso tenía soporte teórico. También con Regina habíamos proyectado armar seminarios, grupos de estudios que funcionasen en la oficina y tener cierta rentabilidad. Habíamos pensado llamar al espacio “Nuevos enfoques sociales”.
A partir de esa idea recibimos un sinnúmero de propuestas. Recuerdo que se acercó el psicólogo Alfredo Moffat y el filósofo León Rozitchtner para plantearnos actividades que luego no llevamos a cabo. Recién ahora tomo conciencia de la importancia de este libro. Incluso, el periódico New York Times me vino a entrevistar. Yo no lo podía creer del impacto que provocamos. No estoy segura pero no se tradujo a otro idioma. En esa época, no era tan fácil ni tampoco se acostumbraba.
Lamentablemente, Nueva Mujer tuvo una corta vida. Y esa tensión en elegir entre la lucha de clases y la lucha de las mujeres, no pudo resolverse. Entonces como colectivo disolvimos la editorial, pero nosotras dos, Regina y yo, nos quedamos a cargo de tal proyecto. Al principio adheríamos al feminismo, pero no así a la UFA. Rápidamente, yo ingresé a la agrupación y elegí los lugares donde poner mis energías. Por ejemplo, charlas, conferencias, lecturas de textos, grupos de concientización. Muchas de sus integrantes no me querían demasiado porque me veían guerrillera, trotskista. Me miraban mal por sus posturas liberales y yo tenía que reunir mucha fuerza para seguir junto a ellas. Tanto es así que la UFA no le dio ninguna importancia a la salida de nuestro libro. No le prestó atención. Por eso, no le hizo propaganda. Para mí, debió haber sido presentado por esa agrupación, correspondía. Sin embargo, no fue así. En esa época, no se hacían cosas para la posteridad o para los medios de comunicación. Una las hacía porque eran parte del disfrute de armar algo diferente, nada más. Yo soy fruto de esos nuevos vientos, no creo ser una excepción. Pertenezco a una generación de mujeres que desafiaban la búsqueda de un mundo diferente que derribase los muros de las jerarquías y las desigualdades. Lamentablemente, todo no lo pudimos hacer”.
Mirta Henault integra el grupo Nueva Mujer, uno de los movimientos de liberación de la mujer argentina y es una de las autoras del libro Las mujeres dicen basta. El diario La Opinión la entrevistó para conocer los alcances de su movimiento y el sentido que tiene la lucha por la liberación de la mujer en la Argentina.
¿Cómo surge el grupo y cuáles son sus objetivos?
– Se origina ante la necesidad que sintieron las integrantes del grupo de analizar la problemática femenina, al tomar conciencia de la misma. Los objetivos que se fijaron fueron el estudio de la situación de las mujeres en distintas esferas: económica, social, política y la divulgación de estos temas por medio de publicaciones, El grupo se inició hacia mediados de 1971 y está compuesto por mujeres que desarrollan distintas actividades. De acuerdo con la tradición de los distintos movimientos ya existentes en el mundo, no tiene líderes. En los comienzos la tarea fue analizar los distintos trabajos realizados por esos grupos de liberación. Esto permitió comprender la universalidad de la opresión de las mujeres bajo el sistema patriarcal, producto de la división del trabajo y la adjudicación de roles impuestos culturalmente.
¿Cuáles fueron los primeros resultados de esos análisis?
– Con motivo de la conferencia que realizó UFA, el profesor de sociología crítica de la Universidad Nacional Católica de Chile, Jorge Gissi, sobre la mitología de la mujer, el grupo Nuevo Mujer publicó el folleto en el que se reproduce el trabajo suyo. Además, se seleccionaron trabajos para la publicación a futuro de un libro: Las mujeres dicen basta.
¿Qué es para ustedes la llamada lucha por la liberación?
– Esa lucha comienza a fines del siglo XVIII, durante la revolución francesa y cobra su primera víctima: Olympe de Gouges, autora de la primera carta sobre los derechos de la mujer. Muere en el patíbulo en 1793. Pero es en 1848 cuando la acción de las mujeres toma gran importancia sobre todo en Europa y Estados Unidos. Las sufragistas, cuyas actividades no son suficientemente valorizadas, realizaron movimientos masivos en procura de los derechos políticos que duraron hasta la década del 20 de nuestro siglo y tuvieron repercusión en la Argentina. Planteaban la obtención de los derechos políticos, pero no llegaron a plantearse la necesidad de un cambio en el sistema responsable de la marginación. Recién a partir de la década del 60, empiezan a aparecer en los países desarrollados económicamente (Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia) distintas organizaciones de liberación femenina que comienzan a cuestionar todas las estructuras de la sociedad e imponen, al mismo tiempo, una visión distinta desde la problemática desde el mundo actual. La conclusión a la que llegan es clara: el autoritarismo impuesto por la sociedad patriarcal expresado en la esfera pública y privada obligó a las mujeres a permanecer al margen de los acontecimientos que se fueron desarrollando en todos los momentos de la historia. Es ese el sentido que tiene la lucha de las mujeres en la actualidad: ser la fuerza de reserva de valores humanos todavía no expresados para lograr un mundo sin explotación.
Esto ¿implicaría una lucha revolucionaria?
– Siempre estuvo presente en la lucha revolucionaria pero su acción no la llevó a bregar por sus propias reivindicaciones, porque no se pensaba como sujeto autónomo de los acontecimientos en los que participaba. Actualmente, comienza a cobrar conciencia de su particular condición y por eso su lucha trasciende los límites de las meras reformas que puedan lograrse, porque sabe que éstas, en forma aislada, pueden llegar a transformarse en nuevas formas de opresión. La auténtica manera de disponer de su propio cuerpo y pensamiento, la liquidación de su explotación como trabajadoras sin pago en el hogar o con bajos salarios en los empleos remunerados, la libertad sexual sin condiciones morales, una legislación que reconozca la igualdad entre varones y mujeres solo serán logrados con la liquidación del régimen de explotación.
¿Cómo se ubica ese planteo en la Argentina de hoy?
– En un momento en que se cuestionan masivamente los valores de la sociedad, la Argentina no escapa a esa situación. El frente de las mujeres es uno más que se suma a la discusión y crítica que se hacen desde la clase obrera y el estudiantado.
Mabel Bellucci es activista feminista queer. Integrante del consejo de redacción de Herramienta.