23/11/2024
Por Revista Herramienta
¿Qué sigue siendo válido en el pensamiento de Trotsky, quien fue asesinado en México hace 67 años [téngase presente que éste artículo fue escrito en el año 2007; el asesinato de Trotsky fue cometido hace ya 80 años] y hoy reaparece como referente teórico en importantes círculos cubanos y hasta en los discursos de Hugo Chávez?
En primer lugar, la teoría de la revolución permanente, elaborada con Parvus a raíz de la experiencia de la revolución rusa de 1905, la cual tornó claro que, en los países dependientes y donde no se han conseguido la liberación y la unificación nacional, la revolución agraria, la plena vigencia de los derechos democráticos ni se han sentado las bases para una república, todo eso no va a ser obtenido bajo la dirección de la burguesía - la cual depende estrechamente del imperialismo y es débil e incapaz - sino que debe ser conquistado por una alianza entre obreros, campesinos y explotados y oprimidos de todo tipo (pueblos originarios, minorías nacionales oprimidas, desocupados).
En nuestra época, cuando la inmensa mayoría de la humanidad no ha conseguido aún las conquistas de la Revolución Francesa y, en escala mundial, asistimos a la lucha por repetir la hazaña de los sans-culottes en 1789, esa revolución democrática, para triunfar, debe ir más lejos, ser anticapitalista, desarrollarse en forma socialista.
También su visión internacional de los procesos, su combate a la idea estaliniana de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país y que consideraba la "política exterior" sólo como un medio para lograr equilibrios y ganar tiempo para esa construcción puramente nacional -y nacionalista- aislada.
Trotsky, junto con Lenin, comprendía en efecto que la revolución es más fácil en los "eslabones más débiles" de la cadena capitalista -los países semicoloniales y dependientes-, dada la debilidad del Estado, pero veía que el socialismo sólo puede ser mundial, como lo es el capitalismo, y la inserción de todos los países en ese sistema dominante hace que la política "internacional" sea también "nacional" y viceversa y, por lo tanto, que en los países dependientes es más difícil la construcción de las bases mínimas para el socialismo, como el fin de la ignorancia, de la miseria, del autoritarismo, del atraso cultural y técnico.
De ahí la otra parte de la revolución permanente: la necesidad de culminar las revoluciones socialistas en escala local, nacional, con la extensión del socialismo a escala mundial y, como corolario, la necesidad de ayudar solidariamente a otros pueblos en su lucha anticapitalista y de educar a los trabajadores en revolución en una visión universal, que una naturalmente la defensa de la revolución en el plano nacional con el internacionalismo revolucionario. La actitud de países pobres como Venezuela o Cuba en su ayuda solidaria se inscribe, conscientemente o no, en esta línea del pensamiento de Trotsky, que Lenin compartía.
Igualmente válida es su lucha, comenzada con la Oposición de 1923 en el Partido Comunista de la URSS, contra la burocratización de los partidos "socialistas" o "comunistas", de sus sindicatos, de sus estados, apelando a las mujeres, a los jóvenes, a la democracia interna, a la construcción de órganos, como los consejos obreros, que pasasen por sobre las estructuras partidarias y sindicales y fuesen controlados y reorganizados continuamente por los trabajadores mismos. Y su rechazo no sólo al partido monolítico, sin tendencias internas en plena discusión teórica y estratégica, sino también al partido único de la clase obrera, ya que las clases trabajadoras están lejos de ser homogéneas, y sin democracia y pluralismo no pueden educarse y ser protagonistas en la lucha por cambiar las complejas condiciones sociales y económicas de la sociedad moderna. Algunas sectas "trotskistas" que repiten al peor Trotsky ("con el partido somos todo, sin el partido no somos nada") para reforzar un centralismo nada democrático olvidan al Trotsky defensor de la democracia en el partido, al hombre del Programa de Transición de la IV Internacional, escrito dos años antes de su asesinato.
Pero los aportes más actuales, en América Latina, que ningún marxista había hecho hasta entonces, y que siguen siendo fundamentales para entender procesos como el cubano, el venezolano, el boliviano, el nacionalismo revolucionario e incluso los gobiernos burgueses llamados "progresistas" (Kirchner o Lula, por ejemplo), son sus escritos en México. Su caracterización del gobierno de Lázaro Cárdenas, su defensa contra el imperialismo manteniendo al mismo tiempo la independencia política frente a él y tratando de desarrollar la independencia política de los trabajadores que lo seguían, su análisis de los sindicatos como órganos cada vez más integrados en el Estado capitalista, la necesidad de conseguir la independencia de clase frente a los partidos burgueses construyendo un partido obrero basado en las organizaciones de tipo sindical obreras y campesinas, mantienen y acrecientan toda su vigencia.
Los "ismos" transforman en dogmas eclesiásticos, en pensamiento cerrado, talmúdico, lo que fue elaboración abierta a partir de la unidad entre teoría y práctica y de la realidad misma. Al igual que Marx, que rechazaba ser "marxista" debido a los discípulos que le habían tocado en suerte y que decía que había sembrado dragones y recogido pulgas, Trotsky se oponía a ser llamado "trotskista" y negaba que existiese el llamado "trotskismo", pues éste para él era sólo el pensamiento de Marx y el de Lenin. Hay, sin embargo, algunas capillas raquíticas que prescinden de las ideas de Trotsky pero lo mencionan tal como los secuaces de todas las religiones utilizan sus respectivas sagradas escrituras. Eso no es culpa del revolucionario ruso pero obliga a ir directamente a la rediscusión masiva - donde se quiere avanzar hacia el socialismo, como en Cuba o en Venezuela - de los escritos de Trotsky desde 1923 y, particularmente, a sus escritos sobre América Latina. No hay nada más iluminante, apasionante, actual.
En mi artículo anterior hablaba de lo que sigue siendo válido en Trotsky; en este, por el contrario, mencionaré brevemente lo que a mi juicio ya no lo es.
Después del derrumbe de la Unión Soviética -previsto por Trotsky en La revolución traicionada, ya en 1936-, después del terrible desprestigio de la palabra comunismo causado por los Stalin, los Pol Pot, los Ceausescu, los Mao y sus seguidores, después de las modificaciones profundas causadas por la derrota del movimiento obrero a escala mundial por la mundialización dirigida por el capital financiero, con su secuela terrible de desocupación, emigraciones, caída brutal del ingreso, supresión de conquistas sociales históricas, y después de la reanudación del más feroz colonialismo y del apartheid (en Palestina), de las guerras coloniales imperialistas (Afganistán, Irak) y del ingreso sin frenos del capitalismo en China, Vietnam y las repúblicas que antes formaron la ex Unión Soviética, ¿qué ha demostrado ser erróneo o qué pasó a ser obsoleto en el pensamiento de Trotsky?
En primer lugar, ya a partir de los años 30, la caracterización de la URSS como Estado obrero burocráticamente degenerado, de la cual derivó la caracterización de los Estados supuestamente "socialistas" de la posguerra como Estados obreros deformados. No era posible, en efecto, seguir hablando de "Estado obrero" -después del aniquilamiento de los soviets, del partido bolchevique, de la democracia obrera, con el surgimiento de una casta brutal y totalitaria privilegiada, después de las matanzas y deportaciones de millones de personas y cuando los campos de concentración, de trabajo esclavo y de exterminio estaban en el orden del día-, sólo porque las empresas eran del Estado, existía el monopolio del comercio exterior y la economía estaba burocráticamente planificada y porque los advenedizos en el poder se veían todavía obligados a hablar de Marx, de Lenin, del socialismo (a los que prostituían y traicionaban a cada paso).
La propiedad, aunque jurídicamente fuese "colectiva", no era de la sociedad, sino de un Estado que se reforzaba mediante el terror, y su disfrute era monopolizado por una casta con valores y gustos capitalistas, estrechamente nacionalistas e igualmente feroces en su relación con los trabajadores -supuestos dueños del poder estatal- que los gobernantes capitalistas anteriores. Esos estados, aunque no gobernados por capitalistas sino por burócratas, formaban parte de un solo mercado y de una relación mundial capitalista (que trataban de conservar con su política enterradora de revoluciones y de "coexistencia pacífica" con el imperialismo). Capitalistas de Estado, los burócratas estalinistas de todos los países "socialistas" preparaban el camino a la restauración pura y simple del capitalismo en condiciones semicoloniales o de dependencia del capital extranjero.
Las ilusiones de gente inteligente, como Ernest Mandel, cuando el comienzo del derrumbe con Gorbachov, sobre la posibilidad de una revolución puramente política que regenerase el Estado "soviético" (que había acabado con los soviets 70 años antes), partían de la aceptación dogmática de esa caracterización errónea de Trotsky y de la total subestimación de los terribles cambios negativos introducidos durante más de 65 años por el estalinismo en la clase obrera y la sociedad de esos países, y en las fuerzas socialistas, a escala mundial.
Los cambios provocados por la mundialización (mejor dicho, por la ignorancia y la incapacidad de estalinistas y socialdemócratas, debido a su estrecho nacionalismo y su estatalismo, de preverla y enfrentarla) han modificado profundamente la clase obrera y su subjetividad así como la relación entre las clases y entre las zonas urbanas y rurales. No se puede ver ya a la clase obrera -ni siquiera en el sentido más amplio de la palabra- como sujeto homogéneo y prácticamente único del cambio revolucionario, como pensaban los bolcheviques como Trotsky hasta la Segunda Guerra Mundial. Y la alianza obrera y campesina, si bien sigue siendo una necesidad en la inmensa mayoría de los países, debe incorporar también a vastísimos sectores que no son ni obreros ni campesinos ni constituyen una clase. Para construir el socialismo también sigue siendo necesario un partido, pero éste no puede ser un partido bolchevique fuertemente centralizado, al cual se subordina todo, como el que fue necesario para Rusia en una fase determinada y heroica de la lucha, pero que hoy es irrepetible.
El "partido" en cuestión debe ser más parecido al de Marx, o sea, a la unión voluntaria y libre de los esfuerzos y las inteligencias de todos los que comparten una tendencia política, independientemente de las diferencias o matices que puedan existir en el mismo.
Y ese "partido" no puede ser ni una vanguardia eterna autoproclamada ni el eje del poder sino, como los marxistas en la Comuna de París o los revolucionarios rusos en los soviets, la parte más activa en la construcción por el "trabajador colectivo" marxiano, de ese poder tanto en la conciencia de los oprimidos y explotados como en el enfrentamiento con el poder de los patrones y del Estado. Un partido instrumento transitorio de los explotados y oprimidos para construir poder, suprimir las clases, el Estado, el poder sobre los seres humanos y no sobre las cosas, los partidos mismos, e integrar al ser humano libre en su medio ambiente, preservado y reconstruido como base misma de esa libertad.
De ahí deriva la importancia de la lucha por la democracia política y social y por la defensa del ambiente; de ahí también la de la lucha por una cultura alternativa y por unir estrechamente, en nuestros países, el combate por la liberación nacional con la liberación social.
* Este artículo fue originalmente publicado en La Jornada de México los días 19 y 22 de agosto 2007.