23/11/2024
Por Revista Herramienta
El canal internacional de noticias Telesur cumple 15 años. En los meses recientes ha demostrado nuevamente cómo, sin su trabajo periodístico, muchos de los acontecimientos centrales ocurridos en América Latina no se hubieran conocido de la manera en que lo fueron.
Pocas jornadas fueron mediáticamente tan asimétricas como la del 23 de febrero del año 2019 en la frontera entre Colombia y Venezuela. De un lado, se encontraba el arco completo de agencias internacionales, grandes medios corporativos de diferentes países, dispuestos a narrar el intento de ingreso de la denominada ayuda humanitaria a Venezuela.
El escenario era con todas las luces: estaban los presidentes de Colombia, Paraguay, Chile, funcionarios del más alto nivel de la administración de Estados Unidos (EEUU), habían pasado artistas reconocidos internacionalmente. Todos contra el Gobierno venezolano, en un ingreso por la fuerza que estaba previsto que se desarrollara en simultáneo sobre los tres puentes internacionales que unen ambos países.
Del otro lado, con periodistas apostados en cada uno de los puentes, estaba Telesur que ese día, encabezando la cobertura junto con medios y comunicadores venezolanos y un puñado de aliados internacionales —como Hispan TV—, logró narrar la otra historia, contrahegemónica.
Telesur develó ese día lo sucedido con los camiones incendiados sobre el puente Santander: no habían sido quemados por parte de Venezuela, sino por quienes estaban del lado colombiano intentando forzar un ingreso al país por la fuerza. Ese hecho era el punto de denuncia central de la oposición venezolana, del mismo vicepresidente estadounidense, Mike Pence, para acusar al Gobierno de Maduro de estar dispuesto a todo.
Semanas después algunos medios internacionales, como el New York Times, reconocieron el origen del incendio. Ya era tarde políticamente. El desmontaje clave era durante esas horas y días claves. Ahí estuvo Telesur.
El levantamiento silenciado
El centro de Quito era una sucesión de barricadas, humo negro, gases lacrimógenos, disparos de policías, miles de indígenas y no indígenas resistiendo con lo que podían. Era octubre del 2019 y el levantamiento encabezado por la Coordinadora Nacional Indígena llevaba varios días apostado en la capital del país.
La gente había venido de varios puntos del país donde, a su vez, mantenían bloqueos de carreteras para lograr su objetivo: que el Gobierno de Lenin Moreno no aplicara el paquetazo del Fondo Monetario Internacional y, en particular, el aumento del precio de los combustibles.
Algo había quedado claro para los miles que estaban apostados en Quito: los grandes medios de comunicación nacionales eran aliados del Gobierno de Moreno. Primero habían dado la espalda al levantamiento y luego, al acercarse, lo habían mostrado según los intereses del Ejecutivo. Las tensiones con esos medios se repitieron en varios momentos debido a la parcialidad evidente de quienes cubrían los acontecimientos.
Las sospechas, por lo tanto, eran, naturalmente, contra todos los medios de comunicación salvo un puñado, como Telesur y Sputnik. Decir que se pertenecía a la cadena de noticias Telesur significaba tener luz verde para estar en el sitio, grabar a la gente que, luego de muchos heridos, varios muertos, noches de hostigamiento por parte de la policía y los militares, tenía una natural sospecha al ver las cámaras.
Ese levantamiento evidenció la potencia del movimiento indígena, la respuesta militarizada del Gobierno de Moreno —que luego recibió la felicitación de Luis Almagro por su desempeño ante la protesta— y el lugar más cómodo que suelen eligen los grandes medios: al lado y a la sombra del poder de turno. Pero Telesur no y esos días históricos dieron la vuelta al mundo.
El golpe respaldado
En Bolivia, donde viajé como corresponsal de Sputnik y Telesur, la mañana del 11 de noviembre subí a la ciudad de El Alto donde se había producido el levantamiento indígena contra el golpe de Estado consumado el día anterior. Al llegar ya había dos muertos, asesinados por la represión, miles de aimaras alzados contra el golpe y el atropello a la bandera de los pueblos indígenas, la whipala.
Ningún medio estaba presente, todos pedían que hubiera cámaras, pero, a su vez, desconfiaban de los periodistas y medios bolivianos por haber sido cómplices, parte activa, del golpismo. La clave, para poder estar en medio de alzamiento y grabar los testimonios, fue, entre otras cosas, decir que era de Telesur. La mención al canal era señal de confianza.
Así sucedió durante todos esos días de escalada que terminaron en el derrocamiento de Evo Morales y las represiones que siguieron: los grandes medios bolivianos estuvieron del lado de los golpistas, al igual que la gran mayoría de las agencias internacionales y grandes medios corporativos. El objetivo mediático-político era negar que se tratara de un golpe y, por lo tanto, construían la narrativa necesaria a los golpistas.
Sucedieron dos cosas idénticas a las ocurridas en el levantamiento indígena en Ecuador: los Gobiernos, el de Moreno, por un lado, y el Gobierno de facto de Jeanine Añez, por el otro, arremetieron contra Telesur y las pocas cámaras internacionales y nacionales que no contaban la versión requerida por el poder.
Lo otro, es que el reconocimiento al canal fue dado por la gente movilizada, de a pie, enfrentada a las represiones. Las coberturas fueron posibles porque el canal es reconocido por quienes más importa. Así, la audiencia latinoamericana y mundial, pudo día tras día prender la señal de Telesur para saber qué sucedía. Era, junto con RT, una de las pocas cámaras narrando episodios que quedarán en la historia.
Lo que vendrá
Los hechos se disputan en el momento y a posteriori, en la memoria y su reconstrucción permanente. Se trata de una pelea desigual: la asimetría mediática es grande, aunque es menor que en épocas anteriores. La existencia de Telesur es muestra de ese cambio de monopolio informativo, el mundo multipolar tiene su expresión comunicacional.
Se trata de filmar, contar, explicar —lo que significa comprender situaciones muy complejas—, y hacerlo con calidad informativa, visual, y situar los micrófonos y las cámaras allí donde está la noticia y donde otros medios no se acercan.
Telesur es un instrumento clave en esa construcción permanente. Estos tres episodios centrales recientes no se hubieran conocido como lo fueron sin Telesur. Son muchos más los que podría contar y lo que están por venir. Esa construcción latinoamericana es estratégica: es el continente narrándose a sí mismo.
Algo que es posible, además de por todo lo mencionado, por el esfuerzo diario de productores, camarógrafos, noteros, anclas, trabajadores en cada área necesaria para estar en pantalla todos los días, en los escenarios inciertos en los cuales predomina la voluntad, el compromiso, y la convicción profunda de que algo —lo que se cree justo— debe ser contado.
* Fuente: Sputnik y Resumen Latinoamericano